Un multimillonario entregó cuatro tarjetas black para poner a prueba a cuatro mujeres, pero lo que compró la empleada lo dejó sin palabras. Ya no puedo más, Julio. Fue una verdadera pesadilla, exclamó Gabriel Sánchez, arrojando su saco con fuerza sobre el sofá de su elegante departamento en la Ciudad de México.
Se tomó una selfie con el póster. Me llamó, mi ex favorito y todavía quiso convencerme de volver brindando con una copa de espumoso. ¿Soy un hombre o una acción valiosa en la bolsa? Julio, su asistente personal desde hace 8 años, lo observaba desde la cocina americana con la calma de quien ya había visto cosas peores. Señor, solo fue una cena. Cena dijo que me extrañaba y el helicóptero. En la misma frase. La gente ya no ve quién soy, solo es saldo en mi cuenta.
Gabriel se dejó caer en el sillón pasándose la mano por el cabello, visiblemente frustrado. Julio respiró hondo. Señor, tal vez ya es momento de descansar un poco, un viaje quizá. Aire fresco. Gabriel lo ignoró. Entonces, con la impulsividad típica de sus momentos de genialidad o locura, tuvo una idea. No, basta. Estoy cansado de apariencias, de sonrisas falsas, de intenciones ocultas. Se dio la vuelta con los ojos brillando. ¿Sabes qué voy a hacer? Me da miedo preguntar. Una prueba, un experimento, un estudio de comportamiento.
Julio entrecerró los ojos. definitivamente no sonaba seguro, señor. Normalmente cuando habla así o alguien termina llorando o lo descubre la prensa, esta vez será diferente. Voy a dar una tarjeta de crédito sin límite a cuatro mujeres que forman parte de mi vida y voy a observar lo que cada una hace con ella, sin instrucciones, sin reglas, solo libertad. Y luego va a juzgarlas a todas. Eso no suena un poco cruel. No las voy a juzgar, solo voy a observar.
Ellas mismas se van a mostrar como son. Puedo al menos preguntar quiénes son las elegidas. Samantha, claro, a ella le encantará. Raquel, mi asistente siempre dice que sabe tomar decisiones estratégicas. Quiero ver sus elecciones fuera de la oficina. Paola también es elegante, pero calculadora, siempre coqueteando conmigo. Y hice una pausa. Y Mayira Julio abrió los ojos sorprendido. Mayira, la empleada. Exacto. La mujer que me amenazó con una cuchara de madera porque toqué su guacamole. Esa misma es la única que nunca me ha pedido nada, nunca me ha tratado como trofeo, siempre está cantando rancheras mientras pasa la aspiradora y me llama Snor Sánchez con una voz aburrida.

Será interesante ver qué hace con poder en sus manos. O peligroso murmuró Julian. Gabriel, esto no es solo una locura. Puede salir muy mal. Gabriel ignoró el comentario. Ya tenía el celular en la mano enviando mensajes para que emitieran las tarjetas. A la mañana siguiente, el departamento estaba especialmente silencioso, lo que normalmente significaba que Gabriel estaba tramando algo. Uno a uno, los sobres negros fueron preparados con los nombres escritos a mano en tinta plateada. Gabriel los organizó con la precisión de un maestro de ajedrez colocando sus piezas.
Raquel fue la primera en llegar, siempre eficiente, con su blazer impecable y tacones afilados. “Buenos días, señor Sánchez. Tengo algo para usted”, dijo entregando el sobre. “Un regalo, un detalle por estar a mi lado. ” Ella arqueó una ceja. “¿Está usted enfermo?” “Todavía no. Disfrútelo. Es suyo por tres días y sin límite.” Salió con un leve rubor en las mejillas y una sonrisa que no ocultaba ambición. Después llegó Paola, vestida como para una sesión de fotos de revista, aunque era martes por la mañana.
“¿Esto es una broma, Gabriel?”, preguntó mirando el sobre con desconfianza. elegante. Es solo un gesto. Gasta lo que quieras por tr días. Paola sonrió como quien ya sabía exactamente qué haría con la tarjeta. Samantha apareció poco después saliendo del elevador como estrella de reality show. Un regalo. Ah, Gabi, sabía que todavía me amas. Apretó la tarjeta entre los dedos con una sonrisa de comercial de pasta dental. Es tuya por tres días. Haz lo que quieras, dijo él manteniendo la sonrisa.
Es solo un detalle nada más. Y entonces llegó Mayira, entró por el lateral de la cocina con un tazón de masa cruda y un trapo al hombro. Buen día, jefe. Ese horno nuevo otra vez está haciendo un ruido raro. Parece que está tociendo. Mayira la llamó Gabriel con una leve de sonrisa. Tengo algo para usted. Le entregó el sobre negro con discreción. Ella lo miró como si le estuviera ofreciendo una invitación de la NASA. ¿Me está despidiendo?
No es solo un regalo, un agradecimiento. Ella abrió el sobre de espacio, vio la tarjeta black y abrió mucho los ojos. Le di pan de plátano ayer y estaba quemado. ¿Está usted bien? Acéptelo, Mayira. Pero, ¿qué se supone que haga con esto? Úsalo como quieras. Es tuyo por tres días. En serio, ¿puedo comprar lo que yo quiera? Sí, y no tiene límite, dijo Gabriel ya saliendo. Horas más tarde, Gabriel estaba en su oficina con un whisky en la mano mirando la Ciudad de México por la ventana de cristal.
“Señor”, dijo Julio entrando. Las transacciones comenzaron a aparecer. “Algo fuera de lo esperado, Julio dudó. Tres paseos en helicóptero, un vestido de 300,000 pesos, reservaciones en hoteles, cinco estrellas.” Nada sorprendente. Gabriel solo asintió. Y la tarjeta de Mayira. Julio revisó la tableta. Compras en una tiendita de barrio, arroz, tperas, pañales, juguetes usados y 200 hot dogs. Gabriel se giró lentamente mirando al asistente. Hot dogs 200. Se recargó en la silla con una sonrisa torcida. Ahora sí tengo mucha curiosidad por saber qué está planeando.
A la mañana siguiente, Gabriel tomaba café cuando Julio apareció con una expresión entre divertida y preocupada. “Señor, llegaron las actualizaciones”, dijo revisando la tableta y son interesantes. Gabriel levantó una ceja. Cuéntame. Bueno, Samantha rentó un helicóptero para hacer una entrada triunfal en el Club Polanco Elite. Al parecer quería que todos los influencers la vieran bajando del cielo como una diosa. También pagó un fotógrafo profesional para documentar el momento. Gabriel casi se atraganta con el café. ¿Hizo qué?
Bajó del helicóptero en medio de la pista de baile. Las redes sociales están que arden. El video ya tiene medio millón de vistas. Dios mío. Y las otras. Julio deslizó el dedo en la pantalla. Paola organizó una fiesta temática en la terraza del hotel Presidente. Tema: Noche de gala benéfica falsa. Invitó a tres columnistas sociales, contrató a un chef famoso y decoradores, todo para salir en la sección de sociedad como la anfitriona más elegante de la temporada.
Gabriel negó con la cabeza riendo sin poder creerlo. Y Raquel, renovación completa del guardarropa. Pasó toda la mañana en las tiendas más caras de la zona rosa. Zapatos italianos, bolsos franceses, vestidos de diseñador. Le dijo al vendedor que estaba invirtiendo en su imagen profesional para conquistar nuevos horizontes. Gabriel se recargó en la silla procesando la información. Y nuestra querida Mayira, ¿desristio de los 200 hot dogs? Julio dudó como si no supiera bien explicarlo. Señor, rentó una camioneta, una camioneta, una van azul medio oxidada y esta mañana compró algunas cosas más.
Un disfraz de payaso, globos de colores y un equipo de sonido portátil. Todo de segunda mano. Gabriel frunció el ceño genuinamente intrigado. Disfraz de payaso. Julio, ¿estás seguro de que no está planeando secuestrar a alguien? Estoy casi seguro de que no, señor, pero conseguí la dirección a donde llevó todo. ¿Cuál es? Un orfanato en la colonia Doctores. Un lugar sencillo, pero bien cuidado. Se llama Casa Esperanza. Gabriel guardó silencio un momento moviendo la taza de café entre las manos.
Casa Esperanza. Señor, ¿quiere que siga monitoreando? No, quiero ir hasta allá. Perdón, ¿escuchaste bien? Quiero ver con mis propios ojos qué está haciendo. Julio abrió la boca para protestar, pero Gabriel ya se estaba levantando. Pero, ¿cómo va a explicar su presencia allá, señor? No puede simplemente aparecerse sin más. Gabriel sonrió con ese brillo en los ojos que siempre tenía cuando se le ocurría una idea. Diré que soy un donador, que apoyo al orfanato regularmente. Así de simple.
Y si Mayira sospecha Julio, ella me ve todos los días limpiando guacamole de la corbata. No va a cuestionar mi capacidad de hacer caridad. Dos horas después, Gabriel estaba frente a un edificio modesto de dos pisos, pintado de amarillo deslavado, con un pequeño jardín al frente donde algunos niños jugaban. El ruido venía del interior, risas fuertes, música alegre y una voz familiar cantando completamente desafinada. Lalá. Feliz cumpleaños a ustedes. Lalá. En esta fecha querida. Gabriel sonrió. Definitivamente era la voz de Mayira tratando de cantar las mañanitas en un tono que haría desmayar a cualquier profesor de música.
Respiró hondo y tocó el timbre. Una señora de unos 60 años con el cabello canoso recogido en un chongo abrió la puerta. Tenía una sonrisa cálida y un delantal lleno de harina. Buenas tardes. ¿Puedo ayudarle? Buenas tardes, señora. Soy Gabriel Sánchez. Soy un donador regular de aquí. Vine a ver si necesitan algo. La mujer lo miró de arriba a abajo, claramente sorprendida por el traje caro y el reloj que costaba más que un coche. Ah, qué bien.
Yo soy Esperanza, la directora. Pase, por favor. Justo hoy tenemos una fiesta especial. Una joven muy amable trajo una celebración para los niños. Gabriel entró y de inmediato fue recibido por una oleada de ruido y alegría. La sala principal estaba transformada, globos de colores colgando del techo, mesas con manteles de plástico coloridos y como 20 niños corriendo de un lado al otro. Y en medio de ese caos, vestida con un disfraz de payaso amarillo y rojo, un poco grande para ella, estaba Mayira.
La nariz roja estaba chueca, la peluca de colores algo despeinada y tenía pintura de dedos en las mejillas. Estaba intentando hacer malabares con tres pelotas de tenis y fracasando espectacularmente. Y ahora, niños, voy a hacer aparecer un conejo. Abrió una caja de cartón y de dentro salió un hot dog. Los niños estallaron en carcajadas. “Tía Mayira, eres la peor maga del mundo”, gritó un niño de unos 8 años. “Oye, escúchame bien, Federico”, respondió ella apuntándole con el hot dog como si fuera una varita mágica.
Soy una payasa, no una maga. Pero puedo convertirte en sapo si sigues hablando así. No hay diferencia. Eres mala en las dos, gritó una niña corriendo a abrazar las piernas de Mayira. Gabriel observaba desde la entrada completamente fascinado. Nunca había visto a Mayira así. Estaba radiante, torpe, graciosa, pero genuinamente feliz. “Señor Sánchez.” La voz de doña Esperanza lo trajo de vuelta a la realidad. ¿Quiere unirse a la fiesta? Antes de que pudiera responder, Mayira lo vio. Su sonrisa desapareció por una fracción de segundo, reemplazada por una expresión de total sorpresa.
“Jefe, ¿qué hace usted aquí?” Los niños voltearon a mirar a Gabriel y de pronto él se sintió como un intruso en un mundo que no le pertenecía. “Yo soy donador aquí”, dijo intentando sonar natural. “Vine a ver si necesitaban algo.” Mayira lo miró por unos segundos claramente procesando la información. Luego su sonrisa volvió, pero ahora con un toque de picardía. Qué coincidencia. Entonces, puede ayudarme con la siguiente actividad. No sé si niños, gritó Mayira aplaudiendo. Hoy tenemos un voluntario especial.
El señor, ¿cómo se llama? Gabriel dudó. Gabriel. El señor Gabriel nos va a ayudar a repartir los premios. Antes de que pudiera protestar, Mayira lo empujó hacia una pila de cajas llenas de juguetes de segunda mano, pero en buen estado. Carritos, muñecas. juegos, libros para colorear. Solo tiene que entregar un juguete a cada niño”, le susurró. “Y trata de no tirar nada.” Gabriel tomó la primera caja y de inmediato tropezó con su propio pie. La caja voló por los aires regando juguetes por todos lados.
Los niños estallaron en risas otra vez. “¡Tío Gabriel es más torpe que la tía Mayira”, gritó Federico. “Oye”, protestó Mayira fingiendo indignación. Nadie es más torpe que yo. Y como para probar su punto, tropezó con su propio pie y cayó sentada en medio de los juguetes rigados. Gabriel no pudo evitarlo, empezó a reír. Una risa genuina, fuerte, como hacía tiempo no sentía. Lo ve, dijo Mayira, todavía sentada en el suelo acomodándose la nariz de payaso. Soy la campeona mundial de los desastres.
