Ella era solo una niña de la calle hasta que miró a los ojos del millonario y le dijo, “¿Puedo comer contigo, papá?” La respuesta de él dejó a todos sin palabras. El restaurante estaba lleno, con gente elegante hablando bajito, como si no quisieran que el mundo escuchara sus conversaciones importantes. Los meseros iban y venían con charolas pesadas, llenas de platos bien servidos y copas que brillaban con la luz del mediodía. Todo se sentía perfecto, como de revista.

En una mesa junto a la ventana, sentado solo y mirando su celular con cara de que no quería que nadie lo molestara, estaba Jaime Gallardo. Traje caro, reloj fino, expresión seria. Todos sabían quién era. El dueño de una cadena de bienes raíces, millonario desde hace años, siempre en portadas de revistas de negocios. Pero ese día, justo en ese momento, algo le cambió la vida. Nadie se dio cuenta. Al principio la niña entró sin que la notaran. Tenía el cabello sucio y los pies llenos de polvo.

Llevaba una camiseta vieja rota del hombro y cargaba una bolsita con dulces que ofrecía a los carros en los semáforos. Se llamaba Sofie y apenas tenía 8 años. Sus ojos eran grandes, pero no de esos que miran con curiosidad infantil. Los de ella eran de esos que ya habían visto demasiado. Caminó entre las mesas como si no le importara quién la veía o qué cara le hacían. Nadie se atrevió a detenerla, ni los meseros, ni el guardia de la entrada que se distrajo unos segundos con su celular.

Fue directo hacia la mesa de Jaime. Jaime ni se inmutó al principio. Pensó que era otra niña pidiendo monedas de esas que uno ve desde el coche y finge que no vio. Pero cuando la escuchó, levantó la cabeza. La niña lo miró directo a los ojos y le dijo con voz firme, sin temblar ni pedir permiso. “¿Puedo comer contigo, papá?” No lo gritó. Pero lo dijo claro. Varias personas de las mesas cercanas voltearon, unos se rieron bajito, otros murmuraron algo entre dientes.

Jaime se quedó helado. “¿Qué dijiste?”, preguntó él bajando lentamente el celular. que si puedo comer contigo, papá”, repitió la niña, ahora con un poco menos de fuerza en la voz, pero sin moverse ni un paso. Jaime no sabía qué decir. No tenía hijos, nunca había tenido uno. Eso lo sabía muy bien. Tenía una vida ordenada, con todo bajo control. ¿Cómo iba a tener una hija y no saberlo? Miró a su alrededor buscando a alguien más. Tal vez una cámara escondida.

Tal vez era una broma pesada, pero nadie se reía, nadie se acercaba. Todos miraban desde sus mesas esperando qué iba a hacer ese hombre tan importante. “Creo que te estás confundiendo”, dijo Jaime con una mezcla de incomodidad y nerviosismo. Pero antes de que pudiera decir algo más, la niña metió la mano en su bolsita de dulces y sacó una foto arrugada. “Ella me dijo que eras tú”, dijo Sofie extendiendo la foto hacia él. Jaime dudó un segundo, pero tomó la foto.

Era vieja, casi deslavada por el sol y los años. Pero en cuanto la vio, sintió algo en el pecho. Ahí estaba él, más joven. Con una sonrisa sincera que no recordaba haber vuelto a usar. Abrazaba a una mujer que no había visto en casi una década. Julieta, su Julieta, la única mujer con la que se había imaginado casándose, la que un día simplemente se fue y nunca volvió a aparecer. El tiempo pareció detenerse. Jaime miró la foto como si se le fuera la vida en eso.

No entendía nada. ¿Por qué tenía esa foto esta niña? ¿De dónde la sacó? ¿Qué tenía que ver Julieta con ella? Empezó a sentir que algo estaba muy mal. Su respiración se hizo más lenta, más pesada. ¿De dónde sacaste esta foto?, preguntó sin quitarle los ojos de encima a la imagen. Es de mi mamá, contestó la niña y esta vez bajó un poco la mirada. Ella está en el hospital muy enferma. Mi abuela y yo vendemos dulces para poder pagar las medicinas.

Jaime tragó saliva. El nombre no lo había dicho, pero lo supo. No hacía falta. Solo conoció a una mujer que le cambió la vida y desapareció sin dejar rastro. Y ahora esta niña, que decía ser su hija, traía una foto con los tres ingredientes que le revolvieron el alma. él, Julieta y un pasado que creía enterrado. Una mesera se acercó nerviosa y preguntó si todo estaba bien. Jaime levantó la mano sin mirar, como diciendo que se alejara.

Quería entender primero qué estaba pasando. La niña seguía ahí, parada, sin moverse. Tenía los zapatos rotos y el estómago vacío, pero no estaba ahí. Por lástima. No pedía comida, no pedía dinero, estaba buscando a su papá. Así, sin más, Jaime le pidió que se sentara. No sabía qué otra cosa hacer. La niña obedeció y se acomodó frente a él como si lo conociera de toda la vida. Jaime volvió a mirar la foto. Tenía que confirmar algo. ¿Cómo se llama tu mamá?

Preguntó con la voz un poco más baja. Julieta, y ahí lo tuvo claro. Era ella, no podía ser una coincidencia. Jaime sintió que el estómago se le apretaba. ¿Cómo era posible? Julieta había tenido una hija y nunca se lo dijo. ¿Por qué? ¿Por qué desaparecer? ¿Por qué hacerle esto? Sofi sacó otro dulce de su bolsita y se lo ofreció. Jaime lo miró con una mezcla de ternura y confusión. No sabía si reír, llorar o salir corriendo. Todo lo que creía tener claro se le estaba desmoronando en segundos.

No sabía si esa niña era realmente su hija, pero por primera vez en años sintió que algo de verdad estaba pasando frente a él. algo real, algo que no podía ignorar. Y mientras todo eso pasaba, alguien en la puerta del restaurante sacaba fotos con un celular, una figura que no había entrado, pero que sí estaba ahí observando, tomando pruebas. Alguien que tenía mucho que perder si esa niña resultaba ser lo que decía. Jaime no podía dejar de ver la foto.

La tenía entre los dedos como si fuera una bomba a punto de explotar. Estaba vieja, doblada por la mitad, con los bordes maltratados, pero aún se veía todo claro. Él, sonriendo como idiota, con una camisa blanca que recordaba perfectamente, y Julieta, abrazada a él con la cabeza recargada en su hombro. Eso había sido en Valle de Más Bravo. Un fin de semana que se escaparon sin decirle a nadie. La primera vez que pensó en casarse con ella fue justo ahí.

Pero lo más fuerte no era el recuerdo, sino la presencia de esa niña frente a él, que lo miraba sin soltarle la cara, como si quisiera leer su reacción segundo a segundo. Sofi tenía los codos apoyados sobre la mesa y jugueteaba con la bolsita de dulces, pero sus ojos no dejaban de estar fijos en él. No se veía triste ni emocionada. Se veía firme, como si llevara ensayando esta escena días enteros, como si hubiera cruzado medio mundo solo para llegar a esa mesa y soltarle esa bomba.

Jaime respiró hondo y volvió a mirar la foto. Tenía años sin verla. Ni siquiera sabía que esa imagen existía. Él no la tenía, nunca la había tenido. Lo que le rompía la cabeza era pensar cómo había llegado hasta las manos de esa niña. ¿De dónde sacaste esto?, le preguntó sin sonar agresivo, pero tampoco suave. Estaba confundido y eso se notaba. Sofie bajó la mirada un segundo y dijo, “Bajito. Mi abuela la guardó siempre. Dice que mi mamá lloraba mucho cuando la veía.

Ese comentario le pegó más fuerte que cualquier golpe. Julieta lloraba por él después de tantos años. Entonces no lo había olvidado. ¿Y por qué se había ido así? Sin dejar rastro, Jaime se revolvía en su asiento. Todo dentro de él era una mezcla de enojo, sorpresa y algo que no quería aceptar. Culpa. ¿Tu mamá sigue en el hospital? preguntó de pronto, más serio, más enfocado. Sofie asintió con la cabeza. Desde hace cuánto, dos semanas. Se puso mal de repente.

La abuela dice que es por todo lo que ha aguantado. Jaime sintió que se le hacía un nudo en el estómago. No quería imaginar a Julieta enferma, acostada en una cama de hospital mientras su hija vendía dulces en la calle. Y lo peor es que él no tenía ni idea. Mientras él viajaba, firmaba contratos y comía en restaurantes caros. La única mujer que había amado estaba luchando por su vida y su hija estaba sentada frente a él con los zapatos rotos.

¿Por qué no me buscaron antes? Soltó de pronto, como si la niña tuviera la culpa. Pero Sofi lo miró directo a los ojos y le respondió sin miedo. Mi mamá sí te buscó, pero nunca la dejaban hablar contigo. Jaime se quedó callado. Esa frase le sonó a algo más que un malentendido. Sonó a que alguien había hecho algo. Recordó que cuando terminó con Julieta fue todo muy raro. Ella simplemente desapareció. Un día dejó de contestar mensajes, llamadas, todo.

Él la buscó unas semanas, pero luego alguien le dijo que Julieta se había ido del país y ahí lo dejó. Nunca hubo una despedida clara, una explicación, solo una herida que con el tiempo se tapó con trabajo, dinero y una relación nueva. Sofi volvió a hablar como si supiera que él estaba pensando en eso. Mi mamá nunca te dejó de querer. Yo la escuchaba cuando hablaba sola. Decía tu nombre en las noches, pero siempre decía que tú ya habías hecho tu vida.

Jaime sintió que le ardían los ojos. No estaba llorando, pero estaba cerca. Cerró los puños con fuerza. ¿Quién se había atrevido a decirle eso a Julieta? ¿Quién le dijo que él la había olvidado? Y entonces, como si le hubiera leído el pensamiento, Sofi dijo una frase que lo sacudió. Mi mamá tenía una amiga que le decía que tú ya estabas con otra. Jaime levantó la mirada. Su corazón se aceleró. Solo hubo una amiga cercana en ese entonces.

Lorena no quería adelantarse, pero algo le decía que ahí había algo muy sucio. Jaime se pasó la mano por la cara tratando de ordenar lo que estaba sintiendo. Estaba en shock, pero lo más duro no era la traición, si es que la hubo. Lo más duro era mirar a esa niña, que podía ser su hija, y no saber qué hacer con eso. La miró de nuevo, esta vez más suave. le vio la nariz, los ojos y no era imaginación suya.

Sí tenía algo de él, pero también mucho de Julieta, ese tipo de mirada fuerte que ella tenía cuando se enojaba o cuando algo le dolía. Era como ver una versión pequeña de los dos. Y aunque no tenía una prueba en la mano, algo dentro de él le decía que era real. ¿Tienes hambre?, preguntó Jaime ya más calmado. Sofie asintió sin hablar. Jaime levantó la mano y llamó al mesero. Pidió lo que ella quisiera. No le importaba que todos en el restaurante lo estuvieran mirando.

No le importaba el que dirán. Lo único que tenía en mente era que esa niña comiera algo decente. Mientras esperaban la comida, Jaime guardó la foto en el bolsillo de su saco. No quería que se le perdiera. Sentía que ese pedazo de papel era más importante que cualquier contrato que hubiera firmado en su vida. Miró a Sofi de nuevo. Tenía demasiadas preguntas. ¿Dónde vivían? ¿Quién era su abuela? ¿Cómo había sido su vida? Julieta le había hablado de él, qué tan grave estaba ella en el hospital, pero algo dentro de él le dijo que no era el momento de soltar todo eso.

Primero que comiera, luego vendría todo lo demás. Lo que Jaime no sabía es que, mientras tanto, del otro lado de la ciudad, alguien recibía una notificación en su celular, una foto tomada en ese mismo restaurante. En la imagen se veía claramente a Jaime sentado frente a una niña callejera dándole de comer y con una cara que no le conocían. Esa foto llegó directo al teléfono de Lorena, quien en cuanto la vio supo que algo se le estaba saliendo de las manos.

La comida llegó a la mesa y Sofi comió como si no hubiera probado nada en días. Jaime no dijo mucho mientras la miraba. Tenía demasiadas cosas dando vueltas en la cabeza como para meter conversación. Solo la observaba notando cada gesto, cada movimiento, tratando de entender cómo una niña tan chiquita podía estar tan entera. A pesar de todo. Ella no hablaba mucho, pero de vez en cuando le hacía preguntas sencillas. si le gustaba la comida del lugar, si era verdad que tenía una casa con alberca, si alguna vez había montado a caballo, cosas de niños, pero también cosas que lo hacían pensar en todo lo que ella nunca había tenido.

Cuando terminaron, Jaime pagó la cuenta y se puso de pie. Sofi lo miró con duda, como si no supiera si irse o quedarse. “¿Me llevas con mi mamá?”, preguntó con la voz más bajita de lo normal. Jaime dudó un momento, pero luego asintió. No podía hacer otra cosa. Necesitaba verla. Necesitaba respuestas. Subieron al coche. El chóer, que lo esperaba en la entrada, alzó una ceja cuando vio a la niña subirse con confianza al asiento de atrás. Jaime no explicó nada, solo le dio la dirección que Sofi le dictó.

Iban hacia un hospital público en la colonia Doctores. El trayecto fue silencioso. Jaime iba mirando por la ventana sin ver realmente lo que pasaba afuera. tenía un millón de recuerdos mezclándose en la cabeza. Julieta riendo, Julieta bailando descalza en su sala, Julieta gritándole una vez que llegó tarde, pero también tenía muchas preguntas. ¿Por qué ella nunca apareció? ¿Por qué no fue a buscarlo? ¿Y si la niña no era su hija? Llegaron al hospital. No era bonito. Se veía viejo, saturado, lleno de gente en las puertas esperando turno.

Jaime se sintió incómodo. No era el tipo de lugar donde él pisaba normalmente, pero ahí estaba. Bajó del coche sin decir nada y caminó detrás de Sofi, que ya se sabía el camino de memoria. Entraron por un pasillo largo con olor a desinfectante y ruido de pasos por todos lados. Pasaron junto a enfermeros, pacientes con suero, familiares dormidos en sillas de plástico. Al fondo, en una sala pequeña con paredes descascaradas, estaba ella, Julieta, estaba acostada con la cabeza ligeramente de lado, los ojos cerrados y la piel muy pálida.

Jaime se quedó en la entrada congelado. No sabía si avanzar o no. La última vez que la vio fue hacía casi 9 años y ahora estaba ahí, tan distinta, más delgada, sin maquillaje, con un suero conectado en el brazo, pero era ella, su Julieta. Sofi se acercó a la cama con cuidado y le agarró la mano. Mamá, dijo bajito. Mira quién vino. Julieta abrió los ojos con esfuerzo. Tardó unos segundos en enfocar la vista, pero cuando vio a Jaime parado en la puerta, se quedó completamente tiesa.

Él sintió como todo el aire del cuarto se volvía más pesado. Ella intentó sentarse, pero le ganó el mareo. “Tranquila”, dijo Jaime. Acercándose por fin, Julieta lo miraba como si estuviera viendo un fantasma. Y no era para menos. Nunca pensó que volvería a tenerlo frente a ella, ni en su peor fiebre se le había cruzado por la cabeza que él podría aparecer así de la nada. ¿Cómo? Empezó a decir, pero se le cortó la voz. Tu hija me encontró”, dijo Jaime sin rodeos.

Julieta bajó la mirada. Jaime se acercó un poco más con las manos en los bolsillos, sin saber cómo pararse. Tenía miles de cosas que quería decirle, pero ninguna salía. “Porque nunca me buscaste.” Fue lo primero que salió. Julieta lo miró a los ojos con una mezcla de tristeza y enojo. “Sí, te busqué”, dijo con esfuerzo, “Pero alguien no me dejó llegar a ti.” Jaime se quedó en silencio. Sintió que ese alguien tenía nombre y apellido, y la sospecha que había nacido en el restaurante ahora le pesaba más en el pecho.

“¡Lorena?”, preguntó casi en automático. Julieta no contestó de inmediato. Luego, sin dejar de mirarlo, soltó. Ella me dijo que tú ya estabas con otra, que te habías ido de viaje con esa mujer y que no te importaba nada. Me enseñó unos mensajes. Dijo que tú habías cambiado. A Jaime le dio un vuelco el estómago. Recordaba ese viaje. Fue a Guadalajara por trabajo. Y sí, Lorena estuvo con él, pero como amiga, en ese entonces nada había pasado entre ellos.

