La música todavía resonaba en los oídos de Alejandra cuando salió del salón de fiestas El Dorado en el centro de Guadalajara. Era la madrugada del 16 de marzo de 1996 y las calles empedradas del barrio San Juan de Dios brillaban húmedas bajo la luz amarillenta de los faroles. Había sido una noche perfecta para celebrar el cumpleaños número 20 de Sofía, su mejor amiga, desde la secundaria. Las cinco habían ahorrado durante meses para poder pagar el vestido nuevo, los zapatos de tacón y la entrada a esa fiesta que prometía ser inolvidable.

Alejandra se ajustó la pequeña bolsa de mano mientras esperaba que sus amigas terminaran de despedirse del grupo de muchachos que habían conocido esa noche. Sofía, con su vestido rojo que tanto le gustaba, reía a carcajadas por algo que había dicho Roberto, un estudiante de medicina de la Universidad de Guadalajara. Marina, siempre la más prudente del grupo, revisaba su reloj constantemente, preocupada por llegar tarde a casa. Claudia y Fernanda, las gemelas inseparables, discutían en voz baja sobre si aceptar o no la invitación de los muchachos para ir a desayunar a un restaurante de 24 horas.

Ya vámonos, muchachas”, dijo Marina mirando nuevamente su reloj. Son casi las 3 de la mañana y prometí a mi mamá que estaría en casa antes de las 4. Las cinco amigas habían acordado regresar juntas en el camión, que las había traído desde la colonia donde vivían, en la periferia de Guadalajara.

Era una zona popular, de casas pequeñas, pero bien cuidadas, donde todas se conocían y las madres se preocupaban cuando sus hijas salían hasta tan tarde. Sofía se despidió de Roberto con un beso en la mejilla, prometiéndole que se verían el siguiente fin de semana. Te voy a llamar el lunes”, le gritó él mientras se alejaba con sus amigos hacia el estacionamiento. Las cinco caminaron por la calle Morelos, sus tacones resonando contra el pavimento mojado. Había llovido temprano esa noche, dejando ese aroma característico a tierra húmeda que se mezclaba con el olor a comida de los puestos callejeros, que aún permanecían abiertos.

¿Están seguras de que el camión pasa por aquí?”, preguntó Claudia, deteniéndose en la esquina de Morelos y Madero. Era su primera vez en esa zona de la ciudad y aunque Alejandra les había asegurado que conocía bien la ruta, la oscuridad hacía que todo se viera diferente. “Claro que sí”, respondió Alejandra con seguridad. Mi primo Javier trabaja cerca de aquí en el mercado. Me ha dicho mil veces que el camión de la línea 8 pasa por esta calle cada 20 minutos, incluso de madrugada.

Fernanda, quien había estado callada durante el camino, de repente se detuvo. Escucharon eso susurró volteando hacia una callecita angosta que se extendía hacia su derecha. Las demás se quedaron inmóviles aguzando el oído. Solo se escuchaba el ruido distante de algunos coches y la música que aún salía del salón El Dorado, ya muy lejos de donde estaban. “No escucho nada raro”, dijo Marina, aunque su voz delataba cierta inquietud. La calle estaba más solitaria de lo que Alejandra recordaba.

Durante el día esa zona estaba llena de comerciantes, estudiantes y familias, pero a esas horas solo se veían algunas figuras solitarias caminando a lo lejos. Un gato callejero cruzó frente a ellas, haciendo que Sofía diera un pequeño grito de susto que las hizo reír a todas, aliviando un poco la tensión que había comenzado a sentirse en el ambiente. “Ahí viene el camión”, anunció Marina señalando hacia las luces que se acercaban por la calle Morelos. Efectivamente, el familiar sonido del motor diésel y el chirrido de los frenos las tranquilizó a todas.

Era el camión de la línea 8, pintado de azul y blanco, con los vidrios empañados por la humedad de la noche. El conductor, un hombre mayor con bigote canoso, la saludó con un gesto de la mano cuando subieron. ¿Van para la colonia El Refugio?, les preguntó mientras Alejandra pagaba los cinco pasajes. Sí, señor, hasta el final de la ruta respondió ella, guardando el cambio en su bolsa. Las amigas se acomodaron en los asientos de plástico verde del fondo del camión.

Además de ellas, solo había otros tres pasajeros. Un hombre joven con uniforme de trabajo que parecía regresar de un turno nocturno, una señora mayor que cargaba bolsas del mercado y un adolescente que escuchaba música con audífonos. El camión comenzó su recorrido por las calles del centro de Guadalajara. Pasaron por la catedral, donde algunas luces aún estaban encendidas, por el teatro degollado con su imponente fachada neoclásica y por la plaza de armas, donde algunos indigentes habían hecho sus camas improvisadas en las bancas del parque.

Sofía comentaba emocionada sobre la fiesta, sobre lo guapo que era Roberto y sobre lo bien que se había sentido bailando. Las gemelas, Claudia y Fernanda, planeaban ya la siguiente salida, discutiendo si debían ir al nuevo antro que habían abierto en la zona rosa o repetir en El Dorado. Marina, sin embargo, parecía cada vez más inquieta. No dejaba de mirar por la ventana como si esperara ver algo específico. “¿Te sientes bien?”, le preguntó Alejandra notando su comportamiento extraño.

Sí, solo que no sienten que alguien nos está siguiendo. Todas voltearon hacia atrás, pero lo único que pudieron ver fueron las luces de algunos coches que transitaban por la misma ruta que el camión. Estás paranoica por la película que fuimos a ver la semana pasada”, bromeó Fernanda, refiriéndose a un thriller que habían visto en el cine Variedades. “Ea película de la mujer que desaparecía te dejó muy impresionada.” Marina sonrió tímidamente, pero no dejó de mirar hacia atrás cada pocos minutos.

