Arvush detiene a la jueza que liberaba asesinos y lo que confiesa lo deja sin aliento. El sonido cortante del teléfono rompió el silencio de la noche. Omar García Harfuch saltó de la cama, su instinto ya despierto antes que su mente. 3 de la mañana. Llamadas a esa hora nunca traían buenas noticias. Señor secretario, tenemos información crítica sobre el caso Lobo Negro. La voz al otro lado pertenecía a Ramírez, su contacto en inteligencia. Harfuch apretó el teléfono. El caso Lobo Negro.

Cinco asesinos del cartel liberados en menos de un mes. Todos por la misma jueza federal. La jueza Fernanda Bautista acaba de ordenar la liberación de Miguel Escobar. El operativo está en marcha para sacarlo de la prisión de máxima seguridad en dos horas. Harfuch sintió que el aire se volvía denso. Escobar, apodado el carnicero, responsable de la muerte de 15 agentes federales, incluido su amigo cercano Diego Martínez, intercepta la orden, envía un equipo táctico ahora mismo y Ramírez, nadie puede saber que vienes de mi oficina.

¿Entendido? cortó la llamada y se vistió rápidamente. La ciudad de México dormía bajo una llovisna fría que golpeaba los vidrios de su apartamento blindado en Polanco. Desde el atentado que casi le costó la vida 4 años atrás, Harfuch había aprendido a vivir con el peligro como compañero constante. Su chóer lo esperaba abajo, motor encendido. El esubi negro avanzó por las calles desiertas mientras Harfuch revisaba el expediente digital en su tableta. Fernanda Bautista, 42 años, jueza federal, desde hace siete, irreprochable hasta hace 6 meses.

Entonces comenzaron las liberaciones, todas con el mismo patrón, tecnicismos legales impecablemente ejecutados, tan perfectos que parecían diseñados para ser incontestables. Llévame al centro de inteligencia”, ordenó Harfouch. Su mente ya trazaba conexiones, patrones. No era casualidad. Alguien había comprado a la jueza o la tenían amenazada. El edificio gris del Centro Nacional de Inteligencia apareció entre la niebla matutina, un búnker de información en el corazón de la capital mexicana. Arfuch atravesó tres puntos de control biométrico hasta llegar a la sala de crisis, donde un grupo selecto ya lo esperaba.

Tenemos 15 minutos antes de que la orden llegue a la prisión, anunció el comandante Velasco, jefe de operaciones especiales. El traslado está listo. Arfuch estudió las pantallas que mostraban la prisión desde distintos ángulos. ¿Dónde está la jueza ahora? en su domicilio, señor. Pero tenemos un problema. Necesitamos una orden judicial para intervenir. Parfuch golpeó la mesa. Para cuando tengamos esa orden, Escobar estará libre y Bautista habrá borrado cualquier evidencia. La tensión era palpable en la sala. Todos sabían lo que significaba.

Estaban al borde de una operación sin respaldo legal completo. Hay otra opción. Intervino Ana Luisa Méndez, la única mujer en el equipo y experta en derecho constitucional. Tenemos evidencia suficiente para una detención infragante si interceptamos a la jueza durante el proceso de liberación. Explícate, exigió Harfouch, sus ojos fijos en ella. Si podemos probar que estará presente durante la liberación o que recibirá algún beneficio directo, podemos arrestarla en el acto. ¿Y cómo demonios vamos a probar eso? Preguntó Velasco.

Ana Luisa deslizó una tableta hacia Harfuch. Porque hace 3 minutos la jueza bautista salió de su domicilio y no va rumbo al juzgado. En la pantalla, un punto rojo avanzaba por el mapa de la ciudad. Aruch sintió que su pulso se aceleraba. El punto se dirigía hacia la autopista México Toluca. “Va hacia la prisión”, murmuró. “La tenemos, “Señor, esto podría ser una trampa, advirtió Velasco. Si nos equivocamos, su carrera terminará y posiblemente también la nuestra.” Harfush se incorporó.

Su mirada determinada. Cinco asesinos ya están libres por ella. No habrá un sexto. Se volvió hacia el equipo táctico que esperaba órdenes. Interceptaremos a la jueza antes de que llegue a la prisión. Quiero dos helicópteros en el aire y un equipo en tierra. Operación silenciosa. Mientras el equipo se movilizaba, Harfuch sintió el peso de la decisión. Como secretario de Seguridad y Protección Civil, estaba arriesgando todo por un presentimiento. Si fallaba, sería su fin. Si tenía razón, apenas sería el comienzo de algo mucho más grande y peligroso.

Señor, llamó Ramírez desde la puerta. ¿Hay algo más que debes saber sobre la jueza bautista? Harfush lo miró fijamente esperando. Antes de ser jueza, trabajó como asesora legal para el gobierno de Morelos. Durante la administración de su padre, la revelación cayó como un bloque de cemento. Arfou sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Su pasado familiar siempre encontraba formas de volver a él como una maldición que se negaba a desaparecer. ¿Estás seguro? Completamente, señor. Lo descubrimos hace 10 minutos.

Carfuch avanzó hacia la salida ajustando su chaleco antibalas. Nadie más debe saberlo. Esto acaba de volverse personal. La autopista México-Toluca se extendía como una serpiente negra entre la niebla espesa de la madrugada. El SV blindado de Harfuch avanzaba a toda velocidad, escoltado por dos vehículos tácticos sin identificación. En el cielo, invisible por las nubes bajas, un helicóptero Black Hawk seguía el convoy. “La jueza está a 5 km delante de nosotros”, informó Ramírez a través del intercomunicador. “Viaja sola en un BMW negro.

Acaba de pasar la marquesa. Harfuch revisó su arma reglamentaria, una Glock 19 que había usado durante toda su carrera. Confirmación de la operación en la prisión. Positivo. Un equipo de la fiscalía ya está posicionado. Tienen orden de retrasar cualquier procedimiento hasta nuestra llegada. El plan era simple, pero arriesgado. Interceptar a la jueza antes de que llegara a la prisión. confrontarla con evidencia suficiente para una detención en flagrancia. Si se resistía o intentaba comunicarse con alguien, tendrían motivos adicionales para detenerla.

“Señor, tenemos movimiento inusual.” La voz del operador de vigilancia electrónica interrumpió sus pensamientos. “La jueza está recibiendo múltiples llamadas de un número no registrado. ¿Pueden interceptar?” Negativo. Está usando un sistema encriptado. Harfuch apretó los dientes. Acelera ordenó al conductor. Nos descubrieron. El convoyo aumentó la velocidad zigzagueando entre el escaso tráfico de la madrugada. A lo lejos, las luces del BMW de la jueza aparecieron como dos puntos brillantes en la oscuridad. Preparen el bloqueo en el kilómetro 42, ordenó Harfuch.

Quiero al equipo táctico en posición, pero invisible hasta mi señal. El corazón le latía con fuerza, pero su mente permanecía fría, calculadora. Cada movimiento debía ser perfecto. Un error y la jueza escaparía, o peor, conseguiría algún amparo que la protegiera. El objetivo acaba de aumentar la velocidad, informó el helicóptero. Parece que nos detectó. Ejecuten el bloqueo ahora, ordenó Harfuch. A menos de un kilómetro adelante, dos camionetas negras emergieron de un camino lateral cortando la carretera. El BMW de la jueza frenó bruscamente, derrapando sobre el asfalto húmedo.

Por un momento, pareció que intentaría dar la vuelta, pero las luces del convoy de Harfuch ya la iluminaban desde atrás. Estamos en posición, confirmó el líder del equipo táctico. El objetivo está inmovilizado. Arfuch descendió del vehículo, su silueta recortada por los faros traseros. La lluvia había cesado, pero el frío calaba hasta los huesos. Avanzó hacia el BMW con paso decidido, seguido por cuatro agentes tácticos. Jueza Fernanda Bautista. Su voz resonó en el silencio de la noche. Soy Omar García Harfuch, secretario de Seguridad y Protección Civil.

Salga del vehículo con las manos visibles. Por unos segundos no hubo respuesta. Luego, la puerta del BMW se abrió lentamente. Una mujer de mediana edad, cabello negro, recogido y vestida con un traje formal oscuro, emergió con las manos ligeramente elevadas. Su rostro mostraba más irritación que miedo. Secretario Harfuch, dijo con voz firme, esto es un atropello a la independencia judicial. No tiene autoridad para detenerme. Harfuch avanzó hasta quedar a 2 met de ella. No estoy deteniendo la jueza, aún no, pero me gustaría que explicara qué hace dirigiéndose a la prisión federal a las 4 de la mañana, justo cuando su orden de liberación para Miguel Escobar está siendo procesada.

La jueza mantuvo la compostura, pero Harfuch notó como su mandíbula se tensaba. Mi presencia es requerida para verificar personalmente que los derechos del señor Escobar sean respetados. durante su liberación, dados los antecedentes de abuso por parte de las autoridades. Interesante, respondió Harfch sacando su teléfono, porque según el protocolo judicial su presencia no es requerida ni recomendada. De hecho, es altamente inusual. Harf mostró la pantalla de su teléfono donde se reproducía una grabación. La voz de la jueza era inconfundible.

Estaré ahí para asegurarme personalmente. El paquete debe ser entregado intacto. Los 3 millones serán transferidos como acordamos. El rostro de Bautista palideció. Eso es, eso. Está manipulado. Es ilegal. No puede usarlo. Esta grabación fue obtenida con autorización judicial parte de una investigación sobre corrupción en el sistema judicial. Mintió Harfuch. sabiendo que la autorización llegaría después. Pero eso no es todo, jueza. Hizo una señal y uno de sus agentes se acercó con una tableta. En la pantalla aparecían fotografías de la jueza reuniéndose con un hombre de aspecto rudo en un restaurante de la ciudad.

Javier Reyes, lugar teniente del cártel de Santa Rosa. Esta reunión ocurrió tres días antes de que usted liberara a Francisco Nava. su segundo al mando. La jueza dio un paso atrás, su fachada de seguridad desmoronándose visiblemente. Esto es una emboscada. Exijo hablar con mi abogado. Tendrá ese derecho cuando estemos en la fiscalía. Harfuch hizo otra señal y dos agentes se acercaron con esposas. Cueza Fernanda Bautista queda detenida por los presuntos delitos de cohecho, tráfico de influencias, obstrucción de la justicia y asociación delictuosa.

Mientras los agentes la esposaban, la jueza levantó la mirada hacia Harfuch. La lluvia comenzaba nuevamente, ligera pero constante. “No tienes idea de lo que estás haciendo”, dijo con una calma perturbadora. “No sabes con quién te estás metiendo, Harfuch. Ilumíname”, respondió él sosteniéndole la mirada. La jueza sonríó. Un gesto frío que no alcanzó sus ojos. Tu padre lo sabría. Él entendía cómo funcionan las cosas en este país. La mención de su padre fue como un golpe físico. Harfuch se acercó bajando la voz para que solo ella pudiera escucharlo.

“Mi padre está muerto y sus errores murieron con él. ” ¿Estás seguro? La sonrisa de la jueza se amplió. Quizás deberías preguntarle a tu madre, la gran actriz. Ella siempre supo interpretar bien su papel. Antes de que Harfuch pudiera responder, el sonido de neumáticos chirriando quebró la tensión. Dos camionetas negras aparecieron desde una curva cercana, avanzando a toda velocidad hacia ellos. “Emboscada!”, gritó el líder del equipo táctico. Todo ha cubierto apenas tuvo tiempo de empujar a la jueza al suelo cuando la noche se iluminó con el resplandor de las balas.

El fuego cruzado convirtió la autopista en un infierno de luz y ruido. Carfuch arrastró a la jueza bautista tras su vehículo blindado, mientras sus hombres respondían al ataque con precisión militar. Las balas rebotaban contra el asfalto y perforaban la carrocería de los vehículos. “Saquen al secretario de aquí”, gritó Velasco, comandando la resistencia desde la cobertura de una de las camionetas tácticas. “No”, respondió Harfuch sacando su arma reglamentaria. “No abandono a mi equipo. ” La jueza, aún esposada, se mantenía agachada junto a él.

su rostro una máscara de tensión y cálculo. No parecía asustada, solo expectante. ¿Esperabas esto?, preguntó Harfuch mientras recargaba su arma. ¿Es esto parte del plan? Bautista no respondió, pero su silencio fue respuesta suficiente. El intercambio de disparos continuó durante lo que parecieron horas, aunque no fueron más de 3 minutos. De pronto, el sonido ensordecedor del helicóptero Black Hawk rasgó el aire nocturno. Un potente reflector iluminó la escena cegando momentáneamente a los atacantes. Francotiradores en posición, anunció una voz por el intercomunicador de Harfuch.

Dos disparos precisos desde el helicóptero neutralizaron a los tiradores principales. El resto de los atacantes, al verse expuestos, emprendieron la retirada, sus vehículos derrapando en la curva mientras escapaban. “Persíganlos”, ordenó Harfuch. “Necesito identificaciones.” El helicóptero se alejó tras los fugitivos mientras el equipo en tierra evaluaba los daños. Dos agentes heridos. Ninguno de gravedad. Los vehículos acribillados pero operativos, considerando la magnitud del ataque, habían tenido suerte. Señor Ramírez se acercó, sangre seca en su mejilla donde una esquirla le había rozado.

Debemos movernos. Pueden enviar refuerzos. Harfuch asintió levantando a la jueza del suelo. La mujer lo miró con una mezcla de desafío y algo más. Reconocimiento impresionante, secretario”, dijo ella, “tu padre estaría orgulloso. Tiene el mismo estilo implacable.” “Mi padre no tiene nada que ver con esto”, respondió Harfuch, empujándola hacia uno de los vehículos menos dañados. “Esto es entre tú y la ley.” “¡La ley! Repitió ella con una sonrisa amarga. ¿Realmente crees que esto se trata de la ley?

México no funciona así, secretario. Nunca lo ha hecho. Harfush la ignoró organizando rápidamente el convoy modificado. Dos vehículos al frente, el suyo en medio con la detenida y uno en la retaguardia. No volverían a la Ciudad de México inmediatamente, sería predecible. En su lugar se dirigirían a una base militar cercana. “Señor”, llamó Velasco mientras subían a los vehículos. El helicóptero reporta que perdieron a los atacantes en un túnel, pero identificaron las placas. Son falsas, pero el modelo coincide con vehículos utilizados por el cártel del Golfo.

