Es que no entiendes nada de nada”, le gritó Ricardo a su esposa Marta, sintiéndose incapaz de dominar su rabia. “¿Cómo te atreves a quedarte embarazada? ¿Quién te ha dado este permiso? Ya lo habíamos hablado todo. Dijimos que primero la casa y luego los niños. ¿O es que quieres que su infancia pase entre mudanzas de un apartamento de alquiler a otro? Pero, ¿qué dices, Ricardo? Si ni yo misma sé cómo ha podido ocurrir. Ahora dice que no lo sabe.
Ricardo alzó las manos. Y yo, ¿qué se supone que debo hacer? No solo me siento responsable de ti, sino que ahora lo seré también del niño. ¿Qué quieres decir con que eres responsable de mí? ¿De que me estás hablando? Lo que quiero decir es que te mantengo económicamente y te parece algo muy normal. Todo lo que tienes comprado con mi dinero. Ah, sí. ¿Es eso lo que piensas? Pues entonces mi bebé será solo mío y lo voy a criar yo sola.
Incapaz de seguir con la conversación, Marta se dio la vuelta, entró en la habitación y cerró la puerta. Se sentía humillada por su marido y esa sensación la invadió por completo. ¿Cómo podía decirle esas cosas? ¿Cómo podía hacerle esto? Durante 5 años, durante cinco largos años, lo único que hacía era estar pendiente de Ricardo, de cada una de sus palabras, adivinar cada deseo suyo. No solo intentó ser buena persona, sino la mejor. Y ahora, tan pronto como le informó de algo que no entraba en sus planes, se puso furioso.
Marta agusó el oído. Oyó la puerta principal cerrarse de golpe, salió y suspiró pesadamente. Ricardo no estaba, se fue. Entonces la mujer se tiró al sofá llorando con amargura y sin esperanza. Igual que en la infancia, cuando a ella tan pequeña e indefensa, la maltrataban los otros niños del orfanato donde creció. El hecho de haber conocido a Ricardo le pareció un pequeño milagro. Era guapo y exitoso, el sueño de toda chica, pero entre todas la eligió a ella.
Se conocieron en Noche Vieja en una plaza, mientras toda la gente deseosa de una buena fiesta se divertía y bailaba sin que a nadie le importara ser conocidos o extraños. Ricardo estaba con sus amigos y Marta estaba sola. Era la primera noche vieja que celebraba fuera de los muros del orfanato. Ricardo, alegre y divertido, enseguida cautivó a la joven y ella pasó todos los días festivos en su compañía, aunque no le permitió ir más allá de lo que ella consideraba prudente.

Fue la inaccesibilidad de la muchacha la que conquistó al hombre y 6 meses después se casaron. Habían pasado 5 años desde entonces, pero solo ahora Marth comenzaba a darse cuenta de que estaba en una jaula de oro. Tenía derecho a todo aquello que apreciaba y quería el mismo Ricardo, mientras que los deseos de ella siempre fueron ignorados, considerados absurdos, poco importantes, estúpidos. Y sin embargo, ella le quería, confiaba en él y lo apreciaba por haberla sacado de la pobreza y también porque Ricardo le mostró su amor al casarse contra la voluntad de sus padres.
Los recuerdos la dejaron a Marta tan agotada que se durmió. Pero al llegar la noche, Ricardo no regresó a casa. Primero estuvo un largo rato en un bar, luego cambió para una discoteca. Cuando una chica se sentó a su lado, decidió pasar el resto de la noche con ella y traicionar a su esposa por primera vez en la vida. ¿Dónde has estado?, le preguntó Marta cuando volvió a casa por la mañana. ¿Y a ti qué te importa?
