Una niña le pide al millonario que le compre un cuadro, pero al mirar la imagen, el hombre queda completamente paralizado. Esa imagen era Las mañanas siempre arrancaban igual. Abril se despertaba con los ruidos del mercado a media cuadra, el rechinar de los carritos de metal, los gritos de los vendedores y el olor a tamales mezclado con el de gasolina y tierra mojada. Su mamá, Laura, ya estaba levantada desde mucho antes, preparando las cosas con las manos frías.
medio adormilada todavía, pero con la mirada fija en el reloj de plástico que colgaba torcido en la pared. Vivían en un cuarto chiquito, en la parte trasera de una vecindad que tenía más humedad que pintura. El techo tenía goteras, el piso estaba todo rayado y las paredes estaban llenas de dibujos que Abril había hecho desde que tenía 5 años. Pero era su casa, no era bonita, pero era suya. Esa mañana, como todas, Laura cargó con los cuadros envueltos en una sábana vieja que antes había sido una colcha floreada.
Los apiló con cuidado, uno encima del otro, mientras Abril la ayudaba a meter los pinceles en un bote de plástico que antes había sido de yogur. Tenían que salir temprano si querían agarrar buen lugar en la esquina donde pasaba más gente. A veces los corrían. Pero si se hacían los locos y sonreían bonito, los policías los dejaban estar un rato. Todo era cuestión de suerte y de cara. Abril ya se la sabía de memoria. Salieron al frío de la calle con los cuadros bajo el brazo, caminando rápido para ganarle al sol.
Abril traía una chamarra con cierre roto que siempre se le abría a medio camino y los tenis sin agujetas porque se le habían perdido en una mudanza. Laura llevaba un suéter negro todo peludo, el que usaba siempre, el que tenía una mancha de pintura roja en la manga derecha que nunca salió. A la gente le daban igual esas cosas, pero a Abril no. Ella quería verse bien, no porque le importara el qué dirán, sino porque pensaba que tal vez así alguien se animaría a comprarles algo.
El lugar donde se ponían era una esquina cerca del Palacio de Bellas Artes, donde pasaba gente todo el tiempo, turistas, oficinistas, parejas, familias. No siempre vendían, pero al menos ahí veían movimiento, colores, voces. AIL le gustaba ver a la gente correr, los carros pitando, las calles vivas. A veces hasta se inventaba historias en la cabeza, que esa señora que traía un ramo de flores iba a romper con su novio o que ese señor de traje estaba a punto de encontrar dinero tirado en el suelo.
Le gustaba imaginar cosas mientras su mamá pintaba. Laura pintaba bonito, muy bonito. Usaba pinceles gastados, pintura económica y cartulinas gruesas que ella misma recortaba. Pero tenía un talento raro. Los cuadros no eran de paisajes ni de cosas famosas, eran momentos. Un niño comiéndose una paleta, una pareja abrazándose en la calle, un señor dormido en una banca, todo con mucho color, como si las emociones se pudieran ver con los ojos. A veces Abril le decía que pintara cosas más normales, como perritos o flores, porque esas se vendían más.
Pero su mamá le decía que no, que ella no pintaba por vender, que pintaba lo que sentía. Abril no lo entendía del todo, pero igual le ayudaba a poner los cuadros en el suelo, parados con piedritas para que el viento no los tumbara. “Aguas con ese, no lo vayas a pisar”, decía Laura mientras señalaba uno de los cuadros que todavía estaba húmedo. “Es el que más me gusta.” Abril lo miró. Era una mujer sentada en una estación del metro con cintos cara cansada, pero con una mirada muy fuerte.
Ella ya no preguntaba si su mamá se inspiraba en alguien real. Sabía que cada cuadro tenía algo de ellas, de lo que vivían, de lo que habían perdido. Porque aunque no hablaban mucho del pasado, Abril sabía que había una historia triste detrás de todo eso. Sabía que su papá no estaba, que nunca estuvo y que su mamá nunca lo mencionaba. No preguntaba porque no quería lastimarla, pero a veces, cuando la veía mirando al cielo con la brocha en la mano, tenía muchas ganas de saber qué pasaba por su cabeza.
A eso de las 11 de la mañana, el sol ya pegaba fuerte y la gente empezaba a caminar más rápido. Abril agarraba uno de los cuadros más pequeños, el que siempre usaba para ofrecer. Se lo acercaba a la gente con una sonrisa tímida, pero firme. Le interesa. Mire qué bonito está. Solo es una cooperación, decía. Algunos la ignoraban, otros le sonreían con pena y muy pocos se detenían, pero ella no se rendía. Sabía que cada intento era una oportunidad.
Además, a veces pasaba algo mágico. Alguien se detenía, lo miraba bien, preguntaba por la historia detrás del cuadro y luego lo compraba con una sonrisa sincera. Esos días eran raros, pero valían todo el esfuerzo. Esa mañana parecía una más. Abril ya había ofrecido el cuadro como a 15 personas, sin éxito. Tenía sed, los pies le dolían y ya empezaba a arrepentirse de haberse puesto los calcetines rotos. Laura seguía pintando sentada sobre una cubetita volteada con la espalda encorbada y los ojos fijos en su obra.
Abril pensó en ir a comprar un agua, pero justo en ese momento vio a un hombre que caminaba con prisa y miraba el celular. Llevaba un traje gris muy caro, zapatos limpios y una expresión seria, como de alguien que estaba acostumbrado a que todos le dijeran que sí. Abril no supo por qué, pero se le ocurrió acercarse. Tal vez porque parecía cansado o tal vez porque tenía cara de alguien que necesitaba ver algo distinto. Se le plantó enfrente sin pensarlo mucho, y levantó el cuadro.
Mire, señor, le vendo esta pintura. Está hecha por mi mamá. Es única. No hay otra igual. El hombre la miró con molestia al principio, como si quisiera seguir caminando sin detenerse. Pero luego algo cambió en su cara. se quedó viendo el cuadro con los ojos abiertos, como si hubiera visto un fantasma. Lo agarró con cuidado, acercándolo un poco más, y bajó el celular sin decir nada. Abril notó cómo se le tensaban los dedos, como la mirada se le iba al rincón inferior del cuadro, donde su mamá siempre firmaba con letras chicas apretadas.
El hombre no parpadeaba. ¿Quién hizo esto?, preguntó de repente, sin mirarla a ella. “Mi mamá está allá”, señaló Abril algo confundida. El hombre tragó saliva. Su cara se puso pálida y sus labios apretados. Parecía que iba a decir algo más, pero se quedó callado. Abril no sabía si correr o quedarse ahí. Nunca nadie había reaccionado así. Nunca. El señor miró a Laura. La miró como si hubiera encontrado algo que creía perdido hace años. Y entonces, sin pensarlo, empezó a caminar hacia ella.
Abril, sin saber bien por qué, sintió que algo importante estaba por pasar. algo que iba a cambiarlo todo. Julián no escuchaba nada. Todo el ruido de la ciudad se apagó en cuanto sus ojos vieron esa firma. Se quedó congelado, como si alguien hubiera puesto pausa al mundo. El cuadro era sencillo. Una mujer sentada en una estación del metro, pero lo que lo sacudió no fue la imagen, fue la letra al pie del cartón. Laura C. Esa firma.
Esas dos letras que conocía mejor que su propio nombre eran iguales a las que solía ver en las cartas que ella le dejaba cuando vivían juntos, en los papelitos que le ponía con mensajes chistosos, hasta en una vez que rayó un espejo con labial por coraje, exactas, imposibles de olvidar. Miró a la niña que se lo ofrecía y por un segundo supo qué decir. Se le revolvieron todos los recuerdos de golpe. Era una coincidencia, un juego del destino o realmente había encontrado una pista de ella.
de la mujer que había desaparecido de su vida sin dejar rastro hace 12 años. Tenía el corazón acelerado, las manos le sudaban y no sabía si estaba soñando o en medio de algo demasiado real como para entenderlo. La niña lo señaló todavía confundida. Mi mamá está allá. Él no se despidió ni agradeció. Simplemente empezó a caminar. Cada paso se sentía raro. Iba despacio, pero por dentro era un mar de emociones. No sabía qué iba a encontrar. pensó mil cosas, que podía ser una confusión, que quizá otra mujer usaba ese nombre, que tal vez lo estaba imaginando todo, pero no podían oír.
No después de tanto tiempo preguntándose dónde estaba ella. Laura estaba sentada sobre una cubeta blanca con pintura seca. Tenía la cabeza agachada, concentrada en los detalles de un cuadro que apenas iba tomando forma. tenía el cabello más corto, algo despeinado y un suéter negro con manchas que le colgaba de los hombros. Desde lejos parecía otra persona, pero cuando levantó la mirada, al sentir que alguien se acercaba, Julián supo que no había error. Se detuvo en seco. Los ojos de Laura lo vieron sin reconocerlo.
Al principio. Tardó unos segundos en procesar quién era ese hombre de traje parado frente a ella, mirándola como si estuviera viendo a un fantasma. frunció un poco el ceño, como quien intenta recordar una cara de hace años. Julián no hablaba, solo la miraba. ¿Se le ofrece algo?, preguntó ella, levantándose lentamente, como si estuviera incómoda. Esa voz, esa voz no había cambiado. Seguía teniendo ese tono pausado, medio ronquito, la misma voz que antes le cantaba bajito cuando no podía dormir, la que le decía que todo iba a estar bien cuando estaba en crisis por el trabajo.
Julián sintió que le temblaban las piernas. Eres tú, fue lo único que alcanzó a decir. Laura lo vio bien, lo miró de arriba a abajo y entonces la cara se le borró. Dio un paso atrás como si el piso se moviera. Le costó unos segundos decir algo y cuando habló lo hizo con frialdad. No puede ser, Laura, dijo él. Ella lo interrumpió enseguida. Te equivocaste. Soltó sin mirarlo y bajó la vista de nuevo al cuadro. No, no me equivoqué.
¿Eres tú? ¿Dónde estuviste todo este tiempo? Laura tragó saliva y respiró hondo. No respondió de inmediato. Apretó los labios y miró hacia la niña, que estaba a unos metros viéndolos con los ojos abiertos, sin entender qué estaba pasando. Luego lo miró de nuevo a él. “No tengo nada que decirte”, respondió firme sin gritar. Eso lo desarmó. No era la reacción que esperaba. Pensó que si alguna vez se reencontraban sería distinto. Tal vez llorarían, se abrazarían, dirían todo lo que no pudieron, pero no.
Lo que tenía frente a él era una pared. Laura, yo no tengo nada que decirte, repitió cortante. Y no vengas a armar escándalo aquí. Estoy trabajando. Trabajando, vendiendo en la calle. ¿Qué pasó contigo? ¿Dónde quedaste? No te interesa. Ya no formas parte de mi vida”, respondió ella, con los ojos clavados en él, pero con una expresión fría que no lograba disimular del todo lo que realmente sentía. “Claro que me interesa”, dijo Julián dando un paso más. “Desapareciste.
Pensé que te habías muerto. Fui a tu casa, te busqué. Pregunté a tus amigos, a tus hermanos. Nadie sabía nada de ti. Nadie.” Laura lo escuchó sin moverse. Se notaba que le dolía, pero seguía fingiendo estar hecha de piedra. No quería mostrar nada, ni miedo, ni tristeza, ni rabia, nada. Ya pasó mucho tiempo”, dijo ella por fin, bajando la voz, aunque todavía con dureza. “Si desaparecí fue por algo. No me busques más. ¿Esa niña es tu hija?”, preguntó Julián sin poder callárselo más.
Laura no respondió, solo volteó hacia Abril, que los miraba sin parpadear. Julián se acercó un poco más, pero Laura se puso en medio como si quisiera protegerla. Es tu hija”, insistió más suave. “Sí”, dijo ella seca. “¿Cuántos años tiene?” Laura apretó los dientes. Sabía a dónde iba eso. “1”, contestó. Y Julián sintió un golpe en el pecho. 12. Justo el tiempo que había pasado desde que Laura desapareció. 12 años exactos. No necesitaba más pistas. Lo entendió todo en ese momento.
La edad coincidía, su rostro, sus ojos, hasta la forma de fruncir el seño cuando algo no le gustaba. Lo entendió y se quedó sin palabras. Laura lo miró directo a los ojos, como si pudiera adivinar lo que estaba pensando. “No, no te metas”, le dijo. “Es mía. ” “No, Laura, te dije que no le soltó de golpe y varios peatones voltearon a verlos. La niña se acercó asustada. No sabía qué estaba pasando, pero algo en su estómago le decía que todo eso tenía que ver con ella.
“Mamá”, murmuró. Laura se agachó y la abrazó. “Todo está bien, mi amor. Solo fue alguien equivocado.” dijo sin soltarla. Julián sintió una punzada fuerte en el pecho. Quería acercarse, hablar, preguntar más, pero algo en la mirada de Laura lo detuvo. No era el momento. Ella no iba a hablar. No ahora, no ahí. Él respiró hondo, dio media vuelta y se alejó con el corazón hecho pedazos. Pero no pensaba rendirse. No, esta vez Julián manejaba sin rumbo por Reforma con la mirada perdida, los codos tensos y las manos apretando el volante, como si eso fuera a ayudarle a pensar.
El tráfico iba lento, pero ni lo notaba. Su cabeza estaba en otro lado. Daba vueltas una y otra vez a lo que acababa de pasar. No podía sacarse la imagen de Laura de la cabeza, ni la forma en que lo miró, como si nunca lo hubiera amado, como si él fuera un extraño más que se topó por accidente en la calle, pero no lo era. Él sabía lo que tuvieron. No se lo estaba inventando. Todo lo que vivieron, todo lo que soñaron, lo que planearon, había sido real.
Frenó de golpe frente a un semáforo y se quedó ahí con los dedos temblando. 12 años. 12 años sin saber nada de ella. 12 años creyendo que algo horrible le había pasado. Y ahora resulta que estaba viva ahí, vendiendo cuadros en la calle como si nada, con una hija, con su hija, porque no necesitaba pruebas para saberlo. Esa niña tenía la misma mirada que su mamá cuando se enojaba, la misma frente, la misma forma de pararse. No tenía dudas, lo que tenía eran preguntas.
Se estacionó mal frente a una tienda de abarrotes. Se bajó del carro sin pensarlo y entró como si el aire le hiciera falta. Pidió una botella de agua y la tomó de un solo trago. Ni siquiera sabía qué estaba haciendo ahí. Solo necesitaba moverse, hacer algo, pensar. Respiró profundo, cerró los ojos y entonces, como si su mente le hiciera una mala jugada, empezaron a llegar los recuerdos. La primera vez que vio a Laura fue en una exposición en Coyoacán.
Ella estaba parada junto a una de sus pinturas con un pantalón roto en la rodilla y una camiseta blanca llena de manchas de pintura. Se reía de algo que le decía una amiga y él se quedó mirándola como tonto desde el otro lado de la sala. Era imposible no verla, no porque fuera escandalosa, sino porque tenía esa energía rara como de esas personas que no necesitan hablar fuerte para llamar la atención. se acercó con una excusa cualquiera.
No recordaba ni qué le dijo. Solo recordaba que ella le contestó sin filtro y con una media sonrisa que lo dejó temblando. Duraron juntos poco más de 3 años. Fueron años intensos, de esos que queman, pero que uno no olvida. Se peleaban como locos, se reconciliaban como si fuera la última vez. Ella tenía sus ideas raras sobre el arte, sobre el amor libre, sobre no atarse a nada. Y él era todo lo contrario, planeador, intenso, estructurado, pero funcionaban.
Se empujaban el uno al otro, se cuidaban. A veces se encerraban por días en el departamento de ella, sin salir, comiendo cualquier cosa, viendo películas viejas, riendo de cosas que nadie más entendía. Laura decía que lo suyo no era normal, pero que por eso era tan fuerte. Luego vino la parte rara, la parte que nunca entendió. Un día ella empezó a cambiar, a guardar silencio más seguido, a pintar más de noche, a salir sin decir a dónde iba.
Julián pensó que era solo una mala racha, pero luego vino lo más duro. Dejó de contestarle las llamadas. No fue de golpe, fue poco a poco, como si se estuviera borrando sin que él se diera cuenta. La última vez que la vio fue en un café en la Roma. Ella lo citó para devolverle unas cosas. dijo que necesitaba tiempo, que no era su culpa, que no podía explicarle. Después de eso desapareció en serio, se fue del departamento, cambió de número.
