Mientras la novia firmaba el certificado de matrimonio, algo se movió debajo de su vestido…

El salón de bodas se llenó de murmullos emocionados.

Una luz apacible entraba a través de las largas ventanas iluminadas por el sol; las sillas doradas estaban ocupadas por familiares y amigos elegantemente vestidos.

El público murmuró suavemente, se levantaron los teléfonos mientras algunos invitados intentaban capturar el momento con sus cámaras.

Toda la sala vibró de anticipación y el aire se llenó de alegre emoción.

La novia, Sara, estaba junto al novio, Gabriele, agarrándole la mano con fuerza.

Ella lucía perfecta: su vestido blanco estilo sirena caía suavemente sobre su esbelto cuerpo y su largo velo caía hasta el suelo.

Una sonrisa feliz se extendió por su rostro, pero un atisbo de preocupación pareció parpadear en el rabillo de sus ojos.

—Todo va a estar bien —susurró Gabriele, apretándole suavemente los dedos.

Sara asintió, pero antes de poder responder…

…algo se movió.

No de algún lugar detrás de ella. No a su lado. Solo debajo.

Un movimiento pequeño, apenas perceptible, como si algo o alguien estuviera acechando entre los pliegues de la tela.

Sara se sobresaltó, retrocediendo medio paso. Gabriele notó de inmediato la tensión en los brazos de la novia y frunció el ceño.

¿Qué pasa? ¿Qué pasa?

Pero antes de que Sara pudiera responder, el movimiento continuó, más fuerte esta vez.

La parte inferior del vestido se movió ligeramente, como si algo estuviera escondido debajo… y tratando de liberarse.

Los invitados estaban atónitos, estupefactos.

Una de las damas de honor, Adele, se llevó la mano a la boca sorprendida. Una tía mayor, Margarita, se santiguó y susurró algo al cielo.

El aire estaba tenso, como si de repente se hubiera creado un vacío.

Gabriele palideció.

Sara permaneció inmóvil, asustada, con un escalofrío recorriéndole la espalda.

Y luego…

…un susurro.

Un sonido pequeño pero claro: no había duda: algo había allí, justo debajo del vestido.

“¿Estás bromeando?” susurró nervioso uno de los testigos, Tomás, mirando a su alrededor.

Pero nadie se rió.

Todos contuvieron la respiración, como en un momento crucial de una película.

Y luego…

¡El vestido se movió repentina y decisivamente!

Sara gritó, dio un paso atrás y se levantó el vestido.

La sala estalló en un siseo colectivo, Gabriele apretó los puños y la cajera, una elegante mujer llamada Judit, se quedó quieta, sosteniendo el sello.

De debajo del vestido, como de un pasadizo secreto, apareció primero una sombra negra, seguida de un silbido…

…un pequeño bulto negro saltó.

Alguien gritó, otro invitado saltó hacia atrás, derramando una copa de champán. El líquido se derramó sobre el mantel de damasco.

Sara saltó hacia Gabriele, aferrándose a él con fuerza.

¡Aaah! ¿Qué pasa?

El pequeño bulto, saltando torpemente unas cuantas veces, llegó al centro de la habitación y se detuvo.

Movió la cola y luego…

… maulló.

Silencio.

Gabriele parpadeó. Sara, que miraba fijamente el rostro del invitado con miedo, no podía creer lo que veía.

Allí, en el suelo, delante de todos…

…un pequeño gatito negro los miraba con curiosidad.

“¿Es un gato?” gritó alguien desde atrás, todavía en shock.

Gabriele miró a Sara con sorpresa:

“¿Por qué hay un gato debajo de tu falda?”

Sara abrió la boca, pero no pudo responder.

Entonces una voz tímida resonó desde la primera fila de invitados:

“Uh… quizás el mío…”

Todos se dieron la vuelta.

Allí estaba la hermana pequeña de Sara, Lucía, con medias blancas y un conejo de peluche en la mano. Su mirada estaba llena de remordimiento y susurró tímidamente:

“No quería dejarlo solo en casa… saltó al cesto del velo… pensé que ya se había ido.”

Los invitados la miraron primero con sorpresa, luego estallaron en carcajadas. La tensión se desvaneció como una pompa de jabón.

Gabriele suspiró. Sara se agachó, temblando un poco, y recogió al gatito con cuidado.

El pequeño gato negro maulló una vez más y luego se acurrucó en su mano como si nada hubiera pasado.

