Papá, estoy llegando en 2 horas con 30 parientes de mi mujer. Haz la cena y arregla los cuartos. Vamos a pasar un mes ahí. Mi nombre es don Alberto Ramírez. Tengo 72 años y después de trabajar 45 años como ingeniero civil, finalmente había cumplido el sueño de mi vida, comprar una casa frente al mar donde pasar mis últimos años en paz.
Esa fue la llamada que recibí de mi hijo Ricardo apenas tres días después de haber comprado mi casa de playa. Era una casa hermosa, en playa azul, con cuatro recámaras, tres baños, cocina grandes, sala amplia y lo más importante de todo, una terraza con vista directa al océano. Me había costado todos mis ahorros, pero valía cada peso. Llevaba años planeando esta compra. Desde que se murió mi esposa hace 5 años había estado ahorrando cada centavo para comprar un lugar donde pudiera descansar y disfrutar el tiempo que me quedara.
Ricardo, le respondí por teléfono. ¿De qué hablas? Acabo de comprar la casa, papá. Por eso mismo. Qué mejor forma de estrenarla que con una gran reunión familiar. Hijo, yo compré esta casa para descansar, no para dar fiestas. Papá, no seas egoísta. Es una casa grande, perfecta para recibir visitas. Ricardo, no es que sea egoísta, es que necesito tiempo para acomodarme, para comprar muebles, para Papá, ya te dije que llegamos en dos horas. Los parientes de Mónica vienen de muy lejos y ya no pueden cancelar.
¿Me estás diciendo que ya les dijiste que podían venir sin preguntarme? Papá, obviamente que pueden venir. Para eso compraste una casa tan grande, ¿no, Ricardo? Yo compré esta casa para mí. Papá, eres muy egoísta. Tienes una casa de cuatro recámaras y no quieres compartir. Hijo, compartir es una cosa, que lleguen 30 personas sin avisar es otra muy diferente. Papá, ya están en camino. No puedo decirles que se regresen. ¿Y qué quieres que haga? No tengo comida para 30 personas.
No tengo suficientes camas. No tengo Papá, improvisa. Haz algo de comer y que duerman donde puedan. donde puedan, en el piso, si es necesario. Sí, están de vacaciones, no van a un hotel cinco estrellas. Ricardo, esto no me parece correcto. Papá, ya me cansé de tu actitud. Somos familia, las familias ayudan. Ayudarse, tú me estás ayudando a mí en algo papá, no empieces con tus dramas. Haz la comida, arregla lo que puedas y los recibimos como se debe.

Y me polgó el teléfono. Me quedé ahí parado en mi nueva casa, sintiendo como mi sueño de tranquilidad se convertía en pesadilla. Ricardo había decidido por mí que mi casa era el lugar perfecto para unas vacaciones familiares masivas. Pero lo que Ricardo no sabía era algo muy importante, algo que iba a descubrir muy pronto junto con sus 30 invitados. Yo había comprado esa casa, sí, pero la había comprado con condiciones muy específicas, condiciones que mi querido hijo iba a conocer en pocas horas.
Sonreí por primera vez desde que había recibido esa llamada. Ricardo creía que podía llegar con medio mundo a mi casa como si fuera un hotel gratuito, pero se iba a llevar la sorpresa de su vida. Fui a la cocina, preparé un café y me senté en mi terraza a ver el mar esperaba la llegada de mis invitados. Tenía 2 horas para prepararme para lo que venía, 2 horas para ejecutar el plan perfecto. Saqué mi teléfono y marqué el número de la empresa de seguridad privada que había contratado.
Buenas tardes, habla Alberto Ramírez. Soy propietario de la Casa en Playa Azul. Buenas tardes, señor Ramírez. ¿En qué podemos ayudarlo? Necesito que envíen dos guardias inmediatamente. Van a llegar unas personas que no están autorizadas para ingresar a la propiedad. ¿Entendido, señor? ¿Quiere que les impidamos el acceso? No exactamente. Quiero que les expliquen muy claramente las reglas de la propiedad. ¿Qué reglas, señor? Las que están en el contrato que firmé con ustedes, las mismas que están publicadas en la entrada de la casa.
Ah, sí. Las reglas del fraccionamiento privado. Exactamente. ¿Cuántas personas calcula que van a llegar? Aproximadamente 30. Entendido, señor. Les va a dar mucho gusto conocer el reglamento. Colgué el teléfono y volví a sonreír. Ricardo pensaba que había comprado una casa cualquiera en cualquier playa, pero había comprado una casa en el fraccionamiento más exclusivo y estricto de toda la costa, un lugar con reglas muy específicas y que se iban a encargar de educar a mi hijo sobre lo que significa el respeto.
Exactamente dos horas después escuché el ruido de varios coches llegando a la entrada del fraccionamiento. Desde mi terraza podía ver la caseta de vigilancia donde los guardas que había contratado ya estaban esperando. Me levanté de mi silla y caminé hacia la ventana para observar mejor. Llegaron cinco camionetas llenas de gente, equipaje, hieleras y todo tipo de cosas para pasar vacaciones. Vi a Ricardo bajarse de la primera camioneta. Venía con su esposa Mónica y sus dos hijos. Detrás de él empezó a bajar una multitud de personas que no conocía.
Tíos, primos, cuñados, sobrinos de Mónica, exactamente las 30 personas que había mencionado. Todos se veían felices, emocionados, listos para pasar unas vacaciones fantásticas en la casa del abuelo generoso. Pero entonces llegaron a la caseta de seguridad. Desde mi ventana pude ver como el guardia les pidió que se detuvieran. Ricardo se bajó de su camioneta con cara de molestia. Buenos días. Escuché que le decía el guardia. Venimos a la casa de mi papá, don Alberto Ramírez. Perfecto, señor.
¿Usted es familiar directo del propietario? Soy su hijo. Muy bien. ¿Y todas estas personas también son familiares directos? Bueno, algunos sí. Otros son parientes de mi esposa. Entiendo. Permítame explicarle las reglas del fraccionamiento. Vi como el guardia sacó una hoje de papel y se la mostró a Ricardo. Este es un fraccionamiento residencial privado con reglamento muy específico. Todas las visitas deben ser autorizadas previamente por el propietario. Mi papá sabe que venimos. Todas estas personas están autorizadas por escrito.