Sus amigos dejaron de saber de ella. Su familia no quiso darle información. Él pensó que se había ido a otro estado o que algo malo le había pasado. Lloró como no había llorado en su vida. Hasta fue a hospitales, a la Cruz Roja, hasta a la policía, pero nada. Y después, con los años tuvo que aceptar que no iba a volver, que ya no iba a saber más de ella, pero ahora la tenía de frente viva, pintando en una banqueta.
Julián se subió de nuevo al carro. No tenía claro qué iba a hacer, pero ya no podía quedarse quieto. Sacó su celular y buscó entre sus contactos al único que podía ayudarlo con algo así. Diego, su amigo desde la prepa, ahora abogado y medio metiche en temas de investigación, le marcó. Bueno, Diego, soy yo. Necesito que averigües algo. ¿Y ahora qué hiciste? Nada, es en serio. Necesito que me investigues a una mujer. Se llama Laura Carrillo. Diego se quedó en silencio un segundo.
La ex, la desaparecida. Sí, la acabo de ver. Está viva. Tiene una hija. ¿Qué? ¿Dónde? Vendiendo cuadros en el centro. Pero no quiere hablar conmigo. Me dijo que no me metiera. Pero necesito saber qué pasó, por qué desapareció. Si alguien la obligó, si está en peligro, si esa niña es mía y qué quieres que haga, lo que sepas hacer, búscale. Familia, registros, todo. Y por favor, que nadie se entere. Diego suspiró fuerte. Va, dame un par de días.
Julián colgó y apoyó la cabeza en el respaldo. Tenía mil emociones encima, pero lo único claro era que no iba a dejar las cosas así. Algo raro había detrás. Nadie desaparece así como así. Nadie deja todo una relación. una vida sin una razón poderosa y menos con un bebé en camino. Lo que más le dolía era pensar que ella había tomado la decisión de criarla sola. ¿Por qué no le dijo nada? ¿Por qué le quitó esos años?
¿Qué fue tan grave como para ocultarle a su propia hija? El celular vibró. Era un mensaje de Diego. Empiezo mañana. No te desesperes, muy tarde para eso. Ya estaba desesperado. Y detrás de todo, como un eco constante en la cabeza, seguía viendo los ojos de esa niña, esa mirada intensa que lo había paralizado sin explicación, esa forma de verlo como si ya lo conociera. Él necesitaba respuestas y ahora que había encontrado a Laura, no iba a parar hasta saberlo todo.
Al día siguiente, Julián volvió a la misma esquina con la cabeza llena de dudas y el corazón hecho pedazos. No durmió casi nada en toda la noche. Dio vueltas en la cama, se paró a media madrugada a ver fotos viejas que tenía guardadas en un disco duro. Se quedó viendo una donde salía Laura con una gorra roja y una sonrisa torcida, esa que siempre ponía cuando quería esconder que estaba feliz. No había duda, era ella y la niña.
La niña tenía todo de los dos. No necesitaba un papel que se lo confirmara. Lo sabía en el fondo lo sentía. Cuando llegó, el sol apenas estaba saliendo. Había poco movimiento en la calle, los puestos apenas se estaban montando y los camiones pasaban pesados, dejando olor a diésel en el aire. Caminó con el estómago hecho nudo, sin saber si iba a verla otra vez o si ella había decidido cambiar de lugar solo para no toparlo. Pero ahí estaba.
Laura acomodaba los cuadros con cuidado, hincada en el piso, usando una piedra para enderezar uno que se iba de lado. Abril estaba de pie junto a ella. Con una gorra prestada que apenas le cubría el cabello despeinado. Julián los miró desde lejos unos segundos sin moverse. Era como una escena congelada, como si alguien hubiera puesto pausa al mundo otra vez. No supo si acercarse o esperar, pero ya había llegado hasta ahí. Así que respiró hondo y caminó.
Cuando Laura lo vio venir, se puso tensa. Lo notó de inmediato, dejó el cuadro en el suelo y se levantó despacio con cara seria, como si ya supiera que eso iba a pasar. Te dije que no te acercaras”, dijo sin rodeos en cuanto lo tuvo a un par de pasos. “Necesito hablar contigo”, respondió él con tono firme, pero tranquilo. “Solo eso.” “¿Hablar, ¿para qué?” “¿Para reclamarme? ¿Parame que te abandoné? ¿Que te hice daño? Ya sé todo eso.
No necesito escucharlo, Laura. Solo quiero entender. Ella lo miró fijamente. No parecía enojada, más bien dolida, como si por dentro estuviera peleando con algo que no quería salir. No hay nada que entender. Cada quien tomó su camino. Tú lo tomaste por los dos, dijo Julián sin levantar la voz. Ella bajó la mirada por un segundo, como si ese comentario le hubiera dado en el centro. ¿Y qué quieres ahora? Arreglar todo con una plática, reaparecer y que yo diga, “Ah, qué bien, vamos a tomar un café.
No funciona así, Julián. No quiero arreglar todo. Quiero saber la verdad. Quiero saber qué pasó y quiero saber si esa niña, si Abril es mi hija. Laura lo miró directo a los ojos. No dijo nada, pero el silencio duró demasiado y eso fue más que suficiente para Julián. Lo es, dijo él, más para sí mismo que para ella. Lo sabía. Laura soltó el aire despacio, como si acabara de cargar algo muy pesado. “No tienes derecho a aparecer así y exigir respuestas”, le dijo más suave, pero todavía con un muro entre ellos.
12 años sin ti. 12. “Tú sabes lo que es eso y tú sabes lo que fue para mí pensar que te habías muerto”, respondió Julián ahora con la voz temblando. “Te busqué por todas partes. Nadie me decía nada. No me diste una pista, una señal, nada. Y ahora apareces con una niña de 12 años que claramente es mía y me dices que no tengo derecho. Laura bajó la mirada. No podía sostenerle la vista más. Yo no podía quedarme, dijo al fin.
¿Por qué? Porque tenía miedo. Porque no podía. Porque no me dejaban. Contestó rápido, como si quisiera quitárselo de encima. ¿Quién no te dejaba? Ella no respondió. Volteó a ver a Abril, que estaba a unos metros, vendiendo postales a un grupo de turistas. Luego lo miró a él otra vez. No, aquí, no ahora. Julián sintió que eso era un paso, tal vez chiquito, pero paso al fin. Entonces, dime cuándo o dime dónde. Solo quiero hablar. Lo merezco. Y abril también.
Laura tragó saliva. Dudó unos segundos, luego asintió. Mañana a las 5 en la cafetería frente al Hospital Juárez. Ahí estaré. Ella no dijo nada más. se dio la vuelta y volvió con su hija, como si la conversación nunca hubiera pasado. Pero Julián se quedó ahí unos segundos más, mirándola con los ojos llenos de preguntas. No había sido fácil. Nada de esto iba a ser fácil, pero al menos ahora tenía una cita y una puerta, aunque fuera chiquita, abierta.
Mientras tanto, Abril miraba todo de reojo. No había escuchado la conversación completa, pero algo dentro de ella le decía que ese hombre tenía que ver con lo que su mamá siempre callaba con lo que nunca decía cuando le preguntaba por su papá. No lo conocía. Pero esa forma en que su mamá se puso tensa cuando él llegó, esa forma en que bajaba la voz no era normal. Abril era lista, muy lista. Y ya estaba armando su propio rompecabezas.
Julián llegó a la cafetería 20 minutos antes. No podía quedarse quieto. Caminaba de un lado a otro con las manos en los bolsillos. Checaba el celular cada 2 minutos, aunque no tuviera mensajes nuevos, y tomaba tragos cortos de un café que ya estaba helado. Estaba nervioso, pero más que eso, estaba desesperado. Sentía que estaba a punto de descubrir algo que cambiaría su vida por completo. Y al mismo tiempo tenía miedo de confirmar lo que ya sospechaba desde el primer momento en que vio a abril 5:15.
Laura no llegaba 5:20 tampoco. 5:27. Finalmente la vio cruzando la avenida con una blusa azul y la cara seria. Caminaba rápido, como si no quisiera ser vista, como si ya se arrepintiera de haber dicho que sí. Julián se puso de pie en cuanto la vio. No dijo nada, solo esperó. Se sentaron frente a frente, no se saludaron, solo se miraron un par de segundos antes de que ella hablara. No puedo tardarme mucho. Abril está con Mariana. me hizo mil preguntas antes de salir.
“¿Qué le dijiste? ¿Que iba a comprar pintura?” No me creyó. Julián se pasó una mano por la cara. Tenía tantas preguntas que no sabía por cuál empezar, pero ya no podía contenerse. “Es mía, Laura”, bajó la mirada. “Tú ya sabes la respuesta. Quiero oírlo de ti. ” Ella respiró profundo. “Sí, es tu hija.” Él se quedó en silencio unos segundos. Lo había dicho. Por fin. Lo que sospechaba, lo que temía, lo que deseaba, ahora era real. ¿Por qué nunca me lo dijiste?
Laura lo miró con los ojos llenos de algo que no era tristeza ni rabia. Era como culpa mezclada con cansancio, porque no podía, porque no me dejaron, porque tenía miedo de que tú se detuvo. Tragó saliva, de que tú no fueras él mismo. ¿Quién no te dejó? Teresa. Julián sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Teresa, ¿qué tiene que ver ella? Todo. Ella me buscó cuando supo que yo estaba embarazada. No sé cómo lo supo.
Tal vez alguien le dijo, pero un día apareció en mi casa. Me dijo que tú no querías saber nada, que si me quedaba iba a hacerme la vida imposible, que tenía el poder para destruirme. Eso no es verdad. Yo jamás lo sé. Pero yo no sabía en quién confiar. Nadie me ayudó. Me fui porque tenía miedo y porque no quería que nuestra hija creciera en medio de una guerra. Me escondí, me cambié de nombre un tiempo, perdí contacto con todos y cuando quise regresar, ya habían pasado años.
Julián la miró sin saber si gritar, llorar o abrazarla. Te juro por mi madre que nunca supe nada. Si lo hubiera sabido, habría hecho todo para encontrarte. Todo. Laura lo miró con lágrimas en los ojos. Yo lo sé, pero ya era tarde y luego no supe cómo volver a entrar a tu vida sin que todo se viniera abajo. Y ella sabe, no. No, todavía. ¿Por qué? Porque no quiero que me odie. No va a odiarte, Laura. Es una niña.
Solo quiere saber de dónde viene, igual que yo. Se quedaron en silencio. Luego Julián se inclinó un poco hacia ella. Quiero hacerme una prueba de ADN. No para molestarte, no para pelear. Solo quiero tener certeza. Quiero poder decirle que soy su papá y tener cómo demostrárselo. Laura bajó la mirada, pero no discutió. Está bien. Necesito algo de ella, un cepillo, un hilo de cabello, lo que sea. Usa el cepillo azul, el que trae siempre en la mochila.
Solo no le digas todavía, por favor. Julián asintió. No le gustaba hacer cosas a escondidas, pero también entendía que no podía llegar de golpe a sacudirle la vida a la niña. Todo tenía que ir paso a paso. Esa noche, Julián fue a casa de Diego con el cepillo en una bolsa plástica. No lo soltaba como si fuera oro. Diego lo miró con cara de incredulidad. No puedo creer que estés haciendo esto. Ni yo, pero necesito respuestas. Y si no es tu hija, entonces me regreso a mi vida.
Pero si sí lo es, entonces ya no puedo quedarme fuera. ¿Y qué vas a hacer con Teresa? Todavía no sé. Diego tomó la bolsa con cuidado. Déjamelo a mí. Yo conozco a alguien que puede hacer esto rápido y sin preguntas. Gracias. Pero si esto explota, yo no existo, ¿eh? Tú nunca existes. Ambos rieron un poco, pero luego el ambiente volvió a ponerse tenso. Dos días después, Julián recibió un mensaje de Diego. Tengo los resultados. Vente. Manejó como loco hasta su casa.
Subió las escaleras de dos en dos. Diego lo esperaba con un sobre en la mano y una cara que no decía nada. Aquí está. Julián lo abrió con manos temblorosas, miró las hojas. La conclusión estaba al final. Lo leyó una vez, luego otra, luego una tercera, solo para estar seguro. 99.99% de coincidencia. Leyó en voz baja. Diego lo miró. Es tu hija. Julián no dijo nada. se quedó sentado mirando el papel. Era real, no era una sospecha, era un hecho.
Tenía una hija. Una hija que había caminado frente a él sin saber quién era. Una niña que había crecido sin su papá por culpa de una mentira. ¿Qué vas a hacer ahora?, preguntó Diego. No lo sé, dijo Julián con los ojos húmedos. Pero no voy a dejarla otra vez, eso te lo juro. Mientras tanto, Abril no podía dormir. Desde que vio a ese hombre hablar con su mamá dos veces seguidas, algo dentro de ella se había movido.
No sabía qué era. Pero no era algo chiquito. Era como si una parte de su vida que estaba escondida se hubiera despertado de pronto. Miró a su mamá dormir en la cama de al lado. Luego volteó al techo y por primera vez en mucho tiempo se preguntó en voz alta, ¿quién es mi papá? Teresa no era una mujer que se sorprendiera fácilmente. Estaba acostumbrada a tener el control de todo. Siempre sabía lo que pasaba antes de que ocurriera.
Tenía ojos y oídos en todas partes, desde los pasillos de su empresa hasta los restaurantes que frecuentaba su exesoso. Nada se le escapaba. Y por eso, cuando vio en su celular las fotos que le había mandado un investigador privado, sintió que se le detuvo el corazón por un segundo. Ahí estaba Julián, en pleno centro de la ciudad, parado frente a una mujer con una mochila al lado y un montón de cuadros en el suelo. No era cualquier mujer, era ella.
Teresa agrandó la imagen con los dedos. Le bastó con ver su perfil para reconocerla. La misma cara, más delgada, con el cabello descuidado y ropa sencilla, pero igual de inconfundible. Laura Carrillo, la mujer que había arruinado su matrimonio, que había estado a punto de quitarle todo y que supuestamente había desaparecido para siempre. No puede ser, murmuró apretando los labios. Le temblaban los dedos, pero no de miedo, de rabia. Volteó hacia su escritorio. Todo estaba en su lugar, como siempre.
su agenda, su computadora, el portarretrato con la foto de su hija mayor, los papeles firmados del último contrato, pero nada de eso importaba. Ahora, si Laura estaba de regreso, todo podía venirse abajo. Otra vez agarró su celular y marcó. ¿Dónde la viste? La voz del investigador sonó del otro lado. Esquina de Madero con doneles. Tiene una niña con ella. Venden cuadros. Hoy la vi hablar con Julián. Estuvieron cerca de 10 minutos. No pude escuchar, pero no parecía una plática cualquiera.
¿Tú crees que Julián la reconoció? Estoy seguro. Teresa se quedó en silencio. Miraba fijamente una planta que tenía sobre su escritorio, pero no la veía realmente. Su cabeza ya estaba girando a 1000 por hora. Y la niña, 12 años más o menos, muy parecida a Julián. Muy Teresa cerró los ojos por un segundo. soltó en voz baja. No era tonta. Sabía perfectamente cuántos años habían pasado desde que Laura desapareció. Sabía que estaba embarazada cuando se fue. Sabía que esa niña no era casualidad.
Colgó sin decir más. Caminó por la oficina en silencio. Los tacones sonaban fuerte contra él. Piso de mármol. Se detuvo frente a la ventana viendo el edificio de enfrente sin prestarle atención. recordó aquella tarde, 12 años atrás, cuando fue personalmente a buscar a Laura, cuando la encontró en ese pequeño departamento en la Narbarte, sola, con la panza apenas notándose, le habló claro. Le dijo que si no desaparecía, iba a hacer que la corrieran de todos lados, que ningún hospital la atendiera, que nadie le diera trabajo.
Le juró que si no se iba, iba a pagar caro el haberse metido con su esposo. Y Laura se fue, desapareció. como debía ser, pero ahora había vuelto y no sola. Teresa agarró su bolso, se puso unas gafas oscuras y salió sin avisar a nadie. Bajó en el elevador hasta el estacionamiento, se subió a su camioneta y arrancó sin importar el tráfico. Iba furiosa, pero no se le notaba. Iba seria, controlada como siempre, pero en su mente todo estaba cayéndose a pedazos.
