El sol castigaba sin piedad el terreno árido de Zacatecas cuando Manuel Ortega supervisaba la demolición parcial de la antigua casona colonial, que había comprado por una fracción de su valor real. A sus 45 años, Manuel había logrado construir un modesto imperio inmobiliario gracias a su ojo para detectar propiedades infravaloradas y su habilidad para renovarlas con el menor costo posible. Jefe, esta pared está más dura que el concreto mismo. Se quejó Raúl, el capataz del equipo de albañiles, limpiándose el sudor con el antebrazo.

Parece que tiene algo raro adentro. Manuel se acercó con impaciencia. Había comprado la propiedad hace apenas dos semanas. una antigua casona de dos plantas ubicada a pocas cuadras del centro histórico. Según el notario, la casa había pertenecido a la familia Ibarra durante generaciones, hasta que el último descendiente, un anciano solitario, falleció sin herederos conocidos. Tras años de abandono, el gobierno municipal la había subastado para cubrir deudas de impuestos atrasados. “¿Qué tiene de raro?”, preguntó Manuel. acercándose a la pared parcialmente destruida que separaba lo que alguna vez fue la sala principal de un pequeño cuarto trasero que no aparecía en los planos originales.

Mire, Raúl señaló con su martillo. La estructura es diferente. Este muro es más nuevo que el resto, tal vez de los años 70, pero está construido de una manera extraña. Manuel examinó con más atención. Efectivamente, el muro presentaba una composición inusual. Entre las capas de ladrillo y concreto se podían ver lo que parecían ser pequeños objetos incrustados. “Denle con todo”, ordenó Manuel. “Quiero ver qué hay detrás antes de irnos hoy.” Los trabajadores intercambiaron miradas de preocupación. Era viernes, pasaban de las 5 de la tarde y ninguno quería quedarse hasta tarde.

“Mire, jefe, ya casi es hora de salir”, intentó negociar Raúl. “Podemos continuar el lunes temprano.” Manuel sacó su cartera y extrajo varios billetes. Dos horas extra para todos, pagadas al triple. Quiero ver qué hay detrás de este muro hoy mismo. Los ojos de los trabajadores se iluminaron ante la oferta y rápidamente volvieron a sus herramientas con renovado entusiasmo. Manuel sonrió. El dinero siempre solucionaba estos pequeños inconvenientes. Mientras los hombres atacaban el muro con picos y martillos, Manuel recorrió la propiedad una vez más.

A pesar del deterioro, la casa conservaba elementos arquitectónicos de gran valor, techos altos con vigas de madera tallada, pisos de mosaico hidráulico en patrones geométricos y una escalera de piedra que conducía al segundo piso. Con la remodelación adecuada podría convertirla en un hotel boutique o un restaurante de lujo. El sonido de un golpe particularmente fuerte, seguido por un grito ahogado, lo sacó de sus cálculos mentales. “Jefe, jefe, venga rápido.” La voz de Raúl sonaba temblorosa, algo inusual en un hombre curtido por décadas de trabajo en la construcción.

Manuel regresó a la sala principal a paso acelerado. Los cinco trabajadores estaban agrupados frente al muro, ahora con un agujero de aproximadamente 1 metro de diámetro. Todos se mantenían a una distancia prudente, como si temieran acercarse más. “¿Qué pasó?”, preguntó Manuel, irritado por la interrupción. Ninguno respondió. Raúl simplemente señaló hacia el agujero en la pared. Manuel se acercó. y se inclinó para mirar a través de la abertura. El olor fue lo primero que lo golpeó. Una mezcla náuseabunda de humedad, podredumbre y algo más.

Algo que no supo identificar, pero que le revolvió el estómago instantáneamente. Dentro de la cavidad había un espacio pequeño, no más grande que un armario, completamente sellado, excepto por el agujero que acababan de abrir. Y en ese espacio, parcialmente empotrados en las paredes, había restos humanos. Manuel retrocedió instintivamente, tropezando con sus propios pies. ¿Qué demonios? Son huesos. Jefe”, dijo Raúl con la voz apenas audible, “huesos humanos y no están solos.” Manuel, recuperando la compostura, volvió a acercarse.

Esta vez, forzándose a observar con más detenimiento, pudo distinguir al menos tres cráneos y numerosos huesos largos, muchos de ellos con marcas de cortes o fracturas. Pero lo que realmente le heló la sangre fueron los objetos que acompañaban a los restos. Pequeñas figuras talladas en hueso, trozos de tela ennegrecidos por el tiempo y lo que parecían ser antiguos instrumentos metálicos de propósito desconocido. “Hay que llamar a la policía”, dijo uno de los trabajadores ya retrocediendo hacia la puerta.

“Esperen.” La voz de Manuel sonó más autoritaria de lo que pretendía. Nadie va a llamar a nadie todavía. Los hombres lo miraron con asombro y confusión. Jefe, con todo respeto, eso de ahí son restos humanos, insistió Raúl. Es un crimen no reportarlo. Manuel pasó una mano por su cabello intentando pensar rápidamente. Si la policía se involucraba, la obra se detendría indefinidamente, habría investigaciones. La prensa local se enteraría y su inversión se iría al demonio. Además, estos restos parecían antiguos, probablemente de décadas atrás.

¿Qué diferencia haría esperar un par de días más? Escuchen”, dijo finalmente, “Hoy es viernes por la tarde. Si llamamos a la policía ahora, van a venir a coordonar el lugar y luego tendremos que esperar hasta el lunes para que venga el forense o quien sea que se encargue de estos casos. Mientras tanto, ustedes se quedan sin trabajo y yo con una propiedad inaccesible. Los hombres intercambiaron miradas incómodas. Lo que propongo es lo siguiente. Sellamos temporalmente este agujero, nos vamos todos a descansar y el lunes a primera hora yo mismo llamo a las autoridades.

