En el polvoriento pueblo de Río Seco, al norte de Chihuahua, el sol se hundía como una bala perdida en el horizonte, tiñiendo el cielo de un rojo sangre que presagiaba tormenta. La viuda Elena, con sus 45 años marcados en las arrugas de su rostro curtido por el desierto, cerraba las puertas del Celú el coyote solitario cuando oyó el galope de un caballo acercándose como un trueno. sea”, murmuró, su mano temblando sobre el rifle que siempre llevaba al cinto.

No era hora para visitantes, y en estos tiempos de bandidos y revolucionarios, cualquier sombra podía ser la muerte disfrazada. El yenet montó de un salto, su silueta recortada contra el crepúsculo como un fantasma del pasado. Era joven, no más de 25, con ojos verdes que brillaban como esmeraldas robadas y una cicatriz fresca cruzándole la mejilla izquierda. Vestía como un vaquero errante, botas polvorientas, sombrero raído y un revólver colgando bajo en la cadera. “Señora, necesito un trago y un lugar para esconderme”, dijo con voz ronca su acento texano traicionando que venía del otro lado de la frontera.

Elena lo miró de arriba a abajo, el corazón latiéndole fuerte. Era un fugitivo, un ladrón o peor, uno de esos pistoleros que huían de la ley yankee. Este es el está cerrado, muchacho. Vete antes de que te meta un plomazo respondió ella, fingiendo dureza, pero sus ojos traicionaban una chispa de curiosidad. El joven no se movió. En cambio, sacó una bolsa de cuero de su alforja y la abrió, revelando un puñado de monedas de oro que relucían como estrellas caídas.

Págame lo que quieras, pero déjame entrar. Me persiguen y si me encuentran aquí afuera, será un baño de sangre para todos. Elena vaciló. El oro era tentador. El celú apenas sobrevivía desde que su marido, el viejo Pedro, había sido colgado por los federales hace 10 años acusándolo de traidor. Pero aceptar a este extraño podía ser su fin. Con un suspiro, abrió la puerta a medias. Entra rápido antes de que alguien te vea. El cowboy, que se presentó como Jack el rápido Harlen, entró cojeando ligeramente, revelando una herida en la pierna que goteaba sangre oscura.

Elena lo sentó en una mesa y le sirvió un tequila fuerte mientras vendaba la herida con trapos limpios. “Carajo! Duele como el demonio”, gruñó él, pero sus ojos no dejaban de clavarse en ella, en su cabello negro recogido en un moño suelto, en las curvas que el tiempo no había borrado del todo. “Eres hermosa, señora, como una rosa en medio de este infierno.” Elena se ríó amargamente. Hermosa para una viuda vieja como yo. “¿Qué haces aquí? De verdad, no pareces un simple vaquero.

Jack bebió un sorbo y su rostro se ensombreció. Robé un banco en el paso. Maté a dos guardias en la huida. Los Rangers me pisan los talones. Cruzaron la frontera ilegalmente. Si me atrapan, me cuelgan sin juicio. Las palabras cayeron como plomo. Elena sintió un escalofrío. Había oído historias de robos sangrientos, de pistoleros que dejaban pueblos enteros en ruinas y ahora tenía a uno en su celú. Pero algo en su mirada, una vulnerabilidad oculta, la hizo dudar.

“Debería entregarte yo misma”, dijo, pero no se movió. La noche cayó como un manto negro y el viento hullaba fuera trayendo ecos de coyotes y quizás de jinetes lejanos. Jack contó su historia entre sorbos. Huérfano de un rancho quemado por indios apaches. Se unió a una banda de forajidos liderada por el temido el rojo. Pero en el último asalto algo salió mal. Maté a mi propio jefe cuando intentó humillar a una mujer en el banco. Era inocente, igual que tú.

Elena lo escuchaba hipnotizada. Hacía años que no sentía el calor de una conversación real, no desde que Pedro la dejaba sola noches enteras persiguiendo sueños de oro en las minas. Jack se acercó, su mano rozando la de ella. Quédate conmigo esta noche solo para vigilar la puerta. Estoy demasiado vieja para esto, susurró ella, el pulso acelerado, pero el joven cowboy no se fue. En cambio, la besó con una pasión que la dejó sin aliento, como si el desierto entero ardiera en sus labios.

Elena se resistió al principio pensando en las arrugas en los años perdidos, pero el fuego en sus venas la traicionó. Subieron a la habitación de arriba, donde la cama crujía bajo el peso de secretos compartidos. Fuera el viento traía sonidos sospechosos, cascos lejanos, voces ahogadas. Eran los Rangers o algo peor. Al amanecer, un golpe en la puerta los despertó. Elena saltó de la cama rifle en mano mientras Jack se vestía a prisa. “Abre, viuda. Sabemos que lo tienes ahí”, gritó una voz ronca desde afuera.

Eran tres hombres con estrellas de serf falsas pind en el pecho, pero sus ojos eran los de lobos hambrientos. Somos cazarecompensas. Entrega al chico y te dejamos vivir. Jack maldijo en voz baja. No son rangers, son de la banda del rojo. Vienen por venganza y por el oro que robé. Elena sintió el mundo girar. Había creído en él. se había entregado y ahora la muerte llamaba a su puerta. “Vete por la ventana trasera”, le urgió, pero Jack negó con la cabeza.

