Un huérfano desesperado con una maleta llamó a la puerta de un restaurante. El propietario se quedó atónito al saber su apellido.
Te convertirás en la estrella más brillante y talentosa de todas. Llamarás la atención y tu nombre aparecerá en todos los carteles.
Sofía lloró, enterrando su cara en la manta que cubría a su padre. Su mano, débil pero aún cálida, le acarició el cabello.
—No llores, hija mía, no. No puedes engañar al destino. —Escúchame, por favor —susurró.
Sofía levantó su rostro lleno de lágrimas. Su padre habló con una voz casi inaudible, como si cada palabra le costara un gran esfuerzo:
No me interrumpas. Ya no me quedan fuerzas… Éramos dos: Mikhail y yo, Grigori. Éramos amigos inseparables, incluso juramos por la sangre que nuestra amistad duraría para siempre. Y entonces apareció tu madre. Ambos nos enamoramos de ella. Verás, cuando nace el amor, la amistad suele quedar relegada a un segundo plano. Tu madre me eligió a mí, y Mikhail no pudo aceptarlo.
Pero es una gran persona. Si las cosas se ponen realmente difíciles para ti, puedes recurrir a él. Él no te abandonará. Actualmente es propietario del restaurante “Brisa”. Recuerda esto, Sofía. Un día tal vez pueda salvarte. Hay más, pero si quiere te lo dirá…
Recuerda: Te amo con todo mi corazón, creo en ti y sé que saldrás adelante.
Sofía abrazó fuertemente a su padre, y de repente su cuerpo se tensó… luego quedó sin vida.
“¡Papá! ¡Papá!” Su grito resonó por toda la habitación.
La sacaron de la cama. Los médicos entraron corriendo a la habitación, pero Sofía observaba la escena como desde lejos. Un solo pensamiento cruzó por su mente: “Estoy solo”. Completamente solo en el mundo. »
Al día siguiente, después del velorio, una vez que los invitados se marcharon, la suegra miró fríamente a Sofía:
Ve a buscar trabajo mañana. No te apoyaré.
“Pero yo estudio…”
—Estás estudiando, ¿verdad? —se burló la madrastra. No te vas a llenar el estómago de canciones. Si no encuentras trabajo, te quedarás sin hogar. ¿Entendido?
“¡Pero esta es mi casa!” »
La madrastra saltó, sus ojos brillaban de furia:
¿Qué? ¿Tu casa? ¡Ah! Esta es mi casa. Soy la esposa legal de tu padre. Así que cállate. Y que quede claro: ahora soy buena. Pero puedo ser muy diferente.
Sofía salió corriendo de la habitación, cerrando la puerta de un portazo. Lloró toda la noche, abrazando una foto de su padre. Al amanecer, toma una decisión: su padre le ha dejado suficiente dinero para terminar sus estudios e intentar realizar su sueño.
Siempre había querido que Sofía cantara. Desde niña ganaba competiciones. Sus maestros le dijeron que era difícil tener éxito, pero incluso si no lo lograba, su voz siempre lo nutriría.
“Imagínate: cualquiera que escuche tu nombre, Sofia Grigorieva, nunca lo olvidará”, le dijeron.
Ella sonrió. Sí, su padre lo había intentado. Ella no era sólo Grigorieva, era también Grigorievna.
Por la mañana, Sofía se preparó y fue a clase. Intentó hacer el menor ruido posible para no despertar a su suegra. Yo iba a estudiar. Cualquiera que sea el precio. Su padre lo había amado.
Cuando regresó, vio a su madrastra en el porche. Sofía aminoró el paso esperando poder irse, pero la mujer no le quitaba los ojos de encima.
“¿Así que lo que?” ¿Has encontrado un trabajo? »
«Estaba en la escuela.»
Sofía intentó pasar, pero su madrastra le bloqueó el paso.
—¿A la escuela, eh? ¿Quieres ser cantante? —Le puso las manos en la cintura. “¿Tú, cantante?” Tu voz suena como bisagras oxidadas, no eres lo suficientemente inteligente. Con la cabeza acabarás limpiando suelos, no escenarios. Te lo advertí. »
La madrastra sacó una maleta y un bolso.
Toma tus cosas y sal. Ve a cantar en el metro, asusta a los transeúntes. Quizás te den algo.
Sofía miró la maleta con los ojos muy abiertos, pero la mujer entró en la casa y cerró la puerta de un portazo. Sofía oyó los cerrojos girar. Cogió sus cosas y salió corriendo del patio.
Dios, por favor, que nadie vea esto. ¡Que papá descanse en paz, dondequiera que esté! Sofía caminaba por la calle, arrastrando su maleta. Ya no había lágrimas ni pensamientos. No tenía familia. Su padre y su madre eran huérfanos. No sabía qué hacer.
Estaba oscureciendo. Él se detuvo. Enfrente estaba el restaurante “Brisa”. El mismo del que le había hablado su padre. No tuve otra opción Se acercó a la puerta…
Sofía apenas podía sentir sus piernas. El frío de la calle no se comparaba con el que llevaba en el alma. Pero allí estaba, frente a la gran puerta de madera del restaurante **“Brisa”**. Tragó saliva y tocó.
Toc. Toc.
Esperó.
Toc. Toc.
Un hombre alto y de hombros anchos abrió. Tenía el rostro endurecido, con una barba ya canosa y una mirada como de acero viejo. El delantal blanco que usaba contrastaba con sus ojos llenos de historia.
—¿Qué se te ofrece, niña? Ya cerramos.
Sofía dudó. Pero entonces pensó en su padre. En sus palabras. Y habló, fuerte, sin temblar:
—Vengo a ver a Mikhail Ivanov… Soy Sofía. Sofía Grigorieva. Hija de Grigori.
El silencio fue inmediato. El aire pareció congelarse.
El hombre la observó como si acabara de ver un fantasma.
—¿Qué dijiste?
—Mi padre fue Grigori… y él me dijo que usted me ayudaría si un día me encontraba perdida.
El hombre retrocedió un paso. Sus ojos no eran de miedo. Eran de remordimiento.
—Espera aquí.
Entró de inmediato y, tras unos minutos que se le hicieron eternos, regresó. Le hizo una seña para entrar.
—
El restaurante estaba vacío, salvo por el tenue aroma a pan recién horneado y vino tinto. Sofía no había comido en todo el día, pero el hambre no era su prioridad. Su corazón latía con violencia.
Un hombre apareció por la escalera: corpulento, elegante, con una mirada calculadora y una presencia que imponía. Llevaba un anillo dorado en el dedo índice y caminaba como quien ha dirigido hombres toda su vida.
—¿Tú eres… Sofía? —preguntó con una voz profunda.
—Sí… Sofía Grigorieva. Mi padre fue Grigori.
