SEO se desespera sin traductor en reunión hasta que entra la hija de la limpiadora y sorprende a todos.

Alejandro Rodríguez sudaba frío mientras miraba el reloj por décima vez en 5 minutos.

El traductor oficial no había llegado y los tres ejecutivos japoneses de la empresa más grande de tecnología de Asia ya mostraban claras señales de impaciencia en la sala de juntas principal de Rodríguez Importaciones en el centro de Ciudad de México.

La reunión que definiría el futuro de su empresa estaba a punto de derrumbarse
antes de empezar.

Alejandro gesticulaba desesperado, intentando explicar con señas que el traductor iba tarde, pero las miradas cada vez más frías de los inversionistas orientales dejaban claro que la situación se volvía un bochorno internacional.

Fue entonces cuando la puerta se abrió suavemente y una niña de unos 10 años entró tímidamente.

Su cabello castaño estaba recogido en una cola de caballo sencilla y llevaba una playera beige clara con jeans.

Miró alrededor de la imponente sala con sus grandes ojos curiosos.

“Disculpe, tío”, dijo bajito, dirigiéndose a Alejandro.

“¿No ha visto a mi mamá? Ella trabaja limpiando aquí.

” Alejandro sintió que la sangre le subía a la cabeza.

Era el peor momento para una interrupción.

“Sal de aquí ahora, niña”, gritó Rojo de ira.

“Este no es lugar para niños.

” Pero antes de que alguien pudiera sacarla, la niña se volteó hacia los ejecutivos japoneses y dijo algo inesperado.

Ojayu goosaimas moshiwake gosaimasenga watashi noasanagashiteimasu habló con pronunciación perfecta inclinándose levemente en señal de respeto.

El silencio que siguió fue ensordecedor.

Alejandro se quedó boquí abierto, igual que los demás mexicanos presentes.

Los tres ejecutivos japoneses, por primera vez desde su llegada sonrieron genuinamente.

El mayor, un hombre de unos 60 años llamado señor Yamamoto, respondió en japonés y la niña siguió la conversación con naturalidad, como si fuera lo más normal.

¿Cómo es que hablas japonés? preguntó Alejandro incrédulo viendo caricaturas, respondió sencillamente,
“Mi mamá trabaja hasta tarde aquí, así que la espero.

Hay un televisor pequeño en la salita de empleados que solo tiene canales japoneses sin subtítulos.

” Entonces empecé a entender las palabras.

Gabriela Vázquez, la secretaria ejecutiva de Alejandro, susurró al jefe.

“Eso es imposible, señor Rodríguez.

Nadie aprende japonés viendo tele, pero los japoneses claramente estaban impresionados.

El señor Yamamoto dijo algo más complejo en japonés y la niña tradujo perfecto al español.

Dice que es un placer conocer a alguien tan joven interesado en su cultura y que dudó un poco.

Que llevan tres meses enviando correos en japonés para probar si la empresa valora a sus socios internacionales, pero nunca recibieron respuesta adecuada.

Alejandro sintió que el piso se le escapaba.

Tr meses de comunicación perdida, tr meses de oportunidades tiradas.

¿Qué correos?, preguntó tratando de mantener la compostura.

La niña bajó la mirada avergonzada.

Yo vi unos papeles en la basura cuando ayudo a mi mamá a limpiar.

Había unos con letras japonesas.

Los leí y, bueno, parecían importantes.

La cara de Alejandro se enrojecía más, pero ahora no era de enojo, era de vergüenza y desesperación.

Por meses, información crucial sobre la mejor oportunidad de su vida había sido tirada a la basura por pura ignorancia de su equipo.

Querido oyente, si está disfrutando la historia, deje su like y suscríbase al canal.

Ayuda mucho a quienes empezamos.

Ahora continuando.

¿Cómo te llamas, cariño? Preguntó la doctora.

Patricia López, la abogada de la empresa, intentando controlar la situación.

María Fernanda, respondió la niña, pero todos me dicen Fer.

¿Y tu mamá cómo se llama? Continuó la abogada.

Doña Carmen.

Carmen Hernández Torres.

Alejandro Rodríguez conocía vagamente ese nombre.

era una de las empleadas de limpieza que trabajaba en el turno de la noche.

Una mujer callada, siempre con la cabeza baja, que él veía de vez en cuando en los pasillos, pero nunca le había dirigido una sola palabra.

El señor Yamamoto dijo algo más largo en japonés y Fer tradujo, pero esta vez con una expresión más seria.

Él está diciendo que que vinieron a México específicamente para encontrar una empresa que entendiera la importancia de la comunicación cultural.

que enviaron esos correos como una prueba y que miró a Alejandro con lástima en los ojos que si su empresa ni siquiera puede responder un simple correo en japonés, ¿cómo pueden confiar en ella para importar productos delicados que valen millones? La tensión en la sala era palpable.

Los tres japoneses hablaban entre sí en voz baja, claramente discutiendo si debían terminar la reunión ahí mismo.

Fue cuando Fer dijo algo que sorprendió a todos una vez más.

Tío Alejandro, ¿puedo sugerir algo? Alejandro estaba tan desesperado que asintió con la cabeza sin creer que una niña de 10 años pudiera salvar un negocio de tal magnitud.

Los japoneses valoran mucho la honestidad y el respeto.

Si usted se disculpara por el malentendido y explicara que cambiará la forma en que la empresa maneja la comunicación internacional, tal vez ellos le darían una segunda oportunidad.

¿Puedes traducirles eso?”, preguntó Alejandro tragándose el orgullo.

Fer asintió y comenzó a hablar en japonés.

Su fluidez era impresionante para alguien tan joven.

Alejandro observó como las expresiones de los ejecutivos cambiaban gradualmente de escepticismo a algo que parecía una curiosidad cautelosa.

El señor Yamamoto respondió algo largo y Fer tradujo.

Él dijo que están dispuestos a dar una oportunidad, pero quieren ver cambios reales.

Y dudó.

Preguntó si yo podría ayudar a traducir el contrato que trajeron.

porque tiene algunos matices culturales importantes que quizás se perdieron en la traducción oficial.

El Dr.

Eduardo Martínez, el director financiero de la empresa, se rió sarcásticamente.

Ahora una niña va a revisar contratos internacionales.

Esto es ridículo.

Pero los japoneses ya estaban extendiendo los documentos hacia Fer.

Ella los examinó cuidadosamente, pasando el dedo por las líneas, como hacía cuando leía en la salita de los empleados.

Hay una parte aquí que está mal traducida, dijo señalando un párrafo.

La palabra que usaron en español significa exclusividad temporal, pero en japonés escribieron sociedad exclusiva permanente.

