Cuando me deportaron después de 15 años enviando dinero religiosamente a mi familia, jamás imaginé que al llegar a casa descubriría que todo había sido una mentira y que las personas en las que más confiaba me habían estado robando durante años. Mi nombre es Esperanza, tengo 42 años y durante 15 años trabajé sin papeles en Estados Unidos como empleada doméstica.
Todo lo que ganaba se lo enviaba a mi hermana Dolores y a mi mamá, porque habíamos acordado que yo sería quien sostendría a la familia mientras ellas cuidaban nuestro rancho y construían la casa de mis sueños. Recuerdo perfectamente el día que me fui. Era un martes de octubre. Llovía mucho y mamá no paraba de llorar en la puerta de nuestra casita de adobe. Mi hijita me decía abrazándome, “Cuídate mucho allá en el norte. Nosotras vamos a estar esperándote siempre.” Dolores, que entonces tenía apenas 22 años, me prometió con lágrimas en los ojos, “Manita, yo me voy a hacer cargo de todo, de mamá, de la casa, de los terrenos.
Tú solo preocúpate por trabajar duro y mandarnos lo que pueda. Algún día vamos a tener la casa más bonita del pueblo.” Y eso era exactamente lo que yo quería, regresar algún día y encontrar un hogar digno para mi familia. El viaje al norte fue una pesadilla. Crucé el desierto con 15 desconocidos. Caminamos tres días bajo el sol sin apenas agua ni comida. Dos veces estuvimos a punto de que nos agarrara la migra, pero yo tenía una motivación más fuerte que el miedo.
Mi familia me estaba esperando. Cuando finalmente llegué a Houston, conseguí trabajo con una familia americana, los Patterson. Ellos tenían una casa enorme en los suburbios con jardín, alberca y tres autos en la cochera. El Sr. Patterson trabajaba en una compañía petrolera y la señora Patterson se dedicaba a organizar eventos de caridad. Mi trabajo consistía en limpiar toda la casa, lavar la ropa, planchar, cocinar para la familia y cuidar a sus dos hijos gemelos, Tyler y Mason, que tenían apenas 5 años cuando llegué.
Los Patterson me trataban bien. Me pagaban $400 a la semana. Me dieron un cuartito en la parte de atrás de la casa y la señora Patterson hasta me regaló ropa que ya no usaba. Pero yo vivía con el miedo constante de la deportación. Cada vez que veía una patrulla, el corazón se me aceleraba. Durante esos primeros meses extrañaba tanto a mi familia que lloraba todas las noches. Hablaba por teléfono con mamá y dolores cada domingo religiosamente. Las llamadas costaban carísimas, pero era lo único que me mantenía cuerda.
¿Cómo están las cosas por allá? Les preguntaba siempre. Muy bien, mi hijita, me respondía mamá. Dolores está viendo lo de la construcción. Ya conseguimos un maestro de obras muy bueno. Sí, manita agregaba Dolores. Ya compramos los primeros materiales. Con el dinero que nos mandaste pudimos comprar cemento y varilla. La próxima quincena vamos a empezar con los cimientos. Esas conversaciones me llenaban de esperanza. Cada peso que enviaba tenía un propósito claro, construir nuestro futuro. Durante el primer año mandé religiosamente $300 cada quincena.
Era más de la mitad de mi sueldo, pero yo vivía con lo mínimo. Desayunaba avena con agua, comía frijoles con tortillas todos los días y mi única diversión era ir los domingos al parque a caminar mientras lavaba mi ropa en una lavandería automática. Manita, me decía dolores en las llamadas. ¿Ya viste las fotos que te mandé por mensaje? Yo revisaba mi teléfono viejo y ahí estaban fotos borrosas de lo que parecían ser cimientos de una casa. “Se ve muy bien”, le decía emocionada, “¿Verdad que sí?
El maestro dice que para el próximo año ya podemos empezar a levantar las paredes, pero necesitamos un poquito más de dinero porque los materiales subieron de precio. ¿Cuánto necesitan?” Pues si pudieras mandar 400 en lugar de 300 sería perfecto. Yo aceptaba sin dudar. Conseguí trabajo extra los fines de semana limpiando otras casas. Me levantaba a las 5 de la mañana y no terminaba hasta las 10 de la noche. Pero todo valía la pena por mi familia. Conforme pasaron los años, las peticiones de dinero fueron aumentando.
Dolores siempre tenía una explicación perfecta para todo. Manita, se nos descompuso la bomba del pozo. Necesitamos 2,000 pesos para arreglarla. Manita, mamá se enfermó y el doctor dice que necesita unos estudios muy caros. Manita, el maestro de obras dice que podemos hacer la casa de dos pisos si mandas un poquito más. Yo nunca dudé. Cada quincena, sin fallar ni una sola vez, enviaba 500, 600, hasta el tercer año ya estaba mandando $800 cada quincena. Los Patterson notaron mi dedicación y me aumentaron el sueldo a $500 por semana.
Esperanza, me dijo la señora Patterson un día. Tú eres como de la familia. Siempre estás pensando en los demás antes que en ti misma. Si ella supiera, yo no me había comprado ni una blusa nueva en 3 años. Mientras tanto, las fotos que me mandaba Dolores mostraban progreso. Primero fueron los cimientos, luego las paredes a medio construir, después el techo, pero siempre había algo que faltaba, algo que necesitaba más dinero. Ya casi terminamos, manita. Me decía dolores en cada llamada.
Solo nos faltan los acabados. Pisos, azulejos, puertas, ventanas. ¿Cuánto tiempo más creen que tarde? unos 6 meses más, pero va a quedar preciosa. Van a ser tres recámaras, dos baños, sala, comedor, cocina integral, todo como siempre quisiste. Yo me emocionaba tanto que no podía dormir. Me imaginaba llegando a esa casa, abrazando a mamá en la sala nueva, cocinando para mi familia en la cocina integral. Para el quinto año, Tyler y Mason ya me decían mamá, esperanza. Habían crecido conmigo.
Yo los había criado prácticamente. El señor Patterson me dijo un día, Esperanza, tú podrías adoptar a estos niños y nadie notaría la diferencia, pero yo tenía claro mi objetivo, regresar a México cuando la casa estuviera lista. ¿Cuándo crees que pueda ir a visitarlas?, le preguntaba a Dolores. Ay, manita, mejor espérate a que esté todo terminado. Ahorita está muy feo, con escombros y polvo por todos lados. Cuando esté lista, vas a venir y te vas a quedar para siempre.
Esa promesa me mantenía trabajando 15 horas al día. Para el séptimo año ya había enviado más de $,000. Era una fortuna para una familia de pueblo. Según Dolores, la casa estaba casi terminada, solo faltaban detalles pequeños. Pero entonces empezaron a pasar cosas extrañas. En una de nuestras videollamadas dominicales noté que mamá se veía diferente, estaba más delgada, más pálida y tenía una expresión triste que no le había visto antes. ¿Cómo está mamá? Le pregunté a Dolores cuando mamá salió de la habitación.
“Está bien”, me respondió rápidamente. “Solo que ya está grande y a veces se pone malhumorada. ¿Está comiendo bien?” “Sí, sí, claro. Yo la cuido muy bien, pero algo en la Voz de Dolores no me convenció. También noté que las videollamadas empezaron a ser más cortas. Antes platicábamos por una hora. Ahora Dolores siempre tenía prisa. Tengo que colgar, manita, me decía. Tengo una cita con el electricista para que termine de conectar los contactos. Oh, te llamo luego, manita.
Llegó el plomero para revisar las tuberías. Siempre había alguna razón para cortar la llamada. Para el décimo año, mis envíos ya sumaban más de $10,000. Con ese dinero se podían haber construido tres casas como la que habíamos planeado originalmente. Dolores, le dije en una llamada. Quiero ir a visitarlas en diciembre. Quiero conocer la casa y pasar Navidad con ustedes. Hubo un silencio largo del otro lado. Eh, manita, mejor no. La casa todavía no está lista para recibir visitas.
Además está la temporada de lluvias y los caminos están muy feos, pero son 15 días nada más. No me importa si la casa no está perfecta. No, mejor espérate. El próximo año seguro ya está todo listo. Esa fue la primera vez que sospeché que algo no estaba bien. Pero lo que realmente me alarmó fue cuando llamé en una fecha que no era domingo. Era un miércoles por la noche. Había tenido un día horrible en el trabajo y necesitaba escuchar la voz de mi familia.
