El silencio se apoderó de la cabina Primera Clase cuando Alejandro Montero, uno de los empresarios más poderosos de México, se puso de pie y señaló directamente al hombre sentado tres filas más adelante. Ese es el famoso superpicía que ahora quiere fingir que es un servidor público intachable. Qué broma tan absurda. Su voz resonó por todo el avión mientras los demás pasajeros se giraban para observar el espectáculo inesperado. Omar Harfuch, actual secretario de Seguridad y Protección Ciudadana de México, mantuvo la mirada fija en la tablet que sostenía en sus manos, intentando ignorar la situación.
Por el rabillo del ojo pudo ver como varios pasajeros levantaban sus teléfonos para grabar lo que probablemente se convertiría en un video viral en cuestión de minutos. Era un vuelo rutinario entre Ciudad de México y Monterrey. El secretario viajaba para asistir a una importante reunión de seguridad nacional programada para la mañana siguiente. Después de una intensa semana combatiendo a los carteles en la frontera norte, esperaba utilizar esas dos horas de vuelo para revisar los últimos informes de inteligencia.
Lo que no esperaba era convertirse en el centro de un espectáculo público. Señor, por favor, regrese a su asiento. Estamos por despegar, intervino la azafata, visiblemente incómoda con la situación. ¿Saben quién es este hombre? Montero ignoró la petición, dirigiéndose ahora al resto de los pasajeros. Es Omar Harfuch, el supuesto defensor de la ley, el héroe que sobrevivió a 400 disparos. El tono sarcástico en su voz era evidente, pero lo que ustedes no saben es que antes de convertirse en el favorito de la presidenta Shainbown, trabajaba para quienes ahora finge perseguir.
Harfó la vista. A sus años había enfrentado amenazas de muerte, atentados directos contra su vida y toda clase de difamaciones públicas. Su rostro permaneció impasible, aunque quienes lo conocían bien podrían notar la tensión en su mandíbula. Montero, un hombre corpulento de unos 55 años, vestía un traje hecho a medida que probablemente costaba más que el salario mensual de cualquiera de los presentes. El alfiler de diamantes en su corbata de seda brillaba con cada movimiento brusco que hacía mientras continuaba su perorata.
Mírenlo, ni siquiera puede defenderse, escupió Montero con desprecio. Es así como protege al país. Quedándose callado cuando lo confrontan con la verdad, la azafata volvió a intervenir, esta vez con mayor firmeza. Señor Montero, si no regresa a su asiento inmediatamente, me veré obligada a solicitar la presencia del capitán. También la compraron a usted, respondió el empresario con una sonrisa despectiva. No me sorprendería. Así funciona este gobierno, ¿verdad, Harf? ¿Cuánto te pagan para proteger a tus amigos del cartel?
En ese momento, Harfuch colocó cuidadosamente su tablet sobre el asiento contiguo y se puso de pie. A pesar de no ser particularmente alto, su presencia tenía un peso que hizo que varios pasajeros contuvieran la respiración. Había algo en su mirada, en la forma en que se movía, que recordaba a todos que este hombre había pasado su vida enfrentando a los criminales más peligrosos del país. “Señor Montero,” dijo con voz calmada pero firme, “Entiendo que usted tiene opiniones sobre mi trabajo.
Todos los ciudadanos tienen derecho a cuestionar a sus funcionarios públicos, pero este no es el foro adecuado para esa conversación.” El Boostín, rostro de Montero, enrojeció aún más. No me vengas con diplomacia barata. Sé exactamente quién eres y qué has hecho. Mi empresa perdió millones por tu culpa cuando arrestaste a mis socios en Sinaloa. Creíste que no me daría cuenta de que fue una venganza personal. Varios pasajeros intercambiaron miradas nerviosas. La situación estaba escalando rápidamente y la revelación de Montero sugería conexiones con actividades cuestionables.
“Si tiene alguna queja específica sobre procedimientos oficiales”, continuó Harfuch sin perder la compostura, “le invito a presentarla por los canales adecuados. Mi oficina está siempre abierta para atender a los ciudadanos. ” La serenidad de Harfuch pareció enfurecer aún más a Montero. Te crees muy inteligente. Un día de estos tú y toda la gente de Shane Bom caerán y yo estaré ahí para verlo. El empresario sacó su teléfono y tomó una foto directa de Harfuch. Para mi colección personal, quiero recordar tu cara cuando todo se venga abajo.
Eit el capitán de la aeronave apareció en ese momento flanqueado por dos miembros del personal de seguridad del aeropuerto que habían sido llamados ante la situación. Señor, voy a tener que pedirle que abandone la aeronave. ¿Saben quién soy yo? Montero se irguió indignado. Soy Alejandro Montero. Mi empresa genera más impuestos en un día que lo que este supuesto funcionario ganará en toda su vida. Precisamente porque sabemos quién es usted, señor Montero, es que le pedimos que muestre el comportamiento que corresponde a alguien de su posición, respondió el capitán con firmeza profesional.
Las normas de convivencia aplican para todos los pasajeros sin excepción. El bullicio en la sala VIP del aeropuerto internacional de la Ciudad de México disminuyó momentáneamente cuando Alejandro Montero irrumpió furioso, seguido por su asistente personal, que cargaba un maletín de cuero italiano y parecía luchar por mantener el paso de su jefe. El rostro del empresario estaba encendido. Una avena palpitante marcaba su cien derecha mientras maldecía por lo bajo. Es un ultraje, un completo ultraje”, vociferó Montero, ignorando las miradas incómodas de los demás viajeros de primera, clase que disfrutaban de sus bebidas y aperitivos en la exclusiva sala.
Me sacaron a mí del avión mientras ese burócrata corrupto sigue tranquilamente sentado. Ricardo, su joven asistente de 28 años, intentaba mantener la compostura profesional mientras secretamente disfrutaba ver a su tiránico jefe en semejante estado. “Señor Montero, ya estamos gestionando un jet privado. Podremos salir hacia Monterrey en aproximadamente una hora.” “¡Una hora!”, gritó Montero, dejándose caer pesadamente en uno de los sillones de cuero. “¿Sabes cuánto dinero pierdo en una hora de retraso? Claro que no lo sabes. Tú ganas en un mes lo que yo genero en 5 minutos.” Ricardo asintió mecánicamente, acostumbrado a estos arrebatos.
“Le traeré un whisky, señor. Single malt, 18 años, como le gusta.” Mientras el asistente se alejaba, Montero sacó su teléfono y contempló la fotografía que había tomado de Omar Harfuch. La rabia volvió a invadirlo. Aquel hombre representaba todo lo que despreciaba, un servidor público que se creía por encima de empresarios como él, gente que realmente movía la economía del país. Lo que más le enfurecía era que Harfuch ni siquiera había perdido la compostura. había esperado provocarlo, humillarlo públicamente, hacer que mostrara su verdadera cara frente a todos esos testigos con sus celulares grabando.
En cambio, el maldito superpicía había mantenido esa irritante serenidad profesional. En la pantalla de su teléfono apareció una notificación. Inversión en Jalisco bloqueada por irregularidades. Montero maldijo nuevamente. Era el tercer proyecto que le rechazaban en los últimos dos meses. Estaba convencido de que había una persecución sistemática contra él desde que la nueva administración federal había tomado posesión en octubre del año anterior. Ricardo regresó con el whisky y lo colocó cuidadosamente sobre la mesa. Señor, el piloto del jet privado dice que podremos adelantar la salida.
Estaremos en el aire en 30 minutos. Montero dio un largo trago a su bebida. Quiero que investigues todo sobre Omar Harfuch. Todo. Su familia, sus propiedades, sus cuentas bancarias, sus amantes, todo. Debe tener algún punto débil. Nadie llega a ese nivel sin ensuciarse las manos. El asistente palideció ligeramente. Señor, el secretario de seguridad es una figura pública protegida. Investigar sus finanzas o vida privada podría considerarse considerarse qué? Interrumpió Montero con una sonrisa amarga. Ilegal. No me vengas con moralismos baratos, Ricardo.
Estamos hablando del mismo hombre que trabajó en la policía federal durante el sexenio de Calderón bajo las órdenes de García Luna. el mismo que estuvo en la procuraduría cuando fabricaron la famosa verdad histórica de Ayotsinapa y ahora quiere hacerse pasar por el paladín de la justicia. Por favor. Ricardo guardó silencio, consciente de que contradecir a su jefe en este estado solo empeoraría las cosas. “¿Sabes lo que ese hombre me ha costado?”, continuó Montero, bajando la voz, pero intensificando la furia en su mirada.
Dos de mis mejores inversionistas están ahora en prisión por supuestos vínculos con el narcotráfico, inversionistas legítimos, empresarios de verdad. Y todos sabemos que fue Harf quien orquestó esos arrestos. Un grupo de ejecutivos entró a la sala VIP y Montero reconoció a uno de ellos, Carlos Mendoza, presidente de una importante constructora nacional. Inmediatamente compuso su postura y esbozó una sonrisa artificial. Carlos, qué sorpresa encontrarte aquí”, exclamó con falsa cordialidad mientras se ponía de pie para estrechar la mano del recién llegado.
“Alejandro, no esperaba verte en la ciudad de México. Pensé que estarías en Monterrey para la reunión del consejo,” respondió Mendoza con una sonrisa igualmente ensayada. Hubo un pequeño contratiempo con mi vuelo,” explicó Montero, restando importancia con un gesto. Cosas que pasan cuando viajas en aerolíneas comerciales. Mendoza asintió comprensivamente. ¿Te enteraste de lo último? El gobierno acaba de aprobar el presupuesto para infraestructura en la frontera norte. Dicen que habrá contratos millonarios. Los ojos de Montero brillaron con interés genuino.