Esto podría causar problemas legales después.

La doctora Patricia tomó el documento y lo comparó con la traducción oficial que tenían.

Su expresión cambió por completo.

Tiene razón, murmuró la abogada.

Esta discrepancia podría resultar en demandas millonarias en el futuro.

Los japoneses confirmaron con movimientos de cabeza, impresionados por la precisión de la observación de Fer.

Fue en ese momento que la puerta se abrió de nuevo y una mujer de aproximadamente 40 años entró apresurada.

tenía el cabello canoso recogido en un moño, llevaba el uniforme azul de limpieza de la empresa y su expresión era de puro terror al ver a su hija en la sala de juntas.

“Fer, ¿qué haces aquí?”, dijo Carmen corriendo hacia su hija.

“Mil disculpas, señor Rodríguez.

No sabía que ella había mamá.

” “Está bien”, interrumpió Fer.

Solo estaba ayudando con la traducción.

Carmen se detuvo en medio de la frase confundida.

Miró alrededor de la sala notando por primera vez la tensión en el ambiente y los documentos esparcidos sobre la mesa.

Traducción, repitió sin entender.

Doña Carmen dijo Alejandro, su voz mucho más respetuosa que de costumbre.

Su hija acaba de salvar un negocio de 20 millones de pesos.

Carmen parpadeó varias veces como si no pudiera procesar la información.

Eso, eso no es posible.

Fer es solo una niña.

Fue cuando el señor Yamamoto se levantó y se dirigió directamente a Carmen, hablando en un español vacilante pero comprensible.

Señora, su hija tiene un talento extraordinario.

Ella no solo habla nuestro idioma perfectamente, sino que entiende matices culturales que muchos traductores profesionales ignoran.

Carmen miró a su hija como si la viera por primera vez.

Pero, ¿cómo? ¿Cuándo aprendiste japonés? Mamá, siempre se lo dije.

Cuando me quedo esperando que usted termine su trabajo, veo esos dibujos japoneses en la televisión de la salita.

Usted siempre decía que era una tontería, ¿recuerda? Carmen se sentó pesadamente en una silla cercana pasándose la mano por el rostro.

Alejandro observó a la mujer con nuevos ojos.

Por primera vez en 5 años de empleo suyo en la empresa, realmente la estaba viendo como una persona, no solo como una empleada más invisible.

“Doña Carmen,” dijo él, “me gustaría saber más sobre usted.

¿Qué tipo de educación tuvo?” Carmen bajó la mirada claramente incómoda con la atención repentina.

“Yo yo tengo la preparatoria terminada, señor Rodríguez.

” Y vailó.

También hablo un poco de inglés y español.

¿Cómo que un poco? Preguntó Gabriela, la secretaria.

Estudié idiomas en la escuela nocturna antes de que Fer naciera.

Siempre me gustó mucho, pero después de que mi esposo, después de que se fue, tuve que dejar los estudios para trabajar.

Fer tomó la mano de su madre.

Mi mamá habla inglés muy bien y español también.

Siempre me ayuda con la tarea de inglés de la escuela.

Alejandro comenzaba a darse cuenta de la magnitud de lo que estaba sucediendo.

Durante 5co años tuvo una empleada que hablaba tres idiomas limpiando sus baños mientras pagaba una fortuna a traductores externos.

“¿Por qué nunca mencionó esto cuando la contrataron?”, preguntó él.

Carmen rió amargamente.

“Señor Rodríguez, con todo respeto, cuando una mujer como yo busca trabajo de intendencia, nadie pregunta si habla idiomas.

La gente solo quiere saber si sé usar escoba y trapeador.

El silencio incómodo que siguió fue interrumpido por el señor Yamamoto, quien dijo algo en japonés a Fer.

Él pregunta si les gustaría que probaran el inglés de mi mamá.

Tradujo Fer.

Ellos también hablan inglés.

Antes de que Alejandro pudiera responder, uno de los otros ejecutivos japoneses más joven, se dirigió a Carmen en inglés.

Good afternoon, Mrs.

Hernández.

us background Carmen respiró hondo y respondió en un inglés fluido y claro.

Good afternooned English.

Los japoneses se miraron entre sí, claramente impresionados.

Alejandro sentía como si el piso se moviera bajo sus pies.

Cuántas otras personas talentosas había ignorado a lo largo de los años.

El Dr.

Eduardo, el director financiero, intentó recuperar el control de la situación.

Bueno, todo esto es muy interesante, pero necesitamos enfocarnos en el contrato.

Doña Carmen, agradecemos su colaboración, pero ahora vamos a necesitar profesionales calificados para Con permiso.

Interrumpió Fer con una educación impresionante para una niña de su edad.

Pero los señores japoneses trajeron otros documentos en Mandarín.

También me di cuenta cuando estaban organizando los papeles.

El señor Yamamoto sonrió y lo confirmó sacando otros documentos de su portafolios.

Sí, tenemos socios chinos que también están interesados en el mercado mexicano.

¿Entiendes Mandarín? También un poquitito, dijo Fer modestamente.

La doña Xiaomo Ming, que trabaja limpiando el edificio de al lado, es de China.

Ella me enseñó algunas cosas cuando nos encontramos en la hora de la comida.

Alejandro estaba empezando a sentirse mareado.

No era posible que su empresa estuviera rodeada de talentos que nunca había notado.

“¿Cuántas personas como la doña Xiaoming trabajan en este edificio?”, le preguntó a Gabriela.

Yo no sé, señor, nunca he prestado atención a eso.

Fue Carmen quien respondió, “Señor Rodríguez, solo en su edificio está Xiaoming de China.

Miguel, que es ingeniero, pero trabaja de portero.

La doña Rosario, que habla alemán y francés, pero trabaja en la cocina.

y don Ramón del Archivo que antes era contador.

Eso no es posible, murmuró el Dr.

Eduardo.

Sí lo es, doctor, dijo Fer.

Don Ramón siempre me ayuda con matemáticas cuando vengo a buscar a mi mamá.

Él dice que las matemáticas son universales, que no importa el idioma.

Alejandro se levantó de golpe y empezó a caminar de un lado a otro.

Su mente iba a 1000 tratando de procesar toda esa información.

5 años, dijo, más para sí mismo que para los demás.

5 años pagando consultorías carísimas, perdiendo oportunidades cuando tenía un tesoro de conocimiento justo bajo mi nariz.

El señor Yamamoto dijo algo en japonés y Fer tradujo.

Él dice que en Japón existe un concepto llamado Motainai, que significa desperdiciar algo valioso.

Cree que su empresa no puede hacer negocios con alguien que practica mota yai con sus propios empleados.