Marqué el número de dolores, pero no contestó. Marqué tres veces más. Nada. Finalmente decidí marcar al teléfono de la tienda de don Ramiro, que estaba cerca de nuestra casa. Don Ramiro conocía a toda mi familia desde que éramos niñas. Don Ramiro, soy Esperanza, la hermana de Dolores. Esperanza, ¿cómo estás, mi hijita? Bien, don Ramiro. Oiga, ¿puede mandar a llamar a mi hermana? No me contesta el teléfono y quería saber cómo está mi mamá. Hubo una pausa extraña, mi hijita me dijo don Ramiro con una voz rara.
Hace como una semana que no veo a tu hermana por aquí y a tu mamá hace meses que no la veo. ¿Cómo que hace meses? Sí, mi hijita. Antes tu mamá venía seguido a la tienda, pero ya tiene mucho tiempo que no la veo. Tu hermana a veces viene, pero ya casi no. Y sabe dónde pueden estar. No, mij hijita, pero oye, ¿ya viste la casa nueva que se construyó por allá por el cerro? Está padrísima. Se ve que quien la construyó tiene mucho dinero.
Mi corazón empezó a latir más rápido. Qué casa nueva una casa enorme, de dos pisos, con jardines y todo. Dicen que es de alguien que se hizo rico en el norte. No sabe de quién es. No, pero está muy bonita, hasta tiene alberca. Cuando colgué tenía la sensación de que algo estaba muy mal. ¿Por qué mamá no salía de la casa? ¿Por qué Dolores casi no iba al pueblo? ¿Y qué era esa casa nueva que mencionaba don Ramiro, pero lo peor aún estaba por venir?
Durante los siguientes meses traté de hacer más videollamadas a horas diferentes, pero Dolores casi nunca estaba disponible. Cuando lograba contactarla, las llamadas eran cada vez más cortas y extrañas. En una ocasión alcancé a ver algo que me perturbó mucho. Detrás de Dolores se veía una pared que no reconocía. No era la pared de nuestra casa vieja, era una pared blanca, moderna, con acabados que se veían caros. Dolores, ¿desde dónde me estás hablando? Desde la casa. ¿De dónde más?
Pero esa pared de atrás no la reconozco. Ah, es que ya terminamos esa parte de la casa. Se ve diferente con los acabados nuevos, pero algo no cuadraba. Los acabados que alcanzaba a ver eran demasiado lujosos para una casa de pueblo. También noté que Dolores se veía diferente. Su ropa era más bonita, su cabello estaba arreglado profesionalmente, hasta su piel se veía mejor. como si estuviera usando productos caros. Te ves muy bien, le dije, “Gracias, manita. Es que ya tengo más tiempo para cuidarme desde que terminé de supervisar la construcción, pero sus explicaciones cada vez me convencían menos.
Para el año 12, las señales de alarma eran imposibles de ignorar. En una videollamada alcancé a ver que Dolores llevaba puestos unos aretes de oro que se veían muy caros. Cuando le pregunté de dónde los había sacado, me dijo que se los había regalado una amiga. En otra ocasión vi que detrás de ella había un televisor de pantalla plana enorme. Cuando le pregunté cuándo lo habían comprado, me dijo que lo habían ganado en una rifa. Una rifa de qué?
De la iglesia. vendían boletos para ayudar a los pobres, pero yo sabía que en nuestro pueblo no había rifas de televisores de pantalla plana. Lo que más me preocupaba era mamá. Cada vez la veía menos en las videollamadas y cuando aparecía se veía más frágil y confundida. ¿Cómo está mamá de salud? Bien, bien. Solo que ya está muy viejita y se cansa mucho. ¿La está viendo algún doctor? Sí. Viene un doctor del pueblo a revisarla cada mes, pero cuando le pedía detalles sobre qué medicinas estaba tomando mamá, Dolores siempre cambiaba el tema.
Para el año 13 ya había enviado más de $160,000. Era suficiente dinero para comprar una casa grande en la ciudad, no solo en el pueblo. Fue entonces cuando decidí hacer algo que debía haber hecho años antes, investigar por mi cuenta. Llamé a mi prima Leticia, que vivía en el pueblo de al lado. Le expliqué que quería que fuera a visitar a mi familia y me dijera cómo estaban realmente las cosas. “Claro, prima,”, me dijo Leticia. Mañana mismo voy y te cuento todo.
Al día siguiente, Leticia me llamó con noticias que me helaron la sangre. Esperanza me dijo con voz preocupada. Fui a la dirección que me diste, pero ahí no hay ninguna casa nueva. Solo está la casa vieja donde ustedes vivían de niña. Pero está abandonada. ¿Cómo que abandonada? Sí, prima. Tiene las ventanas rotas, está llena de hierba. Se ve que nadie ha vivido ahí en años. ¿Y mi mamá y Dolores? Pregunté a los vecinos. Me dijeron que Dolores se mudó hace como dos años a una casa muy grande que está del otro lado del pueblo.
Y tu mamá, prima, nadie la ha visto en mucho tiempo. Mi mundo empezó a girar. ¿Qué quieres decir con que nadie la ha visto? Los vecinos dicen que Dolores viene de vez en cuando a la casa vieja, pero siempre viene sola. Tu mamá no la han visto en meses. ¿Y la casa nueva la viste? Sí, fui para allá. Es una mansión prima. Está en una zona que antes era puro monte, pero ahora es como un fraccionamiento para ricos.
La casa es enorme, tiene jardines, autos caros en la entrada. ¿Hablaste con Dolores? Traté, pero hay una reja muy alta y un portón eléctrico. Toqué el timbre, pero nadie salió. Cuando colgué esa llamada, supe que había sido engañada de la manera más cruel posible. Esa noche no pude dormir. Durante 15 años había confiado ciegamente en mi hermana. Durante 15 años había vivido como una ermitaña para enviarle dinero. Durante 15 años había soñado con regresar a una casa que construiríamos juntas.
Y todo había sido una mentira, pero aún no sabía lo peor que estaba por venir. Al día siguiente llamé a Dolores con el corazón en la mano. Estaba dispuesta a confrontarla, a pedirle explicaciones, a exigir la verdad, pero cuando marqué su número, la llamada fue directa al buzón de voz. Marqué 10 veces más durante el día. Nada. Marqué los siguientes tres días. Nada. Finalmente, el teléfono ni siquiera timbró. El número había sido desconectado. Mi hermana había desaparecido, llevándose mi dinero, mi mamá y mis sueños.
Pero entonces llegó la deportación. Era un miércoles por la mañana. Yo estaba preparando el desayuno para Tyler y Mason, que ya tenían 20 años y estudiaban en la universidad cuando tocaron la puerta. La señora Patterson abrió y escuché voces en inglés hablando fuerte. Luego escuché mi nombre, Esperanza Jiménez, dijo un hombre entrando a la cocina con uniforme de inmigración. Necesita venir con nosotros. ¿Por qué? Pregunté aterrada. Alguien reportó su estatus migratorio. Mi mundo se vino abajo otra vez después de 15 años.
Después de criar a esos niños como si fueran míos, después de ser parte de esa familia, alguien me había denunciado. ¿Quién?, pregunté. No podemos revelar esa información, pero yo tenía mis sospechas. Solo una persona en el mundo sabía exactamente dónde trabajaba, con qué familia y tenía toda mi información personal. Dolores. Mi propia hermana no solo me había robado mi dinero, sino que me había denunciado a inmigración para asegurarse de que no pudiera regresar a reclamar lo que era mío.
Los Patterson lloraron cuando me llevaron. Esperanza me dijo la señora Patterson abrazándome. Si necesitas cualquier cosa, llámanos. Tú siempre vas a ser parte de nuestra familia. Tyler y Mason no podían parar de llorar. Mamá Esperanza me decían, te vamos a extrañar muchísimo. Pero yo ya no podía llorar. Estaba en shock total. Me llevaron a un centro de detención donde pasé 5co días antes de subirme al avión de deportación. Durante esos 5co días, lo único que hacía era pensar en mamá.
¿Dónde estaba? ¿Estaba bien? ¿Sabía ella lo que Dolores había hecho? El vuelo de regreso a México fue el más largo de mi vida. Llevaba una bolsa de plástico con mis únicas pertenencia, un cambio de ropa, mi teléfono viejo y $200 que me habían dado los Patterson como regalo de despedida. 15 años de mi vida se reducían a una bolsa de plástico. Cuando el avión aterrizó en Guadalajara, no tenía nadie esperándome. No tenía casa donde llegar. No tenía familia que me recibiera.