¿Por escrito. ¿Qué es esto? ¿Una prisión? No, señor. Es un fraccionamiento exclusivo. También necesito informarles sobre las reglas de ruido. No se permiten fiestas después de las 9 de la noche. No se permite música alta en ningún momento del día. No se permite el consumo de alcohol en áreas comunes. Ricardo se puso pálido. No se permite alcohol. No en las áreas exteriores, señor. También está prohibido usar las parrillas después de las 8 de la noche y no se pueden tener más de ocho personas en el área de la playa por casa.
Solo ocho personas. Así es, señor. Y cada huésped debe pagar una cuota diaria de 200 pesos por el mantenimiento de las áreas comunes. 200 pesos por persona, por día, señor. Son las reglas del fraccionamiento que su papá firmó al comprar la propiedad. Vi como Ricardo hacía cuentas mentalmente. 30 personas por 200 pesos diarios por 30 días. 180,000 pesos solo en cuotas de mantenimiento. Esto tiene que ser una broma, le dijo el guardia. No, señor, son las reglas.
¿Quiere que llame al señor Alberto para confirmar? Sí, llámelo. El guardia marcó mi número. Yo contesté inmediatamente. Bueno, señor Alberto, aquí está su hijo con 30 personas. ¿Están todos autorizados? 30 personas. Ricardo no les explicó las reglas del fraccionamiento. Aparentemente señor. Pásamelo al teléfono. Papá, escuché la voz molesta de Ricardo. ¿Qué son todas estas reglas ridículas? Ricardo, son las reglas del lugar donde compré mi casa. ¿No investigaste antes de invitar a tanta gente? Papá, no sabía que habías comprado en un lugar tan estricto.
Hijo, yo compré en el lugar que se me antojó con mi dinero. Pero, papá, ya están aquí todos. ¿Qué vamos a hacer? Ricardo, muy simple. O respetan las reglas o se van a otro lado. Papá, no podemos pagar 6,000 pes diarios solo en cuotas de mantenimiento. Entonces tendrán que ser máximo ocho personas en la playa por día. ¿Y los otros 22 qué van a hacer? Eso no es mi problema, Ricardo. Tú los invitaste sin consultarme. Papá, esto es ridículo.
¿Sabes qué es ridículo, Ricardo? que me hables para decirme que llegas en 2 horas con 30 personas como si mi casa fuera un hotel gratuito. Papá, somos familia. Ricardo, la familia se consulta antes de tomar decisiones. No se impone. Le regresé el teléfono al guardia. Dígale a mi hijo que si quiere entrar con todas esas personas tiene que pagar las cuotas correspondientes y respetar todas las reglas. Colgué y volví a mi lugar en la terraza. Desde ahí podía ver como Ricardo discutía con toda la gente que había traído, las caras de decepción, las quejas, la confusión.
Algunos de los parientes de Mónica empezaron a subirse otra vez a las camionetas. Aparentemente decidieron que no valía la pena quedarse con tantas restricciones. Otros se quedaron discutiendo con Ricardo sobre quién iba a pagar las cuotas diarias. Después de media hora de discusiones, finalmente entraron al fraccionamiento. Pero ya no eran 30 personas, eran 12. Los demás se habían ido a buscar un hotel en el pueblo. Cuando llegaron a mi casa, Ricardo tocó la puerta con cara de pocos amigos.
Papá, necesitamos hablar. Adelante, Ricardo, pasa con tus invitados. Entraron los 12 que habían decidido quedarse. Se veían incómodos, molestos. como si les hubiera arruinado las vacaciones. Papá, me dijo Ricardo delante de todos, ¿por qué no nos dijiste de las reglas antes? Porque tú no me preguntaste, hijo. Me hablaste para informarme, no para consultarme. Para nosotros ya habíamos hecho planes. Ricardo, ustedes hicieron planes con mi casa sin incluirme en la planeación. Papá, somos familia. Exactamente, Ricardo. Soy tu familiar, no tu empleado de hotel.
Papá, tú sabías perfectamente que íbamos a venir y no nos advertiste de nada, me reclamó Ricardo delante de sus 12 invitados restantes. Ricardo, yo sabía que tú ibas a venir. No sabía que ibas a traer un ejército. No exageres, son familia demónica. ¿Y desde cuándo la familia demónica es mi responsabilidad? Mónica se metió en la conversación. Don Alberto, nosotros pensamos que usted estaría feliz de recibirnos. Mónica, yo estoy feliz de recibir visitas que sean anunciadas, consultadas y planeadas.
No invasiones. No somos una invasión, gritó uno de los primos de Mónica. Somos familia. ¿Cómo te llamas?, le pregunté al que había gritado. Soy Javier, primo de Mónica. Javier, mucho gusto. Tú me conocías antes de hoy. No, pero habías estado alguna vez en mi casa anterior, ¿no? Me has hablado por teléfono alguna vez en tu vida. No, pero don Alberto, entonces no eres mi familia, Javier. Eres el primo de la esposa de mi hijo. Hay una gran diferencia.
Papá, no seas grosero. Me regañó Ricardo. Grosero. Yo soy el grosero. Ricardo, ¿quién fue grosero aquí? ¿El que llegó sin avisar con 30 personas o el que está poniendo límites en su propia casa? Ricardo se quedó callado porque sabía que yo tenía razón. Bueno, dijo Mónica tratando de calmar el ambiente. Ya estamos aquí. Hagamos lo mejor de la situación. Don Alberto, ¿podríamos cocinar algo para todos? Por supuesto, Mónica. La cocina está disponible. ¿Usted tiene comida para 12 personas?
No, yo compré comida para mí. Entonces, ¿qué vamos a cenar? Lo que ustedes compren. Nosotros tenemos que comprar la comida. Mónica, ¿quién te dijo que yo iba a dar de comer gratis a 12 personas que llegaron sin avisar? Pero, don Alberto, usted es el anfitrión. No, Mónica, yo soy el propietario de la casa. Ustedes son los invasores que se invitaron solos. Papá, no seas grosero. Me regañó Ricardo otra vez. ¿Qué, Ricardo? Yo soy el grosero. Ricardo, ¿quién fue grosero aquí?
¿El que llegó sin avisar con 30 personas o el que está poniendo límites en su propia casa? Ricardo se quedó callado porque sabía que yo tenía razón. Bueno, dijo Mónica tratando de calmar el ambiente. Ya estamos aquí. Hagamos lo mejor de la situación. Don Alberto, ¿podríamos cocinar algo para todos? Por supuesto, Mónica. La cocina está disponible. ¿Usted tiene comida para 12 personas? No, yo compré comida para mí. Entonces, ¿qué vamos a cenar? Lo que ustedes compren, nosotros tenemos que comprar la comida.