Les pagaré el día completo, aunque no trabajen, y un bono adicional por su discreción. El silencio que siguió fue denso, cargado de dudas morales y cálculos económicos. “No sé, jefe”, murmuró Raúl. “esto no me huele bien.” Y no solo por los restos. Piénsalo, Raúl”, insistió Manuel. Son huesos viejos. Quien sea que haya sido, lleva muerto muchos años. Dos días más no harán diferencia para ellos, pero sí para tu familia. Finalmente, aunque con evidente incomodidad, los trabajadores accedieron.

utilizando tablones de madera y clavos, sellaron provisionalmente el agujero en la pared. Nadie quiso acercarse demasiado al macabro hallazgo. Cuando el último trabajador se marchó, Manuel cerró la puerta principal con llave y permaneció solo en el patio interior de la casona. El sol comenzaba a ponerse proyectando sombras alargadas sobre los muros desconchados. Debería irse también. Lo sabía. Pero una mezcla de curiosidad morbosa y preocupación financiera lo mantenía allí. Se sirvió un vaso del mezcal que guardaba en su camioneta y se sentó en los escalones de piedra que conducían al segundo piso.

Si reportaba el hallazgo, su inversión se complicaría enormemente. Como mínimo, enfrentaría meses de retrasos. En el peor de los casos, podría perder la propiedad completamente dependiendo de la importancia que las autoridades dieran al descubrimiento. Mientras contemplaba sus opciones, el silencio de la casa abandonada parecía volverse cada vez más denso, casi palpable. Manuel se encontró agusando el oído como si esperara escuchar algo y entonces lo oyó. un suave rasguño, apenas perceptible, proveniente de la sala principal. Probablemente alguna rata pensó intentando ignorar la inquietud creciente en su pecho.

Las casas viejas siempre tenían plagas. El sonido se repitió más distintivo esta vez. No era el movimiento aleatorio de un roedor, sino algo más deliberado, rítmico. Manuel se puso de pie, dejando el vaso de mezcal en el escalón. Con pasos cautelosos, regresó a la sala principal, iluminada ahora únicamente por la luz mortesina que se filtraba a través de las ventanas polvorientas. El sonido provenía claramente del muro sellado. “Es solo la madera asentándose”, se dijo en voz alta, como si el sonido de su propia voz pudiera disipar el miedo irracional que comenzaba a apoderarse de él.

Pero el rasguño continuó, ahora acompañado por un leve golpeteo y luego algo que heló la sangre en sus venas, un susurro tan débil que bien podría haberlo imaginado, pero inconfundiblemente humano. Manuel retrocedió hasta chocar con la pared opuesta. Su mente racional buscaba desesperadamente una explicación. Corrientes de aire en los ductos de ventilación antiguos, la estructura de madera contrayéndose con el cambio de temperatura al anochecer, su propia imaginación sobreestimulada por el macabro descubrimiento. Pero entonces uno de los tablones que sellaban el agujero se movió apenas un centímetro, pero lo suficiente para que Manuel lo notara.

El pánico lo invadió. corrió hacia la puerta principal, luchando torpemente con las llaves. Detrás de él, el golpeteo en el muro sellado se intensificó. Finalmente logró abrir la puerta y salió precipitadamente al fresco aire nocturno. Sin mirar atrás, corrió hasta su camioneta, encendió el motor y se alejó con un chirrido de neumáticos. Mientras conducía de regreso a su apartamento en el centro de la ciudad, intentó racionalizar lo sucedido. Estaba cansado. Había bebido mezcal con el estómago vacío y el descubrimiento de los restos humanos había alterado sus nervios.

Nada más. Mañana volvería a la luz del día con la mente despejada y todo tendría una explicación perfectamente lógica. Pero esa noche, en la soledad de su apartamento, Manuel no pudo sacudirse la sensación de que algo en esa casa había despertado. Y ese algo sabía que él estaba allí. El sábado amaneció con un cielo despejado y un sol brillante que gradualmente disipó las sombras de la noche anterior. Manuel despertó después de un sueño intranquilo, plagado de pesadillas, donde manos huesudas emergían de paredes y voces susurrantes lo llamaban por su nombre.

Sentado en la cocina de su apartamento con una taza de café negro frente a él, intentó analizar racionalmente los eventos del día anterior. El descubrimiento de restos humanos en una pared era perturbador, sin duda, pero los ruidos y movimientos que creyó percibir después tenían una explicación lógica. El estrés, el mezcal y la poca luz habían jugado con su mente. Tomó su teléfono y marcó el número de Raúl. “Buenos días, jefe”, respondió el capataz, su voz cautelosa. “Raúl, necesito que nos reunamos en la casona en una hora”, dijo Manuel.

Sin preámbulos, “Solo tú y yo. Hubo un silencio prolongado al otro lado de la línea. Con todo respeto, jefe, preferiría esperar hasta el lunes, como acordamos. Mi familia tiene una reunión hoy y te pagaré el doble de tu tarifa habitual, interrumpió Manuel. Solo necesito que me ayudes a verificar algo rápidamente. No tomará más de una hora. Tras otro silencio, Raúl finalmente accedió, aunque su renuencia era evidente incluso a través del teléfono. Una hora más tarde, Manuel estacionó su camioneta frente a la casona colonial.

