Cuando don Evaristo hundió su coa en la tierra de Sumilpa esa mañana, esperaba encontrar solo piedras y raíces como siempre, pero el sonido que escuchó jamás salía de la tierra común. Lo que descubrió después no solo cambió su vida para siempre, sino que reveló un secreto que las autoridades habían estado buscando durante décadas sin saberlo.
Y la decisión que tomó ese día le daría a su familia un futuro que ni en sus sueños más ambiciosos había imaginado. Pero antes de continuar, asegúrate de suscribirte y déjame saber en los comentarios desde dónde nos estás viendo. El sol apenas asomaba por el horizonte cuando don Evaristo Canul caminó hacia su milpa, como lo había hecho durante los últimos 40 años.
Sus pies descalzos conocían cada piedra del sendero, cada irregularidad del terreno que conectaba su humilde casa de mampostería con la parcela que heredó de su abuelo. A los 68 años, este hombre maya llevaba en sus venas la sabiduría de generaciones de agricultores que habían trabajado esta misma tierra en las afueras de Oxkutscab, el corazón de la región citrícola de Yucatán.
La bruma matutina se alzaba lentamente de la tierra roja yucateca, creando un velo místico que envolvía los antiguos árboles de zapote y seiva que bordeaban su propiedad. Don Evaristo respiró profundamente el aire fresco, cargado con el aroma dulce de los naranjos cercanos y la humedad característica que anunciaba la proximidad de la temporada de lluvias.
Sus manos curtidas por décadas de trabajo bajo el sol tropical agarraron firmemente la coa, esa herramienta ancestral que los mayas han usado para trabajar la tierra desde tiempos inmemoriales. Esta no era una milpa cualquiera. La parcela de 3 hectáreas había pertenecido a la familia Canul durante más de un siglo. Su bisabuelo, don Anastasio, había sembrado aquí maíz criollo cuando la hacienda en Equenera de la región aún dominaba el paisaje económico de Yucatán.
Su abuelo, don Jacinto, le había enseñado los secretos de la tierra, cuándo sembrar respetando las fases lunares, cómo leer las señales que enviaba Chak, el antiguo dios de la lluvia, y por qué ciertos lugares de la milpa siempre producían mazorcas más grandes y doradas.
Don Evaristo recordaba vívidamente las tardes de su infancia cuando su abuelo se sentaba bajo la sombra de la gran SEIba, que aún presidía el centro de la parcela. Con voz pausada y ojos brillantes, don Jacinto le contaba historias que su propio abuelo le había transmitido, relatos sobre los antiguos señores de estas tierras, hombres sabios que sabían hablar con los dioses y que habían construido ciudades magníficas donde ahora solo crecía monte y milpa.
Durante décadas, mientras araba y sembra, don Evaristo había encontrado pequeños tesoros, fragmentos de cerámica con diseños intrincados, pedazos de obsidiana tallada, caracolas marinas que debían haber viajado desde las costas del Golfo de México. Cada hallazgo lo guardaba cuidadosamente en una caja de madera en su casa, sin imaginar completamente su significado, pero con el respeto instintivo que su cultura ancestral había inculcado hacia todo lo que provenía de los abuelos antiguos.
Los vecinos del pueblo a menudo le decían que tenía suerte con su milpa. Año tras año, sus plantas de maíz crecían más altas y sus chiles más picantes que los de las parcelas vecinas. Don Evaristo sonreía ante estos comentarios, pero en su corazón sabía que había algo especial en esta tierra. Sentía una conexión profunda con cada surco, como si la misma tierra le hablara en susurros que solo él podía escuchar. Esa mañana de marzo, mientras se preparaba para la siembra de temporal, don Evaristo tenía una
sensación extraña. Los pájaros cantaban diferente. El viento traía aromas desconocidos y sus sueños de la noche anterior habían estado llenos de imágenes que no lograba decifrar. Hombres ataviados con plumas y jade, vasijas llenas de agua sagrada y una voz ancestral que le repetía una y otra vez: “Cuida lo que está por emerger, porque no es tuyo, sino de todos los que vinieron antes y todos los que vendrán después.
” Mientras caminaba hacia el área que había designado para la nueva siembra, don Evaristo reflexionaba sobre las palabras de su difunta esposa, doña Isabel, quien solía decirle que él tenía un don especial para entender las señales que la naturaleza enviaba. Ella había muerto 5 años atrás, pero él aún sentía su presencia en la milpa, especialmente durante las mañanas tranquilas como esta, cuando el mundo parecía sostener la respiración. esperando que algo importante estuviera por suceder.
El área donde don Evaristo había decidido ampliar su siembra estaba ubicada en una ligera elevación natural del terreno, un pequeño promontorio que siempre había llamado su atención. durante años había evitado trabajar intensivamente esa zona, siguiendo un instinto que no lograba explicar completamente.