—Aquí tienes, pequeño testigo peludo —se rió finalmente Sara, acariciando la cabeza del gatito.

Judith, la empleada, sonrió, meneando la cabeza:

“Espero que no haya más objeciones al matrimonio”.

La sala estalló en risas nuevamente.

Gabriele y Sara se miraron y finalmente ambos rieron.

Cuando la risa se apagó, Sara continuó sosteniendo al pequeño gato negro, que se acurrucó como si no quisiera dejarla nunca.

—Sabes —dijo Gabriele acariciando suavemente al animalito—, si empezamos así, quizá esta boda no sea tan aburrida.

—Yo diría… sorprendentemente felino —respondió Sara riendo.

Los invitados se reunieron a su alrededor y Lucía, la hermana pequeña, se acercó tímidamente, todavía sosteniendo su conejo de peluche.

“Lo siento…”, dijo vacilante, mirando a Sara con sus grandes ojos azules. “No quise que pasara nada malo…”

Sara se agachó a su lado, todavía sosteniendo al gatito en su regazo.

—Lucía, no pasa nada. Avísame la próxima vez si quieres llevar un animal escondido a mi boda, ¿vale?

—Bueno… —Lucía asintió y añadió en voz baja—: El pobre Bogi tenía miedo de quedarse solo en casa.

“¿Bogi?” preguntó Gabriele, levantando una ceja.

Es el gato. Lleva dos semanas con nosotros. Lo encontré frente a la escuela.

—¿Y por qué no se lo dijiste a nadie? —preguntó Sara acariciando la cabeza de Bogi.

Porque mamá dijo que no podíamos quedárnoslo… pero lo alimenté a escondidas y lo puse en mi canasta. Hoy se escondió bajo el velo.

Judit, la empleada, carraspeó y preguntó sonriendo: «Entonces, si no les importa, ¿podemos continuar con la ceremonia? ¿O alguien más quiere salir de debajo de la falda de la novia?».

Los invitados volvieron a reír.

Sara le entregó con cuidado a Bogi a Lucía, luego regresó con Gabriele, pero antes de tomar su mano, susurró:

¿De verdad quieres casarte después de semejante comienzo?

Gabriele sonrió y asintió:

Si sobreviví al ataque de un gato durante la boda, puedo sobrevivir a cualquier cosa. La boda continúa.

La ceremonia continuó. La camarera leyó los votos, los novios se miraron a los ojos y, al decir “Sí, quiero”, los invitados estallaron en un estruendoso aplauso.

Lucía, sosteniendo al gatito, agitaba alegremente su conejo de peluche.

La camarera se acercó a los novios, les entregó el registro para que lo firmaran y con una sonrisa pícara les dijo:

“Espero que no tengamos que llamar a un representante de protección animal como testigo”.

Sara y Gabriele se rieron juntos y luego firmaron los documentos oficiales.

Tras la ceremonia, los invitados se dirigieron al jardín, donde les esperaba champán y dulces. Todo el mundo hablaba del incidente con el gato, y el videógrafo ya estaba planeando cómo editar el vídeo para la categoría de “momentos de boda más divertidos” de internet.

Una de las damas de honor, Adele, se acercó a Sara:

Oye, creo que el gato me trajo suerte. ¡Fue la boda más memorable de mi vida!

—Apenas empieza —respondió Sara, sonriéndole a Gabriele—. ¿Quién sabe qué nos depara el futuro?

Más tarde, después de la cena, mientras todos bailaban, Lucía se acercó a Gabriele:

“Tío Gabriele… ¿podemos quedarnos con Bogi?”

Gabriele se inclinó hacia ella y la miró a los ojos:

“Sólo si puedo jugar con él de vez en cuando también”.

“¡Entonces está bien!” exclamó Lucía abrazándolo.

Así fue como el pequeño gato negro no solo se convirtió en un invitado inesperado, sino también en el nuevo amigo de la familia. La boda se convirtió en una historia legendaria, contada durante años en reuniones familiares, siempre entre risas.

¿Y las fotos? Bueno, en la portada del álbum de bodas no había un beso, sino un momento especial: Sara sosteniendo al gatito negro, con la leyenda:

“Porque detrás de cada buena boda, hay una pequeña… sorpresa.”
Esta pieza está inspirada en historias de la vida cotidiana de nuestros lectores y escrita por un escritor profesional. Cualquier parecido con nombres o lugares reales es pura coincidencia. Todas las imágenes son solo para fines ilustrativos.