A los 67 años, Manuel Mijares, el legendario cantante mexicano que cautivó a millones de corazones con sus baladas atemporales, finalmente rompió su silencio. Tras años de secretismo, admitió lo que todos sospechábamos. Lucero no solo era su exesposa en sus recuerdos, sino la mujer que dejó la huella más profunda en su vida. Bienvenidos a nuestro canal, donde historias reales, emociones inéditas y confesiones desgarradoras se cuentan con la mayor sinceridad y emoción. A los 67 años, con una voz que sigue conmoviendo y una mirada que refleja décadas de experiencia, Manuel Mijares, decidió hablar de lo que durante mucho tiempo había guardado en silencio.

Frente a una audiencia que lo ha acompañado por más de cuatro décadas, pronunció unas palabras que nadie esperaba escuchar, pero que todos intuían, “Lucero fue y será parte de mí.” El público quedó en silencio. Era como si esas palabras detuvieran el tiempo. Durante años, los rumores, las especulaciones y las canciones habían insinuado lo que ahora él confirmaba con serenidad el amor entre Mijares y Lucero. Nunca desapareció del todo. No se trata de nostalgia ni de arrepentimiento dijo con voz pausada.

Simplemente hay personas que se quedan en tu alma y Lucero. Ella siempre estará ahí. Para quienes lo escuchaban, fue más que una confesión, fue un acto de sinceridad, de vulnerabilidad de humanidad. Mijar es el hombre fuerte del escenario, el artista que tantas veces cantó al amor y al desamor. Por fin se despojaba del personaje para hablar como un hombre que ha amado de verdad. Recordó aquellos años con cariño. Compartimos una vida llena de música, de risas, de sueños.

Vivimos cosas maravillosas y también difíciles como cualquier pareja, pero sobre todo nos tuvimos respeto. Lucero y él fueron durante los 90 la pareja dorada de la música mexicana. Su boda transmitida en televisión fue vista por millones. representaban la unión perfecta entre talento, belleza y éxito. Pero detrás de esa imagen impecable había una historia real con emociones verdaderas, con silencios y con gestos que solo ellos entendían. Lucero tenía una energía única con Tommy Jares. Podía iluminar cualquier lugar solo con su risa.

Y yo, bueno, yo siempre fui más tranquilo. Tal vez por eso nos complementábamos. Durante su matrimonio compartieron escenarios, canciones y momentos que quedaron grabados en la memoria colectiva. Aquel amor parecía indestructible, pero como toda historia intensa, también conoció sus sombras. El amor no siempre se apaga porque falta cariño, reflexionó. A veces se transforma, cambia de forma, pero sigue ahí. Después de su separación, Mijares guardó silencio durante años. No habló mal de ella. No buscó justificar nada. Su respeto fue absoluto.

Cuando uno ha amado de verdad, dijo, “No hay espacio para el rencor.” Y aunque ambos siguieron con sus vidas, su conexión nunca se rompió. Seguían coincidiendo en eventos, en conciertos, incluso en proyectos musicales. Cada vez que subían juntos al escenario, el público podía sentir algo especial entre ellos. esa complicidad silenciosa que solo tienen las almas que alguna vez se amaron profundamente. Cantar con ella siempre es mágico, confesó. No importa cuánto tiempo pase cuando nuestras voces se unen, algo sucede.

Es como si el tiempo no hubiera pasado. Algunos interpretan esa magia como nostalgia, otros como amor que nunca murió. Pero para mijares no hay necesidad de etiquetarlo. No todo lo que se siente tiene que explicarse, dijo con una sonrisa. Hay sentimientos que simplemente existen y eso basta. Asústese en 7 años. Ya no teme ser sincero. Durante mucho tiempo pensé que debía proteger mi vida privada, pero también entendí que las personas merecen conocer al hombre detrás de las canciones y ese hombre sigue agradecido por haber tenido a Lucero en su vida.