Mónica, ¿quién te dijo que yo iba a dar de comer gratis a 12 personas que llegaron sin avisar? Pero, don Alberto, usted es el anfitrión. No, Mónica, yo soy el propietario de la casa. Ustedes son los invasores que se invitaron solos. Papá, no seas grosero. Me regañó Ricardo otra vez. ¿Qué es, Ricardo? Yo soy el grosero. Ricardo, ¿quién fue grosero aquí? ¿El que llegó sin avisar con 30 personas o el que está poniendo límites en su propia casa?
[Música] Los invitados se miraban unos a otros, incómodos con la discusión familiar. Don Alberto intervino una señora mayor que parecía ser la mamá de Mónica. Nosotros no queremos causar problemas. Señora, ¿cómo se llama usted? Soy Esperanza, la mamá de Mónica. Doña Esperanza, mucho gusto. ¿Usted sabía que yo acababa de comprar esta casa hace tres días? No, don Alberto. ¿Sabía que compré esta casa para descansar después de 45 años de trabajo? No, señor. ¿Sabía que esta casa me costó todos mis ahorros de toda la vida?
No, don Alberto. Entonces, ¿entiende por qué me molesta que lleguen 30 personas sin consultar a usarla como hotel gratis? Sí, don Alberto, tiene razón. Mamá”, le reclamó Mónica a doña Esperanza. “Se supone que estás de nuestro lado.” Mónica, el señor Alberto tiene razón, esto no se hace. ¿Dónde vamos a dormir? Preguntó otro de los primos de Mónica. “En donde puedan les respondí. Hay cuatro recámaras. Dense sus mañas. Cuatro recámaras para 13 personas. 12 personas. Yo duermo en mi propia recámara.
Don Alberto, me dijo Ricardo, ¿no podría usted dormir en la sala para que tengamos más espacio? Me quedé mirando a mi hijo sin poder creer lo que acababa de escuchar. Me estás pidiendo que duerma en la sala de mi propia casa para que ustedes estén cómodos. Es solo por esta noche, papá. Ricardo, ¿tú dormirías en la sala de tu casa para que yo esté cómodo? Papá, es diferente. ¿Por qué es diferente? Porque tú ya estás grande y por estar grande pierdo el derecho a mi propia cama en mi propia casa.
Ricardo no supo que responder. Señores, les dije a todos los presentes, voy a ser muy claro. Esta es mi casa. Yo duermo en mi recámara. Ustedes se acomodan como puedan en las otras tres recámaras. El que no esté cómodo tiene la opción de irse a un hotel. ¿A cuál hotel?, preguntó Javier. Todos están llenos en temporada alta. Ese no es mi problema, Javier. Don Alberto, me dijo doña Esperanza, no hay forma de que todos estemos cómodos. Sí, doña Esperanza, hay una forma muy fácil.
¿Cuál? Que si hubieran conmigo antes de venir. En ese momento sonó el teléfono. Era el guardia de la caseta. Señor Alberto, disculpe que lo moleste. Dígame, ¿hay más personas en la entrada que dicen ser sus familiares? ¿Más personas? Sí, señor. Son como 10 más. Ricardo se puso pálido. Papá, deben ser los que se fueron en la mañana. Tal vez encontraron dónde quedarse en el pueblo y ahora regresan. Dígales al guardia que no pueden entrar. Le dije a Ricardo, “Papá, ¿no puedes hacer eso, no puedo, Ricardo, ¿quién es el dueño de esta casa?” “Tú, pero entonces sí puedo.
” Le hablé al guardia. “No autorice la entrada de más personas.” Entendido, señor. Colgué el teléfono y vi las caras de pánico de todos los presentes. Finalmente estaban entendiendo que esto no era lo que habían planeado. Papá, por favor, me suplicó Ricardo después de que colgué con el guardia. Esas personas viajaron desde muy lejos. Ricardo, ¿quién les dijo que viajaran hasta acá? Yo. Pero entonces tú arreglas el problema. No puedo dejarlos afuera. Claro que puedes, de la misma forma que no pudiste consultarme antes de invitarlos.
En ese momento, uno de los primos de Mónica, un joven de unos 25 años, se acercó a mí. Don Alberto, disculpe, ¿dónde está el baño? Hay tres baños, uno en mi recámara que es privado y dos que pueden usar ustedes. Solo dos baños para 12 personas. ¿Cuántos baños esperabas que tuviera? No sé, pensé que sería más grande. ¿Tú pagaste esta casa? No, señor. Entonces, confórmate con lo que hay. El muchacho se fue visiblemente molesto. Los demás invitados empezaron a susurrar entre ellos, claramente incómodos con la situación.
“Don Alberto”, me dijo doña Esperanza, “¿Podríamos hablar a solas un momento?” “Por supuesto.” Salimos a la terraza. Doña Esperanza se veía penada. Don Alberto, quiero pedirle una disculpa. ¿Por qué, doña Esperanza? ¿Por qué esto no está bien? Ricardo debió haberle consultado antes de traernos a todos. Gracias por entender, señora. Don Alberto, nosotros podemos irnos si usted quiere. Doña Esperanza, usted parece ser una persona sensata. Puede quedarse si gusta, pero con una condición. ¿Cuál? Que entienda que esta es mi casa, no un hotel.
Por supuesto, don Alberto. Y que si alguien más se queja de las condiciones, se va inmediatamente. ¿Entendido? Regresamos a la sala donde Ricardo estaba discutiendo con Mónica. No podemos quedarnos aquí, le decía Mónica a Ricardo. Tu papá nos está tratando horrible. Horrible. Intervine. ¿En qué los estoy tratando horrible? Nos está poniendo reglas ridículas. Mónica, ¿cuáles reglas son ridículas? Que tengamos que comprar nuestra propia comida. ¿Te parece ridículo que compres tu propia comida? Usted es el anfitrión. Mónica, yo no los invité.
Ustedes se invitaron solos. Pero somos familia. Tú me das de comer gratis cuando voy a tu casa. Usted nunca ha ido a mi casa. Exactamente, porque nunca me he invitado solo. Ricardo se metió en la discusión. Papá, ¿vas a cocinar algo o no? Voy a cocinar mi cena. ¿Y nosotros qué vamos a comer? Lo que ustedes decidan cocinar. Papá, no tenemos ingredientes. Entonces, vayan al súper. El súper está a 20 km y eso es mi culpa. Papá, tú sabías que veníamos.