En serio, no había escuchado nada al respecto. Es muy reciente, apenas lo anunciaron esta mañana, confirmó Mendoza. Y lo más interesante es que el mismo Harf estará supervisando la seguridad de los proyectos. Aparentemente quieren asegurarse de que no haya infiltración del crimen organizado en las obras. La mención de aquel nombre hizo que Montero apretara el vaso de whisky con tal fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. Vaya, vaya. Así que nuestro incorruptible secretario ahora también supervisa contratos millonarios.
Mendoza se inclinó ligeramente bajando la voz. Entre nosotros dicen que está implementando un nuevo sistema de verificación de empresas, algo sobre transparencia total en la asignación de contratos. Muchos de los proveedores habituales están nerviosos. Nerviosos. Deberían estar furiosos, respondió Montero con desdén. Ese hombre está sobrepasando sus funciones. La Secretaría de Seguridad no tiene por qué meterse en asuntos económicos. Yo solo te cuento lo que escuché, dijo Mendoza alzando ligeramente las manos en gesto defensivo. En fin, ¿vas a la reunión del Consejo Empresarial?
Por supuesto, no me la perdería por nada”, aseguró Montero. Mientras el jet privado surcaba el cielo rumbo a Monterrey, Alejandro Montero contemplaba el ocaso a través de la ventanilla ovalada. Los últimos rayos solares tenían las nubes de naranja y púrpura, un espectáculo que normalmente le proporcionaría una sensación de paz y privilegio. Sin embargo, su mente seguía atrapada en aquel incidente en el avión comercial, repasando una y otra vez la imperturbable expresión de Omar Harfuch. Señor, le he preparado la presentación para mañana”, informó Ricardo interrumpiendo sus pensamientos mientras le extendía una tablet con los documentos.
También confirmé su reunión privada con el gobernador para las 3 de la tarde. Montero revisó los documentos distraídamente. ¿Quién más estará en la reunión con el gobernador? Solo usted y él, como solicitó, sin asesores ni secretarios. confirmó Ricardo. Aunque aunque qué. Montero levantó la mirada irritado por la vacilación de su asistente. Me informaron que después de su reunión, el gobernador tiene agendada una videollamada con el secretario Harfuch, confesó Ricardo, preparándose para otra explosión de ira. Para su sorpresa, Montero sonrió.
No era una sonrisa agradable, sino el tipo de mueca que haría un depredador al visualizar a su presa. Interesante. Muy interesante, señor. Nada, Ricardo, solo estoy pensando en las curiosas coincidencias de la vida, respondió Montero, tomando un sorbo de su champán. Dime, ¿conseguiste algo sobre nuestro amigo el secretario? Ricardo sacó discretamente otra tablet de su maletín. No es mucho, señor. Como le comenté, su información personal está bastante protegida, pero logré recopilar algunos datos básicos. Montero tomó el dispositivo y comenzó a desplazarse por la información.
Omar Hamid García Jarfuch, 43 años, nacido en Cuernavaca, Morelos. hijo de la actriz María Sorté y de Javier García Paniagua, exdirector de la extinta, Dirección Federal de Seguridad y expresidente del PRI durante el gobierno de López Portillo, nieto de Marcelino García Barragán, quien fue secretario de la defensa nacional durante el gobierno de Díaz Sordas. Vaya, vaya, nuestro incorruptible secretario viene de una dinastía de poder, murmuró Montero. Su abuelo estuvo en la Secretaría de Defensa durante Tlatelolco y su padre dirigió la temida DFS en los años 70.
Qué irónico. El hombre que ahora se presenta como el paladín de la justicia tiene sangre de represores. Ricardo se mantuvo prudentemente en silencio mientras su jefe continuaba leyendo. Licenciado en derecho por la Universidad Continental y en seguridad pública por la Universidad del Valle de México. Cursos en Harvard, el FBI, la da. Interesante currículum para alguien tan joven,” comentó Montero con sarcasmo. Y su vida personal es muy reservado en ese aspecto, señor. No se le conocen relaciones públicas significativas.
mantiene un perfil bajo, especialmente desde el atentado que sufrió en 2020, cuando el cártel Jalisco Nueva Generación intentó asesinarlo. Montero recordaba perfectamente aquel incidente que había acaparado titulares. El entonces secretario de seguridad de la Ciudad de México había sobrevivido a un brutal ataque donde sicarios armados con fusiles de asalto descargaron más de 400 disparos contra su vehículo blindado. Tres personas murieron en Minion. El ataque, incluyendo dos de sus escoltas, pero Harfuch solo resultó herido. El atentado lo catapultó como un héroe murmuró Montero pensativamente.
La imagen perfecta. El valiente policía que sobrevive a un ataque y desde su cama de hospital twitea que fue el cejo a Keng. Todo demasiado limpio, demasiado conveniente. La tablet mostraba ahora fotografías de Harf en diversos eventos oficiales, siempre con el mismo semblante serio y profesional. A su lado, en muchas de ellas, aparecía la actual presidenta Claudia Shainbound. Su relación con Shain Bown viene de años”, observó Montero desde que ella era jefa de gobierno de la Ciudad de México.
Le ha sido leal y ahora recibe su recompensa como secretario de seguridad federal. El piloto anunció que comenzarían el descenso hacia Monterrey en 15 minutos. Montero devolvió la tablet a Ricardo y se reclinó en su asiento cerrando los ojos. ¿Alguna instrucción adicional para la reunión de mañana, señor?, preguntó el asistente. Sí, quiero que contactes a nuestro amigo en la prensa, el periodista de investigación, ¿cómo se llama? González. Dile que tengo información valiosa sobre Omar Harfuch que podría interesarle.
Ricardo se tensó visiblemente. Señor, ¿está seguro que quiere iniciar un enfrentamiento directo con el secretario de seguridad? Podría ser peligroso. Montero abrió los ojos fijándolos en su asistente con una frialdad que hizo que el joven retrocediera instintivamente. No estoy iniciando nada, Ricardo, solo estoy respondiendo. Ese hombre ha bloqueado sistemáticamente mis negocios durante meses. Ha perseguido a mis socios, ha congelado mis inversiones y hoy tuvo la osadía de humillarme sacándome de un avión como si fuera un delincuente cualquiera.
Técnicamente fue la aerolínea quien tomó esa decisión, señor”, se atrevió a corregir Ricardo. “No seas ingenuo”, espetó Montero. “¿Crees que una simple azafata y un capitán tomarían la decisión de expulsar a alguien como yo de un vuelo sin recibir órdenes? Fue él.” Probablemente hizo una llamada mientras yo le gritaba. Es su estilo actuar desde las sombras, manipular, usar el poder del estado para sus venganzas personales. El avión comenzó su descenso y las luces de Monterrey se hicieron visibles a través de las ventanillas.
La ciudad industrial, corazón económico del norte de México, se extendía como un tapiz de luces entre las montañas oscuras. Contacta a González esta misma noche”, ordenó Montero. “Y averigua quién más estará en esa videollamada entre Harf y el gobernador. Quiero saber exactamente qué están planeando. Lo intentaré, señor, pero será difícil conseguir esa información”, advirtió Ricardo. Montero sonrió nuevamente. Esa sonrisa inquietante que no llegaba a sus ojos. “Para eso te pago un salario obscenamente alto, Ricardo, para que hagas lo imposible.
La mañana en Monterrey amaneció fría y nublada con una llovisna persistente que empañaba los cristales del hotel de lujo, donde se hospedaba Alejandro Montero. Desde la ventana de su suite en el piso 25, la ciudad industrial parecía envuelta en un manto gris que acentuaba las chimeneas de las fábricas en el horizonte. Los periódicos de hoy, señor”, dijo Ricardo colocando varios diarios nacionales sobre la mesa donde Montero desayunaba y las noticias financieras que solicitó. Montero ojeó distraídamente las publicaciones mientras mordisqueaba una tostada.
De pronto se detuvo en una pequeña nota en la sección de política nacional. El titular decía, secretario de seguridad anuncia nueva estrategia contra lavado de dinero en el sector empresarial. ¿Viste esto?, preguntó señalando el artículo a su asistente. Ricardo se inclinó para leer. Sí, señor. Lo mencionan brevemente en varios medios. Aparentemente el secretario Harf anunció ayer que implementarán un nuevo sistema de verificación para empresas que participen en licitaciones gubernamentales. Montero dejó escapar una risa amarga. ¿No te das cuenta?
Esto es un ataque directo, justo cuando estamos por cerrar el contrato para la construcción del nuevo complejo industrial en la frontera. El artículo no menciona nombres específicos, señor, observó Ricardo prudentemente. No necesita mencionarlos, replicó Montero. Es obvio a quién va dirigido. Primero me humilla en un avión, luego anuncia una investigación sobre lavado de dinero en el sector empresarial. ¿Crees que es coincidencia? Antes de que Ricardo pudiera responder, el teléfono de Montero vibró. Era un mensaje de texto de un número desconocido.
La información que solicitaste esta lista. Nos vemos en el lugar habitual a las 11. Montero sonríó complacido. Parece que nuestro amigo González ha sido eficiente. A las 11 en punto, el empresario descendió de su lujoso vehículo frente a una discreta cafetería en el centro de Monterrey. A diferencia de los exclusivos restaurantes que solía frecuentar, este era un establecimiento común lleno de oficinistas y estudiantes. El anonimato era precisamente lo que buscaba. En una mesa del fondo, un hombre de mediana edad con barba, entre cana y lentes lo esperaba.
Vestía una camisa arrugada y tenía sobre la mesa una laptop abierta y una taza de café a medio terminar. “Llegas puntual, Alejandro”, dijo el hombre sin levantarse cuando Montero se acercó. “Eso es nuevo en ti. La venganza es un poderoso motivador, Eduardo”, respondió Montero, sentándose frente a él. “¿Qué tienes para mí, Eduardo? González era conocido en el mundo periodístico por sus investigaciones sobre corrupción gubernamental. A lo largo de su carrera había publicado exposés devastadores sobre políticos de todos los partidos.