La idea de que Julián pudiera rehacer su vida con esa mujer, con esa le revolvía el estómago. Ya le había quitado una vez el amor de su esposo. No le iba a quitar ahora el lugar que le quedaba. El control, el apellido, el dinero, nada. Esa niña no iba a aparecer de la nada y cambiarlo todo. En la noche llamó a su abogada. Necesito que me investigues algo confidencial, totalmente fuera de registros oficiales. Dime una mujer, Laura Carrillo.
Búscame todo lo que tenga. Dirección actual, trabajos, historial médico, lo que encuentres. Y también a la niña que vive con ella. No sé si está registrada. Averígalo. Es por Julián. No hagas preguntas. Colgó sin esperar respuesta. se quedó sentada en el sillón del estudio con una copa de vino en la mano. La televisión estaba encendida, pero ni la miraba, solo pensaba. Su mente iba armando planes, opciones, amenazas. Si había algo que sabía hacer, era proteger lo suyo.
Y aunque ya no estuvieran casados, Julián todavía era suyo. Lo había sido por años. Tenían propiedades en común, cuentas bancarias, empresas, un historial. no iba a dejar que una mujer sin nada ni nadie volviera para deshacer todo lo que ella había mantenido en pie durante más de una década. A la mañana siguiente fue a su oficina con una sonrisa tranquila y saludó a todos como si nada pasara. Pero en su mente ya había tomado una decisión. Iba a hablar con Laura a solas y le iba a dejar bien claro que si se atrevía a meter a su hija en esto, no iba a tener ni una segunda oportunidad.
Ese mismo día, Mariana fue a visitar a Laura. Llevó pan dulce y jugo, como cada semana. ¿Todo bien?, preguntó mientras miraba a Abril hacer tarea en el otro cuarto. Sí, todo tranquilo dijo Laura, pero su cara decía lo contrario. Seguro te ves tensa. Laura se quedó callada, miró a su hija de lejos y luego bajó la voz. Julián ya sabe todo, todo. Incluso hizo una prueba. Ya sabe que es su hija. ¿Y qué piensa hacer? No lo sé.
me dijo que no va a irse, que quiere estar con ella. Mariana suspiró. ¿Y tú? Yo no sé qué hacer. Tengo miedo. Si Teresa se entera, ¿tú crees que no lo sabe ya? Laura se quedó congelada. ¿Cómo? Laura. Esa mujer tiene ojos en todas partes. Y si Julián se apareció, ella lo va a saber y no va a quedarse quieta. Laura sintió que la garganta se le cerraba. Se levantó de la silla como si algo la quemara.
Tengo que proteger a Abril. No voy a dejar que le pase nada. Entonces prepárate porque se te viene encima lo peor. Laura ya no dormía tranquila. Desde que Julián apareció y desde que le confesó todo, sentía que algo en el ambiente había cambiado. Al principio pensó que era solo paranoia, pero luego empezó a notar cosas que no estaban ahí antes, como esa señora que se quedó parada demasiado tiempo frente al puesto donde vendía. No traía mochila ni cámara ni nada, solo estaba ahí mirando.
Y cuando Laura se le quedó viendo, bajó la mirada y se fue. O ese coche blanco que pasó dos veces por la misma calle en menos de 10 minutos, o el tipo de sudadera que se quedó en la esquina sin hacer nada, fingiendo ver el celular. Ese día regresó a casa con la piel erizada. Tenía una sensación que no sabía explicar, como si alguien la estuviera mirando desde la sombra. Cerró la puerta con llave, corrió las cortinas y se quedó parada unos segundos en medio del cuarto, respirando fuerte.
Abril salió de la cocina con una cucharita en la boca. Todo bien, ma. Laura tardó un poco en responder. Sí, todo bien. Solo fue un día pesado. ¿Vendiste algo? Uno pequeño. La niña volvió a meterse a la cocina sin sospechar nada, pero Laura seguía tensa. Se asomó por la ventana solo un poco y juró que el mismo carro blanco seguía estacionado a media cuadra, pero no podía estar segura. Cerró la cortina rápido y apagó la luz. Esa noche casi no probó bocado.
Abril la miraba con curiosidad, pero no preguntó. Sabía que a su mamá no le gustaba que la presionaran, solo le puso más arroz en el plato y luego se fue a hacer tarea. Laura aprovechó para revisar su mochila. Sacó el celular viejo que usaba solo para emergencias y le escribió un mensaje a Mariana. ¿Puedes venir mañana temprano? Tengo que hablar contigo. Al día siguiente, Mariana llegó con cara de preocupación. Se metió al cuarto sin saludar a nadie y cerró la puerta.
¿Qué pasó? Laura bajó la voz. Creo que me están siguiendo. ¿Estás segura? No, pero ya son varias cosas. Ayer vi al mismo coche dos veces en diferentes lugares y había un hombre parado en la esquina que no hacía nada. Ni vendía, ni hablaba, ni se movía. ¿Lo viste? Claramente no. Traía capucha, pero sé cuando alguien no encaja. Tengo años en la calle. No soy tonta. Mariana se sentó en la cama. ¿Tú crees que sea Teresa? Laura no respondió, pero la cara lo decía todo.
¿Y qué vas a hacer? No lo sé. Quiero salir corriendo, irme a otro estado, cambiarme de nombre otra vez y abril. No la voy a dejar, pero tampoco puedo arriesgarla. Si esa mujer se acerca a ella, ¿tú crees que llegue tan lejos? No la conoces. Teresa es capaz de todo. No soporta perder y ahora debe estar furiosa. Si se entera que Abril es hija de Julián, va a querer destruirnos. Y Julián, no le voy a decir nada todavía.
Si se lo digo, se va a querer meter. Y si se mete, Teresa va a ir contra él también. Ya estás metida, Laura. Ya no hay vuelta atrás. Laura se agarró la cabeza con las dos manos. Estaba al límite. No quería volver a vivir con miedo. No quería volver a esconderse, pero tampoco podía quedarse cruzada de brazos. ¿Sabes qué es lo peor? Dijo mirando a Mariana, que yo no le hice nada. Solo me enamoré. Solo quise tener a mi hija tranquila y ahora tengo que vivir como si fuera una criminal.
Mariana le agarró la mano. No estás sola. Yo estoy contigo. Y Julián también, aunque no lo digas, sabes que está de tu lado. Esa tarde Laura fue a recoger a Abril a la escuela. Era raro que no la esperara en el puesto, pero quiso acompañarla porque la sensación de peligro no se le iba. Se quedó parada frente a la reja como las demás mamás. Miraba a todos lados cada 5 segundos. Cuando la niña salió, la abrazó con fuerza.
¿Estás bien? Le preguntó de golpe. Eh, sí, claro. Por nada, solo quería verte. Caminaron de regreso a casa, pero Laura se desvió del camino habitual. Pasaron por calles diferentes, cruzaron por una tiendita que nunca visitaban. Dieron una vuelta larga. Laura quería saber si alguien la seguía y aunque no vio nada claro, seguía sintiendo esa presión en la nuca, esa sensación que no se quita. Cuando llegaron a la vecindad, miró hacia la entrada antes de meterse. No había nadie raro.
No por ahora, pero eso no la calmó. Por la noche, cuando Abril ya dormía, Laura sacó una caja vieja del closet, la abrió con cuidado. Adentro tenía papeles, unas fotos viejas, una identificación falsa que usó hace años y un sobre amarillo con algo que nunca había usado. El número de un abogado que le debía un favor, un hombre que la ayudó a desaparecer la primera vez. Lo había conocido por medio de una amiga cuando estaba embarazada. Le hizo el acta de nacimiento de abril sin poner nombre del padre.
le cambió el apellido, le ayudó a conseguir un cuarto lejos del DF. Laura miró el sobre, dudó unos segundos, luego lo metió en su bolso. Si las cosas se ponían peor, iba a tener que volver a empezar. Pero esta vez no iba a correr con miedo. Esta vez iba a pelear. Mariana llegó sin avisar esa mañana, tocó la puerta con fuerza y no paró hasta que Laura abrió medio dormida, con la cara de quien no había descansado ni dos horas.
Apenas la vio, Mariana se metió sin pedir permiso y se fue directo a la cocina. Puso la olla del café a calentar y se quedó de pie mirando el vapor subir. No hacía falta que dijera nada. Sabía que algo andaba mal. Laura cerró la puerta con seguro y se apoyó en ella. Traía una sudadera vieja encima de la pijama, el cabello revuelto y los ojos hinchados. Se quedó ahí mirando a su amiga de espaldas sin decir una palabra.
Mariana sirvió el café, le pasó una taza y se sentaron en la mesa, chica que usaban para todo. Comer, pintar, hacer tarea, pelear y a veces llorar. Laura tomó un trago largo y dejó la taza en la mesa con cuidado. Mariana la miraba en silencio, sin presionar. Ya conocía ese gesto, esa forma en que Laura jugaba con la cuchara, dándole vueltas sin sentido. Era su manera de pensar sin hablar. Vi el coche otra vez anoche”, dijo Laura rompiendo el silencio.
Estaba estacionado frente a la tienda de la esquina. Dos horas. No se movió. Mariana frunció el ceño. ¿Y viste a alguien adentro? No, estaba oscuro, pero sé que era el mismo. No hay forma de que sea coincidencia. Mariana se acomodó mejor en la silla y cruzó los brazos. ¿Y Abril? Preguntó. No le dije nada. Solo le pedí que no se alejara de mí. Se portó raro, como si sospechara algo, pero no preguntó. Laura se frotó las manos.
Me estoy quedando sin tiempo. Mariana se inclinó hacia ella. Dime la verdad toda, porque siento que me estás diciendo solo la mitad de las cosas desde hace años. Laura levantó la cabeza sorprendida. ¿A qué te refieres? ¿A que siempre hablas de Teresa como si fuera un monstruo, como si fuera capaz de hacerte desaparecer otra vez, pero no me has contado qué fue lo que realmente pasó. Solo me diste pedacitos. No entiendo por qué te fuiste así, tan de golpe.
¿Por qué nunca me llamaste? ¿Por qué ocultaste tanto? Laura guardó silencio unos segundos, luego se paró, caminó hasta la ventana, corrió un poco la cortina y miró hacia afuera. Nada raro, solo un señor caminando con su perro. Se quedó ahí parada un rato. Mariana no dijo nada, solo esperó. Luego Laura se dio la vuelta. Cuando me enteré que estaba embarazada, no sabía si decirle a Julián. Ya habíamos terminado, pero yo todavía lo quería y estaba confundida. No sabía si era buena idea regresar con él solo por la niña.
Estaba en ese dilema cuando Teresa apareció. Así de la nada me esperó afuera de mi trabajo. Se me acercó como si nada, con su bolsa cara y sus lentes enormes. Me habló tranquila, como si estuviéramos tomando café, pero lo que me dijo me congeló, que si no me desaparecía iba a hundirme, que conocía jueces, doctores, gente que podía hacerme la vida imposible, que ella no iba a permitir que la hija de Julián creciera conmigo y que si yo insistía me iba a arrepentir.
Mariana abrió los ojos. ¿Y tú le creíste? Es que no era solo eso. La misma semana me sacaron del trabajo sin explicación. Un señor que me rentaba el cuarto me dijo que ya no podía seguir ahí. Fui al centro de salud y me dijeron que no había espacio para mí. Todo fue muy rápido. No fue una amenaza vacía. Ella ya se había movido. Ya estaba cumpliendo su palabra. Me sentí atrapada. No tenía a nadie. Mi familia me había dado la espalda.
Me quedé sola con miedo y sí, me fui. Mariana respiró hondo. Eso no me lo habías contado. Es que no quería que pensaras que me rendí. No fue eso. Fue que me sacaron de todos lados. Me fui a un pueblo con una amiga de la escuela de arte. Viví en un cuarto prestado. Tuve a abril. Ahí no tenía nada. Ni ropa, ni cuna, ni papeles. Por eso fui con ese abogado, el que me ayudó a registrar a abril sin mencionar a Julián, sin dejar rastro.
¿Pero nunca pensaste en regresar?”, preguntó Mariana. “Lo hice varias veces, pero cada vez que pensaba en volver, me acordaba de lo que ella me había dicho y tenía miedo. Pensaba, “¿Y si todavía me está vigilando? ¿Y si me quita a mi hija?” No podía arriesgarme. No podía. Mariana bajó la voz. “¿Y por qué ahora sí? ¿Por qué volviste a la ciudad? Porque Abril ya está grande, porque ya no podía seguir escondiéndome, porque necesitaba que viera algo más que paredes rotas y calles vacías.
Y porque pensé que ya nadie se acordaba de mí. Pero te equivocaste. Sí, me equivoqué. Se quedaron en silencio un momento. Mariana la miraba con los ojos brillosos. Laura tenía la cara dura, pero la voz le temblaba. Y Julián, preguntó Mariana de nuevo. ¿Qué te dice él? que quiere estar con su hija, que quiere conocerla, que no piensa irse y tú se lo vas a permitir. No lo sé. Tengo miedo, Mari, miedo de que se acerque mucho y que eso haga que Teresa explote.
No quiero que Abril sufra. No quiero perderla. Mariana se levantó, caminó hasta ella y la abrazó fuerte. Laura se dejó abrazar por fin. Por unos segundos soltó todo y lloró en silencio, sin hacer ruido, solo dejando que las lágrimas le bajaran por la cara. Mariana no dijo nada, solo la apretó más. Al final, cuando se calmó, Mariana se separó un poco. Tienes que confiar en alguien. Ya no puedes cargar todo tú sola. Ya no. No sé si es momento de decirle todo a Abril, pero no falta mucho para que ella lo note por sí sola y cuando eso pase, lo que tú no digas lo va a inventar y eso puede ser peor.
Laura asintió todavía con los ojos rojos. No sé cómo hacerlo. No sé por dónde empezar, pero tienes razón. Ya no puedo sostener esta mentira mucho tiempo más. Teresa no había dejado de moverse desde que supo que Laura estaba en la ciudad. Había cancelado reuniones, cambiado horarios y activado contactos que no usaba desde hacía años. No era del tipo que se quedaba esperando a que las cosas pasaran. Ella las controlaba. Siempre había sido así. Y ahora, con esa mujer de regreso y con una hija que probablemente era de Julián, no pensaba quedarse cruzada de brazos.
Esa niña era una bomba de tiempo y ella sabía cómo apagarla. El primer paso fue conseguir la dirección exacta. No tardó mucho. El investigador le mandó un mensaje con la ubicación de la vecindad donde vivían. Teresa la abrió en el celular mientras tomaba café con su amiga Sara. Una mujer igual de metiche que poderosa le dio un trago lento, como si el tema no fuera importante, pero por dentro hervía. Aquí están. En una vecindad de la colonia Guerrero.
El mensaje tenía fotos, referencias y hasta un mapa, todo lo que necesitaba. ¿Ya encontraste a la mujercita?, preguntó Sara sonriendo con malicia. Sí, respondió Teresa sin quitar la vista del celular. Y a la hija también. ¿Y qué vas a hacer? lo de siempre ponerla en su lugar. Esa tarde Teresa se subió a su camioneta y manejó hasta una calle cercana a la vecindad. No se bajó, solo se estacionó enfrente y se quedó ahí mirando desde los vidrios polarizados.
Quería ver con sus propios ojos. Quería sentir el terreno antes de moverse. Pasaron 20 minutos. Luego vio salir a abril con una mochila verde caminando hacia la tienda de la esquina. Laura salió detrás con el cabello recogido y la cara cansada. le gritó algo a la niña y esta le hizo una seña con la mano. Teresa se quedó mirando a Laura con rabia. Le molestaba verla tan tranquila como si nada, como si no hubiera roto un hogar, como si no hubiera destruido años de matrimonio.
Aunque la verdad era otra, ella ya no distinguía entre lo que pasó y lo que creía que había pasado. En su mente, Laura siempre había sido la culpable, la ladrona, la intrusa. Y ahora, además, había una hija. Marcó. Sí, respondió el investigador. Necesito que le entregues algo a Laura Carrillo. Un sobre hoy mismo. ¿Qué contiene? Dinero. ¿Y una nota? ¿Qué quiere que diga? Yo te dicto. La nota fue corta, fría, sin vueltas. Tienes una sola oportunidad. Toma este dinero y desaparece otra vez.