Estaba completamente sola en mi propio país. Tomé un autobús hacia mi pueblo natal, pero durante todo el viaje, mi estómago estaba hecho nudos. No sabía qué me esperaba al llegar. Cuando el autobús se detuvo en la terminal del pueblo, bajé con mi bolsa de plástico y miré alrededor. Todo había cambiado muchísimo. Donde antes había calles de tierra, ahora había pavimento. Donde antes había casitas humildes, ahora había construcciones modernas. Hasta había semáforos. Disculpe, le pregunté a una señora que pasaba.
Este es San Miguel de las Flores. Sí, mi hijita, pero ya no es el pueblito de antes. Aquí llegó el progreso. ¿Conoce a la familia Jiménez? Dolores Jiménez. La señora me miró extraño. Tú eres pariente suya. Soy su hermana, la que vivía en Estados Unidos. La expresión de la señora cambió completamente. Ay, mi hijita me dijo con compasión. Ven, siéntate aquí conmigo. Nos sentamos en una banca del parque. Mi hijita, me dijo la señora, toda la gente del pueblo sabe la historia de tu hermana.
Esa muchacha lleva años viviendo como rica, con una casa que parece palacio y autos que cuestan más que todas nuestras casas juntas. Y mi mamá, la señora, bajó la voz. A tu mamá nadie la ha visto en muchísimo tiempo. Hay rumores de que Dolores la mandó a un asilo en la ciudad, pero nadie sabe seguro. Mi corazón se partió en mil pedazos. Un asilo. Sí, mi hijita. Dicen que cuando tu mamá se empezó a poner muy viejita, Dolores ya no la quiso cuidar.
¿Y dónde está la casa de Dolores? está del otro lado del pueblo, en la zona de las casas grandes. Pero, mi hijita, te voy a ser honesta, esa muchacha cambió mucho, ya no es la misma persona que conocíamos. ¿Cómo cambió? Se volvió muy altanera, muy déspota. Trata mal a la gente del pueblo como si fuéramos basura. Y su marido es peor. Su marido, sí, se casó hace como 3 años con un tipo de la ciudad, un tipo que se ve que no es buena persona.
Cada palabra que escuchaba era como una puñalada. “Señora, le dije, ¿me puede llevar a la casa de Dolores?” “Claro, mi hijita, pero prepárate para lo que vas a ver.” Caminamos por 20 minutos hasta llegar a una zona que no reconocía para nada. donde antes había sido puro monte y milpas, ahora había una zona residencial con casas enormes, calles pavimentadas y jardines perfectamente cuidados. Esta es, me dijo la señora, señalando una casa que me quitó el aliento. No era una casa, era una mansión de dos pisos con una fachada que parecía de revista de arquitectura.
Tenía un jardín enorme con fuentes de agua, palmeras y flores de todos los colores. En la entrada había tres autos, un Mercedes-Benz, una camioneta BMW y un Audi. “No puede ser”, murmuré. “Esta es la casa que construyó tu hermana con el dinero que tú mandabas”, me dijo la señora con tristeza. Me acerqué al portón principal. Era de hierro forjado, con diseños elegantes y un sistema de seguridad electrónico. Toqué el timbre y escuché una melodía clásica que sonaba desde adentro.
Después de unos minutos, escuché pasos acercándose. La puerta se abrió y ahí estaba Dolores. Pero no era la Dolores que yo recordaba. Esta mujer que tenía enfrente parecía otra persona completamente. Llevaba un vestido de diseñador que claramente había costado una fortuna, zapatos de marca italiana, joyas en el cuello, las muñecas y los dedos. Su cabello estaba perfectamente arreglado en un salón caro. Su maquillaje era profesional. Hasta sus uñas estaban hechas en un spa. Cuando me vio, su cara cambió de sorpresa a molestia, esperanza, me dijo sin emoción alguna.
No sabía que ya habías regresado. Me deportaron hace tres días, le dije tratando de controlar mi voz. ¿Por qué desconectaste tu teléfono? Se me olvidó pagar la cuenta. Me respondió con frialdad. Dolores, necesitamos hablar. Mi hermana miró hacia los lados como si le diera pena que los vecinos me vieran ahí. Está bien, entra. Pasé el portón y caminé por un sendero de piedras perfectamente acomodadas. Había jardineros trabajando en el jardín como si estuviéramos en la casa de un millonario.
¿De dónde salió todo esto?, le pregunté. Te lo explico adentro, me dijo abriendo la puerta principal. Cuando entré a la casa, se me olvidó cómo respirar. El interior era aún más impresionante que el exterior. Había pisos de mármol blanco, techos altísimos con lámparas de cristal, muebles que parecían de museo y obras de arte en las paredes. Una escalera curva llevaba al segundo piso con un barandal dorado que brillaba como si fuera oro real. Dolores”, le dije con la voz temblando.
Esta casa debe haber costado millones de pesos. Siéntate, me dijo señalando una sala con muebles de cuero italiano. Me senté, pero estaba tan nerviosa que no podía estar quieta. “Explícame de dónde salió el dinero para todo esto.” “Hicimos inversiones”, me dijo evitando mi mirada. “¿Qué tipo de inversiones? Compramos terrenos cuando estaban baratos y los vendimos cuando subieron de precio. ¿Con qué dinero compraron terrenos? Con el dinero que tú mandabas. Pero el dinero que yo mandaba era para construir una casa sencilla y para cuidar a mamá.
Y eso hicimos. Esta es la casa que construimos. Esta no es la casa que acordamos, le grité. Esta es una mansión que cuesta más dinero del que yo pude haber mandado en 100 años. Dolores me miró con una expresión que me heló la sangre. Era frialdad pura, esperanza. Me dijo con una voz que ya no reconocía. El dinero que tú mandabas lo invertimos inteligentemente. No íbamos a construir una casita humilde cuando podíamos hacer algo mejor. Sin consultarme, sin decirme, tú estabas en Estados Unidos.
Nosotras estábamos aquí. Nosotras tomamos las decisiones. Nosotras, ¿quiénes somos nosotras? En ese momento escuché pasos bajando por la escalera de mármol. Era un hombre como de 35 años, alto, fornido, vestido con ropa cara y con una cadena de oro gruesa en el cuello. ¿Quién es ella?, me preguntó a Dolores sin dirigirse a mí. Es mi hermana, le respondió Dolores. La que vivía en Estados Unidos. El hombre me miró de arriba a abajo con desprecio total. “¡Ah, la que mandaba el dinero!
“Mucho gusto”, le dije parándome para saludarlo. “Soy Esperanza. El hombre no me extendió la mano. Soy Rubén, el esposo de Dolores. No sabía que Dolores se había casado. “Nos casamos hace 3 años”, me dijo Rubén con una sonrisa burlona. “Una boda muy bonita. Lástima que no pudiste venir. Nadie me invitó. Es que fue algo muy íntimo, dijo Dolores rápidamente. Íntimo, preguntó Rubén riéndose. Invitamos a 300 personas, gastamos como 200,000 pesos en la fiesta. Mis piernas empezaron a temblar.
200,000 pesos. Sí, dijo Rubén con orgullo. Contratamos mariachi, banda, DJ y comida para todos los invitados. Un pastel de cinco pisos, fuegos artificiales. Fue la boda más grande que ha habido en este pueblo. ¿Y de dónde salió ese dinero? Rubén y Dolores se miraron entre ellos. Del dinero que tú mandabas, me dijo Dolores como si fuera lo más natural del mundo. En ese momento me di cuenta de que estaba viviendo la peor pesadilla de mi vida. ¿Ustedes gastaron el dinero que yo mandaba para cuidar a mamá en una boda?
No solo en la boda, dijo Rubén sonriendo. También en la luna de miel. Nos fuimos 15 días a Europa, París, Roma, Madrid. Fue increíble. Me senté otra vez porque sentía que me iba a desmayar. “Dolores”, le dije con la voz quebrada. “¿Dónde está mamá?” La sonrisa de Dolores desapareció. Está está descansando. ¿Dónde? Arriba en su recámara. Quiero verla. Ahorita está dormida. No la queremos despertar. No me importa si está dormida. Necesito verla ahora. Rubén se interpuso entre la escalera y yo.