Sin embargo, la necesidad de aumentar su producción para ayudar económicamente a su hija, quien estudiaba en Mérida, lo había motivado finalmente a expandir el cultivo hacia esa área. Comenzó a trabajar con movimientos rítmicos y precisos, tal como su abuelo le había enseñado.
La coa se hundía en la tierra con un sonido familiar, ese golpe seco y contundente que había acompañado sus mañanas durante décadas. Pero aproximadamente a las 8 de la mañana, cuando el sol ya calentaba su espalda a través de la camisa de manta blanca, algo cambió completamente. El sonido fue diferente. En lugar del golpe sordo habitual, la coa produjo un eco hueco metálico, como si hubiera golpeado una campana enterrada.
Don Evaristo se detuvo inmediatamente con el corazón acelerado. En sus 40 años trabajando esta tierra, jamás había escuchado algo así. Se quitó el sombrero de palma y se secó el sudor de la frente, mirando fijamente el punto donde había golpeado. Con movimientos cuidadosos, volvió a hundir la coa en el mismo lugar.
Otra vez ese sonido extraño, claramente diferente al ruido normal de la Tierra siendo removida. Sus manos comenzaron a temblar ligeramente mientras dejaba la herramienta a un lado y se arrodillaba junto al pequeño agujero que había creado. Usando sus manos como cucharas, comenzó a remover la tierra con una delicadeza que contrastaba con sus palmas callosas.
La tierra roja yucateca, húmeda por las lluvias recientes, se deslizaba entre sus dedos mientras cababa con creciente emoción. A los pocos minutos, sus dedos tocaron algo liso, duro, completamente diferente a las piedras irregulares que ocasionalmente encontraba. Lo que emergió gradualmente bajo sus manos fue una superficie curva, increíblemente lisa, de un color que variaba entre el ocre y el naranja brillante.
Parecía cerámica, pero de una calidad y belleza que jamás había visto. Mientras continuaba limpiando cuidadosamente la tierra adherida, comenzaron a aparecer diseños pintados, líneas rojas y negras que formaban patrones geométricos complejos, figuras que parecían representar animales y formas humanas. Don Evaristo se sentó sobre sus talones contemplando con asombro lo que había descubierto.
Su corazón latía tan fuerte que podía escucharlo en sus oídos. Las historias de su abuelo sobre los antiguos señores de estas tierras resonaron súbitamente en su mente con una claridad cristalina. Esto no era simplemente un fragmento cerámico más. La calidad de la pintura, la perfección de las formas, la complejidad de los diseños, todo indicaba que había encontrado algo verdaderamente excepcional.
con manos temblorosas, continuó excavando alrededor del objeto. Gradualmente se dio cuenta de que lo que había encontrado era solo una parte de algo mucho más grande. La pieza parecía extenderse hacia ambos lados, sugiriendo que se trataba de una vasija de dimensiones considerables. Mientras trabajaba, aparecieron más detalles, lo que parecía ser la representación de una figura con una nariz prominente y el, colmillos curvos y ojos almendrados decorados con espirales intrincadas.
El sol continuaba su ascenso y el calor se intensificaba. Pero don Evaristo estaba completamente absorto en su descubrimiento. Había olvidado la sed, el cansancio e incluso el propósito original de preparar la tierra para la siembra. En sus manos tenía algo que conectaba directamente con las historias que había escuchado toda su vida, algo que parecía validar cada relato que su abuelo le había transmitido sobre la grandeza de sus ancestros.
Cuando finalmente se detuvo para evaluar lo que había descubierto, don Evaristo comprendió que se encontraba ante un dilema que cambiaría su vida para siempre. Podía continuar excavando por su cuenta, arriesgándose a dañar lo que evidentemente era un objeto de valor incalculable o podía buscar ayuda profesional. Su instinto le decía que esto era demasiado importante para manejarlo solo.
Mientras contemplaba la superficie parcialmente expuesta del objeto, con sus colores brillantes que desafiaban los siglos transcurridos, don Evaristo sintió una responsabilidad abrumadora. No se trataba solo de su descubrimiento personal, se trataba de algo que pertenecía a la historia de su pueblo, a la memoria colectiva de los mayas yucatecos. Las palabras de su abuelo resonaban en su mente.
La tierra no nos pertenece. Nosotros pertenecemos a la tierra. Y cuando ella decide revelarnos sus secretos, debemos ser dignos de esa confianza. cubrió cuidadosamente el objeto con un pedazo de lona que había traído para protegerse del sol, asegurándose de que quedara completamente protegido.
Sabía que la decisión que tomara en las próximas horas sería crucial no solo para él, sino potencialmente para el entendimiento de la historia de su región. Don Evaristo caminó de regreso a su casa con pasos lentos y pensativos, su mente repleta de preguntas que no sabía cómo responder. El descubrimiento había removido algo profundo en su interior, una mezcla de emoción, responsabilidad y una extraña sensación de destino cumplido.
