No menciones a mi patrón, maldito”, gritó el juez corrupto y Harfuch le arrancó la máscara. La puerta del despacho se abrió con un golpe seco. Omar García Harfuch entró sin avisar, seguido por cuatro agentes de la unidad de inteligencia. El juez Mauricio Salazar levantó la vista de los documentos que fingía leer y su rostro perdió color en segundos. Tenía 52 años. una reputación intachable construida sobre mentiras y un secreto que estaba a punto de explotar. “Señor juez”, dijo Harfuch cerrando la puerta detrás de él.
Su voz era tranquila, pero cada palabra cayó como un martillo. Tenemos que hablar sobre el caso Montero. Salazar se puso de pie. Sus manos temblaban ligeramente cuando ajustó el nudo de su corbata italiana. “Comandante, esto es irregular. No puede irrumpir en mi oficina sin una orden. No necesito orden para hacer preguntas. Harfuch se acercó al escritorio. En su mano derecha llevaba una carpeta manila. La dejó caer sobre el vidrio con un golpe que resonó en el silencio.
Pero tengo esto. Extractos bancarios, transferencias desde cuentas fantasma en Panamá. millones de dólares en los últimos seis meses. El juez miró la carpeta como si fuera una serpiente. No sé de qué me habla. Claro que sabe. Harfuch abrió la carpeta, sacó una fotografía y la deslizó hacia Salazar. Esta es su casa en Cuernavaca. Valor estimado millones dó. Comprada hace 3 años. Su salario como juez federal es de $90,000 anuales. Las matemáticas no cuadran. Salazar tragó saliva. El sudor comenzó a aparecer en su frente.
Esa propiedad es herencia familiar. Mentira. Harfuch sacó otro documento. Su familia perdió todo en los 80. Usted vivía en un departamento rentado hasta 2021 y de repente aparece esta mansión. coincide exactamente con el momento en que empezó a liberar narcotraficantes del cártel del Golfo. El juez retrocedió un paso, su respiración se aceleró. Usted está inventando. No tiene pruebas. Tengo 17 casos. Harf comenzó a enumerar con los dedos. 17 detenidos por tráfico de drogas, lavado de dinero, homicidio, todos liberados por tecnicismos, todos bajo su jurisdicción y todos volvieron a las calles para seguir matando.
Lo liberé porque las detenciones fueron ilegales. Hice mi trabajo. Su trabajo es hacer justicia, no fabricar coartadas para criminales. Harfuch sacó su teléfono y lo puso sobre el escritorio. En la pantalla apareció un video. Este es Ricardo Montero, uno de los que usted liberó. Tres semanas después de salir ejecutó a una familia completa en Ecatepec. Padre, madre, dos niños. El menor tenía 4 años. Salazar desvió la mirada. Yo no puedo controlar lo que hacen después, pero puede controlar si salen o no.
Harfuch cerró el teléfono y usted eligió dejarlos salir. ¿Por cuánto? 50,000 por caso. 100,000. El juez caminó hacia la ventana. Afuera, la Ciudad de México se extendía bajo un cielo gris. El tráfico rugía en reforma. La vida seguía su curso mientras él sentía como las paredes se cerraban. No voy a responder preguntas sin mi abogado. No necesita abogado para decir la verdad. Harfuch se acercó. Mauricio, todavía puede salvar algo de esto. Coopere. Dígame quién más está involucrado.
Hay una red completa comprando jueces, fiscales, comandantes. Usted es una pieza, no la más importante. Ayúdeme a desarmarla y le consigo protección. Salazar soltó una risa amarga. Protección. ¿De quién? De ellos. Usted no entiende con quién está tratando. Entiendo perfectamente. Harfuch se plantó frente a él. Narcotraficantes, asesinos, cobardes que usan el dinero para comprar conciencias. No me dan miedo. El juez lo miró con algo parecido a la lástima. Debería, porque ellos no perdonan. Yo tampoco. Harfuch señaló la carpeta.
Tengo suficiente para hundirlo. Fraude, lavado de dinero, obstrucción de la justicia, asociación delictuosa. Va a pasar los próximos 20 años en una celda, pero si coopera ahora, puedo reducir eso. Puedo mantener a su familia segura. Salazar cerró los ojos. Las opciones se reducían. A su izquierda la prisión, a su derecha la muerte. Y enfrente este comandante implacable que no aceptaba un no por respuesta. Si hablo me matan. Si no habla de todas formas lo matan. Pero lo hacen desde dentro de la cárcel.
Harfush cruzó los brazos. Al menos cooperando tiene una oportunidad, una vida nueva, un nombre nuevo. Lejos de todo esto. El juez abrió los ojos. Por un momento, pareció considerar la oferta. Luego negó con la cabeza. No puede protegerme de ellos. Nadie puede. Pruébeme. Salazar caminó de regreso a su escritorio. Se dejó caer en la silla. Sus hombros se hundieron. Parecía haber envejecido 10 años en 10 minutos. Si le digo algo, necesito garantías por escrito. Protección federal, nueva identidad para mí y mi familia.
Lo tendrá. Harfuch sacó su teléfono de nuevo, pero necesito nombres ahora. El juez respiró profundo, miró hacia la puerta cerrada, luego hacia la ventana, finalmente hacia Harfook. Hay cinco jueces más involucrados, dos fiscales y un senador. Harfush sintió como la adrenalina le recorría el cuerpo. Nombres. Salazar abrió la boca para hablar. En ese momento, su teléfono celular vibró sobre el escritorio. Miró la pantalla. El número no tenía identificador. Sus manos temblaron cuando lo tomó. ¿Quién es? Una voz áspera salió del altavoz.
Harfuch no pudo escuchar las palabras, pero vio como el rostro del juez se transformaba. El color desapareció por completo. Sus ojos se agrandaron. La mano que sostenía el teléfono comenzó a temblar violentamente. No, yo no. Él está aquí ahora. Harfuch extendió la mano. Deme el teléfono. Salazar retrocedió. Me están vigilando. Saben que estás aquí. Saben todo. Deme el teléfono. Harfuch dio un paso adelante. El juez lo miró con terror absoluto. Luego, sin previo aviso, arrojó el teléfono contra la pared.
El aparato explotó en pedazos. Tengo que irme ahora. No va a ninguna parte. No entiende. Salazar comenzó a meter papeles en su maletín. Si me quedo, me matan. Si hablo, matan a mi familia. Usted me puso en esto. Usted trajo su guerra hasta mi puerta. Harfuch bloqueó su camino. Su guerra empezó cuando aceptó el primer pago, cuando dejó salir al primer asesino. No me culpe por las consecuencias de sus decisiones. El juez lo empujó. Fue un movimiento débil, desesperado.
Harfuch no se movió. Salazar retrocedió jadeando. Por favor, déjeme ir. Siéntese. No. Harfuch lo agarró del brazo. El juez intentó resistirse, pero era inútil. lo empujó de vuelta a la silla. Escúcheme muy bien, ya no tiene opciones. O coopera conmigo o lo arresto ahora mismo. ¿Qué va a hacer? Salazar se cubrió el rostro con las manos. Sus hombros comenzaron a sacudirse. Estaba llorando. Dos días después, Omar García Harfuch estaba en una sala de juntas blindada en el piso 12 de la Secretaría de Seguridad.
Frente a él, seis rostros esperaban. La presidenta Claudia Shainbo ocupaba la cabecera. A su derecha el fiscal general Alejandro Moreno. A su izquierda, la secretaria de Gobernación, Rosa María Vázquez. Los demás eran comandantes de inteligencia, cada uno con acceso a información clasificada. “Comandante Harfuch”, dijo Shainbaum. Necesitamos saber qué tiene. Harfuch se puso de pie, conectó su laptop al proyector. En la pantalla apareció una red de fotografías conectadas por líneas rojas. Esto es lo que construimos en las últimas 48 horas.
El juez Salazar es solo el comienzo. Tenemos evidencia de una red de corrupción que involucra a cinco jueces federales, dos fiscales estatales, un senador y 18 comandantes policiales en seis estados. Moreno se inclinó hacia adelante. ¡Cuánta evidencia! Extractos bancarios, grabaciones telefónicas, testimonios de testigos protegidos y ahora la cooperación del juez Salazar. Vázquez frunció el seño. Está cooperando. Hace dos días intentó escapar. Cambió de opinión cuando le mostré las fotografías de su hijo saliendo de la escuela. Arfuch cambió la imagen.
Apareció un niño de 7 años con mochila azul. Le dejé claro que si los narcos pueden vigilar a su familia, nosotros también podemos protegerla, pero solo si él habla. Shainom tamborileó los dedos sobre la mesa. ¿Y qué nos dijo? Harfuch cambió la imagen de nuevo. Un hombre de 60 años con cabello blanco apareció en la pantalla. El senador Gerardo Campos es el coordinador, recibe órdenes directamente del cártel del Golfo y las distribuye a los jueces y fiscales bajo su control.
A cambio, recibe 20% de todo lo que ellos cobran. Eso es grave, murmuró uno de los comandantes. Es traición, corrigió Harfuch. Campos tiene acceso a información de seguridad nacional. sabe qué operativos estamos planeando, cuándo vamos a golpear, dónde están nuestros agentes encubiertos. Ha estado filtrando todo al cartel durante 3 años. El silencio en la sala era absoluto. Shane Baum cerró los ojos por un momento. Cuando los abrió, su mirada era de acero. ¿Qué propone? Arrestarlo ahora, antes de que sepa que estamos investigándolo.
Moreno negó con la cabeza. Es senador en funciones, tiene inmunidad parlamentaria. No podemos tocarlo sin un proceso formal. El proceso formal le dará tiempo para destruir evidencia y huir del país. Harfuch golpeó la mesa. Tenemos una ventana de 24 horas. Después de eso desaparece. Las leyes existen por una razón”, insistió Moreno. “Las leyes no sirven de nada si los criminales las usan como escudo.” Harf miró directamente a Shain Bom. “Señora presidenta, necesito autorización para actuar. Si esperamos, perdemos todo.