Lo que pocos sabían era que muchas de sus exclusivas provenían de empresarios como Montero, quienes usaban la información como arma contra sus enemigos. Antes de empezar, dijo González ajustándose los lentes, quiero aclarar que esto no es como las otras veces. Estamos hablando de Omar Harfuch. No es un político común. ¿Te da miedo? Se burló Montero. Respeto. ¿Qué es diferente? Corrigió el periodista. Este hombre ha sobrevivido a un atentado donde le dispararon 400 veces. ha detenido a capos que pensaban que eran intocables y ahora tiene todo el aparato de seguridad federal a su disposición.
“También tiene secretos, insistió Montero. Todos los tienen. ” González tomó un sorbo de su café y miró alrededor antes de hablar. “He investigado su pasado, como pediste. Su carrera en la policía federal coincide con el periodo de García.” “Luna, eso es cierto, pero no encontré evidencia concreta de colaboración directa. De hecho, Harfuch estaba asignado principalmente a operativos de campo lejos de las decisiones estratégicas de García Luna. “Debe haber algo más”, insistió Montero, visiblemente decepcionado. “Mencionaste lo de Ayotsinapa.
Él estuvo involucrado en la verdad histórica. Hay reportes contradictorios sobre eso,”, explicó González. El informe de la Comisión de la Verdad lo menciona como presente en algunas reuniones donde se discutió el caso, pero él siempre ha negado haber participado en la fabricación de esa versión y honestamente no he encontrado documentos que prueben lo contrario. Montero golpeó la mesa con frustración, haciendo que las tazas tintinearan. Algunos clientes cercanos voltearon a verlos. Baja la voz, advirtió González. No he terminado.
¿Hay algo útil o no? Exigió Montero inclinándose hacia delante. Quizás, respondió el periodista girando su laptop para mostrarle una fotografía. Esto es de hace dos semanas. Harfuch saliendo de un restaurante en Polanco con esta mujer. La imagen mostraba al secretario de seguridad acompañando a una elegante mujer de unos 40 años hacia un automóvil. Nada particularmente escandaloso, pero la cercanía entre ambos sugería cierta intimidad. ¿Quién es ella?, preguntó Montero entrecerrando los ojos. Elena Castellanos, magistrada del Tribunal Electoral, informó González, divorciada hace 3 años, sin hijos.
¿Y qué tiene de especial? que actualmente está participando en la resolución de impugnaciones relacionadas con las elecciones estatales en Tamaulipas, explicó el periodista. Curiosamente, el mismo estado donde tu consorcio tiene importantes inversiones y donde casualmente se han reportado actividades del crimen organizado cerca de tus instalaciones. Los ojos de Montero brillaron con interés renovado. ¿Estás sugiriendo que Harf está tratando de influir en las decisiones del Tribunal Electoral? No estoy sugiriendo nada, aclaró González con cautela. Solo te muestro una coincidencia.
Interesante. Dos funcionarios de alto nivel, cuyas áreas de trabajo normalmente no se cruzarían, teniendo una cena privada en un momento crítico para ambas dependencias. Montero esbozó una sonrisa lenta. Esto podría ser exactamente lo que necesitaba. Te aconsejo prudencia, advirtió González. Una fotografía de dos personas cenando no prueba ninguna conspiración. Y francamente, publicar algo basado solo en esto sería periodísticamente cuestionable. Pero suficiente para sembrar dudas, replicó Montero. Suficiente para obligarlo a dar explicaciones públicas y mientras está ocupado defendiéndose, tendrá menos tiempo para interferir en mis negocios.
González cerró su laptop con un suspiro. Te entregaré copias de todo lo que encontré como acordamos, pero piénsalo bien antes de usar esta información. Harfuch no es el tipo de enemigo que querrías tener. Ya es mi enemigo, respondió Montero con frialdad. Solo estoy igualando el terreno de juego. Mientras se preparaba para salir, González añadió, “Hay algo más que deberías saber. Tu nombre apareció en una lista preliminar de empresarios bajo investigación por posibles vínculos con lavado de dinero.
No es oficial aún, pero mis fuentes en la WiF son confiables. El rostro de Montero se endureció. ¿Lo ves? Es exactamente lo que te dije. Está usando su posición para perseguirme. O quizás realmente hay algo que investigar, sugirió González mirándolo significativamente. Montero sostuvo su mirada por un momento y luego dejó varios billetes sobre la mesa. Envíame todo lo que tienes por los canales habituales y mantente atento a cualquier novedad sobre esa investigación. Lo haré, asintió González. Solo recuerda, una vez que esto salga a la luz, no habrá vuelta atrás.
La sala de juntas del exclusivo club industrial de Monterrey rebosaba de poder y dinero. Alrededor de la imponente mesa de roble se sentaban los 20 empresarios más influyentes del norte de México, hombres y mujeres que controlaban imperios corporativos valorados en miles de millones de dólares. El ambiente era solemne con conversaciones en voz baja mientras esperaban que comenzara la reunión trimestral del Consejo Empresarial. Alejandro Montero ocupaba su lugar habitual cerca de la cabecera de la mesa, saludando con gestos calculados a sus colegas.
A pesar de la sonrisa que mantenía en su rostro, su mente seguía procesando la información que González le había proporcionado esa mañana. La posibilidad de que su nombre apareciera en una investigación oficial por lavado de dinero lo inquietaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. “Alejandro, te veo preocupado”, comentó Gabriela Serrano, dueña de una de las principales cadenas hoteleras del país, sentándose a su lado. “¿Problemas con el nuevo gobierno?” Montero compuso una sonrisa más convincente. En absoluto, Gabriela.
Solo el estrés habitual del trabajo. ¿Cómo va tu proyecto en Cancún? Detenido respondió ella con evidente frustración. Aparentemente hay consideraciones ambientales que reevaluar. Todos sabemos que es una excusa. El gobierno anterior ya había aprobado todos los permisos. T. Entiendo perfectamente, asintió Montero. Esta administración parece determinada a complicarnos la existencia. Dicen que quieren desarrollo sostenible, pero lo único que hacen es obstaculizar la inversión privada. Gabriela asintió con Pintun. Complicidad. Y ahora con ese nuevo sistema de verificación para licitaciones que anunció el secretario Harfuch, como si nosotros fuéramos los criminales.
Al escuchar ese nombre, Montero sintió que la ira volvía a burbujear en su interior, pero mantuvo su expresión neutral. Hablando de Harf, tuve un encuentro interesante con él ayer. Antes de que pudiera elaborar, las puertas de la sala se abrieron y entró el gobernador del estado, Fernando Ríos, acompañado por su séquito de asesores. Todos los empresarios se pusieron de pie por cortesía. Señoras y señores, lamento la demora”, se disculpó el gobernador mientras tomaba asiento en la cabecera de la mesa.
Como saben, los tiempos están complicados y las agendas se ajustan constantemente. La reunión comenzó con las presentaciones formales y los informes habituales sobre la situación económica del Estado. Montero apenas prestaba atención revisando discretamente su teléfono bajo la mesa. Ricardo le había enviado un mensaje confirmado. La reunión virtual con Harf incluirá representantes de la WIF y de la Fiscalía Anticorrupción. Aquello confirmaba sus sospechas. Estaban construyendo un caso en su contra. Y ahora, anunció el gobernador, atrayendo nuevamente la atención de Montero, quisiera abordar un tema que preocupa a muchos de ustedes.
La nueva estrategia federal de verificación empresarial. Un murmullo recorrió la mesa. El gobernador levantó una mano para pedir silencio. Entiendo sus inquietudes, por eso he solicitado una reunión con el secretario Harfuch esta tarde para discutir cómo implementar estas medidas de manera que no obstaculicen el desarrollo económico de nuestro estado. Gobernador, intervino Montero, incapaz de contenerse más. Con todo respeto, creo que estamos ante un claro caso de extralimitación de funciones. La Secretaría de Seguridad no debería interferir en asuntos económicos.
El gobernador lo miró con cierta tensión. Señor Montero, entiendo su preocupación, pero debemos reconocer que la infiltración del crimen organizado en empresas legítimas es una realidad que afecta a todos. ¿Está sugiriendo que alguno de nosotros tiene vínculos con el crimen organizado?”, preguntó Montero alzando la voz. “Por supuesto que no, respondió el gobernador rápidamente. Solo digo que estas verificaciones protegerán también a los empresarios honestos, diferenciándolos de quienes operan en la ilegalidad.” Gabriela intervino intentando calmar los ánimos. “Quizás lo que necesitamos es más claridad sobre estos procesos de verificación.
¿Qué criterios usarán? ¿Qué información revisarán? La incertidumbre es lo que genera más ansiedad. El gobernador asintió agradeciéndole silenciosamente su intervención. Precisamente eso discutiré con el secretario esta tarde. Les aseguro que defenderé los intereses de nuestro sector empresarial. La reunión continuó por dos horas más discutiendo diversos temas de interés regional. Cuando finalmente concluyó, Montero se acercó al gobernador mientras los demás empresarios abandonaban la sala. “Fernando, necesito hablar contigo en privado”, dijo en voz baja. Sobre nuestra reunión de esta tarde, el gobernador miró a su alrededor y asintió, “Mi oficina.
A las 2, a las 2 en punto, Montero fue escoltado al despacho privado del gobernador en el palacio de gobierno. A diferencia de la opulencia del club industrial, esta oficina mantenía una sobriedad institucional con la bandera mexicana en un rincón y retratos oficiales en las paredes. Alejandro lo saludó el gobernador sin levantarse de su escritorio. Seré directo porque ambos tenemos agendas ocupadas. ¿De qué querías hablarme? Montero tomó asiento sin esperar invitación. También seré directo. Sé que tu reunión con Harf no es solo el sistema de verificación.