Durante el trayecto recordó innumerables conversaciones con su abuelo sobre la importancia de respetar y proteger los vestigios de los antiguos. Una vez en casa se sentó en su mecedora de bejuco bajo la sombra del corredor donde solía tomar su café matutino. La casa, construida con la técnica tradicional de mampostería con techo de palma había sido el hogar de tres generaciones de su familia.
En las paredes colgaban fotografías en blanco y negro de sus antepasados, y en una esquina especial se encontraba la caja de madera donde guardaba todos los fragmentos cerámicos que había encontrado a lo largo de los años. Su primera reacción fue buscar esa caja y compararla con lo que acababa de descubrir.
Al sacar cuidadosamente los fragmentos que había coleccionado durante décadas, se dio cuenta de inmediato de que aunque algunos mostraban diseños similares, ninguno tenía la calidad artística ni el estado de conservación de lo que había encontrado esa mañana. Era como comparar una nota musical aislada con una sinfonía completa. La voz de su vecino, don Aurelio, lo sacó de sus reflexiones.
El hombre mayor se acercó por el sendero de piedras que conectaba las dos propiedades, curioso por saber por qué Evaristo había regresado tan temprano de la milpa. ¿Qué pasó, compadre? ¿Te enfermaste o qué? Nunca te he visto regresar antes de las 10. le preguntó don Aurelio con la familiaridad de quien ha sido vecino durante más de 30 años. Don Evaristo dudó por un momento.
Sabía que su descubrimiento era extraordinario, pero también entendía que la noticia podría extenderse rápidamente por el pueblo si no era cuidadoso. Decidió compartir parcialmente su hallazgo con su viejo amigo, consciente de que necesitaba consejo, pero también discreción. Aurelio, encontré algo en la milpa, algo diferente a los fragmentitos que siempre salen.
Esto es, esto es grande, hermano, y no sé qué hacer, le confesó don Evaristo, invitando a su vecino a sentarse en la otra mecedora. Don Aurelio, un hombre de 72 años que había trabajado como maestro rural antes de jubilarse, escuchó atentamente mientras Evaristo describía su descubrimiento. Sus ojos se agrandaron gradualmente a medida que comprendía la magnitud de lo que su amigo había encontrado.
“Ebaristo, si lo que me dices es cierto, esto no es algo que puedas manejar tú solo. Recuerda cuando encontraron esos entierros en Mayapán.” Hace unos años vinieron arqueólogos de México, estudiaron todo como debe ser y ahora esos hallazgos están en museos donde todo el mundo puede verlos y aprender de ellos”, le dijo don Aurelio con voz seria. La mención de Mayapán resonó profundamente en Donaristo.
Había visitado ese sitio arqueológico varias veces y siempre se había sentido orgulloso de saber que esas maravillas habían sido construidas por sus ancestros. La idea de que su descubrimiento pudiera tener una importancia similar lo llenó tanto de orgullo como de una responsabilidad abrumadora. Pero, Aurelio, ¿y si viene la gente del gobierno y me quita mi tierra? ¿Y si no me dejan sembrar más en la milpa, esta tierra es lo único que tengo para mantener a mi familia?”, expresó don Baristo, vocalizando los miedos que lo habían estado atormentando
desde el momento del descubrimiento. Don Aurelio se inclinó hacia adelante con la sabiduría de quien ha navegado por décadas los complejos asuntos burocráticos del campo mexicano. Compadre, he conocido casos donde la gente del INÁ ha trabajado con los campesinos, no contra ellos. Si tú te comportas de buena fe, ellos van a reconocer eso. Además, piénsalo.
Si realmente es algo importante, esto podría traer beneficios no solo para ti, sino para todo el pueblo. Las palabras de su amigo Calaron hondo en Donebaristo. Recordó las enseñanzas de su abuelo sobre la importancia de pensar no solo en el beneficio personal, sino en el bienestar de la comunidad.
También pensó en su nieta Itzell, una niña brillante de 12 años que siempre hacía preguntas inteligentes sobre las historias familiares y que soñaba con estudiar más allá de la escuela secundaria del pueblo. Después de que don Aurelio se marchó, prometiendo mantener el secreto hasta que Evaristo tomara una decisión, el agricultor pasó el resto del día en profunda reflexión.
visitó la tumba de su esposa en el pequeño cementerio del pueblo, buscando la claridad mental que siempre encontraba en esos momentos de comunión silenciosa con su memoria. Esa noche, mientras la brisa nocturna mecía las hojas de los naranjos y el canto de los grillos llenaba el aire, don Evaristo tomó la decisión que cambiaría no solo su vida, sino potencialmente la comprensión histórica de su región.