El hombre cerró los ojos por un momento. Caminó hasta ella y la contempló. Por un instante, en esa mirada fría, se asomó la nostalgia.
—Eres idéntica a él… y a ella.
—¿A mi madre?
Mikhail asintió. Luego le ofreció una silla. No dijo más. Sofía se sentó y, por primera vez en mucho tiempo, alguien le sirvió comida caliente. Comió con lágrimas en los ojos.
—Tu padre y yo… fuimos hermanos de alma. Juramos que nos cuidaríamos el uno al otro… y a nuestras familias.
—Entonces… ¿me ayudarás?
Mikhail se quedó en silencio. Parecía debatirse internamente. Se levantó y caminó por el restaurante vacío. Luego, dijo con tono grave:
—No sabes en qué estás entrando, Sofía. Tu apellido… carga una historia que podría arrastrarte o elevarte al cielo. Y todo dependerá de lo que elijas hacer con ella.
Ella lo miró confundida.
—¿Qué quiere decir?
—Tu padre no te contó todo. Hubo más que un triángulo amoroso entre él, tu madre y yo. Hubo una traición. Hubo algo… que jamás debió pasar. Algo que destruyó una hermandad, una vida… y que podría destruirte a ti si no estás preparada.
—¿Qué pasó?
Mikhail negó con la cabeza.
—Todo a su tiempo. Por ahora, quédate aquí. Tendrás comida, techo, y trabajo. Pero si de verdad quieres cantar… te haré pasar por el fuego. Porque allá afuera, nadie tiene piedad con los débiles. Y tú no puedes ser débil, Sofía. Porque hay quienes aún buscan a los Grigoriev para saldar viejas cuentas.
—
Esa noche, Sofía durmió en una pequeña habitación del segundo piso del restaurante. Mientras intentaba conciliar el sueño, repasó en su mente lo que Mikhail le había dicho. Había algo en su pasado, en el pasado de su padre… algo oscuro, algo peligroso.
Y entonces, en medio del silencio, escuchó pasos en el pasillo. Se levantó despacio y miró por la rendija. Un hombre delgado con una cicatriz en el cuello hablaba en voz baja con Mikhail.
—¿Estás seguro de que es ella?
—Tiene los ojos de Lidia. Y la voz… ya lo escucharás. Es como oírla cantar desde el más allá.
—¿Y si descubre la verdad?
—Entonces no podremos detener lo que viene.
Sofía se apartó rápidamente de la puerta. El corazón le latía como un tambor de guerra.
—
Al día siguiente, Mikhail la llevó a un salón detrás del restaurante. Allí, un piano viejo y una tarima pequeña esperaban. Junto a ella estaba un hombre con gafas oscuras: era un productor retirado, ahora mentor de talentos secretos.
—Canta —dijo Mikhail—. Canta como si tu vida dependiera de ello.
Sofía tragó saliva. Cerró los ojos. Y cantó.
La canción hablaba de raíces, de dolor, de esperanza. De un padre ausente que prometía volver, de una niña que se hacía mujer en un mundo que no perdonaba. El piano lloraba con ella.
Cuando terminó, el productor no dijo una palabra. Solo asintió lentamente y murmuró:
—La estrella… ha nacido.
—
Pero esa misma noche, mientras el restaurante apagaba luces, un sobre fue deslizado por debajo de la puerta. Estaba dirigido a **Sofía Grigorieva**. Ella lo abrió y leyó:
> *“Tu madre no murió como te dijeron. Busca en la tumba número 43 del cementerio del Este. Allí están las verdaderas respuestas. Pero cuidado: hay quienes no quieren que sepas la verdad.”*
El papel temblaba en sus manos.
Y por primera vez… Sofía sintió que su historia apenas comenzaba.
La lluvia caía como un velo sobre la ciudad, como si intentara ocultar lo que esa noche estaba por revelarse. Sofía sostenía el papel con la nota anónima entre sus dedos fríos. El número “43” vibraba en su mente como una alarma.
—“Tu madre no murió como te dijeron…” —repitió en voz baja.
El cementerio del Este se extendía como un campo de mármol bajo un cielo sin estrellas. Era medianoche. Sofía se había escabullido del restaurante sin que Mikhail lo notara. A cada paso, su linterna iluminaba nombres ajenos, fechas, epitafios. Nada le importaba más que ese número.
Cuando por fin lo vio —**Tumba 43**—, su cuerpo se detuvo en seco. Estaba justo frente a una lápida de piedra blanca. No tenía nombre, solo una frase en ruso antiguo:
> *“No todos los muertos descansan en paz.”*
El viento susurró entre los árboles como si alguien respirara cerca. Sofía tragó saliva. Se inclinó, y vio algo extraño: la tierra bajo la lápida había sido removida hacía poco. Todavía estaba húmeda.
Su corazón palpitaba violentamente. Se giró para mirar atrás. Nada. Nadie.
Se armó de valor y comenzó a escarbar.
No había ataúd.
Solo una caja de metal oxidado.
Temblando, la abrió. Dentro había una carpeta de cuero rojo, un collar con una piedra azul y una foto antigua de una mujer con una sonrisa familiar. **Su madre.**
—¡Mamá…! —susurró.
Abrió la carpeta. Estaba llena de documentos, cartas, y una grabación en una vieja cinta de casete. Uno de los papeles, desgastado y amarillento, decía:
> *“Testimonio de Lidia Grigorieva. No confíen en Mikhail. Él lo planeó todo.”*
Sofía sintió que el mundo giraba. Se sentó sobre la tierra húmeda, intentando procesar.
Mikhail… ¿el hombre que la había rescatado… había traicionado a sus padres?
La linterna titiló. Y se apagó.
—¿Quién anda ahí? —gritó Sofía, poniéndose de pie.
Un sonido metálico respondió. Luego, pasos. Alguien la estaba observando.
Corrió.
Atravesó las lápidas sin mirar atrás. Escuchaba respiraciones entre los árboles, pero no se detuvo. Solo cuando estuvo fuera del cementerio, jadeando, cayó de rodillas.
—
A la mañana siguiente, volvió al restaurante. Mikhail la esperaba, con los brazos cruzados, serio.
—¿Dónde estuviste anoche?
Sofía levantó la mirada. Ya no era la misma.
—Fui al cementerio.
—¿Qué cementerio?
—El del Este. A la tumba 43.
Silencio.
Mikhail bajó lentamente los brazos.
—No debiste hacer eso.
—¿Por qué? ¿Por qué no querías que supiera la verdad?
—¿Qué verdad crees que descubriste?
—Mi madre está viva. O al menos, no murió como tú dijiste. ¡Y tú tuviste que ver con eso! ¡Lo escribía ella misma!
Mikhail apretó los dientes.
—Tú no entiendes nada…
—¡Entonces explícamelo! ¡Dímelo ahora o me voy!