Harfuch asimiló la información con el seño fruncido. El Golfo, los criminales que Bautista ha liberado pertenecen principalmente al cártel de Santa Rosa y sus aliados. El Golfo es su competencia. Exactamente, señor”, respondió Velasco. No tiene sentido, a menos que Harfuch miró a la jueza, que mantenía una expresión indescifrable, a menos que alguien quiera eliminar a la jueza para que no hable. El convoy se puso en marcha abandonando la escena del tiroteo justo cuando las primeras patrullas federales llegaban al lugar.

Harf había dado instrucciones de no revelar su ubicación ni su destino, ni siquiera a otros cuerpos policiales. No podía confiar en nadie. En el vehículo, sentado frente a la jueza esposada, Harfuch la estudió en silencio. Fernanda Bautista mantenía la compostura a pesar de las circunstancias. No era la actitud de alguien asustado o acorralado, sino de alguien que seguía jugando sus cartas. ¿Quién quiere silenciarte? Preguntó finalmente. La jueza levantó la mirada. La pregunta correcta es, ¿quién no quiere silenciarme?

No estoy para juegos, bautista. Yo tampoco, secretario. Su voz bajó a un susurro. Lo que sé podría derribar gobiernos, incluido el tuyo. Harfuch se inclinó hacia adelante. Es una amenaza o una oferta. Tómalo como quieras, respondió ella. Pero si me llevas a una celda normal, estaré muerta antes del amanecer. Y entonces nunca sabrás por qué tu padre realmente trabajó con los cárteles, ni cómo tu nombre apareció en una lista de objetivos hace tres semanas. Harf sintió que su sangre se helaba.

El atentado que había sufrido 4 años atrás, donde sobrevivió a pesar de recibir tres impactos de bala, seguía siendo una herida abierta. La idea de estar nuevamente en una lista de objetivos no era sorprendente, pero que la jueza lo supiera. ¿De qué lista hablas? La jueza sonríó, un gesto calculado. Llévame a un lugar seguro, solo nosotros dos, y te diré todo, incluido quién ordenó matarte en 2020. El comunicador de Harf interrumpió el momento. Señor, tenemos un problema.

Era la voz de Ramírez. La prisión federal acaba de reportar un motín. Alguien atacó desde dentro. Hay guardias muertos. ¿Y qué? Presionó Harfu sintiendo que el suelo se abría bajo sus pies. Miguel Escobar ha escapado junto con otros 12 prisioneros de alta peligrosidad. Harfuch miró a la jueza que ahora sonreía abiertamente. “Tic toc, secretario”, dijo ella, “El tiempo corre y tienes muchas decisiones que tomar.” El convoy continuó avanzando en la noche, alejándose de la Ciudad de México, mientras Harfch sentía que lejos de haber ganado al capturar a la jueza, acababa de entrar en un laberinto mucho más oscuro y peligroso de lo que jamás imaginó.

La base militar de San Miguel, ubicada en un valle rodeado de montañas a 70 km de la Ciudad de México, emergió entre la niebla matutina como una fortaleza de otro tiempo. Muros altos, torres de vigilancia y alambres de púas componían su perímetro. El convoy de Harfush atravesó tres puntos de control antes de llegar al área central. Nadie debe saber que estamos aquí”, ordenó Harfuch mientras descendían de los vehículos. “Solo el general Salgado está informado de nuestra presencia.

La jueza Bautista fue escoltada a un edificio aislado al fondo del complejo, originalmente diseñado como centro de interrogatorios de alta seguridad. Harf la siguió de cerca, observando cada uno de sus movimientos. Algo en su actitud le inquietaba profundamente. No actuaba como una detenida, sino como alguien que seguía controlando la situación. Una vez dentro, en una sala austera con una mesa metálica y dos sillas, Harfuch despidió a los guardias. “Déjennos solos”, ordenó. Ante la mirada dudosa de Velasco, añadió, “Estaré bien.

Cierra desde fuera.” Cuando la pesada puerta se cerró, Arfuch se sentó frente a la jueza. El silencio entre ambos se extendió por varios segundos, como dos ajedrecistas evaluando su próximo movimiento. “Vas a grabar esta conversación”, dijo finalmente Bautista. “Más una afirmación que una pregunta. Harf no lo negó. Necesito garantías y yo necesito protección”, replicó ella. Así que hagamos un trato, secretario. Te daré información que cambiará tu perspectiva de todo lo que crees saber sobre México y sus instituciones.

A cambio, quiero inmunidad total y un programa de protección en el extranjero para mí y para mi hija de 12 años. La mención de la hija tomó a Harfuch por sorpresa. Ningún informe mencionaba que la jueza tuviera familia. No aparece en ningún registro, continuó ella. interpretando su expresión. Me aseguré de ello. Después de lo que pasó con Miriam Salgado, aprendí la lección. Miriam Salgado, la jueza que fue asesinada junto a su familia hace 3 años, la misma, mi predecesora en más sentidos de los que imaginas.

Harfush se reclinó en su silla evaluando sus opciones. Ofrecerle inmunidad a una jueza corrupta iba contra todos sus principios. Pero si lo que ella sabía era tan importante como sugería, “Habla”, dijo finalmente, “Dependiendo de lo que me digas, consideraré tu propuesta.” Bautista sonríó, un gesto que no alcanzó sus ojos. No funciona así, secretario. Necesito garantías firmadas antes de abrir la boca. No estás en posición de negociar, al contrario, su voz adquirió un tono más duro. Soy la única persona que puede evitar que tu nombre termine en una fosa clandestina, como le pasó a tu padre.

La mención de su padre golpeó a Harf como una bofetada física. La versión oficial indicaba que Javier García Paniagua había muerto de un infarto en 1998, pero siempre existieron rumores. “Mi padre murió de causas naturales”, respondió automáticamente. “Tu padre fue ejecutado por saber demasiado, corrigió Bautista, y por intentar hacer exactamente lo que tú estás haciendo ahora, limpiar el sistema. ” La diferencia es que él intentó hacerlo desde dentro, trabajando con los cárteles para conseguir información, un juego peligroso que al final le costó la vida.

Harfuch mantuvo su expresión neutral, pero su mente trabajaba a toda velocidad. ¿Podría ser cierto o era simplemente una estrategia para manipularlo? Pruébalo exigió. Bautista se inclinó hacia delante, sus muñecas esposadas sobre la mesa metálica. 22 de julio de 1998. Tu padre no estaba en la ciudad de México, como dice el informe oficial. Estaba en Cuernavaca, reunido con Amado Carrillo. Tengo las fotografías. La precisión del dato estremeció a Harfuch. El 22 de julio era efectivamente la fecha de muerte de su padre y nadie, excepto su familia más cercana, sabía que había estado en Cuernavaca ese día.

¿Quién te dio esa información? La misma persona que me ordenó liberar a esos criminales. La misma persona que decidió que ya no le sirvo y mandó matarme en la autopista. La misma persona que ahora quiere verte muerto a ti. ¿Quién? Insistió Harfuch inclinándose sobre la mesa. Bautista sostuvo su mirada. Firma mi inmunidad y lo sabrás. De lo contrario, ambos estaremos muertos antes de que acabe el día. El intercomunicador de la sala interrumpió el tenso momento. “Señor, necesitamos que salga inmediatamente”, era la voz de Ramírez con un tono que Harfuch nunca le había escuchado.

“Es urgente. Continúa en un momento”, respondió Harfuch sin apartar la mirada de la jueza. “Señor, es sobre su madre”, insistió Ramírez. “Han intentado secuestrarla en su domicilio hace 20 minutos. ” Harfuch sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Su madre, la actriz María Sorté, vivía en una residencia con seguridad privada en las afueras de la ciudad. Si habían llegado hasta ella, se levantó de un salto, pero antes de salir se volvió hacia la jueza. Si algo le pasa a mi madre, te responsabilizaré personalmente.

Bautista no pareció impresionada. No fui yo quien la puso en peligro, secretario. Fue tu decisión de detenerme. Ellos saben que hablaré y están eliminando cualquier razón que puedas tener para escucharme. Harfuch salió de la sala cerrando con fuerza. En el pasillo, Ramírez lo esperaba con el rostro tenso. Mi madre está bien. La seguridad repelió el ataque. Está ilesa pero asustada. La hemos trasladado a un lugar seguro. Los atacantes, dos muertos, uno herido en custodia. No llevaban identificación.

Pero, ¿pero qué? Ramírez le entregó un teléfono con una foto. Era un tatuaje en el cuello de uno de los atacantes muertos. Una rosa negra estilizada. Santa Rosa! Murmuró Harfuch. El mismo cártel cuyos miembros ha estado liberando Bautista. ¿Hay algo más, señor? Ramírez dudó un momento. El sobreviviente dijo algo antes de perder el conocimiento. Dijo que el arquitecto ha regresado y que nadie está a salvo. El arquitecto, un nombre que Harfuch no había escuchado en años. Un fantasma del pasado, un rumor entre las fuerzas de seguridad.

El cerebro detrás de la reestructuración del narcotráfico mexicano en los años 90. Nunca identificado, nunca capturado. Es imposible, dijo Harfuch. El arquitecto desapareció hace más de 20 años. Señor, intervino Velasco, que acababa de llegar por el pasillo con una tableta en la mano. Tenemos un problema mayor. La fuga de la prisión federal no fue solo Miguel Escobar. Entre los fugados está Francisco Landeros. El contador Harfuk frunció el ceño. Landeros había sido capturado 6 meses atrás. Un golpe mediático importante para el gobierno.

El hombre que supuestamente manejaba las finanzas de tres cárteles diferentes. El mismo. Y acaba de aparecer un video en redes sociales. Está hablando, señor, mencionando nombres. Velasco le mostró el video en la tableta. Un hombre delgado, de aspecto nervioso, hablaba directamente a la cámara. Detrás de él, una pared blanca sin referencias. Mi nombre es Francisco Landeros. Durante 15 años fui el administrador financiero de la organización bajo las órdenes directas del arquitecto. Hoy rompo mi silencio porque temo por mi vida.

El arquitecto ha regresado y está limpiando la casa. Entre los marcados para morir está Omar García Harfuch, quien sin saberlo ha estado trabajando para el arquitecto toda su carrera. Harfuch sintió que el suelo se movía bajo sus pies. La acusación era absurda, pero el daño mediático sería irreparable. “Quiero la ubicación desde donde se transmitió ese video”, ordenó. y necesito hablar con la presidenta inmediatamente. Mientras sus hombres se movilizaban, Harfuch regresó a la sala de interrogatorios. La jueza Bautista seguía sentada en la misma posición, como si supiera exactamente lo que estaba ocurriendo.

El arquitecto dijo Harfuch cerrando la puerta tras él. ¿Quién es Bautista? Sonrió. Un gesto que heló la sangre de Harfuch. La pregunta correcta, secretario, es quién eras tú para él y por qué decidió que ya no le sirves vivo? La frase quedó suspendida en el aire de la sala de interrogatorios. Harfuch permaneció inmóvil, sintiendo cada palabra como un dardo envenenado que penetraba en su mente. “Explícate”, ordenó. Su voz tensa como la cuerda de un arco. La jueza bautista se reclinó en la silla metálica, el tintineo de sus esposas rompiendo brevemente el silencio.

Tu padre no solo conocía al arquitecto, trabajaba para él. Y tú, sin saberlo, has estado siguiendo sus pasos todos estos años. Mentira, respondió Harfuch automáticamente, pero una parte de él ya comenzaba a dudar. Mi padre dedicó su vida al servicio público y eso excluye trabajar para el narcotráfico. La jueza soltó una risa seca. Qué ingenuo secretario. En este país, el servicio público y el crimen organizado han sido dos caras de la misma moneda durante décadas. Harf golpeó la mesa con el puño.

Mi padre no era un criminal. No era algo peor. Era un idealista que creyó poder cambiar el sistema desde dentro. Bautista inclinó la cabeza estudiándolo. Igual que tú, fuera de la sala, la base militar bullía con actividad. El video de Landeros se había vuelto viral en cuestión de minutos y las llamadas de los medios inundaban los teléfonos de la oficina de prensa de la secretaría. “Déjate de rodeos”, exigió Harfuch. recuperando la compostura. Si sabes algo concreto, dilo ya.

El arquitecto no es una persona. Harfuch es una organización. Bautista bajó la voz. Una organización que nació dentro del gobierno mexicano en los años 80. Militares, policías, políticos formaron un grupo que decidió controlar, no combatir al narcotráfico. La revelación no era completamente sorprendente. Los vínculos entre autoridades y criminales eran un secreto a voces en México, pero la magnitud que sugería Bautista y mi padre, tu padre descubrió la existencia del arquitecto mientras dirigía la DFS. Al principio intentó desmantelarlo, pero pronto entendió que era demasiado grande, demasiado poderoso.

Así que cambió de estrategia, infiltrarse para destruirlo desde dentro. Harfuch recordó fragmentos de su infancia, las ausencias prolongadas de su padre, las conversaciones a medianoche, los hombres de aspecto severo que ocasionalmente visitaban su casa. Si lo que dices es cierto, ¿por qué lo mataron? porque encontró algo, un registro, una lista con todos los nombres de los miembros fundadores del arquitecto. Y cuando amenazó con hacerla pública, Bautista hizo un gesto cortante con el dedo a través de su garganta.

El intercomunicador interrumpió nuevamente. Señor, era la voz de Velasco. La presidenta está en línea. Insiste en hablar con usted inmediatamente. Harfuch miró fijamente a la jueza. Esta conversación no ha terminado. Oh, apenas comienza, secretario. Su sonrisa era inquietantemente confiada. Pero recuerda, el tiempo corre y no solo para mí. Harfu salió de la sala dirigiéndose a una oficina segura donde podría hablar con la presidenta Shain Baum. Su mente era un torbellino de preguntas sin respuesta. Era posible que su padre, su modelo a seguir, hubiera estado involucrado con el narcotráfico.