Ahora empezaba a entender todo o al menos a sospechar. Nunca dejé de quererte, dijo Julieta con lágrimas en los ojos. Pero pensé que ya habías hecho tu vida. Jaime no sabía qué hacer. Sentía un vacío en el pecho, tantos años creyendo una cosa, y ahora todo se estaba volteando. Miró a Sofi, que se sentó junto a su madre, y le secó las lágrimas con la mano. Era tan cuidadosa con ella como si supiera que no podía hacerle ningún movimiento brusco, como si supiera lo frágil que estaba.

Jaime se acercó más, esta vez con decisión, le agarró la mano a Julieta y le preguntó en voz baja. Ella es mi hija. Julieta asintió sin poder hablar. Y entonces, cuando por fin parecía que las piezas empezaban a juntarse, sonó el celular de Jaime. Él dudó en contestar, pero al ver el nombre en la pantalla, supo que tenía que hacerlo. Era Lorena. Se apartó un poco, contestó y escuchó su voz al otro lado cargada de rabia. ¿Quién es esa niña con la que estabas en el restaurante?

Jaime se congeló. ¿Quién te mandó esa foto?, preguntó apretando la mandíbula. Eso no importa, respondió ella. Quiero saber qué está pasando. ¿Me estás engañando? No es eso, dijo Jaime intentando mantener la calma. Entonces, ¿qué? De pronto te encontraste una hija perdida y ahora vas a jugar al papá del año. Jaime colgó sin responder. Volvió a entrar al cuarto. Julieta lo miraba y él supo que ella también había escuchado algo. No hacía falta decirlo. Ambos sabían que todo iba a ser más difícil de lo que pensaban.

Lo que no sabían todavía era hasta dónde iba a llegar Lorena para no perder lo que creía suyo. Julieta estaba recostada, con la cabeza ladeada hacia la ventana, como si mirara el cielo gris por entre las rejas del hospital, le hiciera sentir que el tiempo pasaba más rápido. Tenía una palidez que no era de un día. Se notaba que llevaba semanas así y quizá meses antes, sintiéndose mal sin decir nada. Su cabello, que antes era brillante y largo, ahora estaba amarrado con una liga mal puesta y lleno de free.

Pero aunque el cuerpo se le veía agotado, los ojos todavía tenían algo que no se había apagado del todo. Jaime la veía desde una de las sillas del cuarto, con los codos sobre las rodillas y las manos entrelazadas. No sabía qué decir ni cómo empezar. La realidad lo tenía como atontado apenas unas horas atrás estaba comiendo solo, pensando en su próxima reunión, y ahora estaba en un hospital público frente a la única mujer que había amado de verdad y que creyó que lo había dejado sin motivo.

“Tienes cara de que no sabes si gritarme o abrazarme”, dijo Julieta. Apenas levantando la voz, Jaime sonrió con los labios apretados. “Tengo cara de que no sé qué carajos pasó. ” Julieta soltó una risa bajita, pero terminó en dos. Sofi se acercó de inmediato con un vaso de agua. Se notaba que ya conocía cada movimiento de su mamá. Le acomodó la almohada sin que nadie se lo pidiera y se quedó sentada al lado de la cama, tomándole la mano como si esa fuera su tarea en la vida.

No me fui porque quise, dijo Julieta después de un rato. Yo te amaba, Jaime. Pensaba en ti hasta cuando dormía, pero pasó algo que me sacó de onda, algo que me dolió tanto que no quise saber nada más de ti. Lorena. Sí. Jaime se quedó mirando al suelo. Me buscaste, dijo él medio afirmando, medio preguntando. Intenté. Llamé varias veces. Fui una vez a tu oficina, pero ella me dijo que estabas ocupado y que no ibas a querer verme, que ya estabas con ella.

y me enseñó fotos, mensajes, todo. Yo estaba destrozada. Jaime no contestó. Sentía rabia, pero también vergüenza. ¿Cómo no se dio cuenta de que algo no cuadraba? ¿Cómo no la buscó mejor? ¿Por qué se dejó convencer tan rápido? ¿Y por qué no me escribiste?, preguntó al fin. Lo hice. Dejé una carta en tu buzón. Nunca supe si la leíste. Nunca me llegó, respondió Jaime con la voz apagada o alguien se encargó de que no llegara. Julieta se acomodó como pudo en la cama.

Jaime notó que le costaba moverse. Tenía los brazos muy delgados y cada movimiento parecía dolerle un poco. Sofi le pasó una crema y le empezó a frotar los brazos sin que nadie se lo dijera. Era como su pequeña enfermera. “¿Qué tienes?”, preguntó Jaime mirando a Julieta directo a los ojos. Ella dudó un poco. Al principio pensaban que era una infección mal cuidada. Luego dijeron que era algo en el hígado, después que era el páncreas. Ahora no saben, me mandan de un doctor a otro y como no tenemos seguro, todo va lento.

¿No tienes diagnóstico? No, claro, solo suposiciones. La medicina es cara y los estudios más. La abuela de Sofi y yo hacemos lo que podemos, pero no alcanza. Jaime se levantó de golpe, como si no pudiera estar más tiempo sentado. “Voy a pagar todo”, dijo sin pensarlo dos veces. “Vamos a sacarte de aquí. Te voy a llevar a un hospital donde te atiendan bien. No te voy a dejar así. Julieta lo miró sorprendida. No esperaba esa reacción tan rápida.

Por dentro se le revolvía el miedo, el orgullo, la emoción. Quería creerle, pero también le daba miedo confiar de nuevo. No quiero que lo hagas por lástima, dijo bajando la mirada. No es lástima. Es mi responsabilidad y es por ti y por Sofi. La niña lo miró y por primera vez desde que lo conoció le sonríó. Una sonrisa chiquita pero sincera, como si algo dentro de ella se relajara un poco. En ese momento entró una enfermera con cara de fastidio.

Les dijo que solo podían quedarse 15 minutos más, que el horario de visita ya casi terminaba. Jaime quiso contestarle algo, pero Julieta le hizo una seña con la mano. No quería problemas. No, ahora. Jaime se acercó a la cama y le puso una mano sobre el brazo. “Mañana mismo te saco de aquí.” Lo juro. Julieta asintió sin hablar. Había algo en los ojos de él que la hizo sentir que no mentía. Cuando salieron del cuarto, Sofi caminaba al lado de Jaime como si fueran de la mano, aunque no lo estuvieran.

Bajaron por las escaleras porque el elevador no servía. Al llegar a la salida se encontraron con doña Carmelita, la abuela, una señora de cabello gris, ojos cansados y manos que mostraban años de trabajo. Cargaba una bolsa llena de caramelos envueltos en celofán y una caja de cartón con dulces de tamarindo. ¿Y tú quién eres?, preguntó la señora, frunciendo el ceño al ver a Jaime. Soy Jaime, dijo él dándole la mano. El papá de Sofi. Ella lo miró de arriba a abajo.

No parecía muy convencida. ¿Y hasta ahora te aparece la conciencia? Jaime no supo qué contestar. Sofi intervino rápido. Él no sabía nada. A se lo juró. Carmelita la miró con ternura, luego a Jaime con desconfianza. Pues más vale que no sea solo una visita de emoción, porque mi Julieta no está para juegos ni corazones rotos. Jaime tragó saliva. Mañana las saco de aquí a las 2. Ya hablé con alguien de un hospital privado. Van a tener una cama lista.

La señora alzó una ceja como si dudara. Pero no dijo más. Sofi se fue con su abuela. Jaime las vio alejarse por el pasillo entre enfermeros y ruidos de ambulancia. Luego subió a su coche, cerró la puerta, se recargó en el asiento y por primera vez en años sintió algo que no tenía desde que perdió a Julieta. Ganas de hacer lo correcto, cueste lo que cueste. Pero mientras marcaba al hospital privado para organizar la ambulancia y la internación, su celular vibró de nuevo.

Era un mensaje de Lorena. solo decía, “Tenemos que hablar ya. ” Jaime no quiso contestar el mensaje de Lorena en ese momento. Tenía demasiadas cosas encima y no estaba listo para enfrentarla. apagó el celular, subió el volumen del estéreo, solo lo suficiente para no pensar y le pidió al chóer que lo llevara directo a su departamento, pero no podía dejar de darle vueltas a todo lo que Julieta le había dicho, las fotos, los mensajes, las llamadas que nunca le llegaron, la visita a su oficina donde la sacaron sin avisarle, todo apuntaba en una dirección, Lorena.

Y mientras más lo pensaba, más claro le quedaba que había caído redondito en una trampa, una bien planeada. Esa noche casi no durmió, se sentó frente a su computadora, abrió carpetas viejas, buscó correos, mensajes, cualquier señal que pudiera confirmar lo que temía. Recordó que durante ese año Lorena estaba metida en todo, en su agenda, sus juntas, su vida. Había sido su mano derecha mucho antes de ser su novia y si alguien tenía acceso a todo, era ella.

A la mañana siguiente, muy temprano, fue al hospital privado donde había arreglado todo para que trasladaran a Julieta. Firmó papeles, entregó su tarjeta, revisó que todo estuviera en orden. Luego fue por ella. Cuando entró al cuarto del hospital público, la encontró despierta, con mejor cara, pero aún débil. Sofie le estaba leyendo una revista con voz lenta y sin tantas pausas, como si lo hubiera practicado. Julieta lo saludó con una sonrisa leve. Jaime se acercó a ella con una energía distinta, más decidido, más seguro de lo que iba a hacer.

“Ya está todo listo”, le dijo. “En una hora vienen por ti. Vas a estar mejor atendida.” “Gracias, Jaime.” De verdad. Él asintió y le acarició la frente sin pensarlo. Fue un gesto natural, como si los años no hubieran pasado. Sofi se levantó para ayudar a su mamá a empacar las pocas cosas que tenía. Una muda de ropa, una bolsa con medicamentos genéricos, la foto vieja que siempre guardaba en la cartera. Jaime la vio meterla en el fondo de una mochilita gastada y sintió como le apretaba el corazón.

Mientras esperaban la ambulancia, Julieta sacó fuerza para contarle todo lo que nunca pudo decir antes. Lorena me enseñó unas fotos tuyas con ella en una cena en Guadalajara, dijo sin rodeos. Me dijo que ya estaban juntos, que tú le habías dicho que lo nuestro no tenía futuro. Me enseñó una conversación en su celular. Eran mensajes tuyos feos. ¿Qué clase de mensajes del tipo? Ya me la quité de encima. No quiero verla más. Me da flojera su drama.

Jaime sintió que la sangre le hervía. “Yo nunca escribí eso”, dijo firme. “Lo sé”, respondió Julieta. “Oueno, ahora lo sé, pero en ese momento me quebré. Me dolió tanto que no quise seguir insistiendo. Me fui.” Jaime apretó los dientes. “¿Y la carta que dejaste en mi buzón? Tampoco la viste, ¿verdad? Nunca.” Julieta asintió con tristeza. Lorena me prometió que te la daría si no quería verme, que al menos la leerías. Yo solo quería explicarte. No te explicó nada porque nunca me dio nada.

La habitación se quedó en silencio por unos segundos, solo se escuchaba el murmullo de los pasillos del hospital. Y ahora entiendo por qué, dijo Jaime. Porque ella ya quería estar conmigo. Me manipuló, me hizo pensar que tú me habías dejado. Julieta bajó la mirada. La peor parte es que confiaba en ella. Era mi amiga. La mía también, dijo él con amargura. Y mira lo que hizo. Justo en ese momento llegó la ambulancia privada. Jaime firmó lo necesario y entre dos camilleros subieron a Julieta.

Sofie no se despegó de su lado. La señora Carmelita llegó unos minutos después con su bolsa de dulces y los ojos llorosos. No dijo nada, solo le dio la bendición a su hija y le apretó la mano a Jaime como diciendo, “Más te vale cumplir. Camino al nuevo hospital.” Julieta iba tranquila, más por fuera que por dentro. Jaime la miraba desde el otro lado de la ambulancia con la cabeza llena de rabia y culpa. Cada minuto se le hacía más claro que Lorena había jugado con los dos, que había planeado todo con calma y con ventaja.

Y lo peor es que él cayó sin preguntar. Esa tarde, ya en el nuevo hospital, Julieta fue atendida como se merecía. Le hicieron estudios completos, la cambiaron de habitación, le pusieron una bata limpia y una enfermera le dio un trato amable. Jaime se encargó de todo. No quería que le faltara nada, pero tampoco podía quedarse quieto. Algo dentro de él pedía acción, justicia, respuestas. Así que fue directo al departamento de Lorena. Cuando ella abrió la puerta, se notaba que había llorado.

Tenía el maquillaje corrido, el pelo despeinado y un vaso en la mano. ¿Vienes a explicarme o a terminar conmigo?, preguntó sin rodeos. Vengo a preguntarte una sola cosa dijo Jaime sin entrar. ¿Fuiste tú la que le enseñó a Julieta esos mensajes falsos? Lorena no respondió. Lo miró, se giró, fue hacia la sala y se dejó caer en el sillón como si le pesara todo el cuerpo. “Tenías que haber seguido con tu vida, Jaime”, dijo ella sin mirarlo.

Julieta ya no estaba, ya no importaba. “Entonces, si fuiste tú y qué si lo fui”, respondió alzando la voz. Ella se iba a ir de todos modos. Yo solo aceleré las cosas. Tú estabas ciego con ella. Ibas a arruinar tu carrera por una mujer que no entendía tu mundo. Jaime sintió que la cara se le calentaba. No tenías derecho. Claro que lo tenía gritó ella, porque yo sí estuve cuando tú tocaste fondo, cuando perdiste tu primer negocio, cuando no podías dormir.

¿Y dónde estaba ella? Eh, te dejó. Yo estuve. No estuviste. Te metiste. No es lo mismo. Lorena se levantó del sillón furiosa. Todo lo que tengo, todo lo que logré. Lo hice contigo. Y ahora quieres tirar eso por una niña y una mujer que te dejó sin dar la cara. No me dejó. Tú te encargaste de alejarla. Dijo Jaime firme. Y esa niña puede que sea mi hija. Lorena se quedó helada. Se le fue el color del rostro.

Eso no es posible, dijo en voz baja. Sí es posible. Y si lo es, tú no solo me mentiste a mí, le robaste a esa niña la oportunidad de crecer con su papá. ¿Sabes lo que eso significa? Lorena no dijo nada, solo se dejó caer otra vez en el sillón, tapándose la cara con las manos. Jaime no esperó más, dio media vuelta y se fue con la cabeza hirviendo. No pensaba dejar que esa historia se repitiera. No otra vez.

Esta vez iba a hacer las cosas bien, aunque fuera tarde. Después de salir del departamento de Lorena, Jaime manejó sin rumbo por casi una hora. No quería ir a casa, no quería ver a nadie, solo necesitaba tiempo para digerir todo lo que acababa de escuchar. Las palabras de ella le daban vueltas en la cabeza como si no fueran a irse nunca. Yo solo aceleré las cosas, había dicho. Así con esa frialdad, como si quitara a Julieta del camino hubiera sido tan fácil como borrar un contacto del celular.

Y lo peor era que había funcionado. Le había robado 9 años con la mujer que amaba y posiblemente con su hija. Estacionó el coche frente a un parque vacío, se recargó en el volante y cerró los ojos. No era fácil aceptar que había vivido tanto tiempo engañado, que había construido una relación sobre una mentira, que había sido tan confiado, tan tonto y mientras más pensaba en eso, más se acordaba de cosas que antes no le parecían raras, pero que ahora cobraban otro sentido, como esa vez que Julieta quiso ir a una cena importante con él

y Lorena se ofreció a hacer las reservaciones, pero al final Julieta nunca recibió la invitación o cuando su celular se descompuso por accidente Y Lorena se ofreció a ayudarle a recuperar los datos, solo que después de eso, varios mensajes de Julieta desaparecieron. Todo encajaba. No fueron errores, fueron movimientos planeados, pequeños cambios en el camino que lo fueron alejando de ella sin que se diera cuenta. Jaime sentía que el pecho se le llenaba de coraje. Y no era solo contra Lorena, también era contra él mismo.