Un silencio pesado llenó el ambiente. Finalmente, Mikhail habló.
—Lidia… no murió. Pero no fue por mí. Fue por ella.
—¿Qué estás diciendo?
—Ella desapareció voluntariamente. Quería protegerte. Grigori… era un buen hombre, pero estaba metido en algo grande. Algo peligroso. Tu madre se infiltró en una red criminal para destruirla desde adentro. Usó su voz para llegar a los más poderosos. Fue una doble vida. Ni tú ni tu padre lo supieron.
—¿Una red criminal?
—Una red internacional de trata de cantantes. Chicas con talento que eran manipuladas, controladas y usadas como entretenimiento privado. Tu madre estaba reuniendo pruebas. Hasta que la descubrieron. La dieron por muerta. Pero ella sobrevivió. Con ayuda mía.
—¿Entonces tú la salvaste?
—No exactamente… Le di una oportunidad. Pero ella eligió desaparecer. Ni siquiera yo he vuelto a verla desde hace cinco años.
Sofía se tambaleó. El mundo le dolía.
—¿Por qué me ocultaste esto?
—Porque si tú seguías su camino, te encontrarían. Y si lo hacías sin saber la verdad… morirías igual que tantas otras.
Sofía sacó la cinta del casete.
—¿Y esto?
Mikhail lo miró con temor.
—¿Lo escuchaste?
—Aún no.
—No lo hagas aquí. Ve al estudio del tercer piso. Ahí hay una grabadora. Y… prepárate.
—
El estudio del tercer piso era oscuro, lleno de discos antiguos y partituras. Sofía colocó la cinta en la grabadora y presionó “play”.
> *“Si estás oyendo esto… es porque sobreviviste. Y porque alguien te ha fallado. Yo soy Lidia. Tu madre. Sofía, hay cosas que no puedes entender aún… pero debes saber que tu voz es una herencia sagrada. Hay personas que matarían por poseerla. Lo mismo hicieron conmigo. Lo intentaron con otras. Tienen un nombre… se hacen llamar **La Voz Silenciada**. Buscan controlar el talento, esclavizarlo. Tu padre murió por intentar detenerlos. Yo… fingí mi muerte para protegerte. Pero tú has empezado a cantar. Y ahora, ellos saben que existes.”*
Sofía sintió un nudo en la garganta.
> *“Si decides continuar, te perseguirán. Si decides cantar… lo harás con fuego en los labios. Pero si tu voz llega al corazón correcto… cambiarás el mundo.”*
La cinta se detuvo.
Sofía lloró en silencio.
—
Horas después, entró en la sala donde Mikhail la esperaba.
—¿Y bien? —preguntó él.
—Quiero cantar.
—¿A pesar de todo?
—No a pesar de todo. *Precisamente* por todo.
—¿Sabes lo que eso significa?
—Sí. Significa que voy a luchar. Que voy a ser la voz que no pudieron silenciar.
Mikhail sonrió por primera vez en mucho tiempo.
—Entonces prepárate. Porque tu historia… apenas comienza.
—
Y mientras Sofía se preparaba para su primera presentación en vivo, a varios kilómetros de distancia, en un teatro vacío y olvidado, una mujer de ojos grises y voz firme escuchaba la misma grabación desde una copia.
—Encontró la tumba… —dijo.
Una figura detrás de ella respondió:
—¿Le damos caza?
Ella negó con la cabeza.
—No aún. Dejémosla cantar. Que el mundo la escuche. Así, cuando caiga… todos sabrán quién fue Sofía Grigorieva.
Y en la sombra… **la Voz Silenciada** comenzaba a moverse.
El teatro estaba lleno. Pero Sofía no veía rostros, solo sombras. Sombras que esperaban. Sombras que escuchaban.
Esa noche, su debut no era solo un espectáculo. Era una declaración de guerra.
Las luces la bañaban como una tormenta dorada. Vestía el mismo collar de su madre, la piedra azul centelleando sobre su pecho como un ojo vigilante.
La música comenzó.
Una melodía suave, como una súplica. Y entonces, **su voz**.
No era perfecta.
Era **pura**.
No era controlada.
Era **libre**.
Cada nota parecía llevar la historia de su madre, el dolor de su padre, y el eco de todas las chicas que jamás pudieron cantar.
Pero entre el público, en la penumbra, tres figuras vestidas de negro la observaban sin parpadear. Una de ellas, una mujer de cabello blanco trenzado y labios rojos como sangre, presionó un botón oculto en su bolso. Una señal fue enviada.
Desde lo alto del teatro, una puerta secreta se abrió.
—
—¡Sofía, sal del escenario ahora! —gritó Mikhail desde los bastidores.
Ella no se detuvo.
Siguió cantando.
Sabía que cada segundo en escena era una daga contra ellos. Era la voz que más temían: **una que no les pertenecía.**
Un ruido metálico. Luego otro.
Un disparo. El público gritó.
Un hombre enmascarado saltó desde las alturas, directo al escenario. Pero antes de que llegara, una explosión de luz lo detuvo.
La piedra azul del collar brillaba con fuerza.
El hombre gritó y cayó inconsciente.
Silencio absoluto.
Sofía cayó de rodillas, sin voz, sin fuerza. La seguridad del teatro corrió. La policía llegó. Pero ella solo pensaba en una cosa:
> *¿Qué fue esa luz?*
—
Esa misma noche, en el estudio, Mikhail sostenía el collar entre sus dedos.
—Tu madre me habló de esto una vez —dijo, más a sí mismo que a Sofía—. Es una piedra ancestral. Se usaba para proteger a los que poseían “la voz del alma”. Tu madre era una de ellas. Y tú también.
—¿La voz del alma?
—Hay personas que pueden despertar sentimientos dormidos con su canto. Que curan traumas, inspiran rebeldías, hacen que las masas se levanten. Las dictaduras más crueles temen a los cantantes más que a los ejércitos. Y por eso… existen organizaciones como **La Voz Silenciada**.
Sofía lo miró, atónita.
—¿Y qué buscan ellos?
—Convertir a todos los cantantes en armas. O silenciarlos para siempre.
—¿Y mi madre?
Mikhail bajó la mirada.
—Sofía… creo que tu madre está viva. Pero no está sola. La tienen ellos.
—
Días después, Sofía recibió un sobre sin remitente. Dentro había una nota con tinta roja:
> *“Si quieres verla con vida, canta en el **Teatro Krásnaya** este sábado. Solo tú. Sola. Sin policías. Sin Mikhail. Una canción. Una oportunidad.”*
Junto a la nota, una fotografía.
Su madre. Atada a una silla, con lágrimas secas en las mejillas, pero viva.
—
—Es una trampa —dijo Mikhail.
—Lo sé —respondió Sofía.
—Entonces no irás.