Tía Mayira, cuéntanos la historia del dragón”, gritó una niña pequeña saltando a su alrededor. “Quieren historia.” Mayira se levantó dramática. Muy bien. Había una vez un dragón muy malo que vivía en un castillo. Gabriel se encontró sentado en el suelo, rodeado de niños, escuchando a Mayira inventar una historia loca sobre un dragón que en realidad era vegetariano y solo quería ser amigo de los caballeros. Usaba voces diferentes para cada personaje, hacía gestos exagerados y de vez en cuando algún efecto de sonido totalmente fuera de lugar.
Los niños estaban hipnotizados. En un momento, una niñita de unos 5 años empezó a llorar porque derramó jugo sobre su blusa. Mayira inmediatamente detuvo la historia, se agachó junto a la niña y le dijo con la voz más dulce del mundo, “Hola, princesa. ¿Qué pasó? Manché mi blusa nueva.” “Ah, pero eso no es problema. ¿Sabes qué significa eso? La niña negó con la cabeza. Significa que ahora tu blusa tiene una historia y toda historia es especial. Mayira tomó una toallita húmeda y comenzó a limpiar con cuidado la mancha, hablando bajito con la niña hasta que dejó de llorar y volvió a sonreír.
Gabriel sintió algo extraño en el pecho, una sensación que no sabía bien cómo nombrar. La fiesta continuó por dos horas más. Comieron los 200 hot dogs que estaban deliciosos. Jugaron a las escondidas, pintaron caritas con témpera y armaron un desorden épico intentando organizar una presentación de talentos. Cuando el sol empezó a ponerse, llamaron a los niños para la cena y finalmente la sala quedó en silencio. Gabriel y Mayira estaban sentados en el suelo, recargados en la pared, exhaustos y cubiertos de pintura, brillantina y migas de pastel.
Entonces, dijo Mayira quitándose la peluca de payaso y dejando ver el cabello completamente despeinado. ¿De verdad ayudas aquí o inventaste eso solo para espiarme? Cabri el río quitándose un confeti del cabello. Me descubriste. No soy tonta, jefe. Los hombres que usan relojes de 50,000 pesos no suelen hacer caridad en orfanatos de la colonia Doctores. ¿Cómo sabes cuánto cuesta mi reloj? Porque limpié tu casa durante dos años. Conozco cada objeto caro que tienes. Se quedaron en silencio por un momento, observando a doña Esperanza a organizar las obras de la fiesta.
¿Por qué haces esto?, preguntó Gabriel genuinamente curioso. ¿Esto qué? La fiesta. Todo esto venir aquí, cuidar de estos niños, gastar el dinero de la tarjeta en ellos en lugar de en ti. Mayira se encogió de hombros como si la respuesta fuera obvia. ¿Por qué lo necesitan? ¿Y por qué? Bueno, alguien tiene que hacerlo, ¿no? Pero no ganas nada con eso. Ella lo miró como si él hubiera dicho la cosa más rara del mundo. Claro que gano. Mire a su alrededor, jefe.
¿Ha visto tanta alegría junta en otro lugar hoy? Gabriel miró a su alrededor al salón desordenado, con paredes descarapeladas y muebles viejos, pero que había estado lleno de risas genuinas y sonrisas verdaderas durante toda la tarde. “Estos niños son especiales para ti.” Mayira guardó silencio por un momento jugando con un globo desinflado. “Digamos que entiendo lo que es necesitar a alguien que realmente se preocupe.” Algo en su voz hizo que Gabriel sintiera que había mucha más historia detrás.
Pero antes de pudiera preguntar, doña Esperanza se acercó. Mayira, querida, muchísimas gracias por todo. Los niños dicen que fue la mejor fiesta del año. Fue divertido, doña Esperanza. Y mire, señaló a Gabriel, mi jefe aquí dijo que quiere ayudar también. Gabriel sintió todas las miradas sobre él. Doña Esperanza lo miraba con esperanza. Mayira con diversión y se dio cuenta de que acababa de meterse en una situación de la que no sabía cómo salir. Claro”, dijo, intentando sonar confiado.
“Será un placer.” Mayira sonrió y Gabriel tuvo la extraña sensación de que acababa de pasar una especie de prueba que ni siquiera sabía que estaba haciendo. Cuando salieron del orfanato, ya era de noche. Gabriel ofreció llevar a Mayira y durante el trayecto permanecieron en silencio la mayor parte del tiempo. Mayira, dijo él cuando se detuvieron frente al edificio donde ella vivía. Sí, gracias por hoy diferente. Ella sonrió bajando del coche. De nada, jefe. Y la próxima vez que quiera espiarme, solo avíseme.
Yo le enseño a hacer madabares. Bien. Gabriel la vio subir las escaleras y desaparecer en el edificio. Se quedó ahí parado unos minutos más con esa sensación extraña en el pecho. Julio tenía razón. Eso definitivamente podía salir muy mal. Pero por primera vez en años a Gabriel no le importaba. A la mañana siguiente, Gabriel despertó con una sensación extraña. No podía sacarse de la cabeza la imagen de Mayira riendo con los niños, ni la forma cariñosa en que consoló a la niña que derramó jugo en su blusa.
Había algo en ella que lo intrigaba profundamente. Durante el desayuno estuvo jugando distraídamente con el celular hasta que tomó una decisión impulsiva. Mayira llamó cuando ella pasó por la sala cargando una cubeta y productos de limpieza. Sí, jefe”, respondió ella, deteniéndose y mirándolo con esa expresión levemente aburrida que siempre usaba. “¿Qué te parece si tomamos un café esta tarde fuera de aquí?” Mayira casi deja caer la cubeta. Perdón, ¿qué dijo? Un café, tú y yo, en una cafetería normal.
Jefe se golpeó la cabeza ayer en el orfanato porque lo vi tropezarse con esa caja de juguetes y no me golpeé la cabeza, Mayira. Solo quiero platicar contigo. Sin prisa, sin trabajo, solo platicar. Ella lo observó unos segundos como si buscara alguna trampa. Está bien, pero yo elijo el lugar y nada de cafeterías elegantes donde el café cuesta más que mi salario semanal. Gabriel sonrió. Hecho. A las 3 de la tarde, Gabriel se encontraba sentado en una pequeña cafetería en la colonia Roma Norte, un lugar sencillo con mesas de madera gastada y un barista que gritaba los pedidos en voz alta.
Mayira llegó pocos minutos después usando una blusa simple y jeans, el cabello recogido en una coleta desordenada. Entonces, dijo ella, sentándose frente a él y tomando el menú, ¿cuál es la verdadera razón de esta reunión? Me va a despedir y quiere hacerlo en un lugar público para que no arme escándalo. No voy a despedirte, Mayira. Entonces, me va a dar un aumento porque también lo acepto. Gabriel río relajándose un poco. Tampoco. Vaya. Entonces, ¿de verdad solo es para conversar?
Sí. Pidieron sus cafés y durante unos minutos permanecieron en silencio observando el movimiento de la cafetería. Gabriel notó como Mayira saludaba al mesero por su nombre y como él parecía genuinamente contento de verla. ¿Vienes seguido por aquí?, preguntó. Cada semana Diego hace el mejor café con leche condensada de la ciudad y no lo cobra como si fuera oro en polvo. Gabriel sonrió. Ayer estuvo interesante”, dijo rompiendo el hielo. “Interesante es una forma de decirlo. Yo diría que fue un desastre.
Casi tiraste la mitad del orfanato. Oye, tú también te caíste. Yo siempre me caigo. Es parte de mi encanto.” Ambos rieron y Gabriel sintió que la tensión bajaba. “Maira, ¿puedo hacerte una pregunta?” “Sí, pero me reservo el derecho de no contestar si es muy personal o muy tonta. ¿Por qué te importan tanto esos niños?” La sonrisa de Mayira se apagó un poco, pero no desapareció. Es una pregunta complicada. Tengo tiempo. Ella revolvió el azúcar del café pensativa.
¿Sabes dónde crecí, jefe? No tengo idea. En ese mismo orfanato, Casa Esperanza, Gabriel casi tiró la taza. De verdad, mi mamá me dejó ahí cuando era un bebé. Doña Esperanza siempre decía que era muy joven y no tenía forma de criarme. Salí cuando cumplí 18 años. lo dijo con un tono casual, casi despreocupado, pero Gabriel notó algo doloroso detrás de la sonrisa forzada. Mayira, yo no sabía. No pasa nada, no es secreto ni nada, solo que no ando contándolo porque la gente pone esa cara de lástima que tú tienes ahora.
Gabriel trató de cambiar la expresión, pero ella continuó. Esos niños son como yo fui, esperando que alguien se preocupe de verdad, no por obligación, no por caridad, sino porque de verdad quiere estar ahí. ¿Y encontraste eso? Encontré a doña Esperanza. Ella me crió como si fuera su hija. Me enseñó a cocinar, a limpiar, a reírme de mis propias torpezas y me enseñó que la familia no es solo la que comparte tu sangre. Gabriel guardó silencio procesando la información.
De repente todo tenía sentido. La dedicación de ella con los niños, la forma cariñosa de tratar a la directora, la decisión de gastar el dinero de la tarjeta en una fiesta en lugar de en ella misma. Y ahora devuelves lo que recibiste. Exacto. Voy siempre que puedo. Llevo dulces, ayudo en las fiestas. Esos niños merecen saber que hay personas que sí se preocupan por ellos. Eres increíble, Mayira. Ella hizo una mueca. Ay, jefe, ya basta. Ahora sí pareces de novela de las 8.
Lo digo en serio. Lo sé, por eso mismo me da escalofríos cuando te pones sentimental. Gabriel ríó, pero siguió serio. ¿Puedo hacerte otra pregunta? Depende. Ya se está poniendo muy personal esta plática. Nunca tuviste ganas de buscar a tu mamá. El rostro de Mayira cambió sutilmente. La sonrisa seguía ahí, pero más tensa. Lo he pensado, pero luego me pregunto, ¿para qué? Si me quiso dejar, debió tener sus razones y yo tuve una buena vida de todos modos.
Pero, ¿no te da curiosidad? A veces, pero curiosidad y necesidad son cosas diferentes. No la necesito para ser feliz. Gabriel admiró la madurez con la que ella hablaba del abandono sin rencor. Tienes una sabiduría que yo quisiera tener, jefe. Tienes dinero suficiente para comprar una universidad entera. No me vengas a hablar de sabiduría. El dinero no compra lo que tú tienes, Mayira. ¿Y qué tengo? Además de una tendencia a tirar cosas y cantar desafinada. Autenticidad, bondad verdadera, la capacidad de hacer sonreír a los demás.
Mayira lo miró unos segundos, claramente incómoda con los alagos. Bueno, ya estuvo. ¿Me estás poniendo nerviosa, mejor habla de ti. ¿Cómo es que un hombre rico como tú se puso a jugar al Santa Claus repartiendo tarjetas de crédito? Gabriel suspiró. Sinceramente, ¿por qué estoy cansado de gente falsa? Todos los que se acercan a mí quieren algo. Y pensaste que probándonos ibas a descubrir quién era falso y quién no. Algo así. Y descubriste. Gabriel pensó en las transacciones de las otras mujeres.
Helicópteros, fiestas para impresionar, ropa cara. Luego recordó los 200 hot dogs y la alegría genuina de los niños. Creo que sí. ¿Puedo darte un consejo, jefe? Claro. Deja de estar probando a la gente. Si quieres saber quién es verdadero, fíjate en lo cotidiano. La gente se revela sola, solo tienes que mirar bien. Gabriel sonrió. Ella tenía razón como siempre. ¿Cómo te volviste tan sabia? Viviendo y poniendo atención. Tú deberías intentarlo. Terminaron el café hablando de cosas más ligeras.
Mayira contó anécdotas graciosas del orfanato. Imitó a doña Esperanza tratando de controlar a 20 niños al mismo tiempo y logró que Gabriel riera más de lo que había reído en meses. Cuando se despidieron en la puerta de la cafetería, Gabriel se sintió distinto, más ligero de alguna manera. Gracias, Mayira por hoy, por ayer, por todo. De nada, jefe. Y la próxima vez que quieras hacer terapia conmigo, avísame antes. Cobro por sesión. Gabriel regresó a casa con la cabeza llena de pensamientos.
La conversación con Mayira lo había marcado profundamente. Había algo en ella que lo tocaba de una forma que no podía explicar. Pero al llegar al departamento, la realidad lo golpeó como un balde de agua fría. Samantha estaba en la sala conversando animadamente con Raquel y Paola. Las tres parecían estar tramando algo. “Hola, amor”, dijo Samantha levantándose para besarlo en la mejilla. “Llegaste justo a tiempo. Estábamos hablando de ese orfanato que visitaste.” Gabriel frunció el ceño. “¿Cómo supieron que estuve ahí?” Julio lo comentó, dijo Raquel con una sonrisa que no llegaba a los ojos.
Y nos pareció una idea maravillosa. Un proyecto filantrópico sería perfecto para tu imagen pública. “¿Mi imagen pública?” “Claro.” Continuó Paola. acomodándose el cabello. Imagina las posibilidades. Eventos benéficos, campañas de recaudación, alianzas con otras empresas, sería un éxito total. Gabriel las miró sintiendo como algo incómodo se formaba en su estómago. ¿Y cuál sería el papel de ustedes en todo eso? Bueno, dijo Samantha con esa sonrisa ensayada, yo podría ser la embajadora del proyecto. Mi influencia en redes sociales sería perfecta para difundir la causa y yo podría coordinar toda la parte estratégica, añadió Raquel.