Por no haber visto nada. Decidió que ya era hora de actuar. No podía quedarse en la queja. Tenía que hacer algo. Así que fue directo al hospital privado donde estaba Julieta. Llegó en cuanto se hizo de noche, la encontró dormida, pero Sofie estaba despierta, sentada junto a ella, dibujando algo en una hoja reciclada. En cuanto vio a Jaime, sonrió. “Mira”, le dijo levantando el dibujo. “Es mi mamá cuando se cure y este eres tú. Estamos en una casa con jardín.” Jaime lo tomó en sus manos y se quedó viéndolo unos segundos.

Le temblaba la garganta. ¿Y qué hay aquí?, preguntó señalando un cuadrado azul en la esquina. Una alberca. Dijiste que tenías una. Si es verdad. Sí, es verdad, respondió él. Y si quieres, un día puedes nadar ahí. Sofi se rió bajito. No sé nadar. Te enseño”, dijo Jaime sin pensarlo. Ella lo miró con esa mezcla rara entre confianza y timidez que solo tienen los niños que han aprendido a no esperar mucho de nadie. Jaime se acercó a ella y le acarició el cabello.

“Tu mamá ha mejorado un poco. ” El doctor dijo que están esperando los resultados de unos estudios, pero ya no le duele tanto y la comida aquí sí sabe a comida. Jaime sonró, pero por dentro seguía con la cabeza en otro lado. Se quedó ahí un rato más hasta que Julieta abrió los ojos. Lo primero que hizo fue buscar a Sofie como siempre. Cuando la vio bien, miró a Jaime con algo más de calma. “¿Volviste?” “No me he ido.” dijo él sentándose junto a la cama.

Julieta notó que algo le pasaba. Lo conocía demasiado bien. “¿Qué fue?” Hablé con Lorena. Julieta se enderezó un poco y lo confirmó todo. Dijo que solo aceleró las cosas, que tú de todos modos te ibas a ir. Julieta bajó la mirada como si ya supiera que eso iba a pasar. Era obvio murmuró. Siempre le noté celos, pero nunca pensé que llegaría tan lejos. Yo tampoco. Sofi los miraba sin decir nada, con los ojos bien abiertos, como si entendiera que estaban hablando de algo grande.

Jaime se inclinó un poco hacia Julieta. Necesito saber todo lo que recuerdas. todo. No quiero que quede nada suelto. Julieta pensó unos segundos y empezó a hablar sin pausas, como si llevara años esperando ese momento. Le contó que desde el principio Lorena se metía en todo, le hacía preguntas incómodas, a veces le decía cosas como, “Jaime, ¿necesita a alguien que entienda su mundo?” O, “¿No te ves muy cómoda en los eventos importantes?” Ella pensaba que eran comentarios sin mala intención, pero con el tiempo se volvieron más directos.

le recordó una vez en particular. Un día, Jaime y ella discutieron porque él canceló un viaje que iban a hacer. Según él, tenía una junta urgente en Guadalajara. Lorena fue con él. Julieta se enojó, pero trató de confiar. Días después, Lorena le mostró unas fotos del viaje. En una estaban abrazados, brindando, en otra, riéndose muy juntos en una terraza. me dijo que tú habías dicho que ya no querías cargar conmigo, que te sentías atrapado”, dijo Julieta sin dejar de mirarlo.

Me mostró los mensajes en su celular, me partió el corazón. Jaime negó con la cabeza. Nunca dije eso. Nunca. Lo sé. Ahora lo sé. Pero en ese momento me derrumbé. No tenía fuerzas para pelear por alguien que según eso ya no me quería. ¿Y por qué no me encaraste? Lo intenté. Fui a tu oficina. Ella estaba ahí. me dijo que no ibas a salir, que estaba contigo en una junta. Me trató como si fuera una loca. No lo puedo creer.

Después de eso me fui. Estaba embarazada, pero no sabía. Me enteré semanas después y para cuando quise contactarte ya no podía. Me cambiaste el número. Me mudé. Perdí todo. Jaime tragó saliva. Nunca cambié mi número, pero ella sí lo controlaba. Ella revisaba todo. Julieta respiró hondo. No lloraba. Ya había llorado mucho, solo hablaba como si necesitara vaciarse. La abuela de Sofie me ayudó con todo, nunca me soltó, pero hubo días en los que sentí que no iba a poder.

Me dolía saber que tú no ibas a conocer a tu hija. Me dolía que ella creciera sin ti, pero no quería volver a mendigar amor. No después de lo que pensé que hiciste. Jaime le agarró la mano con firmeza. Yo tampoco te voy a soltar nunca más. Sofi se subió a la cama y abrazó a su mamá. Jaime los miraba a las dos y sentía que por fin algo en su vida tenía sentido, pero también sabía que esto no se podía quedar ahí, no después de todo el daño.

Lorena había planeado cada paso y lo peor de todo es que lo hizo con tiempo, con calma, sin remordimientos, una mentira tras otra, bien armadas, bien escondidas. Lo que Jaime no sabía era que Lorena no pensaba quedarse de brazos cruzados. Las cosas iban avanzando. Julieta ya estaba instalada en su nueva habitación del hospital privado. Era más amplia, más limpia. Tenía baño propio y hasta un pequeño sofá donde Sofi podía dormir sin enroscarse como gato. Las enfermeras la trataban bien, los doctores eran más atentos y aunque el diagnóstico aún no llegaba, por lo menos ya no la tenían esperando sentada en urgencias con una hoja mal escrita, Jaime se encargaba de todo.

Iba todos los días sin falta. A veces en la mañana, a veces en la noche, cuando no podía estar, mandaba comida, medicina o hablaba por teléfono para saber cómo seguía. Julieta no decía mucho, pero se notaba que algo en ella estaba cambiando. Ya no tenía esa cara de estar lista para rendirse. Ahora estaba más despierta, con más ganas, aún con los dolores, aún con los mareos, pero distinta, como si ver a Jaime todos los días le hubiera regresado una parte de sí misma.

Pero lo que nadie sabía era que Jaime también estaba haciendo otras cosas por fuera. Silenciosamente había contratado a alguien, un investigador. Quería pruebas. Quería saber si todo lo que sospechaba de Lorena podía demostrarse, porque sí, ya le había confesado algunas cosas, pero había cosas que todavía no le cuadraban, como por qué se esforzó tanto en borrarle a Julieta de su vida o si alguien más la había ayudado. Una mañana, Jaime recibió una llamada del investigador. El hombre, un tipo de voz seca y clara, le pidió verse en persona.

Le dijo que tenía algo importante. necesitaron en una cafetería discreta, nada lujosa, de esas que no llaman la atención. Cuando se sentaron, el investigador sacó una carpeta con varias hojas y fotos. “Necesitas ver esto tú mismo”, dijo sin rodeos. Jaime abrió la carpeta y empezó a revisar los documentos. Lo primero que vio fue una copia de un correo enviado hace años desde una cuenta con el nombre de Julieta, pero al revisar los detalles técnicos, como el IP y la ubicación, se dio cuenta de algo.

Ese mensaje no lo escribió Julieta, se envió desde la casa de Lorena. “¿Me estás diciendo que Lorena fingió ser Julieta?”, preguntó Jaime con el estómago revuelto. Exacto. Esos mensajes donde ella decía que te dejaba, que no quería saber nada más de ti, fueron escritos desde la dirección de IP de Lorena. También encontré uno que se mandó desde tu misma oficina. Jaime no lo podía creer. La traición era más profunda de lo que imaginó. Además, mira esto dijo el investigador pasándole unas fotos.

Este es el buzón de tu antigua casa. Aquí está la cámara de seguridad de hace 9 años. El día que Julieta dejó su carta, la mujer que aparece sacando la carta es Lorena. 5 minutos después de que Julieta se va, las manos de Jaime temblaban mientras sostenía las imágenes. Era ella, no había duda. La cara, el peinado, la blusa blanca que solía usar para verse más profesional. Y aquí otra cosa dijo el investigador sacando un archivo más.

Este es el registro de llamadas del celular que Lorena usaba en ese tiempo. Hay varias llamadas cortas a la empresa de mensajería que tú usabas, todas antes de que te llegaran ciertas cartas que Julieta decía haber mandado. Las canceló directamente con tu nombre. Lo hizo todo como si fueras tú. Jaime ya no sentía coraje. Sentía algo peor. Asco, no solo por Lorena, sino por sí mismo, por no haberlo visto, por haber dormido tantos años con una persona que planeó todo eso a sus espaldas.

Le robó el amor, la confianza y posiblemente años de vida junto a su hija. ¿Y esto se puede usar legalmente?, preguntó Jaime con la voz ya firme. Sí, si decides ir por la vía legal, pero necesitas más pruebas si quieres que tenga peso en un juicio. Hay más cosas que buscar. Jaime se guardó la carpeta en el maletín, le pagó al hombre y salió de ahí sin decir más. En el coche, mientras veía pasar los edificios por la ventana, solo pensaba en una cosa.

Lorena no solo le había quitado a Julieta, le había mentido con toda la intención. No fue un error, fue un plan frío, calculado. Esa misma tarde, cuando llegó al hospital, Julieta estaba dormida. Sofie lo saludó desde el sofá con un dibujo nuevo en las manos. Esta vez era un perrito. ¿Qué es eso?, preguntó Jaime sonriendo. Un perrito. Es el que quiero tener cuando vivamos juntos. Pero no sé si a ti te gustan los perros. Sí, me gustan mucho, contestó él tomándole la mano con cariño.

Sofi lo miró seria. Y tú crees que ya vamos a vivir juntos o todavía no sabes Jaime no supo qué decir al principio. Aún no tenía respuesta para eso. Solo le acarició la cabeza. Cuando tu mamá se ponga bien, vamos a hablar los tres, ¿te parece? Está bien, respondió la niña. Pero que sea pronto. Sí. Jaime le sonrió, pero por dentro tenía una tormenta. No podía hacerle una promesa sin estar seguro de poder cumplirla. Y con todo lo que venía, las cosas no iban a ser tan fáciles.

Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Lorena recibía una visita inesperada. Era una mujer que solía trabajar en la empresa de Jaime en el área de mensajería. Le debía un favor a Lorena desde hacía años, pero esta vez no venía a ofrecer ayuda. Venía a advertirle. “Te están investigando”, le dijo. Seria. Jaime está moviendo cosas. Está revisando todo lo que pasó con Julieta. Tarde o temprano va a descubrir todo. Lorena la miró con cara de odio.

“¿Y tú, ¿por qué me vienes con eso? Porque no quiero que me salpiques cuando todo explote. Yo no quiero líos, yo solo hice lo que tú me pediste. Cierra la boca, dijo Lorena apretando los dientes. Si alguien te llama, tú no sabes nada, nada. La mujer se fue rápido. Lorena se quedó sola en su departamento, mirando por la ventana como si esperara que todo se resolviera solo, pero sabía que el pasado la estaba alcanzando y no estaba lista para perder.

Lorena no aguantó más. Apenas amaneció, se vistió con lo primero que encontró, se recogió el pelo en una coleta mal hecha y salió de su departamento como alma que lleva el No iba a mandar mensajes, no iba a llamar, no iba a esperar a que Jaime la enfrentara con más pruebas. Iba a ir ella a poner la cara, a hablar con Julieta directo, cara a cara. Estaba convencida de que todavía tenía el control, o al menos eso quería creer.

Llegó al hospital con paso firme, entrando como si tuviera todo el derecho del mundo. Nadie la detuvo. Nadie preguntó a quién venía a ver. Caminó por los pasillos mirando el número de los cuartos hasta que dio con el de Julieta. Tocó dos veces y luego abrió sin esperar respuesta. Adentro. Julieta estaba sentada en la cama leyendo un papel con resultados médicos. Sofi dormía hecha bolita en el sillón abrazando su mochila. Apenas vio entrar a Lorena. Julieta apretó los labios y bajó el papel.

¿Qué haces aquí? Preguntó sin sorpresa, pero con tono seco. Lorena cerró la puerta con cuidado y se acercó un poco sin dejar de mirarla. Vengo a hablar contigo. Aclarar las cosas. Ahora sí, respondió Julieta. Después de tantos años. ¿Te pareció buen momento? No vine a pelear”, dijo Lorena conteniéndose. Solo vine a decir que lo siento, que las cosas no fueron como crees. ¿Y cómo fueron entonces? ¿Me inventaste mensajes? ¿Me borraste de su vida, pero todo fue con buenas intenciones.

Tú no entiendes, contestó Lorena molesta. Jaime estaba mal. Estaba a punto de perderlo todo. No dormía, no comía, no se concentraba. Y tú, con tus dramas, con tus inseguridades, lo ibas a hundir. Yo lo salvé. Julieta la miró con los ojos bien abiertos. Tú lo salvaste apartándome, mentándole la madre a nuestra relación. Era lo mejor para él. Tú no estabas lista para ese mundo. Siempre te sentías menos, te quejabas de todo. Jaime necesitaba a alguien que no le estorbara.

Y tú sí eras eso, la perfecta. No se trataba de ser perfecta, se trataba de estar a su nivel y yo sí lo estaba. Lo ayudé a crecer, a brillar, a volverse lo que es hoy. Julieta apretó las sábanas con las manos. La rabia le hervía por dentro, pero no gritó, solo habló bajito para no despertar a su hija. ¿Sabes lo que hiciste? ¿Sabes lo que le quitaste a Sofi? Lorena miró a la niña dormida, ajena al caos.

No sabía que existía”, dijo en voz baja. “No tenías que saberlo. Solo con haberme dejado llegar a él, todo hubiera sido distinto. Pero me borraste de su vida como si yo fuera basura. Era lo mejor”, insistió Lorena. “No, era lo mejor para ti”, le respondió Julieta. “Para ti y para tu maldito plan de tenerlo solo para ti.” Lorena dio un paso al frente. “Tú no sabes lo que fue estar al lado de él esos años, levantarlo cuando nadie creía en él.

Yo estuve, tú te fuiste porque tú me sacaste”, dijo Julieta ya sin lágrimas. “Y eso no se te va a olvidar nunca. ¿Qué quieres que haga? ¿Que desaparezca?” No, no quiero nada de ti. Solo vete y no vuelvas a acercarte ni a mí ni a mi hija. En ese momento, la puerta se abrió de nuevo. Jaime entró sin avisar, con unos papeles en la mano. Se congeló al ver a Lorena frente a la cama, tan tranquila como si fuera su casa.

“¿Qué haces aquí?” Lorena volteó hacia él, se le fue el color de la cara. Solo vine a hablar con ella, a pedirle perdón. Perdón. Jaime se le acercó. ¿Tú crees que con un perdón se arregla todo después de todo lo que hiciste? Tú no sabes todo, respondió ella con la voz temblorosa. Sé suficiente. Sé que le robaste años de vida a Sofi, que me mentiste, que hiciste todo para que creyera que Julieta me había dejado. ¿Tú sabes lo que es perder todo por una mentira?

Yo te amaba”, gritó Lorena. “y tú nunca me miraste igual. Siempre estuviste pensando en ella.” Julieta bajó la mirada. “No necesitaba escuchar eso. Yo te tuve a mi lado.” dijo Lorena. Más bajito ahora. Fui leal. Estuve contigo en las buenas y en las malas. Leal. Jaime soltó una risa sin ganas. ¿Tú crees que esto es lealtad? Engañarme, manipularme, quitarme a mi hija. Eso no es amor, Lorena. Eso es enfermedad. ¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a meterme a la cárcel?

Si fuera por mí, ya estarías ahí. Lorena se puso tensa. No me amenaces. No te estoy amenazando. Te estoy diciendo lo que mereces. Sofi se despertó con el ruido, se frotó los ojos y miró a todos sin entender mucho. ¿Qué pasa? Julieta la abrazó de inmediato y le tapó los oídos. Jaime se acercó a Lorena y le habló tan bajito que solo ella pudo oírlo. No vuelvas a aparecerte aquí. Si te me acercas otra vez, juro que te vas a arrepentir.