Ricardo, yo sabía que tú venías. No sabía que venía medio pueblo. En ese momento llegó corriendo Javier desde la cocina. Don Alberto, hay una cucaracha enorme en la lacena. ¿Y qué quieres que haga? ¿Que la mat? Javier, tú no puedes matar una cucaracha. Me dan asco. A mí me dan asco las visitas que llegan sin avisar. Cada quien tiene sus problemas. Don Alberto, usted tiene que hacer algo. Ya hice algo. Compré una casa para estar tranquilo. Javier se fue indignado.
Los demás invitados se miraban con caras de pánico. Papá, me dijo Ricardo, en serio vas a ser así de difícil. Ricardo, ¿en serio tú creíste que podías llegar con 30 personas a mi casa como si nada? Pensé que estarías contento de vernos. Estaría contento de verte a ti, no de ver a toda esta gente que no conozco. Pero son parientes de tu nuera. ¿Y desde cuándo los parientes de mi nuera son mi responsabilidad? Mónica empezó a llorar.
Ricardo, vámonos de aquí. Tu papá no nos quiere. No es que no los quiera, Mónica, es que no los invité. Es lo mismo. No, no es lo mismo. Hay una gran diferencia entre no querer a alguien y no querer que invadan tu casa. Nosotros no estamos invadiendo. 30 personas llegando sin avisar. No es invadir. Ya no somos 30, somos 12. Siguen siendo 11 personas más de las que yo esperaba. En ese momento sonó otra vez el teléfono.
Era el guardia. Señor Alberto, las 10 personas que están en la entrada dicen que van a acampar afuera hasta que usted los deje entrar. ¿Van a acampar? Sí, señor. Ya están sacando tiendas de campaña. Ricardo se puso pálido. Papá, por favor, déjalos entrar para que duerman. ¿Dónde? En el techo. Pueden dormir en la sala. En el piso. Ricardo, ¿tú dormirías en el piso si fuera necesario? Sí. Perfecto. Tú duermes en el piso de la sala. Tu cuarto se lo damos a dos de los que están afuera.
Papá, eso no es justo. ¿Por qué no es justo? Acabas de decir que dormirías en el piso si fuera necesario, pero yo soy tu hijo. Exactamente, Ricardo. Eres mi hijo. Se supone que tú me deberías respetar más que nadie. Te estoy respetando. Llegando sin avisar con 30 personas es respetarme. Papá, ya entendí el mensaje. ¿Qué quieres que haga? que aprendas a consultarme antes de tomar decisiones que me afectan. Está bien, aprendí. Ya podemos comer algo. Claro, en cuanto vayan al súper y compren comida.
Ricardo se sentó en el sofá y se puso las manos en la cabeza. Finalmente estaba entendiendo que esto no era lo que había planeado. A las 6 de la tarde, después de 2 horas de discusiones, finalmente decidieron ir al súper. Ricardo, Mónica y tres de los primos se fueron en una camioneta a comprar comida para todos. Los demás se quedaron en la casa claramente incómodos. Mientras ellos estaban fuera, aproveché para llamar otra vez al guardia. ¿Cómo están las personas que están acampando afuera, señor Alberto?
Ya son 15, ¿llegaron más? 15 personas acampando. Sí, señor. Y hay un problema adicional. ¿Cuál? Las reglas del fraccionamiento no permiten acampar en la entrada, es propiedad privada. ¿Y qué sugiere que hagamos? Tengo que pedirles que se retiren, señor. Hágalo. Y si no quieren irse, llame a la policía municipal. Están en propiedad privada sin autorización. Colgué el teléfono justo cuando doña Esperanza se acercó a mí. Don Alberto, ¿podemos hablar? Claro, señora. Creo que deberíamos irnos. ¿Por qué, doña Esperanza?
Porque esto no está bien. Ricardo cometió un error muy grande. ¿Usted qué opina de todo esto? Opino que mi hija Mónica está muy malcriada y que Ricardo no sabe poner límites. Doña Esperanza, usted me cae bien. Don Alberto, usted también me cae bien. Por eso le voy a dar un consejo. Dígame. No ceda ni 1 mm. Si sede ahora, van a pensar que pueden hacer esto siempre. No pensaba ceder, señora. Me da mucho gusto escuchar eso. En ese momento regresó el grupo del súper con bolsas de comida.
Ricardo se veía molesto. Papá, la comida para todos nos costó 3000 pesos. ¿Y no vas a ayudarnos con los gastos? ¿Por qué habría de ayudarles? Porque somos tus huéspedes, Ricardo. Ustedes no son mis huéspedes. Los huéspedes son invitados. Ustedes son invasores. Papá, ya basta con esa palabra. ¿Qué palabra prefieres? Parásitos. Mónica se puso roja de coraje. Don Alberto, usted está siendo muy grosero. Mónica, ¿sabes que es grosero llegar a la casa de alguien sin avisar con 30 personas?
Ya le dijimos que lo sentimos. ¿Cuándo me dijeron eso? Mónica se quedó callada porque nunca me había pedido disculpas. Exactamente. Continué. Nunca me han pedido disculpas. Solo se han quejado de mis reglas. Ricardo empezó a cocinar para todos claramente molesto. Yo me fui a mi recámara a descansar un rato. A las 8 de la noche volvió a sonar el teléfono. Era el guardia. Señor Alberto, llegó la policía. ¿Y qué pasó? Las personas que estaban acampando se negaron a irse.
Dijeron que usted era su familiar y que tenían derecho a estar ahí. ¿Y qué dijo la policía? que si usted no los autoriza tienen que retirarse inmediatamente. Perfecto, que se vayan. Ya se están yendo, señor, pero están muy molestos. Ese no es mi problema. Cuando colgué, salí de mi recámara y vi que todos estaban cenando en la terraza. Ricardo me vio y se acercó. Papá, ¿era policía? Sí. ¿Por qué llamaste a la policía? Yo no la llamé.
La llamó el guardia porque hay gente acampando en propiedad privada. Papá, esa gente son mis invitados. Ricardo, tus invitados pueden quedarse en hoteles como personas civilizadas. Los hoteles están llenos. Entonces debieron haber planeado mejor. Papá, ayúdanos. ¿Cómo quieres que te ayude? Habla con el guardia, dile que los deje acampar. No. ¿Por qué no? Porque no quiero que acampen en la entrada de mi fraccionamiento. No es tu fraccionamiento, Ricardo. ¿Quién pagó esta casa? Tú. Pero entonces sí tengo derecho a opinar sobre lo que pasa en la entrada.