Si no lo haces, no solo voy a quitarte a la niña. Te voy a borrar esta vez para siempre. Teresa colgó y volvió a mirar a la entrada de la vecindad. En ese momento, Laura y Abril entraban con una bolsa de pan. Teresa soltó una sonrisa leve de esas que no llegan a los ojos. Luego arrancó la camioneta. A la mañana siguiente, el sobre llegó a manos de Laura. El mismo hombre que la vigilaba desde hace días se le acercó cuando estaba armando los cuadros.
Era un tipo flaco con gorra y lentes oscuros. Se metió entre la gente como si nada, le dejó el sobre al lado de los pinceles y desapareció. Laura lo notó de inmediato. Se agachó, lo tomó y al abrirlo vio los billetes primero, luego la nota. La leyó sin mover la cara, pero por dentro sintió que el suelo se le iba. Supo en ese momento que era ella. Solo Teresa podía escribir algo así. Solo ella tenía esa frialdad, ese veneno en pocas palabras.
guardó el sobre en la mochila sin que Abril se diera cuenta. El corazón le latía tan rápido que sintió que iba a desmayarse. Se acercó a su hija y le acarició el cabello. ¿Te parece si hoy salimos más temprano?, preguntó fingiendo una sonrisa. ¿Por qué? Hace mucho calor y tengo dolor de cabeza. Bueno, esa tarde, ya en casa, Laura volvió a leer la nota. Luego contó el dinero. Eran 20,000 pesos en billetes nuevos. No era poco, pero tampoco tanto.
Lo justo para mudarse de nuevo, si quería, para comprar tiempo. Esa noche, Mariana fue a verla. Laura le enseñó la nota sin decir una palabra. Mariana la leyó y la tiró sobre la mesa con rabia. ¿Y qué vas a hacer? No lo sé. ¿Vas a irte otra vez? Estoy pensando. ¿Pensando en qué? ¿En dejar que esa mujer te corra de tu propia vida otra vez, Mariana? No, ya basta, Laura. Ya se acabó el tiempo de correr. Tienes que hablar con Julián.
Él tiene que saber lo que está pasando. Juntos pueden enfrentarla. No quiero meterlo en esto. Ya está metido. Aunque no quieras. Laura se levantó de golpe. Caminó por el cuarto sin rumbo, con las manos en el cabello. No entiendes. Si Teresa va en serio. Si en verdad quiere hacerme daño, puede hacerlo. Tiene contactos, dinero, poder. Yo no tengo nada. Tienes a tu hija y eso ya es mucho más de lo que ella tiene. Tienes amor, Laura. Ella no sabe lo que es eso y por eso te tiene miedo.
No lo veas como una amenaza. Es miedo. Por eso quiere comprarte, porque no puede con lo que no puede controlar. Laura se detuvo. Se quedó mirando a Mariana como si no supiera qué decir. Luego se dejó caer en la cama. Estoy cansada, Mari. Cansada de tener miedo, de vivir mirando por encima del hombro, de esconderme, de no poder dormir tranquila. Mariana se sentó junto a ella y le agarró la mano. Entonces es hora de cambiar eso, de enfrentarlo.
Laura cerró los ojos, no dijo nada más, pero en su mente algo empezó a moverse, un paso pequeño, pero firme. Teresa quería que se fuera. Tal vez esta vez no iba a complacerla. Julián no podía pensar en otra cosa. Desde que Laura le confirmó que Abril era su hija, su cabeza no se detenía. Lo había dicho con la boca, sí, pero había algo que no lo dejaba tranquilo. No era desconfianza en Laura, no era eso, era otra cosa.
Necesitaba una certeza escrita, un papel, algo que lo mirara directo y le dijera sin lugar a dudas, “Sí, es tuya. Tal vez por el tiempo perdido, tal vez por el miedo a que todo se cayera otra vez, pero lo necesitaba.” La oportunidad llegó sin que la buscara. Fue esa tarde cuando pasó a ver a abril al puesto. Laura se había metido a la tienda de la esquina a comprar agua y la niña se quedó sentada dibujando. Tenía la mochila abierta y sin querer dejó asomar su estuche.
Julián se acercó con calma, como si solo quisiera ver qué hacía. ¿Qué dibujas? Nada, solo garabatos respondió sin levantar la vista. Julián sonríó. Le gustaba como hablaba. Era directa, sin vueltas. ¿Puedo ver? No, todavía no está. dijo cerrando el cuaderno con rapidez. Él se agachó frente a la mochila. Miró de reojo, vio el peine azul con el que siempre se peinaba por las mañanas. Tenía varios cabellos enredados entre los dientes de plástico. En ese momento supo que era su única oportunidad.
“¿Tu mamá tarda mucho en la tienda?”, preguntó como al pasar. Siempre se pone a platicar con la señora. Así que sí. Julián asintió, metió la mano como si buscara otra cosa y con un movimiento rápido sacó el peine y lo guardó en el bolsillo de su chamarra. Abril no se dio cuenta. Estaba distraída mirando a unos payasos que hacían malabares en la esquina. Cuando Laura regresó, él ya estaba parado otra vez como si nada. Esa noche Julián fue a casa de Diego.
Entró sin saludar. Traía el rostro tenso, como si viniera de un robo. “¿Qué hiciste ahora?”, preguntó Diego al verlo. Lo tengo, dijo Julián sacando el peine. Diego lo tomó sin decir nada, lo miró de cerca y asintió. Esto sirve. ¿Cuánto tarda? Unos días. Lo mandaré a un laboratorio que no hace preguntas, pero no me pongas tu nombre. ¿Queda claro? Usa el tuyo. Me da igual. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Nunca estuve más seguro. Diego metió el peine en una bolsa y la selló.
Esto es ilegal, ¿sabes? No es ilegal si es mi hija, respondió Julián. Diego no dijo más. Entendía a su amigo, lo conocía desde siempre y sabía que cuando se ponía así no había manera de hacerlo cambiar de idea. Los días siguientes fueron un infierno para Julián. Todo lo que hacía lo hacía a medias. Trabajaba, pero no se concentraba. Manejaba, pero no recordaba por dónde. Comía por obligación. Dormía mal. Soñaba con Abril, con Laura, con los tres en diferentes versiones de lo que podía ser su vida.
Algunas eran buenas, otras no tanto. A veces se despertaba con el corazón acelerado, como si algo malo fuera a pasar. Pasó por el puesto varias veces, pero no sé. Acercó. Las veía de lejos. Abril atendiendo, Laura pintando, las dos hablando como siempre. Lo que más le dolía era ver lo que se había perdido. Las primeras palabras, los primeros pasos. Los cumpleaños, los dibujos mal hechos con crayones, las veces que se enfermó. Todo eso ya no lo iba a recuperar.
Tres días después, Diego lo llamó. Julián contestó antes de que sonara completo el primer tono. Dime, ya lo tengo. ¿Y puedes venir? Dime de una vez. No, mejor ven. Julián colgó sin decir nada y se subió al coche. Manejó rápido, sin pensar, sin siquiera poner música. Llegó en 20 minutos, subió corriendo las escaleras y entró sin tocar. Diego estaba esperándolo con un sobre amarillo en la mano. Se lo dio sin hablar. Julián lo abrió con dedos temblorosos, sacó las hojas, las leyó en silencio.
En la parte final, en letras grandes y claras, decía lo que ya sabía en el fondo. Probabilidad de paternidad, 99.99%. No dijo nada, solo se quedó ahí parado mirando el papel. Diego se sienta. Acercó despacio. Es tuya. Julián soltó el aire. Por un momento sintió que se le aflojaban las piernas. Se sentó en el sillón sin despegar los ojos de la hoja. Una parte de él quería llorar, otra quería reír, pero no hizo ninguna de las dos.
¿Y ahora qué vas a hacer?, preguntó Diego. Ahora voy a decírselo. A Laura. No, a mi hija. Diego lo miró con cara seria. ¿Y cómo crees que va a reaccionar? No lo sé, pero no puedo seguir callado. Es mi hija Diego y ella merece saberlo. Merece conocer la verdad. Diego asintió. No estaba del todo convencido, pero no iba a meterse. Ya era cosa de él. Esa noche Julián no fue directo al puesto, no. Caminó por varias calles antes, pensó cada palabra que iba a decir.
Ensayó respuestas para preguntas que tal vez nunca llegaran, se paró frente a un espejo en un baño público y se miró fijo, como si quisiera reconocerse. Se veía cansado, pero decidido. Cuando llegó a la esquina, Laura lo vio venir desde lejos. Él no le quitó la mirada. Sabía que ella iba a saber que algo pasaba. Y así fue. ¿Qué haces aquí tan tarde? Julián no contestó. Miró a Abril. ¿Podemos hablar? Laura se puso tensa al instante. Apretó los labios.
¿De qué? De lo que ya no se puede seguir ocultando. Laura lo entendió todo. En su cara se notó el susto. Miró a Abril, luego a Julián. No dijo nada. No hacía falta. La niña los miraba sin entender, pero ya no era tonta. Ya no. Laura sabía que Julián traía algo encima desde el momento en que lo vio acercarse. No caminaba como siempre. Tenía los hombros tensos, la mirada fija, los labios apretados. No saludó a Abril, no preguntó cómo estaban, no le sonríó.
Fue directo hacia ella. Y eso en Julián era raro, muy raro. ¿Podemos hablar? Le dijo. Ella sintió que el estómago se le encogía. Asintió con la cabeza, pero no dijo nada. le pidió a Abril que cruzara a la papelería de la esquina a comprar una hoja de colores para un dibujo. Apenas la niña se alejó, Julián sacó un sobre doblado de la bolsa de suas chamarra. Se lo puso en la mano sin hablar. Laura lo miró sin entender, lo abrió con dedos temblorosos.
Cuando leyó la hoja, se le fueron los colores de la cara. ¿Tú hiciste esto?, preguntó sin levantar la voz. “Sí”, respondió él, tranquilo, pero firme. Laura miró la hoja otra vez. Ahí estaba en letras claras, probabilidad de paternidad 99 en 99%. No necesitaba explicaciones. Lo entendió todo al instante. El día que se quedó sola en el puesto, el peine que abril había perdido, la forma en que Julián había estado actuando raro. Todo tenía sentido. ¿Desde cuándo tienes esto?
Desde hace unos días. Laura cerró el sobre. No sabía si gritar o quedarse callada. Lo miró con los ojos llenos de algo difícil de explicar. ¿No podías confiar en lo que te dije? Claro que confiaba, pero necesitaba verlo. Necesitaba saberlo de verdad. Tú lo sabías desde hace 12 años. Yo lo supe hace 12 días. No es lo mismo. Laura bajó la mirada. No tenía cómo rebatir eso y en el fondo entendía lo que él sentía. Julián no era alguien que se dejara llevar por impulsos.
Siempre necesitaba comprobar todo. ¿Qué vas a hacer con esto? Nada, respondió él al instante. No lo traje para amenazarte ni para pelearte nada. Lo traje porque quiero que me mires a los ojos, sabiendo que ya no hay excusas, ya no hay vueltas, ya no hay dudas. Es mi hija Laura, y quiero estar en su vida. Ella lo miró. Había dolor en su rostro. Sí, pero también había calma. Julián no estaba ahí para vengarse. Estaba ahí porque había encontrado algo que no sabía que había perdido.
Y si ella no quiere, preguntó Laura bajito. Entonces espero. No la voy a obligar. No voy a llegar a tumbar su mundo. Solo quiero que sepa quién soy, que tenga la opción y que si algún día necesita algo, yo esté ahí. Laura apretó el sobre con fuerza. Pensó en los años que habían pasado, en todas las veces que había imaginado este momento y como siempre lo había empujado al fondo de su cabeza por miedo. Ahora estaba ahí.
Era real. Ya no podía seguir escondiéndose. No sé cómo hacer esto, confesó, casi en un susurro. Yo tampoco, pero podemos intentarlo. Laura lo miró de nuevo, le creyó. Julián no estaba fingiendo. No venía con rencor. Venía con ganas de hacer las cosas bien. Y eso, por un momento, le dio un poco de paz. ¿Y qué quieres que le diga? La verdad, a tu manera, cuando tú lo decidas. Solo no dejes que lo descubra sola. Eso le va a doler más.
Laura respiró hondo. Se guardó el sobre en la mochila justo cuando abril. regresaba de la tienda con una hoja amarilla en la mano. “Ya vine”, dijo con una sonrisa. “¡Qué bonita hoja”, respondió Julián sonriendo por primera vez en todo el día. “¿Me ayudas a hacer un dibujo?” “Claro, vamos. ” Abril se sentó en el suelo, sacó sus plumones y empezó a dibujar sin saber que a su lado tenía a su papá. Laura los miraba sin decir nada.
Le dolía el pecho, pero no de angustia. Era otra cosa. Era como si una parte suya se rompiera para dejar pasar algo nuevo, algo que no sabía si iba a doler más o a sanar. Esa noche, mientras Abril dormía, Laura sacó el sobre otra vez. lo leyó de nuevo, una, dos, tres veces, como si necesitara convencerse. Luego agarró una libreta vieja y empezó a escribir algo. No era una carta, no era un plan, era una lista de lo que había pasado, de lo que le debía decir, de lo que ya no podía seguir guardando.
Al día siguiente le pidió a Mariana que se quedara con Abril por unas horas. Salió temprano, fue a buscar a Julián, no para pelear, no para disculparse. Fue porque sabía que ya no podía cargar sola con algo tan grande y porque aunque le costara aceptarlo, él tenía derecho. Cuando se encontraron en el mismo café donde hablaron semanas atrás, Laura no llevó papeles, no llevó notas, solo se sentó y le dijo lo que tenía que decir. Voy a decírselo, pero necesito que me prometas una cosa, lo que quieras.
No la presiones, no la llenes de ideas, no le hables mal de mí si se enoja contigo. Déjala sentir como le salga, porque ella no tiene la culpa de nada. Nunca lo haría. Laura asintió. Se quedó en silencio unos segundos, luego lo miró con una expresión nueva. No era tristeza ni miedo. Era una mezcla de cansancio y esperanza. Gracias por volver. Julián sonrió leve. Tomó su café sin decir más. Ya no había vuelta atrás. Teresa nunca daba pasos en falso.
Si iba a moverse, lo hacía con fuerza y sin que nadie la viera venir. Desde el momento en que recibió la foto del resultado de la prueba de ADN, supo que las cosas se estaban saliendo de control. Ya no era solo Laura escondida en una vecindad con una hija. Ahora era Julián con pruebas en la mano decidido a meterse. Y si Julián se metía, lo siguiente que venía era el escándalo, su apellido mezclado con una historia vieja, su reputación conectada con una niña fuera de matrimonio y, sobre todo, la amenaza real de perder el único poder que todavía tenía, la influencia sobre la vida de su exesposo.
Así que esa mañana se sentó en su oficina y llamó a uno de sus contactos más antiguos, un abogado de traje claro y mirada seca que le debía más de un favor. Le pidió que fuera discreto, que no hiciera preguntas. Solo necesitaba saber si era posible quitarle a Laura la custodia de la niña. No importaba cómo, solo necesitaba saber si se podía. El abogado escuchó en silencio mientras ella hablaba, luego abrió su maletín, sacó una libreta pequeña y empezó a anotar.
¿Tienes algo contra ella?, preguntó sin levantar la vista. Nada oficial, pero es pobre. Vive en un lugar horrible. No tiene estabilidad. No está casada y ha tenido que esconderse durante años. Basta con armar un informe que lo resalte bien y ya. El abogado levantó una ceja. La niña tiene acta de nacimiento. Sí, pero no reconoce al padre. Entonces, en papel, la madre es todo lo que tiene. Exacto. Necesitaríamos que el padre se mantenga al margen. Julián no se va a mantener al margen, por eso necesito que la ataquemos a ella primero.
Si la debilitamos, él se va a calmar. Y si no lo hace, también tengo cómo detenerlo. El abogado cerró la libreta y asintió. Lo haré, pero esto no es barato ni rápido. No me importa, solo hazlo. Esa misma tarde, Teresa mandó a un asistente suyo a rondar por la colonia donde vivía Laura. Le pidió fotos, nombres de vecinos, videos si era posible. quería tener todo lo que pudiera servir para armar un perfil negativo. Mientras tanto, ella escribió una carta falsa, firmada como si fuera una vecina preocupada, diciendo que Laura dejaba sola a la niña durante muchas horas, que había entrado y salido hombres de su casa, que no tenía trabajo fijo.