Al día siguiente se dirigiría al centro del pueblo para usar el teléfono público y contactar al Instituto Nacional de Antropología e Historia en Mérida. Antes de dormir, regresó una vez más a la milpa, alumbrándose con una linterna. Bajo la luz amarillenta, verificó que el objeto siguiera seguro bajo la lona.
Al contemplar nuevamente esa superficie curva con sus diseños milenarios, sintió una paz profunda. Sabía que estaba tomando la decisión correcta, la decisión que su abuelo habría tomado, la decisión que honraba tanto a sus ancestros como a las generaciones futuras. La llamada telefónica que Don Baristo realizó desde el centro de Oxcutscab esa mañana de jueves cambiaría para siempre la rutina tranquila de su vida.
con voz ligeramente temblorosa por los nervios, explicó al funcionario de LINA en Mérida lo que había encontrado en su mil. La respuesta fue inmediata y emocionada. Un equipo de arqueólogos se dirigiría a su propiedad al día siguiente para evaluar el descubrimiento. El viernes por la mañana, don Evaristo esperaba nerviosamente junto al sendero que conducía a su casa. Se había levantado antes del amanecer.
Había limpiado meticulosamente su propiedad y había preparado agua fresca de Jamaica para recibir a los visitantes. A las 9 en punto, una camioneta blanca del gobierno se detuvo frente a su casa, levantando una pequeña nube de polvo rojizo característico de los caminos yucatecos. De la camioneta descendieron tres personas que inmediatamente captaron la atención de Don Evaristo.
La que parecía dirigir el grupo era una mujer de aproximadamente 40 años, de estatura media, con cabello negro recogido en una cola de caballo y una sonrisa cálida que inmediatamente tranquilizó al nervioso agricultor. Vestía pantalones de trabajo, botas de campo y una camisa de manga larga que la protegía del sol tropical. Buenos días, don Evaristo.
Soy la doctora Patricia Sunú, arqueóloga del centro Ina Yucatán. Hablamos ayer por teléfono. Se presentó la mujer con un acento que combinaba la cadencia yucateca con la formalidad académica. Estos son mis colegas, el arqueólogo Miguel Chan y la conservadora Sofía Rejón. Muchas gracias por contactarnos. Don Baristo se sintió inmediatamente tranquilizado por la calidez humana del equipo.
La Doctap Sun le explicó que ella misma era originaria de un pueblo maya en Campeche y que entendía perfectamente la importancia cultural y personal de lo que él había encontrado. Esta conexión cultural fue crucial para establecer la confianza que caracterizaría toda la colaboración posterior. Después de aceptar un vaso de agua fresca y de una conversación inicial en la que don Evaristo relató detalladamente las circunstancias de su descubrimiento, el grupo se dirigió hacia la milpa. El arqueólogo Miguel Chan, un hombre joven de ascendencia
maya, llevaba consigo una mochila llena de herramientas especializadas, cámaras fotográficas y dispositivos de medición que a don Evaristo le parecían fascinantes. Cuando llegaron al sitio del hallazgo, la doctora Sunun retiró cuidadosamente la lona que protegía el objeto. El silencio que siguió fue elocuente.
Los tres profesionales intercambiaron miradas de asombro y emoción contenida. mientras observaban la superficie parcialmente expuesta, de lo que claramente era una pieza cerámica de calidad excepcional. “Don Evaristo, lo que usted ha encontrado es verdaderamente extraordinario”, murmuró la doctora Sunun mientras se arrodillaba junto al hallazgo y sacaba una lupa de aumento para examinar los detalles de la decoración, los colores, la técnica pictórica, los motivos iconográficos.
Todo indica que se trata de una pieza del periodo clásico tardío, probablemente entre los años 600 y 900 después de Cristo. Miguel Chang comenzó a tomar fotografías detalladas desde múltiples ángulos, documentando meticulosamente cada aspecto visible del objeto. Mientras tanto, Sofía Rejón evaluaba las condiciones de conservación y el estado del contexto arqueológico circundante.
La profesionalidad y el respeto con que trataban tanto el hallazgo como la propiedad de don Evaristo, lo tranquilizaron completamente. Necesitamos proceder con extremo cuidado, explicó la doctora Sunun. Primero vamos a realizar un mapeo detallado del área, después utilizaremos georradar para determinar si hay más estructuras enterradas y finalmente procederemos con la excavación sistemática. Todo esto por supuesto con su autorización y colaboración.
Don Evaristo asintió solemnemente. La seriedad científica del proceso lo impresionaba profundamente, pero lo que más lo tranquilizaba era la actitud respetuosa del equipo hacia él y hacia su propiedad. Lejos de tratarlo como un obstáculo, lo incluían como colaborador esencial en el proceso de investigación.
Durante las siguientes horas, el equipo estableció una cuadrícula de excavación alrededor del hallazgo inicial. utilizando estacas de madera y cordeles, delimitaron un área de 5 m por 5 m, centrada en el objeto descubierto.