¿Y qué implicaba eso para su propia carrera? Señora presidenta saludó al tomar la llamada en la sala de comunicaciones seguras. La imagen de Claudia Shain Baum apareció en la pantalla. Su rostro una máscara de preocupación profesional. Omar, respondió ella usando su nombre de pila, algo raro en sus comunicaciones oficiales. La situación es crítica. El video de Landeros ha generado un terremoto político. La oposición ya está pidiendo tu renuncia y una investigación. Es una operación de desprestigio, señora presidenta.

Estamos siguiendo una pista importante relacionada con la corrupción judicial. Hemos detenido a la jueza bautista en flagrancia. Lo sé y apoyo tus acciones, pero necesitamos controlar la narrativa. Shainbaum hizo una pausa evaluando sus palabras. El general Montoya está sugiriendo que te tomes un permiso temporal mientras se aclara la situación. El general Rodrigo Montoya, secretario de la defensa nacional, un hombre con quien Harfuch había tenido fricciones desde que asumió su cargo. Con todo respeto, señora presidenta, hacerlo sería admitir culpabilidad.

Estamos cerca de algo grande, muy grande. ¿Qué tan grande, Omar? Arfuch dudó. No podía compartir las acusaciones de Bautista sobre el arquitecto sin pruebas. sonaría a conspiración delirante, lo suficiente para explicar la serie de liberaciones de criminales peligrosos que hemos visto en los últimos meses y posiblemente para entender el atentado que sufrí hace 4 años. Shainbaum asintió lentamente. Te daré 48 horas, Omar, ni un minuto más. Necesito resultados concretos o tendré que aceptar la sugerencia de Montoya.

Entendido, señora presidenta, no le fallaré. La comunicación se cortó dejando a Harf con una presión adicional sobre sus hombros. 48 horas para desmantelar. Una conspiración que aparentemente llevaba décadas operando. Señor Ramírez apareció en la puerta. Tenemos información del atacante capturado en la residencia de su madre. Habla. Murió hace 10 minutos. aparente paro cardíaco, pero antes de morir mencionó algo más. Dijo que buscaban unos documentos que su madre había guardado, documentos de su padre. Harfuch sintió que las piezas comenzaban a encajar, formando un rompecabezas aterrador.

Mi madre está informada. Sí, señor. Está en camino a esta base bajo fuerte escolta. Bien, quiero que trasladen a la Jueza Bautista a una celda más segura, triple guardia, cámaras las 24 horas y consígueme esos papeles de inmunidad que pide. No voy a firmarlos todavía, pero quiero tenerlos listos. Mientras Ramírez salía para cumplir las órdenes, Harfuch se quedó solo en la sala de comunicaciones, contemplando la fotografía oficial de la presidenta Shane Baum en la pared. ¿En quién puedo confiar?, se preguntó en voz alta.

Su teléfono vibró con una notificación. El video de Landeros había alcanzado 10 millones de reproducciones. La tormenta mediática apenas comenzaba. Dos horas después, el helicóptero que transportaba a María Sorté aterrizó en la base militar. Harfush esperaba en la pista, el viento de las aspas agitando su cabello y su ropa. Cuando su madre descendió, notó inmediatamente la tensión en su rostro normalmente sereno. “Omar”, dijo ella al abrazarlo, un gesto rápido y nervioso, muy diferente de sus usuales abrazos cálidos.

Necesitamos hablar en privado. La condujo a la misma oficina segura donde había hablado con la presidenta. Una vez dentro, María Sortés cerró la puerta y verificó dos veces que estuviera bien sellada. Sabía que este día llegaría. dijo finalmente sacando de su bolso un pequeño dispositivo electrónico. Tu padre me pidió que te diera esto si alguna vez escuchabas el nombre del arquitecto. Harf tomó el dispositivo reconociéndolo como un disco duro externo, anticuado. ¿Qué es esto, mamá? ¿Y por qué nunca me hablaste de ello?

María Sort se sentó repentinamente aparentando más edad de la que tenía. Porque tu padre me hizo jurar que no lo haría a menos que fuera absolutamente necesario. Dijo que la información ahí contenida era demasiado peligrosa. ¿Sabías que papá trabajaba para los cárteles? La pregunta salió más acusatoria de lo que pretendía. Su madre lo miró con dolor en los ojos. Tu padre nunca trabajó para los cárteles. Omar. Trabajó infiltrado entre ellos. Hay una diferencia crucial. y el arquitecto era su obsesión durante sus últimos años.

María hizo una pausa eligiendo cuidadosamente sus palabras. Al principio creí que era paranoia, que el estrés del trabajo lo estaba afectando, pero entonces comenzaron las amenazas, los seguimientos y finalmente su muerte. No fue un infarto, María Sortó con la cabeza, lágrimas formándose en sus ojos. Lo envenenaron Omar lentamente para que pareciera natural. Él lo sabía, por eso preparó ese disco para ti. Dijo que algún día seguirías sus pasos y necesitarías la verdad. Harfuch sostuvo el pequeño disco como si fuera una bomba a punto de estallar.

Todas sus creencias, todo lo que pensaba saber sobre su padre y su propia carrera podría cambiar con lo que encontrara ahí dentro. ¿Lo has visto? ¿Sabes qué contiene? No, respondió María. Tu padre fue muy específico, solo tus ojos. Dijo que había nombres que podrían destruir México si se revelaban de la manera incorrecta. El intercomunicador volvió a sonar, esta vez con urgencia. Secretario era la voz de Velasco, tensa y alarmada. Ataque en la base. Múltiples intrusos armados han penetrado el perímetro sur.

El sonido de disparos y explosiones comenzó a filtrarse hasta ellos. Harfuch se puso de pie de un salto. Quédate aquí, mamá. Esta habitación es un búnker. No abras a nadie, excepto a mí. Guardó el disco duro en su bolsillo interior y desenfundó su arma. Voy a terminar lo que papá empezó. Al salir al pasillo, se encontró con Ramírez corriendo hacia él, sangre fresca manchando su uniforme. Señor, vienen por la jueza, son profesionales, fuerzas especiales por su táctica.

Una explosión cercana sacudió el edificio haciendo caer polvo del techo. Harfuch tomó una decisión instantánea. “Lleva a mi madre al helicóptero. Sácala de aquí ahora mismo.” Comprobó su arma y añadió, “Yo voy por Bautista. ” El caos se había apoderado de la base militar. Disparos, explosiones y gritos formaban una sinfonía de destrucción mientras Harfanzaba por los pasillos pegado a las paredes. Su entrenamiento militar y sus años en la policía federal guiaban cada uno de sus movimientos precisos y letales.

Velasco, ¿dónde está la jueza? Gritó por el intercomunicador mientras esquivaba escombros de una pared recién destruida. Sector C, celda de seguridad 3 respondió la voz entrecortada por la estática. Estamos resistiendo, pero son demasiados. Han neutralizado nuestras comunicaciones con el exterior. Eso explicaba por qué no llegaban refuerzos. Quien quiera que estuviera detrás del ataque había planeado cada detalle meticulosamente. Cortar una base militar del mundo exterior no era tarea simple. Requería recursos, inteligencia militar y, sobre todo, contactos al más alto nivel.

Harf dobló una esquina y se encontró frente a tres atacantes que avanzaban por el pasillo. No llevaban uniformes regulares, sino equipamiento táctico negro sin insignias. profesionales. Disparó tres veces en rápida sucesión. Dos impactos certeros. El tercer hombre logró cubrirse y respondió con una ráfaga que obligó a Harfuch a retroceder tras una columna de hormigón. “Secretario García Harfuch!” gritó el atacante. “No tenemos órdenes de matarlo todavía. Entréguenos a la jueza bautista y saldremos sin más daños.” Y luego, ¿qué?

respondió Harfouh calculando sus opciones. ¿Crees que dejaré que la maten para silenciarla? Lo que le pase a esa traidora no es su problema, replicó el hombre. Usted todavía puede salvarse. El arquitecto solo quiere lo que es suyo. ¿Y qué es exactamente lo suyo? La lista, secretario. La lista que su padre robó. La lista que ahora usted tiene. El disco duro en su bolsillo pareció volverse repentinamente más pesado. Así que era eso, nombres, identidades, la estructura completa de esta organización fantasma llamada el arquitecto.

Arfuch tomó una granada aturdidora de su cinturón. Dile al arquitecto que si quiere la lista tendrá que venir personalmente a buscarla. lanzó la granada y aprovechó la confusión del destello y el estruendo para avanzar, neutralizando al atacante con dos disparos precisos. No se detuvo a verificar. El sector C estaba al otro extremo del complejo y cada segundo contaba. A medida que se acercaba, los signos de combate se intensificaban. Cuerpos de soldados mexicanos y atacantes salpicaban los pasillos.

Algunos de sus mejores hombres habían caído defendiendo la base. La rabia alimentaba cada paso de Harf. Finalmente llegó al sector C, donde una barricada improvisada protegía el acceso a las celdas de alta seguridad. Velasco y cuatro agentes resistían el asalto, claramente superados en número. “Señor”, exclamó Velasco al verlo, alivio en su rostro cubierto de polvo y sangre. Creímos que no lo lograría. Reporte de situación, exigió Harf uniéndose a la defensa. Tienen el perímetro norte y este. Nosotros controlamos esta sección y el elipuerto sur.

Su madre ya ha sido evacuada con escolta. Confirmado por Ramírez. Velasco hizo una pausa para disparar a un atacante que intentaba flanquearlos. La jueza está en la celda 3, como le dije, está viva, pero pero qué está exigiendo un teléfono. Dice que puede detener todo esto con una llamada. Harfuch evaluó rápidamente la situación. Las opciones eran limitadas y el tiempo se agotaba. Cúbreme. Voy por ella. Se abrió paso hasta la celda tres, donde la jueza bautista permanecía sentada tranquilamente a pesar del caos que la rodeaba.

Al ver a Harfuch, esbozó una sonrisa que contrastaba grotescamente con la situación. Parece que mis antiguos empleadores están ansiosos por reencontrarse conmigo dijo ella. No es momento para sarcasmos respondió Harfuch abriendo la celda. Vas a venir conmigo ahora. ¿A dónde? Este lugar está perdido, secretario. A menos que, a menos que, ¿qué? A menos que me dejes hacer esa llamada. Harfuch la evaluó con la mirada. Todo su entrenamiento le decía que no confiara en ella, pero las explosiones cada vez más cercanas indicaban que sus opciones se reducían por minuto.

¿A quién quieres llamar? Al verdadero arquitecto. Respondió Bautista. No al que manda estos matones, sino al que está por encima de él. ¿Hay más de uno? El arquitecto es una estructura, te lo dije, niveles dentro de niveles. El que ordenó matarte está en el segundo nivel, pero yo respondo directamente al primero. Una nueva explosión mucho más cercana sacudió la estructura de la celda. Harfuch tomó una decisión. Te daré un teléfono, pero si intentas algo, lo sé, lo sé, me matarás tú mismo.

La jueza extendió su mano esposada. Será rápido. Arfuch le entregó un teléfono desechable que llevaba para emergencias. Bautista marcó un número de memoria y esperó. El tiroteo continuaba afuera, intensificándose. “Soy yo!”, dijo finalmente en el teléfono. “Operación comprometida.” El hijo tiene la lista. Hizo una pausa escuchando. Entendido. Colgó y devolvió el teléfono a Harfuch. Tenemos exactamente 8 minutos para llegar al elipuerto oeste. Habrá un helicóptero esperando. ¿Y esperas que confíe en ti. No tienes alternativa, secretario. O vienes conmigo o mueres aquí con tus hombres.

Harfuch evaluó sus opciones. Elipuerto oeste estaba en la dirección opuesta a donde se concentraba el ataque, lo cual tenía sentido estratégico, pero podría ser una trampa. Velasco, llamó por el intercomunicador. Situación del elipuerto oeste, aparentemente libre, señor. No hay reportes de hostiles en ese sector. Harfuch tomó a la jueza del brazo. Pero te advierto, un movimiento sospechoso y terminarás como los que vinieron por ti, tan dramático como tu padre, respondió ella con desdén. Sígueme. Conozco un pasaje que tus hombres no conocen.

Para sorpresa de Harfuch, Bautista los guió a través de un corredor de mantenimiento que no aparecía en los planos oficiales de la base. ¿Cómo conocía ella estos detalles? La pregunta se sumaba a las muchas que ya tenía. Avanzaron en silencio, el ruido del combate amortiguándose a medida que se alejaban. Tras varios minutos de tensa progresión, emergieron cerca del elipuerto oeste, donde efectivamente un helicóptero sin identificación esperaba con las hélices en movimiento. “Ves, puntualidad militar”, comentó Bautista. Harfuch estudió el helicóptero con desconfianza.

¿Quién lo pilota? Alguien que trabaja para quien realmente importa. Antes de que pudieran avanzar más, la voz de Velascos resonó en el intercomunicador de Harfuch. Señor, los atacantes se están retirando. Repito, se están retirando ordenadamente. La revelación confirmó las sospechas de Harfuch. La llamada de Bautista había funcionado. Alguien con suficiente autoridad había ordenado el fin del asalto. “Confundido, secretario”, preguntó Bautista interpretando su expresión. “Te dije que esto es más grande de lo que imaginas. ¿Quién está detrás de todo esto?

¿Quién es realmente el arquitecto?” La jueza miró hacia el helicóptero que los esperaba. “Sube conmigo y lo descubrirás. Tú tienes la lista, yo tengo los contactos. Juntos podemos sobrevivir. Harfuch sintió el peso del disco duro en su bolsillo. La tentación de conocer la verdad, de entender finalmente el sistema que aparentemente había controlado México durante décadas era poderosa. “Señor, la voz de Ramírez interrumpió sus pensamientos. Su madre está segura. Pero tenemos otro problema. El general Montoya acaba de emitir una orden de detención contra usted, acusándolo de traición y vínculos con el narcotráfico.

La noticia cayó como un balde de agua fría. Montoya, secretario de defensa, moviéndose tan rápido contra él, solo podía significar una cosa. Estaba involucrado. La presidenta no ha respondido a nuestras comunicaciones, señor, pero la orden tiene el sello presidencial. Bautista sonrió con amargura. Parece que tus opciones se reducen, secretario. O vienes conmigo o enfrentas un juicio por traición que nunca ganarás. El helicóptero esperaba su ruido ensordecedor, un recordatorio constante de que el tiempo se agotaba. Harfuch miró hacia la base donde sus hombres resistían, donde la autoridad que siempre había respetado ahora lo perseguía.