Oye, no puedes llegar aquí a dar órdenes. Esta es nuestra casa. Esta casa se construyó con mi dinero. Le grité. Tu dinero. Se burló Rubén. ¿Y dónde están los papeles que demuestren que esta casa es tuya? No supe qué responder. Nunca había pensado en papeles legales. Había confiado ciegamente en mi hermana. “Exacto”, dijo Rubén con una sonrisa cruel. “No tienes nada. Esta casa está a nombre de dolores. Los autos están a nombre de dolores. Todo está a nombre de Dolores.
Pero yo puse el dinero. Pruébalo. Dolores intervino. Esperanza, mejor vamos a hablar afuera. No quiero que despertemos a mamá. Salimos al jardín. Yo estaba temblando de coraje y dolor. Dolores, le dije. Quiero que me expliques exactamente qué pasó con el dinero que mandé durante 15 años. Mi hermana se sentó en una banca de mármol que había junto a la fuente Esperanza. Lo que pasó es que fuimos inteligente. En lugar de construir una casita humilde como habíamos planeado, decidimos invertir tu dinero.
Invertir en qué? Primero compramos terrenos cuando estaban baratos, luego construimos esta casa que ahora vale muchísimo más de lo que costó. Después abrimos algunos negocios pequeños. ¿Qué negocio? Rubén tiene una distribuidora de cerveza. También tenemos una tienda de materiales de construcción y compramos más terrenos que estamos vendiendo poco a poco y las ganancias de esos negocios donde están se reinvierten. Así es como funciona. Dolores. Yo no quería negocios. Yo quería una casa sencilla para mi familia. Pues ahora tienes una casa mucho mejor.
Esta no es mi casa. Yo ni siquiera vivo aquí. Podrías vivir aquí si quisieras. ¿Cómo que si quisiera? Bueno, tendrías que seguir nuestras reglas. Esta casa tiene un orden, una manera de funcionar. ¿Qué reglas? Pues que Rubén es el jefe de la casa, que las decisiones las tomamos nosotros, que tú tendrías que ayudar con los gastos. Ayudar con los gastos. Si yo puse todo el dinero para construir esta casa. Sí, pero ahora hay gastos de mantenimiento. El jardinero, la muchacha que viene a limpiar, los impuestos, los servicios, todo eso cuesta dinero.
¿Y de dónde esperan que yo saque dinero? Me acaban de deportar. pues tendrás que buscar trabajo aquí en México. No podía creer lo que estaba escuchando. Mi propia hermana me estaba diciendo que tendría que pagar para vivir en la casa que yo había financiado. Dolores le dije tratando de mantener la calma. Llévame con mamá. Necesito hablar con ella. Ya te dije que está dormida, entonces espero a que despierte. No, mejor regresa mañana. No me voy de aquí hasta ver a mamá.
Dolores suspiró y se paró de la banca. Está bien, pero solo unos minutos. Subimos por la escalera de mármol. Arriba había un pasillo largo con varias puertas. Las paredes estaban decoradas con cuadros caros y había alfombras gruesas en el piso. “Esta es su recámara”, me dijo Dolores abriendo una puerta al final del pasillo. Entré y lo que vió el alma. La recámara era enorme, con una cama king size y muebles que parecían de hotel de lujo. Pero en esa cama gigante mamá se veía diminuta, frágil, perdida.
Estaba acostada, con los ojos cerrados, respirando con dificultad. Su cabello, que siempre había sido grueso y negro, ahora era escaso y completamente blanco. Su piel se veía amarillenta y tenía moretones en los brazos. “Mamá”, le dije acercándome a la cama. Mamá abrió los ojos lentamente. Al principio no me reconoció, pero después su cara cambió completamente. “Esperanza”, me preguntó con una voz que era apenas un susurro. ¿Eres tú, mi hijita? Sí, mamá, soy yo. Ya regresé. Mamá empezó a llorar.
Pensé que nunca te volvería a ver. Me senté en la cama y la abracé con mucho cuidado. Estaba tan delgada que sentía sus huesos. ¿Cómo estás, mamá? Muy mal, mi hijita, muy mal. ¿Qué tienes? ¿Estás enferma? Mamá miró hacia la puerta para asegurarse de que Dolores no estuviera escuchando y luego me acercó a su oído. Mi hijita me susurró, “tu hermana me dijo que ya no querías saber nada de nosotra. Me dijo que te habías conseguido una familia nueva en Estados Unidos y que nos habías olvidado.
Mi mundo se vino abajo.” ¿Qué? Mamá, eso no es cierto. Yo les mandé dinero cada quincena durante 15 años. Nunca dejé de pensar en ustedes ni un solo día. En serio, mi hijita. En serio, mamá. Cada peso que gané se los mandé a ustedes. Mamá empezó a llorar más fuerte. Mi hijita, yo nunca vi ni un peso de ese dinero. Dolores me dijo que tú ya no mandabas nada, que te habías olvidado de nosotras. Nunca viste el dinero.
Nunca, mi hijita. Dolores me dijo que tú habías dicho que ya no querías mantener a una vieja inútil. Mi corazón se rompió en mil pedazos. Durante 15 años, mamá había creído que yo la había abandonado. Mamá, eso nunca fue cierto. Yo trabajé como burra para poder mandarles dinero. Vivía con lo mínimo para que ustedes pudieran estar bien. Entonces, todo este tiempo tú sí pensabas en mí. Todos los días, mamá. Todos los días. Mamá me apretó la mano con la poca fuerza que tenía.
Mi hijita, hay algo más que necesitas saber. Dime, mamá. Hace como un año, Dolores me llevó a un lugar feo con gente que gritaba y olía mal. Me dijo que era para que me cuidaran mejor, pero era horrible. ¿Qué tipo de lugar? Un asilo, mi hijita. Me dejó ahí por 6 meses. Un asilo. Sí. Era un lugar donde había puros viejitos abandonados. No me daban bien de comer. Las enfermeras me trataban mal. Y yo lloraba todos los días porque pensaba que mi familia me había olvidado.
¿Por qué te sacó de ahí? Porque se le acabó el dinero para pagarles. Entonces me trajo de vuelta aquí, pero me puso en este cuarto y casi no me deja salir. No te deja salir, no, mij hijita. Me dice que estoy muy viejita y que me puedo caer, pero yo creo que es porque no quiere que la gente del pueblo me vea. ¿Por qué no querría que te vieran? Porque estoy muy flaca. Mi hijita, no me da bien de comer, solo me trae una comida al día y a veces se le olvida.
En ese momento entendí por qué los vecinos del pueblo no habían visto a mamá. Dolores la tenía prácticamente secuestrada. ¿Y medicinas? ¿Te está dando medicina? No, mij hijita, me duele mucho la espalda y las piernas, pero ella dice que las medicinas están muy caras. Mamá, ¿dónde están tus medicinas de la diabetes? ¿Cuáles medicinas? Dolores me dijo que tenías diabetes y que por eso necesitaban dinero extra para comprarte medicinas. Mamá me miró confundida. Mi hijita, yo nunca he tenido diabetes.
Estoy mal porque no como bien y porque estoy muy triste. Todo empezó a quedar claro. Durante años, Dolores había inventado enfermedades de mamá para pedirme dinero extra. Mamá, le dije, vamos a salir de aquí. Yo te voy a cuidar. En serio, mij hijita, en serio. Pero necesito saber algo. ¿Dónde están los papeles de la casa? Las escrituras originales. ¿Cuáles papeles? Mi hijita, cuando yo empecé a mandar dinero para la construcción, no hicimos ningún papel legal. Ay, mi hijita, yo no sé de esas cosas.
Dolores se encargaba de todo. En ese momento escuché pasos en el pasillo. Ya estuvo bueno de visita, dijo Dolores entrando al cuarto. Mamá necesita descansar. Mamá necesita un doctor, le dije parándome. Está muy mal. Está bien. Solo está viejita. No está bien. Está desnutrida y abandonada. Yo la cuido perfectamente. ¿Cuándo fue la última vez que la llevaste al doctor? Hace como no me acuerdo. ¿Cuándo fue la última vez que salió de este cuarto? No necesita salir. Aquí está cómoda.
La tienes prisionera. No digas tonterías. Vámonos. Mamá necesita dormir. Me acerqué a mamá y le di un beso en la frente. Mañana vengo por ti, le susurré al oído. Salimos del cuarto y bajamos las escaleras en silencio. Cuando llegamos a la sala, Rubén estaba ahí esperando. “¿Ya terminaron el drama?”, preguntó burlándose. Rubén, le dije, “mi mamá está muy enferma, necesita atención médica. Pues llévala al doctor tú. ¿Con qué dinero? Me acaban de deportar. Ese ya no es nuestro problema.
