28 de julio de 1940, Salzburgo, Austria. Poco después de la caída de Francia y mientras la derrota del Reino Unido y la victoria de la Alemania nazi se tornan más y más probables, el dictador alemán Adolf Hitler organiza una conferencia con políticos eslovacos. El objetivo de estos es aprovechar las condiciones favorables del momento para exigir la expulsión de la facción moderada del Gobierno eslovaco y su sustitución por miembros de la rama radical proalemana. El Führer insinúa que el incumplimiento dejará al Estado eslovaco a merced de Hungría, revocando las garantías de protección que Eslovaquia había obtenido un año antes.
Así, los eslovacos ceden al ultimátum germano. 2 años más tarde, en marzo de 1942, comienzan las deportaciones sistemáticas de judíos eslovacos a campos de exterminio. Entre marzo y octubre de 1942, las autoridades eslovacas concentran a unos 58.000 judíos eslovacos en campos de trabajo y concentración desde los que son deportados a los campos de exterminio de la Polonia ocupada por los alemanes. Entre ellos se encuentra Helena Citrónová. Helena Citrónová, hija de padres judíos y con tres hermanos, nació el 26 de agosto de 1922 en Humenné, entonces parte de Checoslovaquia.
Su padre era cantor y, como a Helena no sólo le gustaba cantar sino también bailar, su hermano mayor bromeaba diciendo que un día la llevarían a Praga para que ejercitara su talento. En 1934, Róžika, la hermana de Helena, y su marido emigraron a Palestina. Sin embargo, como él no encontraba trabajo allí, en 1939 ambos decidieron regresar a Checoslovaquia junto con su hija. Todo esto a pesar de que los judíos de Palestina les habían advertido diciéndoles: “¿Qué? ¿Estáis locos?
Se avecina una guerra”. Cuando la familia se dio cuenta de su error, ya era demasiado tarde. La Segunda Guerra Mundial comenzó el 1 de septiembre de 1939, cuando la Alemania nazi invadió Polonia. En abril de 1940 se aprobó en Eslovaquia la Primera Ley de Arianización, que significaba la confiscación de los bienes de propiedad judía y la exclusión de los judíos de la economía. Esto estaba justificado por el estereotipo reforzado por la propaganda de que la comunidad hebrea obtenía su riqueza oprimiendo a los eslovacos.
El 9 de septiembre de 1941, el gobierno eslovaco aprobó el Código Judío. La propaganda gubernamental se jactaba de que era el conjunto de leyes antijudías más estricto de Europa. Basada en las leyes nazis de Núremberg, constaba de 270 artículos y era más larga que la Constitución eslovaca. Esta ley negaba derechos a los judíos eslovacos y los excluía definitivamente de la vida pública, restringiendo las horas a las que podían viajar y comprar, y prohibiéndoles la entrada a clubes, organizaciones y actos públicos.
También exigía, entre otras muchas cosas, que los judíos llevaran la estrella amarilla, anulaba todas las deudas contraídas con ellos y confiscaba las propiedades hebreas. Cuando algunos miembros del gobierno se mostraron en desacuerdo con la introducción del nacionalsocialismo en Eslovaquia, Vojtech Tuka, Primer Ministro eslovaco, cerró el debate espetando lo siguiente sobre su persona: “¡No soy un demócrata!” Sin embargo, para los judíos eslovacos lo peor estaba por llegar. Según un censo del 15 de diciembre de 1940, había 89.000 judíos en Eslovaquia.
En marzo de 1942, el Estado eslovaco firmó un acuerdo con Alemania que permitía la deportación de los judíos eslovacos. Eslovaquia fue el primer estado fuera del control directo de Alemania que aceptó la deportación de sus ciudadanos hebreos. Entre marzo y octubre de 1942, unos 58.000 judíos eslovacos fueron recluidos en campos de trabajo y concentración establecidos por el propio Estado, principalmente en los campos de Sereď, Nováky y Vyhne. A continuación, las autoridades eslovacas transportaron a los judíos a la frontera del Gobierno General o del Reich alemán y los entregaron a las SS y la policía alemanas.
La Guardia Hlinka, la policía estatal eslovaca, participó de muy buen grado en estas deportaciones. A las víctimas sólo se les avisaba con cuatro horas de antelación, para evitar que escaparan. Las palizas y el afeitado forzoso de sus cabezas eran habituales, al igual que someter a los judíos a registros invasivos para descubrir objetos de valor ocultos. Algunos miembros de la Guardia Hlinka incluso aprovechaban su poder para violar a mujeres judías. En 1942, Jozef Tiso, sacerdote católico y presidente eslovaco, pronunció un discurso en el que justificaba las deportaciones en curso de judíos eslovacos.
