UNA ANCIANA CUIDÓ A SU HIJO PARALÍTICO DURANTE 23 AÑOS… HASTA QUE UN DÍA SOSPECHÓ ALGO…
La suave luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la modesta casa de Catherine, una mujer de 64 años cuya vida giraba en torno al cuidado constante de su hijo, Gabriel.
Catherine era una mujer sencilla con arrugas que contaba historias de una vida llena de desafíos y de amor incondicional por su hijo. Gabriel, ahora de 35 años, había estado paralizado desde los 12, cuando un trágico accidente automovilístico cambió para siempre el curso de sus vidas. La rutina en casa de Catherine se caracterizaba por la repetición y la constancia.
Todas las mañanas, Catherine se despertaba antes del amanecer para preparar el desayuno de Gabriel. Era una tarea que realizaba con una precisión casi ritual. El aroma a café recién hecho se extendía por la casa mientras Catherine colocaba cuidadosamente rebanadas de pan, queso y fruta en la mesa.
Buenos días, hijo, dijo con una cálida sonrisa al entrar en la habitación de Gabriel. Le costaba levantarse de la cama con la ayuda de su madre. El proceso era lento y meticuloso, pero Catherine nunca mostró signos de cansancio ni impaciencia.
Durante el desayuno, las conversaciones eran sencillas pero llenas de cariño. Hablaban de cómo habían dormido, de los planes del día y, por supuesto, de las telenovelas que les encantaba ver juntos. Las telenovelas eran una especie de escape para Gabriel, una forma de perderse en diferentes mundos e historias, aunque solo fuera por unas horas.
El accidente que transformó sus vidas ocurrió una tarde lluviosa hace 23 años. Henry, esposo de Catherine y padre de Gabriel, conducía el coche. La carretera estaba resbaladiza y, en un momento de distracción, el coche derrapó y volcó.
Henry, que no llevaba puesto el cinturón de seguridad, salió despedido del vehículo y murió instantáneamente. Gabriel, aunque llevaba puesto el cinturón de seguridad, sufrió un impacto violento que le dañó las piernas permanentemente, dejándolo parapléjico. El dolor de la pérdida y la nueva realidad de Gabriel unieron a Catherine y a su hijo de una manera indescriptible.
Desde ese día, Catherine dedicó su vida a asegurar que Gabriel tuviera lo mejor que podía ofrecerle dentro de las limitaciones impuestas por su discapacidad. La pequeña y sencilla casa era un santuario de amor y cuidado, donde cada rincón reflejaba la presencia constante de Catherine, siempre atenta y dedicada. Últimamente, Catherine comenzó a notar algo diferente en Gabriel: pequeños cambios en su comportamiento que inicialmente atribuyó a su imaginación.
Gabriel, quien siempre había sido alegre y optimista a pesar de su condición, a veces parecía absorto en sus pensamientos, como si ocultara algo. Una noche, mientras veían una telenovela juntos, Catherine notó algo extraño. Gabriel estaba tumbado en el sofá, cubierto con una manta por el frío.
De repente, notó que la manta se movía sutilmente alrededor de los pies de Gabriel. Era como si intentara mover los dedos. Catherine frunció el ceño, pero no dijo nada.
Quizás fue solo un reflejo involuntario, pensó. Sin embargo, esta observación se repitió otras noches, y Catherine empezó a preguntarse si había algo más. Gabriel parecía asustado a veces, como si guardara un secreto.
Pero ¿qué podría estar ocultando? Preocupada, Catherine decidió que debía investigar más. Sus dudas crecían con el paso de los días. Llevaba a Gabriel al médico con regularidad, y todas las pruebas siempre indicaban que estaba dentro de los límites posibles…
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