Claro que es su problema. Ustedes se gastaron el dinero que yo mandaba para cuidarla. Nosotros no nos gastamos nada, dijo Rubén levantándose del sillón. Nosotros invertimos inteligentemente el dinero que nos mandabas y la salud de mi mamá. Tu mamá ya está muy viejita. A esa edad ya para qué gastar dinero en doctores. La frialdad de sus palabras me dejó helada. ¿Estás diciendo que mi mamá no vale la pena? Estoy diciendo que hay que ser realistas. Tu mamá ya cumplió su ciclo.
Ahora lo que importa es el futuro. ¿El futuro de quién? Nuestro. Dijo señalándose a él y a Dolores. Nosotros somos jóvenes. Nosotros tenemos toda la vida por delante. Y mi mamá, ¿qué? Tu mamá ya vivió lo que tenía que vivir. En ese momento, Dolores me tomó del brazo. Esperanza, acompáñame afuera. Salimos al jardín otra vez. Dolores cerró la puerta para que Rubén no escuchara. “Mira, manita, me dijo con una voz falsa. Entiendo que estés molesta, pero las cosas son como son.” ¿Cómo que las cosas son como son?
Tú estuviste 15 años en Estados Unidos. Nosotras estuvimos aquí cargando con todos los problemas. ¿Cuáles problemas? Yo les resolví todos los problemas mandándoles dinero, solo dinero. ¿Y quién cuidó a mamá cuando se enfermaba? ¿Quién la llevaba al doctor? ¿Quién le hacía de comer? ¿Quién aguantó sus quejas todos los días? Para eso les mandaba dinero, para que pudieran cuidarla bien. Pues sí, y la cuidamos. Pero también teníamos derecho a vivir, a vivir como como millonarios, a vivir bien.
¿Por qué íbamos a seguir siendo pobres si tú nos mandabas tanto dinero? Porque ese dinero no era para que vivieran como ricos, era para que cuidaran a mamá y construyeran una casa sencilla. Pues ya construimos la casa. Aquí está. Esta no es la casa que acordamos. Es una casa mejor. ¿Cuál es el problema? El problema es que yo no puedo vivir aquí. El problema es que mamá está abandonada. El problema es que ustedes se gastaron mi dinero en lujos.
Tu dinero. Me preguntó Dolores con una sonrisa cruel. ¿Dónde dice que es tu dinero? Yo lo gané. Yo lo mandé. Tú lo mandaste, pero lo mandaste para la familia. Y nosotras somos la familia. Nosotras decidimos cómo gastarlo. Yo también soy familia. Tú estabas en Estados Unidos, tú elegiste irte. Me fui para poder mandarles dinero y te lo agradecemos. Pero ahora que ya regresaste, las cosas son diferentes. Diferentes como ahora ya no hay dinero gringo llegando cada quincena.
Ahora hay que trabajar con lo que tenemos. ¿Y qué tenemos? Esta casa, los negocios, las inversiones y yo qué. Tú puedes quedarte si quieres, pero vas a tener que cooperar. ¿Cooperar cómo? Conseguir trabajo, aportar a los gastos de la casa, ayudar a cuidar a mamá. Ayudar a cuidar a mamá debería ser al revés. Ustedes deberían estar cuidándola con el dinero que yo mandé. Esperanza, ya déjate de dramas. Las cosas son como son. O te adaptas o te vas, me estás corriendo.
Te estoy dando opciones. En ese momento, Rubén salió de la casa. ¿Ya terminaron de hablar?, preguntó. Sí, dijo Dolores. Esperanza ya entendió cómo son las cosas. ¿Entendiste?, me preguntó Rubén con burla. Entendí que ustedes son unos ladrones, le contesté. La cara de Rubén cambió completamente. ¿Qué dijiste? que son unos ladrones. Se robaron mi dinero. Rubén se acercó a mí con cara amenazante. A ver, repite eso. Son unos ladrones, le repetí sin moverme. Rubén levantó la mano como si me fuera a pegar, pero Dolores lo detuvo.
No, Rubén, déjala. Ya se va a ir. Me voy a ir. ¿A dónde? A donde quieras. Me dijo Dolores. Pero no puedes quedarte aquí. Esta casa se construyó con mi dinero. Pruébalo. ¿Cómo que lo pruebe? Enséñanos los papeles que demuestren que pusiste dinero para esta casa. Yo les mandaba el dinero a ustedes. Ustedes eran las que se encargaban de todo. Exacto. Nosotras nos encargamos de todo. Nosotras compramos los terrenos. Nosotras contratamos a los albañiles. Nosotras supervisamos la construcción.
Todo está motas a nuestro nombre. Pero con mi dinero, ¿cuál dinero? No tenemos recibo de nada. Las transferencia. Tengo copias de todas las transferencias que hice. ¿Y qué dicen esas transferencias? Me preguntó Rubén burlándose. ¿Que el dinero era para construir una casa específica o que era dinero que les mandabas para lo que necesitaran? No supe qué contestar. Tenía razón. Las transferencias solo decían que era dinero para mi familia, no especificaban para qué. Exacto. Dijo Rubén, tú mandabas dinero a tu familia y tu familia decidió qué hacer con ese dinero y decidimos construir esta casa e invertir en negocios.
Eso no es justo. No es justo. Se burló Dolores. ¿Sabes qué no es justo? que tú te fueras a Estados Unidos a vivir tu vida mientras nosotras nos quedamos aquí a cuidar a una vieja enferma. Yo me fui para poder mandarles dinero. Tú te fuiste porque quisiste. Nadie te obligó. Me fui por ustedes. Te fuiste por ti, porque querías conocer Estados Unidos, porque querías ganar dólares, porque querías vivir en el primer mundo. Eso no es cierto, ¿no?
Entonces, ¿por qué duraste 15 años allá? Si tanto nos extrañabas, ¿por qué no regresaste antes? Porque estaba juntando dinero para ustedes. Claro, dijo Rubén. Y entre tanto, ¿quién cuidó a tu mamá? ¿Quién aguantó sus berrinches? ¿Quién se levantó en las madrugadas cuando se sentía mal? Para eso les mandaba dinero. El dinero no cuida enfermos, me dijo Dolores. El dinero no da cariño. El dinero no acompaña en las noches difíciles. Ustedes aceptaron cuidarla y la cuidamos. Pero también teníamos derecho a vivir bien.
Vivir bien o vivir como ricos. ¿Cuál es la diferencia? En ese momento me di cuenta de que estaba perdiendo la discusión. Dolores y Rubén tenían respuesta para todo. Habían planeado esto muy bien. ¿Saben qué? Les dije, “Me voy, pero me llevo a mamá conmigo. ¿A dónde te la vas a llevar?”, me preguntó Rubén. ¿Tienes casa? ¿Tienes dinero? ¿Tienes trabajo? Ya conseguiré. ¿Con qué dinero vas a mantenerla mientras consigues trabajo? No tenía respuesta. Exacto. Dijo Dolores. Tú no puedes cuidar a mamá.
Nosotros sí. Ustedes no la están cuidando. La tienen abandonada. Está en una recámara bonita, en una cama cómoda, con techo sobre su cabeza, pero sin comida suficiente, sin medicinas, sin atención médica. Pues si tanto te preocupa, consigue dinero para pagar todo eso. ¿Cómo voy a conseguir dinero si me acaban de deportar? ¿Ese es tu problema? Rubén sacó su celular y marcó un número. Bueno, sí, necesito que vengan a recoger a una persona. Sí, ahora mismo. ¿A quién le hablas?
Le pregunté. A unos amigos. Te van a acompañar a la central de autobuses. Me están corriendo. Te estamos ayudando a que no hagas un escándalo. Me dijo Dolores. Esta es mi casa, esta es nuestra casa y tú ya no eres bienvenida aquí. En 10 minutos llegaron dos hombres grandes en una camioneta. Tenían pinta de ser matones. Ella es, le preguntaron a Rubén. Sí. Llévenla a la central de autobuses y cómprenle un boleto para donde ella quiera. No me pueden hacer esto, grité.