En ese momento llegó Javier corriendo desde el baño. Don Alberto, no hay agua caliente. ¿Revisaste el boiler? No sé dónde está el boiler. ¿Y qué quieres que haga yo? ¿Que lo prenda? Javier, tú no sabes prender un boiler, ¿no? ¿Cuántos años tienes? 28. ¿Y nunca has prendido un boiler? En mi casa lo prende mi mamá. Me quedé mirando a este adulto de 28 años que no sabía prender un boiler. Javier, el boiler está en el cuarto de servicio.
Hay un botón rojo que dice encender. Préndelo. No puede venir usted, ¿no? ¿Por qué no? Porque no eres mi responsabilidad. Javier se fue llorando, literalmente llorando porque no había agua caliente. Papá, Javier está llorando. Y ayúdalo, Ricardo. Yo soy la mamá de Javier. No, pero entonces que se las arregle solo. Papá, está siendo muy cruel. Cruel. Ricardo, ¿es cruel esperar que un adulto de 28 años sepa prender un boiler? Él no sabe. Pues que aprenda nunca es tarde.
Mónica se acercó a nosotros. Don Alberto, todos estamos muy incómodos. Lo siento mucho. Mónica. ¿Podría hacer algo para que estemos más cómodos? Sí, puedo hacer algo. ¿Qué? ¿Puedo ayudarles a hacer las maletas? La cara de Mónica se transformó. Nos está corriendo. No los estoy corriendo. Les estoy ofreciendo una salida digna. No nos vamos a ir. Como gusten, pero las condiciones no van a cambiar. Esto es ridículo. ¿Sabes qué es ridículo, Mónica? Pensar que pueden llegar 30 personas a casa ajena sin avisar y que todo va a estar perfecto.
En ese momento sonó mi teléfono. Era un número local. Bueno, señor Alberto, hable el gerente del hotel Playa Dorada. Dígame. Tengo aquí a unas personas que dicen ser sus familiares. Quieren que usted confirme que va a pagar su hospedaje. ¿Quiénes son? Dicen ser primos de su nuera. No voy a pagar nada. Entendido, señor. Colgué y vi que Ricardo me miraba con pánico. ¿Quién era? Un hotel. Al parecer, algunos de tus invitados pensaron que yo iba a pagar su hospedaje.
Y no vas a pagar. ¿Tú pagarías hotel a gente que ni conoces? Papá, son familia. No, Ricardo, son conocidos de tu esposa que tú invitaste sin consultarme. Papá, por favor. La respuesta es no. Ricardo se sentó en el sofá y se puso las manos en la cabeza. Finalmente estaba entendiendo que había cometido el error más grande de su vida. Al día siguiente, a las 7 de la mañana, fui despertado por ruidos en la cocina. Salí de mi recámara y encontré a cinco de los invitados preparando desayuno.
Buenos días, les dije. Buenos días, don Alberto, respondió uno de ellos sin levantar la vista. ¿Qué están preparando? Huevos revueltos para todos. ¿Compraron huevos? Sí, ayer en el súper. Perfecto. ¿Y café? También compramos café. Muy bien, veo que van entendiendo cómo funcionan las cosas. Me serví una taza de café y salí a la terraza a ver el amanecer. Era hermoso. Exactamente para esto había comprado esta casa. A las 8 llegó Ricardo a la terraza. Se veía cansado, como si no hubiera dormido bien.
Buenos días, papá. Buenos días, Ricardo. ¿Cómo dormiste? Mal. El colchón de la recámara de invitados es muy duro. El colchón es muy duro. Sí, papá. Y éramos cuatro personas en una recámara para dos. ¿Y por qué no durmieron en las otras recámaras? Porque están ocupadas por los demás. Ricardo, ¿cuántas personas siguen aquí? 12 contándome a mí. Los demás se fueron. Sí, papá. Se fueron en la madrugada. ¿Por qué se fueron? Porque dijeron que esto no era lo que esperaban.
¿Y qué esperaban? No sé, papá. Tal vez un lugar más cómodo. Más cómodo que una casa de playa de cuatro recámaras. Papá, tú sabes a qué me refiero. No, Ricardo, no sé a qué te refieres. Explícame. Esperaban que fueras más hospitalario. Hospitalario. ¿Cómo debería ser hospitalario con gente que llegó sin avisar? No sé, papá. Más amable. Ricardo, yo he sido grosero con alguien. No exactamente grosero, pero pero qué pero no ha sido cálido. Debo ser cálido con invasores, papá, no son invasores.
Ricardo, ¿cómo llamas a 30 personas que llegan sin avisar? Son familia. No, Ricardo, tú eres familia. Mónica es familia. Sus primos no son mi familia. Papá, esto se está volviendo muy incómodo para todos. ¿Para todos o para ti. Para todos, papá. Ricardo, ¿sabes qué se está volviendo incómodo para mí? ¿Qué? Que hayas venido a arruinar mi tranquilidad. No vine a arruinar nada. No. Entonces, ¿a qué viniste? A pasar tiempo contigo, con 30 personas. Pensé que te gustaría tener compañía, Ricardo.
¿Cuándo te he dicho que me siento solo? Nunca. Pero, ¿cuándo te he pedido que traigas gente a hacerme compañía? Nunca. Entonces, ¿por qué asumiste que quería compañía? Ricardo se quedó callado porque no tenía respuesta. En ese momento llegó Mónica a la terraza con cara de pocos amigos. Don Alberto, necesitamos hablar. Buenos días, Mónica. ¿De qué quieres hablar? de esta situación insostenible. ¿Cuál situación? Esto, estar aquí sintiéndonos como criminales. Mónica, ¿quién los está tratando como criminales? Usted con todas sus reglas y restricciones.
¿Cuáles reglas, Mónica? Que compremos nuestra comida, que durmamos donde podamos, que no podamos usar su baño. Mónica, ¿tú me das tu recámara cuando voy a tu casa? Usted nunca ha ido a mi casa. ¿Y por qué nunca ha ido? Porque porque nunca lo hemos invitado. Exactamente. Porque ustedes saben cuándo invitar y cuándo no. Pero esta es una casa de playa. ¿Y eso qué significa? Que está hecha para recibir visitas. Mónica, esta casa está hecha para que yo descanse, no para que ustedes hagan fiestas.
No estamos haciendo fiestas. 30 personas no es una fiesta. Ya no somos 30, siguen siendo 11 personas más de las que yo quería. En ese momento llegó Javier desde la cocina. Don Alberto, ¿puedo usar su teléfono? ¿Para qué? Para llamar a mi mamá. No tiene celular. Sí, pero no tengo saldo. ¿Y por qué no tiene saldo? Se me acabó en el viaje. ¿Y por qué no lo recargas? No tengo dinero. ¿Cómo que no tienes dinero? Se me acabó en el viaje.