El camión continuó su ruta hacia las afueras de la ciudad. Conforme se alejaban del centro, las calles se volvían más oscuras y menos transitadas. Las casas cambiaban de estilo de los edificios coloniales del centro a las construcciones más modernas y modestas de las colonias populares. Alejandra reconocía cada parada, cada esquina, cada tienda. Había hecho ese mismo recorrido cientos de veces desde que comenzó a trabajar en una tienda de ropa en el centro. para ayudar a sus padres con los gastos de la casa.

“Faltan solo tres paradas más”, anunció viendo que ya se acercaban a territorio conocido. El señor, con uniforme de trabajo, se bajó en la parada de la colonia Mesquitán, despidiéndose del conductor con un “que tenga buena noche, don Carlos”. La señora mayor bajó una parada después, luchando con sus pesadas bolsas del mercado. El joven con audífonos seguía en su asiento, completamente absorto en su música. Cuando el camión se detuvo en la parada de la colonia Santa María, Fernanda notó algo extraño.

¿Vieron ese coche?, preguntó en voz baja, señalando discretamente hacia un automóvil oscuro que estaba estacionado cerca de la parada con el motor encendido, pero sin luces. Ha estado siguiéndonos desde hace varias cuadras. Las cinco dirigieron su mirada hacia el vehículo, pero los vidrios polarizados hacían imposible ver quién iba adentro. Seguramente está esperando a alguien”, dijo Sofía, aunque su voz ya no sonaba tan alegre como antes. O tal vez es un taxi. Pero Alejandra había notado lo mismo que Fernanda.

Ese coche había estado detrás del camión desde que salieron del centro, manteniéndose siempre a la misma distancia, sin adelantar ni quedarse atrás. El conductor del camión, don Carlos, también había notado el comportamiento extraño del automóvil. Por el espejo retrovisor podía ver cómo se mantenía constantemente detrás de él, sin importar si aceleraba o reducía la velocidad. Había trabajado como conductor durante más de 20 años y había desarrollado un instinto para detectar situaciones sospechosas. decidió hacer una prueba. En lugar de tomar la ruta directa hacia la colonia, El Refugio dio una vuelta innecesaria por una calle lateral.

El coche oscuro lo siguió. “Muchas”, dijo don Carlos volteando hacia ellas. “Ese coche las está siguiendo. ¿Conocen a alguien que maneje un auto así?” Las cinco se miraron entre sí, negando con la cabeza. Ninguna conocía a nadie que tuviera un automóvil de ese tipo y mucho menos que tuviera razones para seguirlas. ¿Qué hacemos?, preguntó Marina con voz temblorosa. La alegría de la fiesta había desaparecido completamente, reemplazada por una sensación de miedo que crecía por momentos. Claudia tomó la mano de su hermana gemela Fernanda, como solían hacer desde niñas cuando se sentían asustadas.

Don Carlos tomó una decisión. Voy a llevarlas directamente a la estación de policía que está en la avenida López Mateos. Es mejor prevenir que lamentar. Cambió de ruta nuevamente, dirigiéndose hacia la estación policiaca más cercana. Para su sorpresa y la de las muchachas, el coche oscuro siguió el camión durante dos cuadras más, pero luego se desvió bruscamente hacia una calle lateral y desapareció en la oscuridad. “Ya se fue”, murmuró Alejandra, sintiendo como si hubiera estado conteniendo la respiración durante varios minutos.

Tal vez solo era una coincidencia. Pero don Carlos no estaba convencido. Mejor las llevo hasta sus casas para asegurarme de que lleguen bien, les dijo. No me gusta cómo se sintió esa situación. El resto del trayecto transcurrió en relativo silencio. Las amigas, que minutos antes estaban llenas de la euforia de la fiesta, ahora miraban constantemente por las ventanas, buscando cualquier señal del misterioso automóvil. Sofía ya no hablaba de Roberto ni de lo bien que lo había pasado.

Marina había dejado de preocuparse por llegar tarde a casa. Ahora solo quería llegar a salvo. Cuando finalmente llegaron a la colonia El Refugio, don Carlos se detuvo en la esquina donde vivían las cinco amigas. Sus casas estaban en la misma calle, separadas apenas por unas cuadras. Era una zona tranquila de familias trabajadoras. donde los niños jugaban en las calles durante el día y los vecinos se conocían por nombre. “Muchas, tengan mucho cuidado”, les dijo don Carlos mientras bajaban del camión.

“Si ven algo extraño, cualquier cosa, corran a sus casas y hablen con sus familias.” Las cinco le agradecieron su ayuda y su preocupación. Alejandra fue la primera en caminar hacia su casa, que estaba solo a media cuadra de la parada. Las demás se quedaron juntas, viendo cómo se alejaba bajo la tenue luz de los faroles de la calle. “Nos vemos mañana”, gritó Alejandra volteando para despedirse de sus amigas. Era lo último que le escucharían decir. A las 5 de la mañana, doña Carmen Ruiz se despertó sobresaltada.

Su hija Alejandra no había llegado a casa y eso era algo que nunca había pasado antes. Alejandra era responsable, siempre avisaba si iba a llegar tarde y jamás se quedaba fuera toda la noche sin permiso. Doña Carmen se vistió rápidamente y salió a tocar la puerta de sus vecinas, las familias de las otras cuatro muchachas. Para su horror, descubrió que ninguna de las cinco había llegado a casa. La señora Guadalupe Morales, madre de Sofía, había estado despierta toda la noche esperando a su hija.

Le dije que regresara antes de las 4. Sollozaba mientras hablaba con doña Carmen en la calle. Nunca me ha desobedecido así. Algo terrible debe haber pasado. Una por una, las madres de Marina, Claudia y Fernanda, salieron de sus casas, todas con la misma historia. Sus hijas no habían regresado de la fiesta. Don Ramiro Sánchez, padre de las gemelas Claudia y Fernanda, fue el primero en sugerir que debían llamar a la policía. “No podemos esperar más”, dijo con voz firme, pero preocupada.