El edificio se veía menos amenazador a plena luz del día. sus paredes de cantera dorada brillando bajo el sol de la mañana. Raúl ya lo esperaba en la entrada, visiblemente incómodo. “Gracias por venir”, dijo Manuel extendiendo su mano. Raúl la estrechó brevemente. “¿Qué es lo que necesita verificar, jefe?” Manuel dudó un momento. No quería admitir que había huído aterrorizado por ruidos que probablemente eran producto de su imaginación. Quiero asegurarme de que el sellado provisional que hicimos sea suficiente hasta el lunes improvisó.

No me gustaría que algún animal entrara y perturbara los restos. Raúl lo miró con escepticismo, pero no comentó nada. Ambos hombres entraron en la propiedad. La sala principal estaba exactamente como la habían dejado el día anterior, con los tablones de madera clavados sobre el agujero en la pared. No había señales de movimiento o alteración. Parece que todo está en orden”, observó Raúl claramente ansioso por marcharse. Manuel se acercó al muro sellado, estudiándolo detenidamente. A la luz del día, su miedo de la noche anterior parecía ridículo.

Extendió una mano y tocó uno de los tablones. “Sí, parece firme”, coincidió, pero algo en su interior lo impulsaba a verificar más allá de lo visible. Raúl, ¿te importaría si echamos un vistazo rápido al interior solo para asegurarnos? El rostro del capataz palideció. Jefe, con todo respeto, preferiría no hacerlo. Esos restos no es natural encontrar algo así. En mi pueblo diríamos que no hay que perturbar a los muertos. Manuel sonrió con condescendencia. No sabía que fuera supersticioso, Raúl.

No es superstición, jefe, es respeto. Raúl se persignó discretamente. Además, acordamos esperar hasta el lunes para que usted notificara a las autoridades. Y así será, aseguró Manuel. Pero necesito saber exactamente a qué nos enfrentamos para estar preparado, si hay más restos de los que vimos inicialmente o si hay algo que pueda identificar la época o la causa de las muertes. Raúl negó firmemente con la cabeza. Lo siento, jefe, pero no voy a ayudarlo con eso. Si quiere mi consejo, deje todo como está y llame a la policía ahora mismo.

La frustración de Manuel creció. Necesitaba entender qué había en esa cavidad y no solo por curiosidad morbosa. Si los restos eran muy antiguos, quizás de la época colonial o incluso prehispánica, podrían considerarse hallazgo arqueológico en lugar de evidencia criminal. Eso cambiaría completamente el panorama legal y posiblemente le permitiría negociar con las autoridades culturales para continuar con su proyecto. Está bien, cedió finalmente. Puedes irte. Te pagaré de todas formas. Raúl pareció aliviado, pero aún vacilante. ¿Usted también se va?

Sí. Solo quiero revisar algunas medidas para los planos de remodelación mientras estoy aquí. Mintió Manuel. Me iré en unos minutos. Después de que Raúl se marchó, Manuel permaneció solo en la propiedad. El silencio era casi absoluto, interrumpido ocasionalmente por el sonido distante del tráfico o el canto de algún pájaro, nada que se pareciera remotamente a los inquietantes rasguños de la noche anterior. Armándose de valor, se acercó nuevamente al muro sellado. Con determinación comenzó a retirar los tablones uno por uno, trabajando metódicamente con el martillo que Raúl había dejado olvidado.

Cuando retiró el último tablón, el edor que emanó de la cavidad fue aún más intenso que el día anterior. Manuel se cubrió la nariz y la boca con un pañuelo y acercó la linterna de su teléfono al agujero. La luz iluminó el macabro contenido del espacio oculto. Tal como había visto superficialmente el día anterior, había restos humanos parcialmente empotrados en las paredes, cráneos, huesos largos, fragmentos de costillas, pero ahora con mejor iluminación pudo distinguir más detalles. Los huesos no estaban simplemente metidos en la pared durante su construcción.

habían sido colocados siguiendo un patrón específico, casi ritual. Los tres cráneos formaban un triángulo y los huesos largos radiaban desde ellos como los rayos de un sol macabro. Entre los restos había objetos que no había notado antes, pequeñas bolsas de tela ennegrecida, atadas con cordeles, figuras talladas en hueso que representaban formas humanas distorsionadas. y lo que parecían ser páginas arrancadas de algún libro antiguo, con texto en un español arcaico y dibujos de símbolos extraños. Manuel fotografió todo meticulosamente con su teléfono.

Si resultaba ser un hallazgo arqueológico, esta documentación podría ser valiosa para negociar con las autoridades. Mientras examinaba los restos, notó algo peculiar en uno de los cráneos. A diferencia de los otros dos, este tenía un objeto metálico incrustado en el hueso frontal, una pequeña pieza de plata, no más grande que una moneda, con un símbolo grabado que no reconoció. Sin pensar demasiado en las implicaciones, Manuel extendió su mano y tocó la pieza metálica. El cambio fue instantáneo y aterrador.

La temperatura en la habitación pareció descender varios grados en segundos. El aire se volvió denso, casi difícil de respirar, y luego el sonido, un susurro bajo, pero perfectamente audible, como si alguien estuviera hablando directamente en su oído. Por fin, Manuel se apartó violentamente del muro, dejando caer su teléfono en el proceso. La pantalla se iluminó brevemente antes de apagarse, dejándolo en la penumbra de la habitación. ¿Quién está ahí?, preguntó su voz traicionando su miedo. Silencio. Convenciéndose de que había sido su imaginación, se agachó para recoger su teléfono.