La situación se estaba volviendo crítica otra vez.

Alejandro se dio cuenta de que no solo un contrato estaba en juego, sino toda su filosofía empresarial estaba siendo cuestionada.

¿Qué necesito hacer?, preguntó directamente al señor Ylamamoto a través de Fer.

Después de una larga conversación en japonés, Fer tradujo, “Quieren ver cambios reales que usted promueva a las personas basándose en su talento verdadero, no solo en la apariencia o el título.

Y dudó, quieren que yo participe en las próximas reuniones como consultora junior.

” “¿Cómo? Si es una niña”, protestó la doctora Patricia.

Pero Carmen sorprendió a todos al decir, “Fer, no puedes aceptar eso.

Tienes que estudiar, tienes que ser niña.

No voy a dejarte trabajar.

Mamá, no voy a dejar de estudiar”, dijo Fer con calma.

“Pero puedo ayudar unas horas a la semana después de la escuela.

Y solo si es para enseñar a otros también.

No es justo que solo yo tenga esta oportunidad.

” Alejandro miró a esa niña de 10 años que estaba dando lecciones de ética y generosidad a un cuarto lleno de adultos supuestamente experimentados.

¿Qué estás proponiendo exactamente?, preguntó.

Que la empresa cree un programa donde todos los empleados puedan mostrar sus talentos.

Que haya clases de idiomas para quien quiera aprender.

Que nadie sea juzgado por el uniforme que usa, sino por lo que sabe hacer.

Querido oyente, si estás disfrutando la historia, aprovecha para dejar tu like y sobre todo suscribirte al canal.

Esto nos ayuda mucho a los que estamos empezando ahora.

Continuando.

Los japoneses hablaron entre sí unos minutos.

Cuando el señor Yamamoto volvió a hablar, su expresión era seria, pero esperanzadora.

dice que si usted hace estos cambios de verdad, no solo cierran el contrato actual, sino que traerán otros socios asiáticos para conocer la empresa.

Pero tiene que ser cambio real, no solo promesas.

tradujo Fer.

Alejandro miró alrededor de la sala, vio el escepticismo en el rostro del doctor Eduardo, la preocupación de la doctora Ara Patricia, la esperanza tímida en los ojos de Carmen y la determinación tranquila de una niña de 10 años que estaba siendo más madura que todos los adultos presentes.

“Está bien”, dijo.

Finalmente, “Vamos a hacerlo, pero quiero empezar ahora mismo.

” Se dirigió a Gabriela.

Llama a Miguel allá abajo y a doña Rosario de la cocina y a todos los demás que doña Carmen mencionó.

Quiero conocer mi propia empresa.

Señor Rodríguez, esto va a causar un desorden.

Comenzó el doctor Eduardo.

Doctor Eduardo, lo interrumpió Alejandro.

Con todo respeto, nuestra forma de hacer negocios casi nos cuesta 20 millones hoy.

Creo que un poco de desorden es lo mínimo que merecemos.

Mientras Gabriela salía a llamar a los empleados, Fer se acercó a Alejandro.

Tío Alejandro, ¿puedo hacer una sugerencia más? Dime, Fer.

Podría disculparse con mi mamá por los 5 años que trabajó aquí siendo invisible.

Ella se lo merece.

Alejandro miró a Carmen, que tenía los ojos llenos de lágrimas.

Por primera vez en su vida, realmente vio lo que había hecho, no solo con ella, sino con decenas de personas que pasaban frente a él todos los días como si fueran muebles.

“Doña Carmen”, dijo acercándose, “le pido sinceras disculpas.

No solo por hoy, sino por los últimos 5 años, usted merecía respeto y oportunidades que nunca le di.

Y prometo que esto va a cambiar.

” Carmen no pudo contener las lágrimas.

Gracias, señor Rodríguez.

Yo solo siempre quise trabajar con dignidad.

En los minutos siguientes, la sala de juntas se transformó.

Miguel, un hombre negro de unos 50 años que trabajaba como portero, entró nervioso, claramente sin entender por qué lo habían llamado.

Doña Rosario, una señora latina de unos 60 años, entró secándose las manos en el delantal de la cocina.

Don Ramón, un señor delgado de cabello blanco, vino del archivo cargando unos papeles.

Alejandro los observó con ojos completamente diferentes.

¿Cómo había estado tan ciego por tanto tiempo? Compañeros dijo, “los llamé aquí porque descubrí hoy que tienen talentos que nuestra empresa ha desperdiciado vergonzosamente.

Miguel, ¿es cierto que estudió ingeniería?” Miguel se sorprendió.

“Sí.

” Sí, señor Rodríguez, ingeniería eléctrica.

Me gradué hace 15 años, pero como no conseguía trabajo en el área, terminé aceptando ser portero aquí.

¿Y por qué no conseguía trabajo?, preguntó Alejandro, aunque ya sospechaba la respuesta.

Miguel bajó la mirada.

Bueno, señor, me gradué en una universidad pública y pues creo que algunas empresas prefieren ingenieros que se graduaron en universidades privadas caras o que que no tienen mi color de piel.

El silencio en la sala era pesado.

Alejandro sentía vergüenza no solo de sí mismo, sino de todo un sistema que desperdiciaba talentos por prejuicios estúpidos.

Doña Rosario, continuó, doña Carmen, me dijo que usted habla alemán y francés.

¿Cómo los aprendió doña Rosario? Sonrió tímidamente.

Ay, señor Rodríguez, nací en Colombia, hija de inmigrantes alemanes.

Crecía hablando alemán en casa y español en la calle.

El francés lo aprendí en la escuela.

Siempre tuve facilidad para los idiomas.

Antes de venir a México trabajaba como guía turística en Bogotá.

¿Y por qué está trabajando en la cocina? Cuando llegué aquí hace 10 años, no tenía dinero para validar mi diploma colombiano.

Y bueno, una mujer de 60 años extranjera, no tiene muchas oportunidades en el mercado laboral mexicano.

Alejandro se volteó hacia Don Ramón.

¿Y usted, don Ramón, es cierto que fue contador? El hombre mayor ajustó sus lentes.

Sí, señor.

Trabajé 40 años como contador.

Me jubilé, pero la pensión no alcanzaba para vivir con dignidad.

Así que conseguí este trabajo en el archivo para complementar el ingreso.

Usted sabe lo difícil que es para un hombre de mi edad.

Alejandro se pasó la mano por el cabello, completamente conmocionado.

Cuántas historias como estas existían en su empresa cuántas en todo México.

Los ejecutivos japoneses observaban todo en silencio, claramente impresionados por lo que estaban presenciando.