Sé que están construyendo un caso en mi contra. El gobernador mantuvo su expresión impasible. No sé de qué estás hablando. Por favor, Fernando, nos conocemos desde la universidad, replicó Montero. Mis fuentes me confirman que en esa videollamada estarán representantes de la WIF. y de la Fiscalía Anticorrupción. Y casualmente mi nombre aparece en una lista preliminar de investigación. El gobernador se reclinó en su silla estudiando a Montero por unos segundos antes de responder, “Si tu nombre aparece en alguna investigación, debe haber una razón.
La administración federal está comprometida con la transparencia. ” “Transparencia”, exclamó Montero con una risa amarga. “Así le llaman ahora a la persecución política. Mis inversiones han generado miles de empleos en este estado. Mis impuestos financian escuelas y hospitales y así me agradecen. Nadie está por encima de la ley, Alejandro, respondió el gobernador con firmeza. Ni siquiera tú. La ley. Montero se inclinó hacia adelante bajando la voz. ¿Quieres hablar de ley? ¿Qué hay de los 3 millones de dólares que aportó mi empresa a tu campaña?
Dinero que nunca apareció en los informes oficiales. Eso también lo discutirás con Harf esta tarde. El rostro del gobernador palideció ligeramente. Estás cruzando una línea peligrosa, Alejandro. No, Fernando. Tú la cruzaste cuando decidiste traicionarme, replicó Montero poniéndose de pie. Solo te estoy recordando que en este juego todos tenemos cartas que podríamos preferir no mostrar. ¿Me estás amenazando? El gobernador también se levantó enfrentándolo. Te estoy recordando quiénes son tus verdaderos aliados, respondió Montero. Y te sugiero que lo pienses muy bien antes de unirte a esta cacería de brujas contra mí.
Con estas palabras, Montero se dirigió hacia la puerta. Antes de salir se giró una última vez. Dale mis saludos al secretario Harfuch. Dile que pronto verá mi respuesta a su sistema de verificación. Las luces de la ciudad de México titilaban como estrellas caídas a través de los amplios ventanales del piso 50, donde se ubicaba la oficina privada de Omar Harfuch en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. A pesar de ser casi medianoche, el secretario permanecía en su escritorio revisando informes de operativos recientes contra el narcotráfico en los estados del norte.
Vestía una camisa blanca con las mangas remangadas y una corbata aflojada, signos de la larga jornada de trabajo. A sus 43 años, Harf mantenía el físico en forma de sus días como agente operativo, aunque las canas prematuras en sus cienes y las arrugas alrededor de sus ojos revelaban el peso del cargo que ostentaba. Un golpe discreto en la puerta interrumpió su concentración. Adelante”, indicó sin levantar la vista de los documentos. Marta Jiménez, su jefa de gabinete, entró con una tablet en la mano.
“Señor, disculpe la hora, pero pensé que querría ver esto de inmediato.” “¿Qué ocurre, Marta?”, preguntó finalmente alzando la mirada. Se ha publicado un artículo en el informador digital. Es sobre usted y bueno, creo que debería leerlo personalmente. Harfuch tomó la tablet y sus ojos se endurecieron al leer el titular. Influencia indebida, secretario de seguridad y magistrada electoral, vistos en encuentro privado. Debajo aparecía la fotografía que le habían tomado saliendo del restaurante con Elena Castellanos dos semanas atrás.
“¿Qué demonios es esto?”, murmuró desplazándose rápidamente por el texto. El artículo firmado por Eduardo González insinuaba posibles conflictos de interés debido a la relación personal entre el secretario y la magistrada, especialmente considerando los casos electorales pendientes en Tamaulipas y la reciente intensificación de operativos de seguridad en ese estado. He contactado ya al departamento de comunicación, informó Marta. recomiendan emitir un comunicado inmediatamente, aclarando la naturaleza de esa reunión. No era una reunión, respondió Harfuch con voz controlada. Elena es amiga de mi familia desde hace 20 años.
Su hermano y yo estudiamos juntos que en la universidad fue una cena de amigos nada más. Lo sé, señor, pero el artículo insinúa, “Sé perfectamente lo que insinúa. ” Interrumpió Harfuch dejando la tablet sobre el escritorio. Se puso de pie y caminó hacia la ventana, contemplando la ciudad nocturna. Esto no es casualidad, Marta. Viene después del anuncio del sistema de verificación empresarial. ¿Cree que hay una conexión?, preguntó ella. Estoy seguro, afirmó Harf. Y tengo una idea bastante clara de quién está detrás.
El empresario del incidente en el avión, Montero, Harfuch, asintió el mismo. Su nombre apareció en la investigación preliminar de la WIF por posibles operaciones con recursos de procedencia ilícita. Demasiada coincidencia que justo ahora aparezca este reportaje. ¿Qué quiere que hagamos, señor? Harfuch se giró hacia ella. Primero contacta a Elena. debe estar preparada para el acoso mediático. Segundo, prepara un comunicado escueto sin entrar en detalles personales, simplemente aclarando que se trató de una reunión social sin relación con nuestras funciones oficiales.
Y sobre la investigación a Montero continuará su curso regular, respondió Harf con firmeza. No aceleraremos nada, pero tampoco nos detendremos por esto. Si cree que puede intimidarme con tácticas tan burdas, está muy equivocado. Marta asintió y se dispuso a salir, pero Harfuch la detuvo. Una cosa más. Quiero toda la información disponible sobre Eduardo González, el periodista que firma el artículo, su historial profesional, a quien le ha hecho favores, quien le paga todo. Entendido, respondió ella saliendo de la oficina.
Solo Harfuch volvió a mirar la fotografía en la tablet. La imagen había sido tomada con un teleobjetivo, probablemente desde algún vehículo estacionado frente al restaurante. No era la primera vez que lo seguían, ni sería la última. Como jefe de la seguridad nacional, vivía constantemente vigilante, consciente de que cualquier paso en falso podría ser utilizado en su contra. Su teléfono personal vibró. Era un mensaje de Elena. Acabo de ver el artículo. ¿Estás bien? Respondió rápidamente. Perfectamente. No te preocupes, esto pasará pronto.
Te llamaré mañana. Después de enviar el mensaje, marcó otro número. Tras tres tonos, una voz masculina respondió, “Comisionado Ramírez”, dijo Harfuch, “neito que aceleres aquella verificación de seguridad que discutimos la semana pasada, la del grupo Montero. ¿Algún motivo especial, señor?”, preguntó el comisionado. “Digamos que tengo razones para creer que podríamos encontrar irregularidades significativas”, respondió Harf. Y quiero que sea todo absolutamente por libro, sin atajos, sin errores procedimentales. Si encontramos algo, quiero que el caso sea impecable. Entendido, señor.
Me ocuparé personalmente. Harf colgó y volvió a sentarse en su escritorio. Abrió un cajón y extrajo un pequeño portarretratos que mantenía lejos de miradas indiscretas. La fotografía mostraba a dos de sus escoltas que habían muerto durante el atentado de 2020, jóvenes oficiales que habían dado su vida protegiéndolo. “No voy a retroceder”, murmuró como hablándoles a ellos. “No ante criminales con traje y corbata, ni ante los que usan armas automáticas. Al final todos caen. Tres días después del artículo en El Informador Digital, Alejandro Montero observaba complacido como la historia había sido retomada por medios nacionales.
Desde la terraza de su penhouse en Ciudad de México. Ojeaba los principales periódicos mientras disfrutaba de su desayuno. Varios titulares cuestionaban la relación entre el secretario de seguridad y la magistrada. Algunos incluso pedían una investigación formal. “Parece que nuestro amigo González hizo un buen trabajo”, comentó señalando los periódicos a Ricardo, quien permanecía de pie junto a él, tablet en mano. “Sí, señor”, respondió el asistente sin entusiasmo. Aunque debería saber que Harfuch emitió un comunicado ayer explicando que la magistrada castellanos es amiga de su familia desde hace años.
Por supuesto que diría eso, se burló Montero. ¿Qué más podría decir? Lo importante es que ahora está a la defensiva. En vez de perseguir empresarios, tiene que defender su propia reputación. Ricardo parecía incómodo. Señor, hay algo más que debería saber. Esta mañana, inspectores de la Secretaría de Hacienda se presentaron en nuestras oficinas centrales. Solicitan revisar los registros financieros de los últimos 5 años. Montero dejó caer su taza de café manchando el mantel de lino blanco. ¿Qué? ¿Con qué autoridad?
Tienen una orden formal, señor. Mencionan una investigación por posibles inconsistencias fiscales relacionadas con los proyectos en Tamaulipas. La satisfacción de Montero se evaporó instantáneamente. Ese maldito está contraatacando. Nuestro departamento legal ya está revisando la orden. Continuó Ricardo. Pero parece estar en regla. Si nos negamos, podrían solicitar una orden judicial más amplia. Montero se puso de pie arrojando la servilleta sobre la mesa. Contacta a nuestros abogados. Quiero que presenten recursos de amparo inmediatamente. Y llama a González. Necesitamos intensificar la presión mediática.
Señor, con todo respeto, ¿no cree que esto podría empeorar las cosas? Si Harfuch realmente tiene algo contra nosotros, no tiene nada”, gritó Montero. “Es una cacería de brujas, una venganza personal porque me atreví a enfrentarlo públicamente. ” Ricardo guardó silencio, sabiendo que cualquier intento de razonamiento sería inútil cuando su jefe estaba en ese estado. “Prepara el jet”, ordenó Montero repentinamente. “Voy a volar a Washington esta tarde.” Washington, preguntó Ricardo sorprendido. Tengo amigos en la embajada americana”, explicó Montero.