Cuando se incorporó, se congeló. Frente a él, donde antes solo había una pared parcialmente demolida, ahora se distinguía una silueta oscura. No era sólida, más bien parecía estar formada por sombras más densas que las circundantes, pero tenía inconfundiblemente forma humana y lo estaba observando. Manuel retrocedió hasta chocar con una columna. Su mente racional intentaba desesperadamente encontrar una explicación, un juego de luces, una alucinación provocada por el polvo y el olor a descomposición. Pero la figura se movió, deslizándose lentamente hacia él sin tocar el suelo.

“Te hemos estado esperando”, dijo una voz que parecía provenir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. No era una sola voz, sino varias superpuestas, algunas agudas como de niños, otras profundas y rasposas. Manuel intentó gritar, pero el miedo había paralizado su garganta. Con un esfuerzo sobrehumano, logró moverse corriendo hacia la puerta principal, pero al llegar encontró que no podía abrirla. La llave giraba en la cerradura, pero la puerta permanecía firmemente cerrada, como si algo la mantuviera sellada desde el otro lado.

“No puedes irte todavía”, continuó la voz ahora más cerca. Hay un asunto pendiente. Manuel se volvió lentamente. La figura sombría estaba a menos de un metro de él. Ahora podía distinguir rasgos en lo que debería ser su rostro. Cuencas vacías donde deberían estar los ojos, una boca que se abría demasiado amplia en una sonrisa imposible. ¿Qué? ¿Qué quieres de mí? Logró articular Manuel. La figura ladeó lo que parecía ser su cabeza en un gesto extrañamente humano. Quiero lo mismo que tú, libertad.

Sin previo aviso, la figura se abalanzó sobre él. Manuel sintió un frío intenso, como si lo hubieran sumergido en agua helada. Su cuerpo se tensó, incapaz de moverse, mientras una sensación de invasión lo recorría de pies a cabeza. Y luego, oscuridad. Cuando recuperó la consciencia, Manuel estaba tendido en el suelo del patio interior. El sol de la tarde proyectaba largas sombras a través de los corredores de la casona. Debía haber estado inconsciente durante horas. Se incorporó lentamente esperando sentir dolor o algún tipo de malestar, pero sorprendentemente se sentía bien.

Mejor que bien, de hecho, se sentía fuerte, alerta. como si sus sentidos se hubieran agudizado. La puerta principal, que antes parecía imposible de abrir, ahora estaba entreabierta, dejando entrar una franja de luz dorada. Manuel se puso de pie y se dirigió hacia ella, pero se detuvo al pasar frente a un espejo antiguo que colgaba en el corredor. Su reflejo le devolvió la mirada, pero algo estaba mal. Sus ojos, normalmente de un marrón oscuro, ahora tenían un tinte ambarina casi dorado.

Parpadeó confundido y por un instante, un brevísimo instante, su reflejo pareció sonreír antes que él. Sacudiendo la cabeza para despejarse, Manuel salió de la propiedad y se dirigió a su camioneta. Mientras conducía de regreso a su apartamento, intentó reconstruir lo sucedido. Obviamente, había sufrido algún tipo de ataque de pánico o alucinación, probablemente causada por el aire viciado de la cavidad sellada. Quizás había gases tóxicos liberados por la descomposición de materiales antiguos. Sí, eso debía ser una explicación perfectamente racional.

Pero mientras se detenía en un semáforo, notó que sus manos sobre el volante parecían moverse con una fluidez extraña, casi como si alguien más las estuviera controlando. Y en su mente, como un eco distante, escuchó nuevamente aquella voz. Gracias por liberarme. El domingo transcurrió para Manuel en un estado de confusión creciente. Despertó tarde después de un sueño profundo y sin sueños, sintiéndose extrañamente descansado. A pesar de los perturbadores eventos del día anterior, su apartamento, normalmente un santuario de orden y minimalismo, estaba inexplicablemente desordenado.

Libros que no recordaba haber sacado de los estantes yacían abiertos sobre la mesa del comedor. En la cocina, varios frascos de especias estaban abiertos, sus contenidos mezclados en pequeños montículos sobre la encimera, formando patrones que le resultaban vagamente familiares, aunque no podía identificarlos. ¿Qué demonios?”, murmuró observando el extraño escenario. Un rápido vistazo al reloj digital de la cocina le indicó que eran casi las 2 de la tarde. Había dormido más de 15 horas, algo sin precedentes para él, que normalmente funcionaba con 6 horas de sueño, incluso los fines de semana.

Mientras preparaba café, intentó recordar la noche anterior. Después de salir de la cazona colonial, había conducido directamente a su apartamento. Recordaba haber entrado, haber tomado una ducha larga y caliente para quitarse el polvo y el olor de la construcción. Después sus recuerdos se volvían borrosos. Su teléfono vibró con un mensaje entrante. Era Raúl. Jefe, todo bien. Pasé por la casona esta mañana para verificar que todo estuviera cerrado antes del lunes y noté que alguien había removido los tablones del muro.

Fue usted, Manuel frunció el ceño. No recordaba haber vuelto a la propiedad después de su extraña experiencia. O sí lo había hecho. Sí, fui yo, respondió decidiendo seguir la línea de menor resistencia. Quería tomar más fotos para mostrar a las autoridades mañana. La respuesta de Raúl llegó casi inmediatamente. Entiendo. Por cierto, volví a sellar el agujero. No me gusta la idea de que eso quede abierto, incluso por una noche más. Gracias, escribió Manuel. Nos vemos mañana a primera hora.

Dejó el teléfono sobre la encimera y bebió un sorbo de su café. El sabor le resultó extrañamente desagradable. casi metálico, lo apartó con disgusto. A medida que avanzaba el día, Manuel comenzó a notar otros cambios sutiles. Los colores parecían más vívidos, los sonidos más nítidos. podía escuchar conversaciones de sus vecinos a través de las paredes con una claridad inquietante y tenía hambre, un hambre voraz que el contenido de su refrigerador no lograba satisfacer. Decidió salir a comer.