No traicionaré a mi país”, dijo finalmente. “No se trata de traición”, respondió Bautista, su tono repentinamente serio. “Se trata de sobrevivir para luchar otro día, como hizo tu padre.” Harf miró una última vez hacia la base, donde el humo se elevaba de varios edificios. Luego tomó su decisión. Iremos contigo, pero mis hombres vienen con nosotros, los que quedan vivos. Bautista evaluó la petición con el ceño fruncido. El helicóptero solo tiene capacidad para seis personas, entonces vendrán cinco de mis mejores hombres.

Es innegociable. La jueza dudó un momento antes de asentir. Tienes 2 minutos para seleccionarlos y traerlos aquí. Mientras Harf comunicaba las instrucciones a Velasco, no podía evitar preguntarse si estaba cometiendo el mayor error de su vida o si estaba a punto de descubrir una verdad que cambiaría todo lo que creía saber sobre México y sobre sí mismo. El helicóptero se elevó en el aire turbulento, dejando atrás la base militar convertida en campo de batalla. Desde la ventanilla, Harfuch observaba como columnas de humo negro ascendían hacia el cielo gris.

El precio de la verdad había sido alto. Docenas de soldados muertos, una instalación militar comprometida y su reputación destrozada. En el interior de la aeronave el ambiente era tenso. Junto a Harfuch viajaban Velasco, Ramírez y tres agentes de su máxima confianza. La jueza bautista, ahora sin esposas por exigencia del piloto, mantenía la mirada fija en el horizonte, su expresión inescrutable. ¿A dónde nos dirigimos?, preguntó Harfush alzando la voz por encima del ruido de las aspas. Primero a un lugar seguro, respondió Bautista.

Después, si tienes lo que dices tener, a conocer al verdadero arquitecto. Mi madre está a salvo. Interrumpió la jueza. El helicóptero que la evacuó la llevará a un lugar que ni siquiera yo conozco. Es parte del protocolo. Harfunció el ceño. ¿Qué protocolo? El que tu padre estableció antes de morir. Bautista lo miró directamente. Realmente creíste que no tenía un plan de contingencia. Javier García Paniagua era muchas cosas, pero nunca un improvisado. El helicóptero viró bruscamente hacia el oeste, alejándose de la Ciudad de México.

A través de la ventanilla, Harfuch vislumbró las montañas que rodeaban el valle de México, sus cumbres parcialmente ocultas por nubes bajas. “Señor”, susurró Velasco inclinándose hacia él. “Esto podría ser una trampa. No sabemos quién está esperándonos. Harfuch asintió imperceptiblemente. Lo sabía, pero también sabía que atrapado entre una orden de arresto gubernamental y un cártel decidido a silenciarlo, sus opciones eran limitadas. Tras 40 minutos de vuelo, el helicóptero comenzó a descender hacia un claro en medio de un denso bosque de pinos.

A simple vista no había nada especial en el lugar, ningún edificio, ninguna señal de actividad humana, solo un pequeño claro natural rodeado de vegetación. Al aterrizar, el piloto apagó los motores, pero permaneció en su asiento sin dirigirles la palabra. ¿Y ahora qué?, preguntó Arfuch, mano cerca de su arma. Ahora caminamos”, respondió Bautista descendiendo del helicóptero unos 200 metros en esa dirección. Señaló hacia un sendero apenas visible que se adentraba en la espesura. Arfuch intercambió una mirada con sus hombres.

Estaban entrando en territorio desconocido, posiblemente hostil, guiados por una mujer en quien no confiaban. “Velasco Ramírez, vendrán conmigo”, ordenó Harfuch. Los demás, quédense aquí y vigilen el helicóptero. Si no, regresamos en una hora, salgan de aquí y contacten directamente a la presidenta, solo a ella. El grupo avanzó en silencio por el sendero. La humedad del bosque se filtraba a través de sus ropas, creando una sensación de pesadez que combinaba perfectamente con la tensión del momento. “Lo que estamos a punto de ver”, dijo Bautista mientras caminaban.

Ha sido el secreto mejor guardado de México durante cuatro décadas. Ni los americanos con toda su tecnología lo han encontrado. El qué exactamente el centro neurálgico del arquitecto. Tras unos minutos de caminata, llegaron a lo que parecía un afloramiento rocoso cubierto de musgo. Nada especial, excepto por un pequeño panel digital casi invisible entre la vegetación. Bautista se acercó, presionó una secuencia y esperó. La roca comenzó a moverse silenciosamente, revelando una entrada. “Bienvenido al lugar donde tu padre pasó sus últimos días”, dijo Bautista haciendo un gesto para que entraran.

Harfuch dudó un instante antes de cruzar el umbral, seguido por Velasco y Ramírez. Al entrar, las luces se encendieron automáticamente, revelando un pasillo metálico que descendía en espiral. “Un búnker”, murmuró Harfuch, sorprendido por la sofisticación de la instalación. Mucho más que eso,”, corrigió Bautista, “eso seis centros de mando del arquitecto, construido en los años 80 con fondos desviados del gobierno y los cárteles, completamente autosuficiente, con generadores propios y sistemas de filtración de aire y agua. Descendieron por el pasillo hasta llegar a una puerta blindada.

Bautista colocó su mano en un escáner biométrico y la puerta se abrió con un ciseo hidráulico. Lo que vieron al otro lado dejó a Harfu sin palabras. Un centro de operaciones ultramoderno se extendía ante ellos. Pantallas gigantes cubrían las paredes mostrando mapas de México, gráficos de flujos financieros y lo que parecían ser fits en vivo de cámaras de seguridad de diversos lugares del país. Y en el centro, sentado frente a un panel de control, un hombre mayor los observaba.

Omar García Harfuch, dijo el hombre levantándose lentamente. Su voz grave y pausada revelaba años de mando. Has crecido mucho desde la última vez que te vi. Harfuch estudió al hombre intentando recordarlo. Tendría unos 70 años, cabello blanco cortado al estilo militar, postura erguida a pesar de la edad. y entonces lo reconoció. “General Videla,” murmuró sorprendido. Arturo Videla, exeral del ejército mexicano, dado por muerto en un supuesto accidente aéreo en 2008. Había sido colaborador cercano de su padre en la Dirección Federal de Seguridad.

“Él mismo”, confirmó el hombre, aunque hace tiempo que dejé de usar ese nombre. Usted está vivo. Como puedes ver, Videla hizo un gesto abarcando la sala. Y he estado ocupado. Harfuch sintió que el suelo se movía bajo sus pies, no por la revelación de que Videla estuviera vivo, sino por lo que implicaba su presencia allí. Usted es el arquitecto. Videla sonrió. Un gesto que no alcanzó sus ojos fríos, una parte de él, como te habrá explicado la jueza bautista, el arquitecto no es una persona, es una institución.

Una institución criminal, espetó Harfuch. Una institución pragmática, corrigió Videla, creada para gestionar lo inevitable. Los americanos quieren drogas. México tiene la geografía perfecta para transportarlas. Intentar detener ese flujo es como intentar detener la lluvia con las manos. Arfuch apretó los puños y por eso decidieron controlarlo, convertirse en lo que debían combatir. Decidimos minimizar el daño respondió Videla con calma irritante. Antes del arquitecto, México era un caos de violencia descontrolada. Establecimos reglas, territorios, una estructura, miles de vidas salvadas.

Gracias a nuestro pragmatismo, llamémoslo por su nombre corrupción. Videla no pareció ofendido. Tu padre entendió eventualmente la necesidad de nuestro trabajo. Cuando dejó de luchar contra nosotros y se unió a nuestra causa, se convirtió en uno de nuestros más valiosos colaboradores. Mentira, respondió Harfou automáticamente, aunque una semilla de duda germinaba en su interior. Mi padre era un hombre honesto. La honestidad tiene muchas caras, Omar, dijo Videla. usando su nombre de pila con una familiaridad que incomodó a Harfuch.

Tu padre entendió que a veces para proteger a un país hay que hacer tratos con el Videla se acercó a una consola y presionó algunos botones. Una de las pantallas cambió, mostrando una fotografía antigua. Javier García Paniagua, el padre de Jarfuch, sentado a una mesa junto a varios hombres que Jarfuch reconoció como líderes históricos del narcotráfico mexicano. 2 de febrero de 1996, explicó Videla, la reunión donde se estableció el nuevo pacto entre el arquitecto y los cárteles.

Tu padre fue el artífice principal. Harfuch observó la imagen buscando algún signo de falsificación. alguna prueba de que todo era una elaborada mentira, pero la fotografía parecía auténtica. Y lo peor, su padre no parecía un reen ni un infiltrado. Se le veía cómodo, sonriente incluso. “¿Por qué me muestras esto?”, preguntó su voz traicionando su turbación. “Para que entiendas que no estás luchando contra monstruos o mar. Estás luchando contra un sistema creado por hombres como tu padre, hombres que entendieron la realidad mexicana mejor que nadie.

Un sistema que asesina jueces, policías, periodistas, replicó Harfuch. Un sistema que ha convertido partes de nuestro país en zonas de guerra. Fidela suspiró como un maestro decepcionado por la lentitud de un alumno. Esos son los fracasos del sistema, no su propósito. Cuando el arquitecto funcionaba correctamente, la violencia se minimizaba. Era el precio a pagar por la estabilidad. ¿Y qué falló? ¿Por qué México se desangra ahora? Ambición. Videla volvió a su asiento frente a la consola central. El segundo nivel del arquitecto comenzó a actuar por cuenta propia.

Individuos como el general Montoya decidieron que podían dirigir mejor la operación, maximizar ganancias a costa de la estabilidad. Arfuch sintió que las piezas se encajaban. Monto el secretario de defensa. El mismo que acaba de ordenar tu arresto, confirmó Videla, ha estado coptando el arquitecto durante años, eliminando a los miembros originales, instalando a sus propios operadores. Bautista, que había permanecido silenciosa, intervino. Como la jueza Miriam Salgado, mi predecesora, cuando se negó a liberar a los operadores de Montoya, la eliminaron junto con su familia.

¿Y tú? preguntó Harfuch volviéndose hacia ella. También te negaste, ¿no?, admitió ella sin rastro de vergüenza. Yo jugué al doble agente. Liberaba a quienes Montoya pedía, pero informaba al general Videla de cada movimiento. Hasta que Montoya descubrió tu juego. Exactamente. Y ahora quiere silenciarme antes de que pueda testificar contra él. Arfuch miró a sus hombres Velasco y Ramírez, cuyos rostros reflejaban la misma confusión y disgusto que él sentía. Todo lo que creían saber sobre su país, sobre el sistema que juraron defender, se desmoronaba ante sus ojos.

¿Por qué yo?, preguntó finalmente Harfuch. ¿Por qué me involucran en esto ahora? Videla intercambió una mirada con Bautista antes de responder, “Porque tienes algo que necesitamos, algo que tu padre escondió antes de morir. La lista”, murmuró Harfuch tocando instintivamente el bolsillo donde guardaba el disco duro. “No es solo una lista, Omar”, explicó Videla. “Es el protocolo Lázaro.” Protocolo Lázaro. Un seguro de vida creado por tu padre. contiene no solo los nombres de todos los miembros del arquitecto, sino también evidencia detallada de sus operaciones, cuentas bancarias, propiedades, todo.

Harf comenzaba a entender. Y con esta información podríamos desmantelar la facción corrupta de Montoya y restaurar el arquitecto a su propósito original, estabilidad con mínima violencia. La idea era repugnante para Harfuch. Estaban pidiéndole que ayudara a reformar una organización criminal en lugar de destruirla. Y si me niego, si decido entregar toda esta información a las autoridades competentes, Videla sonrió con tristeza. ¿A quién, Omar? ¿Al presidente? ¿Alongreso? ¿A los americanos? El arquitecto tiene tentáculos en todas esas instituciones.

Te silenciarían antes de que pudieras pronunciar una palabra como intentaron hacer con tu padre. Ramírez, que había permanecido en silencio, dio un paso adelante. Señor, con el debido respeto, esto es demasiado grande para nosotros solos. Necesitamos ayuda. ¿De quién podemos fiarnos? Respondió Harfuch. Si lo que dicen es cierto, cualquier institución podría estar comprometida. No todas, intervino Bautista. Aún hay elementos limpios, jueces, fiscales, policías que se han mantenido fuera del sistema. Tu propio equipo cercano es prueba de ello.

Harf consideró sus opciones evaluando cada posible camino. Finalmente sacó el disco duro de su bolsillo y lo sostuvo frente a Videla. No te entregaré esto”, dijo con firmeza, “Pero estoy dispuesto a usarlo para exponer a Montoya y su facción.” Y después, preguntó Videla, “después vendremos por el resto del arquitecto, incluyéndote a ti.” En lugar de ofenderse, Videla soltó una carcajada ronca, igual que tu padre, siempre creyendo que puede cambiarlo todo. Se puso serio de nuevo. Pero hay una diferencia crucial, Omar.

Tu padre entendió que algunas batallas no se pueden ganar de frente. Algunas requieren compromisos. No comprometeré mis principios. No te pido que lo hagas, solo que entiendas la complejidad de lo que enfrentas. Videla se levantó y caminó hacia un panel lateral. Déjame mostrarte algo más. Y presionó una secuencia en el panel y una puerta oculta se abrió revelando una pequeña habitación. Dentro, para absoluta sorpresa de Harfuch, había una cama hospitalaria con equipos médicos y sobre ella una figura conectada a diversos aparatos.

“Te presento al fundador original del arquitecto”, dijo Videla, el hombre que lo ideó todo. Arfuch se acercó lentamente, seguido por Velasco y Ramírez. La figura en la cama era un anciano quizás de 90 años, su piel amarillenta y arrugada como pergamino antiguo. A pesar de su estado debilitado, sus ojos estaban abiertos y alertas, fijos en Harfuch, con una intensidad perturbadora, y entonces el reconocimiento golpeó a Harf como un puñetazo físico. “¡Imposible”, murmuró retrocediendo un paso. Nada es imposible cuando tienes los recursos adecuados”, respondió Videla.