“Cinco muchachas no desaparecen así no más. Algo pasó anoche. Las familias se dirigieron juntas hacia la estación de policía más cercana, la misma hacia la cual don Carlos había pensado llevar a las muchachas unas horas antes. El comandante Miguel Herrera la recibió en su oficina esa mañana del 16 de marzo. Era un hombre experimentado con más de 15 años trabajando en casos de personas desaparecidas en Guadalajara. Escuchó atentamente mientras las familias le contaban todos los detalles de la noche anterior.

La fiesta en El Dorado, la hora aproximada en que debían haber regresado, el hecho de que habían salido juntas y planeaban regresar juntas. ¿Tenían novios? ¿Alguien que pudiera haberse molestado con ellas?, preguntó el comandante tomando notas en un cuaderno verde. Las familias explicaron que solo Sofía había estado hablando con un muchacho en la fiesta, un tal Roberto que estudiaba medicina, pero que no parecía ser una relación seria. Las demás eran solteras y no tenían problemas con nadie.

Drogas, alcohol, algún problema en casa, continuó el comandante con sus preguntas de rutina. Las familias negaron enfáticamente. Las cinco eran muchachas trabajadoras, estudiantes o empleadas, sin vicios ni problemas legales. Alejandra trabajaba en una tienda de ropa. Sofía estudiaba para ser secretaria. Marina ayudaba en la panadería de su familia y las gemelas, Claudia y Fernanda, trabajaban juntas en una fábrica textil. El comandante Herrera asignó al detective Luis Moreno para que iniciara la investigación. Moreno era conocido por su meticulosidad y su capacidad para resolver casos complicados.

Su primera acción fue dirigirse al salón El Dorado para hablar con los empleados y con cualquier persona que hubiera estado en la fiesta la noche anterior. En El Dorado, Moreno habló con el gerente Sergio Villalobos, quien recordaba perfectamente a las cinco muchachas. “Estuvieron toda la noche juntas”, le dijo. Bailaron, se divirtieron. No hubo ningún problema. Se fueron como a las 2:30 de la mañana, todas juntas. Parecían estar bien, contentas. El detective también localizó a Roberto, el estudiante de medicina que había estado hablando con Sofía.

Roberto estaba devastado al escuchar las noticias. “Hablamos toda la noche”, explicó. Era una muchacha muy linda, muy inteligente. Quedamos de vernos el siguiente fin de semana. Cuando se fueron, yo me fui con mis amigos al estacionamiento. Las vi caminar hacia la calle Morelos, pero después perdí de vista hacia dónde fueron. Los amigos de Roberto confirmaron su versión. Todos habían estado juntos en el estacionamiento subiendo a los coches para irse a sus casas. Ninguno había visto nada extraño, ningún altercado, ninguna situación sospechosa.

Las cinco muchachas simplemente habían desaparecido en algún punto entre el salón El Dorado y sus casas en la colonia El Refugio. El detective Moreno amplió su investigación a los camioneros de la línea 8o. encontró a don Carlos Medina, quien confirmó que había recogido a las cinco muchachas cerca del centro y que había notado un coche sospechoso siguiendo el camión. “Nunca había visto algo así”, le dijo al detective. “Ese coche las estaba siguiendo, estoy seguro. Cuando cambié de ruta para ir a la policía, el coche desapareció.

¿Puede describir el automóvil?”, preguntó Moreno tomando notas cuidadosamente. Don Carlos recordaba que era un sedán oscuro, posiblemente negro o azul marino, con vidrios polarizados. No había podido ver las placas ni distinguir la marca exacta debido a la oscuridad y la distancia, pero estoy seguro de que nos siguió desde el centro hasta casi llegar a su colonia, insistió. La descripción del vehículo fue distribuida a todas las patrullas de la ciudad, pero no condujo a ninguna arresto inmediato. Guadalajara tenía miles de automóviles que coincidían con esa descripción general.

Sin placas o características distintivas, era como buscar una aguja en un pajar. Los días pasaron sin noticias de las cinco amigas. Las familias organizaron búsquedas por toda la ciudad. Pegaron fotografías en postes de luz, hablaron con todos los medios de comunicación locales. La historia de las 5 del refugio, como comenzaron a llamarlas los periódicos, se convirtió en noticia nacional. Llegaron reporteros de la Ciudad de México, de Monterrey, de otros estados, todos queriendo conocer los detalles del misterioso caso.

La presión mediática llevó a que se asignaran más recursos a la investigación. El detective Moreno recibió ayuda de otros departamentos, incluyendo especialistas en secuestros y crimen organizado. Se revisaron todas las cámaras de seguridad disponibles en la ruta que habían tomado las muchachas, pero en 1996 no había tantas como hoy en día. Solo se encontraron imágenes borrosas que mostraban a las cinco caminando por la calle Morelos, pero nada que revelara qué había pasado después. Semanas después del evento comenzaron a llegar las llamadas anónimas.

Algunas personas afirmaban haber visto a las muchachas en diferentes partes de México, en Tijuana, en Cancún, en la Ciudad de México. Cada pista fue investigada meticulosamente, pero todas resultaron ser falsas alarmas o casos de identidad equivocada. Una de las llamadas más perturbadoras llegó 3 meses después de la desaparición. Una voz distorsionada que parecía estar siendo filtrada a través de algún dispositivo electrónico, llamó a la estación de policía. “Las muchachas están bien”, dijo la voz. “No las busquen más.