Quizás algo de aire fresco y actividad normal lo ayudarían a sacudirse la persistente sensación de que algo fundamental había cambiado en él. El restaurante que eligió era uno de sus favoritos, un pequeño establecimiento familiar cerca de la catedral que servía comida tradicional zacatecana. Pero cuando le sirvieron su platillo habitual, gorditas de horno rellenas de picadillo, descubrió que no podía comerlo. El olor que antes encontraba delicioso, ahora le provocaba náuseas. ¿Está todo bien con su comida, señor?, preguntó la mesera, notando que apenas había tocado su plato.

“Sí, gracias”, respondió automáticamente. “Solo no tengo tanto apetito como pensaba.” La mujer le sonrió amablemente antes de retirarse. Manuel notó que seguía sus movimientos con una intensidad inusual, fijándose en el pulso visible en su cuello, en el flujo de sangre bajo su piel. Un pensamiento intrusivo cruzó su mente. ¿Cómo sabría morder ese cuello, sentir la sangre caliente? Horrorizado por la dirección de sus pensamientos, Manuel pagó apresuradamente y salió del restaurante. El sol de la tarde, aunque ya descendiendo, le resultó dolorosamente brillante.

Se puso sus gafas de sol y caminó sin rumbo fijo por las callejuelas empedradas del centro. histórico. Sin darse cuenta, sus pasos lo llevaron de vuelta a la casona colonial. Se detuvo frente a la fachada, contemplando los balcones de hierro forjado y las ventanas tapeadas. Algo en la propiedad lo llamaba, como un imán atrayendo inexorablemente al metal. Estaba a punto de usar su llave para entrar cuando una voz familiar lo detuvo. Manuel, ¿qué haces aquí en domingo?

Se volvió para encontrarse con Elena Cortés, la notaria que había manejado la compra de la propiedad. Era una mujer de unos 50 años de aspecto conservador y profesional, con quien Manuel había trabajado en varias transacciones inmobiliarias anteriores. Elena saludó intentando sonar casual. Solo pasaba para revisar que todo estuviera en orden antes de mañana. La mujer lo miró con curiosidad. Te ves diferente”, comentó. “¿Cambiaste algo?” Manuel se tensó solo cansado por el trabajo. Elena asintió, aunque no parecía convencida.

“Por cierto, encontré más información sobre la historia de esta propiedad. Pensé que te interesaría, dado tu afición por las casas con historia. ” Manuel nunca había expresado tal afición, pero asintió de todos modos. Claro, me encantaría escucharla. No es información oficial, más bien parte del folclore local”, explicó Elena mientras ambos caminaban lentamente alejándose de la casona. “Según los registros parroquiales que consulté por curiosidad, esta casa perteneció originalmente a un comerciante español llamado Sebastián Ibarra en el siglo XVII.

Era conocido por su crueldad con los trabajadores de sus minas y por practicar rituales poco ortodoxos. Rituales. La palabra despertó algo en la mente de Manuel, una resonancia con los extraños símbolos que había visto entre los restos humanos. Sí, aparentemente mezclaba creencias católicas con prácticas indígenas y africanas. Hay documentos que sugieren que fue investigado por la Inquisición, aunque nunca llegó a ser procesado formalmente gracias a sus conexiones políticas. Elena hizo una pausa antes de continuar. La leyenda local dice que Ibarra buscaba la inmortalidad y que realizó sacrificios humanos en su búsqueda.

Desapareció misteriosamente en 1785, pero su familia continuó viviendo en la casa durante generaciones. Manuel sintió un escalofrío recorrer su espalda. “Interesante historia”, comentó intentando mantener un tono neutral. Lo más curioso, continuó Elena, es que según los registros, varios miembros de la familia Ibarra, a lo largo de los siglos fueron descritos como poseídos por el espíritu del fundador. Aparentemente mostraban cambios drásticos de personalidad, conocimientos que no deberían tener. Y bueno, esto ya es pura superstición, pero se decía que sus ojos cambiaban de color.

Manuel se detuvo abruptamente. Sus ojos. Elena sonríó interpretando su reacción como simple curiosidad. Sí, según las historias, sus ojos adquirían un tono dorado o ambarino. Por supuesto, son solo supersticiones locales, probablemente alguna condición hereditaria que la gente de la época no comprendía. Manuel se tocó instintivamente el rostro, como buscando sus gafas de sol para asegurarse de que seguían en su lugar. ¿Te encuentras bien, Manuel?, preguntó Elena notando su inquietud. Sí, perfectamente, respondió con demasiada rapidez. Solo me pareció una coincidencia interesante.

Se despidieron poco después con Elena prometiendo enviarle copias de algunos documentos históricos que había encontrado sobre la propiedad. Manuel regresó a su apartamento con la mente turbulenta, las palabras de la notaria resonando en su cabeza. Apenas entró, se dirigió directamente al baño y se miró en el espejo quitándose las gafas de sol. Sus ojos, que esa mañana ya mostraban un tinte ambarino, ahora eran decididamente dorados, con pequeñas betas rojizas alrededor del iris. No era un cambio que pudiera explicarse naturalmente.