—Voy a cantar. Pero no estaré sola.
Mikhail frunció el ceño.
—¿Qué estás pensando?
—Voy a usar su escenario para destruirlos. Esta vez, el mundo va a escuchar lo que tienen miedo de mostrar.
—¿Y cómo planeas hacer eso?
Sofía miró fijamente a la grabadora en la mesa. Tomó un micrófono y conectó una señal.
—Transmitiendo en vivo.
—
El Teatro Krásnaya era un antiguo coliseo abandonado en las afueras de la ciudad. Un templo de ópera caído en ruinas, reconvertido en un tribunal secreto.
Las puertas se abrieron a las 11:59 p.m.
Sofía entró sola.
Las luces del escenario se encendieron automáticamente. En el centro, un micrófono dorado.
Y frente a ella, en una jaula de cristal, su madre.
Lidia la miró con los ojos abiertos. Quiso gritar, pero solo movió los labios:
—*“Corre…”*
Una voz fría rompió el silencio.
—Bienvenida, Sofía. ¿Lista para tu debut final?
Desde las sombras, la mujer de labios rojos emergió, flanqueada por otros tres encapuchados.
—Canta para nosotros —ordenó—. Y tal vez dejemos que tu madre respire un poco más.
Sofía se paró frente al micrófono.
Lo tomó con ambas manos.
Y sonrió.
—Antes de cantar… ¿puedo decir algo?
—Rápido —gruñó uno de los hombres.
Sofía presionó un pequeño botón en el interior del micrófono. Una señal de transmisión en vivo comenzó.
—Hola a todos. Sé que esto no es un escenario normal. Pero si están oyendo esto… es porque es importante. No solo para mí. Para muchas más.
Y entonces empezó.
Una canción que no estaba en ningún repertorio.
Una letra que había escrito sola, con lágrimas, furia y esperanza.
> *“Para las que ya no están.
> Para las que aún tienen miedo.
> Para las que un día creyeron que su voz no valía nada…
> Hoy cantamos juntas.”*
Mientras cantaba, las pantallas de cientos de teléfonos en el mundo se encendieron.
La transmisión cruzó fronteras.
Y en cuestión de minutos, miles de personas vieron a los rostros ocultos de La Voz Silenciada… revelados en vivo.
Uno de los encapuchados intentó cortar la señal.
Pero la piedra azul volvió a brillar.
Y con un estallido de energía, los dispositivos explotaron.
Solo Sofía seguía en pie.
Lidia gritó desde la jaula:
—¡Corre!
Pero Sofía no se movió.
—No más. No voy a correr más.
—
Cuando la policía llegó —alertada por los miles de espectadores online— encontró a Sofía ilesa, abrazando a su madre. Los miembros de La Voz Silenciada habían desaparecido. Pero su cara… ya no era un secreto.
Y en los días siguientes, una revolución comenzó.
Cantantes de todo el mundo alzaron la voz.
Y Sofía… se convirtió en el símbolo de un nuevo movimiento.
> **La Voz del Alma**.
La voz de Sofía había encendido al mundo… pero también había despertado a quienes dormían en las sombras.
Una semana después de la transmisión, se volvieron virales fragmentos de su canto. Las redes la bautizaron como **La Voz del Alma**. Cantantes anónimos de todas partes comenzaron a subir sus propias canciones, con mensajes de resistencia, verdad y libertad. Era un movimiento global.
Pero Sofía no celebraba.
No dormía. No comía bien. Sus sueños eran cada vez más oscuros.
Siempre había alguien observándola.
Siempre oía una segunda voz… que no era la suya.
—
Una noche, al regresar del estudio, su madre estaba esperándola en la sala. Tenía entre las manos una antigua caja de madera con tallados extraños. En el centro, el mismo símbolo que tenía la piedra azul: una nota musical invertida dentro de un círculo de fuego.
—Esto era de mi madre —dijo Lidia con voz apagada—. Y de la madre de ella. Hay algo que no te conté, Sofía…
Sofía se sentó en el sofá sin decir nada.
—Tú no eres la única que ha tenido esta “voz”. Es una herencia. Un legado. Pero también… una maldición.
Abrió la caja. Dentro, había un libro hecho a mano, hojas envejecidas con palabras escritas en tinta de carbón.
—Es un grimorio —dijo Lidia—. Pero no de hechicería como en los cuentos. Este es un **Codex de Voz**. Explica cómo funciona el verdadero poder de quienes pueden cambiar el mundo con un canto.
Sofía hojeó las páginas. Notas musicales entrelazadas con letras en idiomas antiguos, diagramas de garganta, símbolos que parecían moverse solos.
—¿Y por qué lo ocultaste?
Lidia la miró con lágrimas contenidas.
—Porque el canto no solo libera. También encarcela. Y tú estás en la mira de algo mucho más oscuro que La Voz Silenciada.
Sofía se detuvo en una página. Una ilustración. Una figura sin rostro, con un manto hecho de partituras quemadas y bocas en lugar de ojos.
Debajo, una palabra:
**“Nocturnus”**.
—¿Qué es esto? —preguntó, tocando el papel con cuidado.
—Una entidad. Un ser que existe en el eco del silencio. Se alimenta del poder de las voces que conmueven, que sanan, que despiertan. Las consume, Will… Las devora.
—¿Y qué tiene que ver conmigo?
—Nocturnus fue sellado siglos atrás por una mujer con la voz del alma. Pero ahora… tú lo has despertado. Al cantar frente a miles, rompiste el equilibrio. Él te escuchó. Y quiere tu voz para liberarse.
—
Esa noche, Sofía volvió a soñar.
Pero esta vez no estaba en un teatro.
Estaba en un desierto gris, lleno de cenizas. A lo lejos, una figura se arrastraba por la arena.
No tenía rostro, solo una boca abierta… que no dejaba de cantar.
Una melodía sin fin. Dolorosa. Inhumana.
Sofía cayó de rodillas. Intentó taparse los oídos.
Pero la canción se metía en sus pensamientos, como un veneno.
> *“Tu voz…
> Me pertenece…
> El mundo… será mi coro eterno…”*
Se despertó gritando.
Y ya no estaba en su cuarto.
Estaba en el estudio. Frente al micrófono.
Y su garganta… sangraba.
—
—Ya no puedes cantar —le dijo Mikhail al ver las heridas.
—No puedo parar ahora. Si dejo de cantar… él gana.
—Pero te estás destruyendo.
—¿Qué harías tú si supieras que tu voz puede salvar a otros?
Mikhail cerró los ojos.
—Entonces vamos a hacerlo bien. Vamos a entrenarte.
—¿Entrenarme?
—El Codex no solo explica el poder… también contiene técnicas para fortalecerlo. Modulación espiritual, resonancia emocional, defensa vocal.