” Shinba miró a Moreno, luego a Vázquez, finalmente de vuelta a Harf. ¿Estás seguro de la evidencia? Absolutamente. ¿Puede garantizar una captura limpia? Sí. Ella respiró profundo. Tiene 12 horas. Después de eso seguimos el proceso legal. ¿Entendido? Harfuch asintió. Entendido. La reunión terminó. Los comandantes salieron uno por uno. Harfuch estaba guardando su laptop cuando Shane Baum lo detuvo. Omar. Él se volvió. Tenga cuidado. Campos tiene amigos poderosos. Si esto sale mal, no podré protegerlo. No necesito protección.
Necesito que confíe en mí. Ella sostuvo su mirada. Confío en usted. Por eso le doy esta oportunidad. No la desperdicie. Tres. Has después, Harfuch estaba en una camioneta blindada a dos cuadras de la residencia de Campos en Polanco. Con él iban ocho agentes de élite, todos vestidos de civil. Uno monitoreaba las cámaras de seguridad de la zona, otro escuchaba las frecuencias policiales, el resto revisaba sus armas y equipo táctico. “Señor”, dijo el técnico de cámaras, “tiene visita.
Acaban de llegar dos vehículos, cuatro hombres armados.” Harf se acercó a la pantalla. Los hombres llevaban trajes caros y armas bajo las chaquetas. No eran guardaespaldas normales. Identificación. Negativo. No están en ninguna base de datos. Sicarios. Harfuch apretó la mandíbula. Campos sabe que vamos por él. Abortamos. No. Harfuch revisó su pistola. Cambiamos el plan. Entramos por la parte trasera. Rápido y silencioso. Neutralizamos a los guardias antes de que puedan reaccionar. Los agentes se miraron entre sí. Era arriesgado, pero confiaban en Harfch.
Lo habían visto sobrevivir a un atentado en 2020. Lo habían visto enfrentar a los cárteles sin parpadear. Si él decía que entraban, entraban. En 5 minutos, dijo Harfudch mirando su reloj. Todos listos. Los minutos pasaron como horas. Harfuch sentía el peso de la pistola en su costado. Pensó en el juez Salazar temblando en su oficina. Pensó en las familias de las víctimas que Campos había ayudado a asesinar. Pensó en los niños huérfanos, las viudas destrozadas, los padres que nunca volverían a ver a sus hijos.
Es hora dijo. Salieron de la camioneta en silencio. La noche era fría. Las calles de Polanco brillaban bajo las luces de los edificios de lujo. Caminaron pegados a las paredes usando las sombras como cobertura. Llegaron a la parte trasera de la residencia. Un muro alto rodeaba la propiedad. Uno de los agentes lanzó una cuerda con gancho. Subieron uno por uno. Del otro lado, un jardín perfectamente cuidado se extendía hasta la casa. Luces amarillas iluminaban las ventanas del primer piso.
Harfush vio movimiento adentro. Sombras que caminaban de un lado a otro, voces amortiguadas. Avanzaron agachados. Un perro comenzó a ladrar. Todos se congelaron. Las luces de la casa se encendieron. Una puerta se abrió. Un guardia salió con una linterna. Barrió el jardín con el as de luz. Harf contuvo la respiración. El guardia estaba a 10 m. Si los descubría ahora, todo terminaba. La luz pasó sobre ellos. El guardia frunció el ceño, dio un paso hacia adelante. Entonces el perro dejó de ladrar.
El guardia se encogió de hombros y regresó adentro. Harfuch soltó el aire, hizo una señal. Avanzaron de nuevo. Llegaron a una ventana lateral. Harfuch miró adentro. Era el estudio de campos. El senador estaba sentado detrás de un escritorio enorme hablando por teléfono. Su rostro estaba rojo de ira. Golpeó el escritorio con el puño. Ahora susurró Harfuch. Dos agentes rompieron la ventana con un ariete portátil. El vidrio explotó hacia adentro. Entraron en segundos. Campos soltó el teléfono. Intentó alcanzar un arma en el cajón de su escritorio.
Harf más rápido, cruzó el estudio en tres pasos y presionó su pistola contra la 100 del senador. Las manos donde pueda verlas. Campos levantó las manos lentamente. Su rostro pasó del shock a la furia. ¿Sabe quién soy? Sé exactamente quién es. Parfush lo esposó. Gerardo Campos está arrestado por traición. Asociación delictuosa y obstrucción de la justicia. Esto es ilegal. Tengo inmunidad. Su inmunidad termina cuando comete traición. Harfuch lo levantó de la silla. Tiene derecho a permanecer en silencio.
Lo que diga puede ser usado en su contra. La puerta del estudio se abrió de golpe. Los cuatro sicarios entraron con armas levantadas. Los agentes de Harf reaccionaron instantáneamente. Las armas apuntaban en todas direcciones. Nadie se movía. El aire crujía con tensión. “Suéltenlo”, dijo uno de los sicarios. Era el más alto. Tenía una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda. Carfuch no soltó a Campos. Bajen las armas. Ahora no vamos a bajar nada. El sicario dio un paso adelante.
Ese hombre es intocable. Era intocable. Harfuch empujó a Campos hacia sus agentes. Ahora es un criminal arrestado y ustedes están obstruyendo una operación federal. Bajen las armas o los arresto también. El sicario sonrió. No había humor en esa sonrisa. Usted y qué ejército. Este ejército. Harf hizo una señal. Las ventanas explotaron. 20 agentes más entraron desde todos los ángulos. Los sicarios se encontraron rodeados. Sus armas parecían juguetes comparadas con el arsenal que ahora los apuntaba. El sicario de la cicatriz mantuvo su arma firme, pero sus ojos traicionaban incertidumbre.
Miró a sus compañeros, luego a los 20 rifles de asalto que los rodeaban. Finalmente de vuelta a Harfuch. Esto no termina aquí. Para ustedes sí. Harfuch hizo un gesto. Los agentes avanzaron desarmando a los sicarios uno por uno. Los tiraron al suelo y les pusieron esposas de plástico. El hombre de la cicatriz escupió al piso cuando lo presionaron contra el suelo de mármol. Campos observaba todo con una mezcla de terror y rabia contenida. No saben lo que acaban de hacer.
No tiene idea. Harfush lo ignoró, sacó su teléfono y marcó. Aquí Harfuch. Tenemos al objetivo cuatro hostiles neutralizados, sin bajas de nuestro lado. Solicito transporte seguro al centro de procesamiento. Afirmativo, respondió la voz al otro lado. 15 minutos. Campos soltó una risa seca. 15 minutos. ¿Cree que eso es suficiente tiempo? Mis abogados ya están en camino. Antes del amanecer estaré libre. Siga soñando. Harfuch comenzó a revisar el estudio. Los cajones del escritorio estaban llenos de documentos, contratos, fotografías, números de cuenta bancaria escritos a mano en papeles sueltos.
Miren esto. Uno de los agentes se acercó. Harf le mostró una fotografía. En ella, Campos estaba sentado en una mesa con tres hombres. Todos tenían copas de whisky frente a ellos. Todos sonreían. Harf reconoció al hombre del centro inmediatamente. “Ese es Miguel Ángel Treviño”, dijo el agente. Líder del cártel del Golfo. Así es. Harfuch guardó la fotografía en una bolsa de evidencia. “Y esta es la prueba que necesitábamos.” Campos perdió el color del rostro. Eso es eso fue hace años una reunión social nada más.
Las reuniones sociales no se hacen en ranchos clandestinos en Tamaulipas. Harfuch siguió revisando. Encontró más fotografías, más documentos, una laptop abierta sobre el escritorio, la tomó y se la dio a uno de los técnicos. Copia todo. Quiero cada correo, cada mensaje, cada archivo. El técnico asintió y comenzó a trabajar. Campos intentó moverse, pero dos agentes lo mantuvieron quieto. Necesitan una orden para revisar mi propiedad. Tengo una orden. Harfuch sacó un documento doblado de su chaqueta, firmada esta tarde por un juez federal.
Le da permiso para registrar esta residencia y confiscar cualquier evidencia relacionada con actividades criminales. ¿Qué juez? Conozco a todos los jueces federales. Exactamente por eso conseguí uno de Guadalajara. Harfuch sonrió. Un juez que no está en su nómina. Campos apretó los dientes. Las venas de su cuello se marcaron. Eres hombre muerto, Harfuch. ¿Me escuchas? Hombre muerto. Harfuch se le acercó. Quedaron cara a cara. Llevó años siendo hombre muerto. En 2020 me dispararon 26 veces. Sobreviví. Tres de mis guardaespaldas murieron ese día.
Yo seguí vivo. ¿Sabe por qué Campos no respondió? Porque tengo un propósito y ese propósito es destruir a gente como usted, políticos corruptos que venden a su país por dinero, que dejan morir a inocentes para proteger a criminales. Usted es todo lo que está mal con México y voy a asegurarme de que pague por cada vida que ayudó a destruir. El senador lo miró con odio puro. No menciones a mi patrón maldito. La habitación quedó en silencio.
Todos los agentes dejaron de moverse. Harfuch ladeó la cabeza. ¿Qué dijiste? Campos se dio cuenta de su error. Cerró la boca con fuerza. No, no. Harfuch se acercó más. Dijiste mi patrón. No dijiste ellos. No dijiste el cartel. Dijiste mi patrón como si fueras un empleado. Como si trabajaras directamente para alguien. No dije nada. Sí, lo hiciste. Harfuch agarró a Campos por el cuello de la camisa. Y ahora vas a decirme quién es ese patrón. Es Treviño.
Es alguien más alto, ¿quién? Campos escupió en la cara de Harfuch. La saliva golpeó su mejilla. Los agentes reaccionaron inmediatamente jalando al senador hacia atrás. Harf se limpió la cara con la manga. Su expresión no cambió, pero sus ojos brillaban con algo oscuro y peligroso. Está bien, dijo con calma. No quiere hablar aquí. Lo entiendo. Tendrá mucho tiempo para pensar en una celda de aislamiento. Campos sonríó. Fue una sonrisa llena de confianza. No voy a ver ninguna celda.