Sus palabras no fueron melancólicas, sino llenas de paz. Hablaba con la madurez de quien ha vivido lo suficiente para entender que el amor no siempre necesita un final feliz para ser eterno. Lucero fue una bendición, concluyó, no solo por el tiempo que compartimos, sino por todo lo que aprendí de ella. Me enseñó a amar sin condiciones, a reír más y a no tomarme la vida tan en serio. Cuando terminó su confesión, el público lo aplaudió de pie.

Algunos lloraban, otros sonreían. Era como si todos hubieran esperado años para escuchar esas palabras. Y Mijares, con esa serenidad que solo da el alma en paz, levantó la vista, agradeció y dijo suavemente, “Si algo me ha enseñado la vida, es que hay amores que no terminan, solo cambian de forma.” Y con eso el escenario se llenó de una emoción que ningún acorde podría describirla de un hombre que después de una vida entera por fin se atrevía a decir la verdad de su corazón.

El destino suele escribir sus mejores historias entre acordes y silencios. Así fue como comenzó la de Manuel Mijares y Lucero, una historia donde la música no solo fue escenario, sino el lenguaje con el que sus almas se reconocieron. Corría la década de los 80 y Jares ya era un cantante consolidado con una voz poderosa y un estilo elegante que lo distinguía entre los grandes de México. Lucero, por su parte, era una joven prodigioactriz, cantante carismática llena de energía y ternura.

Dos generaciones distintas, dos trayectorias diferentes, pero un mismo amor por la música. Nos conocimos en un programa de televisión recordaría Mijares, años después. Ella tenía una luz que se notaba a metros. No solo era hermosa, era auténtica, divertida, encantadora. Lucero, con esa sonrisa que ilumina todo, siempre hablaba de él con admiración. Yo lo admiraba desde niña, decía entre risas. Su voz me parecía increíble. Cuando lo escuchaba cantar me provocaba algo que no sabía explicar. Al principio su relación era simplemente profesional.

coincidían en eventos, en premiaciones, en ensayos, pero poco a poco el respeto se transformó en curiosidad y la curiosidad en cariño. Había algo en la forma en que se miraban que el público empezó a notar. Era evidente, dijo un productor. Tenían química, aunque intentaran disimularlo. En 1990, el destino les dio la excusa perfecta grabar juntos la canción El privilegio de amir amar. Aquella balada que hablaba del amor que perdura, a pesar de todo, se convirtió en un fenómeno.

Y aunque ambos insistían en que solo era una colaboración musical, el público ya sabía la verdad, había algo más. Esa canción fue un espejo, confesó mi Jares. Lo que cantábamos era exactamente lo que estábamos sintiendo. Las grabaciones se alargaban no por necesidad técnica, sino porque ninguno quería que el momento terminara. Entre risas, miradas y notas comenzaron a descubrirse de verdad. Con Lucero era imposible no sonreír, contaba él. Tenía una alegría contagiosa. Donde ella estaba no había tristeza.

La prensa empezó a hablar de la pareja del año, pero más allá de los titulares, lo que había entre ellos era algo genuino. Se entendían sin palabras, se admiraban sin envidia, se acompañaban sin condiciones. Lucero lo describía así. Manuel me hacía sentir segura. Era un hombre sereno con una calma que equilibraba mi energía. A su lado aprendí que el amor también puede ser paz. Su relación floreció en medio de giras, entrevistas y cámaras. Pero curiosamente los momentos que más recordaban no eran los de glamour, sino los sencillos compartir un café al amanecer, reírse de algo sin importancia, escuchar música juntos en silencio.

“La vida de un artista está llena de ruido,” decía Mijares, pero con ella todo se volvía silencio hermoso. Cuando cantaban en dúo, la conexión era casi palpable. El público sentía que lo que ocurría en el escenario iba más allá de la interpretación. Había miradas que decían más que 1000 palabras, gestos mínimos que escondían ternura y una complicidad imposible de fingir. Era como si nuestras voces hubieran nacido para encontrarse, admitió él. Y quizás en cierto modo así fue.