La doctora Sunun le explicó a don Evaristo que esta metodología era estándar en arqueología para asegurar que no se perdiera información contextual valiosa. Mientras trabajaban, la conservadora Sofía Rejón notó algo que aumentó significativamente la emoción del equipo. Gotora Sunun. Observe esto, dijo señalando hacia un área ligeramente elevada a unos metros del hallazgo inicial.
La configuración del terreno sugiere que podríamos estar ante un montículo artificial. Si es así, esto podría ser mucho más que una ofrenda aislada. La posibilidad de que el descubrimiento de don Evaristo fuera parte de un complejo arquitectónico mayor transformó completamente la perspectiva del proyecto. Lo que había comenzado como la evaluación de un hallazgo casual se estaba convirtiendo en una investigación arqueológica de potencial importancia regional.
Al final del primer día, el equipo había establecido las bases para una excavación formal. Se montaron toldos para proteger el área de trabajo del intenso sol yucateco y se instaló un sistema básico de seguridad nocturna. La doctora Sunun le aseguró a don Evaristo que el proceso sería transparente, que él estaría involucrado en cada etapa y que cualquier decisión sobre el futuro del sitio se tomaría en consulta con él.
Esa noche, mientras don Evaristo reflexionaba sobre los eventos del día, se sintió profundamente satisfecho con la decisión que había tomado. Los arqueólogos no solo habían demostrado un profundo respeto por su descubrimiento, sino que lo habían tratado como un colaborador valioso en lugar de como un simple informante.
se durmió con la certeza de que estaba participando en algo que trascendía su experiencia personal para convertirse en un aporte a la comprensión de la historia de su pueblo. Los siguientes 5co días transformaron la milpa de don Evaristo en un laboratorio arqueológico al aire libre. Cada mañana el equipo de Lina arribaba temprano trayendo consigo nuevos instrumentos y refuerzos especializados que se habían sumado al proyecto conforme crecía su importancia evidente.
Lo que había comenzado como la investigación de un hallazgo aislado se había convertido en una excavación formal que atraía la atención de arqueólogos de toda la península de Yucatán. El trabajo era meticuloso hasta el extremo. Cada centímetro de tierra removida era cernida cuidadosamente.
Cada fragmento encontrado era fotografiado, medido, catalogado y ubicado precisamente en mapas detallados. Don Evaristo observaba fascinado este proceso, aprendiendo una nueva forma de relacionarse con la tierra que había trabajado durante décadas, donde él veía simplemente suelo para sembrar. Los arqueólogos veían capas de historia humana acumulada a lo largo de milenios.
La dococora Sun le había explicado que la arqueología moderna era como leer un libro gigantesco escrito en la Tierra, donde cada capa representaba un capítulo diferente de la historia humana. Don Evaristo, su milpa es como una biblioteca enterrada. le había dicho mientras le mostraba cómo los diferentes tonos y texturas del suelo revelaban distintos periodos de ocupación humana.
El segundo día trajeron el Georadar, un dispositivo que parecía sacado de una película de ciencia ficción, pero que según Miguel Chan podía ver estructuras enterradas sin necesidad de excavar. Cuando pasaron el aparato por el área circundante al hallazgo inicial, los resultados fueron espectaculares.
La pantalla del georadar mostraba claramente la presencia de múltiples estructuras rectangulares enterradas organizadas alrededor de lo que parecía ser una plaza central. “Don Evaristo, lo que tenemos aquí no es solo una vasija ceremonial”, le explicó la doctora Sunun con evidente emoción. Los datos del georradar sugieren que su milpa se encuentra sobre un complejo arquitectónico prehispánico de considerable tamaño.
Podríamos estar ante un centro ceremonial dedicado a actividades agrícolas rituales. La revelación de que su propiedad cubría un sitio arqueológico completo inicialmente preocupó a don Evaristo. Sin embargo, la docótora Sun le aseguró que esto no significaba la pérdida de sus derechos sobre la tierra. sino una oportunidad extraordinaria de participar en un proyecto de importancia nacional que podría beneficiar tanto a él como a su comunidad. El tercer día comenzó la excavación del objeto que había iniciado todo el proceso.
Utilizando pinceles, espátulas dentales y herramientas aún más delicadas, el equipo de conservación comenzó a liberar gradualmente la pieza de la matriz de tierra que la había protegido durante más de 1000 años. Era un proceso hipnóticamente lento, pero absolutamente necesario para preservar cada detalle de información que la pieza pudiera proporcionar.
Mientras observaba el trabajo de liberación de la vasija, don Evaristo comenzó a comprender por primera vez la verdadera magnitud artística de lo que había descubierto. Lo que inicialmente había visto como una superficie curva decorada se revelaba gradualmente como una obra maestra de la cerámica maya.