Mi experiencia en gestión sería fundamental y yo conozco los mejores contactos de la alta sociedad, analizó Paola. Podría organizar cenas de gala maravillosas. Gabriel las observó notando como cada una ya había encontrado la forma de beneficiarse de la situación. El orfanato, los niños, todo se había convertido en una oportunidad de negocio para ellas. Entiendo, dijo entendiendo la voz neutra. Y Mayira, ¿cuál sería su papel en todo esto? Las tres intercambiaron miradas. Bueno, dijo Samantha dudando, ella podría seguir haciendo lo que hace.
El trabajo pesado, digamos. El trabajo pesado. Exacto. Alguien tiene que encargarse de la parte práctica, ¿no?, dijo Raquel. Nosotras nos ocuparíamos de la estrategia y la imagen. Gabriel sintió una oleada de irritación subir por el pecho. Unas horas antes había hablado con Mayira sobre la autenticidad y la verdadera bondad. Y ahora volvía a casa y se encontraba con tres mujeres tratando de convertir el trabajo sincero de ella en una oportunidad para promocionarse. “Es una idea interesante”, dijo forzando una sonrisa.
“Lo pensaré.” “¡Qué bien”, dijo Samantha acercándose a él. “Sabía que te encantaría la idea. Podemos empezar a planear esta misma semana.” “Claro, hablamos después. ” Gabriel se retiró a su habitación sintiéndose repentinamente agotado. Miró por la ventana hacia la ciudad iluminada. y pensó en la diferencia entre la cafetería sencilla donde había pasado la tarde y la sala lujosa llena de ambiciones vacías que acababa de dejar. Por primera vez empezó a cuestionar seriamente si conocía a las personas a su alrededor tan bien como pensaba.
Y también por primera vez empezó a preguntarse si lo que sentía por Mayira era solo admiración por su bondad o algo mucho más complicado. A la mañana siguiente, Gabriel despertó con una decisión tomada. Era hora de terminar ese experimento y enfrentar las consecuencias. Le pidió a Julio que convocara a las cuatro mujeres a una reunión en su oficina a las 2 de la tarde. “Señor, ¿estás seguro de que es una buena idea?”, preguntó Julio ajustándose los lentes con nerviosismo.
No estoy seguro de nada últimamente, Julio, pero necesito hacerlo. A las 2 en punto, todas estaban reunidas en la sala del departamento. Samantha llegó arreglada como si fuera una sesión de fotos. Raquel vestía un blazer impecable. Baola usaba un vestido que costaba más que un auto pequeño y Mayira apareció con su uniforme de trabajo, sosteniendo un trapo de cocina en las manos. ¿Se puede saber por qué me llamaron?, preguntó Mayira mirando alrededor. Porque tengo que terminar de limpiar la cocina y el horno otra vez está haciendo ruidos raros.
Siéntese, Mayira! Dijo Gabriel señalando un sillón. Prefiero quedarme de pie, así puedo salir corriendo si están planeando algo. Samantha puso los ojos en blanco. Siempre tan dramática. Dramática. Yo. Mayira fingió indignación. ¿Quién fue la que contrató un helicóptero para bajar en una fiesta como si fuera la reina de Inglaterra? Fue una entrada impactante, se defendió Samantha. Impactante es una forma de decirlo. Ridícula es otra. Gabriel Caraspeo llamando la atención. Bueno, las llamé aquí para hablar sobre las tarjetas que les entregué en estos días.
Ah, qué bueno! Dijo Paola sonriendo. Quería agradecerte de nuevo. Fue muy generoso de tu parte. En realidad, Gabriel respiró hondo. No fue generosidad, fue un experimento. El silencio que siguió fue ensordecedor. Samantha fue la primera en reaccionar. Como que experimento, quería observar cómo se comportaría cada una de ustedes con acceso libre al dinero, cómo revelarían sus verdaderas prioridades. Raquel se enderezó en la silla visiblemente molesta. Nos usaste como ratas de laboratorio. Qué elegante, Gabriel, dijo Paola con sarcasmo.
Muy maduro de tu parte. Mayira permaneció en silencio, pero Gabriel notó que tenía los puños cerrados. ¿Por qué hiciste esto?, preguntó Samantha con la voz ligeramente temblorosa. No confías en nosotras, sinceramente, no. No confío en nadie desde hace mucho tiempo. Qué linda forma de enterarnos, murmuró Raquel engañándolos. Gabriel miró a Mayira que seguía callada, pero su rostro mostraba una mezcla de enojo y decepción. Mayira, ¿no vas a decir nada? ¿Qué quieres que diga? Respondió ella con una frialdad poco común.
Felicidades por hacerme quedar como una tonta. No era mi intención. No. Entonces, ¿cuál era tu intención, jefe? Divertirte. Porque fue muy divertido descubrir que mientras yo organizaba una fiesta para niños huérfanos, tú me observabas como si fuera un animal en el zoológico. Samantha, recuperándose del impacto inicial, trató de retomar el control de la situación. Bueno, independientemente de los métodos cuestionables, creo que todas salimos bastante bien en la prueba. Ah, sí, dijo Mayira girándose hacia ella. Cuéntanos cómo estuvo tamban bien gastado ese dinero en el helicóptero.
Fue una estrategia de marketing personal muy efectiva. Marketing personal, repitió Mayira con la cabeza. Claro. Y tú, Raquel, ¿cuánto costaron esos zapatos que compraste más que el sueldo de una maestra? Invertir en la imagen profesional es fundamental para para qué, para impresionar a quién. Mayira claramente estaba perdiendo la paciencia. Y tú, Paola. Esa fiesta para columnistas sociales sirvió para ayudar a alguien más que a ti misma. No tengo que justificarme contigo, respondió Paola. Claro que no. Total, yo solo soy la empleada doméstica.
No. Gabriel observaba la discusión con un creciente malestar. La situación se estaba saliendo de control rápidamente. Mayira, tranquila, tranquila. Se volvió hacia él. ¿Quieres que esté tranquila después de descubrir que todo fue una mentira? No fue todo una mentira. La tarjeta era real. El dinero era real, pero la confianza era falsa, el regalo era falso. Me lo diste como si fuera un gesto amable y en realidad me estabas poniendo a prueba como si yo fuera una empleada sospechosa.
Raquel, que había estado callada unos minutos, decidió atacar. Sinceramente, Mayira, te estás haciendo la víctima. Todas fuimos puestas a prueba. La diferencia es que tuviste suerte de elegir la opción políticamente correcta. Políticamente correcta. Mayira se volvió hacia ella. con los ojos brillando de rabia. Exacto. Ayudar al orfanato fue una jugada inteligente. ¿Sabías que eso impresionaría a Gabriel? El silencio que siguió fue tenso. Gabriel notó un cambio en el rostro de Mayira, una frialdad que nunca antes había visto en ella.
“¿Crees que ayudé a esos niños para impresionar a alguien? ¿No te parece una coincidencia muy conveniente?”, insistió Raquel. “Justo tú, que trabajas en su casa, eliges la opción más altruista.” Raquel. Gabriel intentó intervenir, pero Mayira fue más rápida. “Déjame explicarte algo, querida”, dijo Mayira acercándose a Raquel con una sonrisa que no tenía nada de amable. “Yo ayudo a ese orfanato desde hace 5 años, mucho antes de conocer a tu jefe. Visito a esos niños cada semana, llevo comida cuando puedo, paso mis domingos ahí organizando actividades.” ¿Y sabes por qué?
¿Por qué? Preguntó Raquel ya perdiendo la seguridad. Porque yo crecí ahí, porque sé lo que es. no tener a nadie que se preocupe por ti, porque esos niños merecen saber que hay personas que se interesan por ellos sin esperar nada a cambio. Raquel abrió la boca, pero no pudo decir nada. Y ¿sabes qué más? Continuó Mayira. Ni siquiera iba a aceptar esa tarjeta. Al principio pensé que era un error que me había confundido con otra persona, porque gente como ustedes no suele darle nada a gente como yo sin tener un motivo detrás.
Mayira. Gabriel intentó de nuevo. No, déjame terminar, dijo ella aún mirando a Raquel. ¿Crees que hice eso para impresionar? Tú pasaste años viendo cómo limpio esta casa, cómo la cuido mejor que mi propia vida, cómo trabajo más horas de las que cualquier persona debería trabajar. Y aún así piensas que necesito impresionar a alguien para conservar mi empleo. Yo no quise decir si quisiste. Quisiste minimizar lo que hice porque no puedes aceptar que alguien haga algo bueno sin tener un interés personal.
Porque así es como funcionan ustedes. Paola decidió intervenir. No hace falta ser grosera, Mayira. Solo estamos. ¿Solo qué? Mayira también se volteó hacia ella, intentando justificar que usaron el dinero en ustedes mismas mientras yo lo usé en otras personas, buscando un motivo oculto en lo que hice para sentirse mejor con sus propias decisiones. “Ya basta”, dijo Gabriel poniéndose de pie. “Esto ya fue demasiado lejos.” Tienes razón, asintió Mayira arrojando el trapo de cocina sobre la mesa. Realmente fue demasiado lejos.
Empezó a caminar hacia la puerta, pero se detuvo y se volvió una última vez. ¿Saben cuál es la diferencia entre nosotras, chicas?”, dijo mirando a las tres mujeres. “Ustedes necesitaron dinero para mostrar quiénes son en realidad. Yo solo necesité una oportunidad.” Y dicho eso, salió del salón dejando un silencio pesado tras de sí. Gabriel se quedó parado en medio del lugar, sintiendo que acababa de perder algo importante sin saber exactamente qué. Bueno,”, dijo Samantha rompiendo el silencio.
“Eso fue intenso. Ella siempre fue dramática”, murmuró Raquel. Pero su voz ya no tenía la misma seguridad de antes. “Tal vez deberíamos irnos”, sugirió Paola claramente incómoda. Gabriel solo asintió con la cabeza, aún procesando lo que había pasado. Después de que todas salieron, él se quedó solo en la sala, mirando el trapo de cocina que Mayira había dejado sobre la mesa. Era un trapocillo con bordados destenidos, pero olía a comida casera y al detergente que ella siempre usaba.
Julio apareció en la puerta dudando. “Señor, ¿todo bien? No, Julio, no está bien. ¿Quiere que llame a la señorita Mayira? Gabriel negó con la cabeza. No creo que quiera hablar conmigo ahora. Se sentó en el sillón que Mayira había rechazado, tomó el trapo de cocina y se quedó mirándolo. Por primera vez desde que comenzó ese experimento loco, Gabriel se preguntó si no había cometido el mayor error de su vida y también por primera vez se dio cuenta de que tal vez había perdido a la única persona que realmente se preocupaba por él.
Sin esperar nada a cambio. Después de que Mayira salió dando un portazo, las tres mujeres permanecieron en la sala intercambiando miradas incómodas. Gabriel estaba parado junto a la ventana, visiblemente afectado por el enfrentamiento. Samantha fue la primera en romper el silencio. Gabriel, ¿puedo saber por qué exactamente creíste necesario engañarnos de esa forma? Su voz tenía un tono herido, pero calculado. Ya lo expliqué. Quería ver cómo reaccionaban. ¿Pero por qué? Insistió Raquel. ¿No confías en nosotras después de todos estos años?
Gabriel se volvió hacia ellas, aún sosteniendo el trapo de cocina de Mayira. ¿De verdad quieren saber? Claro”, dijo Paola acomodándose el cabello con nerviosismo. “Porque estoy cansado de las apariencias, cansado de la gente que se me acerca solo por lo que tengo, no por lo que soy.” “Eso no es justo,”, protestó Samantha. “Nunca se trató de dinero entre nosotras. No. Entonces, ¿por qué lo primero que hiciste fue rentar un helicóptero para impresionar a los demás? Solo fue diversión y estrategia de imagen.
Exacto. Estrategia. Siempre estrategia. Gabriel negó con la cabeza. ¿Y tú, Raquel? Renovar todo tu guardarropa también fue estrategia. Invertir en la imagen profesional es importante para avanzar en la carrera. Y usar mi dinero para eso no te molestó ni un poco. Raquel dudó. Dijiste que era un regalo. Dije que era un regalo, pero en el fondo no cuestionaron nada. No preguntaron por qué, no dudaron, simplemente lo aceptaron como si fuera un derecho. Paula cruzó los brazos. ¿Y qué esperabas que hiciéramos?
¿Que lo rechazáramos? Esperaba honestidad. Esperaba que al menos una de ustedes preguntara el motivo o que usaran el dinero pensando en otras personas, no solo en sí mismas. Como lo hizo Mayira”, dijo Samantha con un tono levemente ácido. Exacto. Como lo hizo Mayira. Gabriel, dijo Raquel intentando un enfoque más diplomático. Entendemos tu decepción, pero sinceramente seguimos creyendo que nuestras decisiones fueron válidas. No hay nada de malo en cuidarse, en invertir en una misma. No hay nada de malo, ¿no?
Pero sí hay algo revelador. ¿Revelador de qué? Preguntó Paola. ¿De qué ustedes piensan primero en ustedes mismos? Siempre. Las tres mujeres intercambiaron miradas claramente molestas con la acusación. Bueno, dijo Samantha poniéndose de pie, si así te sientes sobre nosotras, tal vez deberíamos replantearnos algunas cosas. Tal vez sí, asintió Gabriel. Una por una se fueron dejando a Gabriel solo con sus pensamientos y el molesto ruido del horno descompuesto. A la mañana siguiente, Gabriel despertó con una idea fija en la cabeza.