Están en un lugar donde nadie las puede lastimar.” La llamada se cortó antes de que pudieran rastrear su origen. El detective Moreno trabajó incansablemente en el caso durante los siguientes 2 años. entrevistó a cientos de personas, siguió cada pista posible, colaboró con agencias federales, pero conforme pasaba el tiempo, el caso comenzó a enfriarse. Los medios dejaron de darle seguimiento. La atención pública se dirigió hacia otros eventos y las familias se quedaron solas con su dolor y su incertidumbre.

Doña Carmen, la madre de Alejandra, nunca dejó de buscar a su hija. Cada mañana salía a pegar carteles nuevos, a hablar con personas en las calles, a visitar morgues y hospitales por si acaso había alguna noticia. Una madre sabe cuando su hija está viva. Solía decir. Yo siento que Alejandra todavía está en algún lugar esperando que la encuentre. La señora Guadalupe, madre de Sofía, desarrolló una rutina similar. Mantenía el cuarto de su hija exactamente como lo había dejado la noche de la fiesta.

El vestido que no se había puesto sobre la cama, los zapatos que había decidido no usar en el closet, su perfume favorito en el tocador. “Cuando regrese quiero que todo esté igual”, explicaba a quien quisiera escucharla. Don Ramiro, el padre de las gemelas, cayó en una profunda depresión. Las gemelas habían sido su orgullo, dos muchachas trabajadoras e idénticas, que siempre iban juntas a todos lados desde que eran pequeñas. La idea de que pudieran estar separadas, o peor aún, de que algo terrible les hubiera pasado, lo consumía y noche.

Comenzó a beber más de la cuenta y eventualmente perdió su trabajo en la fábrica donde había trabajado durante 15 años. Los padres de Marina, don José y doña María Elena, canalizaron su dolor de manera diferente. Se convirtieron en activistas por los derechos de las familias de personas desaparecidas, organizando marchas, presionando a las autoridades para que no abandonaran el caso y ayudando a otras familias que pasaban por situaciones similares. Y no podemos encontrar a nuestra hija, decía don José en las entrevistas, al menos vamos a ayudar a que otros si encuentren a las suyas.

El detective Moreno, aunque fue reasignado a otros casos, nunca olvidó a las cinco amigas del refugio. Durante los años siguientes, cada vez que había un caso similar o aparecía alguna pista relacionada, él personalmente se hacía cargo de investigarla. mantenía contacto regular con las familias, las visitaba en las fechas importantes y siempre les aseguraba que el caso seguía abierto. En 1999, 3 años después de la desaparición, apareció en los periódicos una noticia que renovó las esperanzas de las familias.

Una mujer que había sido secuestrada y mantenida cautiva durante varios años, había logrado escapar de sus captores en el estado de Sinaloa. Durante su testimonio ante las autoridades, mencionó haber visto a cinco muchachas jóvenes que coincidían con la descripción de las desaparecidas de Guadalajara. El detective Moreno viajó inmediatamente a Sinaloa para entrevistar a la mujer. Su nombre era Patricia. Tenía 28 años y había sido víctima de una red de trata de personas que operaba en varios estados de México.

“Las vi en una casa grande como un rancho”, explicó Patricia con voz temblorosa. Eran cinco, todas muy jóvenes, siempre juntas. No me permitían hablar con ellas, pero las veía pasar por el patio todos los días. Patricia describió a las cinco muchachas con detalles que coincidían sorprendentemente con las fotografías que llevaba el detective. Una más alta que las demás, con cabello largo y oscuro, dos que parecían hermanas gemelas, una con cabello rizado y otra más pequeña de complexión delgada.

La descripción correspondía perfectamente con Alejandra, Sofía, Claudia, Fernanda y Marina. ¿Sabe dónde estaba ubicada esa casa? Preguntó ansiosamente el detective moreno. Patricia pudo dar algunas referencias generales. Estaba en una zona rural rodeada de campos de cultivo cerca de un pueblo pequeño, cuyo nombre no recordaba bien. Había logrado escapar durante la noche corriendo por caminos de tierra hasta llegar a una carretera donde la recogió un camionero que la llevó a la policía. Con esta nueva información se organizó un operativo conjunto entre las policías de Jalisco y Sinaloa.

Durante varias semanas, equipos de búsqueda peinaron la zona rural que había descrito Patricia, visitando ranchos, interrogando a los habitantes locales y siguiendo cualquier pista que pudiera llevarlos a las cinco muchachas desaparecidas. Encontraron varias propiedades sospechosas. algunas relacionadas con actividades ilegales, pero ninguna que contuviera evidencia de las cinco amigas del refugio. En una de las casas encontraron indicios de que había sido abandonada recientemente, ropas de mujer, productos de higiene personal y habitaciones que parecían haber sido usadas como celdas improvisadas.

Pero para cuando llegó la policía, el lugar estaba vacío. Patricia fue llevada a Guadalajara para que las familias pudieran hacerle preguntas directamente. En una reunión emotiva en la estación de policía, las madres le mostraron fotografías de sus hijas, le describieron sus personalidades, sus manías, cualquier detalle que pudiera ayudar a confirmar si realmente las había visto. La más alta siempre protegía a las demás, recordó Patricia al ver la fotografía de Alejandra. Era como si fuera la líder del grupo y las gemelas nunca se separaban, siempre tomadas de la mano.

Estos detalles convencieron a las familias de que Patricia realmente había visto a sus hijas con vida, aunque no sabían cuánto tiempo había pasado desde entonces. La investigación en Sinaloa continuó durante meses, pero gradualmente fue perdiendo intensidad conforme se agotaron las pistas. Las autoridades locales habían desmantelado varias redes criminales durante el operativo, lo cual fue considerado un éxito. Pero las cinco muchachas de Guadalajara seguían sin aparecer. Los años pasaron y el caso de las 5 del refugio se convirtió en una leyenda urbana en Guadalajara.