Mis abogados, sus abogados no pueden ayudarlo. Harf caminó hacia la ventana rota. Afuera, dos camionetas blindadas se estacionaron frente a la casa. Acaba de admitir que trabaja para un cartel frente a 20 testigos, agentes federales que firmarán declaraciones. No hay abogado en el mundo que pueda sacarlo de esto. La sonrisa de Campos desapareció. Por primera vez pareció entender la magnitud de lo que había dicho. Sus hombros se hundieron. No pueden probar nada. No necesito probar nada más.
Ya tengo su confesión. Harfook señaló las cámaras de seguridad en las esquinas del estudio y todas esas cámaras grabaron todo. Su equipo de seguridad pensó que lo protegían. En realidad documentaron su caída. Campos siguió la mirada de Harfuch hacia las cámaras. Su rostro se contrajo. No, eso es manipulación. Pueden editar los videos. No vamos a editar nada. Harfuch hizo una señal a los agentes. Llévenlo. Procesamiento completo y asegúrense de que no hable con nadie. Los agentes levantaron a Campos y lo arrastraron hacia la puerta.
El senador comenzó a gritar. Esto es ilegal. Soy senador de la República. Tienen que respetar mi inmunidad. Van a pagar por esto todos ustedes. Su voz se desvaneció mientras lo sacaban de la casa. Harfuch se quedó en el estudio mirando los documentos esparcidos sobre el escritorio. Su teléfono vibró. Era un mensaje de Shaba. Confirmado. Harfuch escribió. Confirmado. Tenemos evidencia sólida y confesión grabada. La respuesta llegó en segundos. Buen trabajo. Pero prepárese. Esto va a explotar. Harfuch guardó el teléfono.
Sabía que Shaineba tenía razón. La captura de un senador en funciones iba a generar un terremoto político. Los medios lo destrozarían. Los políticos gritarían sobre abuso de poder. Los abogados de campos presentarían 100 recursos legales. Pero nada de eso importaba, porque por primera vez en años habían logrado capturar a alguien realmente importante, alguien con conexiones directas al cartel. “Comandante”, dijo el técnico levantando la laptop. “tiene que ver esto.” Harfuch se acercó. La pantalla mostraba una carpeta llena de archivos.
El técnico abrió uno. Era una hoja de cálculo con nombres, fechas y cantidades de dinero. Harf leyó la primera línea y sintió como su estómago se contraía. “Son pagos”, murmuró. “Pagos mensuales a funcionarios públicos. No solo funcionarios.” El técnico señaló otra columna. Mire, periodistas, empresarios, hasta policías federales. Arfuch contó las líneas. Había más de 300 nombres, 300 personas en la nómina del cartel y Campos había mantenido registro de todo. Copia esto en tres dispositivos diferentes. Uno para nosotros, uno para la fiscal y uno que guardamos en una ubicación segura.
¿Entendido? Harfuch volvió a mirar la lista, reconoció algunos nombres, políticos de alto perfil, periodistas famosos, gente que aparecía en televisión defendiendo la democracia y la justicia y todos estaban siendo pagados por uno de los cárteles más violentos del país. Su teléfono vibró de nuevo. Esta vez era una llamada, número desconocido. Harfuch dudó. Luego respondió, “¿Quién habla?” Una voz distorsionada salió del altavoz. Era imposible saber si era hombre o mujer. Comandante Harfuch cometió un error muy grande esta noche.
¿Quién es usted? Eso no importa. Lo que importa es que tocó algo que no debía tocar. El senador Campos tiene amigos, amigos que no perdonan. Todos sus amigos están en esa lista. Harfuch mantuvo firme. Y todos van a caer. La voz rió. Fue un sonido frío y metálico. ¿De verdad cree que puede ganar esta guerra? Hemos comprado jueces, fiscales, comandantes. Tenemos gente en cada nivel del gobierno. ¿Qué es usted contra eso? Soy alguien que no se rinde.
Entonces va a morir como todos los que nos desafían. Ya lo intentaron en 2020. Fallaron. La próxima vez no fallaremos. La línea se cortó. Harf bajó el teléfono. Los agentes lo miraban. ¿Amenazas?, preguntó uno. Siempre hay amenazas. Harfuch guardó el teléfono. Refuercen la seguridad en todas nuestras instalaciones y consigan protección para el juez Salazar y su familia. Si esto se pone feo, van a ir por los testigos primero. A las 3 de la mañana, Omar García Harfuch entró en la sala de interrogatorios del Centro de Procesamiento Federal.
Era una habitación pequeña, sin ventanas, con una mesa de metal atornillada al suelo y dos sillas. Campos estaba sentado en una de ellas, todavía esposado. Había perdido la chaqueta y la corbata. Su camisa blanca estaba arrugada y manchada de sudor. Se veía pequeño bajo las luces fluorescentes. Harfuch cerró la puerta detrás de él, se sentó en la silla opuesta. Puso una carpeta sobre la mesa, pero no la abrió. Solo miró a Campos en silencio durante 30 segundos.
El senador miraba la mesa evitando el contacto visual. “Vamos a tener una conversación”, dijo Harfuch finalmente. “Una conversación honesta. Sin abogados, sin cámaras, solo usted y yo. Campos levantó la vista. No voy a decir nada sin mi abogado. Su abogado no puede ayudarlo. Lo que encontramos en su casa es suficiente para mantenerlo encerrado durante décadas. La única pregunta ahora es si va a morir en prisión o si va a salir algún día. Están manipulando evidencia. Todo lo que encontraron es falso.
Falsos los extractos bancarios. Falsas las fotografías con líderes del cartel. Falsa la hoja de cálculo con 300 nombres. Harf abrió la carpeta, sacó la fotografía de Campos con Treviño, la deslizó hacia él. Esta es usted en un rancho en Tamaulipas con el líder del cártel del Golfo. Explíqueme cómo eso es falso. Campos miró la fotografía. Sus labios se apretaron en una línea delgada. Fui engañado. Me dijeron que era una reunión política. Una reunión política en un rancho clandestino rodeado de sicarios.
Harfuch sacó otra fotografía. Esta es de la misma noche. Aquí está usted contando dinero. Billetes de $100, montones de ellos. Eso no es dinero, son documentos. Documentos verdes con la cara de Benjamin Franklin. Parfuch se inclinó hacia delante. Gerardo, dejemos de jugar. Sé que está asustado. Sé que piensa que si habla lo matan, pero si no habla pasa el resto de su vida en prisión. Y créame, la prisión para un senador corrupto no es agradable. Los otros prisioneros van a saber quién es.
Van a saber que usted ayudó a liberar a los criminales que destruyeron sus familias. No va a durar un mes. Campos cerró los ojos. Cuando los abrió, había lágrimas. No fue mi idea. Yo solo necesitaba dinero. Mi hija está enferma. Los tratamientos son caros. Su hija no está enferma. Harfuch sacó otro documento. Investigamos. Su hija está perfectamente sana. Vive en San Diego y trabaja como diseñadora gráfica. No necesita ningún tratamiento. Está bien, está bien. Campo se limpió los ojos.
La verdad es que tenía deudas de juego. Apostaba en carreras de caballos. Perdí mucho dinero. Ellos se acercaron. Ofrecieron pagar mis deudas. si hacía algunos favores. ¿Qué clase de favores? Pequeñas cosas al principio. Votar de cierta manera en ciertas propuestas, bloquear algunas iniciativas de ley. Luego empezaron a pedir más. Querían información sobre operativos policiales, nombres de agentes encubiertos, rutas de patrullaje. Harfuch sintió como la rabia crecía en su pecho. ¿Sabe cuántos agentes murieron por su culpa? As operaciones fallaron porque usted filtró información.
No lo sé. Nunca me dijeron qué hacían con la información. Claro que lo sabe. Harfush golpeó la mesa con el puño. Campos se sobresaltó. No es estúpido. Sabía exactamente qué iban a hacer. sabía que cada información que daba costaba vidas y lo hizo de todas formas porque le pagaban bien. Campo se encogió en su silla. Yo solo necesitaba el dinero. Todos necesitamos dinero, pero no todos traicionamos a nuestro país por él. Harfuch respiró profundo, controlando su ira.
Bien, hablemos del patrón que mencionó, el que no quería que nombrara. ¿Quién es el senador? negó con la cabeza violentamente. No puedo decir eso. Me matarán. Ya están planeando matarlo. Escuché la llamada que le hicieron al juez Salazar. Saben que lo arrestamos. Saben que tiene información. Para ellos ya es un hombre muerto. Su única oportunidad de sobrevivir es cooperar con nosotros. No pueden protegerme de ellos. Nadie puede. Déjeme intentar. Harfuch se recostó en su silla. Dígame el nombre.
Y le conseguimos protección federal, nueva identidad, un lugar seguro, lejos de México. Puede empezar de nuevo. Campos lo miró con desesperación. Promete eso realmente puede protegerme si me da la información que necesito. Sí. El senador bajó la mirada. Sus manos temblaban sobre la mesa. Pasaron varios segundos. Harfuch esperó. No lo presionó. Sabía que este era el momento crítico. Si Campos hablaba ahora, toda la red se vendría abajo. Si se callaba, seguirían persiguiendo sombras. Su nombre es Héctor Salinas, dijo Campos finalmente, tan bajo que casi era un susurro.
Harf se inclinó hacia delante. Héctor Salinas, el empresario. Campos, asintió. Es el enlace entre los políticos y el cartel. Maneja todo el dinero, decide quién recibe cuánto, quién vive y quién muere, dónde puedo encontrarlo. Tiene una oficina en Santa Fe, pero nunca está solo. Siempre tiene al menos seis guardaespaldas, todos exmilitares, todos armados hasta los dientes. Harfug anotó todo en su teléfono. ¿Qué más? ¿Tiene familia, lugares donde va regularmente? Tiene una esposa, dos hijos. Viven en una casa en bosques de las lomas.
Los fines de semana va a su rancho en Querétaro, pero como dije, nunca está solo. No importa. Harfuch se puso de pie. Le voy a asignar protección inmediata. Dos agentes afuera de su celda las 24 horas. Nadie entra sin mi autorización. Entendido. Campos asintió. Gracias. No me lo agradezca todavía. Esto apenas empieza. Arfush golpeó la puerta. Un guardia la abrió. Y Gerardo, una cosa más. El senador lo miró. Si me está mintiendo sobre algo, si me envía a una trampa, la protección termina y lo dejo a merced de quien sea que venga por usted.