Lorena lo miró con los ojos llenos de lágrimas, pero ya no eran lágrimas de tristeza, era rabia, una rabia seca, silenciosa, de esas que no explotan, pero que se quedan ahí guardadas, listas para algo peor. Salió del cuarto sin decir una palabra más. Caminó rápido por el pasillo, con los puños apretados, tragándose el coraje, planeando algo. Nadie se lo dijo, pero sabía que había perdido. Lo veía en los ojos de Jaime, en la calma de Julieta, en la sonrisa de esa niña que ahora tenía todo lo que a ella le habían negado, una familia.

Pero Lorena no era de las que aceptaban perder, no así, no tan fácil y mucho menos frente a la mujer que siempre quiso borrar, aunque tuviera que ensuciarse más las manos. Desde que Lorena se fue del hospital, Jaime sintió como si por fin pudiera respirar sin ese peso encima del pecho. Era como si el aire volviera a entrar a sus pulmones después de años de estar atrapado en una especie de mentira que ya no sabía ni cómo empezó.

No sabía que venía ahora, pero al menos ya estaba decidido a no volver atrás. Pasó todo el día en el hospital con Julieta y Sofi. No revisó correos, no contestó llamadas, no se apareció por la oficina. Se sentó junto a la cama, la acompañó en los chequeos, comió lo mismo que ellas, se quedó hasta tarde. Le importaba más saber qué le decían los doctores a Julieta que firmar un nuevo contrato en la empresa. Ya no era el mismo Jaime que creía que el éxito lo era todo.

Ahora entendía que lo que realmente valía estaba ahí frente a él, una mujer rota por dentro que aún sonreía y una niña que necesitaba un papá, aunque no supiera cómo decirlo. Después de la visita de Lorena, Julieta se notaba cansada, no físicamente, sino emocionalmente. Todo lo que se había guardado por años le estaba pasando factura. Pero no decía nada. Solo miraba por la ventana en silencio, como si necesitara ver el mundo moverse mientras ella trataba de ponerse al día con su propia vida.

En un momento, cuando Sofi se fue con su abuela a comprar algo de cenar, Jaime aprovechó para sentarse junto a Julieta y tomarle la mano. No sé cómo pedirte perdón por todo lo que pasó. dijo él bajito, sin buscar excusas, por no haber dudado de lo que me dijeron, por no haberte buscado más. Julieta le apretó la mano con suavidad. Ya no importa lo que hiciste o no hiciste, ya pasó. Ahora estás aquí. Jaime la miró con cariño, pero también con un poco de culpa.

Me duele pensar en todo lo que te tocó pasar sola con Sofi, sin apoyo, sin ayuda. No merecías eso. No fui la única que perdió algo”, respondió Julieta. “Tú también te perdiste de verla crecer.” De sus primeras palabras, de sus primeros pasos, ninguno salió ganando. Hubo un silencio largo entre ellos. No era incómodo. Era ese tipo de silencio que solo se da cuando ya no se necesitan más palabras para entenderse. Más tarde, cuando Jaime volvió a su departamento, lo sintió vacío como nunca, no solo por la ausencia de Lorena, que ya ni importaba, sino por la presencia nueva de Sofi en su vida.

Sentía que su casa ya no tenía sentido si ella no estaba ahí. Pensaba en su risa, en cómo lo miraba cuando hacía preguntas, en la forma en que lo llamaba tú, porque todavía no se atrevía a decirle papá. Al día siguiente, Jaime pidió vacaciones. Nadie en la oficina entendía nada. Sus socios lo llamaron, le escribieron, hasta le ofrecieron mandarle el trabajo a su casa. Él solo dijo que necesitaba tiempo y por primera vez en años se dio ese lujo.

Durante los días que siguieron fue con Sofie a desayunar a un pequeño café cerca del hospital. Ella siempre pedía chilaquiles rojos con mucho queso. No le gustaba el aguacate, pero sí el pan dulce. Él la dejaba escoger lo que quisiera. La veía comer con gusto, reírse con la boca llena, hacerle preguntas tontas como, “¿Los ricos también se aburren? O, ¿alguna vez has comido mango con chile en la azotea?” Y él le contestaba todo. Encantado. Una tarde Sofie le dijo algo que lo dejó pensando.

“¿Y si te quedas a dormir con nosotros?” Jaime se le quedó viendo. Aquí en el hospital. “Sí, mi abu ronca, pero tú puedes dormir en la silla o no aguantas. ¿Crees que no aguanto? Te ves fresón”, dijo riéndose. Esa noche Jaime durmió en la silla. No fue cómodo, pero sí necesario. Ver a Julieta dormida, tranquila por fin, y a Sofi, abrazada a su muñeca rota. Le dio una paz que no sentía desde hacía años. Entendió que ahí era donde debía estar.

Ya no quería vivir en reuniones interminables, en cenas con empresarios que hablaban de acciones y bolsas. Ahora solo quería entender cómo se arreglaba una vida rota. Y en medio de esa calma nueva, empezó a tomar distancia real de Lorena. No solo en lo físico, cortó todo contacto. No contestó sus llamadas, no abrió sus mensajes, no asistió a los eventos donde sabía que ella estaría. Canceló su número de trabajo, bloqueó sus redes, pidió a su asistente personal que no le informara nada sobre ella.

Lorena, por su parte, no estaba tomando bien el rechazo. En su cabeza todavía creía que Jaime iba a volver, que era una etapa, que esa mujer enferma y esa niña de la calle no podrían sostenerlo por mucho tiempo. Pero los días pasaban y no sabía nada de él y eso la estaba volviendo loca. Una noche, mientras Jaime dormía con la cabeza recargada en la orilla de la cama de Julieta, su celular vibró. Era un mensaje de un número desconocido.

No todo es lo que parece. ¿Estás seguro de que esa niña es tu hija? Jaime se despertó, leyó el mensaje y sintió un escalofrío. Miró a Sofi dormida, tan tranquila, tan suya ya en el corazón, y de pronto esa duda lo picó como una aguja bajo la piel. No contestó. No quería caer en provocaciones, pero el mensaje lo dejó inquieto, no por desconfianza hacia Julieta, sino por lo que podría estar armando Lorena. Al día siguiente fue a ver a su abogado.

Le pidió que iniciaran el proceso para el reconocimiento legal de Sofi. Quería que todo estuviera en regla, sin dudas, sin vacíos legales. Si ella era su hija, que lo fuera con papeles, con apellido, con derechos. Y si no lo era, igual se iba a quedar con ellas. Ya lo había decidido. Quiero que sea mía pase lo que pase. Le dijo al abogado. Porque lo es aquí. Y se tocó el pecho con fuerza. Aquí ya lo es. La distancia con Lorena ya no era solo una línea que él marcó, era un muro.

Y no pensaba volver a abrir la puerta. Desde que Jaime fue con su abogado, todo empezó a moverse más rápido. No quería dejar ningún cabo suelto. Si Sofi era su hija, iba a poner su apellido en sus papeles, en su escuela, en su vida. No le importaba lo que dijera nadie. Pero claro, las cosas legales no se arreglan con solo querer. Había que hacer pruebas, firmar documentos, presentar declaraciones. Era un proceso largo y ahí fue cuando alguien más se enteró de todo.

Lorena, ella tenía sus formas de saber lo que pasaba, aunque ya no tuviera contacto con Jaime. Una excompañera suya en el juzgado le avisó que había una solicitud de reconocimiento de paternidad. Cuando escuchó el nombre de Sofi, casi se le fue la sangre a los pies. Ahí supo que Jaime iba en serio, que no solo estaba de paso ni jugando a la familia feliz, estaba dispuesto a todo. En vez de quedarse quieta, Lorena se activó. Volvió a contactar a gente que le debía favores, incluyendo a una mujer que había trabajado años en un registro civil donde se hacían muchos trámites flexibles.

Quería ver si podía meter ruido al proceso, cambiar papeles, sembrar dudas, lo que fuera. Mientras tanto, Jaime seguía avanzando con el papeleo y Julieta, aunque al principio no quería firmar nada por miedo a lo que eso pudiera traer, terminó cediendo. No por ella, por Sofi. “Mi hija te quiere”, le dijo una noche mientras se ponía la bata del hospital. “Y tú a ella. Eso es más fuerte que cualquier cosa. Si tú vas a estar, que sea con todas las letras.” Sofi no entendía bien qué significaba todo eso, pero estaba feliz.

Para ella las cosas eran más simples. Ahora tenía un papá que la veía, que le contestaba cuando preguntaba cosas, que se reía con ella, que la abrazaba sin que se lo pidiera. Eso ya era suficiente. Pero mientras todos creían que lo peor ya había pasado, una noticia cambió todo. Julieta empezó a sentirse más débil. Tenía fiebre todas las noches. Le costaba respirar y los exámenes no daban resultados claros. Un día, después de una revisión más completa, uno de los doctores pidió hablar con Jaime en privado, lo llevó a una sala pequeña, cerró la puerta y le habló de frente.

Hay algo que necesitamos revisar más a fondo, dijo el doctor mientras mostraba una imagen en una pantalla. Aquí hay una masa en el abdomen. Puede ser benigna. ¿O no? Jaime se quedó sin palabras. ¿Qué tan grave es? Si es lo que creemos, puede complicarse rápido. Necesitamos hacer una biopsia y si se confirma lo que sospechamos, operarla cuanto antes. Pero hay un riesgo. ¿Qué tipo de riesgo? La cirugía podría ser agresiva. Y si el tumor está pegado a órganos importantes, podríamos tener que tomar decisiones difíciles durante el procedimiento.

Ella debe saberlo todo antes de aceptar. Jaime salió de ahí con un nudo en el estómago. No quiso decírselo a Sofi. Esperó a que se durmiera para sentarse a hablar con Julieta. Ella ya lo presentía. Lo notó en la cara de Jaime. ¿Es grave?, preguntó sin rodeos. ¿Hay algo en el abdomen? Tienen que hacer más estudios, posiblemente operar. Julieta se quedó callada unos segundos, luego bajó la mirada y dijo, “Si algo me pasa, prométeme que cuidarás a Sofi.

No la dejes sola.” Jaime se levantó de golpe. No digas eso. Vas a estar bien. Te vamos a sacar de esta. No es miedo dijo ella. Es realidad. Llevo meses sintiéndome peor. Solo quiero que pase lo que pase, Sofi tenga a alguien. Jaime se sentó de nuevo. Le tomó la mano con fuerza. No va a pasar nada. Te lo juro. Vamos a hacer lo que haya que hacer. Ella asintió. Se veían los nervios en sus ojos, pero también algo de paz.

Confiaba en él. Al día siguiente firmaron el permiso para la biopsia y mientras eso pasaba, Jaime siguió adelante con la solicitud legal para ser reconocido como padre de Sofi. Lo hizo sin consultarlo con nadie, ni siquiera con Julieta. Tenía miedo de que si algo salía mal fuera demasiado tarde. Lo que no sabía es que Lorena ya estaba metiendo mano. Una tarde, cuando Sofi regresó de una visita al parque con su abuela, entró a la habitación con la cara triste.

En la mano traía un papel arrugado. Jaime se lo quitó con cuidado y lo abrió. Era una hoja impresa con una sola frase en letras grandes. Sofi no es tu hija. Estás haciendo el ridículo. Jaime se quedó congelado. ¿Quién te dio esto? Le preguntó una señora afuera. Tenía lentes oscuros. Dijo que era amiga tuya. Julieta lo miró desde la cama, pálida como nunca. Fue Lorena. Jaime apretó el papel con los puños. Esto ya se pasó de la raya.

Esa misma noche fue con su abogado. Le dijo que no solo quería seguir el proceso, sino también proteger legalmente a Julieta y a Sofi de cualquier ataque. Quería restricciones. Quería que Lorena no pudiera acercarse más a ellas. Ya no era solo un tema de amor o de traición, ahora era seguridad. Pero el abogado fue claro. Si esa mujer empieza a jugar sucio, puede complicarte las cosas. Si logra sembrar dudas sobre la paternidad, puede hacer que el proceso se alargue años.

¿Te arriesgas a que lo usen en tu contra, Jaime? No dudo. No me importa. Si me tengo que meter en problemas, lo haré. Pero a Julieta no le va a pasar nada y a Sofi tampoco. El abogado lo miró con seriedad. Entonces, prepárate porque esto ya no es solo un trámite. Esto se va a poner feo. Esa misma noche, mientras Julieta dormía profundamente por efecto de los calmantes, Jaime se quedó viendo a Sofi, que también dormía, con la cara pegada al brazo de su mamá.

Y ahí, en ese momento, sin nadie alrededor, tomó una decisión que le cambiaría la vida. Aunque el mundo se le viniera encima, iba a protegerlas con todo lo que tenía. Aunque eso significara ensuciarse las manos. Era una tarde tranquila, el cielo medio nublado, el tráfico fluyendo lento por la avenida frente al hospital y adentro todo parecía estar en calma. Sofi pintaba en una libreta que le regaló Jaime. Julieta dormía profundamente después de una nueva tanda de medicamentos y Jaime estaba afuera en la cafetería del Sint hospital con una laptop abierta y los ojos puestos en unos papeles.

Parecía que por fin había un poco de respiro, aunque fuera solo por unas horas, pero la calma no iba a durar. Todo empezó con una llamada. Jaime la vio entrar en su celular y sintió un pequeño mal presentimiento. Era el abogado. Necesitamos hablar, dijo la voz al otro lado. Urgente. ¿Qué pasó? Acabo de recibir una notificación del juzgado. Alguien solicitó suspender el proceso de reconocimiento de paternidad. Dicen que hay dudas sobre la identidad de la niña. Jaime se quedó helado.

¿Quién lo pidió? No lo dicen directamente, pero el documento fue entregado por una mujer que no dejó su nombre. usó un poder notarial. Todo apunta a que fue Lorena y con qué pruebas. Una copia de un supuesto análisis genético no oficial. No tiene validez legal, pero sirve para sembrar dudas. Lo están usando para frenarte. Jaime se pasó la mano por la cara. No podía creer lo que escuchaba. Y eso puede funcionar si el juez lo acepta. Sí, tenemos que movernos ya.

En ese momento, Jaime cerró la laptop y se levantó de golpe. Guardó sus cosas con torpeza y caminó rápido hacia el elevador. Pero apenas llegó al estacionamiento donde tenía su coche, sintió que algo no andaba bien. El cristal trasero estaba estrellado y no por un accidente. Abrió la puerta y al revisar el interior notó que la carpeta con todos los documentos del caso, incluyendo copias de los papeles firmados por Julieta y el preacuerdo con su abogado, había desaparecido.

la habían sacado. Alguien sabía lo que buscaba. Jaime cerró la puerta de golpe y miró a su alrededor. Nadie, solo autos estacionados, un par de cámaras en las esquinas y un guardia de seguridad distraído mirando su celular. Subió a la habitación de Julieta con el corazón latiendo como tambor. Entró apurado. Sofi lo miró extrañada. ¿Estás bien? Sí, todo bien, le dijo rápido. Todo tranquilo por aquí. Sí, mamá duerme. La abueó sonreír, pero por dentro hervía. No le podía decir nada a Sofi.

No aún. No quería asustarla. Pero lo que acababa de pasar ya no era una simple molestia legal. Ahora era un ataque directo. Sacó su celular y llamó a su abogado. Lo hicieron. Entraron al coche, se llevaron los papeles. ¿Estás seguro? No es coincidencia, solo se llevaron eso, nada más. Y justo hoy que me avisas lo del juzgado, entonces ya es personal. Lo fue desde el principio. Mientras hablaban, otra llamada entró. Jaime miró el número. Era del hospital.

Una enfermera. Bueno, señor Gallardo, buenos días. ¿Usted retiró los documentos médicos de la paciente Julieta Torres? ¿Cómo que los retiré? Una persona vino hace media hora, dijo que tenía autorización de usted. Se llevó todo el expediente, dijo que lo necesitaban para el traslado. Yo no mandé a nadie. La enfermera guardó silencio. Vamos a revisar las cámaras. Háganlo. Pero ya. Jaime colgó con los nervios de punta. Ahora sí se estaba pasando de la raya. Alguien, Lorena o quien fuera que estuviera ayudándola, se estaba metiendo con todo, no solo con él.