—¿Y tú sabes cómo usarlo?
Mikhail sonrió, y por primera vez, levantó la manga de su brazo derecho. Una cicatriz profunda en forma de clave de sol marcaba su piel.
—Yo también fui parte del legado. Antes de ser productor, fui guardián de una cantante. La voz de tu abuela.
Sofía lo miró sin palabras.
—Ella murió para sellar a Nocturnus la última vez. Esta vez… no vamos a perder.
—
Durante días, entrenaron en silencio.
Sofía aprendió a respirar de otra forma. A canalizar la emoción sin desbordarla. A identificar frecuencias que otras personas no oían. Su voz ya no solo era canto… era arma, escudo y puente entre mundos.
Y entonces llegó la señal.
Una nota musical grabada en una cinta de casete que llegó por correo, sin sello, sin dirección.
Sofía la reprodujo.
Una voz distorsionada habló:
> *“Ven al Auditorio del Sol Negro. Medianoche. Lleva la piedra. Canta… o el mundo conocerá el verdadero silencio.”*
—
La noche del enfrentamiento, Sofía vestía de negro. Su cabello atado. El collar en su cuello. En su mano derecha, el grimorio. Y en su izquierda, una grabadora antigua con su voz ya registrada.
El Auditorio del Sol Negro era un lugar prohibido. Abandonado tras una explosión en los años 70. Decían que los ecos aún habitaban allí.
Al llegar, encontró el escenario iluminado por velas.
Y en el centro… una figura cubierta por un manto negro, que flotaba sin moverse.
> *“La heredera ha venido.”*
La voz de Nocturnus no sonaba como una. Sonaban como miles de voces al mismo tiempo, hablando en unísono.
—No voy a entregarte mi voz.
> *“Ya lo hiciste. El mundo entero me alimentó con tu canto. Solo falta un verso más… para que sea libre.”*
Sofía subió al escenario.
Colocó la grabadora sobre una tarima.
—Entonces… escúchame bien.
Presionó “play”.
Y su propia voz resonó.
Pero no una canción común.
Era un cántico ritual, compuesto con símbolos del grimorio.
Un **canto de sellado**.
Nocturnus gritó.
Las paredes del auditorio temblaron.
Las velas estallaron en fuego negro.
Pero Sofía siguió cantando en vivo, con su segunda voz… activando el poder del grimorio.
La piedra azul brilló como una estrella.
Y el ser comenzó a descomponerse.
Sus bocas sangraban notas musicales que se deshacían en humo.
> *“¡¡NOOOOOO!!”*
Y entonces…
Silencio.
Total.
Y por primera vez…
Paz.
—
Días después, Sofía despertó en un hospital.
Su voz estaba intacta.
Mikhail dormía en una silla a su lado.
Sobre la mesa, una carta escrita por su madre:
> “La voz del alma no es un poder, hija. Es una promesa. De que nunca callaremos. Ni por miedo. Ni por amenazas. Tú no cantas solo con la garganta. Canta tu historia. Tu verdad. Y nadie podrá arrebatártela jamás.”
Y en la ventana, una nueva piedra. Verde esta vez. Brillando suavemente.
Una nueva voz despertaba.
El mundo volvió a respirar…
Pero el silencio no había desaparecido. Solo se había escondido.
Desde aquella noche en el Auditorio del Sol Negro, Sofía vivía con un nuevo eco en su interior. No era un sonido, no era un pensamiento. Era… una presencia.
Las redes seguían hablando de ella. Gente de todo el mundo comenzaba a enviarle mensajes, cartas, grabaciones. Algunas de agradecimiento. Otras… extrañas.
Una, en particular, la marcó.
Era un mensaje de voz.
> *“Yo también soñé con él… con Nocturnus. Pero en mi sueño… él no era prisionero. Él era guardián. Y tú lo liberaste.”*
Sofía sintió un escalofrío.
—
Mikhail investigaba sin descanso el grimorio. Había descubierto una sección sellada con un cifrado musical que solo podía activarse con armonías específicas.
Una tarde, mientras Sofía practicaba en el estudio, Mikhail irrumpió con el libro abierto.
—Encontré algo. Mira.
Le mostró una página con símbolos que temblaban levemente al contacto.
—Esto no era un sello cualquiera. Nocturnus no era el único ser… Había **cinco**. Y su encierro fue pactado por un concilio de “voces puras”.
—¿Quiénes eran esas voces?
—Cantantes como tú. Pero no solo de este tiempo… de muchas eras. Mujeres y hombres con el don de la “resonancia vital”. Lo que hiciste tú fue reactivar la primera línea de ese pacto.
—¿Y los otros cuatro?
Mikhail bajó la voz.
—Aún están dormidos. Pero al usar tu canto como ritual… los despertaste también.
Sofía retrocedió, en shock.
—¿Quieres decir que liberé algo peor?
—Quiero decir que abriste las puertas.
—
Aquella noche, mientras caminaba por una calle desierta para despejarse, una melodía suave comenzó a sonar desde un callejón. Era una flauta. Hipnótica. Como una nana antigua que te arrulla… pero también te desarma.
Sofía sintió que sus piernas flaqueaban.
Intentó alejarse, pero su cuerpo no respondía.
De la oscuridad emergió una figura delgada, de rostro blanco como porcelana, ojos sin pupilas, y cabellos como humo.
Vestía un traje largo, negro y rojo, y llevaba la flauta en la mano izquierda. Sus labios no se movían, pero el sonido continuaba.
Cuando estuvo frente a Sofía, detuvo la melodía.
Y habló.
> *“Al fin te encuentro… Voz de los tiempos. Heredera del desequilibrio.”*
—¿Quién eres? —preguntó ella, temblando.
> *“Soy uno de los ecos… de la Segunda Voz. Soy Cadenzio.”*
—¿Eres uno de los cinco?
Cadenzio sonrió. Pero no había calidez en su gesto.
> *“Soy el primer heraldo. Vine a anunciar lo que viene. Tus notas despertaron no solo el poder. También el hambre.”*
—¿Qué quieren?
> *“Tu voz no es suficiente. Las demás voces… deben callar. Una por una. Hasta que solo quede el Silencio Perfecto.”*
Sofía intentó activar su poder, pero no podía cantar. Su garganta ardía como si la flauta la hubiera sellado.
Cadenzio se inclinó, y le susurró:
> *“La próxima en cantar… será la primera en morir. Díselo a los que aún creen en la música.”*
Y se desvaneció en una brisa fúnebre.
—
Sofía despertó en su cama. Había desmayado en la calle. Mikhail la había encontrado gracias al localizador de su collar.
—No fue un sueño, Mikhail —dijo ella con voz ronca—. Cadenzio es real. Y no es el único.
—Ya lo sé.
Mikhail le mostró su computadora. En pantalla, se veía un mapa mundial con puntos rojos.