¿Quedó claro? Campos tragó saliva. Cristalino. Harfuch salió de la sala de interrogatorios. Afuera, tres de sus comandantes lo esperaban. ¿Habló? preguntó uno. Cantó como un canario. Harfuch caminó hacia su oficina. Los comandantes lo siguieron. Tenemos un nombre. Héctor Salinas. Es el operador financiero del cartel, el que mueve el dinero y coordina los pagos. El Héctor Salinas, preguntó otro comandante. El dueño de grupo Salinas Construcciones. El mismo. Harf entró en su oficina. Las paredes estaban cubiertas de mapas y fotografías.
Era tarde, pero el trabajo apenas comenzaba. Necesito que investiguen todo sobre él. Propiedades, cuentas bancarias, movimientos. Quiero saber dónde come, dónde duerme, con quién se reúne, todo. Los comandantes asintieron y salieron. Harfuch se dejó caer en su silla. Miró el reloj casi las 4 de la mañana. No había dormido en 24 horas, pero no podía parar ahora. No cuando estaban tan cerca, su teléfono sonó. Era Shane Baum. Omar, acabo de ver las noticias. Los medios están enloquecidos con la captura de campos.
Era de esperarse. La oposición está pidiendo mi cabeza. Dicen que esto es un ataque político, que estoy usando la policía para perseguir a mis enemigos. ¿Quiere que lo suelte? Por supuesto que no. Shain Baum sonó cansada. Solo asegúrese de que tenemos todo bien amarrado. No podemos darnos el lujo de perder este caso. No lo perderemos. Tenemos evidencia sólida y Campos está cooperando. Dio nombres. Uno muy importante, Héctor Salinas. Hubo una pausa. El empresario, ese hombre tiene conexiones en todas partes.
Va a ser difícil tocarlo. Difícil no significa imposible. Lo sé, pero tenga cuidado. Salinas no es como Campos. No se va a dejar arrestar fácilmente. Nadie se deja arrestar fácilmente, pero todos terminan esposados eventualmente. Carfou miró las fotografías en su pared. Rostros de criminales que había capturado a lo largo de los años. Algunos muertos, otros en prisión. Confíe en mí, señora presidenta. Voy a traerlo. Eso espero, porque si esto sale mal, no hay vuelta atrás. La llamada terminó.
Arfuch se quedó mirando el teléfono. Pensó en las palabras de Shain Baum. No hay vuelta atrás. Tenía razón. habían cruzado una línea. Arrestar a un senador era una cosa. Ir tras un empresario poderoso con conexiones políticas era otra completamente diferente. Pero no podían detenerse ahora, ¿no? Cuando finalmente estaban destapando la verdadera estructura de corrupción que mantenía a los cárteles en el poder. El sol apenas comenzaba a salir cuando Harfuch y su equipo llegaron a las oficinas de grupo Salinas Construcciones en Santa Fe.
El edificio era una torre de vidrio de 20 pisos que reflejaba el cielo naranja del amanecer. Era impresionante, moderno, símbolo del éxito empresarial mexicano. Y según Campos también era el centro de operaciones de una red criminal que movía millones de dólares en sobornos. y pagos ilícitos. “Señor”, dijo uno de los agentes, “Seguridad reporta que Salinas llegó hace una hora. Está en su oficina del piso 18.” Harfuch asintió. Llevaba un traje oscuro en lugar de su uniforme. Parecía un ejecutivo más, llegando a trabajar temprano.
Los 12 agentes que lo acompañaban también iban vestidos de civil. No querían alertar a Salinas antes de tiempo. Entramos normal como visitantes. Cuando lleguemos al piso 18, bloqueamos todos los accesos. Nadie entra ni sale. Entraron al lobby. Era espacioso y lujoso, con pisos de mármol italiano y un techo altísimo. Una recepcionista rubia lo saludó con una sonrisa profesional. Buenos días. ¿En qué puedo ayudarles? Harfuch mostró su identificación. Necesitamos ver al señor Salinas. Es urgente. La sonrisa de la recepcionista vaciló.
¿Tienen cita? No necesitamos cita. Harfuch señaló los elevadores. Dígale a su jefe que el comandante Harfuch está aquí. Puede avisarle o puedo subir sin avisar. Su elección. La recepcionista tomó el teléfono con manos temblorosas, marcó un número, habló en voz baja, luego colgó, “El señor Salinas dice que no puede recibirlo sin una cita previa.” Entonces subimos sin invitación. Harfuch caminó hacia los elevadores. Los agentes lo siguieron. “Esperen!”, gritó la recepcionista. No pueden, pero ya estaban entrando en el elevador.
Las puertas se cerraron. Harf presionó el botón del piso 18. El elevador comenzó a subir. Los agentes revisaron sus armas discretamente. Todos sabían que esto podía ponerse feo rápidamente. “Cuando lleguemos”, dijo Harfuch. “dossos de ustedes se quedan en los elevadores. Nadie sube ni baja sin mi autorización. Los demás vienen conmigo. El elevador se detuvo. Las puertas se abrieron. El piso 18 era diferente al lobby. Aquí no había lujo ostentoso. Era funcional, con cubículos grises y oficinas con puertas de vidrio.
Pero al final del pasillo había una puerta doble de madera maciza, la oficina principal. Harfush avanzó hacia ella. Una secretaria se puso de pie detrás de su escritorio. No pueden entrar ahí. Apártese. Harfuch la pasó de largo. Abrió la puerta de un empujón. Héctor Salinas estaba sentado detrás de un escritorio enorme hablando por teléfono. Era un hombre de 50 años, cabello negro perfectamente peinado, traje de tres piezas que probablemente costaba más que el salario mensual de Harfuch.
Levantó la vista cuando entraron. Su expresión no cambió. Terminó su llamada con calma. Te llamo después. colgó el teléfono, se recostó en su silla ejecutiva. Comandante Harfuch, he escuchado mucho sobre usted. No puedo decir lo mismo. Harfuch cerró la puerta detrás de él. Pero estoy aprendiendo rápido. Ah, sí. Salinas sonrió. ¿Y qué ha aprendido? que es un criminal, que lava dinero para el cártel del Golfo, que coordina pagos a políticos corruptos y jueces vendidos, que ha construido su imperio sobre sangre y sufrimiento.
La sonrisa de Salinas no vaciló. Esas son acusaciones muy serias. Espero que tenga pruebas para respaldarlas. Tengo un testigo. El senador Campos me contó todo sobre sus operaciones. Campos. Salinas negó con la cabeza como si hablara de un niño travieso. Pobre Gerardo, siempre fue débil. Supongo que se quebró bajo presión. Más que quebrarse, está cooperando completamente. Nos dio su nombre, nos dijo dónde encontrarlo. Nos habló sobre sus cuentas bancarias en Panamá, Islas Caimán y Suiza. Salinas se puso de pie.
Caminó hacia una pared donde había una pintura enorme de una escena colonial. Tocó un botón oculto en el marco. La pintura se deslizó hacia un lado, revelando una caja fuerte. ¿Sabe cuál es el problema con los testigos, comandante? ¿Cuál? Que pueden mentir. Salinas abrió la caja fuerte, sacó una carpeta gruesa. Campos está desesperado enfrentando prisión. Por supuesto que va a decir lo que ustedes quieren escuchar. Va a inventar historias. Va a dar nombres, cualquier cosa para salvar su pellejo.
No está inventando nada. Tenemos evidencia documental. Evidencia documental. Salinas abrió la carpeta, estaba llena de papeles. Yo también tengo evidencia. Contratos legítimos, facturas, recibos, todo perfectamente legal, todo auditado por las mejores firmas contables del país. ¿Quiere revisarlo? Harfush no se movió. Su contabilidad es falsa. Un truco contable para ocultar pagos ilícitos. Pruébelo. Salinas dejó caer la carpeta sobre el escritorio. Llévese todo esto. Revíselo. No va a encontrar nada ilegal porque soy un empresario legítimo. Es un criminal con buenos contadores.
Salinas caminó hacia la ventana. Tenía una vista espectacular de la ciudad. Comandante, creo que hay un malentendido aquí. Yo no soy como las personas con las que usualmente trata. No soy un narco de poca monta ni un político corrupto. Soy un hombre de negocios. Tengo abogados, tengo contactos, tengo recursos. Si me arresta hoy, mañana estaré libre y la semana que viene usted estará buscando otro trabajo. Es una amenaza. Es la realidad. Salinas se volvió para mirarlo. Pero no tiene que ser así.
Podemos llegar a un arreglo. No hago arreglos con criminales. Oh, todos hacen arreglos. Salinas sacó un talonario de cheques del bolsillo de su chaqueta. ¿Cuánto gana? 50,000 al mes, 60,000. Puedo ofrecerle 10 veces eso solo por olvidar esta visita. Harfuch dio dos pasos largos y arrancó el talonario de las manos de Salinas. Lo rompió por la mitad y arrojó los pedazos al piso. Acabo de añadir intento de soborno a su lista de cargos. La expresión de Salinas se endureció.
La máscara de civilidad se agrietó. Está cometiendo un error. El único error aquí es el suyo. Pensar que puede comprarme como compró a todos los demás. Harfush sacó las esposas. Héctor Salinas está arrestado por lavado de dinero. Asociación delictuosa, soborno y obstrucción de la justicia. Salinas no se movió. No me va a esposar. No se atreverá. Un can. Arfuch avanzó. Salinas retrocedió hasta quedar contra la ventana. Observe. Agarró el brazo de Salinas y lo giró. El empresario intentó resistirse, pero Harfuch era más fuerte.
En segundos, las esposas cerraron en sus muñecas con un click metálico. Salinas jadeó de indignación. Esto es esto es ultraje. Voy a destruir su carrera. Voy a silencio. Harfuch lo empujó hacia la puerta. Los agentes esperaban afuera. Sáquenlo de aquí y confisquen todos los documentos de esta oficina. Computadoras, teléfonos, archivos, todo. Los agentes entraron y comenzaron a empacar todo. Salinas observaba con horror mientras desmantelaban su oficina. No pueden hacer esto. Necesitan una orden. Harfuch sacó un papel doblado de su chaqueta.