“¿Qué me está pasando?”, susurró a su reflejo. Para su horror, su reflejo sonrió sin que él lo hiciera. “Nos estamos adaptando”, respondió una voz desde su propia boca, aunque él no había movido los labios. Manuel retrocedió chocando contra la pared del baño. Por un momento, su reflejo permaneció en el lugar como si se hubiera separado de él. Antes de volver a moverse en sincronía. Con manos temblorosas, Manuel tomó su teléfono y buscó en internet información sobre posibles alucinaciones causadas por inhalación de esporas o gases tóxicos en edificios antiguos.

tenía que haber una explicación racional para lo que estaba experimentando. Pasó horas leyendo artículos médicos y científicos, buscando desesperadamente una condición que explicara sus síntomas: cambios en la pigmentación ocular, alucinaciones visuales y auditivas, cambios en las preferencias alimenticias, sensibilidad a la luz, pero en el fondo sabía que ninguna condición médica explicaría lo que había visto en la casona, ni la voz que ahora ocasionalmente susurraba en su mente. ni el hecho de que su reflejo parecía tener voluntad propia.

Cuando el sol comenzó a ponerse, Manuel sintió un impulso irresistible de regresar a la casona colonial. Intentó resistirse tomando incluso un somnífero para forzarse a quedarse en casa, pero fue inútil. A medianoche se encontró nuevamente frente a la antigua propiedad, sin recordar cómo había llegado allí. Esta vez la puerta se abrió sin necesidad de llave, como si la casa misma lo estuviera invitando a entrar. El interior estaba sumido en la oscuridad, pero sorprendentemente Manuel podía ver con perfecta claridad, como si sus ojos se hubieran adaptado a la visión nocturna.

Se dirigió directamente a la sala principal, donde el muro con los restos humanos había sido nuevamente sellado por Raúl. Sin embargo, al acercarse notó que los tablones de madera mostraban signos de haber sido manipulados recientemente. Alguien o algo había estado intentando abrirlos desde dentro. Con una mezcla de terror y fascinación mórbida, Manuel comenzó a retirar los tablones. Esta vez, el edor que emanaba de la cavidad no le resultó desagradable. De hecho, inhaló profundamente, como si estuviera saboreando un aroma placentero.

La cavidad estaba exactamente como la recordaba, con los restos humanos dispuestos en patrones rituales. Pero ahora, a la luz de su nueva percepción, podía ver que los huesos emitían un sutil resplandor verdoso, apenas perceptible, y que los símbolos tallados en ellos parecían moverse ligeramente, como si respiraran. “Bienvenido de nuevo”, dijo la voz en su mente, “ahora más clara que nunca. Has vuelto justo a tiempo. ” “¿A tiempo para qué?”, preguntó Manuel en voz alta, sorprendiéndose a sí mismo por estar entablando una conversación con lo que claramente era una manifestación de su psicosis.

“Para el ritual de completación”, respondió la voz. “Has sido un excelente anfitrión hasta ahora, Manuel Ortega. Tu cuerpo es fuerte, tu mente es ágil y tu posición social es conveniente, pero necesito más que un anfitrión temporal. Necesito convertirme permanentemente en ti. Un escalofrío recorrió a Manuel. ¿Quién eres? Por toda respuesta, los huesos en la cavidad comenzaron a vibrar y uno de los cráneos, el que tenía la pieza de plata incrustada, giró lentamente hasta quedar de frente a él.

En las cuencas vacías aparecieron dos puntos de luz dorada, idénticos al color que ahora tenían sus propios ojos. Soy Sebastián Ibarra”, respondió la voz, “O lo que queda de él. He esperado casi tres siglos para encontrar un anfitrión adecuado. Los miembros de mi familia fueron útiles durante un tiempo, pero nunca logré mantener el control por más de unos meses. Sus cuerpos me rechazaban eventualmente, pero tú, tú eres diferente. Hay algo en tu esencia que es compatible con la mía.” Manuel sintió que sus piernas se movían sin su voluntad, acercándolo a la cavidad.

Sus manos, igualmente fuera de su control, comenzaron a tomar los objetos rituales dispersos entre los huesos, las pequeñas bolsas de tela, las figuras talladas, los fragmentos de papel con símbolos arcanos. No, intentó resistirse, pero su cuerpo no respondía a sus órdenes. Déjame. La risa de Sebastián resonó en su mente. Ya es demasiado tarde, Manuel. El proceso comenzó en el momento en que tocaste mi reliquia. Cada hora que pasa, mi control sobre ti se fortalece. Para mañana, al amanecer, no quedará nada de tu consciencia.

Solo yo, habitando tu cuerpo, listo para continuar mi obra. Con horror, Manuel observó como sus propias manos comenzaban a dibujar símbolos en el suelo utilizando un polvo extraído de una de las bolsas de tela. Su cuerpo se movía con precisión mecánica, realizando gestos y pronunciando palabras en un idioma que no reconocía, pero que de alguna manera comprendía perfectamente. Era un ritual de transferencia diseñado para anclar el alma de Sebastián Ibarra permanentemente en su cuerpo, eliminando los últimos vestigios de la consciencia de Manuel.

Desesperado, Manuel concentró toda su voluntad en recuperar el control, aunque fuera momentáneamente. Si pudiera simplemente interrumpir el ritual, quizás tendría una oportunidad. Por un instante, logró que su mano se detuviera. El breve momento de control fue suficiente para que arrojara al suelo una de las figuras talladas, rompiendo la secuencia del ritual. Un rugido de furia estalló en su mente. Insensato, no puedes resistirte a mí. Manuel sintió un dolor agudo en su cabeza, como si algo estuviera intentando aplastar su cerebro desde dentro.

Su visión se nubló y por un momento creyó que perdería la consciencia, pero se aferró desesperadamente a su identidad, a sus recuerdos, a todo lo que lo definía como Manuel Ortega. Esta es mi vida”, pensó con feroz determinación. “Mi cuerpo, no te lo entregaré sin luchar.” La presencia de Sebastián pareció retroceder momentáneamente, sorprendida por la intensidad de su resistencia. Manuel aprovechó ese instante para forzar a su cuerpo a moverse hacia la salida de la habitación. Cada paso era una batalla.