Me quedé mirando a este adulto de 28 años que no tenía dinero para recargar su teléfono. Javier, ¿cómo pensabas regresar a tu casa sin dinero? Pensé que Ricardo me iba a prestar. Ricardo te dijo que te iba a prestar. No, pero supuse, ¿supuste? Sí, porque somos familia. Javier, ¿tú le prestarías dinero a alguien que llegara a tu casa sin avisar? Bueno, ¿tú le prestarías dinero a alguien que no planeó bien su viaje? No sé. Entonces, no esperes que otros te presten.
Javier se fue llorando otra vez, literalmente, un menor de 28 años llorando porque no le iban a prestar dinero para recargar su teléfono. “Papá”, me dijo Ricardo, “¿Vas a ayudar a Javier?” “¿Con qué?” “Con dinero para su teléfono.” ¿Por qué habría de hacerlo? Porque no tiene cómo llamar a su casa. Ese no es mi problema, Ricardo. Papá está desesperado. Ricardo Javier es un adulto. Los adultos resuelven sus propios problemas. Pero somos familia. No, Ricardo. Javier no es mi familia, es primo de mi esposa y eso me convierte en su papá.
Papá, son solo 50 pesos. Ricardo, no se trata del dinero. ¿De qué se trata? Se trata de que la gente aprenda a ser responsable. Papá, está siendo muy cruel. Cruel, Ricardo. Es cruel esperar que un adulto planee bien sus gastos. Él no sabía que iba a necesitar dinero. No sabía que iba a necesitar dinero para un viaje. Ricardo no supo que responder. En ese momento sonó mi teléfono. Era el guardia. Señor Alberto, hay un problema. ¿Cuál? Algunas de las personas que se fueron ayer dejaron basura en la entrada.
¿Qué tipo de basura? Botellas, latas, restos de comida. Al parecer estuvieron bebiendo en la entrada después de que se fueron. ¿Y ahora qué quieren? El comité de vecinos quiere hablar con usted, señor. ¿Por qué conmigo? ¿Por qué eran sus invitados, señor? Díganles que vengan cuando gusten. ¿A qué hora le conviene? Ahora mismo está bien. Colgué el teléfono y vi que Ricardo estaba pálido. ¿Qué pasó, papá? ¿Que tus invitados dejaron basura en la entrada y ahora los vecinos quieren hablar conmigo?
¿En serio? ¿En serio? ¿Qué vamos a hacer? Yo no voy a hacer nada. Tú vas a explicarles por qué invitaste a gente que no sabe comportarse. Papá, eso no es justo. ¿Sabes qué no es justo, Ricardo? Que yo tenga problemas con mis vecinos por culpa de tu falta de planeación. A los 20 minutos llegaron tres señores muy bien vestidos. eran el comité de vecinos del fraccionamiento. Yo salí a recibirlos en la entrada de mi casa con Ricardo detrás de mí, visiblemente nervioso.
“Buenos días, señor Ramírez”, me dijo el que parecía ser el líder del grupo. “Soy el licenciado Herrera, presidente del comité de vecinos”. Buenos días, licenciado. Mucho gusto, “Señor Ramírez, lamentamos mucho tener que venir a molestarlo, pero tenemos un problema.” ¿Qué problema? Sus invitados de hallar dejaron basura en toda la entrada del fraccionamiento. Mis invitados. Sí, señor. Las personas que estuvieron acampando afuera de su casa. Licenciado, esas personas no eran mis invitados. No, no eran personas que mi hijo invitó sin consultarme y que yo no autoricé a entrar.
El licenciado me miró confundido. Su hijo los invitó sin consultarle. Exactamente. Y usted no los dejó entrar. ¿Correcto? Pero, señor, entonces, ¿por qué estuvieron acampando en la entrada? Porque se negaron a aceptar que no tenían autorización. El licenciado miró a Ricardo. ¿Usted es el hijo del señor Ramírez? Sí, señor, respondió Ricardo con voz temblorosa. Joven, usted invitó a esas personas. Sí, pero sin consultar con el propietario. Es que pensé que joven, usted sabe que este es un fraccionamiento privado con reglamento específico.
Ahora ya lo sé. Y sabe que todas las visitas deben ser autorizadas por el propietario? Sí, señor. Y sabe que está prohibido acampar en las áreas comunes. No lo sabía. El licenciado suspiró profundamente. Señor Ramírez, entendemos que usted no tiene culpa de esta situación. Gracias por comprenderlo, licenciado. Pero necesitamos que esto no vuelva a pasar. Por supuesto, le aseguro que no volverá a pasar. ¿Cómo podemos estar seguros? Porque a partir de ahora cualquier visita que venga a mi casa va a estar previamente autorizada por mí.
El licenciado miró otra vez a Ricardo. Joven, usted entiende la responsabilidad que tiene Sí, señor. No solo invitó gente sin autorización, sino que esas personas dejaron basura, hicieron ruido y alteraron la paz del fraccionamiento. Lo siento mucho, señor. ¿Lo siente? Sí, señor. ¿Y qué va a hacer para reparar el daño? ¿Qué quiere que haga? Para empezar, limpiar toda la basura que dejaron sus invitados. Yo tengo que limpiarla. ¿Quién más la va a limpiar? No sé. Pensé que, joven, usted invitó a esas personas.
Usted es responsable de sus acciones. Pero yo no sabía que ian a dejar basura. Esa no es excusa. Cuando uno invita a gente se hace responsable de su comportamiento. Ricardo me miró con cara de pánico. Papá, ¿me ayudas? ¿A qué? A limpiar la basura. ¿Por qué habría de ayudarte? Porque somos familia. Ricardo, la familia también tiene responsabilidades individuales. Papá, por favor. Ricardo, tú invitaste a esa gente. Tú limpias su basura. El licenciado intervino. Señor Ramírez, nos da mucho gusto ver que usted entiende el concepto de responsabilidad personal.
Licenciado, yo compré esta casa precisamente para estar en un lugar ordenado y tranquilo. Y así va a ser, señor, siempre y cuando se respeten las reglas. Por supuesto. El licenciado se dirigió otra vez a Ricardo. Joven, necesito que vaya ahora mismo a limpiar toda esa basura. Ahorita. Ahorita. Solo como usted guste, pero se tiene que limpiar hoy. Y si no lo hago, entonces vamos a tener que multar al propietario. Ricardo me miró aterrorizado. Te van a multar por mi culpa.