Necesitaba arreglar las cosas con Mayira, pero también quería hacer algo más grande, algo que realmente valiera la pena. La encontró en la cocina moviendo una olla con gestos bruscos que dejaban claro que aún estaba molesta. Mayira, “¿Qué quieres?”, preguntó sin voltear. “Quiero pedirte perdón.” Acepto. Ahora déjame terminar esto que se va a pegar la salsa y quiero proponerte algo. Mayira suspiró y se dio la vuelta, sosteniendo la cuchara de madera como si fuera un arma. ¿Qué clase de cosa?
Porque si es otra prueba, le juro que voy a usar esta cuchara para algo que no es comida. Gabriel casi sonró. No es una prueba, es una propuesta seria. Quiero apoyar oficialmente al orfanato, crear un proyecto real con recursos constantes, mejoras en la estructura, programas educativos. Mayira lo miró con desconfianza. ¿Y dónde está la trampa? No hay trampa, pero quiero que tú seas la responsable del proyecto. Yo. Mayira casi dejó caer la cuchara. Jefe, yo limpio casas, no administro proyectos.
Conoces a los niños, conoces las necesidades, tienes la confianza de doña Esperanza. Nadie es más calificada que tú, Gabriel. Apenas logré terminar la prepa. ¿Cómo voy a presentar un proyecto así frente a inversionistas? Aprendes, yo te ayudo. Contratamos consultores, hacemos capacitaciones, pero el alma del proyecto tiene que ser tuya. Mayira se quedó callada unos segundos, moviendo la salsa pensativamente. ¿Por qué quieres hacer esto? Porque ayer me di cuenta de algo. Tenías razón en todo. Sobre cómo las personas se revelan solas, sobre que no necesito poner a prueba a nadie y sobre todo que perdí el enfoque de lo que realmente importa.
¿Y qué es lo que realmente importa? Hacer una diferencia en la vida de las personas. De verdad, no por marketing, no por estatus, porque es lo correcto. My lo observó por un largo momento. Y si arruino todo, ¿y si digo algo incorrecto frente a gente importante? Entonces nos reímos y lo arreglamos. Mayira, ¿no puedes arruinar algo que viene del corazón? Ella suspiró. Está bien, pero voy a necesitar mucho entrenamiento y paciencia, mucha paciencia. Tenemos tiempo. ¿Y cuándo sería ese evento de lanzamiento?
En dos semanas. Mayira abrió los ojos sorprendida. Dos semanas, Gabriel. Necesito dos años para prepararme para hablar en público. Va a salir bien. Confía en mí. Famosas últimas palabras. Los días siguientes fueron una comedia de errores. Gabriel transformó una de las salas del departamento en un centro de entrenamiento y todas las mañanas encontraba a Mayira ahí tratando de memorizar discursos. “Damas y caballeros”, decía frente al espejo gesticulando dramáticamente. Es un gran placer presentar presentar. Gabriel, ¿cómo era la parte del placer?
Honor. Es un gran honor. Ah, cierto, damas y caballeros, es un gran honor presentar. Tropezó con su propio pie y tiró una pila de papeles. Ay, Dios mío. Voy a hacer el ridículo. Ya lo hiciste literalmente y fue un éxito. Hacer el ridículo con niños es diferente. Los niños perdonan cualquier cosa, los adultos ricos no. Gabriel rió ayudándola a recoger los papeles. Mayira, deja de preocuparte tanto. Habla desde el corazón. Mi corazón está latiendo demasiado rápido como para decir algo coherente.
Una mañana Gabriel la encontró en la cocina practicando el discurso mientras preparaba el desayuno. Y por eso creemos que todo niño merece una oportunidad, dijo volteando un hotcake con un movimiento elegante. Luego tropezó y casi se le cae el sartén. Ay caray. Cuidado con el lenguaje bromeó Gabriel. Va a haber gente fina en el evento. ¿Quiere que hable bonito o que sea yo misma? Porque hacer las dos cosas al mismo tiempo está siendo un reto. Sé tú misma.
Eso es exactamente lo que ellos necesitan ver. Mayira lo miró mientras ponía los hotcakes en el plato. ¿Estás seguro de eso? Porque puedo ser muy intensa cuando me pongo nerviosa. ¿Cómo que intensa? ¿Recuerdas la vez que se descompuso la lavadora y estuve dos horas gritándole como si fuera una persona? Gabriel Río. Sí, me acuerdo. Fue divertidísimo para ti. Yo estaba teniendo una crisis nerviosa. Mayira, eres graciosa, cariñosa, honesta y apasionada por lo que haces. Eso es exactamente lo que necesitamos.
Ella se quedó en silencio revolviendo el café. ¿De verdad crees que puedo lograrlo? Estoy seguro. Y si empiezo a tartamudear, yo estaré ahí. Si necesitas, te hago una señal para que respires. Y si se me olvida todo, improvisa. Eres buenísima improvisando y si me tropiezo al subir al escenario, te levantas, sonríes y continúas. La gente lo va a encontrar encantador. Mayira lo miró con una expresión entre gratitud y pánico. Gabriel, ¿puedo hacerte una pregunta? Claro, porque esto es tan importante para ti y no me digas que es solo por el orfanato.
Gabriel se quedó en silencio un momento, revolviendo el café. Porque me hiciste darme cuenta de que estaba viviendo en piloto automático, haciendo las cosas correctas por los motivos equivocados. Y tú, tú haces todo por los motivos correctos, aunque sea difícil. Eso no responde a mi pregunta. Claro que sí. Me hiciste querer ser una mejor persona, Mayira, y este proyecto es mi forma de intentarlo. Ella se quedó mirándolo por unos segundos y Gabriel sintió que algo estaba cambiando entre ellos.
una tensión distinta, más suave, pero también más intensa. “Está bien”, dijo ella finalmente. “Pero si hago el ridículo como payasa, compartes la responsabilidad conmigo. Trato hecho y me vas a tener que enseñar a usar tacones porque no voy a presentar ningún proyecto en tenis. Puedo intentarlo, pero no garantizo que no terminemos los dos en el suelo.” Mayira sonrió por primera vez desde la discusión. “Por lo menos vamos a caer juntos.” Gabriel le devolvió la sonrisa. sintiendo que tal vez por fin estaba en el camino correcto.
Dos semanas después, Gabriel despertó antes que el despertador. El gran día había llegado y el salón del hotel presidente estaba reservado para la noche más importante en la vida de Mayira y quizás en la de él también. En la cocina encontró a Mayira ya despierta tomando café y mirando fijamente una hoja de papel. “Buenos días”, dijo él notando que ella estaba pálida. “¿Cómo te sientes?” como si fuera a lanzarme en paracaídas sin saber si se va a abrir”, respondió ella sin apartar la vista del papel.
Revisé el discurso 500 veces. Creo que me lo sé de memoria, o al menos eso espero. ¿Quieres ensayar una vez más? Si ensayo otra vez, voy a olvidar todo. Es como cuando repites una palabra muchas veces y pierde el sentido. Gabriel rió sirviéndose café. Vas a estar bien. ¿Recuerdas lo que acordamos? Respirar, hablar despacio y si tropiezo levantarme y seguir como si fuera parte del espectáculo. Exacto. Mayira por fin lo miró. Gabriel, ¿puedo pedirte un favor? Claro.
Si hago demasiado el papel de payasa, hoy, me prometes que nunca más me harás pasar por esto. Lo prometo, pero también te prometo que vas a estar increíble. Optimista. El día pasó rápido. Por la tarde, Mayira desapareció para arreglarse y Gabriel se dedicó a revisar los últimos detalles con el equipo del hotel. El salón estaba precioso, mesas elegantemente decoradas, un escenario pequeño pero bien montado y una exposición de fotos de los niños del orfanato que hacía sonreír a cualquiera.
A las 7 de la noche, los invitados comenzaron a llegar. Empresarios, socialit, influenciadores digitales y representantes de varias ONGs llenaron el salón. Gabriel saludaba a todos, pero no podía dejar de mirar la entrada, esperando a que apareciera Mayira. Cuando finalmente entró, Gabriel casi dejó caer la copa de vino. Mayira llevaba un vestido azul marino simple pero elegante que resaltaba sus ojos, el cabello recogido en un chongo bajo con algunos mechones sueltos que marcaban su rostro. Había logrado dominar el tacón medio y caminaba con cuidado, pero con dignidad.
“Vaya”, murmuró Julio apareciendo junto a Gabriel. Se ve hermosa. Sí, asintió Gabriel caminando hacia ella. ¿Cómo me veo?, preguntó Mayira cuando él se acercó. Parezco una empleada disfrazada de dama elegante. Estás perfecta, dijo Gabriel ofreciéndole el brazo. Y no estás disfrazada de nada. Estás siendo tú misma, solo un poco más formal. Si tú lo dices, pero estos zapatos son instrumentos de tortura. ¿Cómo logran las mujeres usarlos todos los días, práctica y masoquismo? Caminaron por el salón. Gabriel presentando a Mayira con los invitados.
Ella estaba nerviosa, pero lo hacía bien, contestando preguntas sobre el orfanato con pasión genuina y sacando sonrisas con sus comentarios espontáneos. ¿Y desde hace cuánto trabaja en proyectos sociales?, preguntó una señora elegante. Oficialmente, desde ayer, respondió Mayira arrancando una carcajada de la mujer, pero no oficialmente desde hace 5 años. La diferencia es que ahora tengo gente inteligente que me ayuda a no arruinar todo. Gabriel sonrió, orgulloso de cómo estaba manejando la situación. Cuando llegó el momento de la presentación, Mayira se dirigió al escenario.
Gabriel se quedó en primera fila, listo para darle apoyo moral si lo necesitaba. “Señoras y señores,” comenzó Mayira con la voz un poco temblorosa pero clara. Es para mí un gran on. Tropezó ligeramente con el tacón y por un momento pareció que iba a caer. Un murmullo recorrió el salón. Mayira recuperó el equilibrio, respiró hondo y sonrió. Disculpen, todavía me estoy acostumbrando a estos zapatos. Como les decía, es para mí un gran honor hablar hoy con ustedes sobre un proyecto que está muy cerca de mi corazón.
Gabriel se relajó. Ella se había recuperado bien. La casa Esperanza no es solo un orfanato”, continuó Mayira ganando confianza. Es un hogar para niños que, como tuvieron que encontrar familia en lugares inesperados. La presentación iba muy bien. Mayira hablaba con pasión sobre las necesidades de los niños, sobre los sueños y esperanzas de cada uno, sobre cómo los pequeños gestos podían hacer grandes diferencias. Entonces, en medio de una frase sobre la importancia de la educación, ocurrió el desastre.
Mayira hizo un gesto demasiado amplio y golpeó la mesa junto al escenario. Una charola con copas de champaña salió volando, derramando la bebida sobre un hombre de traje caro en la primera fila. El silencio fue inmediato y lleno de incomodidad. El hombre se levantó empapado mirando su traje arruinado. Gabriel lo reconoció de inmediato. Rodrigo Mendoza, uno de los empresarios más importantes de la ciudad y posible gran inversionista del proyecto. “¡Ay, Dios mío!”, murmuró Mayira bajando del escenario rápidamente.
“Señor, lo siento mucho. Joe, mi traje”, dijo Mendoza con una expresión que podía significar cualquier cosa. Gabriel se levantó enseguida y fue hacia ellos. Rodrigo, mil disculpas, fue un accidente. Vamos a encargarnos de la limpieza. No, dijo Mendoza levantando la mano. No se preocupen. Mayira estaba visiblemente mortificada. Señor, yo pago la limpieza o un traje nuevo o ambos. Yo. Mendoza la miró por unos segundos y luego inesperadamente empezó a reír. ¿Sabe una cosa? dijo aún riendo. Hace años que no voy a un evento donde pase algo imprevisto.
Ya me estaba aburriendo. El alivio en el rostro de Mayira fue evidente. No está enojado. Estoy empapado, pero no estoy enojado. Continúe con su presentación. Ahora tengo aún más curiosidad por escuchar lo que tiene que decir. Gabriel sintió una oleada de admiración por Mayira, incluso en pánico, ella se preocupaba por hacer lo correcto. ¿Estás seguro? preguntó ella. ¿Completamente? Solo préstenme una toalla. El resto de la presentación fue mágico. Mayira, tal vez liberada por la atención del momento, habló con aún más autenticidad.
Contó historias graciosas sobre los niños, explicó los planes con sencillez y pasión y terminó con una frase que quedó grabada en la mente de todos los presentes. Estos niños no necesitan lástima, necesitan oportunidades. Y a veces todo lo que un niña necesita es alguien que crea que puede ser más que sus circunstancias. El aplauso fue cálido y sincero. Después de la presentación, los invitados se acercaron a Mayira para hacer preguntas y ofrecer ayuda. Gabriel la observaba desde lejos, viéndola brillar de una forma que nunca antes había visto.
Ella es especial, dijo una voz detrás de él. Gabriel se dio la vuelta y vio a Mendoza ahora usando una camisa prestada del hotel. Sí que lo es, coincidió Gabriel. Elegiste bien a la representante del proyecto. Tiene algo que no se puede enseñar. Autenticidad. Gracias, Rodrigo y Gabriel, puedes contar con mi apoyo. Cualquier proyecto que inspire ese tipo de pasión merece respaldo. Cuando el evento por fin terminó y los últimos invitados se fueron, Gabriel y Mayira se quedaron solos en el salón vacío, sentados en una de las mesas aún procesando lo que había ocurrido.