Los colores, rojos, naranjas, negros y un azul brillante que los arqueólogos llamaban azul maya mantenían una vibración extraordinaria después de más de un milenio enterrados. Pero lo que más impresionó a don Evaristo fueron las figuras pintadas en la superficie de la vasija. A medida que emergían de la tierra se revelaban escenas complejas que parecían narrar una historia completa.
Había figuras humanas ricamente ataviadas, animales fantásticos y símbolos que aunque no los podía leer, le resultaban extrañamente familiares. Mire aquí, don Evaristo”, le dijo Sofía Rejón señalando una figura prominente en la vasija. Esta representación con la nariz el colmillos curvos es Chac, el dios maya de la lluvia. Y estas líneas onduladas representan agua y lluvia.
Su antepasado, que creó esta vasija, la dedicó específicamente a ceremonias para invocar las lluvias para la agricultura. La conexión se hizo inmediatamente evidente para don Evaristo. Durante generaciones, su familia había trabajado esta tierra dependiendo de las lluvias estacionales. Sus ancestros más antiguos habían construido este lugar sagrado exactamente para el mismo propósito, asegurar las lluvias que garantizarían buenas cosechas.
Él había estado cultivando literalmente sobre un templo dedicado a la misma actividad que él realizaba día tras día. El cuarto día trajo el descubrimiento más emocionante hasta ese momento. Mientras expandían la excavación siguiendo las indicaciones del georadar, Miguel Chan encontró lo que claramente era el borde de una estructura de piedra caliza tallada.
La limpieza cuidadosa reveló que se trataba de un altar ceremonial con glifos mallas tallados en sus laterales. “Esto es excepcional”, murmuró la doctora Sunun mientras fotografiaba los glifos recién descubiertos. Vamos a necesitar un epigrafista especializado para leer estas inscripciones, pero puedo ver fechas del calendario maya y lo que parecen ser referencias a ceremonias de lluvia.
Durante todo este proceso, don Evaristo se había convertido en mucho más que un simple propietario de la Tierra. su conocimiento íntimo del terreno, su memoria de los patrones de hallazgos anteriores y su comprensión intuitiva de los ciclos naturales locales se habían vuelto invaluables para el equipo de investigación.
Los arqueólogos habían comenzado a consultarle regularmente sobre aspectos del sitio que solo alguien con su experiencia de décadas podía proporcionar. El quinto día culminó con la liberación completa de la vasija original. Cuando finalmente pudieron levantar la pieza intacta de su lecho milenario, el silencio reverencial del equipo fue total.
tenían en sus manos un cuenco ceremonial policromo del periodo clásico tardío en estado de conservación prácticamente perfecto. Las dimensiones eran impresionantes, 40 cm de diámetro y 25 de altura, con paredes decoradas con escenas que narraban visualmente los mitos de creación maya relacionados con la agricultura y las lluvias.
Esa noche, mientras don Evaristo contemplaba las fotografías de alta resolución que Miguel Chan había tomado de la vasija, sintió una conexión emocional abrumadora con sus ancestros. No se trataba simplemente de un objeto antiguo, era un mensaje directo de los antiguos mayas que habían vivido, trabajado y celebrado en exactamente el mismo lugar donde él había dedicado su vida a la agricultura. La llegada del Dr.
Eduardo Pérez, epigrafista especializado en escritura maya del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, marcó un punto de inflexión crucial en la investigación. Su presencia significaba que finalmente podrían leer los mensajes que los antiguos mayas habían dejado tallados en el altar ceremonial y pintados en la extraordinaria vasija de don Evaristo.
Durante los primeros dos días de trabajo del Dr. Pérez. La milpa se llenó de una energía diferente. Mientras los arqueólogos continuaban expandiendo la excavación, descubriendo nuevas estructuras y artefactos, el epigrafista trabajaba meticulosamente con lupas de alta potencia, cámaras especializadas y software de computadora, que podía resaltar detalles imperceptibles a simple vista en las inscripciones glíficas.
Don Evaristo observaba fascinado como el doctor Pérez conversaba literalmente con los textos antiguos. “Cada glifo es como una palabra en un idioma que creíamos perdido para siempre”, le explicó el académico durante una de sus pausas para el almuerzo. Pero gradualmente los mayanistas hemos logrado descifrar aproximadamente el 80% de la escritura maya clásica.
Estos textos de su propiedad están agregando información valiosa a nuestro entendimiento. El primer gran descubrimiento textual llegó el martes de la segunda semana. El Dr. Pérez había logrado descifrar parcialmente las inscripciones del altar ceremonial y los resultados eran extraordinarios.
Según su lectura preliminar, el sitio había sido conocido en la antigüedad como Jaxes Mull, que se traduce aproximadamente como primera agua verde o primer manantial sagrado. Don Evaristo, según estos textos, este lugar fue fundado específicamente como un centro ceremonial para invocar las lluvias durante periodos de sequía”, le explicó el doctor Pérez con evidente emoción.