La música fue testigo y cómplice de su amor. Cada canción juntos parecía contar un capítulo de su historia. Desde las letras románticas hasta las más nostálgicas, todo sonaba distinto cuando sus voces se entrelazaban. Con ella entendí que la música no solo se canta, se siente, dijo Miares. Lucero le daba sentido a cada nota. Cantar con ella era cantar con el corazón. Durante años formaron uno de los dúos más queridos de Latinoamérica, no solo por su talento, sino por la autenticidad de su conexión.

Era un amor que se podía escuchar, que se podía ver, que se podía sentir. Sin embargo, ambos sabían que no todo sería fácil. La fama, las agendas, la presión de los medios empezaban a colarse entre ellos. Pero en esos primeros tiempos nada de eso importaba. Estábamos enamorados, recordó Lucero. Y cuando uno ama así, el mundo puede esperar. Mirando atrás, Mijares confesó, esa etapa fue mágica. Todo tenía sentido. La música nos unió y por un tiempo nos hizo creer que nada podía separarnos.

Y quizás, aunque los años pasaran y la vida los llevara por caminos distintos, esa magia nunca se desvaneció del todo. Porque cuando dos almas se encuentran a través de la música, esa conexión queda grabada para siempre, como una melodía que el tiempo no puede borrar. nos unió la música y de alguna manera todavía nos sigue uniendo. Era el año 97 cuando México entero se paralizó frente al televisor. En una época en que el romanticismo aún tenía el poder de detener el tiempo, Manuel Míares y Lucero se dieron el sí acepto en una boda que sería recordada por décadas, transmitida en vivo con millones de espectadores.

Fue más que un enlace, fue un evento nacional, una celebración de amor que parecía salida de una película. Ese día no solo nos casamos nosotros, diría mi años después con una sonrisa melancólica. Se casó todo un país con la idea de que el amor perfecto existía. Lucero, vestida como una princesa moderna irradiaba felicidad. Miares, con su elegancia habitual no podía pope apartar la mirada de ella. En ese momento no había cámaras, ni luces, ni prensa. Solo ellos dos jurándose amor eterno mientras el mundo observaba.

Los primeros años fueron un cuento de hadas. Compartían giras, presentaciones y, sobre todo, una complicidad única. Cantaban juntos, reían juntos y cada entrevista se convertía en una muestra pública de cariño. Nos entendíamos con solo mirarnos, recordaba Lucero. Era como si habláramos un idioma que nadie más conocía, pero detrás del brillo, la vida de pareja tenía sus retos. Ambos eran artistas, ambos vivían en un mundo donde el tiempo no pertenecía a nadie. Los viajes, las grabaciones, los ensayos.

Todo se interponía entre los momentos de intimidad. A veces pasaban semanas sin que pudiéramos vernos, confesó Mijares. Y el amor, por más fuerte que sea, necesita presencia. La fama que al principio parecía un aliado empezó a convertirse en un intruso. Los medios seguían cada paso, cada gesto, cada rumor. La presión era constante. Nos convertimos en un espectáculo incluso cuando no queríamos serlo, dijo Lucero años más tarde. A pesar de todo, seguían siendo un equipo. Se apoyaban, se admiraban y, sobre todo, se respetaban profundamente.

Cuando nacieron sus hijos, todo cambió. Ser padre fue el papel más importante de mi vida, dijo Mijares. Ver a Lucero como madre fue indescriptible. Era amor en su forma más pura. Durante un tiempo, la familia fue su refugio. Las risas de sus hijos, los desayunos en casa, los días lejos de los escenarios les recordaban que detrás del glamur había una vida real, una vida que valía la pena cuidar. Pero el equilibrio entre lo público y lo privado era difícil de mantener.

Miares, reservado y tranquilo, prefería la discreción, lucero, carismática y siempre bajo la atención mediática vivía a otro ritmo. No eran diferencias insalvables, explicó él, pero sí constantes. La rutina comenzó a desgastar lo que antes era natural. No faltaba amor, faltaba tiempo. No hay culpables”, dijo Lucero en una entrevista años después. Simplemente la vida nos llevó por caminos distintos. El amor seguía ahí, pero la convivencia se volvía más difícil. Ambos entendían que aferrarse solo por miedo a soltar era injusto para los dos.