“les haré saber que el gobierno mexicano está persiguiendo a empresarios legítimos, ahuyentando la inversión extranjera. Veremos cómo reacciona Harf cuando la presión venga desde el norte.” Horas más tarde, Montero abordaba su jet privado en el hangar exclusivo del aeropuerto internacional de la Ciudad de México. Mientras subía la escalerilla, su teléfono sonó. Era un número desconocido, pero decidió contestar. “Diga, señor Montero”, dijo una voz masculina que no reconoció. “Le habla el comisionado Ramírez de la Unidad de Inteligencia Financiera.
Montero se detuvo en seco. ¿Cómo consiguió este número?” “Ese es el menor de sus problemas en este momento,”, respondió la voz con calma. “Le sugiero que reconsidere su viaje a Washington. ” Un escalofrío recorrió la espalda de Montero. “¿Me están espiando? Esto es ilegal. Es una violación a mis derechos constitucionales. Nadie lo está espiando, señor Montero, respondió el comisionado. Simplemente monitoreamos los planes de vuelo, especialmente cuando involucran a personas bajo investigación formal. Investigación formal. No he recibido ninguna notificación oficial.
La recibirá en breve, aseguró el comisionado. Mientras tanto, le informo que salir del país podría interpretarse como intento de evasión, lo que complicaría significativamente su situación legal. Esto es intimidación, exclamó Montero. Solo cumplimos con nuestro deber de informarle, respondió el comisionado con la misma calma irritante. La decisión de viajar o no es completamente suya. Que tenga un buen día, señor Montero. La llamada terminó dejando a Montero paralizado en mitad de la escalerilla. Ricardo, que lo seguía con el equipaje de mano, notó su expresión alterada.
Ocurre algo, señor. Montero guardó el teléfono lentamente. Su mente trabajaba a toda velocidad evaluando opciones. Si realmente existía una investigación formal y él salía del país, podrían congelar sus cuentas, incluso emitir una orden de apreción internacional. Por otro lado, quedarse significaba enfrentar lo que cada vez más parecía una batalla perdida. Cambio de planes, anunció finalmente. No iremos a Washington. ¿A dónde entonces, señor? Montero miró fijamente a su asistente. A ninguna parte. Volvemos a la oficina. Es hora de cambiar de estrategia.
De regreso en su despacho, Montero convocó a una reunión de emergencia con sus principales ejecutivos y su equipo legal. La amplia sala de juntas en el último piso de su rascacielos corporativo se llenó rápidamente con hombres y mujeres en trajes caros, todos con expresiones de preocupación. Señoras y señores, comenzó Montero de pie en la cabecera de la mesa, nos enfrentamos a una situación sin precedentes. El gobierno federal, específicamente la Secretaría de Seguridad, bajo el mando de Omar Harfuch, ha iniciado una persecución política contra nuestra empresa.
Varios murmullos recorrieron la mesa mientras Montero continuaba. Ya han comenzado inspecciones fiscales y según me han informado existe una investigación formal en curso. Necesito saber exactamente a qué nos enfrentamos y cuáles son nuestras opciones. Javier López, el director jurídico del grupo, se aclaró la garganta. Señor Montero, hemos revisado preliminarmente los requerimientos de Hacienda. se centran principalmente en las transferencias internacionales relacionadas con los proyectos de Tamaulipas y en las adquisiciones de terrenos en la frontera. ¿Hay algo irregular en esas operaciones?
Preguntó Montero directamente. Un silencio incómodo se apoderó de la sala. Finalmente, María Santos, la directora financiera, habló. Como usted sabe, algunas de esas transacciones se realizaron a través de nuestras subsidiarias en Panamá y las islas Caimán, utilizando estructuras corporativas complejas. Estructuras completamente legales, puntualizó Montero. Legales, sí, concedió María, pero difíciles de explicar si alguien realmente quiere encontrar problemas, especialmente las relacionadas con los terrenos adquiridos a través de terceros. Montero golpeó la mesa con frustración. Todo empresario en México utiliza estrategias similares.
¿Por qué solo nosotros estamos bajo la lupa? Nadie respondió a esa pregunta retórica. Todos en la sala sabían que la confrontación pública con Harfuch había puesto a Montero en el radar de las autoridades de una manera que otros empresarios habían evitado cuidadosamente. “Tenemos que contraatacar”, insistió Montero. “López, quiero que presentes denuncias por acoso y abuso de autoridad. ” Santos prepara un informe detallado que justifique cada transacción cuestionada y Ricardo contacta a nuestros aliados en los medios. Necesitamos cambiar la narrativa.
El director jurídico intercambió miradas incómodas con la directora financiera antes de hablar. Señor Montero, con todo respeto, creo que debemos considerar un enfoque más conciliatorio. Conciliatorio repitió Montero incrédulo. ¿Sugieres que me disculpe? ¿Que me arrodille ante Harf? No exactamente, aclaró López. Pero quizás podríamos solicitar una reunión formal con representantes de la secretaría, mostrar disposición a colaborar con la investigación, proporcionar la información solicitada de manera voluntaria. Esto podría desescalar la situación. Montero observó a su equipo directivo, notando por primera vez el miedo en sus rostros.
Comprendió entonces que la batalla ya no era solo entre él y Harfuch. estaba arrastrando a toda su organización a un conflicto que podría destruir décadas de trabajo. Lo pensaré, concedió finalmente para sorpresa de todos. Mientras tanto, procedan con lo que les he indicado y quiero un análisis completo de nuestra vulnerabilidad legal en mis manos antes del fin del día. Cuando todos abandonaron la sala, Montero permaneció solo contemplando el horizonte de la Ciudad de México a través de las ventanas.
Por primera vez en años sentía algo que había olvidado, miedo. La mañana del viernes amaneció gris y lluviosa en la Ciudad de México, un reflejo perfecto del ánimo de Omar Harfuch mientras se preparaba para comparecer ante la Comisión de Seguridad del Senado. La citación había llegado el día anterior, supuestamente para discutir los avances de la estrategia nacional contra el narcotráfico. Pero Harf sabía que el verdadero motivo era cuestionarlo sobre su relación con la magistrada Castellanos. En su oficina, Marta Jiménez le ayudaba a repasar los puntos clave para su declaración.
Los senadores de oposición intentarán provocarlo advirtió ella entregándole una carpeta con documentos, especialmente Velasco, que ya hizo declaraciones públicas exigiendo su renuncia. Velasco, preguntó Harfou. frunciendo el seño, que el mismo que fue fotografiado cenando con Montero hace tr días, el mismo, confirmó Marta. Y no es coincidencia que sea quien más ha presionado para esta comparecencia. Harf asintió comprendiendo las implicaciones. ¿Qué tenemos sobre la investigación a Grupo Montero? El informe preliminar de la WIF muestra patrones sospechosos, respondió Marta entregándole otra carpeta.
Transacciones fragmentadas para evadir controles. Uso de empresas fantasma para adquirir terrenos en zonas estratégicas de la frontera y depósitos internacionales de origen dudoso. ¿Algo que podamos presentar hoy si es necesario? Preferiría que no, aconsejó Marta. La investigación aún está en fase preliminar. Mostrar evidencia incompleta podría comprometer el caso cuando llegue a tribunales. Harfuch asintió guardando las carpetas en su maletín. Tienes razón. Me limitaré a responder sobre la estrategia nacional y a aclarar que mi relación con Elena es estrictamente personal y de larga data.
Un oficial de su equipo de seguridad apareció en la puerta. Señor, el vehículo está listo. Gracias, Carlos. Harfuch se puso de pie y se ajustó la corbata. Deséame suerte, Marta. No la necesita respondió ella con una sonrisa confiada. Solo recuerde mantener la calma, no importa cuánto intenten provocarlo. 40 minutos después, Harfuch se encontraba sentado ante el estrado de la Comisión de Seguridad del Senado. Frente a él, 10 senadores lo observaban con expresiones que iban desde la hostilidad abierta hasta el apoyo silencioso.
Las cámaras de televisión transmitían en vivo la sesión añadiendo una capa adicional de presión. Secretario Harfuch. comenzó la senadora Morales, presidenta de la comisión. Le agradecemos su presencia en esta comparecencia para informar sobre los avances en la estrategia nacional de seguridad. Harfush agradeció cortésmente y procedió a presentar los datos que había preparado. Reducción de homicidios en zonas críticas, desarticulación de células criminales y mejoras en la coordinación interinstitucional. Durante 20 minutos, la sesión transcurrió con relativa normalidad, con preguntas técnicas que logró responder con solvencia.
Entonces tomó la palabra el senador Velasco, secretario. Comenzó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Sus cifras son impresionantes, casi tan impresionantes como su capacidad para mantener relaciones personales y profesionales perfectamente separadas. Un murmullo recorrió la sala. mientras Harfuch mantenía su expresión impasible. “No estoy seguro de entender a qué se refiere, senador”, respondió con calma. “Me refiero, por supuesto, a su amistad con la magistrada Castellanos,”, continuó Velasco. Una coincidencia fascinante, considerando que ella está involucrada en 10, resoluciones electorales que afectan estados donde usted ha intensificado operativos de seguridad.