Le respondió bruscamente, sin ganas de dar excusas ni intentar justificarse. “Ricardo, ¿cómo puedes hacerme esto?”, le preguntó Marta en voz baja. Ella se dio cuenta de todo, no le hacían falta explicaciones. ¿Y qué quieres que haga? Tú misma me has puesto la cabeza como un bombo y ahora estás fingiendo ser una víctima. Perdona, alma cándida, pero es que somos adultos y quiero que te des cuenta de ello de una vez por todas. Y otra cosa, mientras te mantenga vas a hacer lo que yo te diga.
Y yo personalmente no necesito hijos ahora mismo. Todavía quiero disfrutar de mi vida sin tener que resolver los problemas que ya vendrán en cuanto nazca el bebé. Así que mira, aquí tienes el dinero. Te pedí cita para la 1 de la tarde. Ya está todo solucionado. El aborto no tendrá ninguna complicación ni consecuencias. O sea, que vas, lo haces y punto. Marta permaneció callada. Ricardo la miró. quiso darle un beso, pero ella se apartó. Él soltó una risita y luego fue al baño.
Se cambió y se marchó a trabajar. Cuando volvió, no estaba Marta ni tampoco sus cosas. En la mesita de noche quedó el dinero que le había dado para el aborto. En uno de los billetes estaba escrito, “Cómprate una conciencia limpia”. Pasó un año más y Ricardo, al igual que antes, vivía disfrutando de una vida llena de placeres. Recordaba a su esposa, la echaba de menos, le faltaba aquel bienestar que ella le brindaba. Las nuevas novias de Ricardo eran diferentes, no querían tener nada serio.
Y aquello comenzó a molestarle, ya que estaba cansado de los amoríos breves y superficiales. Una mañana salió del apartamento y vio una silla portable para los recién nacidos. El bebé estaba durmiendo dentro. En un lateral vio pegada una nota. Este es Paco. Si puedes, llévalo al orfanato tú mismo. Ricardo se quedó perplejo, luego corrió escaleras abajo. No había nadie. Volvió a subir. Silencio total. Luego subió al niño a su apartamento y se agarró la cabeza con ambas manos.
Lo entendió todo. Marta había dado a luz a su hijo y se lo dejó a él porque los había tratado mal. Y ahora seguramente se había quedado sin medios para sobrevivir. Y esta fue la solución que encontró. Pero, ¿y él qué va a hacer con el bebé? El niño se movió y se puso a berrear. Ricardo observó esa inverosímil sorpresa con una mirada torpe y de repente se dio cuenta que no tenía ni biberón, ni chupete, ni pañales para el bebé.
Entonces lo dejó solo y fue corriendo a la farmacia para comprar todo lo que un recién nacido podía necesitar. Los primeros tres días se convirtieron en un infierno para el padre primerizo. No tenía tiempo de hacer nada, apenas dormía y se veía inhábil en las cosas que le obligaron a hacer. Poco a poco aprendió a bañar al niño, a mecerlo en brazos paseando con él por el apartamento, a preparar el biberón, pero al cuarto día ya no era capaz de soportarlo más.
Así que recogió las cosas de Paco, lo puso en su sillita portable y fue al orfanato con la esperanza de llegar al final de la tarde para dejarles al bebé y huir sin que nadie lo viera. condujo 70 km, seguro de haber tomado la decisión correcta. Pero cuando llegó al lugar y se acercó a la puerta, se sintió confundido. Aún así, colocó la sillita en el umbral de la puerta. Dio media vuelta y caminó hacia el coche.
Y después de dar 10 pasos, se dio la vuelta y volvió casi corriendo hacia su hijo. Un instante después, ya estaba conduciendo de vuelta a casa y una vez allí cambió al bebé. Le dio de comer y luego de repente se echó a llorar. dándose cuenta de que se había derrumbado y que nunca volvería a ser el mismo. Los meses pasaban volando. Ricardo contrató a una anciana niñera que se quedaba con el bebé durante el día y por la noche él mismo tenía prisa por volver a casa para estar con el niño.