Sentía como si estuviera caminando contra una corriente de agua helada, con cada músculo protestando dolorosamente, pero continuó avanzando centímetro a centímetro hacia la puerta. No puedes escapar, siseó Sebastián en su mente. Incluso si sales de la casa, yo sigo dentro de ti y volverás. Siempre vuelven. Manuel logró llegar al patio interior, donde la luz de la luna llena bañaba las antiguas piedras. Allí sus fuerzas finalmente se dieron y cayó de rodillas. “Ayuda”, susurró, aunque sabía que no había nadie que pudiera escucharlo.

“Por favor, alguien”, como respondiendo a su súplica desesperada, su teléfono vibró en su bolsillo. Con manos temblorosas logró sacarlo. Era un mensaje de Elena. Manuel, encontré algo importante sobre la casa y barra. Llámame cuando puedas sin importar la hora. Con un esfuerzo sobrehumano, Manuel presionó el botón de llamada. Cada segundo que pasaba, sentía que la presencia de Sebastián recuperaba fuerzas intentando retomar el control. “Manuel,” la voz de Elena sonaba sorprendida. No esperaba que llamaras a esta hora.

Elena logró articular su voz apenas un susurro ronco. Ayúdame. La casa Sebastián Ibarra está en mí. Hubo un silencio al otro lado de la línea. Cuando Elena habló nuevamente, su voz había cambiado, volviéndose más firme y autoritaria. “Manuel, escúchame con atención. ¿Estás en la cazona ahora mismo?” Sí, respondió sintiendo que las palabras se formaban con dificultad en su boca, como si estuviera hablando a través de Melaza. Patio interior, quédate ahí, ordenó Elena. Voy en camino, Manuel, resiste.

Sé lo que está pasando y sé cómo detenerlo, pero tienes que luchar con todas tus fuerzas hasta que yo llegue. La llamada se cortó y Manuel dejó caer el teléfono. La risa de Sebastián resonó en su mente. ¿Crees que una simple notaria puede ayudarte? Nadie puede revertir el ritual una vez iniciado y aunque pudiera nunca llegará a tiempo. Manuel sintió que su cuerpo comenzaba a moverse nuevamente contra su voluntad, levantándose y dirigiéndose de vuelta hacia la sala principal, donde los elementos del ritual esperaban.

Con un último esfuerzo desesperado, Manuel se arrojó contra una de las columnas del patio. El impacto fue violento y sintió un dolor agudo en su hombro, pero logró su objetivo. El dolor físico intenso le devolvió momentáneamente el control de su cuerpo. Aprovechando ese instante de claridad, corrió hacia una de las habitaciones laterales, donde recordaba haber visto herramientas olvidadas por los trabajadores. tomó un martillo pesado y con determinación fatalista regresó a la sala principal. “Si no puedo expulsarte”, dijo en voz alta, “al menos puedo destruir lo que te mantiene atado a este mundo.” Antes de que

Sebastián pudiera retomar el control, Manuel comenzó a golpear los restos humanos en la cavidad, destrozando los cráneos, pulverizando los huesos, desgarrando los antiguos papeles con símbolos. Un aullido inhumano de rabia y dolor resonó en su mente, tan intenso que Manuel cayó al suelo soltando el martillo. Sentía como si su cerebro estuviera siendo desgarrado desde dentro. “Det”, rugió Sebastián. “Destruirás todo por lo que he trabajado durante siglos”. Pero Manuel, encontrando una reserva de fuerza que no sabía que poseía, se incorporó nuevamente y continuó su destrucción metódica.

de los restos rituales. Cada golpe parecía debilitar la presencia en su mente, aunque el dolor era casi insoportable. Cuando finalmente destrozó la pieza de plata incrustada en el cráneo principal, una onda de energía pareció emanar de los restos lanzando a Manuel contra la pared opuesta. Todo quedó en silencio, un silencio absoluto, tanto fuera como dentro de su cabeza. La presencia de Sebastián había desaparecido. Manuel permaneció inmóvil durante varios minutos, temiendo que cualquier movimiento pudiera provocar el regreso de la entidad.

Finalmente se atrevió a abrir los ojos que había mantenido firmemente cerrados durante el impacto. La sala estaba exactamente como la recordaba, excepto por la cavidad en la pared, ahora llena de huesos pulverizados y objetos rituales destruidos. No había señales de presencias sobrenaturales, ni voces en su mente, ni sensación de estar siendo controlado. Con cautela, Manuel se levantó y se acercó a un pequeño espejo que colgaba en una de las paredes. Sus ojos habían vuelto a su color marrón natural.

“¿Se acabó?”, preguntó al aire vacío, casi esperando una respuesta que no llegó. El sonido de la puerta principal abriéndose lo sobresaltó. Momentos después, Elena apareció en el umbral de la sala, acompañada por un hombre mayor, vestido con el atuendo característico de un sacerdote. “Manuel”, dijo Elena, su rostro mostrando una mezcla de alivio y preocupación. “¿Estás tú mismo?”, Manuel asintió lentamente. “Creo que sí.” Destruí los restos y algo pasó. Se fue. Elena intercambió una mirada con el sacerdote, quien se acercó a examinar la cavidad de Molida.