Tengo una orden firmada por el mismo juez que autorizó el registro de la casa de campos. Cubre todas sus propiedades comerciales y residenciales. Ese juez está actuando ilegalmente, no tiene jurisdicción. Tiene jurisdicción federal que cubre todo el país. Parfuch señaló la puerta. Ahora muévase. Tenemos un largo día por delante. Arrastraron a Salinas hacia el elevador. Los empleados salían de sus cubículos para ver el espectáculo. Algunos sacaban sus teléfonos para grabar. En cuestión de minutos el video estaría en todas las redes sociales.
El poderoso Héctor Salinas siendo arrestado como un criminal común. En el lobby, periodistas ya se estaban congregando. Alguien había llamado a la prensa. Las cámaras flaseaban. Los reporteros gritaban preguntas. Comandante Harf, ¿por qué arresta al señor Salinas? Tiene evidencia. Esto está relacionado con el arresto del senador Campos. Harf ignoró las preguntas, metió a Salinas en una camioneta blindada, cerró la puerta y se dio vuelta hacia las cámaras. sabía que este era el momento. Las palabras que dijera ahora definirían cómo el público vería esta operación.
El señor Salinas está siendo investigado por múltiples delitos relacionados con crimen organizado”, dijo con voz firme y clara. “Tenemos evidencia sólida de sus actividades ilícitas. Esta es una investigación en curso y no puedo revelar más detalles en este momento. Gracias.” Se subió a la camioneta. Las puertas se cerraron. El vehículo arrancó abriéndose paso entre la multitud de reporteros. Salinas estaba sentado al fondo, pálido y sudando. Esto no va a terminar bien para usted, comandante. Eso ya me lo dijeron.
Harfuch miró por la ventana blindada múltiples veces. Y sin embargo, aquí estoy y usted está esposado en la parte trasera de mi camioneta. Salinas no respondió. se recostó contra el asiento derrotado al menos por ahora. El procesamiento de Héctor Salinas tomó seis horas, fotografías, huellas dactilares, interrogatorio preliminar. El empresario se negó a hablar sin sus abogados presentes. Eso estaba bien. Harf no esperaba que confesara inmediatamente. Gente como Salinas estaba entrenada para resistir, pero también estaban acostumbrados a tener poder, a controlar las situaciones.
Ahora, por primera vez en décadas, Salinas no tenía control sobre nada. Comandante, llamó uno de los técnicos forenses, “tenemos algo en la laptop de Salinas.” Harf se acercó. El técnico había conectado la laptop a un monitor grande. En la pantalla había archivos de Excel, columnas de números y nombres. ¿Qué es esto? Registros de transferencias. Millones de dólares moviéndose entre cuentas internacionales. Y mire esto. El técnico señaló una columna específica. Cada transferencia tiene un código. Investigamos algunos. Son nombres en clave.
Nombres en clave de qué? De personas, políticos, jueces, policías. Campos es canario. El juez Salazar es martillo y hay docenas más. Harfuch se inclinó hacia delante. Estudió la pantalla. Había al menos 50 códigos diferentes, 50 personas comprometidas. Pueden descifrar todos los códigos. eventualmente, pero va a tomar tiempo. No tenemos tiempo. Harfuch pensó rápido. Necesitamos que Salinas coopere. Es la única manera de saber quiénes son todas estas personas. No va a cooperar, ya lo conoce. Todos cooperan eventualmente, solo hay que encontrar la presión correcta.
Harf caminó de regreso a las celdas. Salinas estaba en una celda de aislamiento, sentado en un catre de metal. levantó la vista cuando Harfuch entró. Sus ojos estaban rojos, no había dormido. Vino a seguir amenazándome. No. Harfuch se apoyó contra la pared. Vine a ofrecerle un trato. No me interesan sus tratos. Debería. Harfush sacó su teléfono. Mostró una fotografía. Esta es su esposa, Daniela Salinas de Salinas. Ama de casa. Aparentemente no sabe nada sobre sus negocios sucios.
El rostro de Salinas se contrajo. Deje a mi familia fuera de esto. Su familia ya está en esto. Porque cuando procesen sus cuentas bancarias van a congelar todos sus activos, su casa, sus autos, las cuentas de sus hijos, todo. Harfuch guardó el teléfono. Su esposa va a despertar un día y descubrir que no puede pagar las colegiaturas de sus hijos, que no puede pagar la hipoteca de su mansión, que todo lo que creía tener era construido con dinero sucio.
Ella es inocente, lo sé. Por eso le ofrezco este trato. Coopere con nosotros, denos todos los nombres y toda la información que tiene. Y a cambio separamos los activos legítimos de los ilegítimos. Su familia mantiene lo que se ganó honestamente. Pierden solo lo que vino del crimen. Salinas se puso de pie. Caminó hacia los barrotes. ¿Por qué debería confiar en usted? Porque no tiene otra opción. Sus abogados pueden retrasar el proceso, pueden apelar, pueden pelear en corte, pero al final la evidencia es aplastante.
¿Va a ir a prisión? La pregunta es, ¿va o arrastra a su familia con usted? El empresario apretó los barrotes hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Si les digo lo que sé, me matan, ya lo sabe. Protección de testigos. Nueva identidad para usted y su familia. Les damos una nueva vida. No pueden protegerme. El cartel tiene gente en todas partes. Tenemos gente mejor. Arfou se acercó a los barrotes. Mire, Héctor, entiendo su miedo es válido, pero piensa en sus hijos.
Quiere que crezcan sabiendo que su padre era un criminal, que ayudó a narcos matar inocentes o prefiere ser el hombre que se arrepintió y ayudó a destruir la red de corrupción. Salinas cerró los ojos. No es tan simple, nunca lo es, pero tiene que tomar una decisión y tiene que tomarla ahora porque mientras más tiempo pase, más difícil será protegerlo. El empresario respiró profundo, abrió los ojos. Necesito garantías por escrito y quiero hablar con mi esposa, explicarle todo antes de que lo descubra por las noticias.
Arreglo las dos cosas, pero primero deme un nombre, solo uno, como muestra de buena fe. Salinas dudó. Los segundos se estiraron. Finalmente habló Roberto Durán. Harfush sintió como su corazón se aceleraba. El secretario de Hacienda. Sí, ha estado en la nómina del cartel por 5 años. les ayuda a mover dinero a través de programas gubernamentales, obras públicas que nunca se construyen, contratos inflados, facturación fantasma. Ha movido más de 100 millones de dólares para ellos. ¿Puede probarlo? Tengo documentos en mi casa, en una caja fuerte oculta detrás de un espejo en mi estudio.
La combinación es 180743, las fechas de nacimiento de mis hijos. Harfuch ló guardia. Traiga papel y pluma. El señor Salinas va a escribir una declaración completa. Dos horas después, un equipo de agentes entraba en la mansión de Salinas en Bosques de las Lomas. Su esposa había sido evacuada junto con los niños. No resistió. Estaba demasiado choqueada para pelear. En el estudio encontraron el espejo. Detrás de él la caja fuerte. Adentro tres cajas de documentos meticulosamente organizados. “Dios mío”, murmuró uno de los agentes ojeando los papeles.
“Esto es una bomba. Empaquen todo”, ordenó el comandante a cargo y traten cada documento como si fuera oro, porque básicamente lo es. De vuelta en el centro de procesamiento, Harfush revisaba los documentos con su equipo. Era peor de lo que había imaginado. No solo Durán estaba involucrado, había tres subsecretarios más, cinco directores de dependencias federales y lo más alarmante dos miembros del gabinete de seguridad del gobierno anterior. Esto va hasta arriba dijo uno de los comandantes. Si hacemos esto público, van a caer cabezas en todas partes.
Por eso tenemos que ser cuidadosos. Harf organizó los documentos en pilas. No podemos arrestar a todos al mismo tiempo. Causaría un colapso gubernamental. Tenemos que ser estratégicos. Su teléfono vibró. Era Shinbaum. Omar, necesito verlo ahora. Voy en camino. 30 minutos después estaba en Los Pinos, en la oficina privada de la presidenta. Ella estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia los jardines. Se veía cansada. Los medios no hablan de otra cosa. El arresto de Salinas es noticia internacional.
CNN, BBC, todos lo están cubriendo. Era inevitable un empresario importante siendo arrestado por vínculos con el narco. Era cuestión de tiempo, lo sé, pero la presión es inmensa. Tengo a la mitad del Congreso exigiendo su cabeza. Dicen que esto es una cacería de brujas que está abusando de su poder. No es abuso de poder arrestar criminales. Lo sé. Shane Baum se volvió para mirarlo, pero necesito saber hasta dónde va esto. Salinas me dijo nombres. ¿Qué nombres? Harfuch puso una carpeta sobre el escritorio de la presidenta.
Lea esto. Ella abrió la carpeta. Sus ojos se ensancharon mientras leía. Durán, tres subsecretarios. Esto es confirmado. Salinas tiene documentos que lo prueban. Transferencias bancarias, contratos falsos, correos electrónicos. Todo. Shain Bound se sentó pesadamente en su silla. Si esto sale a la luz, tiene que salir a la luz. No podemos ocultarlo. No estoy hablando de ocultarlo, estoy hablando de cómo manejarlo. Si arrestamos a Durán, el sistema financiero entra en pánico, los mercados se desploman, los inversionistas huyen y la alternativa es que dejarlo libre para que siga robando.
No, Shain Baum se frotó las cienes. Pero necesitamos un plan, una estrategia. No podemos solo irrumpir y arrestar a medio gabinete. Entonces, hagamos esto. Harfuch se inclinó sobre el escritorio. Arrestamos a Durán discretamente, temprano en la mañana, antes de que la prensa se entere. Lo procesamos en silencio y luego hacemos un anuncio oficial con todas las pruebas. Transparencia total. Mostramos que no estamos haciendo esto por motivos políticos. Lo hacemos porque tenemos evidencia real. Shane Baum consideró esto.