Nos amábamos tanto que decidimos dejarnos ir con respeto, reveló Mijares. La decisión de separarse no fue impulsiva, fue meditada, serena, llena de madurez. “Preferimos despedirnos con cariño que continuar hasta hacernos daño”, dijo Lucero con lágrimas contenidas. Cuando finalmente anunciaron su separación, el país entero quedó en shock. Era como si una parte de la ilusión colectiva se hubiera roto, pero ellos con la elegancia que siempre los caracterizó no alimentaron el drama. “Seguimos siendo familia”, afirmaron, y lo cumplieron.

Años después se les siguió viendo juntos en eventos familiares, conciertos y celebraciones. Nunca hubo escándalos, nunca hubo reproches públicos. Porque cuando hay amor verdadero, explicó Mijares, no se necesita estar juntos para seguir queriendo. Su matrimonio, aunque terminó, dejó una huella imborrable. Fue un ejemplo de respeto mutuo, de cariño sincero, de como incluso en medio del brillo y las expectativas ajenas, dos personas pueden mantenerse fieles a su esencia. Nos dimos lo mejor de nosotros, dijo Lucero con voz suave.

Y eso basta. Para mi Jares, aquel capítulo no fue un final, sino una etapa que marcó todo lo que vino después. Lucero me enseñó el significado del compromiso de la ternura y también de la libertad, confesó. Y aunque el cuento de Ada se transformó, lo que nació de él una relación madura, un lazo eterno por sus hijos y un cariño que trasciende, sigue siendo una de las historias más hermosas del espectáculo latinoamericano. A veces el amor más puro no se mide por cuántos años dura, sino por cómo se recuerda.

No hubo gritos, ni escándalos, ni titulares llenos de drama. La separación de Manuel Mijares y Lucero fue tan discreta como elegante, tan dolorosa como inevitable. Fue el final de una historia contada con amor, pero también con verdad. Después de años de compartir la vida, el escenario y los sueños, llegó un momento en el que ambos comprendieron que el amor, aunque intacto, ya no lo sostenía del mismo modo. Nos dimos cuenta de que estábamos en etapas diferentes explicó Mijares.

Seguíamos queriéndonos, pero la vida nos pedía seguir por caminos distintos. Esa conversación la más difícil de todas no ocurrió frente a cámaras ni rodeada de testigos. fue en casa con serenidad y respeto. “No hubo reproches”, dijo Lucero. Solo una mirada larga, silenciosa, que decía más que cualquier palabra. Durante meses intentaron mantener la normalidad, sobre todo por sus hijos. Compartían momentos familiares, cenas, risas, como si el amor aún pudiera sostenerse con los recuerdos. Pero el tiempo, siempre implacable, fue confirmando lo que ambos ya sabían a veces soltar.

También es una forma de de amar. Lucero y yo no terminamos porque faltara amor”, explicó Mijares en una entrevista posterior. Terminamos porque queríamos preservar el cariño que nos unía. El día en que se separaron oficialmente fue tranquilo, sin lágrimas públicas, sin declaraciones agresivas, solo un acuerdo entre dos personas maduras que se habían dado lo mejor. Nos abrazamos”, recordó él, y supe que ese era un adiós, pero no un final. La prensa, por supuesto, no tardó en entrarse.

Los titulares hablaban de la ruptura del matrimonio perfecto, pero mientras el mundo debatía, ellos guardaban silencio. No había nada que aclarar. La historia que habían construido juntos hablaba por sí sola. En esos meses posteriores, Mijare se refugió en la música. Cantar me salvó”, dijo. Era mi manera de entender lo que estaba viviendo. Cada letra, cada nota parecía tener un nuevo significado. En cambio, Lucero se concentró en su familia, en sus hijos, en sus proyectos personales. Ninguno de los dos buscó reemplazar al otro.

