Ella solo quería limpiar la casa, pero cuando el médico huyó y todos entraron en pánico, fue ella, con un trapo en la mano y un secreto en el pecho, quien entró a la sala de cirugía.

Salvó una vida y sin saberlo comenzó a sanar la suya.

Parte un.

El visturí resbaló entre sus dedos temblorosos y el mundo se detuvo.

Isabela Martínez, de apenas 20 años, observó con horror cóo la vida se escapaba de sus manos en aquella sala de operaciones del Hospital General de Guadalajara.

La alarma del monitor cardíaco perforó el silencio como una sentencia mientras el equipo médico se movía en cámara lenta a su alrededor.

“Dctora Martínez, reaccione”, gritó el jefe de cirugía.

Pero Isabela ya no estaba allí.

Su mente había regresado a los ojos de la madre que esperaba en el pasillo a la promesa que había hecho de salvar a su hijo de 8 años.

Sus manos, que una vez fueron precisas como las de un relojero, ahora temblaban como hojas en tormenta.

El niño murió en la mesa de operaciones.

Tres meses después, Isabela se encontraba en el autobús más barato que viajaba hacia las montañas de Jalisco, con una maleta desgastada y un corazón hecho pedazos.

Sus ojos verdes, que antes brillaban con la determinación de quien había luchado toda su vida por salir de la pobreza, ahora parecían lagos secos después de la sequía.

“Enfermera doméstica”, preguntó con voz quebrada al teléfono cuando respondió al anuncio clasificado.

“Sí, tengo experiencia cuidando personas”, mintió, porque ¿qué otra opción tenía? La hacienda Los jazzes se alzaba imponente entre los cerros, con sus muros de adobe pintados de blanco y sus techos de teja roja que brillaban bajo el sol de octubre.

Los jacarandás florecían en explosiones violetas a lo largo del sendero empedrado, mientras el aroma del café tostado flotaba en el aire matutino.

Isabela bajó del autobús con sus pocas pertenencias, sintiendo el peso de la mirada curiosa de los trabajadores.

Su cabello castaño claro recogido en una cola simple, su rostro sin maquillaje y sus ropas sencillas la hacían parecer lo que ahora era.

Una joven perdida buscando un refugio.

Tú debes ser la nueva enfermera”, dijo una mujer mayor de rostro severo y delantal inmaculado.

“Soy doña Carmen, el ama de llaves.

El señor Diego está esperándote.

” Isabela siguió a la mujer por pasillos adornados con pinturas coloniales y muebles de madera oscura que gritaban abolengo y dinero.

Sus zapatos baratos resonaban sobre el mármol un recordatorio constante de que no pertenecía a ese mundo.

El señor Diego Herrera es muy exigente, advirtió doña Carmen mientras caminaban.

No tolera errores, impuntualidad ni familiaridades.

Está aquí recuperándose de una operación al corazón, pero su carácter, bueno, ya lo verás.

Se detuvieron frente a una puerta de caó tallada.

Doña Carmen tocó suavemente y una voz ronca respondió desde adentro.

Adelante.

Isabela entró y sintió que el aire se volvía más denso.

Frente a ella, recostado en una cama con Dosel, estaba el hombre más imponente que había visto jamás.

Diego Herrera tenía 30 años, pero sus ojos azules, como el cielo de invierno, parecían cargar el peso de muchas más décadas.

Su cabello negro estaba perfectamente peinado hacia atrás y aunque el camisón de hospital debería haberlo hecho ver vulnerable, él irradiaba una autoridad que hizo que Isabela instintivamente bajara la mirada.

“¿Tú eres la enfermera?”, preguntó él, examinándola de arriba a abajo con una expresión que rozaba el desdén.

Pareces muy joven.

Tengo 20 años, señor Herrera, respondió Isabela, manteniendo la voz firme a pesar de que su corazón latía como tambor de guerra.

Pero tengo experiencia en cuidados médicos.

Diego arqueó una ceja claramente escéptico.

Mis horarios de medicación no admiten errores.

Mis comidas deben ser exactas.

No me gusta el ruido innecesario, las conversaciones banales, ni que toquen mis cosas sin permiso.

¿Está claro? Perfectamente claro”, respondió Isabela alzando por fin la mirada.

Por un momento, sus ojos se encontraron.

Diego sintió algo extraño en el pecho, como si hubiera reconocido algo familiar en aquella mirada verde.