¿Cuánto tiempo necesita para preparar la operación? 24 horas. Tiene 12. Después de eso, la ventana se cierra. Durán va a sospechar. Va a huir. 12 horas son suficientes. Harfuch cerró la carpeta. Una cosa más. Necesito que autorice protección para las familias de Campos y Salinas. Si el cartel decide enviar un mensaje, van a ir por ellos primero. Autorizado. ¿Algo más? Ore por nosotros, porque lo que viene va a ser feo. A las 4 de la mañana, un convoy de vehículos no marcados se estacionó frente a la residencia del secretario Roberto Durán en Lomas de Chapultepec.
Era una zona exclusiva llena de mansiones protegidas por muros altos y seguridad privada. Pero esa mañana la seguridad privada no importaba. Harf había traído 20 agentes federales armados hasta los dientes. Recuerden, dijo por el radio, queremos esto limpio. Entramos, lo arrestamos, salimos sin escándalo, sin violencia innecesaria. Los agentes asintieron. Se dividieron en tres equipos, uno por el frente, uno por la parte trasera. Uno permanecía en los vehículos listo para refuerzos. Harfuch iba con el equipo frontal. Tocaron el timbre, nadie respondió.
Tocaron de nuevo. Esperaron 30 segundos. Entonces Harfuch hizo una señal. Uno de los agentes sacó un ariete. El primer golpe hizo temblar la puerta. El segundo la astilló. El tercero la reventó completamente. Entraron en avalancha. El interior de la casa era tan lujoso como esperaban. Pisos de mármol, lámparas de cristal, arte caro en las paredes. Pero lo que les llamó la atención fue el silencio. No había alarmas, no había guardias corriendo, nada. Algo está mal, murmuró Harfuch.
Subieron las escaleras hacia el segundo piso. Los dormitorios estaban vacíos, las camas hechas, los closets abiertos. pero con ropa todavía colgando, como si alguien se hubiera ido con prisa, pero intentando no parecer obvio. Comandante, llamó un agente desde el estudio. Venga a ver esto. Harfush entró al estudio. Era una habitación grande con estantes llenos de libros y un escritorio de ca. Pero lo que le llamó la atención fue la laptop abierta sobre el escritorio. La pantalla mostraba un mensaje.
Ya era tiempo que llegaran. Es una trampa dijo Harf. En ese momento, su teléfono sonó. Número desconocido. Respondió quién habla, comandante Harfuch. Era la misma voz distorsionada de la llamada anterior, siempre un paso atrás. ¿Dónde está Durán? A salvo, lejos de sus garras, la voz rió. Pensó que Salinas le daría lo que necesitaba, pero Salinas solo sabe lo que nosotros queríamos que supiera. Está mintiendo. Salinas nos dio documentos. evidencia real, evidencia que nosotros le dimos para mantenerse ocupado mientras movíamos a las piezas importantes.
La voz hizo una pausa. Durán ya está fuera del país y para cuando obtenga órdenes de extradición habrá desaparecido completamente. Harfuch sintió como la rabia le quemaba el pecho. Vamos a encontrarlo. No lo harán, pero no se preocupe. Le dejamos un regalo. Revise el sótano. La llamada se cortó. Harfuch se quedó mirando el teléfono. Luego miró a sus agentes. Busquen el sótano. Ahora encontraron la entrada detrás de una puerta en la cocina. Escaleras de concreto descendían a la oscuridad.
Arfuch bajó primero. Pistola en mano. Al final de las escaleras había otra puerta de metal. Estaba entreabierta. la empujó lentamente. El olor lo golpeó primero. Sangre, carne descomponiéndose. Harfuch entró con cautela. La habitación era pequeña, sin ventanas. En el centro había una silla y atado a la silla había un cuerpo. “Dios mío”, susurró uno de los agentes. El cuerpo era de un hombre de unos 30 años. Había sido torturado brutalmente. Su rostro estaba tan desfigurado que era imposible identificarlo sin análisis forenses.
Pero en su pecho, tallada con un cuchillo, había una palabra: “Traidor.” Harfush se acercó. El olor era abrumador, pero forzó su estómago a calmarse. Había visto cosas peores, no muchas, pero algunas. Saquen fotos y llamen al equipo forense. Necesitamos identificar a esta víctima. Comandante, dijo otro agente señalando una esquina. Hay una cámara. Harf siguió su mirada. En efecto, había una pequeña cámara de seguridad montada en la esquina del techo. La luz roja parpadeaba. Estaba grabando o había estado grabando.
Apáguela y confisquen la grabación. Salieron del sótano. Afuera, el sol comenzaba a salir. Los vecinos empezaban a asomarse por las ventanas. Las patrullas locales llegaron alertadas por el ruido. Harfuch les mostró su identificación y les explicó brevemente la situación. Les pidió que acordonaran el área. Su teléfono vibró. Era un mensaje de un número desconocido. Era un video. Harfug lo abrió. Mostraba el sótano, el hombre en la silla y tres figuras enmascaradas a su alrededor. Una de ellas hablaba directamente a la cámara.
Este hombre trabajaba para Salinas, era su contador, sabía demasiado. Y cuando intentó hablar con ustedes, lo castigamos. Esto es lo que les pasa a los traidores y esto es lo que les va a pasar a Campos, Salazar y Salinas y eventualmente a usted, comandante Harfuch. El video terminó. La figura enmascarada levantó un cuchillo. Luego la pantalla se puso negra. Harf guardó el teléfono. Sus manos temblaban ligeramente, no de miedo, de rabia. Estos criminales pensaban que podían intimidarlo con violencia.
No entendían que cada acto de violencia solo lo hacía más determinado. Señor, dijo uno de los comandantes, ¿qué hacemos? Reforzamos la protección de nuestros testigos, duplicamos los guardias y aceleramos las investigaciones. Quieren una guerra. Les vamos a dar una guerra. De vuelta en el centro de procesamiento, Harfuch reunió a su equipo. En la pared había un mapa de México con alfileres rojos. marcando ubicaciones. Cada alfiler representaba un miembro de la red de corrupción. Durán escapó, pero no puede esconderse para siempre.
Vamos a rastrear cada cuenta bancaria, cada propiedad, cada contacto y vamos a traerlo de vuelta. Con respecto dijo uno de los comandantes, si ya salió del país, la extradición puede tomar años. No va a tomar años, va a tomar semanas. Harf señaló el mapa. Tengo contactos en la DEA, el FBI, Interpol. Vamos a activar todas nuestras redes. Durán no tiene donde esconderse. Y el cuerpo del sótano. Forenses está trabajando en la identificación, pero probablemente era quien dijeron, “El contador de Salinas, alguien que sabía demasiado.” Harfch se frotó los ojos.
No había dormido en dos días, pero no podía parar. Necesitamos hablar con Salinas de nuevo, ver si reconoce a la víctima y necesitamos reforzar su protección. Si mataron a su contador, él es el siguiente. Fueron a la celda de Salinas. El empresario estaba acostado en el catre mirando el techo. Se sentó cuando entraron. ¿Qué pasó? Escuché sirenas toda la mañana. Durán escapó. Harfuch le mostró una foto del cuerpo en el sótano y encontramos esto en su casa.
¿Lo reconoce? Salinas miró la foto. El color drenó de su rostro. Es era Miguel Ángel Reyes, mi contador personal. ¿Sabía que estaba trabajando con nosotros? No, no lo sabía. Pero si ustedes lo sabían, ellos también. Salinas comenzó a hiperventilar. Me van a matar. Van a entrar aquí y me van a matar, como hicieron con Miguel. No van a entrar aquí. Esta instalación es una fortaleza. No entiende. Salinas se puso de pie caminando en círculos. Tienen gente en todas partes, policías, guardias, fiscales.
Pueden llegar a mí en cualquier momento. Entonces necesitamos movernos más rápido. Harfuch se acercó a los barrotes. Deme más nombres, todos los que tenga. Cuanto más rápido desmantelemos esta red, más seguro estará. Salinas se detuvo. Lo miró con ojos desesperados. Hay un nombre que no le he dicho porque es el más peligroso. ¿De quién? El coordinador general, el que maneja todas las operaciones, el que da las órdenes finales. Salinas bajo la voz a un susurro. Se hace llamar el arquitecto.
¿Quién es? No lo sé. Nadie lo sabe. Solo Treviño ha tratado con él directamente. El resto de nosotros recibimos órdenes a través de intermediarios. Ni siquiera ha visto una foto, nunca. Es como un fantasma, pero es real y es poderoso, más poderoso que cualquiera de nosotros. Salinas se acercó a los barrotes. Comandante, si realmente quiere acabar con esto, necesita encontrar a el arquitecto. Él es la clave de todo. Harfuch asimiló esta información. Un coordinador fantasma, alguien tan poderoso que nadie sabía su identidad.
Era como algo sacado de una película, pero sabía que era real. Había visto como esta red operaba. La precisión, la coordinación, todo apuntaba a alguien con inteligencia y recursos extraordinarios. “Voy a encontrarlo”, dijo Harfush. Y cuando lo haga, toda esta estructura se viene abajo. Los siguientes tres días fueron un torbellino de actividad. Harfuch apenas durmió. Su equipo trabajaba en turnos de 24 horas analizando cada documento confiscado de Salinas, cada correo electrónico, cada transacción bancaria. Lentamente comenzaron a construir una imagen más clara de la red.
“Comandante”, dijo la analista financiera, una mujer joven llamada Patricia con anteojos gruesos y una habilidad extraordinaria para encontrar patrones en el caos. Encontré algo. Harfuch se acercó a su estación de trabajo. La pantalla mostraba un gráfico complejo de transacciones. ¿Qué es esto? Todas las transferencias pasan por una cuenta central antes de distribuirse. Es como un hub. Todo el dinero entra aquí, se limpia y luego sale hacia las diferentes personas en la nómina. ¿De quién es la cuenta?
Eso es lo interesante. Está registrada a nombre de una empresa fantasma en las Islas Vírgenes Británicas, Tecnología del Futuro SA. Pero cuando investigo más profundo, la empresa no existe. No tiene oficinas físicas, no tiene empleados, es solo una entidad legal en papel. ¿Y quién controla esa entidad? No puedo saberlo directamente. Las leyes de privacidad allá son muy estrictas. Pero Patricia cambió la pantalla. Encontré esto, una transferencia de esa cuenta hacia una propiedad en Valle de Bravo, un rancho registrado a nombre de otra empresa fantasma.