Algunas personas afirmaban haberlas visto en mercados, en camiones, en otros estados. Otras inventaban teorías elaboradas sobre lo que había pasado, que habían sido víctimas de trata de personas, que habían huido voluntariamente para empezar una nueva vida, que habían sido asesinadas y enterradas en algún lugar remoto. Las familias nunca dejaron de buscar. Cada año, el 16 de marzo, organizaban una marcha silenciosa desde la colonia El Refugio hasta el centro de Guadalajara, siguiendo la misma ruta que habían tomado sus hijas la noche de la desaparición.

Cargaban fotografías grandes de las cinco muchachas y mantas que decían, “28 años sin noticias. No las hemos olvidado. Queremos justicia. El detective Moreno, ya cerca de su jubilación, seguía revisando el expediente de vez en cuando. Había crecido hasta convertirse en varios archiveros llenos de testimonios, fotografías, mapas y reportes de investigación. Era uno de los casos más documentados en la historia de la policía de Guadalajara, pero también uno de los más frustrantes por su falta de resolución. En 2010, 14 años después de la desaparición, la tecnología finalmente ofreció una nueva herramienta para la investigación.

Las redes sociales y los sitios de internet habían hecho posible difundir información de manera más amplia y rápida. Las familias crearon páginas web dedicadas a sus hijas, publicaron las fotografías en Facebook y utilizaron todas las plataformas disponibles para mantener vivo el caso. Una de estas publicaciones en internet llevó a un contacto inesperado. Una mujer que vivía en Estados Unidos, en la ciudad de Los Ángeles, envió un mensaje a través de Facebook afirmando que creía haber trabajado junto a una de las muchachas desaparecidas en una fábrica textil de California.

Se llama Sofía escribió, pero dice que es de Colombia. Sin embargo, cuando habla español tiene acento mexicano, específicamente de Guadalajara. Las familias se emocionaron enormemente con esta posibilidad. Doña Guadalupe, la madre de Sofía, inmediatamente comenzó los trámites para viajar a Los Ángeles y investigar personalmente esta pista. Sin embargo, cuando finalmente logró hacer el viaje y conocer a la mujer en cuestión, se dio cuenta de que no era su hija. El parecido era notable, pero la edad no coincidía y tenía una cicatriz en la mano que Sofía nunca había tenido.

Estas falsas esperanzas se convirtieron en parte de la rutina dolorosa de las familias. Cada pocos meses aparecía una nueva pista, un avistamiento, una posibilidad que las llenaba de esperanza y posteriormente las sumergía de nuevo en la desesperación cuando resultaba ser un error. En 2015, el caso ganó renovada atención mediática cuando un periodista de investigación de la Ciudad de México decidió hacer un documental sobre las desapariciones no resueltas en México. Las cinco del refugio fueron destacadas como uno de los casos más emblemáticos de los años 90.

El documental se transmitió en televisión nacional y renovó el interés público en el caso. Como resultado del documental, llegaron nuevas pistas y testimonios. Una expicía jubilada contactó a los investigadores afirmando que en 1996 había información sobre una red de trata de personas que operaba específicamente secuestrando a muchachas jóvenes durante eventos sociales. Era un patrón, explicó. Identificaban a grupos de amigas en fiestas, bailes, celebraciones y la seguían hasta encontrar el momento perfecto para actuar. Esta información coincidía con el testimonio de don Carlos, el conductor del camión, sobre el automóvil que había estado siguiendo a las muchachas.

También explicaba por qué habían desaparecido las cinco juntas en lugar de una sola, lo cual siempre había desconcertado a los investigadores. La ex policía, cuyo nombre no fue revelado por razones de seguridad, proporcionó nombres de personas que habían estado involucradas en estas redes criminales. Muchas ya habían muerto o estaban en prisión por otros delitos, pero algunas todavía estaban libres. Se iniciaron nuevas investigaciones basadas en esta información, pero después de tantos años las pistas se habían enfriado considerablemente.

Una de las personas mencionadas por la expicía era un hombre conocido como el Sombra, quien supuestamente había coordinado varios secuestros en Guadalajara durante los años 90. Los investigadores localizaron a este individuo en una prisión federal. donde cumplía una sentencia por otros delitos. Durante los interrogatorios negó cualquier participación en la desaparición de las cinco muchachas, pero su nerviosismo y sus respuestas evasivas convencieron a los investigadores de que sabía más de lo que admitía. El Sombra finalmente admitió haber conocido el caso, pero afirmó que había sido ejecutado por gente de afuera, personas de otros estados que habían venido a Guadalajara específicamente para esa operación.

Según su versión, las cinco muchachas habían sido transportadas fuera de Jalisco la misma noche de su desaparición, llevadas hacia el norte del país con destino desconocido. Esta información se alineaba con el testimonio de Patricia, la mujer que había logrado escapar en Sinaloa y afirmaba haber visto a las cinco muchachas. Sin embargo, después de tantos años y tantas pistas falsas, las autoridades se mostraban cautelosas sobre sacar conclusiones definitivas basándose únicamente en testimonios de criminales que podían estar mintiendo para reducir sus propias sentencias.

El detective Moreno, ya jubilado, pero todavía involucrado en el caso como consultor voluntario, mantenía correspondencia regular con agencias de investigación en varios estados del norte de México y en Estados Unidos. La posibilidad de que las muchachas hubieran sido trasladadas al extranjero era real, considerando que 1996 fue un periodo de intensa actividad de redes de trata de personas que operaban a través de las fronteras. Las madres de las cinco muchachas, ahora ya entradas en años, comenzaron a enfocarse no solo en encontrar a sus hijas, sino en ayudar a otras familias que pasaban por situaciones similares.