El general Marcelino García Barragán ha sobrevivido mucho más de lo que el público cree. “Mi abuelo murió en 1979”, protestó Arfuch, aunque la evidencia ante sus ojos contradecía sus palabras. Oficialmente sí, confirmó Videla, pero el arquitecto necesitaba su mente, su visión, así que arreglamos su fallecimiento y lo trajimos aquí. Marcelino García Barragán, abuelo materno de Jarfuch, exsecretario de defensa durante el gobierno de Díaz Oordaz, responsable de la seguridad durante la masacre de Tlatelolco en 1968. un nombre asociado a la represión y el autoritarismo del viejo régimen mexicano.

“Esto es una locura,” murmuró Harfuch, incapaz de asimilar completamente la revelación. El anciano en la cama hizo un gesto débil con la mano indicando que quería hablar. Videla se acercó y ajustó un aparato que parecía ser un amplificador de voz. Omar. La voz del anciano era apenas un susurro mecánico distorsionado por la máquina. Por fin te conozco en persona. Arfuch no respondió paralizado por la situación surrealista. Tu padre era un idealista, continuó el anciano con evidente esfuerzo.

Creía que podía cambiar México desde dentro del sistema, pero el sistema siempre gana. ¿Qué quiere de mí? preguntó finalmente Harf, recuperando la voz. Quiero que termines lo que tu padre empezó. El anciano hizo una pausa para respirar trabajosamente. El protocolo Lázaro no era para destruir, sino para purificar. Purificar qué? Una organización criminal. Purificar México. El anciano cerró los ojos un momento como reuniendo fuerzas. El arquitecto es más que narcotráfico, es control, estabilidad, paz. Paz comprada con sangre, replicó Harfuch.

Toda paz se compra con sangre. Los ojos del anciano se abrieron de nuevo, fijos en Harfuch. La alternativa es caos total. Montoya y sus aliados solo quieren dinero. No entienden la visión original. Harfuch sentía que cada nueva revelación lo arrastraba más profundamente a un abismo moral del que quizás nunca podría escapar. Su abuelo, su padre, ambos parte de este sistema corrupto que había definido México durante décadas. No participaré en esto declaró finalmente. Usaré la información para exponer a todos, a Montoya, a el arquitecto, a todos los involucrados.

El anciano sonrió débilmente. Tan idealista como Javier, hizo un gesto a Videla. Muéstrale el resto. Videla asintió y condujo a Harfuch de regreso a la sala principal. En una pantalla desplegó un mapa de México con docenas de puntos rojos parpadeantes. Cada uno de estos puntos representa una célula durmiente del arquitecto. Explicó. hombres y mujeres en posiciones estratégicas, jueces, políticos, policías, militares. Si intentas exponer todo a la vez, estas personas activarán protocolos de contingencia que sumirán a México en el caos total.

¿Me estás amenazando? Te estoy mostrando la realidad, Omar. El arquitecto no es solo una organización, es parte del tejido mismo del Estado mexicano. Extirparlo de golpe provocaría un colapso institucional. Arfuch miró el mapa, la magnitud de la infiltración evidente en cada punto parpadeante. Por primera vez sintió que la tarea que enfrentaba podría ser imposible. “Tu padre entendió esto,”, continuó Videla. Por eso creó el protocolo Lázaro como un visturí, no como una bomba, para extirpar selectivamente el cáncer sin matar al paciente.

¿Y qué propones exactamente? Usa el protocolo como se diseñó para eliminar a Montoya y su facción. Después tendrás un asiento en la mesa. Podrás influir en la dirección futura del arquitecto, reformarlo desde dentro, como intentó hacer tu padre. Era una oferta tentadora en su perversidad, poder real para cambiar el sistema. Pero Harf sabía que aceptar significaría comprometer todo lo que creía, todo lo que había defendido en su carrera. “Necesito tiempo”, dijo finalmente para analizar la información del disco.

Videla asintió, aparentemente satisfecho con la respuesta. Tienes 48 horas, el mismo plazo que te dio la presidenta, curiosamente hizo una pausa significativa. Después de eso, Montoya habrá consolidado su posición y será demasiado tarde. Harfuch se volvió hacia sus hombres. Velasco, Ramírez, necesito que regresen al helicóptero y contacten con el resto del equipo, que se mantengan alerta. Cuando sus subordinados salieron, Harfuch se quedó a solas con Bautista y Videla. El peso de las decisiones que debía tomar parecía aplastarlo.

“¿Cómo sé que no estáis manipulándome?”, preguntó finalmente. “¿Que todo esto no es una elaborada construcción para conseguir la información del disco?” “No lo sabes,”, admitió Videla con sorprendente franqueza. Tendrás que decidir en quién confías, en nosotros, que al menos admitimos nuestra naturaleza o en un gobierno que pretende virtud mientras se pudre por dentro. Arfouch sacó el disco duro y lo contempló en su mano. El legado de su padre, el secreto de su abuelo, el futuro de México, todo contenido en este pequeño dispositivo.

Necesito un ordenador, dijo finalmente y privacidad absoluta. Videla sonrió. Un gesto que no alcanzó sus ojos calculadores. Por supuesto, Omar. Al fin y al cabo, esto es un asunto familiar. La pequeña habitación asignada a Harfuch, dentro del búnker subterráneo, contenía lo mínimo necesario, una cama, un escritorio con un ordenador de alta seguridad y una silla, sin ventanas, sin decoraciones, sin distracciones, el entorno perfecto para confrontar verdades incómodas. El disco duro de su padre estaba ahora conectado al ordenador, su contenido desplegado ante él como un mapa del infierno.

Durante las últimas 6 horas, Harf había navegado por un laberinto de documentos, fotografías, grabaciones y datos financieros que confirmaban lo inimaginable. El arquitecto no era una simple organización criminal, sino una estructura paralela al Estado mexicano, con raíces tan profundas que resultaba imposible determinar dónde terminaba una y comenzaba el otro. y lo más perturbador, los nombres, cientos de ellos organizados por niveles de influencia y áreas de operación, políticos que habían gobernado México, jueces de la Suprema Corte, generales condecorados, empresarios respetados, incluso periodistas premiados que servían como operadores mediáticos.

Entre ellos destacaba un nombre que hizo que el estómago de Harfuch se contrajera, Claudia Shainbaum. La actual presidenta de México aparecía clasificada como activo pasivo, alguien que no participaba directamente en las operaciones, pero que había sido instalada en su posición con apoyo de el arquitecto. “Imposible”, murmuró Harfuch pasándose una mano por el rostro exhausto, pero las pruebas eran contundentes. Transferencias financieras a sus campañas políticas, decisiones clave que favorecieron a empresas vinculadas con la organización, reuniones secretas con intermediarios conocidos.

Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. Rápidamente cerró los archivos más sensibles antes de responder. Adelante. Fernanda Bautista entró llevando una bandeja con café y comida. El gesto cotidiano resultaba extrañamente discordante en aquel contexto apocalíptico. Pensé que necesitarías esto dijo colocando la bandeja en la mesa. Has estado encerrado por horas. Harfuch asintió en agradecimiento. Aunque no tocó la comida. La desconfianza seguía siendo su instinto predominante. “¿Lo has visto todo?”, preguntó ella, sentándose en el borde de la cama.

Lo suficiente, respondió él cerrando la tapa del ordenador. La presidenta está realmente involucrada. Bautista hizo una mueca. No directamente, como muchos políticos, ella es más un producto del sistema que una participante activa. El arquitecto la apoyó porque la consideraba manejable y lo es. Hasta ahora. Bautista se encogió de hombros. Pero Montoya ha estado ganando influencia sobre ella. La orden de arresto contra ti lleva su firma, aunque dudo que comprenda completamente las implicaciones. Harfuch se levantó y comenzó a caminar por el reducido espacio, intentando ordenar sus pensamientos.

¿Cómo es posible que todo esto haya permanecido oculto durante décadas? ¿Cómo es que nadie ha hablado? Algunos lo han intentado”, respondió Bautista. “Periodistas principalmente. ¿Recuerdas a Regina Martínez, Javier Valdés, Miroslava Bridge?” Periodistas asesinados en circunstancias que oficialmente se habían atribuido a los cárteles. Harf sintió náuseas al comprender la implicación. “¿Y mi padre, si era parte de esto, ¿por qué preparó este disco? ¿Por qué recopiló todas estas pruebas? Bautista lo miró con algo parecido a la compasión. Tu padre experimentó lo que muchos experimentamos eventualmente, una crisis de conciencia.

comenzó como un creyente en la causa, en la necesidad de control para evitar el caos, pero con el tiempo vio como el arquitecto se corrompía, cómo la ambición personal reemplazaba la visión original y decidió destruirlo todo. No exactamente, decidió reiniciarlo. Bautista hizo un gesto hacia el ordenador. El protocolo Lázaro no es solo información, es un plan detallado para purgar el arquitecto de sus elementos más corruptos y reconstruirlo bajo nuevos principios. Harfuch sacudió la cabeza. Incrédulo. ¿Por qué reconstruir algo tan podrido?

¿Por qué no simplemente destruirlo? Porque tu padre entendió lo que quizás tú aún no. En México el vacío de poder siempre se llena. Si el arquitecto desaparece hoy, mañana surgirá algo peor, algo más caótico, más sangriento. Bautista se acercó bajando la voz. Tu padre no era un santo, Omar, pero tampoco era el monstruo que estás imaginando. Era un realista en un país donde el idealismo es un lujo que pocos pueden permitirse. El intercomunicador en la pared emitió un pitido.

La voz de Videla surgió metálica. Arfuch, necesitamos hablar. Ha habido un desarrollo importante. En la sala de control, Videla estaba de pie frente a las pantallas principales, donde noticieros nacionales transmitían en vivo. Harf sintió un escalofrío al ver su propio rostro en las pantallas bajo titulares acusatorios. Secretario de seguridad prófugo. Vínculos con el narco confirmados. Traición al más alto nivel. La operación mediática ha comenzado”, explicó Videla señalando las pantallas. Montoya está moviendo todas sus fichas. En una de las pantallas, el propio general Montoya, secretario de Defensa, ofrecía una conferencia de prensa.

Su rostro severo, marcado por décadas de servicio militar, transmitía autoridad inquebrantable mientras anunciaba, tras una exhaustiva investigación interna, hemos descubierto pruebas irrefutables de que el secretario García Harfuch ha mantenido vínculos operativos con diversas organizaciones criminales. Su huida tras el intento de arresto solo confirma su culpabilidad. El ejército mexicano ha desplegado todos sus recursos para su captura. Harfuk observó la escena con una mezcla de rabia y resignación. Era el escenario perfecto, convertirlo en el villano, desviar la atención de las verdaderas operaciones de Montoya.

¿Dónde está la presidenta?, preguntó. ¿Por qué no ha hecho ninguna declaración? Y aquí, respondió Videla, cambiando a otra pantalla donde Claudia Shinbaum aparecía en lo que parecía ser una reunión de emergencia del gabinete de seguridad. Su rostro mostraba preocupación y decepción. Como presidenta, estoy profundamente consternada por los eventos recientes, declaraba el secretario García Harfuch. Gozaba de mi plena confianza. Su aparente traición representa un golpe devastador para nuestra estrategia de seguridad. He ordenado una revisión completa de todas las operaciones bajo su mando.

Harfush sintió el impacto de las palabras como puñaladas físicas. La presidenta, a quien había servido con lealtad absoluta, lo estaba abandonando públicamente. Es el juego político comentó Bautista interpretando su expresión. Ella no puede arriesgar su capital político defendiéndote, no sin pruebas contundentes de tu inocencia. Las tengo, respondió Harfuch pensando en el contenido del disco. Puedo demostrar que todo esto es una operación de Montoya. ¿Y crees que te dejarán presentar esas pruebas? Videla soltó una risa amarga. El momento en que aparezcas públicamente estarás muerto.

Montoya ha movilizado no solo al ejército, sino también a sus operadores dentro de la policía federal, la fiscalía y hasta los grupos criminales. Todos tienen órdenes de neutralizarte en caso de resistencia. ¿Qué sugieren entonces?, preguntó Harfuch, aunque ya intuía la respuesta. Activar el protocolo Lázaro, respondió Videlas sin titubeos. Utilizar la información que tienes para atacar selectivamente a Montoya y su círculo cercano. Exponer solo lo necesario para desacreditarlo sin comprometer la estructura completa del arquitecto. Harfuch miró a Velasco y Ramírez, que habían regresado a la sala y permanecían silenciosos observando el intercambio.

Sus rostros reflejaban la misma lucha interior que él experimentaba. El conflicto entre ideales y supervivencia. Necesito consultar con mi equipo dijo finalmente a solas. Videla asintió y junto con Bautista salió de la sala dejando a Harfuch con sus dos hombres más cercanos. ¿Qué opinan? Preguntó Harf que estuvieron solos. Velasco fue el primero en hablar, su tono profesional apenas ocultando su turbación. Señor, desde una perspectiva táctica tienen razón. No podemos enfrentar a todo el sistema a la vez.

Sería un suicidio y moralmente, presionó Harfuch. Velasco guardó silencio incómodo con la pregunta. Fue Ramírez quien respondió. Moralmente estamos jodidos de cualquier forma, señor. Si no hacemos nada, Montolla gana y el arquitecto sigue operando. Si lo exponemos todo, causamos un colapso institucional que podría asumir a México en el caos. La opción menos mala parece ser el enfoque quirúrgico, eliminar a Montoya primero y después. Después ya veremos. Harfuch asintió lentamente. La lógica era impecable, aunque dejaba un sabor amargo.

Y ustedes están dispuestos a seguirme en esto sabiendo lo que implica. Podríamos estar cruzando líneas que jamás pensamos cruzar. Le seguiremos, señor, respondió Velasco sin vacilación. Hasta el final. Ramírez asintió en confirmación. lo que sea necesario para proteger a México, incluso si México nunca lo sabe. La decisión estaba tomada. Harfuch llamó a Videla y Bautista de regreso a la sala. Activaremos el protocolo, anunció, pero con mis condiciones. Primero, la seguridad absoluta de mi madre. Segundo, inmunidad completa para mi equipo.

Y tercero, una vez que Montoya haya sido neutralizado, revisaremos toda la estructura del arquitecto. No prometo mantenerlo. Prometo reformarlo hasta que ya no represente una amenaza para México. Videla estudió a Harfuch con mirada evaluadora. ambicioso. Y si me niego, entonces salgo de aquí y voy directamente a la embajada americana con toda la información, que sea lo que Dios quiera. Era un farol en parte. Harfush sabía que probablemente no llegaría ni a un kilómetro del búnker antes de ser capturado, pero también sabía que Videla no podía arriesgarse a que la información cayera en manos extranjeras.