Ahora estaban tocando lo más importante, Julieta, Sofi, su historia, su verdad. No tardó ni media hora en llegar la jefa de seguridad del hospital. Jaime la había presionado tanto que no les quedó de otra. Le mostraron los videos. En las imágenes claramente se veía a una mujer de cabello recogido, lentes oscuros, cubrebocas, entrando a recepción con paso seguro. Mostró una hoja firmada y entregaron el expediente sin más. Todo fue tan rápido que nadie sospechó nada. “¿La reconoces?”, le preguntaron.

“Claro que sí”, dijo Jaime sin dudar. Es Lorena. La jefa de seguridad lo miró preocupada. “Esto va a ser delicado, señor Gallardo. Vamos a tener que reportarlo oficialmente. Lo que se llevó es confidencial. Repórtenlo y háganlo ya.” Esa noche Jaime no se fue del hospital. No podía, aunque la habitación estuviera en silencio, aunque Julieta descansara, aunque Sofi no tuviera idea de lo que estaba pasando. Él sabía que todo estaba a punto de volverse más peligroso, porque Lorena ya no estaba jugando, estaba atacando y lo estaba haciendo bien, sin dejar huellas, con documentos falsos, con movimientos pensados.

Jaime tenía que prepararse para lo que viniera. Ya no era solo un tema de proteger a Julieta y Sofi emocionalmente. Ahora era protegerlas de verdad, legalmente, físicamente, de alguien que ya había demostrado que podía cruzar cualquier línea. Y lo peor de todo es que aún no sabía hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Esa noche Jaime no se movió del hospital. se quedó en la silla dura con los codos sobre las piernas, viendo como Julieta dormía tranquila, sin saber que mientras ella descansaba, alguien había metido mano en sus papeles, en sus datos médicos, en todo.

Sofie ya se había quedado dormida también, abrazada a su abuelita, doña Carmelita, que esa vez decidió quedarse ahí con ellas. Jaime no quería alarmar a nadie, pero por dentro estaba hirviendo. Entre la rabia, el cansancio y la preocupación, apenas podía pensar con claridad. Se levantó a tomar agua, dio unas vueltas por el pasillo y al volver a la habitación, doña Carmelita ya estaba despierta. No dijo nada al principio, solo lo vio y le señaló con la cabeza a la puerta como diciéndole, “Vamos a hablar afuera.

” Salieron los dos, se sentaron en unas sillas que estaban junto al ventanal del piso, donde apenas entraban las luces de la calle. ¿Qué está pasando?, preguntó la señora sin rodeos. Algo traes en la cara que no me gusta. Jaime suspiró. No iba a mentirle. Nos están metiendo el pie. Alguien se metió a mi coche, se robó documentos y hoy se llevaron el expediente médico de Julieta con una firma falsa. Alguien que se hace pasar por mí.

La abuela frunció el ceño seria, con los labios apretados. ¿Quién? Lorena. Carmelita bajó la mirada y negó con la cabeza como si ya lo hubiera imaginado. Esa mujer nunca me gustó. Desde que la vi supe que algo traía. Las que sonríen mucho y caminan con los pies tan parejitos no son de fiar. Jaime casi sonríe con ese comentario, pero la atención no lo dejó. No pensé que fuera a llegar tan lejos. Esto ya no es coraje, es guerra.

se está metiendo con la salud de Julieta, con el proceso de Sofi, con todo. La señora lo miró directo a los ojos. ¿Y tú qué vas a hacer? No me voy a echar para atrás, pero necesito más pruebas. Necesito tener todo claro por si intenta tirarnos legalmente. Carmelita se quedó pensando un momento, luego se levantó con esfuerzo, se metió la mano en el bolso y sacó una hoja doblada, viejita medio maltratada. se la extendió a Jaime. Toma, esto te puede ayudar.

Nunca supe si debía guardarlo o quemarlo, pero algo me dijo que iba a servir. Jaime la desplegó despacio. Era una carta escrita con letra firme, con tinta azul. Reconoció de inmediato la forma de escribir de Julieta. La leyó en silencio. Era una carta para él escrita cuando Sofie era apenas un bebé. contaba que había intentado buscarlo, que no había podido, que tenía miedo, que estaba sola y que a pesar de todo, lo seguía queriendo. La carta cerraba con una frase que lo dejó mudo.

Si alguna vez encuentras esto, solo quiero que sepas que no me rendí. Me rendieron. Jaime la apretó en las manos. ¿Por qué nunca me la diste? Porque Julieta no quiso. Ella sentía que tú la habías dejado, que no servía de nada seguir revolviendo el pasado. Pero yo sabía que un día este momento iba a llegar. Jaime se la guardó en el saco. Esto puede cambiarlo todo y no es lo único que tengo, agregó la señora. Guardo un cuaderno donde Julieta anotó todas las veces que intentó contactarte.

Llamadas, mensajes, hasta los días que fue a tu oficina. Todo tiene fechas, lugares, nombres. Ella necesitaba escribirlo para no enloquecer. ¿Dónde está? En la casa. Te lo puedo traer mañana. Jaime se quedó callado un rato, luego se volvió hacia ella. ¿Tú sabías que Sofi podía ser mi hija? Desde que vi cómo lo miraba, ella no decía nada, pero preguntaba por ti como si ya te conociera. Y cuando Julieta me confesó que tú eras el papá, lo confirmé.

¿Y por qué no viniste antes? Porque no soy quién para meterme. Esa decisión era de mi hija y ella necesitaba sanar. Jaime asintió. No había mucho más que decir. Le dolía saber que tantas personas callaron tanto por tanto tiempo, pero también entendía que no era tan fácil como él creía. No todos tienen el mismo poder para hablar, para pelear, para plantarse. Gracias por confiar en mí, le dijo a la señora. No es por ti, es por Sofi.

Esa niña no merece crecer con miedo y mucho menos sin su padre. En ese momento, Jaime entendió algo importante. No estaba solo en esto. Julieta tenía una mamá que, aunque humilde y sencilla, tenía más fuerza de la que él jamás habría imaginado. Y Sofi tenía una familia real, no perfecta. Pero de verdad, mañana te traigo ese cuaderno”, dijo la señora levantándose. Y si hace falta que yo declare lo que vi, lo hago. No le tengo miedo a esa señora.

¿Estás segura? Mi hijo tengo 70 años, dos operaciones y una pensión que no alcanza. ¿Tú crees que me asusta una vieja loca con dinero? Jaime rió por primera vez en días. Gracias, doña Carmelita. Y si te vas a quedar, ponte cómodo. Allá adentro no hay cobijas de sobra. Volvieron a entrar. Julieta seguía dormida, Sofi también. Jaime se sentó otra vez en su silla y volvió a sacar la carta. La leyó otra vez y otra vez hasta que se la aprendió de memoria cada palabra, cada línea, cada pausa.

Y en su mente se prometió una cosa. Esa carta no se iba a quedar guardada otra vez. Esta vez iba a servir para limpiar todo, para poner cada cosa en su lugar y para sacar de la vida de todas ellas a quien ya no merecía estar para siempre. A pesar del caos que Lorena estaba armando, había algo que seguía ahí, esperándola como si nada estuviera pasando. Su boda, sí, esa boda lujosa que llevaba más de un año organizando, con menud de cinco tiempos, flores importadas y una lista de home invitados que parecía la alfombra roja de una premiación.

En su cabeza, ese evento era el final perfecto de su plan, la cereza del pastel. Pero desde que Jaime había desaparecido de su vida, todo se tambaleó. Aún así, ella no canceló nada, al contrario, aumentó los arreglos, confirmó la iglesia, mandó a ajustar el vestido, seguía recibiendo a su modista, a la organizadora de eventos, al florista, todo como si nada estuviera pasando, pero dentro estaba al borde del colapso. En las invitaciones seguía diciendo, “Jaime Gallardo y Lorena Salazar tienen el honor de invitarte.” Como si el novio no hubiera desaparecido, como si no estuviera viviendo en un hospital con su ex y con una niña que según ella ni era suya.

El problema era que los días pasaban y Jaime no decía nada, no confirmaba nada, no aparecía, no contestaba. Lorena estaba cansada de esperarlo y un día simplemente explotó. lo llamó no una vez, 14 veces en fila. Cuando él finalmente contestó, estaba saliendo del hospital con Sofi caminando junto a él y una mochila rosa colgando de su hombro. ¿Qué quieres, Lorena? ¿Qué quiero? ¿De verdad me preguntas eso? Quiero que des la cara, Jaime. La boda es en dos semanas.

De verdad estás pensando en eso ahorita. ¿Y por qué no pensaría en eso? ¿Todo está listo? ¿O ya se te olvidó que esa boda también es tuya? No, respondió él con tono seco. Esa boda era tuya porque lo único que hiciste fue armar un show para tenerme donde querías. No te atrevas a decir que no estuve para ti. Yo fui la única constante en tu vida durante años. Sí, fuiste constante, dijo él. Constante en mentir, manipular y arruinar todo lo que sí valía la pena.

Silencio. Ella no contestó. Lorena, no voy a casarme contigo. Ya está decidido. Y si tienes un poco de dignidad, cancela la boda. No lo hagas más grande. Ella empezó a reír, pero no era una risa de diversión, era una risa nerviosa con rabia. ¿Crees que puedes dejarme así no más? Después de todo, después de que invertí mi tiempo, mi vida, mis contactos, mi carrera en ti, lo hiciste porque te convenía, porque quería ser la señora Gallardo, pero no por amor.

¿Y crees que esa mujer sí te ama? Después de todos estos años, después de haberte dejado así como si nada, ella no me dejó. Tú la alejaste y volvería a hacerlo. Lo volvería a hacer mil veces si eso significara que tú te quedas conmigo. Esa confesión fue tan directa, tan descarada, que a Jaime se le heló la sangre. Estás enferma, Lorena. Estoy enamorada. ¿Qué es distinto? No, dijo él cerrando los ojos con frustración. No vuelvas a llamarme.

No quiero hablar contigo nunca más, colgó. Pero eso no detuvo a Lorena. A la mañana siguiente, uno de los socios más importantes de Jaime lo llamó. le dijo que había recibido una notificación de cancelación de contrato, que algunas inversiones estaban congeladas, que había rumores de que él estaba mezclado con una mujer que lo manipulaba y que podía haber un escándalo por un supuesto fraude en documentos legales. Jaime no entendía nada. ¿Quién está diciendo eso? No lo sé, pero las llamadas vienen desde dentro de la misma red de la empresa.

Alguien muy cercano. Él colgó y ahí entendió que Lorena no iba a dejarlo en paz tan fácil. No solo quería que volviera, quería que se arrastrara, quería que se diera cuenta de que sin ella su mundo se caía. Pero no era cierto. Ese mismo día, Jaime fue a ver a Julieta. Ella ya se había enterado de todo por boca de su mamá, que escuchó su conversación por altavoz y no se aguantó. ¿Qué vas a hacer?, le preguntó Julieta sin rodeos.

Voy a seguir. Voy a luchar. No pienso permitir que esa mujer me arruine la vida otra vez. Julieta le creyó. Pero también le dijo algo que lo desarmó. Si necesitas irte para proteger lo tuyo, lo entiendo. No tienes que quedarte por compromiso. No estoy aquí por compromiso, respondió Jaime. Estoy aquí porque quiero, porque tú y Sofi son mi familia, aunque me quede sin nada. Esa noche, mientras Sofie dormía con el televisor bajito y Julieta se acomodaba las almohadas para descansar, doña Carmelita le dio a Jaime el cuaderno que había prometido.

Estaba lleno de anotaciones, fechas, lugares, cada intento fallido de Julieta por hablar con él, cada llamada que no se completó, cada carta que se regresó. Con esto no te gana nadie, dijo la señora. Solo no te rindas. Y mientras ellos estaban ahí reconstruyendo una historia que alguien más intentó romper, Lorena se sentaba en la prueba del vestido en un salón lleno de espejos, con un vaso de vino en la mano y la mirada perdida. No va a decir que no murmuró convencida.

Todavía puede cambiar de opinión. Yo lo conozco. Jaime no es de los que se queda solo. Lo que ella no sabía era que Jaime ya no estaba solo y que, aunque no lo supiera, esa boda que tanto soñó estaba a punto de volverse su peor pesadilla. Era un sábado cualquiera. El hospital estaba tranquilo. Era temprano y los pasillos solían a pan tostado y café porque los doctores que hacían guardia a esa hora bajaban a la cafetería por sus primeros antojos del día.

Jaime había pasado la noche ahí, como ya era costumbre, durmiendo en el sillón junto a la cama de Julieta. Sofi se había dormido en la misma cama que su mamá, acurrucada como gatito con una manta que ya traía olor a medicamento. Doña Carmelita llegó temprano con un termo lleno de atole de arroz y pan de la panadería de la esquina. Como siempre, fue directo a la habitación. Saludó con su voz firme y levantó la persiana para que entrara el sol.

Todos pensaron que sería otro día más. Otro día de exámenes, charlas bajitas, dibujos de Sofi y cuidados, pero no, ese día todo cambió. Después del desayuno, Sofi le pidió a su abuela que la dejara bajar a la tiendita del hospital. Quería comprar un jugo y unos colores. Jaime le dijo que él la acompañaba, pero Sofi insistió en ir sola. No era la primera vez. Conocía bien el camino. Nunca se alejaba. La tiendita estaba en el primer piso, justo saliendo del elevador.

No había forma de que se perdiera. No tardo, lo juro dijo con esa sonrisita que usaba cuando quería convencer a todos. Solo 10 minutos, le advirtió Jaime mientras le daba un billete doblado. Y no hables con nadie. Ya sé, ya sé, dijo ella saliendo con la mochila colgada al hombro. Pasaron los 10 minutos, luego 15, luego 20. Jaime empezó a inquietarse. Pensó que tal vez había una fila larga o que se había entretenido viendo las vitrinas, pero a los 30 minutos se levantó de golpe.

“Voy a ver qué pasa”, le dijo a Julieta, que también empezaba a ponerse nerviosa. Bajó rápido por las escaleras, recorrió la tiendita, los pasillos, la entrada del hospital, los baños. “Nada. Sofi no estaba,”, preguntó a los encargados. Nadie la había visto. Fue con los de seguridad. Tampoco”, dijo su nombre. Mostró su foto, describió su ropa, pantalón de mezclilla roto, blusa blanca con un dibujo de una estrella, tenis morados. Nadie la había visto. El corazón se le fue al suelo.

Subió de nuevo, entró a la habitación con la cara blanca. “¿Dónde está?”, preguntó Julieta, que ya tenía las manos temblando. “No está.” “¿Cómo que no está?” “No está, Julieta, “Ya revisé todo. No hay rastro.” Julieta intentó levantarse, pero apenas sí se podía mantener en pie. “Me la quitaron”, gritó. “No sabemos eso”, dijo Jaime tratando de calmarla. “No podemos adelantarnos, Jaime. Sofi nunca se va así. Ella no se aleja, no hace esas cosas.” Carmelita empezó a rezar en voz baja mientras se agarraba el pecho.

Jaime llamó a la policía. En cuestión de minutos ya había dos patrullas afuera y varios oficiales preguntando. Se activó una alerta en el hospital. Revisaron cámaras, interrogaron al personal. El jefe de seguridad entró corriendo con cara de preocupación. Tenemos algo. En la pantalla se veía a Sofi bajando del elevador. Caminaba directo a la tiendita, todo normal. Pero luego, en otra toma aparecía una mujer de espaldas que se le acercaba. No se veía bien la cara, pero sí el cuerpo.

Alta, delgada, ropa oscura, el pelo recogido. Se veía cómo hablaba con Sofie y luego como Sofi la seguía. No con miedo, con confianza. ¿Quién es esa?, preguntó Jaime, aunque en el fondo ya lo sabía. Julieta cerró los ojos, lo supo en ese mismo instante. Es Lorena. Jaime sintió que se le helaba el cuerpo. Nunca pensó que ella llegaría a tanto, pero ahí estaba, en las cámaras. llevándose a Sofi, no a la fuerza, no a empujones, la engañó, la convenció y eso lo hacía todavía peor.