Fundaron una organización llamada Madres Buscadoras del Refugio, que proporcionaba apoyo emocional y asesoría legal a familias de personas desaparecidas en todo Jalisco. Doña Carmen, la madre de Alejandra, se convirtió en la vocera principal del grupo. A pesar de sus 75 años, seguía siendo una mujer enérgica y determinada. No voy a morir sin saber qué pasó con mi hija decía en las entrevistas. Y si yo no puedo encontrarla, al menos voy a asegurarme de que otras familias no pasen por lo mismo que hemos pasado nosotros.

La organización logró presionar a las autoridades locales para mejorar los protocolos de búsqueda de personas desaparecidas, establecer una base de datos más eficiente y capacitar mejor a los policías que manejan estos casos. También organizaban eventos para recaudar fondos que permitieran contratar investigadores privados y utilizar tecnología más avanzada en la búsqueda. En 2020, las familias decidieron utilizar las nuevas tecnologías de reconocimiento facial y bases de datos genéticos para expandir su búsqueda. proporcionaron muestras de ADN a organizaciones internacionales que se especializan en localizar personas desaparecidas y subieron las fotografías de sus hijas a sistemas computarizados que podían compararlas con imágenes tomadas en cualquier parte del mundo.

Este esfuerzo tecnológico produjo algunos resultados interesantes, aunque no definitivos. El sistema identificó varias mujeres en diferentes países que tenían similitudes faciales con las cinco desaparecidas, pero ninguna que fuera una coincidencia exacta. Algunas de estas mujeres fueron contactadas, pero todas resultaron ser personas diferentes que simplemente tenían un parecido casual. Los años 2020 y 2021 fueron particularmente difíciles para las familias debido a la pandemia de COVID-19. Las restricciones de viaje y las medidas de distanciamiento social limitaron significativamente su capacidad para continuar con las búsquedas activas y los eventos de concientización.

Varias de las madres ya de edad avanzada enfermaron gravemente y algunas estuvieron al borde de la muerte. Durante este periodo, doña María Elena, la madre de Marina, falleció de complicaciones relacionadas con COVID-19. Sus últimas palabras, según su esposo, don José, fueron: “Cuídate mucho, Marina, donde quiera que estés.” Su muerte fue un golpe devastador para las otras familias que habían formado un vínculo inquebrantable a lo largo de más de dos décadas de búsqueda conjunta. El funeral de doña María Elena se convirtió en una manifestación de apoyo para todas las familias de personas desaparecidas en Guadalajara.

Cientos de personas asistieron, incluyendo representantes de organizaciones de derechos humanos, políticos locales y familias que habían conocido el caso a través de los medios de comunicación. Era evidente que las cinco del refugio se habían convertido en un símbolo de todas las personas desaparecidas en México. Después del funeral, las familias sobrevivientes tomaron la decisión de intensificar sus esfuerzos una vez más. María Elena murió sin encontrar a Marina”, dijo doña Carmen. “Nosotras no podemos permitir que eso nos pase.

Tenemos que encontrar a nuestras hijas mientras todavía estamos vivas para abrazarlas.” En 2022 se organizó una búsqueda masiva en varios estados del norte de México, coordinada entre organizaciones civiles, autoridades locales y agencias federales. Cientos de voluntarios participaron en la búsqueda que se centró en zonas rurales donde históricamente habían operado redes de trata de personas. Aunque no encontraron a las cinco muchachas, sí localizaron restos de otras personas desaparecidas, proporcionando cierre a familias que habían estado buscando durante décadas.

La búsqueda de 2022 también reveló información importante sobre las rutas que utilizaban los criminales en los años 90 para transportar a sus víctimas. Los investigadores mapearon una red compleja de caminos rurales, ranchos abandonados. y casas de seguridad que habían sido utilizados para mover personas desde Jalisco hacia otros estados y eventualmente hacia Estados Unidos. Esta información fue incorporada a la investigación del caso de las cinco amigas y llevó a nuevas búsquedas en áreas que previamente no habían sido exploradas.

Equipos especializados en localización de restos humanos utilizaron tecnología de radar de penetración terrestre para examinar propiedades sospechosas, pero hasta el momento no han encontrado evidencia física relacionada con el caso. En enero de 2024, exactamente 28 años después de la desaparición, llegó la llamada que cambiaría todo. Era un martes por la tarde cuando el teléfono de la estación de policía sonó con una llamada que inicialmente parecía ser solo otra pista falsa más. La recepcionista, acostumbrada a este tipo de llamadas después de tantos años, respondió con la rutina habitual.

Pero esta llamada era diferente. No había voz del otro lado de la línea, solo el sonido de respiración entrecortada y lo que parecían ser soyosos ahogados. La recepcionista, entrenada para manejar llamadas de emergencia, mantuvo la línea abierta y trató de tranquilizar a quien fuera que estuviera del otro lado. “Hola, ¿puede escucharme? Si necesita ayuda, haga algún ruido”, dijo la recepcionista. La respuesta fue un golpe contra el teléfono, como si alguien estuviera tratando de comunicarse, pero no pudiera hablar.

Luego claramente se escuchó una voz femenina que susurraba una sola palabra, Alejandra. La recepcionista inmediatamente alertó a sus supervisores. La llamada fue grabada y rastreada, pero había sido hecha desde un teléfono público en una gasolinera en las afueras de Guadalajara. Para cuando llegó la policía, no había nadie en el lugar y las cámaras de seguridad de la gasolinera mostraban solo una figura con capucha que había usado el teléfono brevemente antes de desaparecer en un automóvil que no se podía identificar claramente.

El análisis de la grabación de la llamada fue realizado por expertos en audio forense. determinaron que la voz era de una mujer joven, probablemente de entre 40 y 50 años, lo cual coincidiría con la edad que tendría cualquiera de las cinco muchachas desaparecidas en 2024. El análisis también detectó ruidos de fondo que sugerían que la llamada había sido hecha desde un lugar con mucho tráfico vehicular. Las familias fueron informadas inmediatamente sobre la llamada. Doña Carmen, ahora de 80 años, pero todavía lúcida y determinada, escuchó la grabación una y otra vez.