El señor Yamamoto dijo algo en japonés y Fer tradujo.

Él dice que lo que está pasando aquí es muy raro, que nunca ha visto a un empresario tener el valor de enfrentar sus propios prejuicios así frente a todos.

Pregúntenle qué debo hacer ahora, dijo Alejandro.

Después de una conversación en japonés, Fer tradujo, dijo que el primer paso es reconocer el problema y usted ya lo hizo.

El segundo es tomar acciones concretas de inmediato.

Y el tercero es no rendirse cuando lleguen las dificultades, porque otras personas intentarán impedir los cambios.

Como si hubiera sido invocado por las palabras del señor Yamamoto, el Dr.

Eduardo intervino.

Alejandro, entiendo la emoción del momento, pero no podemos tomar decisiones apresuradas.

Hay cuestiones legales, protocolos de la empresa, responsabilidades con los accionistas.

Dr.

Eduardo, lo interrumpió Fer con educación.

¿Puedo hacerle una pregunta? El director financiero la miró con condescendencia.

¿Puedes hablar, niña, usted cree que es más riesgoso para la empresa aprovechar los talentos que ya tiene o seguir perdiendo 20 millones por no poder ni responder un correo en japonés? El Dr.

Eduardo se puso rojo, claramente molesto por ser cuestionado por una niña de 10 años.

Eso es diferente.

Fue un malentendido puntual.

¿De verdad?, preguntó Fer con una inocencia que cortaba como navaja.

¿Cuántos otros malentendidos iguales han pasado sin que usted lo sepa? Alejandro miró al Dr.

Eduardo con una expresión que el director financiero nunca antes había visto.

Dr.

Eduardo, ¿cuántas oportunidades internacionales hemos perdido en los últimos años por problemas de comunicación? Yo, eso no viene al caso ahora.

Sí, insistió Alejandro.

Fer, ¿puedes preguntarles a los japoneses si conocen otras empresas mexicanas que hayan perdido negocios por este tipo de problemas? Después de una conversación en japonés, Fer tradujo con tristeza.

Dijeron que pasa mucho, que muchas empresas mexicanas pierden oportunidades porque no entienden que la comunicación cultural es tan importante como el precio y la calidad.

y que dudó que por eso muchas empresas asiáticas prefieren hacer negocios con empresas americanas o europeas, aunque sean más caras.

El peso de esa revelación cayó en la sala como una bomba.

Alejandro entendió que no solo su empresa estaba perdiendo, era todo el país.

Don Ramón, dijo Alejandro, como contador experimentado, ¿puede decirme cuánto pierde una empresa al año en oportunidades perdidas? Don Ramón se acomodó los lentes y pensó un momento, “Señor Rodríguez, eso es imposible calcularlo exactamente porque no sabemos cuántas oportunidades hemos
perdido.

Pero si una empresa pierde una oportunidad de 20 millones por la comunicación, ¿cuántas oportunidades más pequeñas pierde al día? Miles, tal vez.

Las matemáticas eran brutalmente simples y dolorosas.

Miguel, continuó Alejandro.

como ingeniero, ¿qué tipo de mejoras ve que podríamos hacer en nuestra infraestructura de comunicación? Miguel se animó por primera vez desde que entró a la sala.

Señor Rodríguez, he observado las cosas durante 5 años trabajando en la entrada.

Veo cuánta gente llega aquí y se va frustrada porque nadie habla su idioma.

Veo cuántos documentos importantes llegan por correo y se pierden porque nadie entiende lo que está escrito.

Sería fácil crear un sistema mejor.

Y doña Rosario, preguntó Alejandro como guía turística con experiencia, ¿qué mejoras sugeriría para recibir visitantes internacionales? Doña Rosario se enderezó orgullosa por primera vez en años.

Señor Rodríguez, un visitante extranjero nota en 5 minutos si una empresa respeta otras culturas.

No es solo el idioma, es la forma de saludar, de servir el café, de organizar juntas.

Todo eso cuenta.

Alejandro miró alrededor de la sala y vio algo que nunca había visto antes.

Un equipo, no una jerarquía rígida de jefes y subordinados, sino personas con talentos complementarios que podían trabajar juntas.

Fer dijo, traduce a los japoneses lo siguiente, acepto su propuesta.

Voy a reestructurar completamente la forma en que funciona esta empresa y quiero que ellos sean testigos de esta transformación.

Mientras Fer traducía, Alejandro continuó, “Miguel, quiero que tomes la dirección del nuevo departamento de infraestructura y comunicación internacional.

Doña Rosario, quiero que seas nuestra coordinadora de relaciones culturales.

Don Ramón, necesito que audites todos nuestros procesos financieros para identificar otras pérdidas que tenemos por ineficiencia.

Las expresiones de shock en los rostros de los tres empleados eran indescriptibles.

El doctor Eduardo parecía que iba a tener un infarto.

Alejandro, no puedes hacer esto.

No es así como se administra una empresa.

Dr.

Eduardo dijo Alejandro con calma, ¿cómo se administra una empresa? Ignorando talentos, desperdiciando oportunidades, pagando fortunas a consultores externos mientras tenemos especialistas limpiando nuestros baños? Pero no tienen la calificación formal necesaria.

¿Qué calificación formal? Interrumpió Carmen hablando por primera vez desde que llegaron los otros empleados.

¿Usted tiene calificación formal para ignorar a personas competentes? ¿Tiene diploma en desperdiciar talentos? El silencio que siguió fue roto por una risa.

Sorprendentemente era el señor Yamamoto quien se reía.

Fer tradujo, dice que en sus 40 años de carrera nunca había visto una reunión de negocios como esta y que si usted realmente hace estos cambios, ellos no solo cierran el contrato actual, sino que recomendarán la empresa a todos sus socios asiáticos.

Pero hay condiciones, continuó Fer después de que el señor Yamamoto habló más.

Quieren seguir el progreso, quieren ver reportes mensuales de cómo está funcionando y quieren que yo siga como consultora junior para asegurar que la comunicación cultural siga siendo respetada.

Alejandro miró a Carmen.

Doña Carmen, ¿qué opina usted? Carmen miró a su hija que esperaba su respuesta con ansiedad.

Creo que creo que Fer tiene un don y sería egoísta de mi parte impedirle usarlo para ayudar a otros.

Pero sigue siendo una niña.

La escuela primero siempre.

Obvio, asintió Alejandro solo unas horas por semana después de la escuela y con seguimiento pedagógico para asegurar que sea una experiencia educativa, no trabajo infantil.

La doctora Patricia, que había permanecido callada un rato, finalmente habló.

Desde el punto de vista legal, es viable.