“No puedo creer que lo logré”, dijo Mayira quitándose los zapatos y masajeándose los pies. Y no puedo creer que le lancé champaña al hombre más importante de la noche. No se la lanzaste. Fue un accidente y a él le encantó. Menos mal. Por un momento pensé que iba a tener que huir del país. Gabriel rió. Estuviste increíble, Mayira. Desde el momento en que subiste al escenario hasta ahora, incluso con el accidente fuiste perfecta. Perfecta no, pero fui yo misma.
Y al parecer eso funcionó. Se quedaron en silencio unos minutos observando el salón vacío donde horas antes había pasado algo especial. “Gabriel”, dijo Mayira suavemente. “Sí, gracias por creer en mí, por darme esta oportunidad, por todo. Gracias a ti por mostrarme lo que realmente importa.” Ella lo miró y Gabriel sintió que algo cambiaba entre ellos. La tensión que venía creciendo desde hacía semanas finalmente llegaba a su punto de no retorno. Gabriel se acercaron lentamente, como probando un territorio desconocido.
Cuando sus labios por fin se encontraron, fue suave, dudoso al principio, luego más firme. El beso fue todo lo que Gabriel no sabía que estaba buscando. Dulce, genuino, lleno de promesas no dichas. Cuando se separaron, Mayira sonrió con timidez. Eso no estaba en el plan de la noche. Las mejores cosas nunca lo están, respondió Gabriel tocando con suavidad el rostro de ella. Afuera del salón, escondidas detrás de una columna, Samantha y Raquel observaban la escena con expresiones muy distintas a la alegría.
“¿Viste eso?”, susurró Samanta con los ojos brillando de enojo. “Lo vi”, respondió Raquel igual de molesta. “Y ahora nos vamos a quedar viendo cómo la empleada consigue lo que debería ser nuestro.” Ni pensarlo. Es hora de mostrarle a Gabriel quién es realmente Mayira. ¿Y cómo piensas hacerlo? Samantha sonrió. Pero no fue una sonrisa bonita. Déjamelo a mí. Tengo algunas ideas. Mientras tanto, en el salón vacío, Gabriel y Mayira seguían conversando en voz baja, ajenos a las tormentas que se estaban formando a su alrededor.
Por unas horas, el mundo era solo de ellos dos. En los días siguientes al evento, Gabriel descubrió que el éxito traía sus propias complicaciones. El teléfono no dejaba de sonar con invitaciones a reuniones, propuestas de alianzas y solicitudes de entrevistas. Y en todas esas conversaciones las personas querían hablar con Mayira. Gabriel, el consejo directivo de la Fundación Esperanza quiere agendar una reunión”, dijo Julio entrando a la oficina con un montón de recados en la mano. Y el señor Mendoza llamó tres veces pidiendo hablar con Mayira.
“Tres veces.” dijo que tiene algunas ideas para expandir el proyecto y quiere hablar con ella en persona. Gabriel frunció el seño. Rodrigo Mendoza era conocido no solo por los negocios, sino también por su reputación con las mujeres. Agenda la reunión, pero yo voy con ella. Señor, él pidió específicamente hablar con Mayira a solas. Dijo que quería una conversación más informal. La irritación de Gabriel fue inmediata e inesperada. A solas. Esas fueron sus palabras. Gabriel se quedó pensativo.
No tenía derecho a interferir en los compromisos profesionales de Mayira, pero la idea de Mendoza intentando acercarse a ella lo incomodaba más de lo que quería admitir. En ese momento, Mayira entró cargando una canasta de ropa. Julio, ¿viste mi lista de contactos? Doña Esperanza quiere que llame a algunos proveedores, pero no encuentro el papel por ningún lado. Está en la mesa de la cocina, respondió Julio. Ah, y tienes recados. El señor Mendoza quiere invitarte a almorzar. Almorzar.
Mayira pareció sorprendida para hablar del proyecto. Supongo que sí, dijo Julio evitando mirar a Gabriel. Qué bien, parece una persona muy interesante. Y después de que le tiré champaña encima, pensé que no querría volver a verme. Gabriel observó la emoción genuina de Mayira y sintió algo incómodo revolverse en el estómago. Mayira, ¿estás segura de que es una buena idea? Mendoza tiene cierta reputación. ¿Qué tipo de reputación? Preguntó ella dejando la canasta con mujeres jóvenes. Es conocido por mezclar negocios con otros intereses.
Maera lo miró con expresión divertida. Gabriel, ¿me estás advirtiendo sobre los peligros de almorzar con un empresario? ¿Estoy siendo realista o celoso? La palabra quedó flotando entre ellos. Gabriel se dio cuenta de que eso era exactamente lo que sentía. Y ese descubrimiento no es celoso. Solo estoy preocupado. ¿Precupado por qué? Porque crees que no puedo defenderme sola. No es eso. Entonces, ¿qué es? Porque desde la noche del evento estás actuando raro. Gabriel dudó. Julio, al notar la tensión se retiró discretamente.
Es complicado, Mayira. ¿Complicado cómo? Él suspiró. Lo que pasó entre nosotros la noche del evento cambió algo, al menos para mí. Para mí también, admitió ella bajando la voz. Pero eso no me da derecho a controlar con quién almuerzas, ¿verdad? Claro que no. Tienes razón. Perdón. Mayira estudió su rostro por unos segundos. Gabiel, ¿podemos hablar? ¿En serio? Claro, aquí no. Vamos a caminar. Necesito aire fresco. Salieron al parque cercano al departamento. Era una tarde agradable y Mayira caminó en silencio unos minutos antes de hablar.
¿Puedo decirte algo que quizá no quieras oír? Claro, tengo miedo. Gabriel dejó de caminar. ¿Miedo de qué? De todo esto, del proyecto, de los compromisos, de las personas importantes que quieren hablar conmigo y sobre todo de nosotros. ¿Por qué tienes miedo de nosotros? Mayira se sentó en una banca y Gabriel se sentó junto a ella. Porque venimos de mundos completamente distintos, Gabriel. ¿Tú creciste con dinero, educación, oportunidades. Yo crecí en un orfanato apenas terminé la secundaria y hasta la semana pasada mi única preocupación era si el horno iba a dejar de hacer ese ruido raro.
¿Y eso importa? Claro que importa. Ayer estuve en un evento lleno de gente rica e influyente. Todos fueron amables conmigo, pero vi en sus ojos. ¿Quién es esta chica y qué hace aquí? ¿Estás imaginando cosas? No estoy. ¿Y sabes qué más? Tienen razón, yo no pertenezco a ese mundo. Cabrian se volvió hacia ella. Mayira, causaste más impacto en una noche que la mayoría de esa gente en años enteros. Perteneces a donde tú decidas estar. Eso lo dices ahora.
Pero y cuando pase la novedad y cuando te des cuenta de que no sé usar los cubiertos correctos en una cena que no entiendo de vinos caros, que me río muy fuerte, entonces me reiré contigo. ¿Y a quién le importa qué cubiertos usar? Mayira sonrió con tristeza. A ti te importa, tal vez no ahora, pero te importará. La gente como tú siempre se fija en eso al final. Gabriel sintió un nudo en el pecho. Había un dolor real en su voz, una vulnerabilidad que iba mucho más allá del miedo a lo nuevo.
Gente como yo, rica, importante, acostumbrada a la elegancia y la sofisticación. Mayira, la elegancia no tiene nada que ver con el dinero. Tú eres la persona más elegante que conozco. No lo soy, Gabriel. Soy torpe, ruidosa y digo lo que pienso sin filtro. Puedo aprender a usar tacones y memorizar discursos, pero en el fondo seguiré siendo la chica que creció sin familia y que limpia casas para vivir. Y yo voy a seguir siendo el tipo que estaba tan perdido en su propia vida que necesitó de una empleada doméstica para enseñarme lo que realmente importa.
Mayira lo miró sorprendida por la sinceridad. Gabriel, ¿tú crees que yo no tengo miedo también? ¿Crees que no me asusta la idea de que un día te des cuenta de que solo soy un hombre rico y vacío que intenta comprarle sentido a la vida? Tú no eres vacío. ¿Cómo puedes estar tan segura? Antes de ti, mi mayor preocupación era decidir qué coche usar para ir a trabajar. Todas mis relaciones eran por conveniencia o interés mutuo. Ni siquiera sabía el nombre del portero de mi edificio.
Y ahora lo sabes. Eduardo tiene tres hijos y está terminando una carrera en contaduría. Mayira sonrió por primera vez desde que empezaron a hablar. ¿Cómo no supiste? Tú siempre lo saludas por su nombre. Entonces empecé a prestar atención. Gabriel, ¿puedo hacerte una pregunta? Claro. ¿Qué ves en mí? De verdad. Él pensó por un momento. Veo a alguien que sabe quién es y no tiene miedo de serlo. Veo a alguien que se preocupa más por hacer sonreír a los demás que por impresionar a nadie.
Veo a alguien que convirtió el abandono en amor, la carencia, en generosidad. ¿Estás romantizando? Estoy siendo honesto. Mayira, tú me hiciste sentir cosas que no sabía que podía sentir. Me hiciste querer ser mejor, no para impresionar a nadie, sino porque tú mereces a alguien mejor. No necesito a alguien mejor, necesito a alguien verdadero. Entonces somos dos, porque yo tampoco necesito a alguien más sofisticado. Necesito a alguien que me haga reír, que me rete, que me recuerde mirar más allá de mí mismo.
Se quedaron en silencio unos minutos observando a la gente pasar por el parque. Gabriel, si vamos a intentar esto, ¿esto que hay entre nosotros? Tiene que ser despacio, ¿de acuerdo? Porque yo no sé cómo moverme en tu mundo y yo no sé cómo ser real en el mío. Aprendamos juntos. Y sobre Mendoza. Gabriel rió. Almuerza con él. Solo si hace algo inapropiado. Dime. Sí, acuerdo. Pero sé defenderme, ¿eh? No por nada llevo una cuchara de madera en la bolsa.
No llevas una cuchara de madera en la bolsa. No. Mayira abrió su bolsa y mostró una pequeña cuchara de madera. Nunca se sabe cuándo se puede necesitar. Gabriel soltó una carcajada. Eres increíble. Lo sé. Es parte de mi dudoso encanto. Mientras ellos conversaban en el parque al otro lado de la ciudad, en un café elegante de la zona rosa, Samantha y Raquel tramaban. “¿Conseguiste la información?”, preguntó Samantha, revolviendo distraídamente su café. “Sí”, respondió Raquel, revisando su celular.
Mayira no tiene estudios superiores. Ha trabajado en tres casas diferentes antes de la de Gabriel y tiene un historial de, digamos, inestabilidad emocional. inestabilidad emocional. En su último trabajo discutió con la patrona y se fue sin avisar. Perfecto. Y sobre el orfanato aún estoy investigando, pero una fuente me dijo que no todos los empleados de allí la quieren. Al parecer puede ser bastante controladora con los niños. Samantha sonrió. Excelente. Ahora solo tenemos que plantar esa información en los lugares correctos.
Gabriel tiene que saber con quién se está metiendo. ¿Estás segura de que esto va a funcionar? Sí. Gabriel podrá estar encantado ahora, pero es un hombre de negocios. Cuando vea los riesgos de relacionarse con alguien inestable, va a replantearse todo. Y si no te cree, lo hará, especialmente cuando le muestre las pruebas. Raquel dudó. Samantha, ¿estás segura de que quieres hacer esto? Digo, tal vez ellos sean felices juntos. Raquel Gabriel es un hombre importante, rico, influyente, merece a alguien de su nivel, no una empleada doméstica con complejo de salvadora.
Le estoy haciendo un favor. Si tú lo dices, lo digo y cuando todo esto estalle, yo estaré ahí para consolarlo. Mientras tanto, Gabriel y Mayira regresaban a casa caminando despacio, hablando de tonterías y riendo de cosas pequeñas. Ninguno de los dos sabía que una tormenta estaba siendo cuidadosamente preparada para destruir la frágil felicidad que estaban construyendo juntos. Una semana después de la conversación en el parque, Gabriel despertó con la sensación de que por fin su vida estaba tomando el rumbo correcto.
El proyecto del orfanato crecía cada día. Su relación con Mayira se desarrollaba de forma natural y por primera vez en años se sentía genuinamente feliz. Esa sensación duró exactamente hasta que Julio entró en la oficina con una expresión sombría y una tableta en la mano. “Señor, necesitamos hablar. ¿Es urgent?” ¿Qué pasó?, preguntó Gabriel notando el tono preocupado. La prensa, salió una nota sobre el proyecto y sobre Mayira. “Y no es buena.” Gabriel tomó la tableta y leyó el título.
Empleada doméstica desvía fondos de proyecto social para su propia promoción. ¿Qué es esto? Sigue leyendo”, dijo Julio, visiblemente nervioso. Gabriel deslizó los ojos por el texto, sintiendo que el estómago se le hundía con cada párrafo. El artículo alegaba que Mayira había usado recursos del proyecto para beneficio propio, que había manipulado a Gabriel para conseguir estatus social y que su historia en el orfanato era dudosa. Citaba fuentes cercanas que cuestionaban sus verdaderas motivaciones. ¿Quién escribió esto? Carmen Vega del periódico Vida Social.
Es conocida por sus notas sensacionalistas sobre la alta sociedad y las fuentes anónimas. Pero por los detalles que menciona, alguien muy cercano filtró información íntima sobre ustedes dos y sobre el proyecto. Gabriel sintió una oleada de rabia subirle por el pecho. ¿Dónde está Mayira? En la cocina. Señor, aún no ha visto la nota. En ese momento, el celular de Gabriel comenzó a sonar sin parar. Julio miró la pantalla. Periodistas, cinco llamadas en los últimos dos minutos. No contestes ninguna.