Señora, me dijo uno de los hombres, acompáñenos sin hacer escándalo. Quiero hablar con mamá. Su mamá está dormida, me dijo Dolores. Ya la vio. Los dos hombres me tomaron de los brazos. Vámonos, señora. Dolores. Soy tu hermana. Eras mi hermana cuando me convenía. me gritó. Ahora eres solo un estorbo. Me subieron a la camioneta por la fuerza. Durante todo el trayecto a la central de autobuses no pude parar de llorar. Cuando llegamos uno de los hombres me compró un boleto para la Ciudad de México.
Su hermana dice que ahí puede conseguir trabajo. Me dijo. Me subieron al autobús y me dejaron ahí. Cuando el autobús arrancó, vi por la ventana la camioneta alejándose. 15 años de mi vida se resumían a un boleto de autobús y una bolsa de plástico. Daile, like si esto te indigna y cuéntame en los comentarios desde qué país me estás escuchando o si has vivido algo parecido. El viaje a la ciudad de México fue el más doloroso de mi vida.
No solo había perdido mi dinero y mi casa, había perdido a mi hermana, mi familia y sobre todo había tenido que abandonar a mamá en manos de esa gente sin corazón. Cuando llegué a la capital no conocía a nadie y no tenía a dónde ir. Con los últimos pesos que me quedaban, me compré un periódico y busqué trabajo en los anuncios clasificados. Conseguí empleo como empleada doméstica en casa de una familia de clase media. Me pagaban muy poco, pero al menos tenía un cuartito donde dormir y algo que comer.
Durante los primeros meses intenté comunicarme con dolores cientos de veces. Le mandé mensajes, la llamé, hasta le escribí cartas. Nunca me respondió. También traté de contactar a otros familiares del pueblo para que me ayudaran a saber cómo estaba mamá, pero todos me daban la misma respuesta. Dolores nos dijo que ya no quieres saber nada de tu familia. Mi hermana había logrado convencer a todo el mundo de que yo era la mala de la historia. Por las noches, acostada en mi cuartito de servicio, no podía parar de pensar en mamá.
¿Cómo estaría? ¿La estarían alimentando bien? ¿Sabría ella que yo había tratado de llevarla conmigo? Durante 6 meses viví en la desesperación más absoluta. Trabajaba de sol a sol, pero todo mi sueldo se me iba en gastos básicos. No tenía manera de ahorrar para regresar al pueblo ni para contratar un abogado. Pero entonces, una mañana de diciembre recibí una llamada que cambió todo. Habla Esperanza Jiménez. me preguntó una voz de mujer. Sí, soy yo. Le habla la doctora Hernández del Hospital General de San Miguel de las Flores.
Su mamá, la señora Refugio Jiménez, está internada en estado grave. Mi mundo se tambaleó. ¿Qué le pasó? llegó aquí hace 3 días en estado de desnutrición severa. Al parecer su familia la trajo cuando ya estaba inconsciente. Mi familia, su hija Dolores, pero nos dijo que usted no quería saber nada de su mamá. Eso no es cierto. ¿Cómo está mamá? Muy grave, señora. Está consciente, pero muy débil. Ha estado pidiendo por usted constantemente. ¿Cómo consiguió mi teléfono? Su mamá traía un papelito cosido en su ropa interior con este número.
Insistió mucho en que la llamáramos. ¿Puedo hablar con ella? Claro, un momento. Después de unos segundos, escuché la voz de mamá tan débil que apenas se oía. Mi hijita, ¿eres tú? Sí, mamá, soy yo. ¿Cómo estás? Muy mal, mij hijita, pero feliz de escuchar tu voz. ¿Qué te pasó? Dolores me dejó sola en la casa por cinco días. No me dejó comida ni agua. Cuando regresó ya estaba muy mal. ¿Dónde había ido? Se fue de viaje con su marido a Las Vegas.
Me dijeron que era su segundo aniversario de bodas. Mi hermana había dejado a mamá moribunda para irse de luna de miel con el dinero que yo había enviado durante años. Mamá, ya voy para allá. Mi hijita. Hay algo que necesito decirte antes de que llegues. Dime, mamá. Cuando Dolores me trajo al hospital, trajo una bolsa con mis cosas, pero antes de salir de la casa, yo logré esconder algo muy importante. ¿Qué escondiste, mamá? Las escrituras originales de la casa, mi hijita, están debajo del colchón de mi cama.
¿Cuál es escritura? Cuando tú empezaste a mandar dinero para la construcción, yo fui al registro público y puse la casa a tu nombre. Siempre estuvo a tu nombre, mi hijita, porque tú la pagaste. Dolores sabe eso nunca se lo dije porque pensé que no era necesario, pero las escrituras están ahí escondidas. Mamá, eso significa que que la casa es tuya, mi hijita. Siempre fue tuya. ¿Por qué nunca me lo dijiste? Porque confiaba en Dolores. Pensé que cuando tú regresaras las tres íbamos a vivir juntas y felices.
Mamá, voy para allá ahora mismo. Apúrate, mi hijita. Siento que ya no me queda mucho tiempo. Tomé el primer autobús que salía hacia el pueblo. Durante todo el viaje no pude parar de llorar, pero ahora eran lágrimas de esperanza. Cuando llegué al hospital, mamá estaba consciente, pero muy débil. En cuanto me vio, empezó a sonreír. “Sabía que vendrías”, me dijo. Me senté junto a su cama y le tomé la mano. “Mamá, vamos a salir de esta.” “No, mij hijita, yo ya estoy muy cansada, pero necesito que me prometas algo, lo que quieras, mamá.
Prométeme que vas a recuperar tu casa. Prométeme que no vas a dejar que Dolores se salga con la suya. Te lo prometo, mamá, y prométeme que vas a perdonarme. ¿Perdonarte qué? Por haber sido tan tonta, por haber confiado tanto en dolores, por no haber defendido tu dinero. Mamá, tú no tienes la culpa de nada. Sí tengo la culpa, mi hijita. Yo era tu mamá. Era mi responsabilidad proteger lo que era tuyo. Ya no importa, mamá. Lo importante es que ahora estamos juntas.
Mamá sonrió por última vez. Siempre ha sido mi orgullo, mi hijita. Siempre. Esa noche mamá falleció en paz sabiendo que me había dado las armas para luchar por lo que era mío. Al día siguiente, después del funeral al que Dolores llegó tarde y vestida de colores brillantes, fui directamente a su casa. Esta vez no iba sola. Fui acompañada de un abogado que había contratado con los últimos pesos que tenía, un notario público y dos policías. Cuando toqué el portón de la mansión, Dolores salió en pijama de seda, claramente molesta por la hora.
¿Qué quieres ahora?, me preguntó. Vengo a recuperar mi casa. Le dije enseñándole las escrituras. Tu casa. Esta casa es mía. No, Dolores. Esta casa siempre estuvo a mi nombre. El notario se adelantó. Señora Dolores, esta propiedad está registrada legalmente a nombre de la señora Esperanza Jiménez. Ustedes han estado viviendo aquí sin autorización del propietario legal. Eso no puede ser, gritó Dolores. Aquí están las escrituras originales le dijo el abogado. Firmadas por su madre cuando se inició la construcción.
Rubén salió de la casa medio dormido. Cuando vio a los policías, entendió inmediatamente lo que estaba pasando. “Esto es una trampa”, gritó. “Esta casa es nuestra, señor”, le dijo uno de los policías. Si no tienen documentos que demuestren que esta propiedad les pertenece, van a tener que desalojar inmediatamente. Pero nosotros construimos esta casa gritó Dolores. La construyeron con dinero de la señora Esperanza, le dijo el abogado. Tenemos todas las pruebas de las transferencias bancarias que demuestran de dónde salió el dinero para la construcción.
El abogado sacó una carpeta gruesa llena de documentos. Aquí están las copias de todas las transferencias que la señora Esperanza envió durante 15 años. Un total de $17,000. Ese dinero nos lo mandaba a nosotras”, gritó Dolores. “Sí”, le dijo el abogado, “pero para que cuidaran a su madre y construyeran una casa para la familia, no para que construyeran una mansión de lujo para ustedes solos. Esa casa es para la familia. ¿Dónde está la familia?”, preguntó el notario.
Su madre murió ayer en el hospital por desnutrición. Su hermana fue deportada y ustedes la corrieron de aquí. Rubén se puso agresivo. Nosotros no tenemos que darle explicaciones a nadie. Sí tienen que darlas, le dijo uno de los policías, porque ahora están siendo investigados por apropiación indebida y abandono de persona vulnerable. ¿Qué? Preguntó Dolores poniéndose pálida. Su madre murió por desnutrición severa después de que ustedes la abandonaron por cinco días, le explicó el policía. Eso constituye abandono de persona vulnerable.