Esa es mi hija afirmó con lágrimas en los ojos. Reconozco su voz. Alejandra está viva y está tratando de comunicarse con nosotros. Los otros miembros de las familias no estaban completamente convencidos. Después de 28 años de falsas esperanzas, habían aprendido a ser cautelosos. Sin embargo, había algo en esa llamada que era diferente a todas las pistas anteriores. El hecho de que mencionara específicamente el nombre de Alejandra y que fuera hecha desde Guadalajara, sugería que quien había llamado tenía conocimiento realo.

La policía intensificó inmediatamente la vigilancia en la zona donde había sido hecha la llamada. Se instalaron cámaras adicionales en todas las gasolineras y teléfonos públicos de la región, esperando que quien había llamado pudiera intentar comunicarse nuevamente. También se distribuyeron fotografías de cómo podrían verse las cinco muchachas después de 28 años utilizando software de progresión de edad. Tres días después de la primera llamada llegó una segunda. Esta vez fue hecha desde un teléfono público en el centro de Guadalajara, cerca del mismo lugar donde había estado ubicado el salón El Dorado, en 1996.

La llamada duró apenas unos segundos, pero esta vez se escuchó claramente una voz que decía, “Estamos vivas, no pueden encontrarnos. Estamos vigiladas. Esta segunda llamada confirmó las sospechas de que alguien relacionado con el caso original estaba tratando de comunicarse. El hecho de que hubiera dicho, “Estamos en plural”, sugería que las cinco muchachas podrían seguir juntas después de todos estos años, o al menos que quien llamaba tenía información sobre todas ellas. El detective Moreno, aunque oficialmente jubilado, fue llamado como consultor para analizar estas nuevas evidencias.

Su experiencia con el caso original era invaluable para interpretar el significado de las llamadas. Es muy significativo que las llamadas estén siendo hechas desde lugares relacionados con la historia original”, explicó a las familias. Quien está llamando conoce los detalles del caso y está tratando de enviar un mensaje específico. La tercera llamada llegó una semana después, esta vez desde un teléfono público cerca de la colonia El Refugio, donde habían vivido las cinco muchachas. En esta ocasión la voz era más clara y se podían distinguir más palabras.

Mamá, no dejes de buscar. Están muriendo. Necesitamos ayuda, pero no podemos escapar. Esta llamada fue la más emotiva para las familias. Doña Carmen colapsó emocionalmente al escucharla, convencida completamente de que era su hija Alejandra quien estaba llamando. Siempre supe que estaba viva, repetía entre soylozos. Siempre supe que algún día me iba a llamar. Sin embargo, la llamada también revelaba información preocupante. La frase “Están muriendo” sugería que las cinco mujeres estaban en una situación de peligro inmediato, posiblemente enfermas o siendo maltratadas por sus captores.

La frase “No podemos escapar” confirmaba que seguían siendo mantenidas contra su voluntad después de 28 años. Las autoridades federales se involucraron oficialmente en el caso después de la tercera llamada. Un equipo especial de la Fiscalía General de la República fue asignado para trabajar en coordinación con las autoridades locales. Se estableció un centro de operaciones especiales dedicado exclusivamente a localizar el origen de las llamadas y rescatar a las cinco mujeres. El operativo incluyó la instalación de equipos de rastreo más sofisticados en todos los teléfonos públicos de Guadalajara y las ciudades vecinas.

También se desplegaron equipos de vigilancia encubierta en las zonas donde habían sido hechas las llamadas, esperando identificar a la persona que las estaba haciendo. La cuarta llamada nunca llegó. Durante las siguientes semanas, las autoridades mantuvieron la vigilancia intensiva, pero los teléfonos permanecieron silenciosos. Esto llevó a la especulación de que quien había estado haciendo las llamadas había sido descubierta por sus captores o que había sido trasladada a otra ubicación donde no tenía acceso a teléfonos públicos. Las familias vivían en un estado de ansiedad constante, esperando que sonara el teléfono con noticias de sus hijas.

Cada día que pasaba sin noticias aumentaba su preocupación de que algo terrible hubiera pasado con quien había estado tratando de comunicarse con ellas. Dos meses después de la última llamada llegó una pista diferente. Un paquete anónimo fue entregado en la estación de policía dirigido específicamente al caso de las 5 del refugio. Dentro del paquete había una fotografía Polaroid que mostraba a cinco mujeres de mediana edad sentadas en lo que parecía ser un patio o jardín. Aunque las mujeres en la fotografía habían envejecido considerablemente, las familias las reconocieron inmediatamente como sus hijas.

La fotografía fue sometida a análisis forense exhaustivo. Los expertos confirmaron que no había sido manipulada digitalmente y que había sido tomada recientemente, probablemente dentro de los últimos 6 meses. El análisis de la vegetación y la arquitectura visible en el fondo sugería que la fotografía había sido tomada en algún lugar del norte de México, posiblemente en Sonora. o chihuahua. En el reverso de la fotografía había un mensaje escrito a mano, todavía estamos juntas. Nos cuidan, pero no somos libres.

Busquen en Los Álamos. Los Alamos era un pueblo pequeño en Sonora, cerca de la frontera con Estados Unidos, conocido por ser una zona de paso para el tráfico de personas y drogas. Con esta nueva información se organizó inmediatamente un operativo en Los Salamos. Equipos especiales de rescate acompañados por las familias de las cinco mujeres, viajaron a Sonora para iniciar una búsqueda intensiva en el pueblo y sus alrededores. Los Álamos resultó ser un lugar más complejo de lo que habían anticipado.