Podemos estructurarlo como un programa educativo de intercambio cultural.

Fer sería una embajadora junior de la comunicación internacional, sin vínculo laboral, sin responsabilidades inadecuadas para su edad.

Y quiero proponer algo más, dijo Fer, que el programa sea abierto para otros niños.

También hay muchos niños que saben idiomas o que quisieran aprender.

Podríamos hacer como una escuelita de idiomas aquí en la empresa, donde los niños enseñan lo que saben y aprenden cosas nuevas.

La idea era brillante.

Alejandro vio de inmediato las posibilidades.

Hijos de empleados desarrollando habilidades, la empresa convirtiéndose en un centro de intercambio cultural, empleados de todas las áreas interactuando y aprendiendo unos de otros.

Esto podría funcionar”, murmuró su mente ya llena de posibilidades.

El doctor Eduardo hizo un último intento.

“Alejandro, te imploro que lo pienses bien.

Cambios así pueden desestabilizar por completo la empresa.

¿Y si sale mal?” Alejandro lo miró y por primera vez vio realmente quién era el doctor Eduardo.

Un hombre asustado por los cambios, aferrado a un sistema que funcionaba para unos, pero excluía a muchos.

Dr.

Eduardo, ¿y si sale bien? ¿Y si descubrimos que tenemos una empresa mucho más fuerte de lo que imaginábamos? ¿Y si dejamos de desperdiciar el talento que está justo frente a nosotros? Fue don Ramón quien dio el argumento final.

Señor Rodríguez, con todo respeto al Dr.

Eduardo, pero en mi experiencia como contador, las empresas que no se adaptan se quedan atrás.

Y por lo que veo hoy aquí, usted no está arriesgando.

Usted está finalmente comenzando a usar los recursos que siempre tuvo.

Los japoneses hablaron entre sí por unos minutos más.

Cuando pararon, el señor Yamamoto se levantó y extendió la mano hacia Alejandro.

¿Quiere cerrar el trato ahora? tradujo Fer sonriendo y dijo que traerá a otros empresarios japoneses para conocer la nueva forma de trabajar de la empresa.

Alejandro estrechó la mano del señor Yamamoto, sintiendo que no solo estaba cerrando un contrato, sino iniciando una nueva era.

“Fer, pregúntale cuándo podemos comenzar.

” Después de una breve conversación en japonés, Fer tradujo, “Dice que quiere ver los primeros reportes en un mes y que sonó con picardía, que quiere ver si don Miguel realmente puede mejorar la infraestructura de comunicación de la empresa.

” Miguel se enderezó orgulloso.

“¿Pueden contar conmigo? En una semana entrego un proyecto completo de reestructuración y yo puedo comenzar a capacitar a recepción sobre protocolos culturales diferentes agregó doña Rosario.

Cada país tiene sus particularidades y yo revisaré todos los contratos internacionales de los últimos 5 años, dijo don Ramón.

Apostaría que hay más problemas de traducción ocultos.

Alejandro miró alrededor de la sala y tuvo una revelación.

Por primera vez en 20 años de empresa, no estaba administrando empleados, estaba liderando un equipo.

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Eso nos ayuda mucho a los que estamos comenzando.

Ahora, continuando.

Tres semanas después, Rodríguez Importaciones era irreconocible.

Miguel había instalado un sistema de traducción simultánea en las principales salas de reunión, además de crear una base de datos con información cultural sobre diferentes países.

Doña Rosario había capacitado a todo el personal de recepción sobre cómo recibir visitantes de diferentes nacionalidades e incluso el menú de la cafetería se adaptó para incluir opciones de diferentes culturas.

Don Ramón no solo encontró otros errores de traducción en contratos antiguos, sino que también descubrió que la empresa estaba perdiendo dinero por años al no entender las diferencias de usos horarios en comunicaciones internacionales.

Carmen fue ascendida a coordinadora del nuevo departamento de comunicación internacional y estaba radiante usando su primer traje profesional en 8 años.

Pero fue Fer quien trajo la sorpresa más inesperada.

“Tío Alejandro”, dijo ella una tarde de jueves entrando a su oficina después de la escuela.

“Necesito contarte algo importante.

” Alejandro levantó la vista de los papeles que revisaba.

En las últimas semanas había aprendido a prestar toda su atención cuando Fer hablaba con esa expresión seria.

“¿Qué pasa, Fer? ¿Te acuerdas del señor Yamamoto?” llamó esta mañana.

¿Y qué dijo? Que hay una empresa china muy grande que quiere conocer nuestra empresa.

Pero vaciló, hay un problema.

Alejandro sintió que su corazón se aceleraba.

Habían trabajado tanto en las últimas semanas.

¿Qué problema? ¿Quieren hacer una reunión solo con mujeres? Alejandro parpadeó confundido.

¿Cómo así? Es su cultura, tío Alejandro.

es una empresa china que solo tiene ejecutivas mujeres.

Insisten hacer negocios solo con empresas que respetan y valoran a las mujeres en puestos de liderazgo.

Alejandro miró alrededor de su empresa con nuevos ojos.

La doctora Patricia era la única mujer en un puesto ejecutivo.

Carmen acababa de ser ascendida, pero aún no tenía experiencia en reuniones internacionales de alto nivel.

“¿Y qué sugieres tú?”, preguntó él, ya sospechando la respuesta.

Que la reunión sea conducida por la doctora Patricia con mi mamá como coordinadora de comunicación, doña Rosario como consultora cultural y yo como traductora.

La idea era a la vez aterradora y brillante.

Alejandro nunca había permitido que una reunión internacional fuera conducida por mujeres, no por machismo consciente, sino porque siempre asumió que él debía estar presente en todas las decisiones importantes.

“Yo me quedaría fuera,”, preguntó él.

“No, completamente.

Usted quedaría disponible para consultas, pero no en la sala.

Ellas quieren ver cómo funciona la empresa cuando las mujeres tienen autonomía real.

Alejandro pasó la mano por el cabello.

Era otra prueba.

Lo notaba.

Y una oportunidad para demostrar que los cambios en la empresa eran reales, no solo superficiales.

¿Cuándo es la reunión? La próxima semana.

Viernes.

Alejandro pensó por un momento.

La doctora Patricia era extremadamente competente.

Conocía todos los aspectos legales de la empresa.

Carmen había demostrado ser una coordinadora natural.

Doña Rosario entendía matices culturales mejor que cualquier consultor externo.

Y Fer, bueno, Fer ya había probado sus habilidades.

Está bien, dijo finalmente, pero quiero preparación total.

Quiero que tengan acceso a todos los documentos, toda la información, todo el apoyo que necesiten.

Fer sonrió.