—Están despertando más “voces”. Algunas ya están siendo atacadas. Mira esto.
Reprodujo un video filtrado de una cámara de seguridad.
Una joven en Turquía intentaba cantar en una estación de tren.
Cuando entonó la segunda nota, su cuerpo explotó en una onda sónica oscura.
Muerta.
Al instante.
Sofía contuvo las lágrimas.
—¿Qué vamos a hacer?
—Viajar. Contactar a los otros portadores del don. Tenemos que advertirles. Protegerlos. Formar un nuevo círculo.
—¿Una alianza de voces?
—Sí. Una sinfonía de resistencia.
—
Días después, en un avión rumbo a Japón, Sofía se sentó junto a una joven de piel morena, trenzas largas y auriculares puestos.
Sofía notó que tarareaba una melodía antigua… idéntica a la que escuchó en el sueño con Nocturnus.
—¿Tú también sueñas con voces?
La joven se quitó los auriculares.
—Desde los 6 años. Me llamo Aniyah. ¿Y tú?
—Sofía. Y creo que estamos a punto de cambiar el destino del mundo.
Aniyah sonrió.
—¿Otra vez?
Ambas se miraron.
Y por primera vez… sintieron que no estaban solas.
Pero en la bodega del avión, sin que nadie lo notara…
una figura delgada con una flauta en mano aguardaba, invisible.
El concierto apenas comenzaba.
El avión aterrizó en Osaka. La ciudad, vibrante y moderna, parecía ignorar que el fin del mundo ya había comenzado en forma de notas oscuras y melodías malditas.
Sofía y Aniyah bajaron rápidamente. Mikhail las esperaba con una figura encapuchada.
—¿Quién es ella? —preguntó Sofía, tensando la voz.
—Su nombre es Midori. Fue una protegida de un maestro del “Kyomei”, el Canto Resonante. Ella ha estado recibiendo señales de los Otros desde hace meses.
Midori retiró su capucha. Era joven, no mayor de veinte. Pero sus ojos eran grises, como si ya hubiera visto demasiado.
—Yo escucho a los durmientes cuando nadie más canta. Sus susurros me guiaron hasta ti, Sofía.
—¿Qué sabes de ellos?
Midori sacó un pergamino enrollado. Antiguo, manchado de rojo.
—Este es el Cántico de Sangre. Fue la primera composición prohibida creada por humanos para sellar a los Cinco.
Aniyah arqueó una ceja.
—¿Cinco demonios?
—No exactamente —respondió Midori—. No eran demonios. Eran **voces antiguas**. Entidades que no nacieron, sino que **resonaron** con el universo antes del tiempo.
Y entonces, Midori comenzó a contar la historia…
—
## **Hace mil años…**
En una época sin calendarios ni ciudades, cinco seres caminaban entre los hombres. No tenían cuerpo al inicio. Eran vibraciones, frecuencias puras, sonidos que vivían en el viento y en el fuego. Pero los humanos empezaron a adorarlos. Les dieron nombres. Rituales. Canciones.
**Y así tomaron forma.**
1. **Nocturnus**, el de la nota grave, caminaba entre los solitarios y les ofrecía el poder de callar el sufrimiento. Pero a cambio… robaba sus voces.
2. **Cadenzio**, la melodía dulce, enloquecía a quien lo escuchaba más de siete segundos.
3. **Syrrha**, la armonía dual, seducía con su voz a las mujeres para luego vaciarles el alma.
4. **Basso Mor**, una vibración tan baja que quebraba la tierra y los huesos si alguien intentaba imitarla.
5. Y **La Quinta Voz**, de la que nadie recuerda el nombre… porque pronunciarlo era invocar el olvido.
Los humanos les temieron… pero también los seguían.
Hasta que un grupo de cinco cantantes, cada uno elegido por el eco de una estrella, se unió para detenerlos. Usaron el **Cántico de Sangre**, una melodía prohibida que se cantaba una sola vez… y después, quien la cantaba, moría.
**Cuatro** fueron sellados.
La **Quinta Voz**… no fue encontrada.
O quizás **ella** fue quien selló a los otros.
El precio fue alto. Los cinco héroes murieron. Sus voces se dispersaron por el mundo.
Sofía, Aniyah, Midori… son sus herederas.
—
## **De vuelta al presente**
—Esto es demasiado —dijo Aniyah, abrumada.
Midori asintió.
—Y se pone peor. Cadenzio no está solo. Otro se ha despertado.
Mikhail encendió una pantalla. En Brasil, un estadio había colapsado durante un ensayo musical. Todos los que cantaron… desaparecieron. No murieron. **Fueron absorbidos**.
—Esto fue obra de **Syrrha** —murmuró Midori—. Su canto no mata, **devora**.
Sofía se incorporó.
—Tenemos que actuar ya.
—No podemos enfrentarlos solos —replicó Mikhail.
Midori dio un paso al frente.
—Yo conozco a alguien que puede ayudar. Pero no confía en nadie. Solo en el sonido de un tambor.
—¿Un tambor? —preguntó Aniyah.
—Sí. Él no canta. **Él golpea**. Su ritmo puede alterar las ondas de los otros. Lo llaman **Thomaz, el Ritmador**. Vive en el Amazonas. Y nunca deja de tocar.
—
Días después, en una choza rodeada de selva y neblina, Thomaz los recibió. Era un hombre grande, de piel de ébano y ojos tan brillantes como relámpagos. Cada paso que daba, resonaba como un trueno.
No habló. Solo golpeó su tambor.
**Tum… Tum… Tum.**
Y en cada golpe… Sofía sintió que algo dentro de ella se alineaba.
Cuando él por fin habló, su voz era un eco de tormenta.
—Las voces han despertado. Pero también lo ha hecho el pulso de la tierra. Ustedes cantan. **Yo lucho.**
Aniyah se acercó.
—¿Y sabes cómo vencerlos?
—No se les vence. **Se les equilibra.** Cada uno tiene una nota. Un opuesto. Una vibración capaz de contenerlos sin destruirlos.
—¿Y la Quinta Voz?
El silencio cayó.
—Ella… vendrá al final. Cuando ya no quede más música.
—
Esa noche, mientras dormían en la selva, Sofía tuvo un sueño.
Una niña de cabello blanco, con una voz que no hacía sonido. Solo abría la boca, y las imágenes morían. Los colores se borraban.
La niña la miró, y murmuró:
> *“No los reúnas. Si lo haces… me oirán de nuevo.”*
Sofía se despertó empapada en sudor.
La Quinta Voz estaba más cerca de lo que imaginaba.
Río de Janeiro amaneció con un cielo tan gris que parecía un velo. Desde hace dos días, los habitantes del distrito de Santa Teresa habían comenzado a desaparecer sin dejar rastro. No había gritos. No había caos. Solo silencio.