Era un pueblo dividido entre la población local legítima y varios grupos criminales que controlaban diferentes territorios. La presencia de las autoridades federales creó tensión inmediata y fue evidente que localizar a las cinco mujeres sería más peligroso y complicado de lo que habían esperado. Durante la primera semana de búsqueda en Los Álamos, el equipo de rescate localizó varias propiedades sospechosas, incluyendo ranchos abandonados y casas que parecían estar siendo utilizadas para actividades ilegales. En una de estas propiedades encontraron evidencia de que había sido habitada recientemente por mujeres, ropa femenina, productos de higiene personal y medicamentos que sugerían el cuidado de personas de mediana edad.

Sin embargo, para cuando llegaron las autoridades, el lugar había sido abandonado. Era evidente que quien había estado manteniendo a las mujeres había sido alertado sobre la operación y había movido a sus víctimas a otra ubicación. Esto sugería que los criminales tenían informantes dentro de las fuerzas del orden o que estaban monitoreando las comunicaciones oficiales. La búsqueda en Los Alamos continuó durante un mes, pero gradualmente se hizo evidente que las cinco mujeres ya no estaban en esa zona.

Los equipos de rescate expandieron su búsqueda a pueblos vecinos y a la zona fronteriza con Estados Unidos, considerando la posibilidad de que hubieran sido trasladadas al otro lado de la frontera. Durante este periodo llegó otra pista inesperada. Un trabajador migratorio que había estado en Los Salamos semanas antes del operativo policial contactó a las autoridades, afirmando haber visto a cinco mujeres que coincidían con la descripción de las desaparecidas. “Las vi en una camioneta”, explicó. iban con varios hombres armados dirigiéndose hacia el norte, hacia la frontera.

Esta información llevó a la coordinación con autoridades estadounidenses para expandir la búsqueda al otro lado de la frontera. El FBI se involucró en el caso proporcionando recursos adicionales y acceso a tecnología de vigilancia más avanzada. También se distribuyeron las fotografías progresadas de las cinco mujeres a todas las agencias de aplicación de la ley en Arizona, California, Nuevo México y Texas. La búsqueda internacional marcó una nueva fase en el caso de las 5 del Refugio. Por primera vez en 28 años había evidencia concreta de que las mujeres estaban vivas y de que era posible localizarlas.

Sin embargo, también se hizo evidente que el caso era mucho más complejo de lo que nadie había imaginado, involucrado redes criminales internacionales que habían logrado mantener a estas mujeres cautivas durante casi tres décadas. Las familias, ahora acompañadas por equipos de apoyo psicológico, se prepararon para la posibilidad de que sus hijas fueran encontradas en condiciones traumáticas después de tantos años de cautiverio. También se prepararon para la posibilidad de que la búsqueda pudiera llevar a un final trágico, algo que habían estado temiendo, pero negándose a aceptar durante todas estas décadas.

El 15 de marzo de 2024, exactamente 28 años y un día después de su desaparición original, las cinco mujeres fueron finalmente localizadas en un rancho cerca de Phoenix, Arizona. La información que llevó a su rescate vino de una fuente inesperada. Una de las propias mujeres había logrado hacer una llamada final desde un teléfono celular que había encontrado, proporcionando coordenadas GPS exactas de su ubicación. El rescate fue realizado conjuntamente por el FBI, autoridades mexicanas y equipos especializados en liberación de víctimas de trata de personas.

Cuando las fuerzas del orden llegaron al rancho, encontraron a las cinco mujeres en condiciones físicas deterioradas, pero vivas. habían sido mantenidas en una estructura similar a un complejo carcelario con habitaciones separadas, pero acceso ocasional a áreas comunes. Alejandra, Sofía, Marina, Claudia y Fernanda fueron inmediatamente trasladadas a un hospital en Phoenix para evaluación médica y tratamiento. Los médicos confirmaron que habían sufrido años de maltrato físico y psicológico, pero que estaban estables y en proceso de recuperación. Lo más remarcable era que después de 28 años, las cinco seguían juntas, habían cuidado unas de otras y mantenían un vínculo inquebrantable que las había ayudado a sobrevivir.

Las familias viajaron inmediatamente a Phoenix para reunirse con sus hijas. Los reencuentros fueron intensamente emotivos, transmitidos en vivo por medios de comunicación de ambos países. Doña Carmen, ahora de 80 años, abrazó a su hija Alejandra, ahora de 48, con lágrimas que habían estado contenidas durante casi tres décadas. Nunca dejé de creer que regresarías”, susurró doña Carmen mientras sostenía a su hija. “Nunca dejé de buscarte. Las cinco mujeres fueron gradualmente reintegradas a sus familias y comenzaron un proceso largo de rehabilitación física y psicológica.

Sus historias de supervivencia revelaron una red criminal compleja que había operado durante décadas, manteniendo a víctimas. de varios países en diferentes ubicaciones, moviéndolas constantemente para evitar ser detectadas. El caso de las cinco del refugio se convirtió en un hito en la lucha contra la trata de personas en América del Norte. Su rescate llevó al desmantelamiento de una red criminal que había operado durante más de 30 años y proporcionó información vital que ayudó a localizar y rescatar a cientos de otras víctimas.

Las cinco amigas, ahora mujeres de mediana edad, comenzaron lentamente el proceso de reconstruir sus vidas. Después de 28 años, tenían que aprender a vivir en un mundo que había cambiado completamente durante su ausencia. Pero lo hicieron juntas, como siempre habían estado, apoyándose mutuamente en cada paso del camino de regreso a casa. La historia de su desaparición y rescate se convirtió en símbolo de esperanza para miles de familias que siguen buscando a sus seres queridos desaparecidos. demostró que incluso después de décadas nunca es demasiado tarde para encontrar la verdad y para traer a casa a quienes han sido injustamente arrebatados de sus familias.