“No te dejo sola. ” El tiroteo estalló como un volcán. Balas atravesaron la madera, astillando mesas y botellas. Elena disparó desde la ventana, acertando a uno en el hombro, pero otro la rozó en el brazo, sangre caliente bajando por su piel. Yack un torbellino, sacó dos revólveres y abatió a dos en segundos, sus movimientos precisos como los de un demonio. “¡Corre, Elena!”, gritó, pero ella se quedó cubriéndolo. El último cazador entró rompiendo la puerta, un gigante con una cicatriz en el cuello.

“Te mataré, traidor”, rugió apuntando a Jack. Elena actuó por instinto, saltó sobre él clavándole un cuchillo en la espalda. El hombre cayó con un gemido gutural, sangre empapando el piso. Silencio. Jack la miró atónito. Me salvaste. ¿Por qué? Ella, jadeante, respondió, “Porque anoche me hiciste sentir viva otra vez. Pero esto no termina aquí.” Huían al galope bajo el sol naciente, el oro en las alforjas, perseguidos por sombras invisibles. En un cañón estrecho, Jack confesó la verdad que la dejó helada.

No robé por codicia. El banco pertenecía a un cacique que mató a mi familia. Pero hay más. Soy hijo de Pedro, tu marido. Él me tuvo con una india antes de casarse contigo. Elena detuvo el caballo, el mundo desmoronándose. Pedro. Mi Pedro. El Shak la golpeó como un rayo. Jack, lágrimas en los ojos. Vine a buscarte más repostiza, pero me enamoré como un tonto. La revelación era un puñal. Incesto accidental. No, Pedro nunca le dijo de un hijo bastardo.

Elena sintió náuseas, pero el amor prohibido ardía aún. Esto es una locura. Deberíamos separarnos. Pero Jack la tomó de la mano, ¿no? Juntos contra el mundo. Siguieron cabalgando, pero el suspense crecía. Rumores de una recompensa mayor de federales uniéndose a la casa. En un pueblo fantasma acamparon y esa noche bajo las estrellas Elena susurró de nuevo, estoy demasiado vieja para esto. Pero el joven cowboy se quedó, sus cuerpos entrelazados en una pasión tormentosa, ignorando el tabú. Días después, en las sierras, una emboscada lo sorprendió.

Balas silvaban como serpientes. Jack fue herido en el pecho, sangre brotando como un río rojo. Elena lo arrastró a una cueva vendándolo con tiras de su vestido. No mueras, maldito seas, soyoso. Él sonrió débilmente. Hay un secreto más. El oro no es solo oro. Dentro de la bolsa hay un mapa a una mina perdida. La que Pedro buscaba es tuya ahora. Elena miró la bolsa tentada, pero el amor la cegaba. Los perseguidores llegaron al atardecer, liderados por un ranger real, un yankee alto con bigote espeso.

Ríndanse, Harlen, estás acusado de asesinato múltiple. Elena salió con el rifle. Él es inocente de lo peor. Los que mató merecían morir. El ranger R. Y tú, viuda, ¿sabes que es un impostor? Jack Harlen no existe. Es Juanito, un huérfano que robó la identidad de un muerto para sobrevivir. Otro Soc. Todo era mentira. Jack desde la cueva gritó. Es verdad. Pero te amo de veras, Elena. En el caos, Elena disparó matando al Ranger, pero una bala la alcanzó en el estómago.

Cayó. El mundo borroso. Jack la cargó en su caballo, galopando hacia la frontera. Aguanta, mi amor. En una hacienda abandonada, la curó como pudo, pero la fiebre la consumía. Estoy demasiado vieja para esto susurró ella en delirio. Pero el joven cowboy se quedó la noche velándola, susurrando promesas de un futuro imposible. Al alba, Elena abrió los ojos. Viva por milagro. Jack la besó. Iremos a California, empezaremos de nuevo. Pero fuera un ejército de sombras, bandidos, rangers, federales.

El Kinax llegó en un duelo épico bajo la lluvia torrencial, ya que enfrentó a 10 hombres solo, balas volando como tormenta. Elena, débil, disparó desde la ventana abatiendo a tres. Al final solo quedaban ellos dos rodeados de cadáveres. Lo logramos”, dijo Jack. Pero Elena vio la verdad en sus ojos. Estaba mortalmente herido. “No, mi joven cowboy. Tú te vas, yo me quedo.” Él negó colapsando en sus brazos. “Quédate conmigo una última noche.” Elena lloró sosteniéndolo mientras la vida se le escapaba.

El shock final en su bolsillo, una carta de Pedro confirmando que Jack era su hijo. El tabú arro. Dios mío”, murmuró ella, pero el amor la había cambiado. Sola ahora, con el oro y el mapa, Elena cabalgó hacia el desierto, una viuda transformada en leyenda. Estoy demasiado vieja para esto, pensó, pero el recuerdo del joven cowboy que se quedó la noche la impulsaba Forbard en un mundo de suspense eterno.