La carta fue enviada de forma anónima al dif. Luego llamó a una amiga suya, una periodista con conexiones en todos lados. le dijo que tenía un tema delicado sobre menores en riesgo. Le pidió que preguntara sin decir nombres, que se moviera en bajo perfil. No quería un escándalo, todavía no, solo quería abrir la puerta. Todo eso lo hizo en menos de dos días. Para rematar, llamó a Julián. Fue directa. Sé lo que estás haciendo. Hubo un silencio incómodo del otro lado.
¿De qué hablas? De tu búsqueda por jugar a la familia feliz. Laura, la niña, el ADN. No soy estúpida, Julián. No estoy escondiendo nada. No tengo por qué hacerlo. Entonces, ya te advertí. ¿Me estás amenazando? No. Te estoy diciendo que te estás metiendo con alguien que no tiene nada que perder y eso siempre es peligroso. Julián se rió sin ganas. Tú lo perdiste todo hace años, Teresa, solo que no lo quieres aceptar. Ella colgó sin responder. Después de eso se quedó sola en su oficina.
miró por la ventana con el celular todavía en la mano. No le temblaba ni un dedo. No sentía culpa. No sentía duda. Sentía solo una cosa, urgencia. Necesitaba detener a Laura antes de que ganara terreno. Porque si Laura ganaba, si Abril se enteraba de todo y decidía quedarse con Julián, si la verdad salía a la luz, ella perdía. Esa noche, en otro punto de la ciudad, un trabajador del DIF llegó a la vecindad con una carpeta en la mano.
Preguntó por Laura Carrillo. Le dijeron que estaba en el cuarto 5B. Subió, tocó la puerta y ella abrió con cara de confusión. El hombre mostró su identificación. Le dijo que venía a hacer una visita preventiva. Laura no entendía nada. Abril salió de la cocina con las manos llenas de témpera. “¿Pasa algo?”, preguntó la niña. No, mi amor, solo quédate adentro. El trabajador le explicó a Laura que habían recibido un reporte anónimo, que solo necesitaban verificar que la menor estuviera bien, que no era nada oficial, solo un procedimiento.
Laura trató de mantenerse tranquila, sonrió, mostró la casa, las cosas de abril, los dibujos, los libros de la escuela. respondió todo con paciencia, pero por dentro sabía perfectamente de dónde venía eso. Después que el hombre se fue, cerró la puerta con llave y se sentó en la cama. Abril la miraba con curiosidad. ¿Por qué vino ese señor? Laura dudó unos segundos. Porque hay gente que se mete donde no le importa. ¿Alguien cree que no me cuidas bien?
Eso parece. Eso es mentira. Lo sé, mi amor, lo sé. Laura le acarició el cabello y la abrazó fuerte. Cerró los ojos. Contuvo las lágrimas. Sabía que ese solo era el primer golpe. Teresa ya se había movido y lo peor estaba por venir. Ese sábado por la tarde, Laura le pidió a Abril que se quedara en casa mientras ella iba al mercado con Mariana. Le dijo que no tardaba, que solo iba a comprar un par de cosas y que regresaba antes de que oscureciera.
Abril la sintió sin mucho interés. Estaba con la cabeza metida en un dibujo que no lograba terminar desde hacía días. Tenía lápices, tijeras, hojas de colores y un montón de ideas que no cuajaban. Laura cerró la puerta y Abril se quedó sola en el cuarto. Puso música bajito, abrió la ventana y dejó que entrara el aire caliente de la calle. La tarde estaba tranquila, aunque de vez en cuando se escuchaban las voces de los vecinos y el motor de algún camión lejano, todo normal, pero no pasó ni media hora cuando Abril escuchó algo que la hizo detenerse.
La puerta del cuarto se abrió. Al principio pensó que era su mamá, pero al escuchar la voz se dio cuenta de que era Mariana. Había entrado con Laura y hablaban bajito, como si no quisieran que nadie las escuchara. Abril se acercó sin hacer ruido, dejó el dibujo sobre la cama y caminó descalza hasta la puerta. No estaba completamente cerrada, había quedado entreabierta por el aire. “Ya no puedo seguir ocultándoselo”, dijo Laura en voz baja. “Entonces hazlo.” Díselo de una vez, respondió Mariana.
“¿Y si se enoja? Y si me odia, no te va a odiar, Laura, pero si lo descubres sola, eso sí va a dolerle más. Tengo tanto miedo, Mari, no solo de su reacción, de todo, de Teresa, de lo que pueda pasar después. Siento que en cualquier momento algo va a explotar. ¿Y Julián, ¿ya hablaste con él otra vez? Sí, me dio espacio, pero está esperando. No quiere presionarme. Quiere que sea yo quien se lo diga. ¿Y lo vas a hacer?
Sí. Esta semana, abril se quedó paralizada. No entendía todo, pero algo sí estaba claro. Hablaban de ella, hablaban de un secreto y ese nombre, Julián, le sonaba muy dentro de su cabeza. Algo le decía que ya lo había escuchado antes. Intentó respirar despacio para no hacer ruido. Se quedó quieta con el corazón golpeándole el pecho. “¿Y si ya sospecha?”, preguntó Mariana. “A veces creo que sí. La veo mirándome diferente, como si esperara que le diga algo, pero se queda callada.
Es lista, muy lista. Entonces, no esperes más. No sé cómo empezar. Dile lo que pasó. ¿Cómo fue? No le desvueltas. Y si me pregunta por qué lo escondí tanto tiempo. Pues dile la verdad, que tuviste miedo, que querías protegerla, que te equivocaste, pero que estás aquí, que nunca la dejaste sola. Laura se sentó en la cama. Mariana también. Abril dio un paso hacia atrás sin hacer ruido. Tenía la garganta apretada. Volvió a su cama y se sentó con el dibujo en las manos.
No podía concentrarse, le temblaban los dedos, miró el papel, pero no veía nada, solo escuchaba su propio corazón en los oídos. Cuando las voces bajaron aún más, se puso de pie y fue al baño. Cerró la puerta y abrió la llave del lavabo. Necesitaba un poco de agua en la cara, algo que la despertara, que la calmara, pero nada funcionaba. Julián, ese nombre le daba vueltas. ¿Quién era? ¿Por qué su mamá no le había hablado nunca de él?
¿Y por qué ahora decía que debía contarle algo? ¿Qué cosa? ¿Qué era eso tan importante que se había guardado durante tanto tiempo? Después de Mina Senton unos minutos volvió a la cama y fingió que dormía. Escuchó la puerta cerrarse cuando Mariana se fue. Luego sintió los pasos de su mamá acercándose, su mano acariciándole el cabello, su voz bajita diciéndole que ya estaba en casa. Abril no se movió. No quería verla. No quería decirle que había escuchado. No quería saber más porque al fondo de su corazón ya lo sospechaba.
Al día siguiente, abril estuvo callada. No preguntó nada. No habló casi durante el desayuno, ni cuando fueron al puesto, ni cuando regresaron. Laura la miraba con inquietud. Sabía que algo no estaba bien, pero no se atrevió a presionar. Pensó que tal vez era cansancio o que había discutido con alguien en la escuela. No imaginaba que su hija había estado escuchando todo. Esa noche, cuando se quedaron solas, Laura intentó iniciar una charla. Se sentaron en la cama con un té y unas galletas.
¿Cómo estás, mi amor? Bien. ¿Pasó algo en la escuela? No. ¿Segura? Sí. Laura la miró unos segundos, luego bajó la mirada. Abril tomó una galleta, pero no la comió. Mamá. Sí. ¿Quién es Julián? Laura se congeló. Fue como si el tiempo se hubiera detenido. No respondió de inmediato, solo levantó la vista. despacio y vio los ojos de su hija clavados en ella esperando. ¿Dónde escuchaste ese nombre? No importa, solo quiero saber. Laura tragó saliva. Julián es alguien del pasado.
Alguien como alguien que fue importante para mí hace mucho tiempo. Es mi papá. Laura sintió un hueco en el estómago. No esperaba que lo soltara así, tan directo. ¿Por qué crees eso? Porque nunca hablas de él. Porque todas mis amigas tienen un papá, aunque sea lejos, aunque sea poco, pero tienen uno. Y yo nunca supe nada. Y ahora escucho que ese tal Julián tiene que saber algo y tú tienes que decirme algo. Entonces, dime. ¿Es él? Laura no pudo seguir esquivando.
Sí, Abril. Julián es tu papá. La niña no lloró, no gritó, solo asintió como si hubiera confirmado algo que ya sabía. Se quedó en silencio unos segundos, luego se puso de pie. Voy a dormir. ¿Quieres que hablemos? No, mañana. Laura no insistió. La dejó irse a su cama. Se quedó sentada con el té en la mano. Sin tomarlo. Había pasado. Lo que había temido durante años, lo que había postergado, había llegado. Pero no fue como imaginó. No hubo drama, no hubo portazos, solo una verdad cayendo por su propio peso.
Y del otro lado, una niña de 12 años que esa noche se durmió con más preguntas que respuestas. Abril amaneció con la cabeza pesada. No le dolía, pero sentía como si le hubieran puesto mil cosas adentro en la noche y no las pudiera acomodar. No quería abrir los ojos, quería quedarse ahí quieta sin pensar. Pero su mamá ya se movía en la cocina y el olor a café quemado se metía por todas partes. Abrió los ojos despacio.
La luz que entraba por la ventana le molestaba. Se sentó en la cama sin hablar. No saludó. no dijo buenos días, solo se quedó ahí abrazando las piernas, mirando al piso. Laura la observó desde el otro lado del cuarto, le sirvió un poco de pan con leche caliente, como siempre, y se lo dejó en la mesa. No dijo nada, no quiso forzarla. Abril se levantó minutos después y se sentó frente a la taza. Le dio un par de tragos sin hambre, sin ganas.
Laura se sentó a su lado. Dormiste? Sí. ¿Quieres que te acompañe a la escuela? No hablamos, no ahorita. Laura asintió, no insistió. Solo la dejó terminar en silencio. En el camino a la escuela, Abril fue sola. No era raro. A veces prefería ir escuchando música con los audífonos puestos, mirando todo sin que nadie la interrumpiera. Pero esa vez su cara era otra. No traía los audífonos. No saludó al del puesto de jugos, no saludó a su vecina.
Caminaba recto, con la mochila bien apretada a la espalda, la mirada en el piso y las manos metidas en los bolsillos. En el recreo se sentó sola. Ni sus amigas la reconocían. No quería hablar, no quería reír, no quería contar nada. Cuando le preguntaron si estaba bien, dijo que sí, pero era obvio que no. Su cabeza estaba llena de cosas que nadie más entendía. Su mamá le había mentido. Todo ese tiempo le ocultó que tenía un papá que estaba vivo, que estaba cerca.
¿Por qué? ¿Qué le costaba decirle la verdad? ¿Qué daño iba a hacerle saber que tenía un papá y que él también podía quererla? Y eso era lo peor, no saber si él quería o no, no saber nada, solo el nombre, Julián. Ni una foto, ni una historia, nada, como si hubiera salido de la nada, como si fuera un secreto sucio que había que esconder. Volvió a casa con un nudo en la garganta. Laura la esperaba en la puerta, pero Abril entró sin mirarla, tiró la mochila en la cama, se quitó los zapatos y se encerró en el baño.
Se lavó la cara, miró su reflejo en el espejo. Trató sus ojos, su nariz, su boca, a quién se parecía más. A veces la gente decía que era idéntica a su mamá, pero ahora tenía dudas. Y si también tenía algo de él, y si lo tenía frente a ella y ni cuenta se había dado. Salió del baño sin decir una palabra. Laura la miraba con cara de querer acercarse, de decirle algo, pero no lo hacía. Sabía que cada palabra mal puesta podía empeorarlo todo.
Abril se sentó en la cama, agarró su cuaderno de dibujos y empezó a hacer líneas sin sentido, solo para distraerse. ¿Quieres hablar? Preguntó Laura suave. ¿No quieres saber más de él? Abril no respondió. No tengo fotos dijo Laura, pero puedo contarte. La niña levantó la vista, la miró sin emoción. ¿Y por qué no lo hiciste antes? Laura bajó la mirada. No tenía respuesta corta. Porque tenía miedo. ¿Miedo de qué? ¿De que te alejaras? ¿De que me odiaras?
¿De que quisieras buscarlo y no quisieras volver? ¿Y no pensaste que ocultármelo era peor? Laura tragó saliva. Sí, me equivoqué. Sí, te equivocaste. Hubo silencio, largo, pesado. ¿Y ahora qué?, preguntó Abril. Lo que tú quieras. Si quieres conocerlo, te acompaño. Si no quieres, lo entenderé. Pero ya no voy a mentirte más. Abril asintió. Luego agarró su mochila. Voy a salir un rato. ¿A dónde? Solo a caminar. Ten cuidado. Abril salió y bajó las escaleras rápido. Necesitaba aire.
Necesitaba pensar sin estar rodeada de paredes que ya le pesaban. Caminó sin rumbo, dio vueltas por calles que no conocía bien. Pasó por un parque donde había niños más chicos jugando. Se sentó en una banca, se quedó mirando las hojas caer de un árbol. Ahí fue cuando lo vio. Julián cruzaba la acera justo frente a ella. No la había visto. Iba con una bolsa de papel en la mano. Traía ropa sencilla, unos jeans y una chamarra. Caminaba tranquilo, sin prisa.
Se detuvo a ver un aparador. Abril lo reconoció al instante. No sabía cómo, pero lo reconoció. Su estómago se revolvió. Se quedó congelada. No sabía qué hacer, si pararse y gritarle, si irse corriendo, si quedarse donde estaba, pero no hizo nada, solo lo miró. Él se giró por casualidad y la vio. Se detuvo. Sus miradas se cruzaron. Ambos se quedaron así, en silencio, separados por una calle. Julián levantó la mano despacio, no dijo nada, solo la miró.
Abril no se movió. Después de unos segundos dio media vuelta y se fue. Julián no la siguió, solo bajó la mano, suspiró y se quedó parado. Ella caminó de vuelta a casa sin saber qué sentir. No era odio, no era cariño, era confusión total. Y eso para una niña de 12 años dolía más que cualquier otra cosa. Pasaron tres días sin que Abril dijera una sola palabra sobre Julián. Ni a su mamá, ni a Mariana, ni a nadie.
Guardó todo lo que sentía como si fuera una caja cerrada con candado. Y cada vez que alguien intentaba acercarse, ella se alejaba un poco más. En la escuela hablaba lo necesario. En casa se encerraba, comía sin ganas, dormía mal y pasaba las tardes dibujando cosas que no mostraba. Dibujos raros, con caras sin ojos, con personas separadas por rayas, con cielos grises. Laura trataba de no presionarla, le ofrecía cosas, le preguntaba cómo estaba, intentaba empezar alguna conversación ligera, pero Abril se limitaba a responder con monosílabos.
No estaba enojada, al menos no de forma evidente, pero algo en su forma de actuar decía que adentro tenía una tormenta que no sabía cómo explicar. Una tarde, Mariana pasó por el puesto y notó de inmediato que el ambiente estaba raro. Laura acomodaba los cuadros como siempre, pero su cara estaba tensa. Abril estaba sentada a unos metros jugando con su celular, pero no levantaba la vista. Mariana se acercó y le preguntó bajito si podía hablar con ella un momento.
Se fueron a una banca al otro lado de la calle. Todo bien. Laura negó con la cabeza. No me habla, no me mira, no me pregunta nada, solo está ahí como si yo no existiera. ¿Le dijiste algo más? Solo lo necesario. Que Julián es su papá, que no se lo había dicho porque tenía miedo, que estaba dispuesta a acompañarla si quería conocerlo, pero desde entonces se cerró. ¿Y crees que haya hablado con él? No lo sé. A veces siento que lo vio, que algo pasó y no me lo ha dicho, pero no quiero presionarla.
Mariana pensó un segundo, sacó su celular del bolso, dudó un momento y le marcó a Julián. Él contestó rápido, “Hola, soy Mariana. Necesito verte. ¿Pasó algo?” “Sí, y tienes que saberlo.” Una hora después estaban los tres sentados en una mesa del café donde todo había comenzado. Mariana, Laura y Julián. Abril no estaba. Se había quedado con una vecina porque Laura no quería que escuchara esa conversación. Julián fue directo. ¿Qué pasó? Mariana miró a Laura como pidiéndole permiso para hablar.