Necesito hablar con Mayira primero. Gabriel encontró a Mayira en la cocina tarareando mientras preparaba el desayuno. Estaba de muy buen humor usando un delantal con estampado de gatos que siempre lo hacía sonreír. “Buenos días, jefe”, dijo ella sin voltear. Hice esas tostadas que le gustan y logré arreglar el horno ruidoso. Al parecer solo necesitaba una patada en el lugar correcto. Mayira, tenemos que hablar. Algo en el tono de él hizo que se volteara de inmediato. ¿Qué pasó?
Tienes cara de que viste un fantasma. Gabriel dudó. ¿Cómo explicar que alguien había intentado destruir su reputación? Salió una nota sobre el proyecto. Y sobre ti. ¿Qué tipo de nota? Preguntó empezando a mostrar preocupación. Una nota mala, Mayira. muy mala. Le entregó la tableta. Gabriel observó como el rostro de Mayira cambiaba mientras leía, pasando la curiosidad a la confusión, luego a la incredulidad y finalmente a un dolor profundo. Esto, esto dice que robé dinero del proyecto. Mayira, yo sé que no es verdad.
Sabemos que no es verdad. Dice que inventé mi historia en el orfanato para manipularte. Su voz se volvía cada vez más débil. Que soy una oportunista que se aprovechó de tu generosidad ingenua. No creas esa porquería. Todo es mentira. Pero, ¿quién haría algo así? ¿Y cómo consiguieron tantos detalles sobre nuestra vida privada? Gabriel no sabía qué responder. La información en el artículo era demasiado específica para ser coincidencia. Alguien cercano había proporcionado datos íntimos. El teléfono de la casa comenzó a sonar.
“No contestes,”, dijo Gabriel. “¿Por qué no?” “Porque probablemente sean periodistas buscando tu versión de los hechos.” May lo miró con una expresión que Gabriel nunca había visto antes. Miedo mezclado con una tristeza profunda. “Gabriel, ¿tú crees en esto?”, preguntó señalando la pantalla. “Por supuesto que no. ¿Cómo puedes preguntarme eso?” porque estás actuando raro, tenso, como si estuvieras calculando algo. Gabriel se dio cuenta de que, en efecto, estaba calculando pensando en las implicaciones para sus negocios, en la reacción de los inversionistas, en las posibles consecuencias para su reputación y se sintió avergonzado por eso.
Estoy pensando en la mejor forma de manejar la situación. Manejar la situación, repitió Mayira con un tono distinto. No en cómo protegerme, en cómo manejar la situación. Mayira, ¿no es eso, sí lo es? Conozco esa mirada, Gabriel. Es la misma que tenían las personas cuando yo era niña y causaba problemas. La mirada de quien está evaluando los pros y los contras de mantenerme cerca está siendo injusta. De verdad, porque hasta ahora no has dicho que vas a desmentir públicamente esas mentiras, no has dicho que vas a luchar por mí.
Dijiste que vas a manejar la situación. Gabriel se quedó en silencio por un momento. Ella tenía razón. y los dos lo sabían. “Necesito pensar en la mejor estrategia.” “Estrategia”, murmuró Mayira moviendo la cabeza. “Claro, siempre estrategia.” El teléfono volvió a sonar. Esta vez Mayira contestó, “Hola.” Gabriel vio como su rostro se empalidecía. “No, no tengo comentarios.” “No, no voy a dar entrevistas.” “No me vuelvan a llamar”, colgó con fuerza. Carmen Vega quiere mi versión de la historia.
Ofreció dinero para que cuente la verdad sobre nuestra relación. ¿Sabes qué es lo que más me duele, Gabriel? No es ni siquiera la mentira. Es darme cuenta de que tú, aún sabiendo que es mentira, estás dudando en defenderme. No estoy dudando, estoy siendo cuidadoso. ¿Cuidadoso con qué? Con tu reputación, con tus negocios, con todo, incluyéndote a ti. No me incluyas. Si estás siendo cuidadoso conmigo, es porque una parte de ti se está preguntando si puede ser verdad.
Gabriel abrió la boca para protestar, pero Mayira continuó. Y sabes qué, lo entiendo porque en el fondo una parte de mí siempre supo que esto iba a pasar, que tarde o temprano ibas a darte cuenta de que no valgo los problemas que traigo. Eso no es verdad. Sí lo es. Y está bien. Ya pasé por esto antes. Mayira, basta con eso. Vamos a resolverlo juntos. No, no lo vamos a resolver. Ella se quitó el mandil y lo colgó en el gancho.
Porque ya entendí el mensaje. ¿Qué mensaje? El de siempre. que cuando las cosas se ponen difíciles, yo soy desechable. Gabriel sintió que algo se rompía en su pecho. No eres desechable. Eres la persona más importante de mi vida. Si lo fuera, no estarías dudando, no estarías calculando, estarías luchando por mí sin pensarlo dos veces. Estoy luchando por ti. No, Gabriel, estás pensando en cómo minimizar los daños. Es diferente. Mayira se dirigió a la puerta de la cocina, luego se detuvo y se dio la vuelta.
¿Sabes que aprendí creciendo en un orfanato? Que cuando la gente empieza a verte como un problema en lugar de una persona, es momento de irse antes de que te obliguen a salir. Mayira, no hagas eso. Ya lo hice. Voy a recoger mis cosas y me voy. Del trabajo, del proyecto, de todo. No puedes hacer eso. El proyecto te necesita. El proyecto va a estar bien. Encuentren a otra persona para hacer la cara de él. Alguien sin pasado complicado.
¿Y nosotros? preguntó Gabriel sintiendo que el desespero crecía. Mayira lo miró con una tristeza que Gabriel sintió como un golpe en el estómago. No existe nosotros, Gabriel. Nunca existió. De verdad existió una fantasía bonita que duró unas semanas. Ahora volvemos a la realidad. Mayira, por favor, no lo hagas más difícil de lo que ya es. Su voz estaba quebrándose. Déjame irme con dignidad. Ella salió de la cocina y Gabriel se quedó quieto, sosteniendo la tableta con la nota cruel que había destruido todo en cuestión de minutos.
Una hora después, Julio lo encontró todavía en la misma posición. Señor Mayira me pidió que le entregara esto. Era una carta simple escrita a mano. Gabriel, gracias por darme la oportunidad de conocer un mundo que nunca imaginé. Gracias por creer en mí, aunque fuera por poco tiempo. Cuida bien del proyecto. Los niños lo merecen. Mayira P. El horno solo funciona si le das un golpe en el lado izquierdo. Gabriel dobló la carta y la guardó en el bolsillo.
Por la ventana vio a Mayira salir del edificio con una maleta pequeña. No volteó atrás. En ese momento, Gabriel entendió que había cometido el peor error de su vida y tal vez ya era demasiado tarde para arreglarlo. Tres días después de que Mayira se fue, Gabriel se sentía como un fantasma en su propia casa. El departamento parecía más grande, más frío y extrañamente silencioso, sin el sonido de ella cantando desafinada o peleando con los electrodomésticos. Julio lo encontró en la oficina por la mañana, rodeado de periódicos y hojas impresas de sitios de noticias.
Señor, ¿turmió aquí? No pude dormir”, respondió Gabriel pasándose la mano por el cabello despeinado. Estuve investigando sobre esa nota. Hay algo muy raro, Julio. ¿Qué quiere decir? La información es demasiado específica, detalles que solo alguien muy cercano sabría. Y mira esto. Le mostró una hoja impresa. Carmen Vega, la periodista tiene antecedentes de notas pagadas por fuentes interesadas. ¿Usted cree que alguien pagó por esa historia? Estoy seguro y voy a descubrir quién fue. Julio dudó. Señor, ¿no sería más fácil simplemente publicar una aclaración oficial?
No es suficiente. El daño ya está hecho. Necesito pruebas concretas de quién planeó esto contra Mayira. Ella merece que la verdad salga a la luz. ¿Y cómo piensa conseguir esas pruebas? Gabriel sonríó por primera vez en tres días. No fue una sonrisa especialmente tranquilizadora. Vamos a investigar. Tú y yo, señor. Yo soy asistente ejecutivo, no detective privado. Tendrás que hacer las dos cosas porque vamos a descubrir quién le hizo esto. Dos horas después, Gabriel y Julio estaban sentados en el coche frente al edificio donde trabajaba Carmen Vega, usando gafas oscuras y gorras, como si eso los volviera invisibles.
“Señor, esto es ridículo”, murmuró Julio. “Parecemos dos ladrones planeando un asalto. Silencio. Ella está saliendo.” Carmen Vega salió del edificio. Una mujer de mediana edad con el cabello teñido y una expresión perpetuamente molesta. Sacó el celular y comenzó a hablar animadamente. ¿Puede oír algo?, preguntó Gabriel. Señor, yo no soy espía y estamos dentro de un coche. Tenemos que acercarnos más. ¿Cómo? Gabriel miró alrededor y vio a un vendedor de flores en la esquina. Vamos a comprar flores y a caminar casualmente hacia ella.
Flores. Señor, esto es lo más absurdo que he escuchado. ¿Tienes una idea mejor? No, pero entonces vamos. Compraron un ramo de rosas y comenzaron a caminar hacia Carmen tratando de parecer naturales. Gabriel sostenía las flores como si fueran un regalo romántico mientras Julio cargaba una carpeta fingiendo leer documentos importantes. “Sí, cayó redondita en la trampa”, decía Carmen por teléfono. “La historia fue un éxito. Ya tenemos tres periódicos pidiendo más detalles.” Gabriel y Julio se miraron. Iban por buen camino.
Claro que fue fácil. Cuando tienes información directa de la fuente, el trabajo prácticamente se hace solo, continuó Carmen. Información de la fuente, susurró Gabriela Julio. Alguien cercano le pasó todo. Siguieron a Carmen discretamente. Cuando ella entró a una cafetería, a Gabriel se le ocurrió una idea. Julio, vas a entrar y sentarte cerca de ella. Finge que estás trabajando, pero pon atención a la conversación. Y usted, me quedo aquí observando, señor. ¿Y si me reconoce? Gabriel miró a Julio, lentes grandes, gorra bajada hasta las cejas, bigote postizo que habían comprado en una tienda de disfraces.
Ni yo te reconocería así. Julio suspiró y entró al café. Gabriel lo vio sentarse en una mesa cercana a la de Carmen, abrir la laptop y fingir que trabajaba. 15 minutos después, Julio salió corriendo. ¿Y bien?, preguntó Gabriel ansioso. Quedó en verse con alguien esta tarde. Dijo que tiene más material explosivo y que a esa persona le va a encantar el resultado. ¿Con quién? No dijo el nombre, pero acordaron verse en el hotel presidente en el lobby a las 4 en punto.
Gabriel miró el reloj. Eran las 2 de la tarde. Tenemos 2 horas para armar un plan. Armar. Elaborar. Tenemos 2 horas para elaborar un plan. A las 4 en punto, Gabriel y Julio estaban en el lobby del hotel presidente. Gabriel llevaba un traje oscuro, lentes distintos, y se había peinado hacia atrás con gel. Julio iba disfrazado de ejecutivo, cargando dos maletines y hablando en voz alta por teléfono sobre negocios importantes. “Ahí está”, susurró Gabriel. Carmen acaba de llegar.
La vieron sentarse en un sofá cerca del bar. Unos minutos después, Gabriel casi se atraganta al ver quién se acercaba. Samantha, su exnovia elegantemente vestida con una bolsa costosa y sonriendo como si acabara de ganar la lotería. Samantha, murmuró Gabriel. Lo sabía. Se colocaron estratégicamente. Gabriel detrás de una columna grande, Julio en un sillón cercano fingiendo leer el periódico. “Pudiste escuchar algo?”, preguntó Gabriel por el auricular discreto que habían comprado. “Le está agradeciendo por el reportaje”, susurró Julio.
“Dice que funcionó perfectamente. ” Gabriel sintió que la rabia le subía por el pecho. Samantha lo había planeado todo para destruir a Mayira y ahora está preguntando por la siguiente fase. Continuó Julio. Siguiente fase. Al parecer quieren sacar más historias sobre el pasado de Mayira, sobre la administración del orfanato. Quieren destruir completamente su reputación. Gabriel cerró los puños. Era una campaña coordinada para acabar con Mayira. Están riéndose, informó Julio. Samantha dijo que por fin Gabriel está libre de la mala influencia.
Mala influencia, repitió Gabriel entre dientes. Ahora está pagando un sobre con dinero y Gabriel le está entregando más información. Fotos, documentos. Parece que son pruebas falsas. Gabriel no pudo contenerse más. salió de detrás de la columna y caminó directamente hacia la mesa donde las dos mujeres conversaban. Samantha. Ella levantó la vista y se quedó pálida al instante. Gabriel, ¿qué haces aquí? Descubriendo quiénes son mis verdaderos enemigos, Carmen intentó esconder discretamente el sobre y los papeles, pero Gabriel fue más rápido.
¿Puedo ver esto? Tomó los documentos antes de que ella pudiera protestar. Interesante. Fotos editadas, documentos falsos, testimonios inventados. Se esmeraron, ¿eh? Gabriel, no es lo que parece, empezó a decir Samantha. No, entonces, ¿qué es? Porque a mí me parece que armaste una campaña difamatoria contra una persona inocente. Inocente. Samantha recuperó la compostura. Gabriel, estaba siendo manipulado. Yo te estaba protegiendo. Protegiéndome de qué? ¿De ser feliz? ¿De encontrar a alguien que realmente se preocupa por mí? ¿De ser usado por una oportunista?