Sofía, Aniyah, Midori y Thomaz llegaron al lugar en una camioneta cubierta de símbolos arcanos. Los instrumentos estaban envueltos en tela negra. Mikhail, desde Japón, les daba indicaciones por radio.
—Las ondas sonoras aquí están distorsionadas. Algo está generando un campo de absorción… y está creciendo.
Sofía bajó del vehículo y observó las calles. Papeles flotaban. No había pájaros. No había niños. Solo una melodía lejana, como un **eco susurrante que venía desde el interior de una catedral abandonada** en la cima del cerro.
Midori apretó el rollo del Cántico de Sangre contra su pecho.
—Es Syrrha. Él canta para atraer. Pero si escuchas más de siete notas… tu conciencia es absorbida.
Aniyah tembló.
—¿Y cómo evitamos escucharlo?
Thomaz abrió una caja de madera. Dentro había auriculares con aislamiento de vibraciones, y vendas para los ojos.
—No vamos a ver… ni oír. Solo a **sentir**.
Sofía sabía que esa sería la misión más peligrosa hasta ahora.
—
## **Dentro de la catedral**
Ingresaron al lugar cubiertos, guiándose con sogas atadas entre ellos. El silencio absoluto dolía más que un alarido. A medida que avanzaban por los pasillos, algo comenzó a vibrar dentro del pecho de Sofía.
Una nota… baja… como si alguien estuviera murmurando directamente dentro de su corazón.
**“Ssssooooooffffffffíaaaaa…”**
Se detuvo. Su mente quiso liberarse de los tapones. Algo dentro le suplicaba escuchar más.
Pero Midori, percibiéndolo, le apretó la mano. Un pequeño canto apenas audible, un silbido contenido, resonó entre ellas y el influjo desapareció.
—No pienses. No sientas —dijo Midori con los labios, sin emitir voz.
Pero ya era tarde para uno del grupo.
Aniyah comenzó a caminar hacia una puerta lateral.
Thomaz intentó detenerla. Demasiado tarde.
Ella abrió la puerta… y vio a su madre.
Su madre, muerta hacía años, cantándole una canción de cuna.
Aniyah cayó de rodillas.
—Mamá… estás viva…
El canto la envolvió.
Pero cuando la nota llegó a la séptima sílaba… **su piel comenzó a agrietarse**. No sangre. No fuego. Solo vacío. Como si su cuerpo comenzara a **desaparecer de la realidad**.
Sofía gritó.
¡Pero nadie la oyó!
La catedral se descompuso en luz.
El suelo desapareció.
Y entonces… **una figura emergió del altar**.
—
## **Syrrha, el cantor del abismo**
Era bello. Irreal. Su rostro no tenía género. Su boca no se movía, pero su garganta emitía sonidos como una flauta hueca. Cada nota suya era como un clavo de aire golpeando el alma.
—¿Quién me perturba? —dijo con cinco voces a la vez.
Sofía se quitó los auriculares. Su sangre sangraba por las orejas. Pero necesitaba enfrentarlo.
—Soy la heredera del Cántico de Sangre —dijo.
Syrrha la miró, curioso.
—¿Tú crees en el equilibrio? No hay armonía sin destrucción. Mi voz limpia, purga… purifica.
Midori corrió hacia Aniyah y comenzó a cantar. No con palabras. Con vibraciones. Thomaz golpeó su tambor una vez. Dos. Tres.
El aire alrededor de Aniyah **vibró al revés**.
¡Y ella regresó!
Tosiendo, gritando, pero viva.
Syrrha rugió.
—¡Interrumpes mi himno! ¡Te mostraré lo que es el **olvido musical**!
Levantó las manos. Las paredes comenzaron a gemir. Las bancas flotaron. Crucifijos temblaron.
Sofía sintió que iba a explotar.
Entonces, hizo lo único que podía.
**Cantó.**
No un canto perfecto. No una melodía santa.
Cantó el **dolor de perder a su madre**, de huir, de sufrir sin voz, de llorar con la garganta cerrada.
Y la nota que salió… **era suya. No era del Cántico. Era Sofía.**
Syrrha retrocedió. Por primera vez, pareció sentir miedo.
—¿Qué eres…?
Sofía dio un paso adelante. Su voz vibraba ahora **en luz**.
—No soy solo una heredera. Soy una resonancia nueva.
**Y entonces cantaron los tres.**
Midori. Thomaz. Sofía.
Una armonía imposible.
Syrrha gritó. Su forma comenzó a descomponerse.
—¡No pueden matarme! ¡Solo soy una nota en la sinfonía eterna!
Sofía se acercó, y susurró:
—Y ahora… eres **silencio.**
El cuerpo de Syrrha se quebró en fragmentos de sonido… y desapareció.
—
## **Horas después…**
El sol salió en Río por primera vez en días.
La ciudad volvió a cantar.
Mikhail, desde su consola en Osaka, confirmó:
—Lo lograron. Syrrha ha sido **contenido**. Su esencia ahora reside en la partitura que Midori guarda.
Aniyah, aunque débil, sonreía. Había visto la muerte… y la venció.
Sofía cerró los ojos.
Pero en sus sueños, la niña de cabello blanco regresó.
Y esta vez dijo:
> *“Dos han sido sellados. Pero cada nota que recuperas… **abre mi jaula**.”*
Cuando despertó, tenía en la mano una hoja de partitura con una única palabra escrita:
**”Nocturnus”.**
La noche cayó más rápido de lo normal mientras cruzaban el umbral del hospital psiquiátrico **San Lázaro**, en las afueras de Cartagena. Las puertas oxidadas crujieron como si se lamentaran de dejar entrar a los vivos.
Desde hacía semanas, se reportaban casos de pacientes con crisis de ansiedad, pérdida total del habla y… algo más extraño: **pérdida del pensamiento narrativo**. No sabían cómo decir “yo”. Solo eran cuerpos actuando.
Y todos decían lo mismo antes de quedar en silencio:
> “Nocturnus vino a callarme por dentro.”
—
## **Un sitio fuera del tiempo**
Midori leyó en voz baja el fragmento del Cántico recuperado:
> *“Donde el eco se traga la razón, el canto negro se convierte en hogar.”*
Thomaz, revisando las paredes del hospital, notó que todos los relojes marcaban las **03:33 a. m.**, la hora en que **Nocturnus** supuestamente se manifiesta.
Aniyah se estremeció. —Este lugar… huele a olvido.
Sofía sintió una punzada. Su voz interior, la que normalmente oía cuando pensaba, **ya no respondía**.
Intentó decir en su mente: *“Estoy asustada.”*
Pero solo hubo vacío.