Las fechas que puedo leer con certeza corresponden al año 734 después de Cristo, durante el reinado de un gobernante cuyo nombre estamos tratando de descifrar completamente. Pero la revelación más impactante llegó cuando el epigrafista logró leer las inscripciones pintadas en la vasija ceremonial.
El texto escrito en una hermosa caligrafía maya clásica que rodeaba completamente el borde del cuenco, resultó ser una fórmula ritual completa para las ceremonias de invocación de lluvia. “Esto es absolutamente extraordinario”, murmuró el doctor Pérez mientras proyectaba fotografías ampliadas de los glifos en una pantalla portátil que había instalado bajo una de las carpas.
El texto describe paso a paso cómo se debían realizar las ceremonias de Chacha, las mismas ceremonias que las comunidades mayas contemporáneas aún realizan durante las sequías. La conexión entre el pasado y el presente se hizo tangible de una manera que emocionó profundamente a don Evaristo.
Las ceremonias que el texto antiguo describía eran prácticamente idénticas a los rituales que él había visto realizar a los ancianos de su pueblo durante su juventud, cuando las sequías amenazaban las cosechas. La docotra Sunun aprovechó este momento para explicarle a don Evaristo el contexto histórico más amplio de su descubrimiento.
Don Evaristo, lo que usted encontró no es simplemente valioso por su antigüedad o su belleza artística. Es valioso porque nos ayuda a entender la continuidad cultural de su pueblo. Los mayas no desaparecieron misteriosamente, como a veces se dice. Ustedes están aquí manteniendo vivas muchas de las tradiciones que se describen en estos textos milenarios. Durante las excavaciones continuaron apareciendo nuevos hallazgos que enriquecían la comprensión del sitio.
Se descubrieron fragmentos de otras vasijas ceremoniales, herramientas de obsidiana, cuentas de jade y más emocionante aún los restos de lo que parecía ser un chultú, un depósito subterráneo de agua que los antiguos mayas construían para almacenar agua de lluvia durante las temporadas secas. Este Chultun conecta perfectamente con la función del sitio, explicó Miguel Chan mientras documentaba meticulosamente la estructura hidráulica.
Los antiguos habitantes no solo realizaban ceremonias para invocar la lluvia, sino que también tenían sistemas prácticos para conservar el agua cuando llegaba. La excavación del chultú reveló que había sido utilizado continuamente durante varios siglos. Las capas de sedimento en su interior contenían fragmentos cerámicos de diferentes periodos, indicando que el sitio había mantenido su función sagrada mucho más tiempo de lo que inicialmente habían estimado.
Mientras los trabajos continuaban, don Evaristo comenzó a comprender que su descubrimiento tenía implicaciones que trascendían su experiencia personal. El sitio de Jack Mull se estaba revelando como un ejemplo extraordinariamente bien preservado de la religión agrícola maya, proporcionando información detallada sobre prácticas ceremoniales que habían sido fundamentales para la supervivencia de las comunidades mayas durante más de un milenio.
La doctora Sunun le había explicado que hallazgos como este eran extremadamente raros. La mayoría de los sitios arqueológicos mayas habían sido saqueados durante siglos o habían sufrido deterioro por causas naturales. El hecho de que Jack Mull hubiera permanecido intacto bajo su milpa durante tantos siglos, representaba una oportunidad única para los arqueólogos de estudiar un contexto ceremonial completo y sin disturbar.
Al final de la segunda semana de excavaciones, el equipo había logrado definir claramente la extensión y la importancia del sitio. Se trataba de un complejo ceremonial que incluía tres estructuras principales organizadas alrededor de una plaza central con el chultú ubicado estratégicamente para recolectar agua de lluvia de los techos de los edificios circundantes.
Los análisis de radiocarbono de muestras de carbón encontradas en contextos arqueológicos seguros confirmaron que el sitio había sido utilizado intensivamente entre los años 650 y 900 después de Cristo, exactamente durante el periodo de mayor florecimiento de la civilización maya clásica en la región. Tres meses después del descubrimiento inicial, la vida de don Evaristo había cambiado de maneras que jamás habría imaginado.
Sin embargo, estos cambios no habían alterado su esencia fundamental, ni lo habían alejado de sus raíces. Por el contrario, el proceso había profundizado su conexión con su herencia cultural y había abierto oportunidades extraordinarias para él y su familia. El punto culminante llegó en una ceremonia oficial organizada por el INA en la cabecera municipal de Oxcutscab.
El evento al que asistieron autoridades estatales, académicos de universidades nacionales e internacionales, representantes de comunidades mayas de toda la península y medios de comunicación, tenía como propósito formalizar el nuevo estatus del sitio y reconocer públicamente la decisión ejemplar de don Evaristo.
La doctora Patricia Sunun, quien había dirigido todo el proyecto de investigación, tomó la palabra para explicar la importancia científica del descubrimiento. El sitio de Jack Mull, descubierto por don Evaristo Canul, representa uno de los complejos ceremoniales agrícolas mejor conservados del área maya.