Pero el momento pasó tan rápido que lo descartó como un efecto de la medicación.

“Doña Carmen te explicará tus obligaciones”, dijo fríamente.

“puedes retirarte.

” Isabela hizo una leve reverencia y salió de la habitación sintiendo las piernas temblorosas.

No sabía si era por los nervios o por la extraña sensación de que acababa de conocer a alguien que cambiaría su vida para siempre.

Los primeros días fueron un calvario silencioso.

Isabella se levantaba antes del amanecer para preparar las medicinas de Diego.

Organizaba sus comidas según las estrictas indicaciones del nutricionista y permanecía en las sombras como un fantasma útil.

Él apenas la miraba, le dirigía órdenes secas y la trataba como si fuera invisible.

Pero Isabel la observaba.

Observaba como Diego apretaba los puños cuando creía que nadie lo veía.

luchando contra el dolor que no quería admitir.

Observaba cómo sus ojos se perdían en la ventana durante las tardes, como si buscara algo que había perdido hace mucho tiempo.

Observaba cómo rechazaba las visitas de su familia, construyendo muros más altos que los de su propia hacienda.

Una noche, mientras Isabela organizaba los medicamentos en la mesa de noche, escuchó un gemido ahogado.

Diego se revolvía en sueños sudando frío y murmurando palabras incomprensibles.

Sin pensarlo, Isabela se acercó y puso una mano suave sobre su frente.

“Sh, solo es un sueño”, susurró con la misma voz que usaba para calmar a los pacientes en el hospital.

Diego despertó sobresaltado, encontrándose con los ojos verdes de Isabela, inclinada sobre él.

Por un momento no dijo nada, solo la observó con una expresión que ella no pudo decifrar.

“¿Qué haces?”, preguntó finalmente, pero su voz no tenía la dureza habitual.

“Usted estaba teniendo una pesadilla”, respondió Isabela retirando la mano.

“Lo siento, no debí.

No vuelvas a tocarme sin permiso”, la interrumpió Diego, pero había algo en su tono que sugería que no estaba realmente molesto.

Isabela asintió y se alejó, pero no pudo evitar preguntarse qué demonios perseguían a Diego Herrera en sus sueños.

A la mañana siguiente, encontró a Diego sentado en la terraza observando el amanecer sobre las montañas.

Isabela, le llevó su tema tutino y, en lugar de retirarse inmediatamente, se quedó parada a unos metros de distancia.

¿Necesita algo más, señor Herrera?”, preguntó suavemente.

Diego la miró por encima del hombro, sorprendido por la pregunta.

Normalmente ella dejaba las cosas y se marchaba sin decir palabra.

“¿Por qué elegiste este trabajo?”, preguntó de repente.

“Una chica como tú podría encontrar algo mejor que cuidar a un viejo cascarrabias.

” Isabela sintió un nudo en la garganta.

¿Cómo explicarle que había huído de su propia vida? que cada día luchaba contra la culpa de no haber podido salvar a un niño inocente.

A veces, dijo finalmente, “cuidar a otros es la única forma de cuidarse a uno mismo.

” Diego se quedó en silencio procesando esas palabras.

Había algo en la forma en que ella lo había dicho, una tristeza profunda que resonó con la suya propia.

“¿Tienes familia?”, preguntó sin saber por qué le importaba la respuesta.

“Tuve”, respondió Isabela.

Mi madre murió cuando yo tenía 17 años.

Cáncer fue muy difícil.

¿Y tu padre? Nunca lo conocí.

Mi madre me crió sola trabajando en casas como esta para darme una educación.

Isabela sonríó con tristeza.

Siempre decía que yo tenía manos de ángel, que podía curar cualquier dolor.

Diego sintió algo extraño en el pecho.

Esa joven tenía una historia, cicatrices que se escondían detrás de su mirada gentil.

“¿Y qué te trajo aquí?”, insistió.

Isabela guardó silencio por un momento, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar.

Cometí un error, susurró, un error que me costó todo lo que amaba.

Antes de que Diego pudiera preguntar más, Isabela se excusó y se retiró rápidamente, dejándolo con más preguntas que respuestas.

Esa noche Diego no pudo dormir.

Las palabras de Isabela resonaban en su mente.

Cuidar a otros es la única forma de cuidarse a uno mismo.