Al respecto Hitler comentó después de este discurso que le parecía “interesante cómo este pequeño sacerdote católico Tiso nos envía a los judíos”. Prácticamente todos los judíos eslovacos deportados fueron asesinados en Auschwitz, Majdanek, Sobibor y otros lugares de la Polonia ocupada por los alemanes. Sólo sobrevivieron 300 judíos deportados en 1942 desde Eslovaquia a los campos de exterminio nazis. El Estado eslovaco pagó a Alemania 500 marcos del Reich por cada judío deportado para lo que llamaron “readaptación y alojamiento”.
Durante la guerra, las autoridades alemanas y eslovacas deportaron a más de 70.000 judíos de Eslovaquia. Las autoridades germanas asesinaron a más de 60.000 de ellos. Al final del Holocausto, más de dos tercios de los judíos que vivían en Eslovaquia habían sido asesinados. El 25 de marzo de 1942, Helena Citronova estaba entre las 997 adolescentes y mujeres jóvenes solteras deportadas en el primer transporte oficial de judíos a Auschwitz. Las autoridades eslovacas les dijeron que se irían a trabajar para el gobierno por sólo unos meses, pero los eslovacos vendieron a las niñas y mujeres judías a los alemanes por 500 marcos del Reich, alrededor de 200 dólares cada una, como mano de obra esclava.
El 26 de marzo de 1942 llegaron a Auschwitz. Al principio, Helena trabajó en una unidad de comando al aire libre demoliendo edificios y removiendo escombros. Dormía sobre paja plagada de insectos y observaba aterrorizada cómo las otras mujeres a su alrededor comenzaban a perder la esperanza y morir. Más tarde recordaría: “’No nos permitían correr, así que cuando cayó uno de los muros, las niñas que estaban más cerca fueron aplastadas y murieron en el acto”. Sin embargo, el 30 de octubre de 1942, Helena empezó a trabajar en el almacén “Canadá”, clasificando las posesiones de los judíos asesinados.
Se llamó así porque se pensaba que Canadá era un país de grandes riquezas. A su llegada les quitaban sus pertenencias y las llevaban allí. Los artículos fueron clasificados y enviados de regreso a Alemania, aunque algunos fueron robados por los guardias de las SS. Trabajar en el almacén de Canadá era uno de los pocos trabajos buscados en Auschwitz porque los prisioneros recibían comida y agua, podían dejarse crecer el pelo y no los golpeaban. El 30 de octubre de 1942, el mismo día que empezó a trabajar en el almacén de Canadá, Helena participó en una actuación musical de un grupo de prisioneros.
Franz Wunsch, uno de los miembros del personal de las SS responsable de supervisar las tareas de clasificación en los almacenes de Canadá, se fijó en ella. Helena cantó con la pasión de quien cree que puede ser la última vez que vuelva a hacerlo. Cuando Helena terminó, Wunsch se acercó a ella y le pidió que, por favor, cantara la canción otra vez. Más tarde, recordó que levantaba la vista con lágrimas en los ojos, veía su uniforme y pensaba: “Dios, ¿dónde están los ojos de un asesino?
Estos son los ojos de un ser humano”. Wunsch se enamoró de Helena. Como miembro del personal de las SS responsable de supervisar las tareas de clasificación en los almacenes de Canadá, Wunsch visitaba a Helena con frecuencia y se mostraba gentil, amable y protector. Él le llevaba comida y ropa extra y le entregaba sus propias raciones de comida. Cuando Helena contrajo tifus, la escondió y la cuidó hasta que recuperó la salud. Se aseguraba de que estuviera bien alimentada e incluso le daba los regalos de comida que le había enviado su madre.
Además, Wunsch ayudaría a salvar las vidas de sus compañeros de prisión arriesgando la suya propia frente a sus superiores en las SS. A veces le pasaba notas donde le confesaba su amor. Sin embargo, Helena recordó más tarde que “pensaba que preferiría estar muerta que estar involucrada con un hombre de las SS”. Helena despreciaba a los nazis no sólo por lo que les hicieron a los judíos sino también porque perdió a sus padres y a su hermano en Auschwitz.
Este último mientras intentaba escapar del campo. Fue asesinado en una valla electrificada, con la cara y las manos presionadas e inmovilizadas contra el alambre de púas. Sin embargo, con el tiempo, Helena comenzó a desarrollar algo de afecto por Wunsch. Se produjo un punto de inflexión cuando Wunsch pudo ayudar a Róžika, la hermana de Helena, madre de dos hijos, que fue transportada a Auschwitz desde Eslovaquia con su hija de nueve años y su hijo recién nacido. Helena se enteró de su llegada y corrió al crematorio donde temía que los mataran.