Tus condiciones son aceptables, concedió finalmente Videla. Ahora dime, ¿cuál es el primer paso del protocolo? Harfuch había estudiado detenidamente el plan de su padre durante las últimas horas. Era meticuloso, casi artístico en su precisión. El primer paso es financiero explicó. Congelar las cuentas operativas de Montoya cortando su flujo de recursos. Para eso necesitamos a alguien dentro del sistema bancario internacional. Diana Ortiz, sugirió Bautista, subdirectora de operaciones del Banco de México, nivel tres en la jerarquía del arquitecto, pero distanciada de Montoya en los últimos años.

Harfuch consultó los archivos mentalmente. Ortiz aparecía efectivamente como un contacto potencialmente fiable, según las notas de su padre. Bien, la contactaremos primero. Harfuch hizo una pausa considerando el siguiente movimiento. Después necesitamos neutralizar el aparato mediático de Montoya. Hay un periodista, Alejandro Reyes, editor en jefe de El Universal. Según estos archivos, ha estado coordinando la campaña mediática contra mí. Reyes es un peón, comentó Videla, fácil de presionar con la información correcta. No quiero amenazas”, aclaró Harfuch. “quiero ofrecerle una historia mejor.

Documentos que vinculan a Montoya directamente con masacres, como la de Ayotzinapa. Algo tan grande que no pueda resistirse, incluso sabiendo los riesgos. Arriesgado, comentó Bautista, pero podría funcionar. Y finalmente, continuó Arfuch, necesitamos protección judicial, un amparo que frene la orden de arresto contra mí el tiempo suficiente para presentar nuestro caso. Eso será lo más difícil”, intervino Ramírez. “La mayoría de los jueces federales estarán demasiado asustados para contradecir abiertamente a Montoya.” “No todos”, respondió Harfuch recordando un nombre de los archivos.

Elena Vázquez, ministra de la Suprema Corte. Según estos datos, rechazó repetidamente los acercamientos del arquitecto. Es una de las pocas figuras genuinamente independientes en el sistema judicial. Videl apareció impresionado. Has estudiado bien los archivos. Vázquez es efectivamente incorruptible, lo cual la hace tanto valiosa como peligrosa. ¿Cómo la contactamos sin exponernos? preguntó Velasco a través de su hijo. Respondió Harfuch. Marcos Vázquez fue mi compañero en la academia de policía. Confía en mí. El plan comenzaba a tomar forma.

No era perfecto y ciertamente no era limpio, pero ofrecía un camino a través del laberinto. Todo esto asume que tenemos tiempo”, advirtió Videla señalando las pantallas donde los noticieros seguían demonizando a Harfuch. Montoya está acelerando el proceso. Ya hay retenes militares en todas las carreteras principales y equipos tácticos registrando propiedades vinculadas contigo y tu familia. Entonces, debemos movernos ahora, decidió Harfuch. Se volvió hacia su equipo. Velasco, necesito que contactes a Diana Ortiz usando los protocolos seguros detallados en estos archivos.

Ramírez localiza a Marcos Vázquez. Yo me encargaré de Reyes. Mientras el equipo se dispersaba para cumplir sus tareas, Harfuch se quedó a solas con Videla. El viejo general lo observaba con una expresión indescifrable, mezcla de respeto y cálculo. “Te pareces más a tu padre de lo que crees”, comentó finalmente. Él también tenía esa capacidad para adaptarse, para tomar decisiones difíciles cuando era necesario. No me compares con él. respondió Harfuch secamente. Aún no sé si era un héroe intentando cambiar el sistema desde dentro o un cómplice que se arrepintió demasiado tarde.

Quizás era ambas cosas, sugirió Videla, como todos nosotros. Harfch no respondió. se acercó a las pantallas observando el país que creía conocer, el país que había jurado proteger, ahora convertido en un tablero de ajedrez donde él era simultáneamente pieza y jugador. “Una última pregunta”, dijo sin apartar la mirada de las pantallas. “Mi abuelo, ¿él realmente creó todo esto? El arquitecto fue su idea?” Videla se situó a su lado contemplando también las imágenes. Marcelino era un hombre que vio claramente la realidad mexicana después de Tlatelolco.

Entendió que el control total era imposible, pero que el caos total era inaceptable. El arquitecto nació como un compromiso. Permitir ciertos males para evitar males mayores. Harfuch asintió lentamente, asimilando la información. Y ahora me toca a mí decidir qué compromisos estoy dispuesto a aceptar. Exactamente. Videla colocó una mano en su hombro, un gesto casi paternal que Harfuch resistió el impulso de rechazar. Bienvenido a la verdadera política mexicana, Omar, donde las decisiones nunca son entre el bien y el mal, sino entre diferentes tonalidades de gris.

La noche había caído sobre México cuando Harfush emergió del búnker subterráneo irreconocible bajo su nuevo aspecto. El cabello teñido de gris, gafas de montura gruesa y una barba postiza transformaban completamente su rostro. La ropa gastada de trabajador de la construcción completaba el disfraz. El vehículo está listo”, informó Ramírez, igualmente irreconocible con su uniforme de conductor de empresa de seguridad privada. Documentación falsa, placas limpias y la ruta está despejada según nuestros contactos. Harfuch asintió verificando la pistola oculta bajo su chaqueta.

Una precaución necesaria, aunque esperaba no tener que usarla. El plan requería sigilo, no fuerza bruta. Velasco ya está en posición, respondió Ramírez. Ha establecido contacto con Ortiz. Ella accedió a reunirse, pero solo durante 15 minutos. Está asustada. Con razón, murmuró Harfuch. Diana Ortiz estaba jugando un juego peligroso al aceptar reunirse con el hombre más buscado de México. El camino hacia la Ciudad de México fue tenso. Cada retén militar, cada patrulla federal representaba un peligro potencial, pero los documentos falsos proporcionados por Videla resultaron impecables.

Y el disfraz de Harfía prácticamente invisible, un trabajador más regresando a casa después de una larga jornada. La verdadera prueba llegó al entrar en la capital. La presencia militar era abrumadora, especialmente alrededor de edificios gubernamentales y zonas financieras. Pantallas gigantes en reforma transmitían su fotografía con la palabra buscado en letras rojas. La campaña mediática es impresionante”, comentó Ramírez mientras conducían. “Nunca había visto algo así, ni siquiera para los capos más peligrosos, porque represento una amenaza mayor para ellos,”, respondió Harfuch.

“Un capo puede quitarles dinero o territorio. Yo puedo quitarles todo el sistema.” El lugar acordado para el encuentro con Diana Ortiz era un viejo café en la colonia Roma, suficientemente concurrido para pasar desapercibidos, pero no tan popular como para arriesgarse a ser reconocidos. Harfuch entró solo dejando a Ramírez vigilando desde el vehículo. Ortiz ya estaba allí, sentada en una mesa del fondo, una taza de café intacta frente a ella. Mujer de mediana edad, elegante pero discreta. Su postura rígida delataba su nerviosismo, pese a su expresión serena.

Harfuch se sentó frente a ella sin decir palabra. Ortiz lo estudió brevemente buscando rastros del hombre cuyo rostro aparecía en todas las pantallas de la ciudad. “El café aquí siempre ha sido mediocre”, dijo finalmente ella, la frase clave acordada para la identificación. “Pero la vista compensa el sabor”, respondió Harfuch completando el protocolo. Ortiz asintió, relajándose ligeramente. “Tienes 15 minutos, secretario, y estoy arriesgando más que mi carrera al estar aquí. Lo sé y lo agradezco. Harf directo al punto.

Necesito tu ayuda para acceder a las cuentas operativas de Montoya. Ortiz palideció visiblemente. Tienes idea de lo que me estás pidiendo. Esas cuentas están protegidas no solo por el sistema bancario mexicano, sino por toda una red internacional. Montoya tiene conexiones en Suiza, Singapur, Islas Caimán y tú tienes los códigos de acceso para todas ellas, completó Harfuch. Nivel tres en la jerarquía, encargada de la supervisión financiera del sector oeste. La mujer se quedó inmóvil, su rostro una máscara de shock.

¿Cómo? Esa información. Mi padre era meticuloso”, explicó Harfuch inclinándose hacia delante. “Cada nivel, cada operador, cada cuenta, todo está documentado en el protocolo Lázaro. El protocolo Lázaro es un mito”, susurró Ortiz, pero la duda en su voz traicionaba su certeza. Una historia para asustar a los miembros disccolos. “Es muy real.” Harfuch extrao un pequeño dispositivo USB y lo deslizó sobre la mesa. Aquí hay una muestra solo para que veas con quién estás tratando. Ortiz tomó el dispositivo con dedos temblorosos.

¿Qué gano yo con esto? Si Montoya descubre que lo traicioné, te ofrezco lo mismo que a todos los colaboradores del protocolo, inmunidad y protección. Cuando esto termine, tendrás dos opciones. Un nuevo comienzo en el extranjero con identidad limpia o un lugar en la nueva estructura. La nueva estructura. Ortiz soltó una risa amarga. ¿Realmente crees que puedes reformar el arquitecto? Hombres mejores que tú lo han intentado. No pretendo reformarlo corrigió Harfouch. Pretendo controlarlo el tiempo suficiente para desmantelarlo gradualmente sin causar un colapso.

La mujer lo estudió en silencio, evaluando su sinceridad. Finalmente asintió. Te ayudaré. No porque crea en tu plan, sino porque Montoya representa un peligro mayor. Se ha vuelto errático, hambriento de poder. Sus últimas operaciones han causado demasiadas muertes innecesarias. Necesito resultados en 24 horas”, presionó Harfuch. “Montoya debe despertar mañana sin acceso a sus recursos. ” “Imposible hacer todo en 24 horas”, respondió ella. Son más de 30 cuentas en 12 jurisdicciones diferentes, pero puedo congelar las principales, las que utiliza para operaciones inmediatas.

Eso te dará tiempo. Es suficiente. ¿Cómo te contacto? Ortiz extrajo teléfono desechable de su bolso. Este número, un solo mensaje. Café servido. Yo entenderé. Harfuch asintió memorizando el número. El primer contacto estaba asegurado. Ahora el segundo objetivo. Alejandro Reyes, el periodista. Se despidieron sin ceremonias. Harfuch esperó 10 minutos después de la salida de Ortiz antes de abandonar también el café. En el vehículo, Ramírez esperaba con noticias. Velasco reporta complicaciones, informó tan pronto como Harfuch se sentó. No ha podido localizar a Marcos Vázquez.

Parece que la jueza Vázquez y su familia están bajo vigilancia disimulada. “Ontoya está cubriendo todas sus bases”, murmuró Harfuch. “Sabe que buscaré apoyo judicial. ¿Hay algo más?” Ramírez le pasó un teléfono donde se reproducía un video reciente. En él, el general Montoya ofrecía una nueva conferencia de prensa. Tenemos información fidedigna de que el fugitivo García Jarfuch ha contactado con potencias extranjeras, ofreciendo secretos de Estado a cambio de asilo político. Esto eleva sus crímenes de corrupción a traición directa contra la patria, lo que justifica el uso de todos los recursos del Estado para su captura inmediata.

Harfuch observó el video con expresión pétrea. La estrategia de Montoya era clara, convertirlo en enemigo del Estado, no solo del gobierno, un traidor contra el que cualquier acción estaría justificada. Cambiamos de planes, decidió Reyes. Tendrá que esperar. Necesitamos a la jueza Vázquez ahora, antes de que Montoya la neutralice. ¿Cómo la contactamos si está vigilada? Parfuch reflexionó un momento. Su rutina. Todos los jueves por la noche asiste a conciertos en bellas artes. Es conocida por ser inflexible con sus hábitos, incluso durante crisis.

Hoy es jueves”, confirmó Ramírez consultando su reloj. Exacto. Y hay un concierto de la sinfónica nacional a las 20. Estaremos allí. El palacio de bellas artes resplandecía en la noche mexicana, su cúpula dorada brillando bajo los reflectores. A pesar de la crisis política, el concierto procedía con normalidad. La cultura, reflexionó Harfush amargamente. Siempre había servido como distracción para las élites mientras el país ardía. Infiltrarse entre el público elegante fue sorprendentemente sencillo. Nadie esperaría que el fugitivo más buscado de México apareciera en un evento cultural.

Harfuch localizó rápidamente a la jueza Vázquez en su palco habitual, acompañada por lo que parecía ser un guardaespaldas discreto. Seguridad privada, no oficial, murmuró a Ramírez, quien observaba desde otra posición. Montoya no se ha atrevido a ponerle vigilancia directa aún. Durante el intermedio, Harfuch implementó el plan. Mientras la jueza se dirigía al baño, él interceptó a una de las acomodadoras, deslizando en su mano una generosa propina junto con una nota. “Para la señora del palco siete”, instruyó.

“Es urgente. ” La acomodadora, una mujer mayor que había visto todo tipo de dramas en aquel recinto, asintió sin hacer preguntas. Minutos después, Elena Vázquez leía la nota en la privacidad de su palco. Su hijo Marcos está en peligro. Encuentro en la capilla de San Agustín después del concierto. Su antiguo amigo Parfuch observó su reacción desde la distancia. La jueza mantuvo la compostura, pero su mano temblorosa al guardar la nota revelaba su inquietud. El resto del concierto transcurrió en tensa espera.

Cuando concluyó, Harfuch y Ramírez se dirigieron rápidamente a la pequeña capilla colonial ubicada a tres calles del palacio. Una reliquia histórica raramente visitada por turistas o locales. La jueza llegó 15 minutos después sola. Su presencia imponente, cultivada durante décadas en las más altas esferas judiciales, contrastaba con el entorno modesto de la capilla desierta. Secretario García Harfuch dijo al reconocerlo a pesar del disfraz, debería entregarlo a las autoridades inmediatamente. Pero no lo hará, respondió él con calma, porque sabe que algo no cuadra en toda esta situación.