Gabriel soltó una risa sin humor. Oportunista. La mujer que gastó mi dinero en niños huérfanos en lugar de en ella misma, que trabajó sin descanso en un proyecto sin recibir nada a cambio. Esa oportunista, Gabriel, no entiendes. Entiendo perfectamente. No pudiste aceptar que elegí a alguien mejor que tú. Alguien auténtica, bondadosa, que me hace querer ser una mejor persona. Carmen, notando que la situación se le salía de control, intentó levantarse discretamente. Usted se queda ahí. dijo Gabriel sin apartar la mirada de Samantha.
Porque las dos me van a hacer un favor. ¿Qué favor?, preguntó Samantha, nerviosa. Van a publicar una retractación completa, admitiendo que la información era falsa, que ustedes inventaron todo por motivos personales. Jamás. Entonces voy a publicar esto. Gabriel levantó el celular mostrando que había grabado toda la conversación. Una grabación de ustedes confesando la farsa, me imagino que sería muy interesante para otros periódicos. El rostro de Samantha se puso rojo de enojo. No harías eso lo haría y lo voy a hacer si no arreglan la situación que crearon.
Carmen, claramente calculando los riesgos para su carrera, fue la primera en ceder. Puedo redactar una retractación, no una retractación, una confesión completa. Diciendo que todo fue una farsa. Gabriel está siendo irracional, dijo Samantha. Está bien, cometí un error, pero fue por ti, porque te amo y no quería haberte engañado. Gabriel la miró con una mezcla de lástima y desprecio. Samantha, tú nunca me amaste. Amabas mi dinero, mi estatus, lo que podía darte. Mayira es la primera persona que me vio como Gabriel, no como una billetera andante.
¿Y dónde está ella ahora? Replicó Samantha lanzando un último ataque. Si te ama tanto, ¿por qué huyó en la primera dificultad? La pregunta golpeó a Gabriel de lleno. Era exactamente lo que él venía preguntándose. Huyó porque le fallé, porque en el momento en que más me necesitaba dudé porque dejé que el miedo hablara más fuerte que el amor. Gabriel guardó el celular y tomó los documentos falsos. Tienen 24 horas para publicar la verdad. Si no, yo publico esto y las demando a las dos por difamación y calumnias.
Se dio la vuelta para salir, pero se detuvo. Ah, y Samantha, no vuelvas a acercarte a mí, ni a Mayira, ni a nadie que yo ame. Mientras caminaba hacia la salida, Gabriel sintió que algo cambiaba dentro de él. Por primera vez, desde que Mayira se fue, tenía esperanza. Ahora solo necesitaba encontrarla y convencerla de darle una segunda oportunidad, lo cual, considerando como había arruinado todo, quizá fuera la parte más difícil de toda esta investigación. Al día siguiente se publicó la confesión completa.
Carmen Vega y Samantha confesaron públicamente que habían inventado las acusaciones contra Mayira y varios periódicos reprodujeron la historia. Gabriel despertó con un enorme alivio, pero que duró solo unos segundos. Limpiar el nombre de Mayira era solo el primer paso. Ahora necesitaba encontrarla y convencerla de que lo perdonara. El problema era que nadie sabía dónde estaba. Fui al departamento donde vivía. dijo Julio entrando a la oficina. Los vecinos dijeron que se llevó sus cosas y se fue sin dejar dirección.
Y el orfanato. Doña Esperanza dijo que vino el primer día. Lloró mucho, explicó la situación y luego desapareció. No volvió más. Gabriel se pasó la mano por el cabello frustrado. Tiene que estar en algún lugar de la ciudad. No pudo haber ido muy lejos. Señor, tal vez sería mejor esperar a que ella aparezca cuando vea la confesión. No, no puedo esperar. Necesito hablar con ella. explicarle y pedirle perdón personalmente. Gabriel se quedó pensativo unos minutos. Julio, ¿qué día es hoy?
Sábado, señor. Sábado. Mayira siempre visitaba el orfanato los sábados. Aún después de todo lo que pasó, no podría estar lejos de los niños por mucho tiempo. ¿Cree que está allí? Solo hay una forma de saberlo. Una hora después, Gabriel estaba frente a la casa Esperanza. El lugar se veía distinto. Había andamios en las paredes, latas de pintura regadas por el jardín y el sonido de martillos y taladros venía desde dentro del edificio. Toña Esperanza apareció en la puerta con un delantal manchado de pintura.
Gabriel, ¿qué sorpresa? Pasa, pasa. Perdón por el desorden. Estamos haciendo las reformas que tú patrocinaste. ¿Cómo va el trabajo? De maravilla. Los cuartos nuevos quedaron preciosos. La cocina se está ampliando y pudimos instalar esos juegos en el patio. Los niños están encantados. Gabriel miró alrededor buscando a Mayira. Tña Esperanza. Mayira está aquí. El rostro de la directora se entristeció. No, hijo. Vino el lunes muy afectada. Me contó sobre esas mentiras horribles. Pasó unas horas con los niños, pero después dijo que necesitaba tiempo para pensar.
Y no volvió más. No, estoy preocupada por ella. Mayira nunca había estado tanto tiempo sin venir aquí. Gabriel sintió que el ánimo se le caía. Si vuelve, ¿me puede llamar? Claro, Gabriel, ¿puedo darte un consejo? Claro, esa muchacha te ama. Lo vi en sus ojos cuando hablaba de ti, pero tiene miedo, mucho miedo de volver a salir lastimada. ¿Y qué hago? Demuéstrale que vale la pena correr el riesgo. De una forma que no pueda ignorar, Gabriel iba pensativo de regreso a casa.
¿Cómo convencer a Maera de que había cambiado, de que había aprendido la lección? Si ella ni siquiera quería verlo. Fue entonces cuando tuvo una idea. El domingo siguiente, doña Esperanza recibió una llamada inesperada. Doña Esperanza, habla Gabriel. Necesito un favor muy grande. Dime, hijo. Quiero organizar una reunión especial en el orfanato hoy por la tarde para presentar oficialmente el proyecto renovado y hacer un anuncio importante. ¿Qué tipo de anuncio? Es sorpresa, pero necesito que invites a algunas personas.
la prensa, algunos patrocinadores y si logras contactar a Mayira, dile que los niños están pidiendo que venga. No menciones que yo voy a estar ahí. Gabriel, ¿estás seguro de que eso es una buena idea? No, pero a veces las mejores cosas de la vida son malas ideas que salen bien. A las 4 de la tarde, el patio renovado de la Casa Esperanza estaba lleno de gente, periodistas, representantes de otras ONGs, algunos empresarios que habían apoyado el proyecto y todos los niños y empleados del orfanato.
Gabriel estaba nervioso revisando el micrófono por quinta vez cuando Julio se acercó. Señor, ella no vino. ¿Cómo que no? Doña Esperanza intentó contactar a Mayira, pero no contestó el teléfono. Gabriel sintió el corazón hundirse. Y ahora usted el discurso de todas formas. Limpie su nombre, su nombre públicamente. Muestre a todos que las acusaciones eran falsas. Gabriel miró a los niños jugando en el nuevo patio, a los periodistas esperando a toda la preparación que se había hecho. Tienes razón.
Lo haré por ella, aunque no esté aquí para verlo. Se dirigió al micrófono y dio unos golpecitos suaves para llamar la atención. Buenas tardes a todos. Gracias por venir. Sé que algunos están esperando un anuncio sobre el proyecto K Esperanza, pero antes de hablar de números y de planes futuros, necesito hablar de algo más importante. La multitud guardó silencio. La semana pasada, una persona muy especial fue atacada injustamente por la prensa. Se dijeron mentiras sobre ella. Su reputación fue manchada y se vio obligada a alejarse de un proyecto que amaba.
Gabriel vio a algunos periodistas sacar sus libretas. Esa persona es Mayira Fernández y necesito que todos aquí sepan que es la persona más íntegra, generosa y valiente que he conocido en mi vida. Un niño al fondo gritó, “¿Dónde está la tía Mayira?” “Queremos a la tía Mayira.” Gabriel sonrió con tristeza. “Yo también la quiero, Federico. Todos la queremos.” Respiró hondo. Mayira creció aquí en este orfanato. Salió a los 18 años sin familia, sin recursos, pero con algo que ningún dinero puede comprar.
un corazón gigante. Ella pudo haber olvidado este lugar, pudo haber seguido con su vida, pero no. Volvió cada semana, cada mes, trayendo alegría a estos niños. Los niños empezaron a sentir y a murmurar en acuerdo. Cuando le dio una tarjeta de crédito para gastar como quisiera, ¿saben qué hizo? Compró 200 hot dogs, juguetes, pintura de dedos y organizó la fiesta más bonita que estos niños hayan tenido. Mientras otras personas gastaron en lujos personales, ella pensó primero en los demás.
Gabriel se detuvo un momento emocionado y yo yo le fallé. Ante la primera dificultad dudé en defenderla. Dejé que el miedo hablara más fuerte que la confianza. Dejé que saliera de mi vida creyendo que no valía la pena luchar por ella. La multitud estaba completamente en silencio. Mayira, si estás viendo esto después o si alguien te cuenta lo que dije aquí hoy, quiero que sepas, eres la persona más importante de mi vida. Me enseñaste lo que es el amor verdadero, la generosidad genuina, el valor real.
Gabriel vio algunas personas limpiándose los ojos. Y si me das una segunda oportunidad, te prometo que nunca más dudaré de ti. Nunca más voy a titubear en luchar por nosotros, porque tú vales cualquier lucha, cualquier riesgo. En ese momento, una voz familiar gritó desde el fondo del patio. ¿Está hablando en serio o es puro drama para la prensa? Todas las cabezas se voltearon. Allí estaba Mayira con shins y una blusa sencilla, el cabello recogido en una coleta desordenada y los ojos rojos como si hubiera estado llorando.
El corazón de Gabriel casi se detuvo. Mayira, porque si es solo drama, continuó ella caminando lentamente hacia el escenario improvisado. Me voy ahora mismo. Gabriel dejó el micrófono y bajó del escenario. No es drama, es lo más verdadero que he dicho en mi vida. En serio. ¿Y cómo sé que no vas a volver a dudar en la próxima dificultad? Porque aprendí que dudar casi me costó lo único que realmente importa. Mayira se detuvo a unos metros de él, aún dudosa.
Gabriel, me lastimaste mucho. Lo sé y me odio por eso. Y yo yo huí ante la primera dificultad. Huí en lugar de luchar. No huiste, te protegiste. Fue instinto de supervivencia. Los niños empezaron a acercarse, curiosos por la conversación. “Tía Mayira”, dijo una niña pequeña tirando de la blusa de ella. El tío Gabriel ha llorado mucho. Doña Esperanza dijo que él te quiere y que ustedes pelearon. Mayira miró a la niña, luego a Gabriel. Él te contó eso no dijo la niña.
Pero uno ve cuando alguien está triste de extrañar. Otra niña se acercó. Tía Mayira, ¿vas a perdonar al tío Gabriel? Porque trajo juguetes nuevos y arregló nuestra casa, pero se ve muy triste. Gabriel sonrió a pesar de las lágrimas que empezaban a formarse en sus ojos. ¿Ustedes qué opinan? preguntó Mair a los niños. “¿Debo darle una segunda oportunidad?” “Sí”, gritaron varios niños al mismo tiempo. “Pero tiene que prometer que nunca más te va a hacer llorar”, dijo Federico el mayor.
Gabriel se arrodilló para quedar a la altura del niño. “Lo prometo, Federico. Voy a hacer todo lo posible para hacerla sonreír todos los días. Y si llora otra vez, entonces pueden venir a regañarme. ¿Estamos de acuerdo? De acuerdo”, dijo Federico extendiendo la mano para estrecharla de Gabriel. Mayira observaba la escena con una sonrisa que crecía poco a poco en su rostro. “Gabriel, levántate, deja de hacer drama frente a los niños.” Él se puso de piezado. Entonces, entonces ella dio un paso hacia él.
Yo también aprendí algo esta semana. ¿Qué cosa? que huir de los problemas no resuelve nada y que hay cosas que valen la pena luchar aunque den miedo. Gabriel sintió el corazón acelerarse y nosotros valemos la pena. Mayira sonrió por fin. Creo que sí. Ella caminó hacia él y entre los aplausos de los niños del personal e incluso de algunos periodistas se besaron. Fue un beso que hablaba de perdón, de nuevos comienzos, de promesas para el futuro. Cuando se separaron, Federico gritó, “¿Ahora se van a casar y tener bebés?
Mayira se puso roja y Gabriel soltó una carcajada. Tranquilo, Federico, una cosa a la vez, pero van a estar juntos para siempre, insistió el niño. Gabriel miró a los ojos de Mayira. Si ella quiere, sí, yo quiero, respondió ella sin dudar. Y bajo el sol de la tarde, en el patio de un orfanato renovado, rodeados de niños felices y personas que los apoyaban, Gabriel y Mayira finalmente entendieron que a veces el amor verdadero necesita pasar por tormentas para volverse inquebrantable.
Seis meses después, Gabriel despertó con el sonido familiar de niños riendo en el jardín de su casa. miró por la ventana y vio a Federico tratando de enseñar a otros tres niños a jugar fútbol, mientras Mayira corría detrás de ellos con un rociador tratando de evitar que pisaran las flores que había plantado. Federico Morales, si vuelves a patear ese balón sobre mis petunias, te voy a usar como fertilizante, gritaba ella corriendo en sandalias y con el delantal puesto.