El respeto seguía intacto. “Lo que tuvimos fue hermoso,” decía ella. “No tengo nada que lamentar.” Y así, con el paso del tiempo, lo que fue una pareja se transformó en una amistad sincera. Seguían viéndose riendo juntos, acompañándose en eventos importantes de sus hijos. En los conciertos donde coincidían el público no podía evitar emocionarse al verlos compartir el escenario de nuevo. La complicidad seguía ahí sutil real. Ella fue mi compañera de vida y siempre lo será, decía mi Jares.

El amor cambia, pero no desaparece. Lucero, por su parte siempre habló de él con cariño. Mijares es un hombre increíble, fue mi gran amor y también mi gran apoyo. Le tengo un respeto enorme. En una de las pocas entrevistas donde se permitió hablar del tema, ella resumió todo con una frase que conmovió a todos. No terminamos porque algo se rompiera. Terminamos para no romper lo que aún nos unía. Con el tiempo, ambos lograron encontrar la paz. Mijares en su música lucero en su familia y en la fe.

Y aunque la distancia se mantuvo el lazo invisible entre ellos, nunca se rompió. En los años siguientes se volvieron a subir al escenario juntos para cantar como en los viejos tiempos. Y cada vez que sus voces se unían, el público podía sentir esa conexión intacta, ese cariño que el tiempo no pudo borrar. Cantar con ella sigue siendo especial, admitió él. Hay algo en su voz que todavía me toca el alma. Lucero, con una sonrisa nostálgica respondió una vez.

Cuando canto con Manuel siento gratitud. Es un pedacito del pasado que todavía brilla. Hoy ya con caminos completamente separados. Mijares y luceros se miran con la paz de quienes saben que cumplieron su historia. Sin culpa, sin arrepentimiento, solo amor transformado. Nos dimos lo que teníamos que dar, dice él, y eso basta. En el fondo, quizás esa es la mayor muestra de madurez emocional, dejar ir sin destruir, recordar sin sufrir, querer sin poseer. Y así, con el paso de los años, lo que fue una gran historia de amor se convirtió en algo aún más profundo, un testimonio de respeto, de lealtad y de amor verdadero.

Porque cuando una relación termina sin rencor, no muere, se convierte en legado. Lucero y yo no somos pasado, somos historia. Y las historias cuando son sinceras no se olvidan jamás. Han pasado más de dos décadas desde su separación y sin embargo, cada vez que Manuel Mijares y Lucero comparten un escenario, el tiempo parece detenerse. Las luces bajan, las primeras notas comienzan a sonar y en ese instante mágico los años desaparecen. Solo quedan dos voces, dos miradas, dos almas que alguna vez se amaron y que aún se reconocen a través de la música.

Cada vez que canto con ella, dijo Mijares en una entrevista reciente, es como si todo volviera para empezar. No hay pasado, no hay distancia, solo la música. Y ella lucero con esa sonrisa serena que nunca la abandona, suele decir lo mismo. No hay nada más bonito que compartir el escenario con alguien que ha sido tan importante en tu vida. Cantar con Manuel siempre me llena el corazón. Esa complicidad que sobrevivió al amor y a los años es lo que sigue enamorando al público.

No importa cuántas veces digan que ya no están juntos, cada nota que entonan juntos parece contradecir al mundo. Hay una mirada, un gesto, una conexión que no se puede fingir. Los conciertos donde comparten escenarios se han convertido en verdaderos homenajes a la madurez emocional, al amor transformado. No cantan para revivir lo que fue, sino para celebrar lo que sigue siendo. El respeto, la gratitud y el cariño no se terminan, afirma Mijares, solo cambian de forma. En cada presentación la historia vuelve a escribirse en tiempo presente.

Los aplausos no son solo para las canciones, sino para lo que representan dos personas que aprendieron a amar sin condiciones y a seguir compartiendo su arte sin resentimiento. Lucero lo define mejor. El amor que tuvimos se transformó en algo más grande, más limpio. Ya no es pasión, es cariño eterno. Nos unió la música y eso no se rompe jamás. Durante los conciertos hay momentos en los que el público guarda silencio consciente de estar presenciando algo más que un show.