¿Quién cuidaba a la cuidadora? ¿Quién sanaba a la sanadora? Al día siguiente, Diego observó a Isabela con nuevos ojos.

se fijó en cómo sus manos temblaban ligeramente cuando preparaba las medicinas, en cómo evitaba su mirada cuando él la sorprendía observándolo, en cómo se mordía el labio inferior cuando estaba nerviosa.

También notó otras cosas: la precisión con que organizaba sus medicamentos, la forma en que evaluaba su estado de salud con una mirada, la manera en que sus ojos se iluminaban cuando él mostraba signos de mejoría.

¿Estudiaste medicina?, preguntó un día sin previo aviso.

Isabela se tensó visiblemente, casi tirando el vaso de agua que llevaba en las manos.

¿Por qué? ¿Por qué pregunta eso? Por la forma en que me miras, respondió Diego.

No como una enfermera doméstica, como alguien que sabe exactamente lo que está viendo.

Isabela sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.

Su secreto, el que había guardado tan celosamente, amenazaba con salir a la luz.

Yo yo tomé algunos cursos, mintió, quería ser enfermera profesional, pero no pude terminar los estudios.

Diego la estudió con intensidad, sintiendo que había más en esa historia, pero antes de que pudiera presionar más, una voz familiar interrumpió el momento.

Diego, mi amor, una mujer espectacular entró a la terraza como un huracán de perfume caro y tacones altos.

Valentina Sánchez, 32 años, cabello negro como la noche y ojos color miel, se acercó a Diego con los brazos extendidos.

Valentina, dijo Diego claramente incómodo.

No esperaba verte.

¿Cómo no iba a venir a cuidar de ti después de tu operación? Ronroneó Valentina lanzando una mirada despectiva hacia Isabela.

Veo que has contratado servicio doméstico.

Isabela sintió el golpe como una bofetada.

Valentina la había catalogado inmediatamente como alguien inferior, invisible, sin importancia.

“Isabela es mi enfermera”, dijo Diego, sin saber por qué sentía la necesidad de defenderla.

“Enfermera, Valentina” rió con desdén.

“Querido, esta niña apenas parece mayor de edad.

¿Estás seguro de que sabe lo que hace?” Isabela, sintió que el suelo se abría bajo sus pies.

Las palabras de Valentina la transportaron instantáneamente a aquella sala de operaciones, a los gritos del jefe de cirugía, a la mirada devastada de la madre que perdió a su hijo.

“Con permiso”, murmuró Isabela y salió corriendo hacia su pequeña habitación en el ala de servicio.

Se encerró en el baño y se dejó caer sobre el suelo de azulejos fríos, soylozando en silencio.

Los recuerdos la golpearon como una avalancha.

la Universidad de Medicina, donde había sido la primera de su clase, las noches sin dormir estudiando para becas, la promesa que le había hecho a su madre moribunda de convertirse en doctora.

Todo se había desmoronado en aquella operación.

El niño tenía una condición cardíaca congénita que no habían detectado a tiempo.

No había sido su culpa, pero ella había sido la cirujana a cargo.

La familia la había demandado, los medios la habían crucificado y su carrera había terminado antes de empezar realmente.

Dios mío susurró entre lágrimas.

¿Qué estoy haciendo aquí? Mientras tanto, en la terraza, Diego se sentía inexplicablemente molesto por la actitud de Valentina.

No tenías derecho a hablarle así”, le dijo fríamente Diego.

Valentina parpadeó sorprendida.

Solo estoy cuidando de ti.

Esa niña no parece muy competente.

Es más competente de lo que crees.

Respondió Diego sin entender por qué se sentía tan defensivo.

Valentina se acercó a él con una sonrisa calculada.

“Amor, he estado pensando mucho desde que terminamos.

Creo que ambos cometimos errores.

Tal vez deberíamos intentarlo de nuevo.

” Diego la miró con ojos fríos.

Valentina había terminado con él se meses atrás cuando su empresa había enfrentado una crisis financiera.

Aparentemente un novio millonario en problemas no entraba en sus planes.

Ahora que las cosas habían mejorado, regresaba como si nada hubiera pasado.

No, Valentina, no vamos a intentar nada.

¿Es por esa niña?, preguntó Valentina con una sonrisa venenosa.

Diego, por favor, sabes que no es de tu clase.

Diego sintió una furia ciega.