Ya había hecho su documentación, cosa que le llevó mucho tiempo y también le supuso un gasto importante. Pero al final todo salió bien y sin problema ninguno. Trató de encontrar a Marta, pero no lo logró y entonces pensó que se había ido de la ciudad para siempre. Cuando Paco tenía 6 meses vinieron las primeras preocupaciones. El niño se puso muy enfermo. Los médicos cuando lo examinaron encontraron una enfermedad grave que podía terminar muy mal. Ricardo estaba como enloquecido.
Vendió todo lo que tenía, su propiedad, su negocio, su coche. Se endeudó, luego pidió préstamos, pero logró salir adelante. Curó a Paco y pagó su tratamiento en el extranjero y cuando regresó a casa con su hijo se dio cuenta de que tenía que volver a construir su vida de nuevo. Durante mucho tiempo, Ricardo trabajó como un simple guardia de seguridad. Luego se puso a trabajar de conductor de un hombre de negocios de mucho éxito. Este le ofreció un buen salario y poco a poco Ricardo pudo ir pagando sus deudas y recuperándose lentamente de lo vivido.
En algunas ocasiones salía con mujeres, pero todas querían que les perteneciera por completo y se negaban a cuidar de Paco o simplemente no tenían ni idea de cómo hacerlo. ¿Sabes qué? Le decía una de ellas. Si quieres tendremos hijos tú y yo juntos, pero es que no me hace ninguna gracia tener que ocuparme de tu hijo. Es pequeño, estuvo mucho tiempo enfermo. ¿De verdad que no te da pena? Sí que me da pena, por supuesto, pero no puedo hacer nada conmigo misma.
Y créeme, ninguna mujer podría llegar a quererlo como a su propio hijo. Aún así, Ricardo quiso pensar que algún día conocería a una mujer así. Cuando Paco cumplió 6 años, Ricardo comenzó a buscar algún curso de preparación escolar y por casualidad conoció a una mujer que ya había elegido un programa de este tipo para su hija. ¿Sabe? Le dijo, “He encontrado una buena maestra. Ella es capaz de enseñar a cualquier niño. Si quiere, le doy el teléfono.
Así podrá inscribir a su hijo también.” Muchas gracias. Llamaré ahora mismo. Ricardo fue atendido enseguida y fue invitado a una entrevista para una hora más tarde. Se apresuró a llegar a la dirección indicada, pero cuando cruzó el umbral del centro se quedó atónito. La que estaba frente a él era su exmujer Marta. ¿Eres tú? Fue todo lo que pudo decir el hombre. ¿Cómo es posible? ¿Qué estás haciendo aquí? Trabajo aquí. Ah, mira. Estás dispuesta a educar los hijos de los demás, pero al mismo tiempo eres capaz de abandonar a tu propio hijo.
¿Qué madre eres tú? No tienes ni idea de lo que tuve que sufrir para que nuestro hijo volviera a estar sano. Paco estuvo muy enfermo y mientras tú te divertías, yo, aunque no te lo creas, estuve cuidando de él. Lo vendí todo. Me endeudé todavía pagando mis deudas. Y tú viviste como te dio la gana. Ni siquiera has pensado en ir a vernos. Preguntar si tal vez nos hacía falta alguna ayuda. Eres pura basura, Marta. Eres una basura como una casa y no quiero que te acerques al niño.
Ahora Paco solo es hijo mío. Enfurecido, Ricardo le dio la vuelta para irse, pero oyó la voz tranquila de Marta. No, Ricardo, te equivocas. Paco no es tu hijo y no puede serlo porque tuve una niña. ¿Cómo? ¿Qué has dicho? Ha sido mi venganza contra ti, Ricardo. Nunca pensaste más que en ti y solo te querías a ti mismo. ¿Quieres que te recuerde cómo estuviste insistiendo en que hiciera el aborto? El deshacerte de nuestro hijo no era acaso lo único que querías y a mí nunca me tuviste respeto.