Pero esta vez pude rastrear los documentos de compra y aparece una firma. ¿De quién? Patricia aumentó la imagen. Era una firma elegante, casi artística. Y debajo un nombre escrito a mano, a Mendoza. Arfuch sintió como su pulso se aceleraba. Mendoza. ¿Quién es A Mendoza? No estoy segura, pero hay 12 propiedades más registradas con la misma firma, ranchos, casas, departamentos, todos en ubicaciones estratégicas a lo largo del país. Busca ese nombre en todas nuestras bases de datos. Policía, migración, hacienda, todo.
Patricia tecleó rápidamente. Los resultados empezaron a aparecer. Hay 253 personas con apellido Mendoza y nombre, que empiece con a en México, pero ninguno coincide con el perfil que buscamos. ¿Qué tal nombres falsos, identidades fabricadas? Revisando, Patricia frunció el ceño. Espere, aquí hay algo. Una identificación oficial emitida hace 6 años a nombre de Arturo Mendoza García, pero cuando reviso los archivos del Registro Civil, no existe ningún Arturo Mendoza García nacido en la fecha que aparece en la identificación.
Una identidad falsa. Exacto. Y mire esto. Patricia abrió otra ventana. Esa identificación se usó para abrir cuentas bancarias en tres países diferentes. Todas las cuentas manejan millones de dólares. Harfuch estudió la información. Estaban cerca, podía sentirlo. ¿Hay alguna foto asociada con esa identificación? Sí. Patricia abrió el archivo. Una fotografía apareció en la pantalla. Era un hombre de unos 55 años, cabello canoso, rostro común, el tipo de persona que pasarías en la calle sin notar dos veces. Pero Harfuch lo reconoció inmediatamente.
Su sangre se congeló. No puede ser, susurró. ¿Qué pasa? ¿Lo conoce? Harfuch no respondió. Sacó su teléfono y marcó un número. Respondieron al primer timbre. Investigaciones, agente Ruiz. Ruiz, soy Harfuch. Necesito que me consigas toda la información sobre el licenciado Alberto Mendoza. Trabaja en la Secretaría de Gobernación, Departamento de Análisis de Riesgo. Hubo una pausa. El licenciado Mendoza, comandante, él es uno de nosotros, tiene acceso a información clasificada de seguridad nacional. Lo sé, por eso necesito esa información.
Ahora entendido. Le mando todo lo que tengamos en 20 minutos. Harfuch colgó. Patricia lo miraba con confusión. Alberto Mendoza. No es A Mendoza. Arturo. Arturo es una identidad falsa. Alberto es real. Harf señaló la foto en la pantalla. Y es el mismo hombre. ¿Está seguro? Completamente. Harfuch comenzó a caminar de un lado a otro. Su mente trabajaba a toda velocidad. Alberto Mendoza había estado en reuniones de seguridad con él. Tenía acceso a planes operativos. Sabía qué investigaciones estaban en curso.
Sabía dónde estaban los agentes encubiertos. Ha estado con nosotros todo el tiempo en nuestras narices alimentando información directamente al cartel. Dios mío. Patricia se recostó en su silla. Si él es el arquitecto, entonces todo cobra sentido. Por eso Durán escapó. Mendoza le avisó. Por eso mataron al contador. Mendoza les dijo quién era. Por eso siempre están un paso adelante, porque tienen a alguien adentro dándoles todos nuestros movimientos. Harfush agarró su teléfono de nuevo, marcó a su segundo al mando.
González, necesito que ubiques al licenciado Alberto Mendoza ahora mismo. No lo arrestes, solo ubícalo y repórtame su posición y hazlo discreto. No puede saber que lo estamos buscando. Entendido, comandante. 20 minutos después, González llamó de vuelta. Comandante, tengo malas noticias. Mendoza no apareció a trabajar hoy. Su secretaria dice que llamó enfermo. Enviamos a alguien a su departamento. No está ahí. Su auto no está en el estacionamiento. Parece que se fue. ¿A dónde? No lo sabemos, pero revisé las cámaras del aeropuerto.
Abordó un vuelo a Monterrey hace 3 horas. Harfuch sintió como el pánico comenzaba a crecer. Monterrey, ¿por qué Monterrey? No estoy seguro, pero comandante Monterrey está cerca de la frontera. Si cruza a Atas, pierde nuestra jurisdicción. Harfuch golpeó el escritorio con el puño. Necesitamos detenerlo antes de que cruce. Contacta a la policía estatal de Nuevo León. Emite una orden de localización y alerta a la patrulla fronteriza. Si intenta cruzar, lo detenemos. En eso, Harfuch colgó, miró a Patricia.
Necesito que me consigas el manifiesto de ese vuelo. Quiero saber si viajó solo o acompañado y revisa todas las cámaras del aeropuerto de Monterrey. Quiero saber a dónde fue después de aterrizar. Patricia asintió y comenzó a teclear. Harfuch caminó hacia la ventana. Afuera, la Ciudad de México se extendía bajo un cielo gris. Millones de personas yendo sobre sus vidas, sin saber que una guerra silenciosa se libraba en las sombras, una guerra que determinaba si México tenía algún futuro o si se hundiría completamente en la corrupción.
Su teléfono vibró. Era un mensaje de Shainbaum. Me enteré sobre Mendoza. Es cierto. Harf escribió. Sí, estamos rastreándolo ahora. Esto es grave. Si la prensa se entera de que teníamos a el arquitecto en nuestro propio gobierno, lo sé, pero no podemos ocultarlo. Tenemos que capturarlo y exponerlo. Es la única manera. De acuerdo. Pero tenga cuidado. Mendoza es inteligente, no se va a dejar atrapar fácilmente. Harfush no respondió, guardó el teléfono. Sabía que Shane Baum tenía razón. Mendoza no era como Campos o Salazar.
Era más astuto, más peligroso. Había sobrevivido años sin ser detectado. No iba a cometer errores estúpidos ahora, comandante, llamó Patricia. Tengo el manifiesto. Mendoza viajó solo, pero mire esto. Compró un boleto de ida, no de ida y vuelta. Planeaba no volver. Eso parece. Y hay más. Revisé las cámaras del aeropuerto de Monterrey. Lo veo saliendo de la terminal. Sube a un taxi y Patricia pausó aumentando una imagen. Mire quién lo esperaba. Fuera. Harfuch se acercó a la pantalla.
En la imagen, un hombre alto con traje oscuro esperaba junto a una camioneta negra. Cuando Mendoza salió, se saludaron. Luego subieron juntos a la camioneta. ¿Quién es ese hombre? Déjeme revisar. Patricia corrió la imagen a través del software de reconocimiento facial. Los segundos pasaron, luego apareció un resultado. Es Luis Treviño, hermano menor de Miguel Ángel Treviño, el líder del cartel. Exacto. Y comandante, esa camioneta tiene placas registradas en Texas. Si cruzaron la frontera, maldición. Arfuch se alejó de la pantalla.
Llama a la DEA. Diles que tenemos a un fugitivo de alto perfil que posiblemente cruzó a Estados Unidos. Necesitamos su ayuda para localizarlo. Patricia hizo la llamada. Mientras tanto, Harfuch reunió a su equipo. En 10 minutos tenía a 30 agentes listos para moverse. Vamos a Monterrey. Si Mendoza todavía está en México, lo encontramos. Si cruzó la frontera, trabajamos con los americanos para traerlo de vuelta. Nos vamos en 20 minutos. El vuelo a Monterrey tomó 2 horas. Durante ese tiempo, Harfuch recibió actualizaciones constantes.
La policía estatal había localizado la camioneta negra. Estaba abandonada en un estacionamiento cerca de la frontera. No había señales de Mendoza ni de Treviño. Las cámaras de la garita fronteriza mostraban la camioneta cruzando a las 2 de la tarde, 4 horas antes. “Está en Texas”, murmuró Harfuch mirando por la ventana del avión. “Probablemente ya está en una casa de seguridad del cartel. La DEA está coordinando con nosotros”, dijo González sentado a su lado. “Tienen equipos en McAlen, Brownsville, Laredo.
Si Mendoza aparece, lo agarran. No va a aparecer, es demasiado inteligente.” Harfuch cerró los ojos. Estaba exhaust, pero su mente no dejaba de trabajar. Necesitamos pensar como él, ¿a dónde iría? ¿Qué haría? Si fuera yo, me escondería. esperaría a que las cosas se calmaran. Mendoza no se va a esconder. Es un operador. Necesita estar en control. Necesita mover piezas. Harfuch abrió los ojos. Las propiedades, las que Patricia encontró. Alguna está cerca de la frontera. González revisó su tablet.
Hay una. Un rancho en Tamaulipas a 50 km de la frontera. Coordenadas. González leyó las coordenadas. Arfuch las memorizó. Cuando aterricemos vamos directo ahí, sin avisar a las autoridades locales. No sabemos quién más está comprometido. Aterrizaron en Monterrey a las 5 de la tarde. Los esperaba un convoy de vehículos blindados. Se subieron y arrancaron inmediatamente hacia Tamaulipas. El paisaje cambió gradualmente de urbano a rural, campos vacíos, ranchos aislados. El sol comenzaba a ponerse tiñiendo el cielo de naranja y púrpura.
“Estamos a 10 km”, dijo el conductor. Harfuch revisó su pistola. Los agentes a su alrededor hicieron lo mismo. Nadie hablaba. Todos sabían lo peligroso que era esto. Estaban entrando en territorio del cártel del Golfo. Si algo salía mal, podrían terminar como el contador de Salinas. Ahí, señaló González. A la distancia, las luces de un rancho brillaban contra el cielo oscurecido. Se detuvieron a 1 kmro de distancia. Salieron de los vehículos en silencio. Usando gafas de visión nocturna, avanzaron a pie.