Aparentemente. ¿De cuánto sería la multa? 5000 pes. 5000 pesos. Por alteración del orden y daño a áreas comunes. Híjole, papá. No puedes pagar 5,000es por mi culpa. ¿Por qué no puedo? Porque no es justo. ¿Sabes qué no es justo, Ricardo? Que yo tenga problemas con mis vecinos por tus decisiones impulsivas. El licenciado nos interrumpió. Señores, si el joven limpia la basura hoy, no habrá multa. En serio, en serio, pero tiene que ser hoy y tiene que quedar impecable.
Está bien, lo voy a hacer. Perfecto, dijo el licenciado. Nosotros regresamos en dos horas a supervisar. Después de que se fueron los señores del comité, Ricardo se quedó parado en la entrada viéndose derrotado. Papá, ¿me ayudas a qué? ¿A limpiar la basura? ¿Por qué habría de ayudarte? Porque somos familia. Ricardo, la familia también tiene responsabilidades individuales. Papá, ayúdame aunque sea. Ricardo, tú invitaste a esa gente. Tú limpia su basura. Después de que se fueron los señores del comité, Ricardo se quedó parado en la entrada viéndose derrotado.
Papá, ¿me ayudas? No. ¿Por qué no? Porque necesitas aprender que las acciones tienen consecuencias. Papá, son tus vecinos. Exactamente, Ricardo. Son mis vecinos con quienes voy a tener que convivir después de que te vayas. Me vas a dejar quedar mal con ellos, Ricardo. Tú ya quedaste mal con ellos. Yo no te hice quedar mal. Papá, ayúdame aunque sea. Ricardo, tú me ayudaste cuando me dijiste que llegabas con 30 personas. No, pero tú me ayudaste cuando tomaste decisiones sobre mi casa sin consultarme, ¿no?
Entonces ahora te toca a ti arreglártela solo. Ricardo se fue caminando hacia la entrada del fraccionamiento, arrastrando los pies como un niño castigado. Mientras tanto, yo regresé a mi casa, donde todavía estaban los 11 invitados restantes. Los encontré en la sala, todos con caras largas. ¿Qué pasa?, les pregunté. Don Alberto, queremos irnos. ¿Por qué? Porque esto no está funcionando. Que no está funcionando todo. Las reglas, las restricciones, la incomodidad. ¿Y qué quiere que haga? Que nos ayude a conseguir hotel.
Yo. Sí. Usted conoce la zona. Mónica, yo organicé este viaje. No, pero entonces yo no tengo que conseguirles hotel. Don Alberto, por favor. Mónica, ustedes son adultos. Los adultos resuelven sus propios problemas, pero no conocemos la zona. Y eso es mi culpa. Mónica empezó a llorar. Esto es una pesadilla. ¿Sabes qué es una pesadilla, Mónica? Que lleguen 30 personas sin avisar a arruinarte las vacaciones. Ya entendimos que cometimos un error. En serio, ¿cuál error cometieron? No, consultarle antes de venir.
¿Qué más? No, no sé qué más, Mónica. El error fue asumir que mi casa es su hotel personal. En ese momento regresó Ricardo sudando y sucio. ¿Ya terminaste? Sí, papá. Limpié toda la basura. ¿Cómo te fue? Horrible. Había botellas rotas, comida podrida, latas por todos lados. ¿Y qué aprendiste? Que mis invitados son unos cochinos. ¿Qué más aprendiste? ¿Que que debía haber consultado antes de invitarlos? ¿Qué más? Que tomar decisiones sin pensar en las consecuencias trae problemas. Algo más que tú tenías razón desde el principio.
Por primera vez Andés Díaz, Ricardo estaba empezando a entender. Al día siguiente, después de una noche muy incómoda para todos, los 11 invitados restantes decidieron que era hora de irse, empacaron sus cosas y se despidieron de mí con caras largas y comentarios en voz baja. “Don Alberto”, me dijo doña Esperanza antes de subirse a la camioneta. “Gracias por la lección.” ¿Qué lección, señora? La lección de que hay que consultar antes de invadir la casa ajena. De nada, doña Esperanza.
Fue un placer conocer a alguien sensata. Don Alberto, disculpe a mi hija Mónica, está muy mal criada. No se preocupe, señora, no todos aprenden de la misma forma. Mónica se despidió de mí sin mirarme a los ojos. Adiós, don Alberto. Que tengan buen viaje, Mónica. Los demás se despidieron con frialdad. Claramente me culpaban por haber arruinado sus vacaciones soñadas. Javier fue el último en despedirse. Todavía tenía los ojos rojos de tanto llorar. Don Alberto, discúlpeme por todo.
¿Por qué te disculpas, Javier? Por haber sido tan problemático. Javier, ¿qué aprendiste de esta experiencia? Que no debo asumir que otros van a resolver mis problemas. ¿Qué más? que debo planear mejor mis gastos, algo más, que debo aprender a hacer las cosas básicas como prender un boiler. Muy bien, Javier, esas son lecciones importantes. Don Alberto, ¿usted cree que soy muy inmaduro para mi edad? Javier, ¿tú qué crees? Creo que sí. Entonces, ya tienes el primer paso para cambiar.
Después de que se fueron todos, solo quedamos Ricardo, Mónica y yo en la casa. Papá me dijo, Ricardo, nosotros también nos vamos. ¿Por qué? Porque ya entendí que no nos quieres aquí, Ricardo. Yo dije que no los quiero aquí. No dijiste las palabras. Pero, pero, ¿qué? Pero nos has hecho sentir muy incómodos, Ricardo. ¿Cómo debería hacerlo sentir después de lo que hicieron? No sé, pero no así. ¿Cómo debería sentirse alguien que invade la casa ajena? No invadimos nada, Ricardo.
30 personas llegando sin avisar no es invadir. Ya me cansé de esa palabra. ¿Qué palabra prefieres? Irrespetar. Papá, ya entendí que cometimos un error. ¿Cuál error, Ricardo? No consultarte. ¿Qué más? No, no sé qué más. Ricardo, el error fue asumir que puedes tomar decisiones sobre mi vida sin incluirme. Pero eres mi papá. Exactamente. Soy tu papá, no tu empleado. Intervino Mónica. Don Alberto, nosotros no lo vemos como empleado. No, Mónica, entonces, ¿por qué me dan órdenes sobre mi propia casa?