“Has tenido suerte”, dijo el hombre, su voz grave resonando en la habitación vacía. “Muy pocos logran liberarse una vez que el ritual ha comenzado.” “¿Quién eres?”, preguntó Manuel. “¿Y cómo sabían?” Mi nombre es padre Joaquín”, respondió el sacerdote, “y estado siguiendo la historia de la familia Ibarra y esta casa durante más de 40 años.” Hizo una pausa observando los restos destrozados. Elena me contactó cuando comenzó a sospechar que la historia se estaba repitiendo. “No soy solo una notaria”, explicó Elena, notando la confusión en el rostro de Manuel.

Mi familia ha estado documentando casos como este durante generaciones. Somos lo que podrías llamar guardianes del conocimiento oculto de Zacatecas. Manuel se dejó caer en una silla polvorienta, intentando asimilar todo lo sucedido. Entonces, Sebastián Ibarra realmente existió y realmente intentó poseerme. El padre Joaquín asintió gravemente. Sebastián Ibarra fue un brujo poderoso que encontró la manera de anclar fragmentos de su alma a objetos y restos humanos. A lo largo de los siglos ha intentado regresar a través de diversos anfitriones, generalmente descendientes de su familia, pero todos sus intentos anteriores fracasaron eventualmente.

¿Por qué yo?, preguntó Manuel. No soy descendiente de Los Ibarra. Quizás no directamente, respondió Elena, pero hay registros que sugieren que la familia de Ibarra se ramificó considerablemente a lo largo de los siglos. O quizás fue simplemente que fuiste tú quien descubrió los restos y tocaste la reliquia. El padre Joaquín comenzó a sacar diversos objetos de una bolsa que llevaba. Agua bendita, incienso, sal. Debemos completar el ritual de purificación antes del amanecer”, explicó para asegurarnos de que no quede ningún vestigio de su presencia, ni en esta casa ni en ti.

Durante la siguiente hora, Manuel observó en silencio como el sacerdote y Elena recorrían metódicamente la propiedad, rociando agua bendita, quemando hierbas y recitando oraciones en latín y nawuatle. Finalmente regresaron a la sala principal y realizaron un ritual similar sobre Manuel. Ya está, declaró finalmente el padre Joaquín. La presencia ha sido expulsada y la casa purificada, pero te recomendaría encarecidamente que no permanezcas aquí. Algunas marcas espirituales son difíciles de borrar completamente. Manuel asintió, demasiado agotado física y emocionalmente para discutir.

¿Qué hago ahora? Llama a las autoridades en la mañana como habías planeado”, sugirió Elena. Reporta el hallazgo de los restos humanos. Deja que la justicia y la historia sigan su curso natural. Y si preguntan por el estado de los restos, están completamente destruidos. Elena sonrió levemente. Diles la verdad que te asustaste y en un acto de pánico los dañaste accidentalmente. ¿No sería la primera vez que sucede algo así en un hallazgo arqueológico, cuando los primeros rayos del sol comenzaron a filtrarse por las ventanas polvorientas?

Los tres salieron de la propiedad. Manuel se sentía extrañamente ligero, como si se hubiera quitado un peso invisible de los hombros. Gracias, dijo sinceramente a Elena y al padre Joaquín, si no hubieran llegado, llegamos porque tú luchaste lo suficiente para pedir ayuda, respondió Elena, y porque tuviste la fuerza para resistir hasta que pudiéramos intervenir. No todos tienen esa fortaleza. Mientras se despedían, Manuel miró una última vez la fachada de la cazona colonial. En la luz del amanecer parecía simplemente eso, una casa antigua, hermosa en su decadencia, pero sin el aura amenazante que había percibido antes.

¿Crees que intentará regresar?, preguntó a Elena antes de que ella se marchara. La mujer lo miró con seriedad. Los espíritus como Sebastián y Barra nunca desaparecen completamente, simplemente esperan. Pero ahora sabemos que está activo nuevamente y estaremos vigilantes. Con esas inquietantes palabras, Elena y el padre Joaquín se marcharon, dejando a Manuel solo frente a la propiedad, que apenas días antes había considerado su gran oportunidad de negocio. Ahora, todo lo que quería era alejarse lo más posible de ella.

Sacando su teléfono, Manuel marcó el número de Raúl. Jefe, respondió el capataz, su voz adormilada. Raúl, soy Manuel. Llama al equipo. Hoy vamos a contactar a las autoridades como acordamos. Y después hizo una pausa contemplando la decisión que acababa de tomar. Después voy a poner la propiedad en venta. Este proyecto no es para mí. Mientras se alejaba caminando hacia su apartamento, Manuel sintió una ligereza que no había experimentado en días. Sabía que le costaría superar completamente lo sucedido, que quizás durante un tiempo dudaría de sus propios pensamientos y reflejos, temeroso de que algo de Sebastián y Barra hubiera permanecido en él.

Pero por ahora, mientras el sol matutino calentaba su rostro, se permitió sentir algo que había creído perdido para siempre, la certeza de ser él mismo, de estar solo en su propia mente. Sin embargo, si hubiera mirado hacia atrás una última vez, habría visto una figura observándolo desde uno de los balcones de la casona. una silueta apenas visible, formada por sombras más densas que las circundantes, con dos puntos de luz dorada donde deberían estar los ojos. Y en algún lugar de Zacatecas, otro albañil se preparaba para iniciar su jornada, sin saber que ese día su martillo rompería un muro que debería haber permanecido intacto, liberando algo que había esperado pacientemente durante siglos por una nueva oportunidad.

Porque algunos horrores nunca mueren realmente, solo cambian de forma, de anfitrión, adaptándose a los tiempos mientras mantienen intacta su esencia primordial. El horror que había comenzado cuando los albañiles rompieron el muro en Zacatecas apenas estaba tomando una pausa antes de su próximo capítulo.