Las horas que siguieron fueron un infierno. Se activaron protocolos. La policía comenzó una búsqueda en la ciudad. Pusieron una denuncia formal. Jaime habló con su abogado, con medios de comunicación, con contactos en la empresa de seguridad que tenía en sus negocios. Todo, nadie sabía nada. Y entonces llegó un mensaje, un video. El celular de Jaime vibró con un número desconocido. Era un archivo de video. Cuando lo abrió, vio a Sofi sentada en una cama desconocida, un cuarto que no se alcanzaba a distinguir bien, pero no era una casa normal común.

Sofi se veía asustada, pero no lloraba. Y luego una voz en off. De fondo, no te la quité. Solo quiero que entiendas lo que perdiste. No me ignoras y sales caminando como si nada. Tú no te casas con nadie más, ni te haces papá de nadie, o todos perdemos. Jaime apretó el celular tan fuerte que pensó que se le iba a romper. Julieta entró en crisis. empezó a respirar mal, a toser, a agitarse. Es mi hija. Es mi hija.

Jaime, haz algo. Los doctores entraron rápido, le pusieron oxígeno, le subieron el suero. La enfermera intentó calmarla, pero no era posible. Jaime salió al pasillo temblando de la rabia. marcó a todos sus contactos, al investigador, a un amigo en la policía, a un colega que conocía gente del gobierno, todo. Y ahí, en medio de la desesperación, se prometió a sí mismo algo. Lorena no se iba a salir con la suya. Si Sofi no regresaba en las próximas horas, iba a buscarla con sus propias manos.

Y si tenía que enfrentarse al infierno para sacarla, lo haría sin pensarlo. Jaime no durmió ni un segundo esa noche. Julieta seguía en observación, débil, con los nervios por los suelos. Doña Carmelita no se despegaba de la ventana del cuarto, como si esperara que Sofi entrara en cualquier momento con su mochila y una sonrisa fingida diciendo, “Todo bien.” Pero no llegaba. Nadie sabía nada. La policía seguía investigando. Jaime tenía gente en las calles buscando, preguntando, rastreando, incluso revisando hospitales, moteles, casas abandonadas, todo.

Pero el teléfono no sonaba. Nadie pedía rescate, nadie exigía nada, todo era silencio, hasta que al día siguiente, a las 3:14 de la tarde, llegó otro video. Esta vez no venía al celular de Jaime. Llegó por correo electrónico al buzón personal de la empresa, el que usaba con sus socios, donde llegaban documentos oficiales. Lo mandaron desde una dirección rara, de esas, sin nombre, sin nada, como hechas solo para enviar eso y desaparecer. Jaime estaba en el pasillo del hospital cuando el abogado lo llamó.

Acaba de llegar algo. No sé si verlo yo o tú primero. Mándamelo dijo Jaime sin pensarlo. Cuando lo abrió, se le borró la expresión de la cara. El corazón se le apretó como si alguien lo hubiera agarrado con las dos manos. Era otro video de Sofi. Estaba sentada en una silla de metal. El fondo era distinto al anterior. No era una cama. Era una pared sin pintar, con manchas de humedad. La cámara temblaba como si alguien la sostuviera con la mano.

La niña no estaba amarrada, pero tenía las manos entrelazadas sobre las piernas. Su carita era pura confusión. No lloraba, no hablaba, solo miraba a la cámara como si esperara que alguien le dijera qué hacer. Y entonces otra vez esa voz distorsionada, más baja, más amenazante. Ya te diste cuenta de lo que es perder. Así se siente cuando alguien te quita lo que más quieres. Pero no es tarde. Si cooperas. Todo puede volver a la normalidad. Si no, bueno, tú decides.

Después de eso, silencio. Jaime apretó el celular, le sudaban las manos, le temblaban las piernas. Tenía ganas de romper algo, de gritar, de correr. Fue directo al jefe de seguridad del hospital. Le mostró el video. Ya no es solo una amenaza, ahora sí es secuestro. Esto tiene que subir de nivel”, le dijo. Llamaron a la gente de la fiscalía que ya estaba asignado al caso. Activaron la búsqueda de IP correo. No era fácil, pero había forma. Tardaría horas, tal vez un día, pero tenían que hacerlo.

También mandaron el video al equipo de análisis para ver si se podía reconocer algún sonido de fondo, una voz, un ruido, algo. Pero Jaime no se quedó cruzado de brazos. fue al hospital donde trabajaba un viejo amigo suyo, un doctor que alguna vez lo ayudó con una urgencia médica cuando su papá tuvo un infarto. Ese doctor conocía a mucha gente en la policía. Contactó a uno de ellos y en pocas horas Jaime ya tenía acceso extraoficial a un equipo de rastreo privado.

Iban a hacer lo que fuera para encontrar a Sofi. Mientras todo eso se movía, Julieta seguía acostada, enterándose de todo por pedazos. A veces se quedaba dormida por el cansancio. A veces se levantaba a la fuerza para intentar saber más. Jaime no quería que viera los videos, pero al final no pudo evitarlo. Ella lo descubrió en el celular. Cuando lo vio, se tapó la boca. No hizo ruido, solo empezó a llorar despacio, como si estuviera vaciándose por dentro.

¿Por qué? ¿Por qué ella? Decía en voz bajita, “Si quieren vengarse, que lo hagan conmigo, pero con una niña, ¿por qué? Carmelita le sostenía la mano, repitiendo en voz baja que la iban a encontrar, que iba a regresar, que esto no se iba a quedar así. Ese mismo día, por la tarde, Jaime recibió otra llamada. Era del investigador privado que había contratado hacía semanas. Encontramos algo, un nombre, una dirección, pero no estoy 100% seguro. No me importa.

Dímelo. No quiero que vayas solo. No sabemos con quién estamos tratando. Dímelo ya. Una casa rentada a nombre de Leticia R. En Iztapalapa. Las cámaras del hospital donde desapareció Sofie grabaron un coche gris estacionado dos cuadras más allá y ese coche lo vimos entrar en esa misma casa hace dos días. Puede ser coincidencia. ¿O no? Jaime no lo dudó. Se subió a su coche y fue para allá. No avisó a la policía. No llamó al abogado, fue solo con el celular en la mano, con el corazón a mil por hora, con la rabia, empujándolo más que el miedo, llegó a la colonia.

Calles estrechas, casas iguales, gente afuera lavando coches, vendiendo tamales, niños jugando en la banqueta, pero esa casa estaba cerrada con doble candado, cortinas negras, sin movimiento. Jaime no esperó, se bajó, fue directo a la reja y tocó una vez. Nada. Dos veces. Silencio. A la tercera, una sombra se movió dentro. Sofie, gritó. Sofi. Soy yo, Jaime. Un ruido se escuchó dentro, una silla, un golpe seco, luego algo que se cayó. Jaime se volvió loco, pateó la puerta, gritó otra, “¡Ves!” Sacó una piedra del piso y la aventó contra una de las ventanas.

Se rompió el vidrio. Fue en ese momento que una voz conocida se escuchó dentro. “Así me buscas. Con violencia, Jaime se quedó helado. Era Lorena. ¿Dónde está la niña? Gritó. Está bien. No le hice nada. Solo necesitaba que abrieras los ojos, que sintieras lo mismo que yo. Tú no sientes nada. Tú estás enferma. Yo, ¿por qué? Por amar a alguien que no me ama. ¿Por no querer que me quiten lo que construí? Ella es una niña, no es parte de esto.

Claro que sí lo es. Desde que apareció me borraste. Y ahora, dime, Jaime, ¿qué vas a hacer? Jaime sacó su celular y marcó rápido al número del contacto en la fiscalía. Ya la encontré. Aquí está. Manda una patrulla. Ahora Lorena se dio cuenta de lo que hacía. Trató de cerrar las cortinas, se alejó de la ventana, pero ya era tarde. En menos de 5 minutos llegaron tres patrullas. Lorena intentó resistirse, pero no pudo. La sacaron con las manos esposadas.

gritaba que la estaban malinterpretando, que no era un secuestro, que la niña estaba segura, que solo quería hablar, pero ya nadie le creía. Sofi salió corriendo con los ojos llorosos, directo a los brazos de Jaime. “Tenía miedo,”, dijo con voz bajita, “pero sabía que ibas a venir y en ese momento nada más importaba.” Jaime la abrazó tan fuerte que pensó que nunca más la iba a soltar. Las patrullas llegaron tan rápido que apenas la gente del vecindario se dio cuenta de lo que estaba pasando.

En cuestión de segundos, todo se llenó de luces rojas y azules, gritos por la radio y policías con armas cortas bajando de los vehículos con una seriedad que espantó a todos. Algunos vecinos salieron a asomarse desde sus azoteas. Otros grababan con el celular desde lejos, pensando que era un operativo antidrogas o algo más turbio. Nadie sabía que adentro de esa casa cerrada con candados, una niña de 8 años estaba esperando ser rescatada. Jaime se mantuvo firme frente a la puerta mientras los oficiales le decían que se hiciera a un lado.

Ella está ahí. La tienen adentro. No tarden les dijo. Con la voz quebrada y la mandíbula apretada, uno de los agentes se acercó a él. ¿Estás segura de que la niña está dentro? Lo escuché. Ella habló y también la mujer que la tiene. Se llama Lorena. Es mi ex. Necesita ayuda, pero ahora necesita estar lejos de Sofi. Los policías rompieron la cerradura de la reja en segundos, luego forzaron la puerta principal con una palanca. El primer oficial que entró gritó con fuerza.

Policía, nadie se mueva. Silencio. Unos segundos después se escuchó un grito. Era Lorena. gritaba cosas sin sentido, que la niña no estaba en peligro, que no era un secuestro, que solo quería que Jaime hablara con ella, que nadie la entendía. Jaime quiso entrar corriendo, pero lo detuvieron. “Espere, señor, deje que nosotros la saquemos.” Por fin, después de 2 minutos que se sintieron eternos, apareció Sofi. La traían de la mano. Tenía la cara sucia, la ropa arrugada y los ojos rojos, pero estaba viva.

Estaba entera. Y en cuanto vio a Jaime, se soltó del oficial y corrió directo a él. Jaime Jaime la recibió con los brazos abiertos, la levantó y la abrazó tan fuerte que le temblaron los brazos. Estoy aquí. Todo está bien. Ya estás conmigo. Ella no decía nada, solo lo abrazaba con fuerza, metiendo la cabeza en su cuello, como si quisiera desaparecer. En ese momento, uno de los policías salió con Lorena esposada. La llevaba un oficial mujer. Lorena ya no gritaba, solo caminaba con la cabeza agachada y los ojos llenos de rabia.

Cuando pasó junto a Jaime, lo miró y le soltó una frase que nadie esperaba. Nunca fuiste capaz de amarme como ella. Jaime no respondió. No tenía por qué hacerlo. Ya no. Los policías subieron a Lorena a una patrulla, no con violencia, pero sin delicadeza. Ella se fue sin volver la cara. Silencio total. El comandante se acercó a Jaime. Vamos a llevar a la niña a un hospital para revisión. ¿Puede acompañarla? Claro que sí, respondió Jaime sin soltarla.

Lo llevaron directo al hospital privado donde estaba Julieta. Ya los estaban esperando. Cuando Sofi entró al cuarto, Julieta rompió en llanto. Mi niña, mi amor. Gracias a Dios. Sofi corrió a la cama. Julieta apenas se podía mover, pero la abrazó como si su cuerpo no doliera nada. Carmela, que había estado sentada todo el día junto a la ventana rezando, se levantó y le dio gracias a todos los santos al mismo tiempo. Jaime se quedó de pie sin saber qué hacer por un momento.

Se limpió los ojos con la manga. Estaba llorando también, aunque no se había dado cuenta. El doctor entró poco después para revisar a Sofi. La checaron completa. Signos vitales, moretones, golpes. Nada grave. Solo estaba deshidratada, con los nervios al tope. No había comido bien, no había dormido bien, pero físicamente estaba bien. Tiene suerte, dijo el doctor en voz baja a Jaime. Pudo haber sido peor esa noche nadie durmió. No por miedo, esta vez fue diferente. Se quedaron todos en la habitación, Sofie en medio de su mamá y Jaime.

Doña Carmelita en una silla abrazando una cobija. No hablaron mucho, solo se quedaron ahí escuchando el silencio del cuarto, el VIP constante de la máquina que marcaba el ritmo del corazón de Julieta y los suspiros largos de Sofi, que se iba quedando dormida entre sus dos pilares. En la madrugada, Jaime salió al pasillo a tomar aire. El hospital estaba en calma, solo se escuchaban pasos lejanos y murmullos en la recepción. Se le acercó uno de los oficiales que había estado en el operativo.

Solo quería avisarle que la mujer ya está bajo custodia. Mañana se hará la audiencia. Tiene abogados. Parece que va a decir que estaba emocionalmente inestable, que no fue un secuestro, que era un acto de desesperación. ¿Y eso qué significa? que va a intentar zafarse con una medida de salud mental, internamiento en lugar de cárcel, pero usted tiene todo el derecho a seguir el proceso. Con lo que se grabó, el video, los testimonios. Va a tener que responder sea como sea.

Jaime agradeció con la cabeza. No dijo más. Estaba cansado, pero tranquilo. No porque el problema se hubiera resuelto por completo, sino porque Sofi estaba de vuelta, porque había llegado a tiempo, porque no falló. Antes de volver al cuarto, se detuvo frente a la puerta. La miró. Pensó en todo lo que había pasado en esos días, lo que Julieta había aguantado, lo que su hija, sí, su hija había vivido. Pensó en Lorena, en su mirada vacía, en las mentiras, en el miedo que sembró en todos y pensó en una sola cosa.

Esto no termina aquí. Los días siguientes al rescate fueron como un respiro después de una tormenta larga. El ambiente en la habitación del hospital cambió por completo. Ya no había esa tensión constante en el aire, ni esa sensación de que algo horrible podía pasar en cualquier momento. Por primera vez en mucho tiempo, todos podían respirar sin sentir que estaban por desmoronarse. Sofie no se despegaba de Julieta, dormía con ella, comía a su lado, le contaba cosas al oído todo el día, como si necesitara asegurarse a cada segundo de que su mamá seguía ahí, viva, fuerte, entera.

Y Julieta, aunque seguía enferma y débil, había recuperado el brillo en los ojos. Ya no tenía esa mirada triste que cargaba desde hacía años. Ahora sonreía más seguido. Se reía con los chistes malos de Jaime. Le agradecía a cada enfermera como si le hubiera salvado la vida. Se sentía distinta. Jaime pasaba casi todo el día con ellas. Ya no era una visita de ver cómo están. Ahora era parte de todo. Desayunaban juntos, se turnaban para peinar a Sofi, armaban rompecabezas en la mesa plegable, veían películas en el celular de Jaime.

Incluso un par de veces la enfermera entró a regañarlos porque estaban haciendo mucho ruido de tanto reír. Pero no todo era perfecto. A Julieta le seguían haciendo estudios, análisis, evaluaciones. La masa que tenían que revisar seguía ahí. Había días que se sentía bien y otros que no podía ni moverse, pero lo diferente ahora era que no estaba sola. Cada vez que el doctor entraba con una mala noticia, había cuatro manos tomándola, las de Sofi, las de su mamá y las de Jaime.

Una tarde Jaime recibió una llamada que no esperaba. Era su hermano mayor, Julián, con quien apenas hablaba desde hacía años. Lo saludó con una mezcla de sorpresa y desconfianza. ¿Todo bien?, preguntó Jaime. Sí, tranquilo. Me enteré por mi esposa de todo lo que pasó, lo de la niña, la ex, el hospital y bueno, quería ver si necesitabas algo tú. soltó Jaime medio bromeando. Sí, a veces se me ocurre ser buena persona. Ambos rieron un poco. La relación entre ellos siempre había sido medio seca, pero esa llamada, aunque corta, le hizo bien a Jaime.

Sentía que poco a poco todo lo que estaba roto empezaba a juntarse de nuevo. No perfecto, pero sí más humano. Al día siguiente, el doctor, que llevaba el caso de Julieta, los citó en su oficina dentro del mismo hospital. Jaime fue con ella mientras doña Carmelita se quedó con Sofi jugando lotería en la cafetería. Entraron en silencio con los nervios de punta. El doctor los saludó, los hizo sentar y fue directo al grano. Los resultados nuevos muestran que la masa se puede operar.