Senador Velasco, intervino la presidenta de la comisión. Le recuerdo que esta sesión es sobre la estrategia nacional de seguridad y eso es exactamente lo que me preocupa, senadora Morales, replicó Velasco. Me preocupa que la estrategia nacional de seguridad pueda estar influenciada por intereses personales o políticos. Harfuch respiró profundamente antes de responder. Senador, mi amistad con la magistrada castellanos data de muchos años antes de que ambos ocupáramos nuestros cargos actuales. Es una relación personal que no tiene ninguna injerencia en mis decisiones profesionales.
nos pide que creamos en una separación perfecta entre lo personal y lo profesional, insistió Velasco, especialmente cuando su secretaría ha iniciado investigaciones contra empresarios que casualmente han criticado al gobierno. Harf sintió que su paciencia comenzaba a agotarse, pero mantuvo la compostura. Senador, las investigaciones que realiza mi secretaría siguen protocolos estrictos basados en evidencia e inteligencia. financiera. No perseguimos personas, investigamos conductas potencialmente delictivas. Hablando de conductas, continuó, Velasco, ¿podría explicarnos por qué un secretario de Estado utiliza vuelos comerciales para desplazamientos oficiales?
Me refiero al incidente con el empresario Alejandro Montero hace una semana. La mención directa de Montero confirmó a Harfuch lo que ya sospechaba. Velasco estaba actuando como portavoz del empresario en el Senado. Utilizo transporte comercial cuando mi agenda lo permite, senador, respondió Harfuch. Es una práctica de austeridad que adoptamos varios funcionarios de este gobierno. En cuanto al incidente que menciona, prefiero no comentar sobre altercados, personales que no tienen relevancia para esta comparecencia. No tienen relevancia. Velasco alzó la voz.
Un empresario importante acusa públicamente al secretario de seguridad de utilizar su posición para venganzas personales y usted dice que no tiene relevancia. Lo que no tiene relevancia, senador”, respondió Harfch, manteniendo un tono calmado, pero firme. discutir en esta comisión sobre un ciudadano que decidió abordarme de manera agresiva en un vuelo comercial violando los protocolos de seguridad de la aerolínea y que fue retirado del avión por decisión del capitán Noía, un murmullo de aprobación recorrió parte de la sala mientras Velasco parecía momentáneamente desconcertado.
“Permítame ser completamente claro”, continuó Harfando el momento. Mi secretaría investiga actividades potencialmente ilícitas basándose en evidencia, no en animadversiones personales. Si el señor Montero o cualquier otro ciudadano está siendo investigado, es porque existen indicios que justifican dicha investigación, no porque hayan criticado al gobierno. La senadora Morales intervino intentando redirigir la sesión. Creo que el secretario ha respondido suficientemente a estas cuestiones. Volvamos al tema principal de esta comparecencia. Durante la siguiente hora, Harfuch logró mantener la discusión centrada en la estrategia de seguridad, aunque ocasionalmente surgieron más preguntas veladas sobre sus motivaciones personales.
Cuando finalmente concluyó la sesión, se sentía mentalmente agotado, pero satisfecho de haber mantenido la compostura. Al salir del recinto legislativo, los reporteros lo rodearon inmediatamente, bombardeándolo con preguntas sobre Montero, la magistrada castellanos y las supuestas persecuciones políticas. Con profesionalismo, Harfuch ofreció una breve declaración reiterando su compromiso con la seguridad nacional y declinó comentar sobre rumores sin fundamento. Ya en la seguridad de su vehículo blindado, su teléfono sonó. Era Elena Castellanos. Te vi en la transmisión, dijo ella sin preámbulos.
Estuviste impecable. Gracias, respondió Harfouch aflojándose la corbata. Aunque fue exactamente como esperábamos, Velasco no es precisamente sutil. Omar, la voz de Elena se tornó seria. Quizás deberíamos dejar de vernos por un tiempo, al menos hasta que esta tormenta pase. Harfuch sintió una punzada de culpabilidad. Elena estaba siendo arrastrada a un conflicto que no le correspondía. Lo entiendo. Lo último que quiero es causarte problemas. No se trata solo de mí, aclaró ella. También pienso en ti. Están buscando cualquier excusa para desacreditarte.
Lo sé y te agradezco por entenderlo. Hizo una pausa antes de continuar. ¿Has recibido algún tipo de presión en el tribunal? Nada. Directo, respondió Elena. Pero hay miradas, comentarios velados. Todos saben que somos amigos desde hace años, pero ahora parece que eso es algún tipo de delito. Lo siento dijo Harf sinceramente. Nunca pensé que una simple cena entre amigos se convertiría en esto. No es tu culpa, lo tranquilizó ella. Ambos sabemos quién está orquestando todo esto. La pregunta es, ¿hasta dónde está dispuesto a llegar?
La pregunta quedó flotando entre ellos sin respuesta. Tras despedirse, Harfuch miró por la ventanilla mientras el vehículo avanzaba por las congestionadas calles de la capital. La pregunta de Elena resonaba en su mente. ¿Hasta dónde llegaría Montero en su venganza personal? El exclusivo restaurante en las lomas estaba casi vacío a esa hora de la tarde, exactamente como Alejandro Montero había solicitado. Sentado en una mesa privada al fondo del local, observaba impaciente su reloj mientras esperaba a su invitado.
La comparecencia de Harf ante el Senado había sido transmitida en vivo esa mañana y aunque el secretario había mantenido la compostura, Montero estaba satisfecho con el daño causado. Las preguntas de Velasco habían sembrado dudas sobre la imparcialidad de Harf y los medios ya especulaban sobre posibles conflictos de interés. “Señor Montero, la voz del metre interrumpió. Sus pensamientos. Su invitado ha llegado Eduardo González, el periodista, avanzó hacia la mesa con expresión incómoda. Vestía un traje gastado que contrastaba notablemente con la opulencia del lugar.
Alejandro, saludó González sentándose frente al empresario. No esperaba tu llamada después de nuestro último encuentro. Las circunstancias cambian, Eduardo”, respondió Montero haciendo un gesto al mesero para que sirviera vino. Tu artículo sobre Harf y la magistrada fue impactante. Felicidades. González no pareció apreciar el cumplido. Fue periodismo de investigación, no un favor personal y ya estoy recibiendo críticas de colegas que cuestionan mis fuentes. críticas que puedes ignorar desde tu nuevo despacho, comentó Montero casualmente. Me han dicho que compraste un penthouse en Polanco.
Impresionante para un periodista de tu nivel. González palideció ligeramente. ¿Me estás vigilando? Por favor. Montero fingió ofenderse. Simplemente tengo amigos que comentan cosas. Ciudad pequeña. Ya sabes. ¿Qué quieres, Alejandro? preguntó González directamente. No creo que me hayas invitado a comer para felicitarme. Montero sonríó inclinándose hacia delante. Tengo nueva información sobre nuestro amigo, el secretario, algo mucho más grande que una cena con una magistrada. Te escucho dijo González con evidente recelo. Vínculos directos entre Harfch y el cártel de Sinaloa, declaró Montero en voz baja de la época en que trabajaba en la Policía Federal.
González entrecerró los ojos. Esa es una acusación extremadamente seria. ¿Tienes pruebas? Las estoy consiguiendo, respondió Montero vagamente. Pero necesito que prepares el terreno. Un artículo que plantee preguntas sobre su pasado, sus métodos, sus conexiones familiares con el viejo régimen. ¿Me estás pidiendo que publique insinuaciones sin evidencia? González parecía indignado. Eso no es periodismo, es difamación. No te pido que afirmes nada concreto, aclaró Montero. Solo que hagas preguntas incómodas. ¿Cómo logró Harfuch ascender tan rápido en Minory Synthesis, la policía federal durante la época de García Luna?
¿Por qué ciertos capos nunca fueron detenidos bajo su vigilancia? Ese tipo de cosas. González guardó silencio evaluando la propuesta. Finalmente habló. Y si me niego, la sonrisa de Montero se desvaneció. Sería una pena, especialmente considerando que podría surgir información sobre cómo financiaste ese penthouse en Polanco o sobre tus frecuentes viajes a Panamá, donde casualmente tienes una cuenta bancaria que no has declarado al SAT. Esto es chantaje”, murmuró González visiblemente alterado. “Esto es negociar”, corrigió Montero. “Tú obtuviste beneficios por publicar información que yo te proporcioné.
Ahora necesito otro favor. Es así de simple.” El periodista miró fijamente su copa de vino sin tocar. Necesitaré tiempo. Tienes tr días, respondió Montero. Quiero ver el artículo publicado antes del lunes. Y Eduardo añadió con tono amenazante que no se te ocurra advertir a Harfuch o intentar alguna jugada ingeniosa. Tengo ojos en todas partes. González asintió silenciosamente y se puso de pie. Si me disculpas, he perdido el apetito. Mientras el periodista se alejaba, Montero sonrió satisfecho. La presión mediática era solo el primer paso.
El verdadero golpe vendría después, cuando sus contactos en el extranjero activaran el resto del plan. Su teléfono vibró. Era un mensaje de Ricardo. Inspectores de Hacienda acaban de llevarse documentación de las oficinas. dicen tener órdenes oficiales. La satisfacción de Montero se evaporó instantáneamente. Harfuch estaba acelerando la investigación, presionándolo. Era un mensaje claro. No se intimidaría fácilmente. “Dos pueden jugar este juego”, murmuró para sí mismo, marcando un número en su teléfono. Tras varios tonos, una voz masculina con acento norteamericano respondió, “Montero, no esperaba tu llamada tan pronto.
” Las cosas se están complicando, Johnson respondió Montero. Necesito activar nuestro plan B ahora. ¿Estás seguro? Preguntó Johnson. Una vez que comencemos, no habrá vuelta atrás. Completamente seguro, confirmó Montero. Quiero que Omar Harfuch entienda exactamente con quién se está metiendo. La lluvia caía intensamente sobre la Ciudad de México, mientras Omar Harfuch revisaba los documentos incautados en las oficinas del grupo Montero. Eran casi las 11 de la noche, pero la oficina del secretario de seguridad seguía activa con analistas y especialistas examinando meticulosamente cada papel, cada transacción sospechosa.