Cuando sus voces se encuentran, algo indescriptible ocurre. Es como si el pasado y el presente se abrazaran. No hay palabra solo emoción. Nos miramos y basta cuenta, mi jares. Sabemos exactamente lo que el otro siente. Esa conexión no se pierde aunque cambie. Y quizás por eso sus duetos siguen siendo tan especiales. Canciones como El privilegio de amar o Me alimento de ti se han convertido en himnos que acompañan generaciones. Para el público esas melodías no son solo música, son recuerdos, son emociones que siguen vivas gracias a ellos.

En una ocasión, un periodista les preguntó si alguna vez habían pensado en volver. Ambos sonrieron con complicidad. La vida ya nos dio lo que tenía que darnos”, respondió Lucero. “Ahora nos toca disfrutar lo que somos.” Miares, con su tono pausado y su humor característico, añadió, “Volver no hace falta. Nunca nos fuimos del todo.” Y quizás tenía razón, porque aunque ya no compartan un hogar, siguen compartiendo algo mucho más profundo, la historia, el respeto y una eterna admiración mutua.

En la vida de ambos, el amor ha tomado otras formas, otros caminos, pero su relación sigue siendo un ejemplo de cómo se puede terminar una historia sin destruirla. No somos una pareja, dice Lucero. Somos dos amigos que comparten un pasado hermoso y un presente lleno de gratitud. Esa madurez los ha convertido en símbolo de armonía y reconciliación. Su historia enseña que el verdadero amor no siempre tiene que durar para siempre, para ser eterno. Hoy, cuando el público los ve juntos sobre el escenario, sabe que está presenciando algo irrepetible, la unión de dos artistas que se aman de una manera distinta, más silenciosa, más profunda.

Cantar con ella es como volver a casa, dice Mijares. Y escucharlo cantar, responde Lucero, es recordar porque alguna vez lo amé. No hay nostalgia amarga, solo ternura. No hay pasado roto, solo gratitud. Y así, mientras las luces se apagan y el público aplaude de pie, mijares y luceros se miran, sonríen y se despiden una vez más, no con tristeza, sino con esa serenidad que deja el amor cuando ha cumplido su misión. Porque aunque la vida los haya llevado por diferentes caminos, la melodía que un día los unió sigue sonando en sus voces, en sus miradas y en el corazón de quienes creen que el amor verdadero no muere.

Simplemente cambia de forma. Ella sigue siendo mi mejor canción, dijo él, y él mi más bello recuerdo respondió ella. Y con esas palabras se cerró el telón de una de las historias más hermosas que ha dado la música mexicana. Una historia donde el amor lejos de apagarse aprendió a vivir en cada nota, en cada verso y en cada silencio compartido. La historia de Manuel Mijares y Lucero no es solo una historia de amor, es una lección de vida.

Es la prueba de que los verdaderos sentimientos no necesitan promesas eternas para perdurar. que cuando el amor es sincero no se apaga, se transforma en algo más puro, más profundo, más sereno. A lo largo de los años ellos nos han mostrado que la madurez emocional también puede ser hermosa, que se puede amar sin poseer, recordar sin sufrir y agradecer sin mirar atrás con tristeza. Porque el amor cuando es real deja huellas que ni el tiempo ni la distancia pueden borrar.

Verlos juntos en el escenario después de tantos años es como mirar el reflejo del respeto, la complicidad y la ternura que nunca se fue. Y tal vez eso sea lo que hace que su historia siga conmoviendo a generaciones el hecho de que aún separados siguen cantando al amor y al perdón. Ella fue una parte importante de mi vida dijo Mijares una vez. y él siempre tendrá un lugar en mi corazón”, respondió Lucero. Dos frases simples, pero cargadas de verdad, porque no todos los amores están destinados a durar, pero algunos están destinados a trascender.

Y quizá ahí radique el verdadero privilegio de amar no en retener, sino en dejar vivir al amor en otra forma más libre, más sincera, más eterna.