No sabía por qué, pero la idea de que Valentina despreciara a Isabela lo enfurecía más que cualquier otra cosa.

“Vete”, dijo con voz peligrosamente baja ahora.

Valentina se quedó boquiabierta, pero conocía lo suficiente a Diego para saber que cuando usaba ese tono no había discusión posible.

Esto no se queda así”, murmuró antes de marcharse.

Diego se quedó solo en la terraza, sintiéndose extrañamente vacío.

Sus pensamientos se dirigieron inevitablemente hacia Isabela, preguntándose si estaría bien, si las palabras de Valentina la habrían herido.

Sin pensarlo dos veces, se levantó y caminó hacia el ala de servicio.

Nunca había estado allí antes, pero algo lo impulsaba a buscarla.

encontró la puerta de su habitación y tocó suavemente.

Isabela, ¿estás bien? El silencio fue su única respuesta.

Isabela, por favor, sé que estás ahí.

Finalmente, la puerta se abrió apenas una rendija.

Isabela aparecía con los ojos enrojecidos.

Claramente había estado llorando.

“¿Necesita algo, señora Herrera?”, preguntó con voz ronca.

Diego sintió una punzada de dolor al ver su estado.

Quería disculparme por Valentina.

No tenía derecho a hablarte así.

No se preocupe murmuró Isabela.

Ella tiene razón.

Soy solo una empleada doméstica.

No, dijo Diego firmemente.

No eres solo nada eres Se detuvo sin saber cómo terminar esa frase.

¿Qué era Isabela para él? ¿Por qué le importaba tanto? Soy una fracasada, susurró Isabela.

Alguien que no pudo cumplir sus promesas.

¿De qué promesas hablas? Isabela lo miró a los ojos y por un momento Diego vio todo el dolor que ella llevaba dentro.

“Prometí que salvaría vidas”, dijo finalmente, “pero solo sé cómo destruirlas”.

Antes de que Diego pudiera responder, Isabela cerró la puerta suavemente, dejándolo con el corazón acelerado y mil preguntas sin respuesta.

Esa noche, Diego no pudo dormir.

Las palabras de Isabela resonaban en su mente.

Prometí que salvaría vidas.

Pero solo sé cómo destruirlas.

¿Qué había pasado en su pasado? ¿Qué secreto cargaba esa joven que lo intrigaba más cada día? Por primera vez en años, Diego Herrera sintió curiosidad genuina por otra persona y esa curiosidad estaba empezando a convertirse en algo mucho más peligroso.

Casiutuna estesta.

¿Alguna vez has sentido que un encuentro fortuito puede cambiar tu vida para siempre? ¿Has conocido a alguien que sin saberlo llegó justo cuando más lo necesitabas? Cuéntanos en los comentarios de qué ciudad nos estás viendo y si crees que el destino existe.

No olvides darle like a esta historia y suscribirte para conocer qué pasará entre Isabela y Diego.

Parte dos.

Isabela despertó antes del amanecer, como había hecho cada día durante las últimas tres semanas.

Pero esta mañana era diferente.

Las palabras de Diego de la noche anterior habían removido algo dentro de ella, una esperanza peligrosa que había tratado de mantener enterrada.

Se vistió con su uniforme blanco simple y recogió su cabello en el moño que ya se había vuelto rutina.

Pero cuando se miró al espejo, notó algo diferente en sus ojos verdes.

Una chispa que no había estado ahí desde la tragedia en Guadalajara.

“No te ilusiones”, se dijo a sí misma.

“Él solo fue amable contigo, nada más”.

Pero mientras preparaba el desayuno de Diego, no pudo evitar que sus manos temblaran ligeramente, no de nervios, sino de algo que no se atrevía a nombrar.

Diego la esperaba en la terraza, como había hecho cada mañana desde su llegada.

Pero cuando Isabela apareció con la bandeja, él la estudió con una intensidad que la hizo sonrojar.

“Buenos días, señor Herrera”, dijo suavemente, colocando la bandeja sobre la mesa de hierro forjado.

“Buenos días, Isabela”, respondió él, y hubo algo en la forma en que pronunció su nombre que hizo que ella alzara la mirada.

“¿Dormiste bien?” La pregunta la sorprendió.

En tres semanas nunca le había preguntado sobre su bienestar personal.

Sí, gracias, mintió, porque había pasado la noche despierta pensando en él.