No está tan adherida como pensábamos. Julieta apretó la mano de Jaime. Él solo asintió. Eso sí, agregó el doctor. No deja de ser riesgoso. Es una cirugía delicada, pero hay posibilidad de recuperación. No lo prometo, pero hay una puerta abierta. Julieta se quedó callada unos segundos mirando al piso. Luego levantó la vista y dijo con firmeza, “Háganlo. Quiero vivir.” El doctor asintió. “En ese caso, programamos todo para la próxima semana. Necesitamos estabilizarte un poco más antes y hay que firmar papeles.

Es un proceso largo. No me importa. Solo quiero estar bien para mi hija. Salieron del consultorio con un nudo en la garganta, pero también con algo que hacía mucho no sentían. Esperanza. Esa noche, Sofi se quedó dormida más temprano de lo normal. Julieta y Jaime se quedaron en la habitación en silencio, mirándose. No necesitaban hablar mucho, pero después de un rato, Julieta rompió el hielo. ¿Y tú de verdad estás listo para esto? ¿Para qué? Para todo. Para estar con una mujer enferma.

para criar una hija que apareció de la nada para cargar con un pasado que no es ligero. Jaime se acercó, se sentó junto a su cama y le tomó la mano. No sé si estoy listo, pero sé que quiero hacerlo. Con miedo, con dudas, con errores, pero contigo, con ustedes. Ella lo miró con los ojos llenos de algo que no era tristeza, era alivio, era amor, aunque no lo dijeran. ¿Y qué vas a hacer con todo lo demás?, preguntó ella.

Con tu trabajo, tu gente, lo que viene con Lorena, voy a enfrentar todo, pero ya no como antes. Ahora tengo algo que defender. A ti, a Sofi. Esto ya no se trata solo de mí. Julieta respiró profundo, luego cerró los ojos por un momento. Cuando los abrió, dijo algo que él no esperaba. No sé si voy a sobrevivir, Jaime, pero si no lo hago, quiero que le digas a Sofi que su mamá luchó hasta el final. Jaime negó con la cabeza.

No, no vamos a pensar en eso. ¿Por qué vas a salir de esta? Te lo juro. Ella sonrió con los ojos brillosos. Ojalá que sí. Doña Carmelita entró al cuarto en ese momento con una bolsa de pan dulce y una sonrisa enorme. Adivinen quién se comió cuatro piezas de pan ella solita, dijo señalando a Sofi dormida. Todos rieron. Julieta más bajito, pero rió. Y en ese instante, por más frágil que fuera todo, por más complicado que se viniera el camino, todo se sintió posible.

La primera semana después de la cirugía fue dura, pero mamá Juliote sintió un alivio que no sentía desde hacía tiempo. Se movía despacio, pero caminaba. Volvía a comer con ganas. Ya no frenaba su comida con miedo. Sofi la veía con admiración, como si su favorcito secreto lograra cosas imposibles. Pero el martes en la madrugada todo cambió. Julieta despertó bañada en sudor. Lloraba y jadeaba. El doctor llegó corriendo. La mu abuela y Sofi también entraron al cuarto. Jaime, que estaba revisando documentos del caso legal en la mesa, corrió.

Era como si el mundo se le viniera encima en segundos. Julieta tenía fiebre alta, hígado, presión baja. Temían que algo estuviera pasando mal, que hubieran metástasis o complicaciones de la cirugía. No lo sabían. Nadie lo sabía aún. La trasladaron a cuidados intensivos por precaución. La escena era gris y silenciosa. Sofi lloraba abrazada a doña Carmelita. Jaime no dejaba de mover la cabeza como buscando respuestas en el aire. Le decían que podía resistir, que no perdiera la fe, pero en el fondo sabía que esto era más grave de lo esperado.

La incertidumbre era peor que cualquier dolor físico. “Puede ser una infección”, le advirtió el doctor. No está clara aún, pero si se propaga puede llegar al páncreas o al hígado. Tenemos que hacer cultivos, análisis, todo de nuevo. Julieta lo entendía, lo había vivido antes. Cerró los ojos y apretó la mano de Sofi con fuerza. Mi vida es ella”, dijo en voz baja. “No la dejen sola.” Esa frase hizo que todos contuvieran la respiración. No sabían si era petición o un anuncio.

Jaime se inclinó sobre ella y le besó la frente. “No vas a estar sola, aquí estamos todos. ” El día pasó lento, como si cada segundo durara una eternidad. Sofie apenas comía. La señora Carmelita dormía sentada en una silla con la cabeza haciendo crujir el cuerpo de tanto cansancio. Las enfermeras entraban de rato en rato, revisaban la bata, los tubos, el i, suero, todo parecía normal, salvo esa mirada apagada en los ojos de Julieta cuando los abría.

Esa tarde el doctor salió al pasillo con documentos en la mano. Jaime se acercó. Doña Carmelita también fue detrás. Tenemos resultados preliminares”, dijo con cuidado. “Díganos,”, respondió Jaime mientras Sofi se asomaba desde la puerta. “Es una infección hospitalaria”, explicó. No fue por la cirugía en sí. Se contagió aquí. Estamos tratando con antibióticos fuertes. Es raro, pero hay casos. Lo grave sería si llega a complicar aún más la operación que ya hizo. ¿Y puede curarse?, preguntó Julián. Los sostenía a todos.

“Puede”, dijo el doctor con cautela. Pero dependerá de cómo responda. Puede tomar días o una semana. Hay riesgo de que vuelva a hospitalización prolongada, pero si todo sale bien, va a recuperarse. Mientras hablaba, Jaime sintió cómo se le estrujaba el corazón. Quería llorar, pero no podía. No así. No delante de Sofi, no delante de su mamá. Solo escuchó a doña Carmelita decir, “Entonces, ¿no puede salir de aquí todavía?” “No”, contestó el doctor. Necesita observación. La noche se movió con silencio roto por suspiros, monitores que pitaban, enfermeras que entraban.

A Sofi la dejaron quedarse cerca de su mamá en otra cama improvisada, pero casi no quería quedarse quieta. Cada vez que Julieta movía un dedo, ella le tomaba la mano y se acomodaba al lado como si su presencia fuera una cura. “Los papás no lloran”, pensó Jaime, pero llora su mente por adentro. Al amanecer, cuando el cielo ya no estaba oscuro y la luz se filtró por la ventana, Sofi se acercó a Jaime con un papel arrugado.

Era un dibujo nuevo, un sol pintado con crayones mal sacados, dos figuras tomándose las manos, una grande y otra chiquita. “Aquí estamos”, dijo ella, señalándose con una figura pequeña y mostrándole a Jaime la otra. Jaime se agachó y la abrazó. “Siempre vamos a estar”, le respondió con voz entrecortada. Aunque esto sea difícil, Julieta abrió los ojos justo en ese instante, movió un poco los labios y dijo, “Papá.” Jaime sintió como todo se apretaba adentro. Se inclinó y le besó la mano.

Estoy aquí. Ella apretó la mano de Sofi también, como si juntara toda su fuerza en dos puntos de vida. Ese gesto hizo que Jaime supiera que, por más severa que fuera la recaída, no iba a abandonar el intento de sacar a Julieta adelante. La semana siguiente fue una batalla hospitalaria, antibióticos, análisis, ajustes, consultas, más sangre. Sofi pasó más noches en el cuarto con la Maa. A abuela comiendo galletas y contando historias que no ocurrían. Jaime configuró una sala en el cuarto con una silla reclinable, ropa limpia.

libros, audífonos para música. Se quedó ahí todos los días. Apenas comía, apenas dormía, pero cada vez que Julieta abría los ojos, su mirada decía, “Gracias por no rendirte.” Cuando al fin, después de muchos días, ya en la madrugada, el doctor salió y dijo, “Está respondiendo. Las defensas subieron. La infección está controlada. ” Jaime lo escuchó con la garganta seca, pero aún no ha completado el ciclo. Necesita tres días más de hospitalización. Lo que sea dijo él firme.

No la sacan de acá si no está bien. El doctor asintió y se retiró. Esa noche Sofi se cayó dormida pegada a Julieta. Jaime se quedó en la silla al lado, mirando a las dos. El sol entraba por la ventana. Había esperanza, sí, pero también miedo, porque sabía que esto no se terminaba con un parte médico a favor, que lo más difícil podía venir después. Pero por primera vez en Minas, mucho tiempo, en medio de esa recaída que había casi tirado todo por la borda, él tenía algo muy claro.

Aunque fuera solo por esos dos seres respirando juntos en silencio, valía la pena seguir luchando. Después de la recaída, el ambiente seguía tenso, pero diferente. Era como si ya nadie pudiera confiarse, ni siquiera para respirar tranquilo. Julieta estaba estable otra vez. Eso sí, los antibióticos habían hecho efecto y la infección se controló, pero los doctores no se confiaban. Preferían tenerla vigilada otros días por si acaso. Y todos estaban de acuerdo. Nadie quería más sustos. Sofi ya no se despegaba de ella.

Había dibujado hasta tapar media pared con hojas pegadas con cinta. Puras flores, soles, caritas felices, corazones con las palabras te amo mami o vamos a casa pronto. Los doctores y enfermeras entraban con una sonrisa cada vez que veían ese rincón lleno de vida. Pero lo que nadie sabía era que esa mañana iba a cambiar todo. Todo empezó con una visita. Una mujer llegó preguntando por Julieta. Nadie la conocía. Iba bien vestida, sin lujos, pero con una seguridad que descolocaba.

Se identificó con el personal de recepción como Dora Martínez y traía en la mano una carpeta con papeles. Decía que necesitaba ver a Jaime Gallardo. ¿Y de parte de quién?, preguntó la recepcionista. Él sabrá, respondió la mujer tranquila. Solo dígale que es por el otro asunto pendiente. El mensaje llegó hasta el pasillo donde Jaime estaba sentado tomando café de Minones. “Máquina con cara de zombie. Hay una señora que pregunta por usted”, le avisó una enfermera. “Dice que es de un asunto pendiente.” Jaime frunció el ceño.

Una señora. ¿Quién es? No quiso decir más, pero se ve seria. Jaime se levantó curioso. Cuando bajó y la vio, tardó dos segundos en reconocerla. Dora, “Hola, Jaime. ¿Puedo hablar contigo? No te quito mucho. Claro. Ven, vamos afuera.” Salieron del hospital y se sentaron en una banca del jardín. Ella sacó la carpeta que llevaba y se la puso en las piernas. Sé que todo esto te cayó como bomba. Lo de Julieta, la niña, Lorena. ¿Tú sabías lo de Lorena?

No todo, pero sabía que estaba haciendo cosas chuecas desde hace tiempo. Jaime la miró con sorpresa. Dora había trabajado muchos años como contadora de uno de los despachos legales que atendían a la empresa. Siempre fue muy reservada, poco habladora, pero algo en su mirada era distinto ahora, como si llevara rato queriendo soltar algo. ¿Qué traes ahí?, preguntó él. pruebas de lo que Lorena estuvo haciendo con tus cuentas, no solo personales, también con la empresa. Falsificaciones, transferencias disfrazadas, cambios de documentos, todo disfrazado con contratos falsos, nombres que no existen y gastos inventados.

Jaime abrió los ojos, se quedó callado. ¿Por qué me estás diciendo esto ahora? Porque me cansé. Porque trabajé años con ella y no fui parte, pero sí fui testigo y no quiero ser cómplice. Abrió la carpeta y le mostró los documentos, estados de cuenta, facturas, copias de correos, hasta te puede servir para armar una denuncia formal, dijo. Pero también quiero advertirte algo. Lorena tenía contactos, gente que aún no sabes que está de su lado. Ten cuidado. No confíes en todos, incluso dentro de tu empresa.

Jaime se recargó en la banca. Le costaba procesarlo todo. ¿Y por qué me lo das justo ahora? Porque escuché lo del hospital, de la niña, de la mamá, y supe que te tenías que enfocar en ellas, no en defenderte de porquerías como esta. Esto te da fuerza legal, Jaime. Úsala bien. La señora se levantó, le puso la carpeta en las manos y le apretó el hombro. No me busques, no me nombres, solo haz lo correcto. Y se fue, dejándolo ahí, sentado con el corazón latiendo a mil y la cabeza llena de preguntas.

Pero eso no fue todo. Ese mismo día, por la tarde, llegó otra persona al hospital, esta vez sí conocida, un abogado de Lorena. entró con seguridad pidiendo hablar con el área administrativa. “Vengo a notificar un retiro de medidas cautelares.” Cuando Jaime se enteró, subió a buscar al director del hospital. ¿Qué está pasando? Este abogado quiere firmar papeles para trasladar a Julieta a otra clínica. Supuestamente por mejor atención. Jaime estalló. Eso es ilegal. Ella no lo autorizó. No tiene poder sobre ella.

Eso dicen, respondió el director. Pero traen documentos con firmas. Firmas falsas. Como siempre, el abogado ya se iba cuando Jaime lo enfrentó. ¿Qué buscan? ¿Seguirla manipulando? Incluso enferma. Yo solo sigo órdenes. No tengo nada personal contra nadie. Pues dile a tu clienta que ya no va a poder esconderse, dijo Jaime alzando la carpeta que Dora le había entregado. Porque ahora sí tengo cómo tumbarla. El abogado se fue sin decir más. Jaime fue directo a ver a Julieta.

Le contó todo. Lo de Dora, los papeles, la firma falsa. Ella lo escuchaba con los ojos grandes como si le costara creerlo. ¿Todo eso hizo? Preguntó en voz baja. Y más, respondió él. Pero esta vez ves, la vamos a frenar juntos. Julieta asintió. Su mano tomó la de Jaime y por primera vez en días no parecía tan frágil. Había fuerza en su mirada, voluntad. Y en medio de todo ese caos, Sofi corrió desde la cafetería con un dibujo nuevo.

Esta vez era una casa. Con ella en medio, Julieta a un lado y Jaime al otro. Miren dijo emocionada. Ya dibujé cómo se va a ver nuestra casa cuando mamá se mejore. Nadie dijo nada, solo se miraron y sonrieron. La semana avanzaba con normalidad en mi noms apariencia. Julieta seguía mejorando poco a poco. Sofi volvió a la escuela, aunque solo por unas horas, se reía, contaba historias de la casa que estaban planeando y le hacía preguntas a todo el mundo.

Jaime estaba pendiente del hospital, más metido en el abogado y en preparar la denuncia contra Lorena. Las cosas fluían, al menos así parecía. Entonces llegó una llamada del hospital, número privado. Jaime se paró del escritorio y contestó, era el patólogo, el tipo que había analizado los estudios anteriores. Señor Gallardo, necesito hablar con usted con urgencia. ¿Qué pasó? Revisamos más a fondo una muestra que tomaron después de la recaída. Encontramos algo inusual. Jaime tragó saliva. ¿Qué cosa? Hay rastros de una sustancia tóxica.

Algo que no corresponde al proceso habitual. No puedo confirmarlo sin más pruebas, pero podría ser que alguien provocó esa infección. La sangre se le heló, sintió el latido en los oídos. ¿Estás diciendo que fue intencional? No puedo afirmarlo con certeza, pero vamos a ser químico forense. Hay que ver qué fue. Si hay signos de envenenamiento o contaminación. Era como si le cayera el mundo encima de nuevo. Había pensado que lo peor ya pasó, que todo lo que quedaba era luchar contra Lorena en tribunales, pero esto, esto era diferente.

Jaime respiró hondo y guardó silencio largo. Luego preguntó, “¿Tendrían que repetir todas las pruebas? ¿Cuánto tardarían?” “Unos días, pero necesita estar en observación. Si se confirma, habría que tomar medidas legales y protegerla.” “Claro, haz lo que tengas que hacer.” colgó y se quedó mirando el teléfono. Una sustancia tóxica significaba que alguien planeó la recaída, que no todo fue accidente, que alguien quería matarla. Sintió ganas de gritar, de romper cosas, pero no lo hizo. Estaba en su oficina, tenía gente afuera esperándolo para juntas.

Se guardó el golpe y salió como si nada, pero por dentro el mundo le explotó. Ese día llegó a la habitación del hospital como un niño que vuelve a la escuela después de un relajo. Julieta lo miró con duda. ¿Estás bien? Sí, solo un tema que tengo que resolver. Ella asintió y volvió a la ventana. Sofie entró corriendo con su mochilita. Papá, le ganamos a la escuela. Me pusieron estrella en el pizarrón. Vaya campeón, dijo él sonriendo.