Gabriel sonró. Aquella escena se había vuelto rutina en los últimos meses. Todos los sábados la casa se transformaba en una extensión de la casa Esperanza, recibiendo los niños para almuerzos comunitarios que siempre terminaban en un caos organizado. “Tía Mayira, solo estábamos jugando”, protestó Federico. “Pues jueguen allá en el pasto grande, no en mi jardín”, respondió ella, apuntando el rociador hacia él como si fuera un arma. Y tú, Diego, bájate de la mesa del patio. Eso no es un trampolín.
Gabriel bajó y encontró a Julio en la cocina tratando de coordinar la preparación del almuerzo con doña Esperanza y dos voluntarias del orfanato. Buenos días, señor. La mesa para 20 personas ya está lista en el jardín. El del asador llegó hace una hora y Mayira está teniendo su crisis semanal con los niños destruyendo el jardín. Es tradición, dijo Gabriel sirviéndose café. ¿Y cómo van los preparativos para Ya sabes qué? Julio sonrió con clicidad. Todo listo. El florista llegará a las 3, el fotógrafo a las 4.
Y logré convencer a Mayira de que solo era para documentar el almuerzo comunitario. Aún no sospecha nada. Nada. De hecho, pasó la mañana quejándose de que usted está gastando demasiado dinero en cosas innecesarias para un simple almuerzo. Gabriel Ríó. En los últimos meses había aprendido que Mayira era aún más terca con los gastos que lo que había imaginado. Ponía los ojos en blanco cada vez que él compraba algo que ella consideraba un lujo innecesario, categoría que incluía cosas como servilletas de papel de colores y refresco de marca.
Gabriel. La voz de Mayira resonó desde la sala. ¿Puedes venir? Tenemos una situación. fue hasta la sala y encontró a Mayira de pie junto al sofá con los brazos cruzados, mirando a dos niñas de unos 8 años que estaban visiblemente nerviosas. “Explíquenle al tío Gabriel lo que hicieron”, dijo Mayira con ese tono que usaba cuando trataba de no reírse. “No hicimos nada a propósito, tío Gabriel”, dijo la primera niña, una pequeñita de rizos. Solo estábamos jugando a la casita y decidieron usar mi baño como escenario para una obra de teatro con Betomira.
Resultado, tpera en el lavabo, talco en el piso y mi labial rojo usado como maquillaje de actuación. Gabriel trató de mantener una expresión seria. ¿Y dónde consiguieron el labial, niñas? Lo encontramos en el tocador de la tía Mayira”, confesó la segunda niña. Pero solo era para un poquito. Mayira suspiró dramáticamente. Un poquito. Usaron la mitad del labial. El labial que me regalaste el mes pasado y que costó más caro que mi primer coche. Era para vernos bonitas en la fiesta de hoy.
Se justificó la primera niña. Gabriel se agachó a la altura de ellas. Niñas, no necesitan maquillaje para estar bonitas. Ustedes ya son hermosas así. Y la tía Mayira no está enojada de verdad, solo se pone nerviosa cuando tocan sus cosas sin pedir permiso. ¿Es cierto, tía Mayira?, preguntó la niña de cabello rizado. Mayira se derritió de inmediato. Claro que es cierto, Sofía, pero la próxima vez pregunta antes de usar mis cosas. ¿De acuerdo? Está bien. Vamos a limpiar el desorden.
Sí. Y también me van a ayudar a preparar los postres. Las niñas salieron corriendo emocionadas. Gabriel observó a Mayira sacudir la cabeza con una sonrisa. “Eres terrible para estar enojada”, dijo él. “Te dura 5 segundos. Es que son demasiado tiernas. ¿Cómo voy a enojarme con esas caritas? Por eso mismo vas a ser una madre terrible cuando llegue el momento.” Mayira se puso roja. “Gabriel, ¿quién habló de ser madre?” “Nadie todavía.” se acercó a ella y la besó suavemente.
Pero es bueno saber que no te enojas ni cuando pintan el baño de rojo. ¿Quién dijo que no me enojé? Solo no lo muestro frente a los niños. El almuerzo fue un éxito total, como siempre. 22 personas sentadas alrededor de la mesa improvisada en el jardín entre niños del orfanato, empleados, algunos amigos de Gabriel que habían aprendido a amar esas reuniones caóticas y Rodrigo Mendoza, que se había vuelto un visitante frecuente desde que descubrió que Mayira hacía los mejores frijoles de la ciudad.
“Tía Mayira”, dijo Federico con la boca llena de pastel, “¿Cuándo se van a casar tú y el tío Gabriel?” Mayira casi se atragantó con el refresco. “Federico, ¿quién dijo que nos vamos a casar?” “Todo el mundo sabe”, dijo Sofía como si fuera obvio. “Ustedes se miran como tontos y siempre están juntos.” “No, estamos siempre juntos”, protestó Mayira. “Sí están”, dijo otro niño. Ayer estaban agarrados de la mano en la cocina. “Es porque ella me estaba enseñando a hacer masa de pay”, explicó Gabriel tratando de no reír.
“¿Y por qué se reían tanto?”, preguntó Sofía sospechosa. Porque el tío Gabriel es pésimo en la cocina, respondió Mayira. Logró equivocarse en una receta que solo tenía tres ingredientes. No fue error, se defendió Gabriel. Fue improvisación creativa. Le pusiste sal en lugar de azúcar. No hay nada creativo en eso. Los niños rieron y Gabriel se dio cuenta de que ese era el momento perfecto. Bueno, dijo él poniéndose de pie y golpeando la copa con una cuchara para llamar la atención.
Ya que están hablando de matrimonio, Mayira lo miró con desconfianza. Gabriel, ¿qué estás haciendo? Haciendo algo que debía haber hecho hace mucho tiempo, se volvió hacia ella y para sorpresa de todos, especialmente de Mayira, se arrodilló junto a su silla. “¡Ay, Dios mío!”, murmuró Mayira cubriéndose el rostro con las manos. Mayira Fernández, comenzó Gabriel sacando una pequeña caja de tercielo del bolsillo. Transformaste mi casa en un hogar, mi vida en una aventura y mi corazón en algo que ni sabía que podía sentir.
Gabriel, susurró ella con los ojos llenos de lágrimas. Me enseñaste que la verdadera riqueza no está en el banco, sino en las personas que amamos. Que una casa solo se convierte en hogar cuando está llena de risas, aunque sean de niños destruyendo el jardín. Los niños estaban completamente en silencio, hipnotizados por la escena. Entonces, continuó Gabriel abriendo la cajita y mostrando un anillo simple pero hermoso. ¿Aceptas casarte conmigo? ¿Aceptas pasar el resto de tu vida cantando desafinada en la regadera, peleando conmigo por dejar la toalla mojada en el piso y convirtiendo nuestra casa en la extensión oficial de la casa Esperanza?
Mayira lloraba y reía al mismo tiempo. Estás loco, completamente loco. Se secó las lágrimas. ¿Cómo quieres que diga que no delante de todos estos niños? Ese era el plan”, admitió Gabriel sonriendo. “¡Responde tía Mayira”, gritó Federico. “Queremos fiesta de boda.” Mayira miró alrededor de la mesa a todas esas personas que se habían convertido en su familia, a la casa que se había vuelto su hogar, al hombre que había aprendido a amar con sus imperfecciones. “Sí”, dijo finalmente, “Acepto.” Pero solo si prometes que vas a aprender a cocinar bien, promete intentarlo y que no te vas a quejar cuando los niños vengan todos los fines de semana jamás.
Y que vas a seguir dándole ese golpe al horno cuando haga ruido para siempre. Gabriel le puso el anillo en el dedo y toda la mesa estalló en aplausos y gritos de alegría. Tres meses después, la ceremonia se llevó a cabo en el jardín de la casa, entre las flores que Mayira había plantado y que ahora florecían en colores vibrantes. Fue una fiesta pequeña pero llena de vida. Doña Esperanza como madrina de Mayira, Julio como padrino de Gabriel y 20 niños de la casa Esperanza como una especie de cortejo improvisado.
No puedo creer que dejaste que Federico fuera el portador de los anillos, murmuró Mayira a Gabriel mientras el niño se acercaba concentrado en no tropezar. Lo pidió tanto y prometió que no iba a correr. En ese momento, Federico tropezó con su propio pie y los anillos salieron volando por el aire. Hubo un instante de pánico hasta que Sofía gritó. Los encontré. Están aquí en la tierra. El padre, un hombre paciente que ya había dirigido ceremonias con niños antes, sonrió.
“Bueno, eso es señal de que será un matrimonio lleno de aventuras. Como si no lo supiéramos ya”, murmuró Mayira, pero sonreía. Durante los votos, Gabriel prometió amar a Mayira en las flores pisoteadas y en los jardines bien cuidados. y ella prometió amarlo en los pasteles quemados y en las tartas perfectas. No fueron los votos más tradicionales, pero eran perfectamente de ellos. Cuando llegó el momento del baile, se movieron despacio en el centro del jardín, iluminados por luces navideñas que Julio había colgado en los árboles mientras los niños corrían alrededor formando un círculo ruidoso pero cariñoso.
¿Te arrepientes?, preguntó Gabriel en voz baja. ¿De casarme contigo? Nunca de dejar que los niños vinieran a la fiesta. Tal vez un poquito. Como si hubiera escuchado, Federico apareció corriendo entre ellos. ¿Puedo bailar también? Antes de que pudieran responder, otros niños se unieron y pronto el baile romántico se había transformado en una fiesta improvisada en el jardín. Gabriel miró a Mayira, que reía fuerte mientras intentaba enseñar los pasos a Sofía, y se dio cuenta de que aquello era exactamente como debía ser.
No era perfecto según las revistas de bodas, pero era perfecto para ellos. Más tarde, cuando los niños por fin se cansaron y se quedaron dormidos en los sofás de la sala, Gabriel y Mayira se sentaron en la terraza mirando el jardín iluminado y escuchando la música suave que aún sonaba. Entonces, dijo Mayira apoyando la cabeza en su hombro, ahora somos oficialmente una familia loca. La familia más loca de la ciudad de México, coincidió Gabriel. ¿Y seguro de que es esto lo que quieres?
Porque a partir de ahora ya no hay vuelta atrás. Va a ser niños en la alberca cada fin de semana, cenas para 20 personas cada martes y yo cantando rancheras en la regadera cada mañana. No puedo esperar. Mentiroso. Vas a querer esconderte en la oficina en una semana. Tal vez, pero tú me vas a arrastrar de vuelta. Por supuesto. Se quedaron en silencio unos minutos mirando las estrellas y escuchando el sonido de los niños dormidos en la sala.
Gabriel, dijo Mayira suavemente. Sí, Cas. ¿Por qué? Por mostrarme que la familia no es solo quien tiene la misma sangre. Es quien elige quedarse incluso cuando las cosas se ponen difíciles. Gabriel la besó en la cabeza. Gracias a ti por enseñarme que el verdadero tesoro nunca fue el dinero en el banco. ¿Y qué es? Gabriel miró la casa. llena de niños dormidos, el jardín donde se habían casado, la mujer en sus brazos que había transformado su vida en algo que valía la pena vivir.
Esto, todo esto, tú, yo, nuestra familia loca, nuestra casa ruidosa, nuestro amor imperfecto pero verdadero. Mayira sonrió. Nuestra familia loca, me gusta como suena. Y bajo las estrellas de la ciudad de México, rodeados por el sonido de los niños dormidos y por promesas de más aventuras por venir, Gabriel y Mayira descubrieron que a veces los finales felices no son perfectos ni silenciosos. A veces son ruidosos, caóticos, llenos de niños corriendo por la casa y toallas mojadas en el piso y son exactamente así como deben ser.
News
Vicente Fernández encuentra a una anciana robando maíz en su rancho… ¡y entonces hizo esto…
Dicen que nadie es tan pobre como para no poder dar, ni tan rico como para no necesitar aprender. Aquella…
Cantinflas humillado por ser mexicano en el Festival de Cannes… pero su respuesta silenció al mundo…
Las luces de Kans brillaban como nunca. Fotógrafos, actrices, productores, todos querían ser vistos. Y entre tanto lujo apareció un…
En la cena, mi hijo dijo: “Mi esposa y su familia se mudan aquí.” Yo respondí: Ya vendí la casa…
El cuchillo en mi mano se detuvo a medio corte cuando Malrick habló. “Mi esposa, su familia y yo nos…
Hija Abandona a Sus Padres Ancianos en el Basurero… Lo Que Encuentran LOS Deja en SHOCK…
Hija abandona a sus padres ancianos en el basurero. Lo que encuentran los deja en shock. La lluvia caía con…
“YO CUIDÉ A ESE NIÑO EN EL ORFANATO”, DIJO LA CAMARERA — AL VER LA FOTO EN EL CELULAR DEL JEFE MAFIOSO…
Cuidé de ese niño en el orfanato”, dijo la camarera al ver la foto en el celular del jefe mafioso….
MILLONARIA EN SILLA DE RUEDAS QUEDÓ SOLA EN LA BODA… HASTA QUE UN PADRE SOLTERO SE ACERCÓ Y LE SUSURRÓ: ¿Bailas conmigo?
Millonaria en silla de ruedas, estaba sola en la boda hasta que un padre soltero le dijo, “¿Bailarías conmigo? ¿Bailarías…
End of content
No more pages to load