Diego notó las ojeras bajo sus ojos, pero decidió no presionar.

En lugar de eso, hizo algo que nunca había hecho.

Le ofreció una silla.

Siéntate conmigo mientras desayuno.

Isabela, parpadeó confundida.

Señor Herrera, no creo que sea apropiado.

Por favor, dijo él.

Y la palabra por favor en labios de Diego Herrera era tan rara que Isabela no pudo negarse.

Se sentó al borde de la silla con las manos entrelazadas sobre el regazo, esperando que él comenzara a comer.

Pero Diego no tocó la comida.

En lugar de eso, la observó con curiosidad.

“¿Cuántos años tenías cuando tu madre murió?”, preguntó suavemente.

Isabela se tensó.

Hablar de su madre siempre era difícil.

17, respondió.

Fue justo antes de que empezara la universidad.

Universidad.

Diego arqueó una ceja.

Creí que habías dicho que no pudiste terminar tus estudios.

Isabela sintió que había cometido un error.

Tenía que ser más cuidadosa.

Conseguí una beca”, dijo cuidadosamente.

Pero cuando mi madre murió tuve que trabajar para mantenerme.

No pude continuar.

Era una verdad a medias.

Había conseguido una beca completa para medicina.

Había sido la primera de su clase durante tres años.

Había tenido el mundo a sus pies hasta que todo se desmoronó.

Diego la estudió sintiendo que había más en esa historia.

¿Qué estudiabas? Isabela sintió que se le cerraba la garganta.

No podía mentir completamente, pero tampoco podía decir la verdad.

Ciencias de la salud, murmuró.

¿Te arrepientes de no haber terminado? La pregunta le dolió como un puñal.

Cada día se arrepentía.

Cada día se preguntaba qué habría pasado si hubiera sido más cuidadosa, más preparada, más todo, todos los días”, susurró, y la honestidad de su respuesta sorprendió a ambos.

Diego sintió un impulso extraño de consolarla, de borrar esa tristeza de sus ojos.

“En lugar de eso, cambió de tema.

¿Tienes novio?”, preguntó e inmediatamente se dio cuenta de que la pregunta había sonado más personal de lo que pretendía.

Isabella se sonrojó intensamente.

No, señora Herrera, no tengo tiempo para esas cosas.

¿No tienes tiempo o no has conocido a la persona correcta? La pregunta hizo que Isabela lo mirara directamente a los ojos y por un momento el aire entre ellos se cargó de electricidad.

Creo que algunas personas están destinadas a estar solas, dijo finalmente.

¿Tú crees eso? Usted no.

Diego se quedó en silencio.

Había pasado los últimos años construyendo muros, manteniendo a todos a distancia.

Después de la traición de Valentina, había decidido que era más seguro estar solo.

Sí, admitió.

Supongo que sí.

Pero mientras decía esas palabras mirando los ojos verdes de Isabela, se preguntó si realmente las creía.

El momento se rompió cuando doña Carmen apareció en la terraza con expresión preocupada.

Señor Diego, su hermana está aquí, dice que es urgente.

Diego frunció el seño.

Su hermana Patricia nunca venía a visitarlo sin avisar.

“Hazla pasar”, dijo con un suspiro.

Isabela se levantó inmediatamente.

“Voy a retirarme, señor Herrera.

” “No”, dijo Diego, sorprendiéndose a sí mismo.

“Quédate.

” Antes de que Isabela pudiera protestar, Patricia Herrera apareció en la terraza como un torbellino de ansiedad.

A los 28 años era una versión femenina de Diego, cabello negro brillante, ojos azules intensos y una presencia que llenaba cualquier habitación.

“Diego, gracias a Dios que estás bien”, dijo Patricia abrazándolo con fuerza.

Cuando supe que Valentina había estado aquí, pensé que, “¿Cómo supiste que Valentina estuvo aquí?”, interrumpió Diego.

Patricia se sonrojó ligeramente.

Ella me llamó.

dijo que habían tenido una pelea terrible y que tú la habías echado por culpa de Suada se dirigió hacia Isabela.

Por culpa de tu nueva empleada.

Isabela sintió que la sangre se le helaba, así que Valentina había estado esparciendo rumores.

Valentina es una mentirosa dijo Diego fríamente.

Y no la eché por culpa de Isabela, la eché porque me di cuenta de que nunca debí permitir que regresara en primer lugar.