Laura asintió. Abril ya sabe que eres su papá. Ella te lo dijo? No, lo escuchó. Nos escuchó a nosotras hablando. Luego le preguntó a Laura y ella se lo confirmó. Julián se quedó en silencio. Apoyó los codos sobre la mesa, se frotó la cara con ambas manos y suspiró fuerte. Y desde entonces, ¿cómo está? Distante, fría, no quiere hablar, no quiere saber más. está confundida. “La vi en la calle el otro día”, dijo Julián. Cruzamos miradas. Supe que ya sabía, pero no se acercó, solo se fue.
“¿Y no te sorprendas”, agregó Mariana, porque Laura le dijo que tú la habías abandonado. Julián levantó la mirada de golpe. “¿Qué?” Laura bajó la vista. “Le dije que no estuviste, que nunca preguntaste por ella. ¿Por qué hiciste eso? No lo sé. Me ganó el miedo. No quería que se ilusionara contigo. No sabía cómo explicarle lo que pasó. Me equivoqué. Julián se quedó callado. Se notaba que le dolía, que algo en su pecho se estaba rompiendo otra vez.
¿Y ahora qué quiere ella? Preguntó. No lo dice, pero creo que no quiere saber de nadie, ni de mí ni de ti. ¿Y tú qué vas a hacer? Esperar. No puedo obligarla. Mariana lo miró con firmeza. Pero tú sí puedes hacer algo. ¿Qué? Decirle tu parte. Decirle la verdad. Laura lo miró. preocupada. Y si se aleja más, ya está lejos. No hay nada más que perder. Julián asintió despacio. No quería hacer más daño, pero tampoco quería que Abril creciera creyendo que él fue un cobarde.
No lo era. Había cometido errores, sí, pero siempre había querido saber la verdad. Siempre había querido estar. Esa noche escribió una carta no larga, no llena de palabras bonitas. Solo la verdad. le habló de cómo había conocido a Laura, de cómo se habían amado, de cómo un día ella desapareció y él la buscó por todas partes. Le contó que no sabía que ella existía, que no tuvo opción de estar desde el principio y que ahora, que sabía que era su hija, no pensaba desaparecer, que no iba a obligarla a nada, pero que él estaba ahí para cuando ella quisiera.
Sin prisas, sin condiciones, al día siguiente fue hasta la vecindad. Laura le abrió la puerta. Tenía cara de no haber dormido. Julián no dijo nada, solo le dio el sobre con la carta. Es para ella. Solo leelela si ella quiere. No antes. Laura asintió. Esa noche, cuando Abril regresó de la escuela, Laura le entregó el sobre sin decirle mucho. Es tu decisión. Abril lo tomó, lo metió en su mochila y no lo abrió hasta la madrugada. Lo leyó entera, en silencio, con los ojos húmedos.
Luego se volvió a mantar a acostar mirando el techo. No sabía qué hacer con todo eso, pero por primera vez sintió que tal vez él no era el villano de la historia y eso la descolocó por completo. Julián llegó sin avisar. Tocó la puerta dos veces con fuerza, sin esperar a que le respondieran con entusiasmo. Laura tardó en abrir y cuando lo hizo, lo miró con esa mezcla de cansancio y resignación que ya era común en su cara los últimos días.
No dijo nada. se hizo a un lado para dejarlo pasar. Él entró sin mirar a su alrededor. Iba directo. No quería café, no quería sentarse, no quería rodeos. ¿Dónde está Abril? En casa de Mariana haciendo tarea. Julián asintió. Se cruzó de brazos. Laura sabía que venía con algo en la cabeza. Lo sintió en la forma en que cerró la puerta, en la manera en que respiraba. Necesito que me digas la verdad completa. Ya no más mitades, ya no más frases sueltas.
Quiero saber todo. ¿Cómo fue? ¿Por qué te fuiste? ¿Qué hizo Teresa? ¿Qué pasó en realidad? Laura se quedó en silencio. Se sentó en la orilla de la cama. No lo miraba. Miraba al suelo. ¿Por qué justo ahora? Porque ya no puedo con las dudas. Porque mi hija piensa que la abandoné. Porque tú todavía no confías en mí y yo ya no quiero cargar con culpas que no me corresponden. Laura apretó los labios, respiró hondo y entonces habló.
Todo empezó cuando supe que estaba embarazada. Ya no estábamos juntos. Pero tú no sabías nada. Yo tenía miedo. No sabía si buscarte. No sabía si era justo meter a un bebé en una historia que ya estaba rota. Estaba sola, confundida, pero aún así pensaba decírtelo. De verdad, Julián no decía nada, solo la miraba. Una tarde bajando de la estación del metro, me encontré con Teresa. Fue raro. Nunca habíamos hablado en persona. Me siguió hasta la esquina y ahí se plantó.
No me gritó, no me insultó. Me habló como si fuera una entrevista de trabajo. Me dijo que sabía que estaba embarazada. Me preguntó si era tuyo. No le respondí, pero ella lo sabía. ¿Y qué te dijo? que si no desaparecía, iba a hacerme la vida imposible, que podía hablar con un juez y conseguir que me quitaran a mi hija apenas naciera, que tenía dinero, contactos, gente que la obedecía sin preguntar, que tú no necesitabas saber nada, que tú no me querías de regreso.
Eso es mentira, lo sé, pero en ese momento lo creí porque días después me quedé sin trabajo. Me cancelaron un proyecto que tenía en puerta. Me llegó una nota a mi casa donde me amenazaban con hacerme una denuncia por abandono de hogar, aunque nunca abandoné nada. Un tipo me empezó a seguir cada noche hasta que dejé de salir. Todo fue muy rápido. No sabía qué hacer. ¿Por qué no viniste conmigo? Porque no sabía si iba a ponerte en riesgo.
Y porque sí. También dudé de ti. Pensé que tal vez estabas de acuerdo, que tal vez ya había seguido con tu vida. Me sentí tonta. ¿Qué hiciste después? Le pedí ayuda a una amiga de la universidad. Me fui con ella a Puebla. Conseguí un cuarto prestado escondido. Tuve a abrir ahí con una partera. No había papeles, no había hospital. Fue todo a la antigua. Durante un tiempo viví sin nombre. Usaba otro apellido. No podía salir mucho. Solo trabajaba pintando para encargos chiquitos.
¿Y nunca pensaste en decirme nada? Claro que lo pensé. Cada año, cada cumpleaños, cada vez que abril me preguntaba por qué no tenía papá, pero cada vez que estaba a punto de escribirte o de llamarte, me paralizaba. Pensaba en todo lo que podía pasar si Teresa se enteraba. Pensaba que podía perderla y no me importaba pasar por cobarde, pero no podía arriesgar a mi hija. Julián se pasó una mano por la cara. Caminó de un lado a otro del cuarto.
Tenía los ojos llenos, pero no lloraba. estaba procesando. Todo este tiempo pensé que me habías dejado, que te habías ido sin una razón, que simplemente desapareciste porque quisiste. Lo sé y por eso te pido perdón. Y Teresa, sigue detrás. Me mandó dinero, me mandó una nota, me amenazó otra vez. ¿Por qué no me lo dijiste? Porque no quería que tú te metieras y salieras perjudicado. Esa mujer todavía puede mover cosas. Y ahora no solo está en juego mi vida, está la de abril.
No quiero que la usen para dañarnos. Julián se sentó frente a ella por primera vez desde que entró bajó el tono. Yo puedo protegerlas. ¿Y cómo vas a protegernos de algo que se mueve en la sombra? No lo sé, pero no voy a quedarme cruzado de brazos mientras Teresa juega a la dueña del mundo. Laura lo miró. Estaba agotada. Tenía miedo, pero también tenía algo nuevo en la mirada, como si al decirlo todo le hubiera quitado un peso enorme.
Yo no soy la misma de antes, Julián. Yo tampoco. Entonces, ¿qué hacemos? Lo que no hicimos hace 12 años, enfrentarlo juntos. Laura no respondió. Se quedó viéndolo un momento, como si todavía no se creyera que él seguía ahí, a pesar de todo. Y abril, ella merece saber que aunque no estuve, no fue por falta de amor, fue por una mentira. Y ahora, si me deja, voy a estar. Laura cerró los ojos un segundo. Asintió. Por primera vez en años.
sintió que no estaba sola y eso la asustaba tanto como la aliviaba. Laura se quedó sentada en el mismo lugar como si su cuerpo se hubiera pegado a la cama. Julián ya no hablaba, solo la miraba esperando, no como alguien que exige, sino como alguien que está listo para escuchar. De verdad, Laura sabía que ya no podía guardar nada más. Si querían arreglar algo, si querían ayudar a Abril, si querían hacer lo correcto, tenía que sacarlo todo.
Incluso lo que había jurado no contarle a nadie, ni a Mariana, ni a su hija, ni a sí misma. Todo empezó mucho antes de que yo supiera que estaba embarazada”, dijo bajando la voz. “La primera vez que vi a Teresa en persona fue en una exposición donde tú y yo aún estábamos juntos. No fue casual.” se paró frente a uno de mis cuadros y me hizo una pregunta ridícula, como para hacérsela culta, pero no me lo dijo por arte, solo quería que la viera.
Quería que supiera quién era. Julián frunció el ceño. Eso fue antes de que termináramos. Sí. No te lo dije porque pensé que no era importante. Pensé que era una loca con celos mal guardados, pero después entendí que no era solo celos, era otra cosa. Era una necesidad de controlar todo lo que tocabas. ¿Te dijo algo? No, esa vez solo me miró y se fue. Pero unos días después recibí un mensaje en una hoja doblada. No tenía remitente, solo decía, “Te vas a arrepentir.” Pensé que era una broma.
Lo tiré. Pero después empecé a notar cosas raras. Un día entraron a mi departamento y no se llevaron nada, solo rompieron mis pinceles. Otro día, cuando fui a cobrar un encargo en una galería, me dijeron que habían cancelado sin darme explicación y luego me empezaron a seguir. ¿Quién? Un hombre siempre era el mismo. Se hacía pasar por vendedor de lotería, por repartidor, por lo que fuera, pero estaba ahí todo el tiempo. Y cuando te fuiste por trabajo a Monterrey aquella semana, me tocó el timbre a las 2 de la mañana.
No dijo nada, solo dejó un sobre con una foto tuya con Teresa en una comida, en un evento al que nunca me dijiste que fuiste. Eso fue un almuerzo de la empresa. Yo ni siquiera quería ir. Yo no lo sabía. Para mí fue un golpe directo. Me hicieron sentir como una intrusa, como la otra, aunque no era verdad. Me asusté, me cerré, me alejé de ti sin decirte por qué. Y entonces me enteré que estaba embarazada. Fue demasiado.
Y ahí fue cuando decidiste irte. No todavía. Ahí fue cuando empecé a considerar desaparecer. Pero lo que me empujó fue su visita directa. Se apareció en el mercado donde yo pintaba con lentes oscuros y ropa de oficina. se sentó frente a mí como si fuera una clienta. Me dijo que sabía todo, que tú no sabías nada, pero que si yo decidía contártelo, iba a ser lo último que hiciera en paz. Me habló de tus cuentas, de tus bienes, de tu empresa, de tus amigos.
Sabía nombres, cargos, direcciones. Me dijo que podía levantar cargos falsos, que podía hacerme ver como una oportunista, como una mujer sin control. Me ofreció dinero para abortar. Le dije que no. me amenazó con quitarme al bebé cuando naciera. Yo no era fuerte como ahora. No tenía a nadie. Mi familia estaba lejos. Mis papás no querían saber de mí desde que decidí vivir sola. No tenía forma de defenderme. Entonces me fui. ¿Y por qué nunca me dejaste una nota?
Algo escribí una varias veces, pero cada vez que la terminaba me temblaban las manos. Pensaba que alguien podía interceptarla, que podían usarla en mi contra. Y luego tenía miedo de que tú no me creyeras, que pensaras que era un invento, que me juzgaras. Nunca te habría juzgado, eso lo sé ahora, pero entonces no sabía nada. Laura se levantó, empezó a caminar de un lado a otro, como si contar todo le activara los pies. Julián la seguía con la mirada, sin interrumpirla.
Cuando Abril nació, yo todavía pensaba en ti todos los días. Me imaginaba cómo habrías reaccionado al verla, si te habría dado miedo, si te habría hecho sonreír, si la habrías cargado con cuidado o como esos papás que parecen tenerla clara desde el primer segundo. Pero todo eso eran solo ideas, no eran reales. Me volví otra persona. Aprendí a cambiar pañales, a calmar fiebre, a inventar cuentos, a dormir sentada con ella en brazos. Nadie me ayudó, ni el gobierno, ni un hospital, ni una vecina, solo Mariana.
Y eso fue mucho después. Y Teresa desapareció por un tiempo. O eso pensé, pero cuando abril cumplió 6 años, volví a recibir una nota. Esta vez fue directa. Decía, sigo aquí. Nada más, sin firma, sin amenazas, solo esas dos palabras. Desde entonces viví con un ojo abierto. Por eso nunca dejé que Abril se acercara a nadie. Por eso no te busqué. Por eso me acostumbré a esconderme. Y si ahora ella vuelve a presionar, ya no soy la misma.
Ya no voy a correr. Y si lo intenta por medio legal, que lo intente. Ya no tengo miedo. Y si me pasa algo, ya no estoy sola. Estás tú y está Abril. Julián se acercó y le agarró la mano. Fue un gesto sencillo, pero fuerte. No hubo palabras, solo eso. Laura no lo soltó. Gracias por contarme todo, dijo él al fin. Gracias por quedarte. Julián asintió, la miró con calma y por primera vez en mucho tiempo ninguno de los dos sintió que tenía que defenderse del otro.
Todo estaba sobre la mesa y eso para ambos ya era un avance enorme. Abril estaba acostada boca arriba en su cama con los audífonos puestos, pero sin música. Solo quería bloquear el ruido, no escuchar a nadie, ni a su mamá, ni a Mariana, ni a los vecinos. Había pasado una semana desde que leyó la carta de Julián y todavía no sabía qué hacer con eso. La guardaba en el cajón de abajo junto con otros papeles, pero cada noche, antes de dormir la volvía a leer.
A veces pensaba en escribirle una respuesta, a veces pensaba en romperla, pero no hacía ninguna de las dos cosas. Laura la observaba a distancia. No quería presionar, no quería repetir errores, le dolía verla así, metida en sí misma, sin compartirle nada, sin dejarla acercarse. Mariana le había dicho que la verdad debía venir completa, que las medias verdades eran las que más dañaban. Así que decidió que ya era hora. Ya no solo se trataba de Julián, se trataba de todo lo que había pasado, de todo lo que su hija merecía saber, aunque le doliera.
Ese sábado en la tarde, Laura le pidió que salieran a caminar. Abril no respondió de inmediato. Se quedó un rato mirando al techo hasta que al final aceptó, no por gusto, sino porque sentía que ya no podía seguir encerrada. Caminaron en silencio por varias calles sin rumbo. Laura llevaba las manos en los bolsillos y Abril arrastraba los pies. No cruzaban miradas hasta que llegaron a una banca en un parque medio vacío. Se sentaron sin decir palabra. Pasaron algunos minutos.
Laura fue la primera en hablar. Tengo que contarte algo. Abril no respondió, pero tampoco se levantó, así que Laura entendió que podía continuar. Cuando supe que estaba embarazada de ti, tenía miedo. No estaba casada, no tenía trabajo fijo y no sabía cómo iba a criar a una hija sola. Pero aún así quise tenerte porque desde que supe que venías en camino te amé. Abril seguía sin mirarla. Tu papá no lo supo. Yo no se lo dije. No porque fuera malo ni porque no me importara.
No se lo dije porque alguien se metió en medio. Alguien que me hizo mucho daño. Ahí Abril volteó lentamente. Ya sabía a quién se refería. Teresa. Laura asintió. Ella no quería que tu papá y yo volviéramos. Me amenazó. me dijo que si no me desaparecía iba a hacerme la vida imposible y no estaba jugando. Perdí mi trabajo. Me siguieron por días, me mandaron mensajes, me asustaron y él él no sabía nada. Ella le hizo creer que yo me había ido sin explicación.