Nosotros no la abandonamos. Los vecinos confirmaron que ustedes se fueron de viaje por 5 días y dejaron a la señora sola, sin comida ni agua. Eso no es cierto. También tenemos las facturas del viaje que hicieron a Las Vegas, agregó el abogado. Gastaron 30,000 en 5 días mientras su madre se moría de hambre. Dolores empezó a llorar, pero ahora eran lágrimas de pánico, no de tristeza. Esperanza. Me dijo, “Somos hermanas, no puedes hacerme esto ahora. ¿Somos hermanas?”, le pregunté.
“Ayer me dijiste que ya no era tu hermana. Estaba molesta. No era en serio. Dolores. Durante 15 años tú fuiste lo más importante en mi vida. Sacrifiqué todo por ti y por mamá. Y ustedes me pagaron con traición y robo. Nosotros no te robamos nada. Me robaron mi dinero, me robaron mi casa, me robaron mi familia y lo peor de todo, me robaron los últimos años de vida de mamá. El notario intervino. Señores, tienen 24 horas para desalojar la propiedad.
Después de eso serán removidos por la fuerza. ¿A dónde vamos a ir?, preguntó Dolores desesperada. Ese ya no es mi problema, le dije. Igual que mi situación ya no era tu problema cuando me corriste de aquí. Esperanza, por favor. Dolores, tú tomaste tu decisión cuando decidiste robarme. Ahora yo tomo la mía. Rubén se acercó a mí con cara amenazante. Esto no se va a quedar así. ¿Me estás amenazando? Le pregunté. Te estoy avisando. Uno de los policías se interpuso entre Rubén y yo.
Señor, cualquier amenaza será tomada como delito. Le sugiero que se calme. Vamos. Le dije al abogado, ya terminamos aquí. Cuando nos íbamos, escuché a Dolores gritándome, “¿Te vas a arrepentir de esto? Sin nosotros no eres nada.” Me di la vuelta y la miré por última vez. Sin ustedes soy libre. Al día siguiente regresé a la casa acompañada del abogado para hacer el inventario oficial. Dolores y Rubén habían sacado sus cosas personales, pero todo lo demás seguía ahí.
Los muebles caros, los electrodomésticos de lujo, las obras de arte, hasta los autos que estaban registrados a nombre de la propiedad. “Todo esto fue comprado con su dinero”, me explicó el abogado. Legalmente todo le pertenece. Caminé por esa casa enorme que había sido construida con mis lágrimas y mi sudor. Cada mueble, cada decoración, cada detalle había sido pagado con años de mi vida, pero en lugar de sentir satisfacción, sentía un vacío enorme. La casa estaba hermosa, pero estaba vacía.
Mamá ya no estaba. Dolores se había ido. Yo estaba completamente sola. Esa noche dormí por primera vez en la casa que había pagado durante 15 años. Escogí la recámara más pequeña, no la principal. No me sentía cómoda en tanto lujo cuando sabía el precio que había pagado por él. Durante los siguientes días, el abogado me ayudó a investigar todo lo que Dolores y Rubén habían hecho con mi dinero. Los resultados fueron aún peores de lo que imaginaba.
habían usado mis transferencias para abrir tres negocios diferentes: una distribuidora de bebidas, una tienda de materiales de construcción y una agencia de viajes. También habían comprado cinco terrenos en diferentes partes del estado, dos casas más pequeñas que rentaban y hasta habían invertido en acciones de la bolsa. Su hermana es muy inteligente”, me dijo el abogado. “Convirtió sus $17,000 en un patrimonio de más de medio millón de dólares. Y todo eso es mío legalmente.” Sí, todo fue comprado con dinero que usted envió específicamente para el cuidado familiar.
¿Qué tengo que hacer para recuperarlo? Demandar por apropiación indebida y fraude familiar. ¿Cuánto tiempo tardará eso? Entre 6 meses y un año. Pero con las pruebas que tenemos es casi seguro que ganemos. Decidí proceder con la demanda, no solo por el dinero, sino por justicia. Durante 15 años, Dolores se había burlado de mi confianza. Era momento de que pagara las consecuencias. El juicio fue largo y doloroso. Dolores contrató al mejor abogado que pudo pagar y su estrategia fue tratar de hacerme quedar como la hermana mala que había abandonado a su familia.
Mi cliente, decía su abogado, cuidó a su madre enferma durante 15 años mientras la demandante vivía cómodamente en Estados Unidos. Objeción”, decía mi abogado. La demandante vivía en condiciones precarias para poder enviar dinero a su familia. Mi cliente usó ese dinero responsablemente para construir un patrimonio familiar. Su cliente usó ese dinero para construir un patrimonio personal y dejó morir de hambre a su madre. Así continuó el juicio durante meses, pero la evidencia estaba de mi lado. Teníamos todas las transferencias bancaria, todas las facturas de los lujos que se habían comprado, todos los registros de los viajes caros y sobre todo teníamos el reporte médico de mamá que confirmaba que había muerto por desnutrición.
El día del veredicto, el juez fue muy claro. Después de revisar toda la evidencia presentada, este tribunal determina que la señora Dolores Jiménez y su esposo Rubén García, cometieron apropiación indebida de fondos familiares por un monto de $17,000 americanos. Dolores empezó a llorar. Además, continuó el juez, la evidencia muestra que estos fondos que fueron enviados específicamente para el cuidado de la señora Refugio Jiménez fueron desviados para el beneficio personal de los demandados, resultando en el abandono y eventual fallecimiento de la persona que debían cuidar.
Por tanto, este tribunal ordena la devolución completa de todos los bienes adquiridos con dichos fondos, más daños punitivos por la cantidad de $50,000 adicionales. Además, los demandados deberán cumplir 500 horas de servicio comunitario en asilos de ancianos para que aprendan el valor de cuidar a las personas mayores. Cuando salimos del juzgado, Dolores me alcanzó en la escalinata. Esperanza me dijo con lágrimas en los ojos, “ya contenta, ya me quitaste todo. Yo no te quité nada”, le respondí.
Yo recuperé lo que era mío. Somos hermanas. Las hermanas no se roban entre ellas. ¿Me puedes perdonar? Te perdono. Dolores, pero perdonar no significa que voy a olvidar o que voy a permitir que vuelvas a lastimarme. ¿Qué va a pasar conmigo? Lo mismo que me pasó a mí cuando me deportaron. Vas a empezar de cero, pero yo no sé trabajar como tú. Entonces, va a ser tiempo de que aprenda. No me vas a ayudar. ¿Cómo me ayudaste tú cuando llegué de portada?
Dolores bajo la cabeza. Te porté muy mal contigo. Sí, te portaste muy mal. ¿Hay alguna manera de que me perdones de verdad, Dolores, el perdón no se pide, el perdón se gana y tú tienes mucho trabajo que hacer para ganarte el mío. Esa fue la última vez que hablé con mi hermana. Con el dinero recuperado de los negocios y las propiedades, tomé una decisión que cambió mi vida para siempre. Convertí la mansión en un hogar para mujeres migrantes deportadas que regresaban a México sin nada.
Era mi manera de honrar el sacrificio que había hecho y ayudar a otras mujeres que habían pasado por lo mismo que yo. Casa refugio. Le puse al hogar en honor a mamá. La casa tenía 12 recámaras, así que podía albergar hasta 24 mujeres. Les dábamos hospedaje gratis por 6 meses, comida, ayuda psicológica y lo más importante, ayuda para conseguir trabajo y empezar una nueva vida. Muchas de las mujeres que llegaban tenían historias similares a la mía. habían enviado dinero a sus familias durante años solo para descubrir que habían sido traicionadas por las personas en las que más confiaban.
María, de 38 años, había enviado dinero por 12 años para que su esposo construyera una casa. Cuando la deportaron, descubrió que su esposo se había casado con otra mujer y había usado su dinero para construir una casa para su nueva familia. Carmen, de 45 años, había mandado dinero durante 20 años para que sus padres cuidaran a sus tres hijos. Cuando regresó, descubrió que sus padres habían usado su dinero para mandar a sus hijos a Estados Unidos ilegalmente y ahora no sabía dónde estaban.