“Señor”, llamó Marta desde la puerta. “Encontramos algo que debería ver.” Harfuch levantó la vista de los documentos. ¿Qué es? Transferencias internacionales fragmentadas”, explicó ella colocando varios folders sobre el escritorio. Millones de dólares enviados desde compañías fantasma en Panamá hacia cuentas en Tamaulipas, justo en la zona donde Montero adquirió terrenos en la frontera. “¿Pudieron rastrear el origen inicial de los fondos?”, preguntó Harf examinando los documentos. Aún trabajamos en eso, pero hay indicios que apuntan a cuentas vinculadas con el cártel de Sinaloa, respondió Marta.
Es como sospechábamos, Montero podría estar lavando dinero del narcotráfico a través de sus proyectos inmobiliarios. Harf asintió gravemente. Necesitamos evidencia incontrovertible antes de proceder. Montero tiene conexiones poderosas tanto aquí como en Estados Unidos. ¿Hay algo más?”, añadió Marta con evidente preocupación. Nuestros analistas detectaron un patrón inusual en las comunicaciones del grupo Montero en las últimas 24 horas. Numerosas llamadas a números en Colombia y Estados Unidos pudieron identificar los destinatarios. Algunos son conocidos lobistas en Washington, explicó Marta.
Otros están asociados con firmas de seguridad privada en Colombia, exmilitares, algunos con historiales cuestionables. Harf se puso de pie y caminó hacia la ventana, observando la ciudad empapada por la lluvia. Está movilizando recursos, contraatacando. ¿Cree que intentaría algo extremo? Preguntó Marta, eligiendo cuidadosamente sus palabras. No lo subestimaría, respondió Harfuch. Montero es un hombre acostumbrado a salirse con la suya y ahora se siente acorralado. El teléfono seguro de Harf sonó en ese momento. Era una línea directa que muy pocas personas tenían autorización para utilizar.
Harfuch respondió escuetamente, “Señor secretario, la voz del director de inteligencia sonaba tensa. Acabamos de interceptar una comunicación preocupante. Un grupo de mercenarios colombianos ingresó al país hace 12 horas. Cuatro hombres, todos con entrenamiento militar y antecedentes como sicarios. Harfuch sintió que su cuerpo se tensaba instintivamente, el mismo estado de alerta que lo había mantenido vivo durante el atentado de 2020. Ubicación actual desconocida, admitió el director. Pero sabemos que recibieron un pago substancial desde una cuenta offshore vinculada indirectamente con una subsidiaria del grupo Montero.
Refuercen la seguridad en todas las instalaciones críticas, ordenó Harf. Y envíen un equipo adicional a mi domicilio. Mi familia debe ser trasladada a un lugar seguro inmediatamente. Ya está en proceso, señor. Una cosa más. añadió Harf. Contacten discretamente a la magistrada Castellanos. También podría estar en riesgo. Tras colgar, Harfuch se giró hacia Martha, quien había escuchado suficiente para entender la situación. “¿Cree que Montero sería capaz de ordenar un atentado?”, preguntó ella, visiblemente alarmada. No lo sé con certeza, admitió Harfuch, pero no voy a esperar para averiguarlo.
Abrió un cajón de su escritorio y extrajo su arma personal, verificando que estuviera cargada antes de colocarla en su funda. El peso familiar del arma contra su costado le recordó sus días como agente operativo cuando enfrentaba el peligro diariamente. ¿Qué hacemos con la investigación financiera?, preguntó Marta intentando mantener la calma profesional a pesar de la tensión palpable. “¡Cinúen”, respondió Harf con determinación. “Si Montero está recurriendo a estas tácticas es porque sabe que estamos cerca de algo importante.
No vamos a retroceder. ¿Debería informar a la presidenta?” sugirió Marta. Harfuch asintió. Lo haré personalmente, pero primero necesito asegurarme de que mi familia esté protegida. Mientras Harfuch se preparaba para salir, su teléfono personal vibró con un mensaje de un número desconocido. Al abrirlo, su sangre se heló. Era una fotografía de su madre, María Sorté, saliendo de su casa, aparentemente tomada esa misma tarde. El mensaje que acompañaba la imagen era simple, pero amenazador. “Todos tenemos algo que perder, secretario.” Sin decir palabra, mostró el teléfono a Marta, cuyo rostro palideció.
“Esto ya no es una guerra de poder o influencias”, dijo Harf con voz fría y controlada. “Esto es personal.” Y Montero acaba de cometer un grave error. Alejandro Montero observaba la ciudad desde la terraza de su penthouse, una copa de coñac en la mano y una sonrisa de satisfacción en el rostro. El mensaje había sido enviado. Ahora solo quedaba esperar la reacción. ¿Rocedería Harfuch ante la amenaza implícita o caería en la provocación cometiendo un error que pudiera ser utilizado en su contra?
Señor, la voz de Ricardo interrumpió sus pensamientos. Tenemos confirmación de que el mensaje fue recibido. Los equipos de seguridad están movilizándose alrededor de la residencia del secretario y de su madre. Excelente, murmuró Montero. Nuestros amigos colombianos en posición, pero sin órdenes de actuar, informó Ricardo con notoria incomodidad. Señor, debo expresar mi preocupación. amenazar a la familia del secretario de seguridad nacionales. Es qué, Ricardo interrumpió Montero girándose para enfrentar a su asistente. Peligroso, ilegal, inmoral, por favor, ahórrame la lección de ética.
Harf comenzó esto cuando decidió perseguirme. Pero, señor, ¿hay una diferencia entre una investigación financiera y amenazarla sin un vida de basta? exclamó Montero golpeando la mesa con su puño. No quiero escuchar más objeciones. Los colombianos están ahí como medida de presión, no para actuar. Al menos no todavía. Ricardo guardó silencio, pero su desaprobación era evidente. Montero lo notó y suavizó su tono. Mira, entiendo tu preocupación, pero tienes que comprender lo que está en juego. Si Arfuch continúa con su investigación, todo por lo que he trabajado durante décadas podría desmoronarse.
Mis empresas, mis inversiones, mi reputación, todo lo entiendo, señor”, respondió Ricardo con cautela. Pero hay líneas que una vez cruzadas no permiten retorno. Montero estudió a su asistente por un momento, consciente de que la lealtad del joven tenía límites que estaban siendo puestos a prueba. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando para mí, Ricardo? 7 años, señor. 7 años, repitió Montero. En ese tiempo has visto cómo construyo, cómo negocio, cómo enfrento obstáculos. ¿Alguna vez me has visto retroceder cuando algo o alguien amenaza lo que es mío?
No, señor. Exactamente. Asintió Montero. No llegué donde estoy siguiendo. Las reglas establecidas por otros. Las personas como Harfuch creen que el poder les da derecho a dictar quién prospera y quién fracasa. Yo simplemente les demuestro lo contrario. El teléfono de Montero sonó interrumpiendo la conversación. Era una llamada internacional. Johnson saludó Montero al contestar, “Novedades desde Washington. Tengo buenas y malas noticias”, respondió la voz al otro lado. “La buena es que logré interesar a algunos congresistas sobre la supuesta persecución a empresarios extranjeros en México.
Están considerando emitir un comunicado expresando preocupación. Y la mala, la mala es que el departamento de 1900 estado está al tanto de tu situación específica y no parecen particularmente simpatizar contigo. De hecho, hay rumores de que las autoridades americanas también tienen un expediente sobre tus actividades transfronterizas. Montero sintió una oleada de inquietud. ¿Qué tipo de expediente? El tipo que incluye posibles violaciones al Foreign Corrupt Practices Act y lavado de dinero internacional”, explicó Johnson. Parece que Harf ha estado compartiendo información con sus contrapartes americanas.
“¡Imposible”, murmuró Montero. “Tengo protección en ambos lados de la frontera. Tenías protección”, corrigió Johnson. Las cosas han cambiado. La administración actual está bajo presión para demostrar resultados en la lucha contra la corrupción. Y francamente, Alejandro, tu perfil te convierte en un objetivo atractivo. sea, gruñó Montero. ¿Cuánto tiempo tenemos? Difícil saberlo, respondió Johnson. Pero te sugiero que no hagas nada drástico que pueda acelerar las cosas. Mantén un perfil bajo al menos por ahora. Montero terminó la llamada y arrojó el teléfono sobre el sofá con frustración.
Su plan estaba desmoronándose. La amenaza a la familia de Harf, que había parecido un movimiento inteligente hace unas horas, ahora se revelaba como un potencial desastre. “¿Malas noticias?”, preguntó Ricardo, que había presenciado la conversación. “Comunícate con nuestros amigos colombianos”, ordenó Montero ignorando la pregunta. Diles que se retiren, que desaparezcan. No quiero ningún rastro de ellos. Ricardo parecía aliviado. Enseguida, señor. Y contacta a González. Continuó. Montero. Dile que suspenda ese artículo que le pedí. Necesitamos cambiar de estrategia.
Mientras Ricardo salía para cumplir estas órdenes, Montero regresó a la terraza. La ciudad seguía igual de hermosa bajo las luces nocturnas, pero ya no le proporcionaba la misma sensación de dominio. Por primera vez en muchos años sentía que el control se le escapaba de las manos. Su teléfono personal sonó nuevamente. Era un mensaje de texto de un número que no reconoció. Lindo Penhouse, señor Montero. Excelentes vistas. ¿Le gustaría saber qué se siente ser vigilado? Montero sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Miró frenéticamente hacia los edificios circundantes, buscando algún indicio de vigilancia, pero solo vio las ventanas iluminadas de otros apartamentos de lujo. Un segundo mensaje llegó. Amenazar a mi familia fue su último error. Ahora conocerá la diferencia entre el poder y la autoridad. No había firma, pero Montero sabía exactamente de quién se trataba. Harfuch no solo había recibido su mensaje, había respondido con uno propio y de alguna manera eso le resultaba mucho más aterrador que cualquier amenaza explícita.