Lo alejó, lo controló y cuando tú naciste, yo no tenía cómo buscarlo. Vivía escondida, sin papeles, con miedo. Solo quería protegerte. ¿Y por qué nunca me contaste? Porque me daba miedo que te sintieras abandonada, que pensaras que no te quiso, que me juzgaras por haberme ido, pero me equivoqué. No contarte fue peor. Lo sé. Abril bajó la mirada. Yo pensé que no tenía papá porque simplemente no quiso estar. Y entiendo por qué lo pensaste, pero no fue así.
Él me buscó después. Sí. Cuando te vio por primera vez, supo que eras su hija. No necesitó pruebas. Aún así, se hizo una prueba de ADN solo para estar seguro. No me reclamó. No me gritó, solo quiso acercarse con cuidado, con respeto. ¿Y por qué no me lo dijiste desde que lo viste? Porque no sabía cómo. Porque me sentía culpable. Porque pensé que tú ibas a sufrir, pero ahora sé que mereces saberlo todo, que no puedo seguir cargando esto sola.
Abril se quedó callada. Se pasó las manos por la cara como si no supiera qué hacer con toda esa información. Y él quiere estar en mi vida, sí, pero no te va a obligar a nada. Me dijo que va a estar cuando tú quieras y como tú quieras. Solo quiere que sepas que no fue por su culpa que no estuvo. Abril se levantó despacio, caminó unos pasos, se detuvo frente a un árbol, apoyó la frente en el tronco y respiró hondo.
Laura la dejó. No se acercó, no la apuró. ¿Me parezco a él?, preguntó la niña sin girarse. Sí, mucho. Pero también tienes mucho mío. Quiero verlo. Solo no sé cómo puedo hablarle. Puedo decirle que venga al parque. Si tú quieres. Abril dudó. Se giró. Tenía los ojos un poco brillosos, pero no lloraba. Hoy, hoy. Laura sacó su celular, mandó un mensaje corto. Julián respondió de inmediato. Media hora después apareció. Venía caminando con paso firme, pero no rápido.
Cuando la vio, se detuvo unos metros antes. No quería invadir, no quería asustarla. Abril lo miró. Lo tenía a pocos pasos. Ya no era solo un nombre o una carta. Era un hombre de verdad, de carne y hueso, con una cara que parecía tan conocida como extraña. Hola dijo él suave. Hola. Gracias por venir. Abril no respondió. Lo miró con atención. Julián no supo si avanzar o quedarse. Laura dio un paso atrás. Quería que ese momento fuera solo de ellos.
¿Por qué no me buscaste antes?, preguntó ella, porque no sabía que existías. Tu mamá me lo ocultó para protegerte, pero desde que supe, estoy aquí, no me voy a ir. ¿Y qué quieres? Lo que tú me dejes. ¿Podemos hablar, caminar, jugar algo? O solo sentarnos. No tienes que decidir hoy. Solo quiero que sepas que estoy. Abril lo miró. Pensó un momento, luego dio un paso, luego otro, hasta que estuvo frente a él. ¿Te gustan los tacos al pastor?
Julián sonríó con un nudo en la garganta. Son mis favoritos. Los míos también. ¿Quieres ir por unos? Va. Y empezaron a caminar lentos, pero juntos. Después de los tacos con Julián, Abril no supo cómo sentirse. No fue una experiencia mala, pero tampoco fue mágica. No se sintió feliz ni en paz, pero tampoco incómoda. Fue algo raro, como si estuviera viendo una película donde ella misma era parte de la historia, pero sin entender qué papel jugaba. Julián fue amable.
Hizo preguntas simples. La escuchó cuando ella habló de la escuela, de los cuadros que vendían con su mamá, de los dibujos que le gustaban. No intentó abrazarla ni decirle cosas profundas, solo estuvo ahí presente, y eso, de alguna manera fue lo que más la descolocó. Cuando llegaron de vuelta a la vecindad, Laura los esperaba con una mirada nerviosa. No preguntó nada, solo abrió la puerta y les hizo un gesto para pasar. Julián le dijo a Abril que se cuidara, que le daba gusto haberla visto, y se fue.
Abril se metió a su cuarto, se quitó los tenis y se acostó boca abajo con la cara metida en la almohada. Laura se acercó a la puerta, pero no dijo nada. Algo en la postura de su hija le indicó que no era momento para hablar. Durante los días que siguieron, Abril no volvió a mencionar a Julián, tampoco lo negó. Si Laura le preguntaba si quería verlo de nuevo, ella decía, “No sé.” Si Mariana intentaba tocar el tema.
Ella cambiaba la conversación. Era como si no supiera en qué lugar ponerlo dentro de su cabeza. No era un desconocido, pero tampoco era un papá como los demás. ¿Cómo se suponía que debía sentirse? Emocionada, triste, agradecida, enojada. Una tarde en la escuela, una compañera le preguntó si su papá iría al festival de fin de curso. Abril se quedó callada. Luego dijo que no sabía. La amiga se encogió de hombros y siguió comiendo su sándwich, pero Abril se quedó pensando.
Y si lo invitaba y si decía que sí y luego no llegaba. Y si llegaba y no sabía qué hacer. Esa noche lo habló con Mariana, no con su mamá. Estaban en la cocina preparando una gelatina que Abril quería probar para vender en la calle. Mariana mezclaba los polvos y Abril revolvía con la cuchara de madera. ¿Crees que mi papá quiera ir al festival? Mariana se detuvo un segundo. ¿Te gustaría invitarlo? No sé, capaz sí, pero luego me da miedo.
¿Miedo de qué? ¿De que se ría, de que no le guste, de que no entienda? ¿Y si sí entiende? Entonces me daría pena. Abril. Todos los papás hacen el ridículo en los festivales. Es parte del paquete. La niña sonrió apenas. Mariana le tocó el hombro. Mira, lo que tú sientas está bien, si te da miedo, está bien. Si te da emoción, también. Solo no sientas que tienes que decidirlo todo. Ya lo estás conociendo a tu ritmo. ¿Tú crees que él quiera ir?
Yo creo que él iría a donde tú lo invites, aunque lo pongas a bailar con un sombrero ridículo. Y si va y luego me empieza a fallar. Y si desaparece otra vez. Mariana se agachó para quedar a su altura. Eso no lo podemos saber. Pero si no te arriesgas, nunca vas a saber si es alguien en quien sí puedes confiar. Abril se quedó pensando. Terminó de revolver y fue a su cuarto. Sacó la carta que él le había dado.
La volvió a leer. Luego escribió en una hoja. Festival escolar. Viernes a las 5. Si puedes venir estaría bien, pero si no puedes, no pasa nada. Lo metió en un sobre. Le pidió a Mariana que lo entregara. El viernes llegó. Laura le trenzó el cabello, le puso su blusa bordada, le acomodó los zapatos y la acompañó hasta la entrada de la escuela. Abril. Entró sola, caminó directo al salón. Se veía tranquila, pero por dentro tenía mariposas o algo parecido, pero más fuerte.
El festival empezó. Bailaron los más chiquitos, cantaron unos de tercero, luego fue el turno de su grupo. Abril se paró en la fila, buscó con la mirada entre el público. Su mamá estaba sentada en la tercera fila con la cámara en mano. Mariana estaba a su lado, pero él no estaba. El corazón le dio un pequeño salto. Pensó que no iba a ir, que había sido un error invitarlo, que mejor se hubiera quedado callada. Pero justo cuando iba a mirar al suelo, lo vio entrar por el costado sin corbata, con camisa remangada.
Caminó con cuidado, como tratando de no interrumpir. Llevaba una sonrisa nerviosa. Se sentó en una esquina vacía, sacó su celular y levantó la mirada justo cuando Abril empezaba a moverse con la música. Ella no bailó perfecto. Se le olvidaron pasos. se equivocó en una vuelta, pero él aplaudió todo con ganas, con orgullo, con cara de papá. Cuando terminaron, Abril fue con su grupo. Laura la abrazó. Mariana también. Julián esperó a un lado, no quiso interrumpir. Cuando ella se le acercó, él se agachó un poco.
Bailaste increíble. No fue perfecto. Para mí sí lo fue. Abril se quedó callada. Luego lo miró. ¿Vas a seguir viniendo? Julián se quedó serio un segundo. Si tú me dejas, no pienso irme nunca más. La niña asintió. No sonrío. No lloro. Solo bajó la mirada y dijo, “Bueno, pero si algún día te vas, me dices antes. Va, va.” Ese fue el primer trato entre ellos. Y aunque Abril seguía dudando, aunque no confiaba del todo, en ese momento se dio permiso de tenerlo un poquito más cerca.
Teresa se mordía las uñas, algo que no hacía desde que era niña. Estaba sentada frente al ventanal de su departamento en el piso 17, mirando hacia abajo, donde los autos se movían como hormigas apuradas. Tenía una copa de vino a medias, pero no le había dado ni dos sorbos. Su celular estaba en la mesa, boca abajo. No quería ver la pantalla. No quería más mensajes de su abogado, ni actualizaciones del detective privado, ni correos con fotos de Laura.
Julián y la niña en el parque. Ya no eran solo fotos, eran pruebas. Era evidencia de que todo se estaba saliendo de control. Llevaba más de una década haciendo que todo se mantuviera como ella quería. Había logrado alejar a Laura de Julián, borrar su nombre de la historia, dejarlo creyendo que esa mujer se había ido por voluntad propia. Lo mantuvo tan ocupado, tan atado, tan metido en sus negocios que por años él ni siquiera preguntó. Ella se encargó de tenerlo bien rodeado, bien cuidado, sin espacio para dudar de nada.
Pero ahora Julián no solo dudaba, se había soltado. Había reencontrado a esa mujer, había descubierto a la niña. Y no solo eso, iba a verla, hablaba con ella, la llevaba a comer tacos, se paraba en festivales escolares como si siempre hubiera sido el papá perfecto. Y eso para Teresa era una traición imperdonable. apagó la música que sonaba en segundo plano y fue directo al baño. Se miró en el espejo y se dijo a sí misma en voz baja, “No vas a perder.” Luego marcó un número.
“Ya me conseguiste lo que te pedí.” Estamos en eso, señora, pero no es fácil. La mujer no tiene propiedades ni cuentas a su nombre. Pues inventen, invéntenle algo, lo que sea. Quiero que tenga miedo, que recuerde quién manda. Eso puede complicar las cosas si se descubre. Hazlo. No te pago para que me des sermones. Colgó. Caminó de un lado al otro. Iba descalza, no le importaba. En su cabeza solo repetía una frase. Me lo quieren quitar todo.
Porque para ella Julián no era solo un hombre, era un trofeo. Era el resultado de años de manipulación, de estrategias, de renuncias que ella misma se impuso. No lo amaba. No, de verdad, pero era suyo y nadie le quitaba lo que era suyo. Abrió su laptop, empezó a escribir un correo formal, frío, legal, un documento que hacía ver que Laura estaba violando un acuerdo verbal de hace años. Lo hizo sonar como si Julián y ella hubieran llegado a un pacto para no tocar el tema de paternidad.
Pura mentira. Pero con el lenguaje correcto sonaba real. Cuando terminó, lo mandó a su abogado. Luego llamó a Julian. ¿Qué quieres?, preguntó él sin rodeos. hablar. Ya no tengo nada que hablar contigo. No soy yo la que está en falta. Soy la que ha estado ahí desde el principio. Desde el principio mintiendo, desde el principio sosteniéndote. Mientras tú jugabas al artista, al soñador, yo era la que te mantenía con los pies en la tierra. O ya se te olvidó.
No se me olvida, pero tampoco se me olvida lo que hiciste. No te hice nada. Te protegí. Me alejaste de mi hija. ¿Y qué? Ahora vas a tirarlo todo por una niña que apenas conoces. Vas a renunciar a trabajo, de nombre, de poder, por una historia de novela barata. Voy a hacer lo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo. Pues prepárate, Julián, porque si tú crees que vas a formar tu familia feliz mientras yo me quedo viendo, estás muy equivocado.
No voy a permitir que me borren. Tú sola te estás borrando. Te vas a arrepentir. Colgó, tiró el celular contra el sillón, se quedó parada en medio de la sala temblando, no de tristeza, de rabia, de impotencia. Teresa no lloraba, no se permitía llorar. Pero esa noche, cuando todos los focos estaban apagados y el silencio le apretaba los oídos, se sentó en el suelo, abrazó sus piernas y se quedó ahí por horas pensando en todo lo que se le escapaba de las manos, pensando en cómo una mujer con ropa de tianguis y una niña que no conocía la palabra lujo podían destruir todo lo que había construido.
Y en su cabeza ya no se trataba solo de Julián, era venganza. Ya no era recuperar lo que era suyo, era aplastar a quien se atreviera a quitárselo. Abril se fue a dormir densa. No tenía sueño, pero la cabeza le pedía silencio. Había sido un día raro. Risas con su papá, fotos en el celular, un abrazo corto de mamá. No volvió a mencionar nada, pero aún sentía el peso de elegir si lo dejaba entrar o no. No sabía si le gustaba o le daba miedo.
Se quedó pensando hasta que el reloj marcó cerca de la una. Se durmió justo antes de que el silencio se hiciera demasiado grande. A la mañana siguiente, la ciudad amanecía con el sol colándose por entre los edificios. Abril despertó sin su cobija, la sintió fría, miró el lugar donde siempre dormía al lado de su mamá, pero la cama estaba vacía. En su lugar, un oso de peluche a un costado y la sombra en la pared que parecía gritar.
¡¡No! ¡Estás sola!” Bajó despacio las escaleras. La casa estaba silenciosa. Ni Laura ni Mariana estaban en la sala, ni en la cocina, tampoco en el cuarto de Mariana. La puerta estaba cerrada con seguro. Abril sintió un nudo. Algo no estaba bien. Tuvo ganas de correr hacia la casa de su mejor amiga, pero algo la frenó. En la cocina encontró el celular de su mamá. Sonaba una vez tras otra. No lo contestó. Sabía que lo haría. Sabía que algo había pasado.
Volvió a la puerta. Estaba cerrada. Llamó una. Dos. cinco veces. Nada. Se quedó parada enfrente escuchando su propio pulso. En ese momento notó la ventana de la sala abierta, la misma por donde siempre dejaban entrar el viento antes de dormir, pero hoy estaba abierta de par en par. Saltó sobre la silla, se asomó al jardín trasero y vio una nota atrapada en un arbusto. La sacó. Tenía letras grandes y rectas. Si quieres volver a ver a tu mamá, no busques ayuda, ni teléfonos, ni gente.
Si hablas, la pierdes. T. La T en mayúscula. Como Teresa, Abril sintió que le ardía el pecho. Cerró los ojos un segundo y los abrió con decisión. Todo lo que había vivido, todo lo que ya no sabía si era verdad o mentira, quedó de golpe en el aire del jardín. Dejó caer la nota y puso un pie afuera. Corrió por la calle sin ver donde pisaba. Buscó vecinos, gente conocida. La tiendita. Llamó a Mariana, pero el celular no contestaba.
Intentó marcar también a su papá, pero se trabó el número. Tuvo un bloque de frío en el pecho. Pensó en volver a casa, pero ya no era lugar para ella. Empezó a gritar el nombre de su mamá. Su voz llegó a la puerta del café donde converse días antes con él. La gente la miraba sin saber a quién gritaba, cuál era la emergencia, porque esa niña pequeña estaba gritando en la calle. Mamá, volvió a gritar. De pronto sintió que alguien la agarró por detrás.
No sintió enojo. Sintió miedo. Giró el cuello. Era un hombre alto con gorra. No pudo ver su cara, pero las manos eran firmes. No te preocupes dijo con voz baja. Ven conmigo. Está a salvo. ¿Dónde está mi mamá? Preguntó la niña con la voz temblando y las manos temblando al mismo tiempo. El hombre no contestó, solo le tomó la mano y empezó a caminar muy despacio hacia un callejón. Abril lo soltó y se corrió al centro. “Déjame”, gritó, pero él alcanzó a taparle la boca.
Ella forcejeó, no era muy fuerte. Hizo un tirón y escapó. Salió a la calle otra vez, esta vez sin guía. “¡Ayuda!”, gritó con todas sus fuerzas. Alguien venía corriendo desde enfrente. Era su papá. Lo vio con el celular en la mano gritando el nombre de su mamá. Cruzaron la calle a toda velocidad. Papá”, dijo ella y corrió a su lado. Él la abrazó, la subió del suelo y la sostuvo con fuerza. “¿Qué pasó?”, preguntó con la voz hecha a pedazos.