El terreno era irregular, lleno de matorrales y rocas. El rancho estaba rodeado por una cerca de alambre. No había guardias visibles, pero Harfuch sabía que debían estar ahí. “Dos entradas”, susurró uno de los agentes, frente y atrás, ambas con portones cerrados. Rodeamos la propiedad. Buscamos el punto más débil. Harfuch hizo señales con las manos. Los agentes se dispersaron. Encontraron una sección de la cerca que estaba menos vigilada. Uno de los agentes cortó el alambre con pinzas. Pasaron uno por uno.
Una vez dentro, avanzaron agachados hacia la casa principal. Era una estructura de dos pisos bien mantenida, luces encendidas en la planta baja. Harfuch se acercó a una ventana, miró adentro con cautela, vio una sala amplia, muebles de cuero, una chimenea encendida y sentados en un sofá dos hombres bebiendo whisky. Uno era Luis Treviño, el otro era Alberto Mendoza. “Ahí está”, susurró Jarfucha González. Prepara al equipo. Entramos en 2 minutos. Los agentes se posicionaron. Dos en la puerta principal, cuatro en la puerta trasera, seis cubriendo las ventanas.
Harfuch contó hacia atrás con los dedos. 3 2 1. Las puertas explotaron hacia dentro. Los agentes entraron gritando órdenes. Policía federal, al suelo, manos donde podamos verlas. Treviño reaccionó primero, se lanzó detrás del sofá sacando una pistola. Disparó tres veces. Las balas se incrustaron en el marco de la puerta. Los agentes respondieron. El tiroteo duró solo segundos. Treviño cayó alcanzado en el hombro y la pierna. Gritó de dolor. Mendoza no se movió. se quedó sentado, manos levantadas, whisky todavía en una mano.
Miraba a Harf con una calma escalofriante. Comandante, sabía que vendría. Harfuch avanzó con la pistola apuntando directamente a la cabeza de Mendoza. Alberto Mendoza está arrestado por traición, asociación delictuosa y conspiración contra la seguridad nacional. Traición. Mendoza sonrió. Es una palabra fuerte. Es la palabra correcta. Harfuch lo esposó personalmente. Trabajó para el cartel mientras estaba en el gobierno. Filtró información clasificada. Causó la muerte de agentes federales. Si eso no es traición, no sé qué es. Mendoza no perdió la sonrisa.
Sabe cuál es su problema, comandante. Piensa que esto es blanco y negro, buenos contra malos, pero el mundo es gris. Todos hacemos lo que tenemos que hacer para sobrevivir. No todos traicionamos a nuestro país. Harfuch lo levantó bruscamente. Usted deligió el dinero sobre la dignidad y ahora va a pagar. Pagar. Mendoza ríó. Comandante, no entiende. Esto apenas está empezando. Puede arrestarme. Puede arrestar a Salinas, a Campos, a todos los que encuentre. Pero la red sigue, la estructura permanece.
Por cada uno que cae, dos más toman su lugar. Entonces voy a arrestar a esos dos también y a los dos que vengan después y seguiré hasta que no quede nadie. Mendoza lo miró a los ojos. La sonrisa desapareció. Va a morir intentándolo. Ya me han dicho eso, múltiples veces. Y aquí sigo. Los agentes sacaron a Mendoza y a Treviño de la casa. Afuera más vehículos llegaban. Ambulancias para Treviño, refuerzos para asegurar el área. Harfuch supervisó todo personalmente.
No iba a dejar espacio para errores. Su teléfono vibró. Era Patricia. Comandante, encontré algo más en las cuentas de Mendoza. ¿Qué? Hay una transferencia grande que hizo esta mañana. [Música] enviados a una cuenta en Singapur. ¿A nombre de quién? No puedo saberlo aún, pero la transferencia incluye un mensaje. Plan B activado. Harfuch sintió un escalofrío recorrer su espalda. Plan B. ¿Qué significa eso? No lo sé, pero sea lo que sea, Mendoza lo activó antes de huir y envió mucho dinero con él.
Harfuch miró a Mendoza, que ya estaba siendo metido en una camioneta blindada. El hombre seguía sonriendo, como si supiera algo que Harfuch no sabía. Mantenme informado y refuerza la seguridad en todos nuestros testigos. Si esto es lo que creo que es, ¿qué cree que es? Un plan de contingencia. Mendoza sabía que eventualmente lo atraparíamos, así que preparó una salida, o peor, preparó una venganza. La noche se hizo más oscura, las estrellas brillaban en el cielo despejado de Tamaulipas.
Harfuch miró hacia arriba por un momento, se permitió un segundo de respiro. Luego volvió al trabajo porque sabía que esto no había terminado. De hecho, apenas estaba empezando. Tres semanas después el juicio comenzó. La Suprema Corte había designado un panel especial de jueces para manejar los casos de Campos, Salinas y Mendoza. El proceso era transmitido en vivo a nivel nacional. Todos querían ver cómo terminaba esta saga que había sacudido al país hasta sus cimientos. Harfuch estaba sentado en la galería observando.
Había testificado el primer día presentando toda la evidencia que habían recopilado, los documentos, las grabaciones, los testimonios. Era abrumador. La fiscal trabajaba metódicamente construyendo un caso que era virtualmente imposible de refutar. Mendoza se representaba a sí mismo. Había despedido a sus abogados diciendo que prefería enfrentar los cargos solo. Estaba de pie frente al juez, tranquilo y compuesto. “Su señoría, dijo con voz clara, no niego los hechos que se han presentado. Transferí dinero, filtré información, trabajé con el cartel.
Hubo murmuros en la sala. El juez golpeó el martillo. Orden. Continúe, señr Mendoza. Pero quiero que entiendan por qué Mendoza se volvió hacia la galería. Durante años vi como este país se desmoronaba. Vi como los políticos robaban, cómo las instituciones fallaban, como los inocentes sufrían mientras los poderosos prosperaban. Y me di cuenta de algo. El sistema está roto, no se puede arreglar desde adentro. Eso no justifica trabajar para criminales, interrumpió la fiscal. No. Mendoza sonrió. Los criminales, al menos son honestos sobre lo que son.
No pretenden ser salvadores, no prometen cambio, solo hacen su trabajo. Y a veces su trabajo mantiene el orden en lugares donde el gobierno ha fallado. Orden que incluye asesinatos, secuestros, extorsión. Dijo la fiscal. Sí. Métodos horribles, no lo niego, pero efectivos. Mendoza se encogió de hombros. El mundo no es bonito, nunca lo ha sido. Y pretender lo contrario es vivir en una fantasía. El juez se inclinó hacia delante. Señor Mendoza, ¿está usted declarándose culpable? Sí, su señoría, soy culpable de todo lo que me acusan, pero no me arrepiento.
Hice lo que creí necesario. Entonces la Corte acepta su declaración. El juez miró sus papeles. Dado que se ha declarado culpable y la evidencia es clara, procederemos directamente a la sentencia. Alberto Mendoza García es sentenciado a 50 años de prisión sin posibilidad de libertad condicional. será transferido a una instalación de máxima seguridad donde pasará el resto de su vida. Mendoza asintió. No mostró emoción. Los guardias se lo llevaron. Mientras salía, cruzó miradas con Harfch. Hubo algo en esa mirada, una advertencia, una promesa.
Harfud no pudo descifrar qué era exactamente, pero le dejó un mal sabor en la boca. Los casos de Campos y Salinas siguieron. Ambos fueron declarados culpables. Campos recibió 30 años. Salinas, por su cooperación recibió 20 con posibilidad de libertad condicional después de 10. Ambos fueron puestos en protección de testigos junto con sus familias. Afuera de la corte, los medios rodearon a Harf. Comandante, ¿cómo se siente ahora que los tres principales acusados han sido condenados? Me siento aliviado, pero este es solo el comienzo.
Todavía hay docenas de personas involucradas en esta red y vamos a perseguir a cada una. ¿Qué hay de las amenazas contra su vida? ¿Tiene miedo? El miedo es normal, pero no me detiene. Tengo un trabajo que hacer y voy a hacerlo sin importar los riesgos. ¿Algún mensaje para aquellos que están considerando trabajar con el crimen organizado? Harf miró directamente a la cámara. Piensen en las consecuencias. Piensen en las familias que destruyen, en los niños que quedan huérfanos, en las comunidades que desgarran.
El dinero puede parecer tentador, pero no vale la pena porque eventualmente la justicia llega y cuando llegue no habrá dinero suficiente en el mundo para salvarlos. Esa noche Harfuch regresó a su oficina. Estaba exhausto física y mentalmente, pero también sentía algo que no había sentido en mucho tiempo. Esperanza. habían logrado algo significativo. Habían demostrado que nadie estaba por encima de la ley, que la corrupción podía ser combatida, que el cambio era posible. Su teléfono vibró. Era un mensaje de Shimbaum.
Buen trabajo. El país le debe mucho. Harfush sonrió. Escribió, “Solo hice mi trabajo. No hizo mucho más. dio esperanza y eso es lo que México necesitaba. guardó el teléfono, miró las fotografías en su pared, los criminales que había capturado, las victorias que había logrado, pero también pensó en los que habían caído, los agentes muertos, las víctimas inocentes. El precio del combate contra el crimen organizado era alto, siempre lo sería, pero valía la pena porque cada criminal capturado era una familia salvada, cada red desmantelada era una comunidad liberada y cada victoria, por pequeña que fuera, era un paso hacia un México mejor.
se puso de pie, apagó las luces de su oficina y mientras caminaba hacia su auto blindado, rodeado de guardaespaldas, pensó en el futuro. Había mucho trabajo por delante, muchos criminales que capturar, muchas batallas que pelear, pero estaba listo. Siempre lo había estado, porque este no era solo su trabajo, era su misión, su propósito. y mientras tuviera vida seguiría luchando. El auto arrancó. Las calles de la Ciudad de México pasaban por la ventana y en algún lugar de esas calles, Harfuch sabía más criminales planeando sus próximos movimientos, más políticos considerando aceptar sobornos, más personas al borde
de traicionar sus principios por dinero, pero también sabía que estaría ahí para detenerlos, porque eso era lo que hacía, eso era quién era. García Harfuch, el hombre que no se rendía, el hombre que había sobrevivido 26 balas, el hombre que le arrancó la máscara a la corrupción y su trabajo apenas comenzaba.
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