Me alegra mucho, pero su mente ya estaba en otra parte. Esa noche, cuando todos dormían, revisó los archivos que Dora le dio. Transacciones sospechosas, firmas falsas, gasto de medicamentos en cajas grandes, uso de productos de limpieza industrial en habitaciones privadas, todo lo que Lorena y su red manejaron y una idea lo encendió. Tal vez habían roto orden de un enfermero, un técnico, alguien de confianza, un cómplice dentro del hospital. Seguro alguien recibió dinero para alterar algo. Al amanecer, Jaime fue al Archivo Clínico y pidió ver los registros de productos y medicinas usados en el cuarto.

Nombraron fechas, lotes, quien firmó la entrega, identificó a una persona, nombre y foto. Una enfermera nueva contratada justo una semana antes de la recaída de Julieta. Esa ficha estaba en los papeles que Dora le entregó. Sin que él lo supiera, sintió un nudo en el pecho. Eso explicaba muchas cosas. La infección, el modo en que se ensució el expediente, hasta cómo llegaron los papeles falsos. Había alguien trabajando desde adentro. Ese mismo día editó una carta formal para el hospital y su abogado.

Reclamó la situación. pidió resguardar a Julieta y Sofi, pedía seguridad privada y exigió facultad de revisar cada acceso al cuarto. Toda esa tarde fue una mezcla de entrevista con seguridad, revisión de cámaras internas, seguimiento de inventario. Jaime no paraba, aunque su cuerpo le doliera del cansancio. En la escuela de Sofie pidió una reunión con las maestras. Quería revisar si alguien extraño había llegado preguntando por ella o por mamá. Sofi lo miró con curiosidad cuando ella lo acompañó.

Le dijo, “No te preocupes, papá. La maestra me abraza y dice que estás fuerte y que vamos a ganar todo.” Él le sonrió, pero algo le pesaba. A la noche, cuando volvió al hospital, encontró a Julieta mirando el techo como pensando, “¿Qué pasa? ¿Pensando en lo que dijiste esta mañana? ¿Que alguien pudo hacer esto? Es posible. Ya estamos investigando. Ella bajó la mirada. Quiero pelear contigo, no que me protejas de un veneno. Jaime la miró y ella le sonrió con tristeza.

Pero voy a luchar contigo. Esa frase lo remeció. En serio, había pasado tanto, mentiras, traiciones, dolor, pero ahora había algo inesperado, un ataque directo de adentro contra ellas. Ya no era por celos o poder, era por destrucción. y en lugar de derribarlos, les dio más razones para seguir. Mientras él salía, Sofi se asomó desde la puerta. Le mostró un nuevo dibujo, un dragón y una princesa. Le dijo, “Aquí está claro. El dragón es malvado y yo soy la princesa con espada.

Tú eres el caballero.” Jaime se quitó los lentes, la abrazó y le respondió, “Entonces vamos a derrotarlo juntos.” Y en ese momento supo que ese giro inesperado no iba a romperlos, al contrario, iba a demostrar quiénes eran en verdad. La etapa legal empezó a mover piezas más grandes. Con la carpeta de Dora y los documentos que el hospital había entregado, el abogado de Jaime presentó una demanda formal contra Lorena. Falsificación de documentos, amenazas, intento de secuestro, manipulación empresarial.

Fue un golpe potente. Pero no solo eso, reclamaron también responsabilidad civil al hospital por permitir acceso indebido a expedientes y provocar la recaída de Julieta por negligencia. Esos juicios eran complejos. Tardaban años, pero algo cambió. Ya no estaban solos. Tenían pruebas, testigos, evidencia. Y ese fue el primer paso para sentir que iban a ganar. Mientras el juicio avanzaba, la vida cotidiana empezó a reconstruirse. Julieta seguía en observación. Pero ya caminaba sin ayuda, con más fuerzas, con esa sonrisa que desaparecía cuando recordaba el dolor, pero que volvía cada vez que veía a su hija reír.

La presión no desapareció, pero se aligeró. Sabían que había luz al final. Lorena fue detenida formalmente. Ella protestó. dijo que todo había sido un acto pasional, que jamás quiso hacer daño. Intentó alegar que la firma falsa era un error administrador, que los medicamentos tóxicos culpable era el sistema, pero el juez ya había visto fotos, videos, memes, audios y la comitiva de investigación que revelaron su red. La audiencia preliminar fue intensa. El fiscal detalló todo. La carta de Julieta, la desaparición de Sofi, el video del secuestro.

las transferencias de dinero desde su cuenta a la empresa que manipulaba expedientes y cuando el abogado defensor quiso describirla como víctima, el juez lo frenó. “Esto no es un drama romántico”, dijo con firmeza. “Aquí hay pruebas de daño grave a terceros. Seguimos adelante con juicio por delitos graves. ” Lorena quedó bajo arresto domiciliario con tobillera electrónica. No pudo acercarse a ellos. No podía comunicarse ni con la empresa ni con su red. Fue el cierre de ese capítulo tóxico.

Y aunque la justicia no le devolvía años perdidos ni borraba el sufrimiento, sí dio algo. Contención. Aquí alguien estaba dispuesto a rendir cuentas. Con Lorena fuera comenzó la etapa de reconstrucción. Jaime solicitó formalmente la custodia legal de Sofi. Julieta firmó todo sin dudar. Presentaron pruebas de paternidad, documentos legales. No había resistencia. Fue una ceremonia pequeña, firma ante notario, testigos, firmas. Sofie escuchó sentada en la sala del abogado con ojos grandes cuando le dijeron, “A partir de hoy eres oficialmente hija de tu papá.” Ella sonrió, tomó la mano de él y dijo, “Ya lo sabía.

” Julieta, llorando leve, le dio una palmadita a la niña y allí, en esa formalidad del papel, se llevó dentro un alivio inmenso, no por lo legal, sino por lo íntimo. Finalmente, estaba claro para todos quiénes eran, qué habían vivido y que iban a construir desde ese instante. El hospital también tuvo que responder. Sanciones internas, cambios de protocolos, despido del personal implicado en la negligencia. cerraron las irregularidades y aceptaron indemnización económica, aunque al final lo que más interesaba no eran los pesos, sino el reconocimiento público del daño causado.

Jaime tuvo una reunión con directivos. No exigió venganza, solo pidió que aprendieran, que no permitieran que una historia así se repitiera con otra familia. Firmaron un compromiso público de cambio. A veces eso pesa más que una multa. En casa, la vida volvió a encontrar su pulso. Recién salidos del hospital, volvieron a andar por calles normales, feria del barrio, parque con helados, cine Sofi pidió palomitas sin chile por primera vez. Jaime consiguió una pequeña casa cerca de la escuela de Sofi, una casa con jardín, como en todos los dibujos.

No era una mansión ni tenía sala grande, pero era suyas. Tenía pintura nueva, fotos en la mesa, una de ellos tres, una con carta vieja de Julieta, un dibujo de Sofi. Esa casa ya no tenía ningún peso del pasado, era el presente que decidieron juntos. Lorena, mientras tanto, seguía su proceso legal. Intentó apelar la detención, alegó inestabilidad emocional, presentó testimonios falsos sobre la relación, pero toda la evidencia se volvió en su contra. En la audiencia siguiente, el abogado de Jaime mostró los correos falsos, los mensajes de WhatsApp adulterados, las transferencias bancarias, incluso un testimonio escrito

de una exempleada que dijo, “Ella nos decía que para proteger a su familia había que borrar a Julieta.” Frío, calculado. Y el juez falló. Condenado en primera instancia a 5 años de prisión, sin libertad condicional, sin trato especial. La sentencia fue escrita. manipulación, amenazas, fraude y secuestro. Lo peor es que aunque él ya no necesita venganza, hay una verdad que sí quiso ver hecha pública, que los engaños tienen consecuencias, que la mentira duele y daña, que aunque ella creó su propia historia con Jims, falló.

Julieta recibió la noticia en la sala de estar de la nueva casa. No había champaña ni aplausos, solo silencio. Sofi jugaba con un rompecabezas. Jaime la abrazó y ella le dijo, “Al fin se hizo justicia, fue paz, fue alivio, fue un aire que no estaban respirando hace meses. La redención no fue instantánea, eso lleva tiempo. Pero cada día que Sofi entraba en la escuela y decía, “Esa es mi mamá, ese es mi papá”, era una verdadción. Cada cena juntos, cada vez que reían de chistes malos, cada abrazo, cada dibujo en la pared era redención, porque

demostraban que el amor sí cura, que lo que fue falsedad no tenía cabida, que esa historia podía tener un final donde ellos ganan, donde su verdad brilla más que cualquier mentira inventada. Y así siguieron, con pasos pequeños, olvidando rencores, levantando varandas en la escuela, montando bases legales, decretando límites. Y, entre tanto, esa casa se llenó de risas, de tareas de escuela, de partidos de fútbol en el patio, de domingos de deja que te lleve al parque. La justicia no regresó lo perdido, pero sirvió para que el daño tuviera consecuencias reales.

La redención no borró el dolor, pero les permitió vivir con dignidad. Y ese final, que parecía imposible se volvió emocionante, porque es real, porque lo construyeron juntos y porque ahora el mundo sabe quiénes son. Después de la sentencia, después del juicio, después de todo lo que parecía cerrado, algo inesperado sucedió. Jaime estaba revisando unos papeles en su despacho del Vinamni, Nuevo Hogar, escuchando una canción suave en el celular mientras Sofie hacía tareas en la mesa de la sala y Julieta preparaba fruta en la cocina.

Todo parecía en calma, como debería ser. De pronto, su celular vibró. Era un mensaje de un número desconocido. No imaginó nada raro, pero cuando lo abrió sintió un escalofrío. Era una foto vieja, una carta escrita a mano, arrugada y amarilla. La había recibido por correo físico dentro de un sobre blanco sin remitente. La leyó al instante. No contenía muchas palabras. Decía, Sofi no es hija de Jaime. No te lo dijeron todo. Hay algo más en la familia que no saben.

Cuida a tu hija. Bajo la frase una firma ilegible. Nada más. Jaime se quedó helado. Sintió que el pecho se le apretaba. ¿Cómo podía haber otra revelación después de todo lo que ya habían vivido? Corrió a la cocina, le mostró la carta a Julieta con voz temblorosa. Lee esto. Ella lo leyó. Habló en voz baja. ¿Qué significa eso? No lo sé, pero dice que Sofi no es hija mía. Julieta lo miró con los ojos tan abiertos que parecía que algo dentro de ella se quebraba.

Sintió un dolor frío mientras decía. No puede ser. No sé qué hacer, admitió él. Todo lo que vencimos puede estar en duda. Los dos sintieron que el aire se les hacía escaso. Sofi entró preguntando qué pasaba. Intentaron tranquilizarla, pero tenían miedo de lo que esta nueva carta podía significar. Decidieron no alarmarla. No todavía. Primero tenían que investigar, buscar pruebas, respuestas. Fuera del ruido legal. Necesitaban saber la verdad por ellos mismos. Jaime contactó de nuevo al investigador privado.

Le pidió que rastreara el origen del sobre, que revisara grafologías, nombres, coincidencias, pero lo más urgente era hablar con doña Carmelita, que era quien había estado más cerca de la historia desde el principio. Ella abrió al final la puerta con su expresión fuerte de siempre. Así que ahora hay más sorpresas, preguntó sin rodeos. Exacto, dijo Jaime. Esta carta se la mostraron. La mujer suspiró y llevó el papel cerca de la luz. ¿Quién pudo mandarla? No lo sé, pero hay alguien más que sabe algo.

Y no es niña, ni mujer ni hombre. Es persona que ama a Sofi y cree que esa niña tiene derecho a saber. Ella cerró los ojos y dijo, “Mañana te traigo algo que puede explicar esto.” Al día siguiente, doña Carmelita llegó con una carpeta pequeña que guardaba en su bolsa. Adentro había evidencia nueva, un acta del hospital público en donde se registró el nacimiento de Sofi bajo ten, otro nombre, no Julieta, y firmado por un médico que ya no trabaja ahí, un nombre diferente al de Jaime y además un sello borroso que parecía de una autoridad, quizá falsificado.

Esto me lo dio una amiga de la clínica donde nació la niña explicó la abuela. No quiso quedárselo. Dijo que alguien le dio miedo y lo guardó para proteger a Julieta, pero algo me dijo que algún día se usara. Jaime sintió que la tierra se le abría debajo. Esto ya no era miedo, era una fractura interna. Julieta lloraba de vuelta. Estaban juntos en la sala leyendo todo. Sofi dibujaba cerca entender bien, pero notaba el silencio raro. De pronto se detuvo y levantó la mirada.

Mamá, ¿pasa algo? Julieta la abrazó. Nada, mi amor, nada que a ti te importe ahora. Pero en su voz él escuchó miedo y él también tenía miedo, mucho miedo. Decidieron hacer una prueba de ADN nueva, no solo de paternidad, sino también para compararla con los registros médicos. Necesitaban confirmación absoluta. Jaime llamó a su abogado y a su médico de confianza. Prepararon una cadena de custodia. Esto ya no era emocional, era protocolo. La abuela se quedó con Sofi en la cocina ese día.

trajo galletas y panecillos, le dijo a la niña que todo estaba bien, que solo era un momento de adultos. Ella se lo creyó y llenó de dibujos la mesa. Familia, escrito grande, con figuras conocidas, una casa, su mamá, su papá, un corazón. Jaime y Julieta les dieron una explicación sencilla. “Vamos a ver si todo está bien”, dijeron mirándose. No podían mentir, pero tampoco podían asustar, así que solo prometieron investigar juntos y que pase lo que pase, eso no cambiaría cómo se sentían el uno por el otro.

Mientras esperaban los resultados, vive un silencio raro. Cada risa se interrumpía con un pensamiento. ¿Qué hay en el expediente médico del hospital? ¿Qué nombre aparece bajo Sofi? ¿Qué persona firmó aquello? Los días pasaron lentos. Un mediodía llegó el mensaje del ADN, pero antes de verlo, Jaime recibió otro sobre blanco. Prepárense para lo que viene. La verdad llegó, lo abrió. Fue directo al punto. Sofie sí es hija de Jaime. El acta que les mandaron no es correcta. Fue una falsificación de la misma persona que fingió documentos para borrarte de Julieta.

Nada de lo que dijeron arriba tiene validez. Pero hay gente sucia aún cerca. No bajen la guardia. Esa segunda carta le dio un golpe tan raro que no supo si alegrarse o temblar. Respiró hondo y lo primero que hizo fue abrazar a Julieta. ¿Qué? La miró y le entregó ambas cartas. Ella lloró, no de tristeza, sino de alivio al fin. Los ojos les brillaron y el brazo se apretó. “Sigo creyendo en nosotros”, dijo él. “Pero esto esto fue lo último que me esperaba.

Ellos fueron a la policía, mostraron ambas cartas, presentaron la prueba de ADN, dijeron que el acta era falsa, que nunca tuvo validez. Nombraron quién fue la persona que falsificó papeles, la misma empleada que trabajaba para Lorena y que facilitó los registros. Todo concordaba. La verdad se hizo oficial otra vez. Sofi sí era hija de Jaime. Julieta nuevamente estaba segura. Todo el daño legal que pudieron haber causado se anulaba, pero lo más importante, la confianza rota se recompuso.

Alice la noche entera Sofi pintó un nuevo dibujo, un escudo con ellos tres dentro, lo pegó en la pared y dijo, “Esto es nuestra protección. ” Julieta limpió las lágrimas y dijo, “Desde ahora nadie puede jugar aparte de nosotros, ni con actas, ni con mentiras, ni con esa ex.” Jaime miró ese dibujo y sonríó. Es el mejor final que podemos tener, aunque llegó con miedo, pero este fin es real y nos pertenece. Y así la historia cerró con esa última revelación que casi los destruye, pero que terminó por confirmar lo que siempre supieron, que su

verdad no se rompe con mentiras y que incluso la revelación final sirvió para dejar claro que ellos tres juntos son el corazón más fuerte que existe. T