La jueza entrecerró los ojos. ¿Dónde está mi hijo? está realmente en peligro. No lo sé, admitió Harfug. Pero lo estará si Montoya descubre que estoy intentando contactarlo a usted y a juzgar por su pregunta, ya han perdido comunicación con él. Vázquez apretó los labios, confirmando sin palabras la suposición. Habla rápido, secretario. Mi paciencia y mi indulgencia tienen límites. Montoya es parte de una organización criminal infiltrada en las más altas esferas del gobierno”, explicó Harfuch yendo directamente al grano.

“Se llama el arquitecto. Mi padre documentó toda su estructura antes de morir y ahora Montoya intenta silenciarme para evitar que esa información salga a la luz. Acusaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”, respondió la jueza, aunque su tono sugería más interés que escepticismo. Harfuch extrajo una tableta de su chaqueta y se la entregó. Aquí tiene las pruebas, transacciones financieras, grabaciones, fotografías, nombres, todo. Mientras la jueza examinaba el contenido, su expresión pasó de la incredulidad al horror contenido. Si esto es auténtico, lo es.

Y hay más, mucho más. Necesito su ayuda, ministra. Un amparo que frene la cacería contra mí el tiempo suficiente para presentar formalmente estas pruebas. Vázquez continuó revisando los documentos, su mente jurídica evaluando cada detalle. Esto va más allá de un amparo, secretario. Esto requeriría una investigación federal completa, posiblemente internacional. Lo sé, pero necesitamos empezar por algún lado y necesitamos protección judicial para hacerlo. La jueza levantó finalmente la mirada de la tableta. ¿Por qué? Hay otros jueces. otros canales, porque según estos mismos archivos, usted es una de las pocas figuras judiciales que ha resistido consistentemente la influencia del arquitecto porque su historial es impecable y porque mi padre confiaba en usted.

La mención de su padre captó la atención de la jueza. Javier García Paniagua. Trabajamos juntos brevemente hace muchos años. Él la respetaba y sabía que llegado el momento, usted pondría la justicia por encima de todo. Vázquez guardó silencio, evidentemente debatiéndose entre el deber institucional y el deber moral. Finalmente tomó una decisión. Necesito 24 horas para verificar parte de esta información. Si resulta auténtica, redactaré personalmente un amparo de protección, pero con condiciones. Deberá entregarse voluntariamente a una custodia judicial especial bajo mi supervisión directa.

Aceptado, respondió Harfuch sin titubear. ¿Cómo la contacto? No lo haga, yo lo contactaré. La jueza devolvió la tableta. Mi hijo puede ayudarlo. Tengo hombres buscándolo ya. Si Monto ya lo tiene, lo encontraremos. La jueza asintió una chispa de vulnerabilidad humana, atravesando brevemente su fachada profesional. Una última pregunta, secretario. ¿Usted es parte de esto del arquitecto? No, respondió Arfouch con convicción, pero mi padre lo fue y ahora me toca a mí desmantelarlo. Entonces le deseo suerte, dijo ella, dirigiéndose hacia la puerta.

la necesitará. Cuando la jueza se marchó, Ramírez se acercó a Harfuch. ¿Confías en ella? No tenemos alternativa, respondió sinceramente. Pero creo que sí. Si hay alguien en el sistema judicial que puede mantener su integridad frente a esto, es ella. El teléfono seguro de Harfuch vibró con un mensaje de Velasco. Objetivo periodista localizado. Vargante, centro histórico. Solo. Vamos, ordenó Harfuch. Alejandro Reyes el siguiente. El Bargante era un establecimiento discreto en una callejuela del centro histórico frecuentado por periodistas y políticos de nivel medio.

Alejandro Reyes, editor en jefe de uno de los periódicos más influyentes del país, ocupaba su mesa habitual en un rincón bebiendo whisky solo mientras revisaba documentos en su tableta. Arfou entró sin Ramírez, quien permaneció vigilando desde el exterior. se acercó directamente a la mesa del periodista y se sentó frente a él sin pedir permiso. Reyes levantó la mirada irritado por la intrusión, observó el rostro disfrazado de Harfuch sin reconocimiento. “Esta mesa está ocupada”, dijo secamente. “Lo sé, Alejandro”, respondió Harfuch bajando la voz.

“Soy yo, García Harfuch”. El periodista palideció, su mano buscando instintivamente el teléfono en su bolsillo. Harfuch lo detuvo con un gesto. Si quisiera hacerte daño, no estaríamos hablando. Solo quiero ofrecerte la historia de tu vida. La historia de mi vida o el final de ella, replicó Reyes, recuperando parcialmente la compostura. Eres el hombre más buscado del país. Estar sentado contigo me convierte en cómplice o en el periodista que destapó la mayor conspiración gubernamental desde los años 70.

Contraró Harfuch. Depende de tu perspectiva. La ambición profesional brilló en los ojos de Reyes. Como todo periodista de investigación soñaba con el gran golpe la historia que definiera su carrera. Te escucho. 5 minutos. Harfuch fue directo. El general Montoya encabeza una organización criminal llamada El arquitecto, que ha infiltrado las más altas esferas del gobierno durante décadas. controla jueces, políticos, empresarios y me está persiguiendo porque tengo las pruebas para demostrarlo. Suena a teoría conspirativa”, comentó Reyes, aunque su tono había perdido escepticismo.

“¿Y por qué acudir a mí? He estado publicando artículos contra ti toda la semana porque te ordenaron hacerlo, porque eres el mejor en lo que haces y porque, según mis fuentes, en el fondo sigue siendo el idealista que comenzó en periodismo de investigación hace 20 años. Reyes bebió un sorbo de whisky evaluando a Harfuch. Supongamos que te creo. ¿Qué tienes exactamente? Arfuch extrajo pequeño dispositivo de memoria. Todo, nombres, fechas, transacciones, grabaciones, la estructura completa del arquitecto, incluido tu jefe directo, Carlos Mendoza, quien recibe pagos mensuales para controlar la línea editorial.

Reyes tomó el dispositivo, su rostro, un estudio de conflicto interno. Publicar esto sería suicidio profesional, posiblemente suicidio literal. Oh, el premio nacional de periodismo, respondió Harfuch, y mi protección personal si la necesitas. Tu protección. Reyes soltó una risa amarga. No puedes protegerte ni a ti mismo. Eso es lo que Montoya quiere que todos crean. La realidad es más compleja. El periodista guardó el dispositivo en su bolsillo a un indeciso. ¿Cuándo quieres que publique esto? en 36 horas exactamente.

Para entonces las cuentas de Montoya estarán congeladas y yo tendré protección judicial. Será el momento perfecto para el golpe mediático. Si es que sigo vivo para entonces, murmuró Reyes. Mantén un perfil bajo hasta el momento, aconsejó Harfuch. No investigues, no hagas preguntas, no alertes a nadie, simplemente prepara el material y espera mi señal. Arfuch se levantó para marcharse, pero Reyes lo detuvo con una pregunta final. ¿Por qué haces esto, Harfuch? ¿Venganza, justicia? ¿O solo estás intentando salvar tu pellejo?

Harfuch consideró la pregunta más tiempo del que esperaba. Hace una semana te habría dicho que por justicia. Ahora, ahora no estoy seguro. Quizás sea por el país que creí estar protegiendo todos estos años. O quizás solo estoy tratando de entender qué tipo de hombre era realmente mi padre. El periodista asintió. Una nueva comprensión en su mirada. Te contactaré cuando esté listo. Al salir del bar, Harfuch encontró a Ramírez esperándolo con expresión tensa. “Tenemos un problemas”, informó sin preámbulos Velasco acaba de reportar.

“La jueza Vázquez ha sido detenida al salir de Bellas Artes. Oficialmente por su propia seguridad, pero sabemos lo que significa.” Harf sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Montoya se nos adelantó. ¿Alguna noticia sobre su hijo? Ninguna. ¿Y hay algo más? Ramírez le mostró su teléfono con un mensaje encriptado. Búnker comprometido. El viejo ha sido trasladado. Repito, el viejo ha sido trasladado. Mi abuelo, murmuró Harfuch. Montoya va por todos los frentes a la vez. ¿Qué hacemos ahora?

El plan se está desmoronando. Harfuch miró hacia el cielo nocturno de la Ciudad de México, apenas visible entre la contaminación y las luces. Recordó las palabras de Videla sobre las decisiones en política mexicana. Nunca entre el bien y el mal, sino entre distintos tonos de gris. Activamos el plan de contingencia, decidió. Si Montoya quiere guerra total, la tendrá. El amanecer encontró a la Ciudad de México en estado de alerta máxima. Retenes militares en cada entrada importante, patrullas federales recorriendo las principales avenidas y el rostro de Omar García Harfuch en cada pantalla pública con la palabra traidor estampada en rojo.

La maquinaria del Estado se había movilizado completamente contra un solo hombre. En un modesto departamento de la colonia Narbarte, estratégicamente alejado del centro de operaciones, pero con vías rápidas de escape, Harfuch contemplaba las noticias matutinas con expresión impasible. A su alrededor, su equipo reducido trabajaba frenéticamente, coordinando los movimientos del plan de contingencia. Confirmado, informó Velasco apartando el auricular de su oído. Diana Ortiz ha cumplido su parte. Las principales cuentas operativas de Montoya están congeladas. No podrá mover fondos significativos en al menos 48 horas.

Era la primera buena noticia en una noche de reveses continuos. Harfush asintió, permitiéndose un momento de satisfacción antes de volver a la realidad aplastante. ¿Alguna noticia sobre la jueza Vázquez? oficialmente está bajo protección especial en una residencia militar”, respondió Ramírez consultando su tableta. Extraoficialmente es una prisionera sin comunicación externa, sin acceso a su equipo judicial y su hijo. Nada aún. Nuestros contactos en hospitales y morgues no reportan ingresos que coincidan con su descripción. Es posible que esté vivo, quizás como moneda de cambio.

Harfush procesó la información calculando sus opciones cada vez más limitadas. Sin la jueza, el amparo judicial quedaba en suspenso. Sin amparo seguía siendo un fugitivo, sin protección legal. El tiempo se agotaba. ¿Qué hay de Reyes? El periodista ha dado señales. Actividad inusual en los servidores de El Universal. informó uno de los técnicos monitoreando varias pantallas simultáneamente. Están preparando algo grande para la edición digital. Parece que Reyes está cumpliendo su parte, pero sin protección judicial la publicación por sí sola no bastará”, comentó Velasco.

Montoa puede desacreditarla como propaganda de un fugitivo o simplemente bloquear su distribución. Harfush lo sabía. Necesitaban un elemento adicional, algo que cambiara radicalmente el equilibrio de poder. El video decidió finalmente, “Es hora de usar el video de mi padre.” Un silencio tenso cayó sobre la habitación. Todos sabían a qué se refería. Entre los archivos del protocolo Lázaro había un video grabado por Javier García Paniagua poco antes de su muerte, un testimonio completo sobre la creación y operación del arquitecto con nombres, fechas, operaciones específicas, la bomba nuclear del arsenal informativo que poseían.

Señor, intervino Ramírez preocupado. Ese video implica a figuras históricas, incluyendo a su abuelo. Literalmente reescribiría la historia contemporánea de México y posiblemente desestabilizaría al país entero”, añadió Velasco. Era el último recurso del protocolo. Su padre especificó que solo debía usarse si todas las demás opciones fallaban. Harfuch se pasó una mano por el rostro exhausto. Y no han fallado ya. Montoya tiene a la jueza. El búnker está comprometido. Mi abuelo ha sido trasladado a algún lugar desconocido. Estamos contra la pared.

Antes de que alguien pudiera responder, el teléfono seguro de Harfuch vibró con un mensaje. Conexión establecida. La ira de Dios está lista. La ira de Dios. El código para el arma más poderosa del protocolo Lázaro. Un ataque cibernético masivo diseñado para paralizar temporalmente los sistemas de comunicación gubernamentales, exponiendo simultáneamente documentos clasificados seleccionados en todos los servidores oficiales. “Parece que alguien ha tomado la decisión por nosotros”, murmuró Harfch mostrando el mensaje a su equipo. El protocolo avanza con o sin nuestra aprobación.

¿Quién pudo autorizarlo? Preguntó Velasco alarmado. Solo usted y Videla tenían los códigos de acceso. La respuesta llegó en forma de otro mensaje. Tu madre está a salvo. Ella autorizó la secuencia. El viejo confió en ella el código de emergencia. Tienes 30 minutos para posicionarte. Después todo cambiará. María Sorté. La pieza que todos habían subestimado, incluido el propio Harfuch. Su madre no era solo la esposa de Javier García Paniagua, era su confidente, su compañera en la conspiración para reformar el arquitecto.

“Mi madre”, murmuró Harfuch, una nueva comprensión amaneciendo en su interior. Ella sabía todo desde el principio. “Señor, si la ira de Dios se activa, necesitamos estar preparados. Urgió Ramírez. El caos será generalizado. Arfush asintió, su mente enfocándose nuevamente. Preparen el vehículo y el equipo. Necesitamos llegar al Palacio Nacional antes de que todo explote. El Palacio Nacional. Velasco parecía incrédulo. Es la boca del lobo. La presidenta estará allí rodeada de seguridad, incluyendo hombres de Montoya. Exactamente, confirmó Harfouch.

Cuando los sistemas caigan, cuando los documentos se filtren, ella necesitará respuestas inmediatas y yo se las daré personalmente. Es un suicidio, protestó Ramírez. Es nuestro único camino, corrigió Harfuch. La presidenta no está completamente corrompida según los archivos. es manipulada, utilizada, pero no es parte activa del arquitecto. Si logro llegar a ella directamente, mostrarle las pruebas sin la interferencia de Montoya. El plan era arriesgado, posiblemente fatal, pero como había aprendido en los últimos días, todas las opciones en este juego conllevaban riesgos mortales.

Mientras el equipo preparaba frenéticamente la operación, Harfuch se retiró a un rincón. para un momento de reflexión privada. Extrajo de su bolsillo una vieja fotografía. Él, adolescente junto a su padre en la graduación de preparatoria, ambos sonrientes, ajenos al destino que les esperaba. “Esto es lo que querías, papá”, murmuró a la imagen. “Que completara tu trabajo o esperabas que fuera mejor que tú, que encontrara un camino más limpio?” La fotografía, naturalmente no respondió. Pero en su mente, Harf creía entender finalmente a su padre, un hombre atrapado entre ideales y realidades, intentando navegar un sistema corrupto sin ser completamente consumido por él.