Gracias, tío Alejandro, pero hay algo más.

¿Qué más? El doctor Eduardo dijo que no va a colaborar, que esto es feminismo exagerado y que va a destruir la seriedad de la empresa.

Alejandro suspiró.

El Dr.

Eduardo se había vuelto cada vez más resistente a los cambios, cuestionando cada nueva iniciativa, cada promoción basada en mérito en lugar de antigüedad.

¿Y tú qué crees que debemos hacer? Creo que tal vez el doctor Eduardo necesite unas vacaciones, dijo Fer diplomáticamente.

Al menos hasta después de la reunión.

Alejandro rió.

La sabiduría de esa niña de 10 años seguía sorprendiéndolo.

Tiene razón.

Le sugeriré que se tome unas vacaciones la semana de la reunión.

El viernes por la mañana, Alejandro observó desde su oficina mientras cuatro mujeres se preparaban para la reunión más importante desde la transformación de la empresa.

La doctora Patricia lucía elegante y segura en su traje azul marino.

Carmen, que había perdido 10 kg de estrés en las últimas semanas y ganado una confianza que Alejandro nunca había visto, estaba impecable en su traje gris.

Doña Rosario, radiante a sus 60 años, llevaba un vestido profesional que resaltaba su postura digna de quien había sido guía turística internacional.

Y Fer, pequeñita entre las tres mujeres adultas, usaba una blusa blanca y falda azul marino, pareciendo una ejecutiva en miniatura.

Las ejecutivas chinas llegaron puntualmente a las 10.

Eran tres mujeres entre 40 y 50 años, todas vestidas con trajes oscuros, todas con expresiones serias, pero no hostiles.

Alejandro las vio siendo recibidas por doña Rosario, quien las saludó en mandarín y las condujo a la sala de juntas.

Durante las dos horas siguientes, Alejandro se quedó en su oficina intentando trabajar, pero incapaz de concentrarse.

De vez en cuando escuchaba risas provenientes de la sala de juntas, lo que consideró una buena señal.

Cuando las chinas finalmente salieron, Alejandro vio que todas sonreían.

Fer apareció en la puerta de su oficina 15 minutos después.

“¿Cómo les fue?”, preguntó ansioso.

“Cerramos el contrato”, dijo Fer simplemente.

25 millones, cinco más de lo que habían planeado inicialmente.

Alejandro casi se cae de la silla.

¿Cómo lo lograron? La doctora Patricia es muy buena negociando y quedaron impresionadas cuando descubrieron que mi mamá habla chino básico también y que doña Rosario conoce la historia de la inmigración china en México mejor que muchos maestros.

¿Tu mamá habla chino?”, preguntó Alejandro aún procesando un poquitito.

Ella aprendió en las últimas semanas con la doña Xiaoming para poder comunicarse mejor con empleados chinos que trabajan en edificios aquí cerca.

Alejandro movió la cabeza maravillado.

Carmen seguía sorprendiendo con su dedicación por aprender y crecer.

“¿Y qué más pasó? Ellas ofrecieron algo que no me esperaba”, dijo Fer, su expresión volviéndose seria.

Quieren que nuestra empresa sea su representante oficial en toda América Latina.

Alejandro sintió que el mundo giraba a su alrededor.

Ser representante oficial para toda América Latina significaba significaba convertir su empresa mediana en una de las más grandes del sector.

“Esto es esto es enorme”, completó Fer.

“Pero hay condiciones.

” “Claro que las hay”, suspiró Alejandro.

¿Cuáles? ¿Quieren que la empresa siga cambiando? ¿Quieren ver más personas ascendiendo por su talento real? Que otros empleados tengan oportunidades de crecer y dudó.

Quieren que el Dr.

Eduardo sea reemplazado.

Alejandro no se sorprendió.

El Dr.

Eduardo se había vuelto un símbolo de resistencia al cambio.

Ellas lo dijeron directamente, ¿no? Pero preguntaron si todos los ejecutivos estaban comprometidos con la nueva filosofía.

Cuando dije que aún había resistencia interna, dejaron claro que sería un problema.

Alejandro asintió lentamente.

Era una decisión difícil, pero el Dr.

Eduardo había elegido su bando en la transformación de la empresa.

¿Y a quién sugirieron para reemplazarlo? Nadie aún, pero tengo una idea.

¿Cuál? Don Ramón es contador experimentado, conoce la empresa mejor que nadie y en estas semanas mostró que entiende de finanzas tanto como el doctor Eduardo, pero sin los prejuicios.

Alejandro consideró la sugerencia.

Don Ramón sí se había destacado encontrando eficiencias que el Dr.

Eduardo ignoró por años y proponiendo soluciones creativas a viejos problemas.

¿Crees que aceptaría? Creo que merece la oportunidad de demostrar lo que puede, dijo Fer.

Y creo que usted merece una empresa donde todos trabajen por el mismo objetivo.

Dos semanas después, Alejandro estaba en su oficina observando la empresa a través de los ventanales.

Don Ramón, ahora director financiero, estaba en reunión con Miguel y doña Rosario, planeando la infraestructura necesaria para la expansión latinoamericana.

Carmen coordinaba un equipo de cinco personas en el nuevo departamento de comunicación internacional, incluyendo a dos hijos de empleados que habían mostrado talento para los idiomas.

La doctora Patricia asumió el rol de
directora ejecutiva para América Latina, radiante con los nuevos retos.

El Dr.

Eduardo fue transferido a un puesto consultivo en otra empresa del grupo donde sus habilidades tradicionales encajaban mejor.

y Fer, Fer seguía siendo Fer.

Tres tardes por semana después de la escuela, llegaba a la empresa y pasaba dos horas en el nuevo centro de intercambio cultural creado en el antiguo almacén.

Allí enseñaba japonés básico a empleados interesados mientras aprendía francés con doña Rosario y programación básica con Miguel.

Pero lo más importante era que había inspirado a otros niños.

Ahora el centro recibía a 15 niños entre 8 y 16 años, hijos de empleados de varias empresas de la zona, creando un pequeño laboratorio de intercambio cultural que llamaba la atención de universidades y otras empresas.

Alejandro fue interrumpido en sus reflexiones por un golpe en la puerta.

Era Fer, como siempre después de la escuela.

Tío Alejandro, ¿puedo contarte una novedad? Claro, Fer.

¿Qué pasó ahora? El señor Yamamoto llamó de nuevo.

Dijo que la noticia sobre nuestra empresa llegó a Japón.

Hay una revista japonesa que quiere hacer un reportaje sobre empresas que valoran talentos ocultos.

Alejandro sonríó.