Diego, sé que está dolido por cómo terminaron las cosas.

Pero Valentina realmente lo ama.

Ella me dijo que está dispuesta a luchar por usted.

Pues que no pierda su tiempo.

Respondió Diego.

No hay nada que luchar.

Patricia miró a Isabela con curiosidad.

Y usted es Isabela Martínez, respondió Isabela poniéndose de pie.

Soy la enfermera de su hermano.

Ah, sí.

Valentina me mencionó que era muy joven.

Isabela sintió el insulto velado, pero mantuvo la compostura.

Tengo la experiencia suficiente para cuidar de su hermano, señorita Herrera.

Experiencia.

Patricia arqueó una ceja.

¿Dónde estudió enfermería? Diego observó como Isabela se ponía rígida ante la pregunta.

Patricia, no es necesario que interrogues a Isabela, intervino.

Solo me preocupo por ti, Diego.

Después de tu operación necesitas cuidados profesionales.

Está certificada.

¿Tiene referencias? Isabela sintió que las paredes se cerraban a su alrededor.

No tenía certificación como enfermera, solo su título de médica que no podía usar.

No tenía referencias porque había huído de su vida anterior.

Yo, comenzó a decir, pero Diego la interrumpió.

Isabela ha cuidado de mí perfectamente durante estas semanas.

Eso es lo único que importa.

Patricia estudió a su hermano con ojos astutos.

Conocía a Diego mejor que nadie y había algo en su voz cuando defendía a esa joven que la intrigaba.

Muy bien, dijo finalmente.

Pero Diego, Valentina me pidió que te dijera que va a organizar una cena benéfica el próximo sábado.

Espera que vayas.

No iré, dijo Diego categóricamente.

Es para el hospital de niños.

¿Sabes que es una causa importante para ti? Diego se quedó en silencio.

Efectivamente, el hospital de niños había sido una de sus causas benéficas favoritas durante años, pero la idea de ver a Valentina otra vez lo llenaba de irritación.

“Iré”, dijo finalmente, “pero no con Valentina.

” “¿Con quién entonces?” Diego miró a Isabela y antes de que pudiera detenerse, las palabras salieron de su boca con Isabela.

El silencio que siguió fue ensordecedor.

Patricia parpadeó sorprendida mientras Isabela se quedó Boqui abierta.

“Perdón”, murmuró Isabela.

“Necesito que alguien me acompañe para asegurarse de que no me esfuerce demasiado después de la operación”, dijo Diego improvisando.

“Como mi enfermera es tu responsabilidad.

” Isabela sintió que el corazón se le salía del pecho.

Diego la estaba invitando a una cena elegante, llena de gente rica y poderosa.

Estaba loco.

Señor Herrera, yo no tengo ropa apropiada para ese tipo de evento.

Eso se puede arreglar.

Dijo Diego con una sonrisa que hizo que Isabela se olvidara de respirar.

Patricia observó el intercambio con creciente interés.

Nunca había visto a su hermano actuar así con ninguna mujer, ni siquiera con Valentina.

Bueno, dijo finalmente, esto será interesante.

Después de que Patricia se fuera, Isabela se quedó sola con Diego en la terraza, sintiéndose como si hubiera sido arrollada por un huracán.

“Señor Herrera, no puedo ir a esa cena”, dijo finalmente.

“Soy su empleada doméstica.

La gente va a pensar.

” “¿Qué van a pensar?”, preguntó Diego acercándose a ella.

Isabela sintió que las mejillas se le encendían.

Van a pensar que que nosotros que hay algo entre nosotros y eso te molesta.

La pregunta la dejó sin palabras.

¿Le molestaba o le daba miedo porque secretamente esperaba que fuera cierto.

Yo no sé qué decir.

Diego se acercó más hasta que pudo ver las pequeñas pecas doradas que Isabela tenía alrededor de la nariz.

Di que sí, Isabela, por favor.

Había algo en su voz, una vulnerabilidad que nunca había mostrado antes, que hizo que Isabela sintiera que el suelo se movía bajo sus pies.

“Está bien”, susurró.

“Pero no sé cómo comportarme en ese tipo de lugares.

Solo tienes que ser tú misma”, dijo Diego y por primera vez en semanas sonrió de verdad.

Es lo único que necesitas saber.

Los siguientes días pasaron como en un sueño.