“Señor, estamos listos”, llamó Velasco desde la puerta. “20 minutos para el lanzamiento de la ira de Dios”. Harf guardó la fotografía y se incorporó asumiendo nuevamente el mando. En marcha, el recorrido hacia el Palacio Nacional fue una prueba de nervios y habilidad. La ciudad estaba en alerta máxima con patrullajes aleatorios y puntos de control improvisados. El disfraz de Harfuch y los documentos falsificados fueron puestos a prueba tres veces, pero resistieron el escrutinio. A 5 minutos del Zócalo, el dispositivo seguro de comunicación emitió la cuenta regresiva final.

La ira de Dios en t menos 5 minutos. Prepárense, ordenó Harfuch a su equipo. Cuando los sistemas caigan, tendremos exactamente 7 minutos de confusión antes de que los protocolos de emergencia se activen. El vehículo se detuvo en una calle lateral a 200 m de la entrada trasera del palacio. Desde allí podían observar el movimiento de guardias y funcionarios, la rutina normal de la sede del poder ejecutivo mexicano. menos un minuto”, anunció el dispositivo. Harfuch respiró profundamente, revisando mentalmente cada paso del plan.

Era arriesgado, posiblemente suicida, pero era su mejor oportunidad para cambiar el curso de los acontecimientos. Ahora dijo simplemente cuando el contador llegó a cero, no hubo explosión, ni sonido, ni señal visible del ataque, pero los efectos fueron inmediatos y devastadores. A su alrededor, las luces de la zona comenzaron a parpadear erráticamente. Las pantallas publicitarias del Zócalo se apagaron de golpe. Los radios de la policía y seguridad gubernamental emitieron una cacofonía de estática antes de quedar en silencio absoluto.

Ha comenzado, confirmó Ramírez monitoreando su dispositivo especializado. Los sistemas de comunicación gubernamental están cayendo en cascada. Servidores centrales comprometidos, firewalls desactivados. Harfuch observó como el caos se extendía metódicamente, guardias de seguridad consultando frenéticamente sus radios inservibles, funcionarios saliendo apresuradamente del palacio, confundidos por la repentina pérdida de comunicaciones. Y lo más importante, los protocolos regulares de seguridad interrumpidos. Segunda fase activada, informó Velasco. Las filtraciones están en marcha. documentos clasificados apareciendo simultáneamente en todos los portales oficiales y redes sociales.

Era el momento de actuar. Arfuch ajustó su disfraz una última vez y dio las instrucciones finales. Ramírez, mantén el vehículo listo para extracción de emergencia. Velasco, conmigo. Recuerda, no somos amenazas, somos soluciones en medio del caos. Con paso decidido, pero sin llamar la atención, Harfuch y Velasco se dirigieron hacia la entrada trasera del palacio, donde la confusión ya era evidente. Guardias presidenciales intentando comunicarse por radios muertos. Funcionarios de alto nivel exigiendo información que nadie podía proporcionar. La belleza del plan residía en su simplicidad.

En medio del caos, dos hombres con aspecto de técnicos informáticos avanzando con propósito, no despertarían sospechas inmediatas. Todos asumirían que venían a solucionar el problema. Soporte técnico de emergencia, declaró Velasco al primer cordón de seguridad mostrando credenciales falsificadas que en circunstancias normales no habrían resistido un escrutinio minucioso. Protocolo Delta 7 activado. Necesitamos acceso inmediato a la red central. El guardia, visiblemente nervioso y sin forma de verificar la información, los dejó pasar tras una inspección superficial. Una vez dentro, la familiaridad de Harfuch con el Palacio Nacional, resultado de incontables reuniones de seguridad, guió sus pasos por pasillos secundarios, evitando las áreas de mayor concentración de personal.

“6 minutos”, murmuró Velasco consultando su reloj. “Los sistemas de respaldo comenzarán a activarse pronto. La oficina presidencial está en el ala este”, respondió Harfuch. Si la presidenta sigue el protocolo de emergencia, estará siendo trasladada al búnker subterráneo. Efectivamente, al doblar un recodo, vislumbraron un grupo de guardias presidenciales escoltando a una figura femenina hacia los elevadores de seguridad. Claudia Shane Baum, con expresión de preocupación controlada, avanzaba rodeada por su círculo más cercano, y entre ellos, como una sombra ominosa, el general Montoya.

Cambio de planes”, susurró Harfuch deteniéndose en seco. “Si abordamos ahora, Montoya me reconocerá inmediatamente. El búnker entonces no demasiado arriesgado. Necesito a la presidenta sola.” Harfuch analizó rápidamente sus opciones. El caos había creado una oportunidad, pero también complicaciones imprevistas. “Monto pegado a la presidenta, era la peor de ellas.” Tengo una idea”, dijo finalmente. “Sígueme.” En lugar de seguir al grupo presidencial, tomaron un pasillo lateral que conducía a la sala de comunicaciones del palacio, ahora sumida en un frenecí de técnicos, intentando restaurar los sistemas.

“Necesitamos la terminal 7”, indicó Harfch, moviéndose con autoridad entre el personal confundido. Es la única conectada directamente al búnker presidencial. localizaron la terminal, actualmente desatendida, mientras los técnicos se concentraban en los servidores principales. Harfuch tomó asiento y comenzó a teclear rápidamente. “¿Qué estás haciendo?”, preguntó Velasco, vigilando nerviosamente sus espaldas, enviando un mensaje directo al búnker, un mensaje que solo la presidenta entenderá. En la pantalla Harfuch escribió: “Protocolo Ketzalcoatl activado. La información sobre Santa Lucía está comprometida. reunión urgente en la sala verde.

Solo usted. El código Ketzal Coatl había sido establecido entre Harfuchs y la presidenta meses atrás como canal de emergencia absoluta. Santa Lucía, el aeropuerto militar convertido en proyecto insignia de su administración era su punto débil político un tema que generaría su atención inmediata. Funcionará”, dudó Velasco. “Si todavía confía en mí, aunque sea un poco, sí”, respondió Arfuch completando el mensaje. Y si no, bueno, al menos lo intentamos. El mensaje enviado ahora solo quedaba esperar y moverse. La sala verde, una pequeña sala de reuniones en el primer piso, raramente utilizada, sería su punto de encuentro si la presidenta decidía acudir.

4 minutos, advirtió Velasco mientras se dirigían discretamente hacia la ubicación acordada. Los sistemas auxiliares comenzarán a funcionar en cualquier momento. La sala verde estaba desierta cuando llegaron sus paredes cubiertas de tapices históricos y retratos de presidentes pasados. Harfuch cerró la puerta tras ellos y preparó rápidamente la tableta con las pruebas más contundentes contra Montoya. Tú espera fuera”, ordenó a Velasco. “Si viene con escolta, avísame inmediatamente. Los minutos que siguieron fueron eternos. Cada segundo que pasaba reducía sus posibilidades.

Si la presidenta no aparecía, si decidía ignorar el mensaje o peor aún compartirlo con Montoya.” La puerta se abrió silenciosamente. Claudia Shainbaum entró sola. Su rostro, una máscara de tensión controlada. Al ver a Harfuk, su expresión cambió a una mezcla de sorpresa E ira. Secretario García Harfuch, dijo, su voz apenas un susurro. Debería hacer que lo arresten inmediatamente, pero no lo hará. Respondió él con calma estudiada. No hasta escuchar lo que tengo que decir. ¿Tienes idea de lo que has hecho?

Todo el sistema gubernamental está colapsando, documentos clasificados apareciendo en todas partes. Es un ataque sin precedentes contra el Estado mexicano, no contra el Estado, corrigió Harfush. Contra quienes lo han secuestrado desde dentro, específicamente contra esto. Activó la tableta mostrándole un documento que detallaba transferencias millonarias de cárteles hacia cuentas controladas por Montoya. Luego fotografías del general reunido secretamente con líderes criminales conocidos. Finalmente, órdenes directas firmadas por él para la liberación de prisioneros específicos a través de jueces controlados.

La presidenta observó la evidencia en silencio, su rostro revelando progresivamente con moción y horror. ¿De dónde has sacado esto?, preguntó finalmente su voz apenas audible. de mi padre, quien lo recopiló durante años como parte de una investigación sobre algo llamado El arquitecto, una organización que ha infiltrado el gobierno mexicano durante décadas. Montoa es solo la cara visible actual. Harfuch continuó explicando rápidamente la estructura del arquitecto, la participación de su padre, el intento de reforma que le costó la vida y cómo Montoya ahora intentaba eliminarlo a él para evitar que la verdad saliera a la luz.

¿Por qué debería creerte? preguntó la presidenta después de escuchar todo. Esto podría ser una elaborada fabricación para salvarte, porque en 30 segundos, cuando los sistemas se restablezcan parcialmente, verá que estos mismos documentos están siendo publicados simultáneamente en todos los portales gubernamentales y medios independientes. Y porque esto explica por qué, a pesar de todos sus esfuerzos, la violencia del narcotráfico nunca disminuye. Realmente, como para confirmar sus palabras, las luces parpadearon y se estabilizaron. Los sistemas auxiliares comenzaban a funcionar.

La presidenta permaneció en silencio, evaluando sus opciones. Harf sabía que estaba en una posición imposible. Si lo apoyaba, se enfrentaría a Montoya y posiblemente a toda la estructura corrupta del arquitecto. Si lo rechazaba, sería cómplice, voluntaria o no, de la continuación del sistema. Necesito pruebas irrefutables”, dijo finalmente. “Algo que no pueda ser manipulado o negado. ” Harfuch extrajo un pequeño dispositivo de su bolsillo. Este es el testimonio completo de mi padre grabado días antes de su muerte.

nombres, operaciones, estructura completa, incluyendo hizo una pausa significativa la forma en que el arquitecto ha influido en cada administración presidencial desde los años 80, incluyendo la suya. La implicación era clara. Harf estaba mostrando sus cartas más poderosas, pero también ofreciendo una salida. ¿Qué propones exactamente?, preguntó Shain Baum, su tono ahora más cauteloso. Montoya debe ser detenido inmediatamente, la jueza Vázquez, liberada, y necesito protección judicial para presentar formalmente todas las pruebas. A cambio, le entregaré la estructura completa del arquitecto, permitiéndole desmantelarla gradualmente, de manera que no cause un colapso institucional.

Y si me niego, Harfuch la miró directamente a los ojos, entonces el video de mi padre se publicará completo, sin edición, y la historia juzgará a cada quien según sus acciones. Antes de que la presidenta pudiera responder, la puerta se abrió violentamente. El general Montoya entró, seguido por dos guardias armados. Su rostro se transformó al reconocer a Harfch. Arréstenlo”, ordenó inmediatamente. “¡Altto!” La voz de la presidenta cortó el aire como un latigazo. “General Montoya, explíqueme por qué su firma aparece autorizando la liberación de Miguel Escobar, uno de los criminales más peligrosos del país.

” Montoya se quedó paralizado, su mirada alternando entre la presidenta y Harfuch. Señora presidenta, este hombre es un fugitivo, un traidor. Cualquier documento que le haya mostrado es una fabricación para salvarse. También son fabricaciones las transferencias a sus cuentas en Islas Caimán o las reuniones con lugartenientes del cártel de Santa Rosa. La presidenta avanzó hacia él, su figura menuda irradiando repentina autoridad. Documentos que curiosamente están apareciendo en este momento en cada portal informativo del país. El rostro de Montoya se endureció, su fachada de respetabilidad desmoronándose.

No tiene idea de lo que está haciendo, señora presidenta. Esto va mucho más allá de mí, mucho más allá de usted. Lo sé perfectamente, respondió ella, el arquitecto. una estructura paralela al estado, infiltrada en todos los niveles, una enfermedad que ha debilitado a México durante décadas. La sorpresa en el rostro de Montoya fue reveladora. No esperaba que la presidenta conociera ese nombre, esa realidad. Guardias”, ordenó Shainbaum con voz firme, “arresten al general Montoya por traición, corrupción y vínculos con el crimen organizado.

Por un momento tenso, pareció que los guardias dudarían. Después de todo, Montoya era su superior directo en la cadena de mando militar. Pero la autoridad presidencial prevaleció. Los hombres avanzaron hacia el general, quien sorprendentemente no ofreció resistencia física. En lugar de ello, sonrió. Una sonrisa fría, casi compasiva. “Comete un error histórico, señora presidenta”, dijo mientras los guardias lo esposaban. “El arquitecto no es una persona, es un sistema y los sistemas sobreviven a los individuos.” “No este”, respondió Harfuch.

Avanzando, no después de hoy. Mientras Montoya era escoltado fuera, la presidenta se volvió hacia Harfuch, su expresión una mezcla compleja de emociones. “Has iniciado algo que no podrás controlar, Omar”, dijo usando su nombre de pila por primera vez. un proceso que podría destruir la estabilidad que tanto has defendido o podría finalmente permitir una estabilidad real, respondió él, una basada en la justicia, no en acuerdos corruptos. La presidenta asintió lentamente. Tendrás tu protección judicial. La jueza Vázquez será liberada inmediatamente.

Pero esto debe hacerse de forma controlada, metódica. No podemos permitir que el país caiga en el caos. Estoy de acuerdo, concedió Harfuch. El protocolo Lázaro fue diseñado precisamente para eso, una limpieza quirúrgica, no una demolición total. El intercomunicador de la presidenta sonó con urgencia. La crisis generada por el ataque cibernético exigía atención inmediata. “Ve con mis asistentes”, ordenó a Harfuch. “Prepararemos una declaración conjunta. Y Omar, espero que sepas lo que estás haciendo. Yo también, señora presidenta, respondió él sinceramente.

Yo también. Mientras Harfuch seguía a los asistentes presidenciales, sintió el peso de décadas de historia sobre sus hombros. el legado de su padre, las acciones de su abuelo, el futuro del país que había jurado proteger. No había garantías de éxito ni certeza de que el camino elegido fuera el correcto, pero por primera vez en días sentía que la verdad, por incómoda y compleja que fuera, finalmente saldría a la luz y con ella quizás la posibilidad de un México donde las sombras del pasado no dictaran eternamente el destino de la nación. Está hecho”, murmuró para sí mismo pensando en su padre. Ahora comienza lo más difícil.