“Ricardo!”, gritó Montero, retrocediendo apresuradamente hacia el interior del apartamento. “¡Llama a seguridad ahora?” El asistente apareció inmediatamente, alarmado por el tono de pánico en la voz de su jefe. “¿Qué sucede, señor Harfush?” respondió Montero mostrándole los mensajes en su teléfono. De alguna manera sabe dónde estoy. Nos está vigilando. Ricardo palideció mientras leía los mensajes. Llamaré al equipo de seguridad inmediatamente. Mientras su asistente hablaba por teléfono, Montero empezó a caminar nerviosamente por el salón. El penouse, que siempre había sido su refugio, su fortaleza, ahora se sentía como una jaula de cristal expuesta a miradas indiscretas.
Las amplias ventanas que tanto le gustaban ahora le parecían vulnerabilidades imperdonables. “El equipo de seguridad está haciendo una inspección del perímetro”, informó Ricardo terminando la llamada. “Y han solicitado refuerzos. Estarán aquí en 10 minutos.” 10 minutos”, repitió Montero con amargura. “¿Sabes lo que puede pasar en 10 minutos?” El teléfono de Montero volvió a sonar. Esta vez era una llamada entrante, de nuevo de un número desconocido. Con mano temblorosa, contestó, “¿Quiénes?”, preguntó intentando que su voz no revelara su nerviosismo.
“Buenas noches, señor Montero.” La voz de Omar Harfuch sonaba perfectamente, tranquila, casi cordial. Espero no estar interrumpiendo nada importante. Montero hizo un gesto frenético a Ricardo, señalando el teléfono y articulando en silencio. Es él. Su asistente asintió y comenzó a teclear en su tablet, probablemente intentando rastrear la llamada. “Harfuch”, respondió Montero, esforzándose por recuperar la compostura. “Qué sorpresa! Ahora los funcionarios de su nivel hacen llamadas personales a ciudadanos comunes. Ustedes muchas cosas, señor Montero, pero ciertamente no un ciudadano común, replicó Harfuch con el mismo tono medido.
No todos los ciudadanos contratan mercenarios colombianos o amenazan a madres de 70 años. No sé de qué está hablando, negó Montero automáticamente, pero suena como una acusación muy seria para hacerla sin pruebas. Una risa suave se escuchó al otro lado de la línea. Ambos sabemos que tengo las pruebas, señor Montero, las mismas que estaré presentando mañana ante un juez federal para solicitar una orden de apreensón en su contra por los delitos de amenazas, intento de homicidio, en grado de tentativa, lavado de dinero, evasión fiscal y posibles vínculos.
Con el crimen organizado, Montero sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Se dejó caer pesadamente en el sofá. Está blufeando. ¿Realmente quiere arriesgarse a averiguarlo?, preguntó Harfch. Porque tengo aquí un expediente bastante completo. Transferencias fragmentadas a través de Panamá y Caimán, terrenos adquiridos con dinero de procedencia dudosa, comunicaciones con personas vinculadas al narcotráfico y, por supuesto, los cuatro colombianos con historial de sicariato que ahora mismo están siendo detenidos en un hotel de Polanco. Montero miró a Ricardo con pánico.
Su asistente le devolvió una mirada de impotencia. confirmando que no podían rastrear la llamada. “¿Qué quiere?”, preguntó finalmente Montero, su arrogancia desmoronándose rápidamente. “Quiero que entienda exactamente la posición en la que se encuentra”, respondió Harfouch. durante años ha operado creyendo que su dinero y sus conexiones lo hacían intocable, que las reglas que aplican a los demás no se aplican a usted. Hoy descubrirá que estaba equivocado. “Si lo que busca es dinero,” comenzó Montero. “No me insulte”, interrumpió Harfuch, su voz endureciéndose por primera vez.
“No soy uno de sus políticos corruptos que puede comprar. Lo que busco es justicia y la obtendré con su cooperación o sin ella.” Un silencio pesado se instaló entre ambos. Finalmente, Montero habló. Parece que me tiene en desventaja, secretario. ¿Qué sugiere que hagamos? Tiene dos opciones, explicó Harfuch. Puede esperar a que llegue la orden de apreensón mañana, ser detenido públicamente y enfrentar un proceso largo y muy mediático. O puede presentarse voluntariamente esta noche en la Fiscalía General con sus abogados y comenzar a cooperar.
Cooperar. ¿En qué sentido? Nombres, fechas, transacciones. Detalló Harfuch. Quiero saber quién más está involucrado en sus operaciones de lavado de dinero. Quiero los contactos de sus socios en los cárteles. Quiero todo. La mente de Montero trabajaba frenéticamente evaluando opciones. Si cooperaba, estaría firmando su sentencia de muerte. Los cárteles no perdonan a quienes colaboran con las autoridades, pero si se resistía, enfrentaría décadas en prisión. Necesito tiempo para consultarlo con mis abogados, dijo finalmente. Tiene una hora respondió Harf inflexible.
Y señor Montero, un consejo, no intente salir del país. Todas las fronteras, aeropuertos y puertos marítimos ya han sido notificados. Su pasaporte ha sido marcado. La llamada terminó dejando a Montero en un silencio sepulcral. Ricardo lo miraba esperando instrucciones, pero el empresario parecía hundido en un trance. “Señor”, se atrevió a preguntar finalmente, “¿Qué hacemos?” Montero levantó la vista, sus ojos inyectados en sangre y su rostro demacrado por la tensión. Llama a López. Dile que lo necesito aquí inmediatamente con todo el equipo legal.
y contacta a Johnson en Washington. Necesito saber qué opciones tengo. Ricardo asintió y salió apresuradamente para hacer las llamadas. Montero se quedó solo contemplando como su imperio, construido durante décadas se desmoronaba en cuestión de días. Su teléfono sonó una vez más. Era un mensaje de texto nuevamente del número desconocido. Por cierto, señor Montero, aquel día en el avión, cuando me preguntó si me habían comprado, debería saber que algunas personas no estamos en venta. Esa es la diferencia entre usted y yo.
Su hora está corriendo. Montero arrojó el teléfono contra la pared con todas sus fuerzas haciéndolo añicos, pero sabía que era demasiado tarde. El mensaje había sido entregado y el remitente había ganado. Dos horas más tarde, las noticias nocturnas interrumpían su programación regular para anunciar la detención del prominente empresario Alejandro Montero, quien se había entregado voluntariamente a las autoridades. Las imágenes mostraban al otrora poderoso magnate esposado, con la cabeza gacha, escoltado por agentes federales. En el último plano, casi imperceptible en el fondo, una figura observaba la escena desde un vehículo blindado.
Omar Harfuch concentresión seria pero satisfecha. No era una victoria personal, sino institucional, no era venganza, sino justicia. Mientras tanto, en un modesto apartamento del sur de la ciudad, una mujer mayor apagaba el televisor después de ver las noticias. María Sorté, madre de Harfuch, respiraba aliviada sabiendo que la amenaza había terminado. Su teléfono sonó. Era su hijo. ¿Estás bien, mamá?, preguntó con evidente preocupación. Perfectamente, hijo respondió ella con ternura. ¿Y tú has terminado con todo esto? Sí, confirmó él, al menos por ahora.
Nunca acaba realmente, pero Montero ya no podrá hacer daño. Estoy orgullosa de ti, dijo ella. Tu padre también lo estaría. Lo sé, respondió Omar suavemente. Descansa, mamá. Mañana iré a verte. En su vehículo oficial, camino a casa después de un día extraordinariamente largo, Omar Harfuch reflexionaba sobre los acontecimientos de la última semana. La confrontación en el avión había desencadenado una serie de eventos que paradójicamente habían terminado fortaleciendo su posición y exponiendo a un criminal que se ocultaba tras el respetable disfraz de empresario exitoso.
Sin embargo, sabía que por cada montero que caía, otros surgirían para tomar su lugar. La lucha contra la corrupción y el crimen organizado era interminable, un ciclo constante de batallas donde las victorias eran tan efímeras como necesarias. Su teléfono vibró con un mensaje de Elena Castellanos. Acabo de ver las noticias. Estoy orgullosa de ti. Cenamos mañana para celebrar. Omar sonrió ligeramente mientras respondía, solo si esta vez evitamos los restaurantes con fotógrafos escondidos. La respuesta de Elena llegó rápidamente.
Trato hecho. Mi apartamento cocinaré yo. Mientras el vehículo avanzaba por las calles nocturnas de la capital, Harfush sentía un cansancio profundo, pero también una satisfacción silenciosa. Había enfrentado a un hombre que creía estar por encima de la ley y había demostrado lo contrario, no mediante intimidación o abuso de poder, sino a través de una investigación meticulosa. y el debido proceso. En su pentenouse convertido ahora en escena del crimen, los investigadores forenses recogían evidencia mientras Alejandro Montero pasaba su primera noche en una celda de máxima seguridad.
El millonario, que una vez se había atrevido a humillar públicamente a Omar Harfuch comprendía ahora demasiado tarde la diferencia entre tener dinero y tener verdadero poder. La arrogancia había sido su perdición y su caída. una lección para todos aquellos que como él creían que la riqueza les otorgaba impunidad. La justicia lenta pero inexorable finalmente había llegado. En las oficinas de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, el expediente Caso Montero se cerraba, pero la lucha continuaba. Porque para hombres como Omar Harfuch, el trabajo nunca terminaba realmente, solo cambiaba de nombre, de rostro, de desafío.
Y así, mientras la ciudad dormía, la rueda de la justicia seguía girando, imparable, movida por aquellos que, como Harfuch, habían elegido servir no por gloria o poder, sino por convicción. El millonario había humillado al secretario y se había arrepentido para siempre.
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