Las vasijas, textos e instalaciones hidráulicas encontradas nos proporcionan información única sobre las prácticas religiosas que sustentaron la civilización maya durante siglos. Pero el momento más emotivo llegó cuando el director del centro Ina a Yucatán se dirigió directamente a Don Evaristo.
Su decisión de contactar inmediatamente a las autoridades arqueológicas en lugar de excavar por cuenta propia o vender los objetos en el mercado negro. ha permitido que este patrimonio cultural invaluable se preserve para las generaciones futuras. Por esta razón, el Instituto Nacional de Antropología e Historia le otorga el título de guardián honorario del patrimonio maya de Yucatán.
El reconocimiento incluía una placa conmemorativa que sería instalada permanentemente en el sitio, identificando a don Evaristo como codescubridor oficial del sitio arqueológico. Pero más importante aún, el título conllevaba responsabilidades específicas que él aceptó con profundo orgullo. colaborar en los programas educativos que se desarrollarían en el sitio y servir como enlace entre la comunidad local y los investigadores.
Sin embargo, el reconocimiento más significativo para don Evaristo llegó cuando se anunció que su nieta Itzell había sido seleccionada para recibir una beca para estudiar arqueología en la Universidad Nacional Autónoma de México. La beca establecida específicamente para descendientes de comunidades que contribuyan significativamente a la preservación del patrimonio arqueológico nacional, cubriría no solo los gastos de estudio, sino también manutención y materiales durante toda la carrera universitaria.
Cuando Itzel, ahora de 13 años, subió al estrado para recibir simbólicamente la carta de aceptación de la beca, sus ojos brillaban con lágrimas de emoción y determinación. “Abuelo, voy a estudiar mucho para poder regresar y ayudar a cuidar los tesoros de nuestros ancestros”, le susurró mientras lo abrazaba.
La ceremonia también formalizó el acuerdo de colaboración a largo plazo entre donaristo, el INA y la Universidad Autónoma de Yucatán para el desarrollo del sitio como centro de investigación y educación cultural. El plan incluía la construcción de un pequeño museo de sitio, senderos interpretativos y un programa de turismo cultural comunitario que generaría ingresos sostenibles para don Evaristo y las familias vecinas.
Una parte especial de la ceremonia estuvo dedicada a la presentación oficial de la vasija ceremonial de Chac, que había sido restaurada completamente por especialistas del INA. La pieza, ahora considerada una de las cerámicas mallas policromas mejor conservadas de la península de Yucatán, se exhibiría permanentemente en el Museo Maya de Cancún, con una placa que reconocía tanto a Don Evaristo como codescubridor como a la comunidad de Oxcutscabana del patrimonio cultural.
Como símbolo de gratitud y reconocimiento, el Museo Maya de Cancún encargó a artesanos especializados la creación de una réplica exacta de la vasija realizada en jade y oro, siguiendo técnicas prehispánicas. Esta réplica fue entregada formalmente a don Evaristo como patrimonio familiar permanente, asegurando que las generaciones futuras de la familia Canul mantuvieran una conexión tangible con su extraordinario descubrimiento.
En los meses siguientes, el sitio de Jack Mull se había convertido en un modelo de colaboración entre comunidades locales e instituciones académicas. Don Evaristo se había transformado en un educador cultural respetado, guiando regularmente a grupos de estudiantes y visitantes por el sitio, compartiendo tanto el conocimiento científico que había aprendido de los arqueólogos, como la sabiduría tradicional que había heredado de sus ancestros.
La milpa de don Evaristo continuaba produciendo maíz, frijol y chile, como lo había hecho durante generaciones. Sin embargo, ahora lo hacía en armonía consciente con el sitio arqueológico, siguiendo un plan de manejo que permitía tanto la continuidad de las actividades agrícolas tradicionales como la preservación del patrimonio cultural descubierto.
En las tardes, después de terminar su trabajo en La Milpa, don Evaristo solía sentarse bajo la gran seiva que presidía el sitio, contemplando el lugar donde su decisión correcta había transformado no solo su vida, sino la comprensión histórica de toda una región. A veces llegaban visitantes de lugares lejanos, estudiantes, investigadores, turistas culturales, todos deseosos de conocer la historia del campesino, que había elegido preservar el patrimonio de sus ancestros en lugar de buscar beneficio personal inmediato. Su historia se había convertido en un ejemplo inspirador de
cómo la honestidad, el respeto cultural y la colaboración entre comunidades tradicionales e instituciones académicas pueden generar beneficios genuinos y duraderos para todos los involucrados. Don Evaristo había demostrado que los verdaderos guardianes del patrimonio cultural no son solo las instituciones oficiales, sino las comunidades que mantienen viva la conexión con sus raíces. ancestrales.
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