Rosa, de 33 años, había enviado dinero durante 8 años para que su hermana cuidara a su hijo discapacitado. Cuando regresó, descubrió que su hermana había metido al niño a un orfanato y se había gastado el dinero en drogas. Cada historia era un puñal en el corazón, pero también era una confirmación de que había tomado la decisión correcta al abrir casa refugio. Durante el primer año ayudamos a 85 mujeres. 72 de ellas consiguieron trabajo estable y lograron independizarse.
13 decidieron quedarse como voluntarias para ayudar a las nuevas que llegaban. La casa se financiaba con las ganancias de los negocios que había recuperado de Dolores y también con donaciones de méxicoamericanos que habían escuchado nuestra historia y querían ayudar. Los Patterson, la familia para la que trabajé en Houston, fueron los primeros en hacer una donación grande. Esperanza me escribieron en una carta. Tú nos diste 15 años de tu vida cuidando a nuestros hijos. Ahora queremos ayudarte a cuidar a otras mujeres que lo necesitan.
Tyler y Mason, que ya tenían 25 años, vinieron a visitarme a México. “Mamá, Esperanza”, me dijeron llorando. Estamos tan orgullosos de lo que has hecho. El segundo año fue aún mejor. Abrimos un programa de capacitación laboral donde enseñábamos oficios, costura, cocina, computación, inglés. También abrimos una guardería para las mujeres que llegaban con niños pequeños. Para el tercer año, Casa Refugio se había vuelto famosa en toda la región. Venían reporteros, funcionarios del gobierno, hasta organizaciones internacionales de derechos humanos a conocer nuestro trabajo.
Pero lo que más me llenaba de orgullo eran las cartas que recibía de las mujeres que habían pasado por casa refugio y ahora tenían vidas prósperas. Esperanza me escribió María. Conseguí trabajo como gerente en una fábrica textil. Ya tengo mi propia casa pequeña y mis hijos están estudiando. Nunca podré agradecerte lo suficiente. Esperanza me escribió Carmen. Encontré a mis tres hijos. Están bien y ya estamos juntos otra vez. Casa Refugio me dio la fuerza para no rendirme.
Esperanza me escribió Rosa. Mi hijo salió del orfanato y ahora vivimos juntos. Conseguí trabajo como enfermera y él está en una escuela especial. Gracias por enseñarme que siempre hay esperanza. Cada carta era una confirmación de que el dolor que había sufrido había servido para algo bueno. Un día, 3 años después del juicio, recibí una visita inesperada. Era Dolores, estaba muy diferente. Vestía ropa sencilla, se veía delgada y tenía ojeras que mostraban que había trabajado mucho. “Hola, Esperanza”, me dijo cuando abrí la puerta.
“Hola, Dolores. ¿puedo pasar?” “Claro.” Entramos a la sala principal de Casa Refugio. En ese momento había seis mujeres ahí, algunas cosiendo, otras estudiando inglés en computadoras. ¿Qué es todo esto?, me preguntó Dolores mirando alrededor. Es un hogar para mujeres deportadas. ¿Tú lo manejas? Sí. ¿Con qué dinero? Con el dinero que recuperé de ti. Dolores bajó la cabeza. Vine a pedirte perdón. Después de 3 años necesitaba tiempo para entender lo que había hecho. ¿Y qué entendiste? que fui la peor hermana del mundo, que traicioné tu confianza de la manera más cruel posible, que por mi culpa mamá murió sola y abandonada.
Y quema, que tú sacrificaste los mejores años de tu vida por nosotras y nosotras te pagamos con traición. Algo más que te admiro, que eres una mejor persona de lo que yo jamás podré ser. Dolores empezó a llorar. Esperanza. Estos 3 años han sido los peores de mi vida. Rubén me dejó en cuanto se acabó el dinero. Tuve que aprender a trabajar con mis propias manos por primera vez en mi vida. Viví en cuartos de vecindad. Comí frijoles y tortillas todos los días.
¿Y cómo te sentiste? Horrible. Pero también entendí por qué lo habías hecho tú. ¿Entendiste que entendí? el sacrificio que es trabajar 15 horas al día para mandar dinero a la familia. Entendí lo que significa vivir con lo mínimo para que otros puedan vivir mejor. Y entonces, entonces entendí que lo que hice contigo fue imperdonable. Dolores se arrodilló frente a mí. Esperanza, no vengo a pedirte que me perdones. Sé que no me lo merezco. Vengo a pedirte que me dejes trabajar aquí.
Trabajar aquí, sí, como voluntaria, sin sueldo, solo para tratar de pagar, aunque sea un poquito el daño que te hice. ¿Por qué quieres trabajar aquí? Porque quiero ayudar a mujeres como tú. Mujeres que fueron traicionadas por sus familias. Quiero que sepan que no todas las hermanas somos como yo. Miré a Dolores por un largo rato. Se veía sincera, pero había aprendido a no confiar fácilmente. Si te dejo trabajar aquí, le dije, va a ser bajo mis condiciones, las que tú digas.
Primera condición, vas a dormir en el cuarto más pequeño. Vas a comer la misma comida que las demás y no vas a tener ningún privilegio especial. ¿De acuerdo? Segunda condición, vas a contar tu historia completa a todas las mujeres que lleguen aquí. Les vas a decir exactamente lo que me hiciste para que sepan que estas traiciones existen. ¿De acuerdo? Tercera condición. Si alguna vez, por cualquier razón, yo siento que no estás siendo honesta o que estás tratando de manipular la situación, te vas inmediatamente.
¿De acuerdo? ¿Estás segura? Porque esto no va a ser fácil. Vas a trabajar limpiando, cocinando, lavando. Vas a escuchar historias de dolor todos los días. vas a ver el daño que hacen las traiciones familiares. Estoy segura. ¿Por qué? ¿Por qué quieres hacer esto? Dolores me miró a los ojos. Porque quiero que mamá esté orgullosa de mí desde donde esté. Porque quiero que tú algún día puedas decir que tu hermana no fue solo una ladrona y una traidora.
¿Y porque quieres que te perdone? No, ya no espero tu perdón. Solo quiero ganármelo. Esa conversación fue hace 2 años. Dolores sigue trabajando en Casa Refugio. Ha cumplido su palabra. Duerme en el cuarto más pequeño. Come lo mismo que todas y trabaja más duro que nadie. Todas las mañanas limpia los baños, todas las tardes ayuda en la cocina y todas las noches da pláticas a las mujeres nuevas sobre su historia. Yo fui la hermana que traicionó. les dice, “Yo fui la que se robó el dinero que mi hermana mandó durante 15 años.
Yo fui la que dejó morir de hambre a mi propia madre. Las mujeres siempre se quedan calladas cuando escuchan su historia, pero mi hermana continúa dolores.” Convirtió su dolor en algo hermoso. Convirtió la traición en compasión. Convirtió la injusticia en justicia. La he perdonado, no completamente, pero respeto su esfuerzo por redimirse. Confío en ella, no como antes, pero veo que está tratando de cambiar. Somos hermanas otra vez. Somos dos mujeres que compartimos sangre y un pasado doloroso, trabajando juntas para sanar a otras mujeres que han sufrido lo mismo.
Tal vez eso sea suficiente. Hoy, 5 años después de mi deportación, Casa Refugio ha ayudado a más de 400 mujeres. Tenemos tres casas más en diferentes estados y estamos planeando abrir un centro de capacitación laboral permanente. Cada mañana me levanto en la casa que construí con mis lágrimas, pero que ahora está llena de risas y esperanza. Veo a mujeres que llegaron rotas y destruidas, aprendiendo oficios nuevos, recuperando su autoestima, reconstruyendo sus vidas. Cada noche voy al cementerio del pueblo a visitar la tumba de mamá.
Le llevo flores y le cuento cómo van las cosas. Mamá, le digo, hoy graduamos a ocho mujeres más del programa de capacitación. Todas consiguieron trabajo. Todas van a estar bien. Tu casa, mamá, esa casa que tanto soñamos, se convirtió en algo más grande de lo que jamás imaginamos. se convirtió en esperanza para cientos de mujeres y Dolores. Mamá, Dolores está tratando de ser la hija que tú hubieras querido que fuera. Sé que mamá está orgullosa de mí.
Sé que desde donde esté ve que su muerte no fue en vano, que su sacrificio se convirtió en bendición para otras mujeres. La traición más dolorosa de mi vida se convirtió en mi propósito más grande. ¿Valió la pena? No, nunca va a valer la pena el dolor que sufrí, los años que perdí, la muerte de mamá por abandono. Pero si ese dolor sirvió para evitar que otras mujeres pasen por lo mismo, entonces tiene sentido.
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