No le damos órdenes, Mónica. Ricardo me habló para decirme, “Haz la comida y arregla los cuartos.” Eso no son órdenes. Bueno, tal vez la forma no fue la correcta. Solo la forma. ¿Qué más, don Alberto? Mónica, el problema no fue la forma, el problema fue la actitud. ¿Qué actitud? La actitud de que mi casa es su hotel personal. Ya entendimos que no debimos hacer eso. ¿En serio? ¿Lo entendieron? Sí, Mónica, ¿ustedes me van a consultar la próxima vez que quieran venir?
Sí, don Alberto. ¿Van a preguntar cuántas personas pueden traer? Sí. ¿Van a preguntar cuántos días pueden quedarse? Sí. ¿Van a preguntar si yo tengo planes propios? Sí, don Alberto. Perfecto. Entonces, sí aprendieron. Ricardo me miró con tristeza. Papá, ¿de verdad quieres que nos vayamos? Ricardo, ¿tú quieres quedarte después de todo lo que pasó? No sé, papá. Esta no era la experiencia que esperábamos. ¿Qué esperabas, Ricardo? Pensé que íbamos a pasar tiempo juntos, que íbamos a convivir, que te iba a gustar tener compañía.
Ricardo, ¿cuándo te he dicho que me siento solo? Nunca. ¿Cuándo te he pedido que me traigas compañía? Nunca. Entonces, ¿por qué asumiste que la necesitaba? No sé, papá. Supuse que a tu edad, ¿a tu edad qué? ¿Qué te gustaría tener más gente alrededor? Ricardo, a mi edad lo que más me gusta es la tranquilidad. Ya lo entendí, papá. En serio. Sí. Entendí que comprar esta casa para estar tranquilo y que nosotros llegáramos a alterar esa tranquilidad. ¿Qué más entendiste?
¿Que debo consultarte antes de tomar decisiones que te afectan? ¿Algo más? Que el respeto se demuestra con hechos, no solo con palabras. Muy bien, Ricardo, esas son lecciones importantes. Una hora después, Ricardo y Mónica también se fueron. Me despedí de ellos en la puerta sin rencor, pero con límites claros. “Papá”, me dijo Ricardo antes de subirse al coche. “¿Me perdonos?” “Ya te perdoné, Ricardo. ¿Podemos venir a visitarte pronto?” Por supuesto, cuando me consulten antes. ¿Cuántas personas podemos traer?
Las que yo autorice, ¿por cuántos días? los que acordemos previamente. ¿Entendido, papá? Después de que se fueron, me quedé solo en mi casa de playa, exactamente como había planeado desde el principio. Me preparé un café, me senté en mi terraza favorita y por primera vez desde que había llegado pude disfrutar completamente del sonido del mar y la brisa salada. era exactamente lo que había soñado durante 45 años de trabajo. Esa noche llamé a mi compadre Roberto para contarle lo que había pasado.
En serio, ¿llegaron 30 personas sin avisar? 30, Roberto, sin exagerar. ¿Y qué hiciste? Les enseñé que mi casa no es hotel. ¿Cómo? Con límites claros y consecuencias reales. Y funcionó. Funcionó. Al final se quedaron solo Ricardo y Mónica y después de dos días también se fueron. ¿Y ahora cómo te sientes? En paz, compadre, completamente en paz. ¿No te sientes mal por haber sido tan estricto? Roberto, ¿te sentirías mal por defender tu propia casa? No, entonces yo tampoco.
Ahora, querido amigo que me escuchas, quiero preguntarte algo. ¿Has vivido situaciones similares? Gente que da por garantizado tu generosidad, ¿amiliares que toman decisiones sobre tu vida sin consultarte? La lección que aprendí a los 72 años es que poner límites no es ser malo, es ser inteligente. La familia que realmente te ama no abusa de tu generosidad. No invade tu espacio, no toma decisiones por ti sin consultarte. La familia que vale la pena te consulta, te respeta y entiende que tus necesidades también importan.
Ricardo aprendió que ser hijo no le da derecho a tomar decisiones sobre la vida de su padre. Aprendió que el respeto se gana con hechos, no solo con palabras. Y aprendió que las acciones tienen consecuencias. Si tienes padres mayores, respeta sus decisiones, sus espacios, sus sueños. No asumas que porque son mayores ya no tienen derecho a decidir sobre sus propias vidas. Y si eres padre mayor, recuerda esto que aprendí yo. Nunca es tarde para poner límites. Nunca es tarde para exigir respeto.
Nunca es tarde para priorizar tu propia paz. Cuéntame en los comentarios qué harías tú en mi lugar. ¿Habrías puesto límites o habría cedido? ¿Y desde qué país me estás escuchando? Mi casa de playa ahora es exactamente lo que quería que fuera, un lugar de paz donde las visitas llegan cuando las invito, se queda el tiempo que acordamos y respetan las reglas de mi hogar. Porque al final, querido amigo, no se trata de ser bueno o malo, se trata de ser respetado en tu propia casa.
News
Vicente Fernández encuentra a una anciana robando maíz en su rancho… ¡y entonces hizo esto…
Dicen que nadie es tan pobre como para no poder dar, ni tan rico como para no necesitar aprender. Aquella…
Cantinflas humillado por ser mexicano en el Festival de Cannes… pero su respuesta silenció al mundo…
Las luces de Kans brillaban como nunca. Fotógrafos, actrices, productores, todos querían ser vistos. Y entre tanto lujo apareció un…
En la cena, mi hijo dijo: “Mi esposa y su familia se mudan aquí.” Yo respondí: Ya vendí la casa…
El cuchillo en mi mano se detuvo a medio corte cuando Malrick habló. “Mi esposa, su familia y yo nos…
Hija Abandona a Sus Padres Ancianos en el Basurero… Lo Que Encuentran LOS Deja en SHOCK…
Hija abandona a sus padres ancianos en el basurero. Lo que encuentran los deja en shock. La lluvia caía con…
“YO CUIDÉ A ESE NIÑO EN EL ORFANATO”, DIJO LA CAMARERA — AL VER LA FOTO EN EL CELULAR DEL JEFE MAFIOSO…
Cuidé de ese niño en el orfanato”, dijo la camarera al ver la foto en el celular del jefe mafioso….
MILLONARIA EN SILLA DE RUEDAS QUEDÓ SOLA EN LA BODA… HASTA QUE UN PADRE SOLTERO SE ACERCÓ Y LE SUSURRÓ: ¿Bailas conmigo?
Millonaria en silla de ruedas, estaba sola en la boda hasta que un padre soltero le dijo, “¿Bailarías conmigo? ¿Bailarías…
End of content
No more pages to load