En los últimos dos meses había recibido llamadas de periodistas, consultores empresariales e incluso profesores universitarios interesados en estudiar la transformación de Rodríguez Importaciones.

¿Y qué le dijiste? que sería un honor, pero que el reportaje no puede ser solo usted.

Tiene que incluir la historia de todos, de Miguel, de doña Rosario, de Don Ramón, de mi mamá, de todas las personas que siempre tuvieron talento, pero que nunca tuvieron oportunidad.

Alejandro miró a esa niña de 10 años que había cambiado su vida y su empresa y se dio cuenta de que había aprendido más con ella que en todos sus años de universidad y cursos de administración.

Fer, ¿puedo hacerte una pregunta? Claro.

¿Cómo sabías que todo esto iba a funcionar? ¿Cómo una niña de 10 años puede ver cosas que adultos experimentados no ven? Fer pensó un momento antes de responder.

Creo que es porque los niños no tienen miedo de decir la verdad, tío Alejandro.

Los adultos a veces temen lastimar o causar problemas o parecer que no saben, pero los niños dicen lo que ven.

¿Y qué veías tú? Veía que mucha gente inteligente estaba siendo desperdiciada y eso me entristecía.

Mi mamá es muy lista, pero todos la trataban como si solo fuera una empleada de limpieza.

Miguel sabe mucho de ingeniería, pero todos lo ignoraban.

Doña Rosario ha viajado por todo el mundo, pero todos creían que solo sabía hacer café.

Alejandro asintió comprendiendo.

Y pensaste que podías cambiar eso? No sabía si podía cambiarlo, pero sabía que tenía que intentarlo, porque si no lo intentamos, nada cambia nunca.

La simplicidad y profundidad de la respuesta dejaron a Alejandro en silencio por un momento.

“Fer, ¿tienes planes para el futuro? ¿Qué quieres ser de grande? Quiero ser diplomática, dijo sin dudar.

Quiero trabajar para que personas de diferentes países se entiendan mejor.

Y quiero que empresas de todo el mundo aprendan que el talento no tiene color, no tiene acento, no tiene edad.

¿Crees que lo lograrás? Fer sonrió con la confianza serena de quien ya había visto cambios imposibles ocurrir.

Creo que si una niña de 10 años puede convencer a un empresario terco de cambiar una empresa entera, puede lograr cualquier cosa.

Alejandro rió asintiendo por completo.

6 meses después, Rodríguez Importaciones se había convertido en la principal representante de empresas asiáticas en América Latina.

Miguel había patentado un sistema de comunicación multilingüe que se vendía a otras empresas.

Doña Rosario había escrito un manual de protocolo cultural que se volvió referencia en escuelas de negocios.

Don Ramón había descubierto eficiencias que aumentaron las ganancias de la empresa en 30%.

Carmen había sido ascendida a directora regional de comunicación internacional supervisando operaciones en cinco países y Fer.

Fer había recibido becas de estudio ofrecidas por tres universidades diferentes con la condición de que siguiera desarrollando sus proyectos de intercambio cultural.

Pero quizá el cambio más importante era el menos visible.

La empresa se había convertido en un lugar donde empleados de todos los niveles se sentían valorados, donde los talentos eran descubiertos y desarrollados, donde la diversidad era vista como una ventaja competitiva en lugar de un problema por gestionar.

Una mañana de lunes, Alejandro caminaba por los pasillos cuando escuchó una conversación entre dos empleadas de limpieza.

Una le enseñaba palabras en árabe a la otra, explicando que había crecido en Marruecos antes de emigrar a México.

Alejandro se detuvo y escuchó un momento sonriendo.

Había aprendido a prestar atención a conversaciones que antes ignoraba por completo.

Se acercó a las dos mujeres.

Disculpen dijo con educación.

¿Podrían enseñarme algunas palabras en árabe también? Las dos mujeres se miraron sorprendidas pero contentas.

Ahí estaba el CEO de la empresa pidiendo aprender de ellas.

Mientras aprendía sus primeros saludos en árabe, Alejandro pensó en cómo había cambiado su vida, no solo profesionalmente, sino personalmente.

Había descubierto que escuchar a personas que antes ignoraba era infinitamente más enriquecedor que hablar con consultores caros que solo confirmaban lo que él ya pensaba.

había aprendido que la diversidad no era solo una palabra de moda, sino una fuente real de innovación y crecimiento.

Había descubierto que promover a las personas basándose en talento real, en lugar de apariencias o conexiones, creaba una empresa más fuerte y más rentable.

Pero principalmente había aprendido que una niña de 10 años podía tener más sabiduría sobre liderazgo que la que él había acumulado en 20 años de carrera.

Esa tarde, como siempre, Fer apareció después de la escuela.

Esta vez traía una novedad diferente.

Tío Alejandro, ¿puedo mostrarte algo? Claro, Fer.

Ella sacó de su mochila un cuaderno lleno de anotaciones.

Estoy escribiendo un libro.

¿Un libro sobre qué? Sobre cómo las empresas pueden descubrir talentos ocultos.

Sobre cómo los niños pueden enseñar a los adultos.

sobre cómo cambios que parecen imposibles pueden suceder cuando las personas son honestas entre sí.

Alejandro ojeó el cuaderno impresionado por la organización y profundidad de las ideas de Fer.

Esto es increíble, Fer.

¿Quieres publicarlo? Quiero que otras empresas lo lean y hagan cambios.

También quiero que otros niños vean que pueden hacer la diferencia y quiero que otros adultos dejen de tener miedo de aprender de personas diferentes.

Alejandro miró a esa niña extraordinaria y tuvo una idea.

Fer, ¿qué tal si nuestra empresa financia la publicación de tu libro y si creamos un programa para distribuirlo a otras empresas, escuelas y universidades? Los ojos de Fer se iluminaron.

Eso sería increíble, pero tiene que haber una condición.

¿Cuál? La mitad de
las ganancias del libro debe ir a un fondo de becas para hijos de empleados de empresas, no solo de nuestra empresa, sino de cualquier empresa que quiera participar.

Alejandro sonríó.

Incluso cuando recibía oportunidades personales, Fer pensaba en cómo beneficiar a otros.

Trato hecho”, dijo extendiendo la mano.

“Scios.

Socios”, respondió Fer, estrechando su mano con la seriedad de quien ya había cerrado negocios millonarios.

Un año después, el libro Cómo una niña de 10 años cambió una empresa, había vendido más de 100,000 copias en México y estaba siendo traducido al japonés, chino, inglés y español.

El fondo de becas ya había beneficiado a más de 200 niños, pero más importante que las ventas eran las historias que llegaban cada día de empresas que implementaban cambios similares, descubriendo talentos ocultos en sus propios empleados y creando ambientes más inclusivos y productivos.