Totalmente fuera de sí les dijo a los guardias que quería morir con ellos. Pero un amigo había alertado a Wunsch, quien acudió corriendo al lugar justo cuando Josef Mengele, el famoso médico de las SS conocido como “El ángel de la muerte”, decidía cuál de los prisioneros viviría o moriría. Cuando Wunsch llegó al crematorio, comenzó a golpear violentamente a Helena por el delito de violar el toque de queda. Mientras la golpeaba, le susurró en secreto: “Dime rápidamente cómo se llama tu hermana antes de que sea demasiado tarde”.
Helena respondió: “No podrás. Ha venido con dos niños pequeños”. Wunsch entonces le dijo: “Niños, eso es diferente. Los niños no pueden vivir aquí”. Inmediatamente después corrió al crematorio para encontrar a la hermana de Helena, Róžika. Si bien Wunsch pudo salvar a Róžika diciendo que ella trabajaba para él en el almacén Canadá, no pudo hacer nada por sus hijos. Fueron asesinados en la cámara de gas. El romance entre Helena y Franz continuó en secreto. De hecho Helena fue interrogada y torturada una vez sobre su relación.
Sin embargo, ella se negó a confirmar su existencia. Sabía que si revelaba lo que estaba ocurriendo, ambos serían ejecutados. Más tarde diría: “Hubo momentos en los que me olvidé de que yo era judía y que él no era judío. Sinceramente, al final lo llegué a amar. Pero no era algo realista”. La naturaleza precisa de su romance que duró hasta la evacuación final de Auschwitz en enero de 1945 nunca ha quedado clara, pero según algunos testigos no fue sexual.
Según Bat-Sheva Dagan, una sobreviviente del Holocausto, la pareja nunca tuvo este tipo de relaciones. Como Dagan recordó más tarde, los reclusos dormían en literas apiladas una encima de la otra en filas de tres y hubiera sido imposible. Igualmente descartada era la posibilidad de que Citrónová visitara las dependencias de los oficiales sin ser descubierta. Después de la guerra, una ex prisionera de Auschwitz dijo sobre Wunsch: “No nos hizo nada malo, pero era sádico con los hombres. Hasta que conoció a Helena, también golpeaba y pateaba a las mujeres, pero después le pareció bastar con golpear sólo a los hombres.
A menudo les pegaba con un palo que llevaba consigo. Helena tuvo una influencia positiva sobre él y trató de que no se comportara de manera tan cruel”. Sin embargo, después de la guerra, un superviviente del Holocausto testificó que durante la revuelta judía en Auschwitz, que tuvo lugar el 7 de octubre de 1944, Wunsch, sin piedad, disparó a un judío griego de 20 años. La relación terminó en enero de 1945 cuando el ejército soviético se acercaba a Auschwitz.
Durante su última conversación, Franz le dijo: “Cuídate, Helena, conseguirás sobrevivir. Te he amado mucho”. Luego se dieron un largo e íntimo beso. El 27 de enero de 1945, el ejército soviético entró en Auschwitz, Birkenau y Monowitz y liberó a unos siete mil prisioneros, la mayoría de los cuales estaban enfermos y moribundos. Una de las prisioneras liberadas por el Ejército Rojo fue Helena Citrónová. Sin embargo, durante los siguientes 27 años ella y Franz Wunsch no se vieron. Después de la guerra, Helena se casó con un activista sionista, se mudaron juntos a Israel y tuvieron dos hijos.
Wunsch buscó a Helena durante años, pero ésta evitó las cartas que él le escribía. Luego, Wunsch se instaló en Austria, se casó y formó su propia familia. Sin embargo, en 1972, Franz Wunsch, que entonces tenía 50 años, fue juzgado por crímenes de guerra y Helena, entonces una mujer casada y madre de dos hijos, se movilizó para testificar en su favor después de haber recibido una petición escrita desesperada de su esposa. Viajó a Viena a pesar de las amenazas de activistas de los derechos judíos porque consideraba que era su deber exponer las cosas buenas que había hecho en Auschwitz.
En cualquier caso, también confirmó que lo había visto cometer crímenes contra otros prisioneros. En el tribunal, Helena habló lentamente, sin emoción y ni una sola vez miró a Wunsch. Sin embargo, cuando trató el tema de los hijos de su hermana Róžika, no pudo continuar: las palabras se le atragantaban en la garganta. En ese momento Wunsch empezó a llorar y luego se mostró arrepentido por todo. Dijo que no había matado a nadie y lamentó haber golpeado a los prisioneros.
A pesar de lo que el juez calificó de “pruebas abrumadoras de culpabilidad” por la participación en el asesinato en masa, Wunsch fue absuelto de todos los cargos. Él y Helena nunca volvieron a verse. Franz Wunsch murió por causas naturales el 23 de febrero de 2009. Tenía 86 años. Helena Citrónová tenía 84 años cuando murió el 4 de junio de 2007 en Tel Aviv, Israel. Se derramaron muchas lágrimas por Helena Citrónová.
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