“Se llevaron a mi mamá”, balbuceó. La voz le temblaba, la cara también. Él la abrazó más fuerte y caminó hacia la esquina donde estaba el hombre. No estaba, no quedaba rastro, solo silencio. “Tenemos que llamar a la policía”, dijo Julián mientras la abrazaba de nuevo. Abril negó con la cabeza. No, dijo que si llamas se la llevan. No puedo no hacer nada, respondió él saliendo el celular y marcando. Pero te prometo que nos vamos a encargar de cuidarte, tú y tu mami.
La niña no respondió. se quedó en silencio contra la camisa de su papá, con las mejillas mojadas y los ojos llenos de miedo, y por primera vez entendió lo grande y terrible que era la historia en la que había entrado. El mundo no era solo tacos y dibujos, era notas amenazantes, manos desconocidas, calles que no cuidaban a una niña. Y ella, siendo niña, sabía que debía confiar en los grandes. Quiso ver a su papá y sintió un escalofrío.
Quiso correr al café y se dio cuenta de que no era seguro. Todo lo que creyó estable se desmoronó en segundos. Julián colgó y guardó el celular. La cargó en brazos. No dijo la palabra tranquila. No podía mentirle. Solo respiró hondo y la llevó a una patrulla que había llegado. Una mujer policía lo recibió con urgencia y se agachó para ver a la niña. “Vamos a encontrar a tu mamá”, le dijo con voz suave. Abril asintió con la cabeza.
se durmió en brazos de su papá mientras lo subían a la patrulla. El secuestro no fue un hecho aleatorio, fue calculado, frío, planificado y cruzó una línea que ninguno de los personajes quería. Abril ya no era opción. Ya no podía volver a ser la niña que vendía cuadros en la calle o la hija de nadie. Ahora era la hija que había sido usada para amenazar, raptada durante un día entero y salvada por su papá por ahora. Y esa línea, esa historia estaba apenas comenzando.
Los días que siguieran iban a ser los más duros, pero también los más importantes. Abril, temblando de miedo, por primera vez entendió que su vida había cambiado y que ahora solo quería una cosa, abrazar de nuevo a su mamá. Laura estaba sentada en una silla vieja, con las manos amarradas detrás de la espalda y la boca seca. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí. Podía ser una hora o cinco. La luz que entraba por una rendija del techo se iba moviendo muy lento, como si el tiempo fuera en cámara lenta.
El lugar olía a humedad, a encierro, a cigarro, una bodega vieja. Eso era. Afuera se escuchaban ruidos cada tanto, pasos, una tos, alguien arrastrando una caja. Nadie le hablaba, nadie le decía nada. Al principio pensó que era un robo, luego entendió que no, que esto venía de alguien más arriba y solo una persona en su cabeza tenía sentido. Teresa. Laura apretó los puños, aunque las cuerdas le cortaban la circulación. Pensó en abril, en si estaría bien, en si habría entendido la nota, en si Julián estaría con ella.
Se juró que si salía de ahí, nunca más iba a esconder la verdad, nunca más iba a callar por miedo. Del otro lado de la ciudad, Julián se encontraba en una estación de policía con abril en brazos y la cara desencajada. Ya había contado todo, que su ex estaba desaparecida, que sospechaba de una mujer que antes lo había amenazado, que había recibido una nota. Mostró fotos, nombres, números, les explicó todo con detalles. Una mujer policía, de esas que sabían leer los ojos más que las palabras, le creyó.
Llamaron a una patrulla de investigación, metieron los datos de Teresa al sistema y en menos de media hora salió una alerta. Propiedades registradas. Movimientos sospechosos, una bodega en la salida hacia Toluca que había sido rentada bajo el nombre de una empresa fantasma. Todo apuntaba ahí. Julián no esperó autorización. Se subió a su coche con dos agentes que Senau ofrecieron a acompañarlo. Abril se quedó con Mariana, que había llegado volando al enterarse del caos. La niña no lloraba, solo preguntaba cada 5 minutos, “¿La van a encontrar?
¿Y si no la encuentran?” Y Mariana le decía con la voz firme, aunque por dentro estuviera temblando, “La vamos a traer de vuelta, te lo prometo. ” Mientras tanto, Laura trataba de soltarse. Movía las muñecas, buscaba un clavo, algo afilado, lo que fuera. Cada segundo sentía más rabia, no miedo, rabia, porque sabía que esto no era solo por Julián, esto era por el ego de una mujer que no sabía perder, por una persona enferma de control. La puerta metálica se abrió de golpe.
Entró un tipo flaco con cara de fastidio, como si solo estuviera cumpliendo órdenes. “Ya casi se acaba esto.” Le dijo. ¿Quién te mandó? Eso no importa. ¿Y qué vas a hacer conmigo? Nada. Solo esperas aquí hasta que digan lo contrario. Se giró y salió. Julián iba en el coche con el estómago hecho nudo. No podía dejar de pensar en Laura, en Minesis, todo lo que no le dijo, en todo lo que sí le dijo, en cómo su mundo se había partido en dos cuando la vio con Abril en la calle.
El policía que iba a su lado le hablaba por radio a otras unidades dándoles las coordenadas. El aire se espesaba, cada minuto valía oro. Llegaron a la bodega. Había dos camionetas estacionadas afuera, las luces apagadas, un portón medio cerrado. Los agentes bajaron rápido, armas en mano. Julián también, aunque sin pistola, solo con una mezcla de adrenalina y desesperación. Se pegaron a la pared, revisaron la entrada y uno gritó. Policía, salgan con las manos arriba. Dentro se escucharon gritos.
Dos tipos salieron corriendo por un lado, pero fueron detenidos de inmediato. El tipo flaco intentó saltar por una reja trasera, pero lo tumbaron al suelo. Julián entró de golpe, corriendo entre cajas gritando, “¡Laura! ¡Laura! Desde el fondo, una voz conocida respondió con fuerza. Aquí Julián corrió hacia esa dirección. La encontró atada, despeinada, pero con los ojos vivos, furiosos, conscientes. “Te tengo”, le dijo mientras le soltaba las manos. “Ya estás bien, ya estás conmigo.” Ella lo abrazó fuerte, no lloró, no se quebró, solo lo apretó con fuerza, como si su cuerpo le dijera que había aguantado lo suficiente.
Una ambulancia llegó minutos después. Laura fue revisada, pero estaba físicamente bien, un poco deshidratada. Algunos moretones en las muñecas, nada grave, pero emocionalmente era otro tema. Cuando la subieron a la ambulancia, Julián se subió con ella. No se soltaron. Él le acariciaba el pelo. Ella cerraba los ojos. En su cabeza solo una imagen. Abril. ¿Está bien? Preguntó. Está con Mariana, asustada, pero bien. Le dijiste que era Teresa. No, solo que te íbamos a encontrar, pero ya lo sospecha.
Laura apretó los dientes. Esa mujer no solo había querido quitarle a Julián, ahora había ido por su hija. Había cruzado todas las líneas y ella ya no iba a quedarse callada. Cuando llegaron al hospital, Abril ya estaba ahí. Corrió a los brazos de su mamá y no la soltó. Lloró por fin. Lloró con fuerza, sin freno. Laura también. Julián se quedó a un lado, sosteniéndoles la espalda a las dos. En ese momento, los tres entendieron algo que no hacía falta decir en voz alta.
Ahora eran familia de verdad y no había vuelta atrás. Teresa no se escondía, nunca lo hizo. Creía que nadie se atrevía a tocarla, que su nombre, su dinero, sus contactos bastaban para que cualquier problema se deshiciera. Como polvo. Estaba acostumbrada a ver todo como un tablero con piezas que podía mover a su antojo. Pero esa mañana, al abrir la puerta de su departamento en Santa Fe, no fue un mensajero quien la esperaba. Eran dos agentes con placas colgadas al cuello y una orden firmada en la mano.
Teresa Delgado Pérez, preguntó uno de ellos. Sí. ¿Cuál es el problema? Tenemos una orden de arresto por secuestro, amenazas, falsificación de documentos y asociación delictiva. Ella se rió. De verdad, soltó una risa. Esto es un error. Háblen a mi abogado. Ustedes no saben con quién están hablando. Lo sabremos en el Ministerio Público. Tiene derecho a guardar silencio. ¿Se dan cuenta de lo que están haciendo? ¿Quién les firmó esa orden? Un juez federal. Y tenemos pruebas. Uno de los agentes le mostró unas fotos impresas.
La bodega, Laura atada, los mensajes que ella había enviado desde un número rastreado, los pagos bancarios a un par de tipos con antecedentes. El rostro de Teresa cambió, muy sutil, pero cambió. Bajó la mirada un segundo y en ese momento se rompió un poco su seguridad. “Esto no va a quedar así”, murmuró mientras le ponían las esposas. Tiene derecho a un abogado, señora. La sacaron del edificio por el estacionamiento subterráneo. Los vecinos no vieron nada, pero las cámaras de seguridad captaron cada segundo.
En cuestión de horas ya circulaba la noticia en varios medios digitales. Empresaria vinculada con secuestro, acusada de mover influencias para silenciar, testigos, expareja de ejecutivo reconocida, enfrenta cargos graves. Su cara apareció en todos lados. Mientras tanto, Julián estaba con Laura y Abril en casa de Mariana. Nadie hablaba. La televisión estaba apagada, pero los celulares no paraban de sonar. Mensajes, notificaciones, llamadas de reporteros, conocidos, viejos socios. Todos querían saber si era cierto, si la mujer que aparecía esposada en la foto era realmente la misma que había aparecido sonriente en revistas de eventos empresariales.
Julián no contestó a nadie, solo abrazó a su hija y miró a Laura. No hacía falta decir nada. Días después, en la audiencia, Teresa entró con traje caro y la cabeza en alto. Seguía actuando como si todo fuera un show, una injusticia, una farsa. Pero en el estrado, uno a uno, fueron apareciendo los testimonios. El policía que la había visto en la escena cuando pagó a uno de los secuestradores, el abogado que rompió su contrato para no ser cómplice, las grabaciones de su llamada amenazando a Julián, el correo que le había enviado a Laura en el pasado.
Todo estaba ahí. Ordenado, irrefutable, el juez no tardó en hablar por la gravedad de los hechos y considerando el riesgo de fuga, se dicta prisión preventiva mientras se continúa el proceso. Teresa apretó los dientes, se paró de golpe. Esto es un circo. Julián, diles que esto es una locura. Tú me conoces. Yo no haría algo así. Julián se levantó. Tranquilo, con firmeza. Sí, lo harías. Lo hiciste y se giró sin verla más. Los medios captaron todo, el grito, el rostro torcido de rabia, el momento en que su mundo se vino abajo.
La mujer que controlaba todo. Ahora era noticia por un delito. Y esta vez ni su apellido, ni sus amistades, ni su dinero pudieron salvarla. En la celda, sola, Teresa por fin se permitió llorar. No por lo que había hecho, no por remordimiento. Lloró por perder el control, por haberse quedado sin piezas, por darse cuenta que por primera vez en su vida nadie la iba a sacar del problema. ni su abogado, ni su influencia, ni su ego. Todo se había terminado.
Un mes después, la vida se sentía como otra, como si alguien hubiera apretado el botón de reinicio. Y aunque no se había borrado todo lo anterior, sí se empezaba a ver un camino distinto. Ya no había miedo al salir de casa, ya no había que andar volteando por si alguien seguía a Laura o a Abril. Ya no llegaban cartas raras, ni mensajes anónimos, ni amenazas disfrazadas de formalidades. Todo eso había quedado atrás. Esa mañana Laura abrió la ventana del nuevo departamento que estaban rentando.
Era pequeño, sí, pero estaba limpio, bien ubicado, con luz bonita entrando por el balcón. No tenían muchos muebles, pero lo básico ya estaba. una mesa redonda, tres sillas, un sillón que Mariana les ayudó a conseguir, una televisión usada, pero que funcionaba perfecto. Abril tenía su cuarto con su cama, su escritorio y sus dibujos pegados en la pared. Había hecho un cartel con plumones de colores que decía, “Este es mi lugar feliz.” Laura se estiró, respiró hondo y fue a preparar el desayuno.
Puso el sartén, rompió un par de huevos y los revolvió mientras la radio sonaba bajito en la cocina. Abril salió al rato despeinada con cara de Ya es hora. Pero no quiero. Se sentó a la mesa y apoyó la cabeza en los brazos. ¿Cansada? Preguntó Laura. No quiero ir a la escuela. Quiero quedarme aquí, hacer dibujos y comer pan. Buena idea. Pero si no vas, no hay dibujos ni pan. Eso suena como chantaje. Es motivación. Ambas se rieron.
Aún les costaba dormir por completo algunas noches, pero el humor había vuelto. Las bromas simples, las conversaciones tontas, la sensación de que el mundo por fin podía ser suyo sin pedir permiso. Julián llegó media hora después. Tocó la puerta con suavidad, como siempre. Abril fue la que abrió. Él traía una bolsa con pan dulce y una sonrisa de papá que ya no dudaba. Ella lo dejó pasar sin decirle nada, pero le quitó el conchón de la bolsa, como si ese fuera él.
Pago por entrar. ¿Lista? Le preguntó él mientras ella masticaba. Estoy en eso. ¿Y tú? Le dijo a Laura. Hoy tengo que pasar al taller donde me ofrecieron dejar algunos cuadros. Me dijeron que van a armar una expo con artistas independientes. Nada seguro. Pero hay chance. Eso es increíble. Si se da así, se va a dar. Tú pintas como nadie más. ¿Tú qué sabes? Sé lo que vi y lo que sentí cuando vi ese cuadro en la calle fue como si me diera un golpe en el pecho.
Laura bajó la mirada y sonrió. Le seguía costando aceptar cumplidos, pero esa mañana no dijo que no, solo aceptó el gesto y le sirvió café. Después del desayuno, Julián llevó a Abril a la escuela. Laura se quedó recogiendo los platos pensando en cómo las cosas habían cambiado. No todo era perfecto. Claro, aún debían cosas del departamento anterior. Aún estaban viendo cómo se iba a resolver legalmente todo lo que pasó con Teresa, pero por primera vez tenía la sensación de que el miedo ya no era lo que dictaba su vida.
Por la tarde, Mariana fue a verlas. Llevaba unas macetas chiquitas para decorar la ventana. Estas son para que el lugar se sienta más tuyo. Dijo. Gracias. Se ven bonitas. ¿Y tú cómo estás? Laura se encogió de hombros. Extrañamente bien. Eso es bueno. Sí. A veces me despierto esperando malas noticias y luego me doy cuenta que no, que el día está normal y eso eso me cuesta creerlo. Pues acostúmbrate porque ya es hora de vivir en normal. Por la noche los tres cenaron juntos.
Julián llegó con pizza y Abril le puso dos manteles individuales en la mesa como si fuera restaurante. ¿Hoy hay tema? Preguntó Laura. Hoy se discute qué vamos a hacer este domingo. ¿Qué quieren hacer? Parque, tacos, cine. En ese orden. Vaya, eso suena como plan serio. Es que ahora somos un equipo dijo Abril. Y los equipos hacen planes. Julián y Laura se miraron. Él le tomó la mano sin decir nada. Ella no la soltó. El domingo llegó. Fueron al parque.
Abril se subió a todo. Resbaladilla, columpios. El juego ese que da vueltas y mareaba. Julián empujó con cuidado. Laura tomó fotos. Muchas después caminaron al puesto de tacos, comieron en la banqueta con la salsa escurriendo y el refresco en bolsa. En el cine, Abril se sentó en medio, sostuvo una mano de cada uno. Vieron una película de aventuras que no tenía mucho sentido, pero eso no importaba. Lo importante era que estaban juntos. Cuando salieron ya era de noche.
La ciudad tenía luces por todos lados. Abril caminó en medio, de los dos, mirando hacia arriba. Me gusta cuando el cielo se ve así. dijo, como si tuviera luces escondidas. Es que así es, dijo Laura. Las cosas buenas también estaban escondidas, añadió Julián. Pues ya no cerró abril y siguieron caminando lentos, pero sin miedo. Ah.
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