Alejandro,
ahora reconocido como uno de los empresarios más innovadores del país, era constantemente invitado a conferencias, pero nunca aceptaba una invitación sin incluir a Fer, Carmen, Miguel, doña Rosario y don Ramón en el programa.

No fue un CO el que cambió esta empresa, decía siempre.

Fue una niña valiente que tuvo la honestidad de decir la verdad y un grupo de personas talentosas que finalmente recibieron la oportunidad que siempre merecieron.

Una tarde de martes, exactamente dos años después de aquella reunión que lo había cambiado todo, Alejandro estaba en su oficina cuando Fer entró con una expresión distinta.

Estaba más alta, más madura, pero conservaba la misma seriedad de siempre.

Tío Alejandro, necesito contarte algo importante.

¿Qué pasa, Fer? Recibí una propuesta para estudiar en Japón, una escuela internacional que forma a jóvenes diplomáticos.

Leeron mi libro y quieren que participe en un programa especial.

Alejandro sintió un pinchazo en el pecho.

Se había acostumbrado a la presencia diaria de Fer en la empresa con sus ideas, con su sabiduría precoz.

“¿Y tú quieres ir?” “Lo quiero”, dijo ella con honestidad.

Pero solo si estoy segura de que la empresa seguirá creciendo sin mí y solo si mi mamá está de acuerdo.

¿Y qué dijo tu mamá? que la decisión es mía, que está orgullosa de lo que he logrado, pero que lo más importante es que sea feliz y siga aprendiendo.

Alejandro asintió comprendiendo la sabiduría de Carmen.

Fer, desde el primer día que entraste a esta sala, me enseñaste cosas que nunca había aprendido en ningún otro lugar.

Cambiaste no solo esta empresa, sino cientos de otras a través de tu libro.

mereces todas las oportunidades del mundo.

Gracias, tío Alejandro, pero quiero hacer una propuesta.

¿Cuál? que el Centro de Intercambio Cultural siga funcionando, que otros niños tengan la oportunidad de aprender y enseñar y que cuando me gradúe como diplomática regrese para trabajar con empresas mexicanas y mejorar las relaciones internacionales.

Es una promesa.

Es una promesa.

Tres meses después, Alejandro estaba en el aeropuerto despidiéndose de Fer y Carmen.

La niña de 12 años que había salvado su empresa se iba para convertirse en una diplomática internacional, pero había prometido volver para seguir transformando el mundo de los negocios mexicano.

Mientras el avión despegaba, Alejandro pensó en todos los cambios que habían ocurrido.

Su empresa era ahora una de las más respetadas de América Latina.

Cientos de empleados habían sido ascendidos por mérito real.

Decenas de niños habían descubierto talentos gracias al centro de intercambio cultural, pero sobre todo había aprendido que el verdadero liderazgo no se trataba de mandar, sino de descubrir y desarrollar el potencial que cada persona lleva dentro.

5 años después, Fer regresó a México como la diplomática cultural más joven en la historia del país.

Su primera misión oficial fue crear un programa nacional de intercambio cultural entre empresas, escuelas y comunidades.

Alejandro, ahora presidente de una organización que reunía a más de 500 empresas comprometidas con la inclusión y el desarrollo de talentos, trabajó codo a codo con ella en este proyecto.

El día de la inauguración oficial del programa, Alejandro estaba en el escenario junto a Fer, ahora una joven de 17 años elocuente y segura, pero que conservaba la misma esencia generosa y sabia de cuando tenía 10 años.

Cuando conocí a Fer por primera vez, dijo Alejandro ante un público de más de 1000 empresarios, solo era una niña buscando a su mamá.

Hoy es una diplomática reconocida internacionalmente, pero la verdad es que siempre fue extraordinaria.

Yo solo tuve la suerte de aprender a verlo.

Fer se acercó al micrófono.

Lo que pasó en la empresa de mi tío Alejandro puede suceder en cualquier lugar, en cualquier escuela, en cualquier empresa, en cualquier comunidad, porque en todas partes hay personas con talentos esperando ser descubiertos.

Hay niños con ideas que pueden sorprender a los adultos.

Hay empleados humildes que guardan sabidurías inmensurables.

Miró a Alejandro y sonró.

Solo necesitamos el valor para escuchar, la honestidad para admitir cuando nos equivocamos y la generosidad para dar oportunidades a quienes las merecen sin importar su apariencia, edad o posición social.

El público estalló en aplausos.

Alejandro miró a su alrededor y vio a Carmen, ahora directora nacional de comunicación internacional, a Miguel, que había fundado su propia empresa de tecnología, a doña Rosario, convertida en consultora cultural para multinacionales, y a don Ramón, que a sus 70 años estaba más activo y
realizado que nunca como asesor financiero de varias empresas.

Todos habían crecido, evolucionado y alcanzado potenciales que habían estado ocultos por años.

Pero todos seguían siendo las mismas personas generosas y trabajadoras que siempre habían sido.

Esa noche, en la fiesta de celebración, Alejandro se acercó a Fer.

Fer, ¿puedo hacerte una pregunta? Claro, tío Alejandro.

¿Te arrepientes de algo? ¿De haber cambiado tu vida, de haber asumido tantas responsabilidades tan joven? Fer pensó un momento antes de responder.

Me arrepiento de una sola cosa.

¿De qué? De haber tardado tanto en entrar a esa sala de juntas”, dijo ella riendo.

Imagina cuántas otras empresas podrían haber cambiado si hubiera hablado antes.

Alejandro también rió, abrazando a esa joven extraordinaria, que había comenzado como una niña perdida, buscando a su madre y se había convertido en una de las personas más influyentes en su vida.

Gracias, Fer, por todo.

Gracias a ti, tío Alejandro, por haber escuchado a una niña, por haber tenido el valor de cambiar, por haber demostrado que nunca es demasiado tarde para descubrir que siempre podemos ser mejores.

Mientras la fiesta continuaba a su alrededor, Alejandro miró por las ventanas hacia la Ciudad de México, extendiéndose hasta el horizonte.

En algún lugar allá afuera había miles de empresas, millones de empleados, cientos de miles de niños con potencial esperando ser descubiertos.

Gracias a una niña de 10 años que tuvo el valor de hablar japonés en una sala de juntas, este mundo estaba un poco más cerca de ser un lugar donde todos los talentos pudieran brillar.

Fin de la historia.

Ahora dime, ¿qué te pareció esta historia de transformación y superación? ¿Crees que las empresas pueden cambiar así en la vida real? Deja tu comentario contando tu opinión y desde dónde nos estás viendo.