Te divertías con tus amantes. Sin pensar siquiera que aquello me iba a doler, me fui para salvar a nuestro bebé y cuando llegó el momento, di a luz a una niña maravillosa a la que llamé Dolores. Junto a mí estaba una amiga de la infancia que se crió conmigo en el orfanato y también estaba a punto de dar a luz. Pero su suerte fue aún peor que la mía. Dio a luz a Paco, cuyo padre era un hombre casado y no sobrevivió al parto.
Entonces tomé a su hijo, cuidé a ambos niños durante los primeros meses y luego decidí llevarte a Paco. Quería que sintieras lo que es abandonar o renunciar a tu hijo. Pero tú no lo abandonaste. Te estuve espiando. Vi cómo lo llevaste al refugio y cómo volviste a por él. para llevarlo de vuelta a casa. Una vez que lo tuviste en tus brazos, ya no pudiste abandonarlo. Tengo que decirte que me dejaste muy sorprendida. No pensé que podrías con todo que no te rindieras, pero no te rendiste y me alegro haberlo hecho de esta manera.
Solo que ahora tendrás que volver a elegir una vez más. Ahora que sabes que Paco no es tu hijo, ¿qué vas a hacer? ¿Seguirás cuidándolo como si fuera tuyo o lo abandonas? Y la nota, ¿por qué allí había una nota? La he memorizado. En ella decías que Paco era mi hijo. Ponía lo siguiente. Este es Paco. Si puedes, llévalo al orfanato tú mismo. Y lo de que era un hijo tuyo, ya te lo inventaste tú. Eres muy cruel, dijo Ricardo sin podérselo creer.
Sí, pero si soy así es por tu culpa. Ya no te voy a hablar de lo mucho que lloré y de las noches que pasé sin dormir. No creas que tuve una vida maravillosa. Al igual que tú, he tenido que pasar por todo. Solo que a diferencia de ti, yo no tenía trabajo, ni hogar, ni dinero. Durante mucho tiempo, el único dinero que vi fue la ayuda que el gobierno nos da a las madres solteras. Luego compré una vieja computadora portátil barata.
Me puse a escribir artículos por encargo y dar clases particulares. Las cosas iban mejorando despacio, pero aún así mejoraron. Y ahora abierto mi propia academia infantil. Así es como hiciste que fuera una mujer fuerte. Tú, Ricardo, a menudo me reprochabas que me tenías que mantener económicamente. Ahora no te necesito y tampoco te necesita nuestra hija. Quiero ver a Dolores. Muy bien, aquí está mi dirección. Marta le escribió el nombre de la calle y el número de la casa en un trozo de papel y se lo entregó a Ricardo.
Ricardo tomó el papel y se fue asombrado, aturdido, aplastado por lo que había sucedido. Durante tantos años se había portado como un tonto, como un tonto sin remedio. Y se burlaron de él, se rieron de él, lo humillaron. Idiota. Menudo idiota. Ricardo llegó a casa y desquiciado arrojó las llaves sobre la mesita de noche. Luego se volvió y vio la mirada de Paco que estaba en la puerta. ¿Qué pasó, papá? ¿Estás triste por algo? No, mi amor.
Ricardo abrazó a su hijo y se dio cuenta de que había hecho su elección por segunda vez. “Vístete. Vamos a ir de visita.” Una hora más tarde, ya estaban en el umbral de Marta y ella. Sonriendo, los invitó a pasar. Papá, ¿quién es ella?”, le preguntó Paco mirando fijamente a esta hermosa mujer de ojos cariñosos. “Pues hijo, es tu madre y ahora nos va a presentar a tu hermana, que también es mi hija. ” “Pero oye, Ricardo”, dijo Marta asombrada.
“Sí, cariño.” Ricardo se inclinó hacia ella y le susurró al oído en sentido de broma. “Esta es mi forma de vengarme de ti. Además, ten en cuenta que aún estamos casados. Tendrás que vivir con nosotros y ahora ya no te dejaré que te me vayas a ningún lado. Y una cosa más añadió ya en serio, gracias por mi hija y por mi hijo. Gracias por haber estado conmigo.
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