—
## **Sin pensamientos, sin escape**
Caminaron por pasillos llenos de escrituras en las paredes. No eran grafitis. Eran frases incoherentes, escritas con dedos temblorosos:
* *”No me dejes pensar.”*
* *”La voz de dentro ya no es mía.”*
* *”El silencio me ve.”*
De repente, **un piano sonó desde la sala de terapia musical**.
Pero nadie lo tocaba.
Thomaz corrió con su tambor. Sofía y Midori lo siguieron. La sala estaba vacía, salvo por un espejo al fondo. En él… no se veían.
—No hay reflejo… porque no tenemos pensamiento. El espejo no refleja al cuerpo, sino a la mente —dijo Midori.
Aniyah cayó de rodillas. Comenzó a balbucear sin sentido.
—Es él. ¡Nocturnus está dentro de nosotros!
—
## **Nocturnus aparece**
Entonces lo vieron.
Un hombre de túnica negra, sin rostro, flotando a escasos centímetros del suelo. Su garganta era una abertura abierta como una segunda boca. De ella salían **canciones sin letra**, notas que no tenían principio ni fin.
—Pensaban que el alma estaba en el corazón… pero está en las palabras no dichas —dijo con una voz que entraba directamente al cráneo.
Sofía tembló. Su nombre fue borrado de su pensamiento por un segundo.
Nocturnus levantó una mano.
Las paredes del hospital se **derritieron como cera**. Todo el edificio comenzó a doblarse.
Los pasillos se repetían. Las escaleras no llevaban a ningún piso.
Era un **laberinto de pensamientos rotos**.
—¿Cuál es tu voz sin lenguaje? ¿Quién eres si no puedes narrarte? —susurró Nocturnus.
Midori gritó. Sacó el pergamino. El símbolo del **pensamiento resonante** brilló.
Pero Nocturnus lo apagó con solo una sílaba.
—Shhhhh…
Y Midori cayó. **Muda. Inmóvil. Vacía.**
—
## **La decisión de Sofía**
Sofía tenía miedo.
Pero entonces, vio en su mano un dibujo. Uno que había hecho de niña: un espiral con notas en forma de lágrimas.
Era su símbolo. **Su voz interior**.
Recordó lo que le había dicho la niña de cabello blanco:
> “Cada nota que recuperes abre mi jaula.”
Quizá… Nocturnus custodiaba **su propio miedo**.
Y entonces Sofía habló. No con la boca. Ni con su mente.
Con su **historia**.
Habló de cuando era niña y escondía sus gritos debajo de la almohada.
De cuando soñaba con tener una familia que la escuchara.
De cuando conoció a Mikhail. A Midori. A Thomaz.
Y esa voz —esa historia— se convirtió en **una melodía mental tan fuerte** que el suelo se quebró.
¡BOOM!
El hospital **se colapsó**.
Nocturnus gritó. Pero no era un grito. Era el silencio mismo intentando escapar.
Sofía tomó su flauta rota.
Y tocó **una sola nota**.
La nota que su madre le tarareaba cuando lloraba de pequeña.
Y esa nota… **selló a Nocturnus en una esfera de obsidiana sonora.**
—
## **Después del colapso**
Midori despertó.
Aniyah recobró su voz.
Thomaz encontró el nuevo fragmento del Cántico. Estaba tatuado en el pecho de un paciente que nunca despertó.
Mikhail, desde Japón, gritó en la radio:
—¡Sofía, hiciste resonancia perfecta! ¡Nocturnus fue contenido… pero…! Hay algo más…
Una interferencia rompió la señal.
Y del otro lado del hospital, en la celda más profunda…
La niña de cabello blanco **abría los ojos** por primera vez.
—Gracias por abrir la tercera llave —dijo.
—Ahora… **puedo empezar a soñar otra vez.**
—
## Epílogo breve
Esa noche, todos soñaron lo mismo:
Una cuna flotando en un mar negro.
Una canción sin fin.
Y un hombre con corona de metal que decía:
> “Las notas son cinco.
> Pero la **sinfonía verdadera** tiene trece…”
**Un mes después**, el mundo parecía en calma.
Los casos de voces apagadas, sombras cantantes y niños con pesadillas desaparecieron.
Pero Sofía no podía dormir.
Todas las noches soñaba con una melodía que **nadie más oía**.
Y en cada sueño, la niña de cabello blanco la miraba desde el abismo, sonriendo, sus labios repitiendo una frase muda.
Hasta que una noche, Sofía despertó **dentro del sueño**.
Y ya no era un sueño.
—
## El Sueño del Fin
Frente a ella, la niña estaba sentada en un trono de madera vieja, rodeada por estatuas rotas de músicos sin cabeza. El aire no tenía tiempo.
—Llegaste —dijo la niña, con una voz que sonaba como si hablara **con todas las edades al mismo tiempo**.
Sofía se acercó, sin miedo.
—¿Quién eres realmente?
La niña la miró fijamente, y su cabello blanco comenzó a flotar como si estuviera bajo el agua.
A su alrededor, aparecieron **fragmentos de todos los entes enfrentados**: Somnum, Llanto, Nocturnus… todos **eran parte de ella**.
—No soy una niña.
Fui *La Primera Voz*.
La primera en cantar al nacer el mundo.
Pero fui traicionada… por los hombres que crearon el Cántico.
Sofía se estremeció.
—¿Me usaste?
—No. Te elegí… porque tú nunca dejaste de escuchar lo que no se ve.
Mientras otros rezan para no oír, tú afinas el alma para sentir.
Las lágrimas caían por las mejillas de Sofía.
—¿Y ahora qué hago?
La niña extendió su mano.
—El último acorde debe ser tocado por quien sepa lo que duele perderse… y aún así elegir quedarse.
—
## El Acorde Final
Frente a Sofía apareció un instrumento que no existía en el mundo real:
Un híbrido entre arpa, tambor, y flauta, construido con fragmentos de los que habían caído durante su viaje.
* Midori: su voz.
* Aniyah: sus gritos.
* Thomaz: sus latidos.
* Ella misma: su duda.
Sofía tocó.
Y el mundo se quebró **una última vez**.
—
## El Fin del Cántico
La realidad se abrió como un libro al final de sus páginas.
Las notas volaron al cielo.
Los entes regresaron a sus fuentes.
La niña del cabello blanco **se desvaneció en polvo de luz**, sonriendo.
—Gracias… por devolverme el eco que fui.
—
## Epílogo
Sofía despertó en su cama.
Pero ahora, cuando cerraba los ojos, **ya no había pesadillas**.
Solo una calma extraña… como si por fin estuviera **en la frecuencia correcta del universo**.
En su cuarto, colgado en la pared, un espejo reflejaba algo nuevo:
Su sombra… **tarareando**.
Y en una libreta, escrita con su propia letra sin recordar cuándo:
> *“Cuando la última nota se apague, que lo único que quede… sea amor.”*
FIN.
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