Diego insistió en que Isabela fuera a la ciudad a comprar un vestido apropiado para la cena y aunque ella protestó por el gasto, él no aceptó un no por respuesta.

Isabela se sintió completamente fuera de lugar en las boutiques elegantes de Guadalajara.

Las vendedoras la miraban con desdén hasta que mencionaba el nombre de Diego Herrera.

Entonces, mágicamente se convertían en sus mejores amigas.

Finalmente encontró un vestido que la hizo sentir como una versión mejor de sí misma, un vestido de color azul medianoche que realzaba sus ojos verdes y se ajustaba perfectamente a su figura delgada.

Era elegante, pero no ostentoso, sofisticado, pero no pretencioso.

Cuando regresó a la hacienda, Diego la esperaba en la sala principal.

¿Cómo te fue?, preguntó.

Y había algo en su voz que sugería que su respuesta le importaba más de lo que debería.

Bien”, respondió Isabela cargando las bolsas.

“Encontré algo apropiado.

¿Puedo verlo?” Isabela se sonrojo.

Prefiero que sea una sorpresa.

Diego sonríó y esa sonrisa hizo que Isabela sintiera mariposas en el estómago.

“Está bien, pero prometo que te va a quedar hermoso.

¿Cómo puede estar tan seguro si no lo ha visto?” Diego la miró directamente a los ojos.

Porque tú eres hermosa, Isabela, con o sin vestido elegante.

Las palabras la golpearon como un rayo.

Nadie le había dicho que era hermosa desde, bueno, desde nunca.

Su madre la había llamado bonita, pero de la manera en que las madres llaman bonitas a sus hijas, esto era diferente.

Diego Herrera, un hombre que podía tener a cualquier mujer que quisiera, la había llamado hermosa.

Yo, “Gracias”, murmuró sin saber qué más decir.

“Isabela”, dijo Diego dando un paso hacia ella.

“Hay algo que quiero preguntarte.

” ¿Qué? ¿Por qué realmente dejaste tus estudios? Y no me digas que fue solo por dinero.

¿Hay algo más? ¿Verdad? Isabela sintió que el pánico se apoderaba de ella.

No podía contarle la verdad.

No podía decirle que había sido doctora, que había perdido a un paciente, que había huído de su vida anterior como una cobarde.

“Yo cometí un error”, dijo finalmente.

Un error muy grave que me costó mi futuro.

¿Qué tipo de error? Isabela cerró los ojos luchando contra las lágrimas.

No puedo hablar de eso.

Por favor, no me obligue.

Diego vio el dolor en su rostro y sintió una necesidad abrumadora de protegerla, de abrazarla y decirle que todo estaría bien.

Está bien, dijo suavemente.

No tienes que contarme nada hasta que estés lista.

Isabel la abrió los ojos, sorprendida por su comprensión.

No va a despedirme por tener secretos.

Todos tenemos secretos, Isabela.

Algunos son demasiado dolorosos para compartir.

Había algo en su voz que hizo que Isabela se preguntara qué secretos guardaba Diego Herrera.

¿Usted también tiene secretos dolorosos? Diego se quedó en silencio por un momento, mirando hacia las montañas a través de la ventana.

“Sí”, admitió finalmente.

“Muchos me los contaría algún día.

” Diego la miró y en sus ojos Isabel la vio una profundidad de dolor que no había notado antes.

Tal vez dijo, “Cuando estés lista para contarme los tuyos.

” Esa noche Isabela se quedó despierta pensando en la conversación.

Había algo desarrollándose entre ella y Diego, algo que la aterraba y la emocionaba a la vez.

Pero, ¿qué pasaría cuando él descubriera la verdad sobre su pasado? cuando supiera que era una doctora fracasada que había huído de sus responsabilidades.

El día de la cena llegó más rápido de lo que Isabela hubiera querido.

Se pasó toda la tarde arreglándose, cambiándose el peinado cinco veces y cuestionando cada decisión que había tomado.

Cuando finalmente se miró al espejo, no reconoció a la mujer que le devolvía la mirada.

El vestido azul medianoche se ajustaba perfectamente a su figura, realzando sus curvas sutiles.

Su cabello castaño claro caía en ondas suaves sobre sus hombros y el maquillaje sutil que se había aplicado hacía que sus ojos verdes brillaran como esmeraldas.

Pero más que su apariencia física, había algo diferente en su postura, en la forma en que alzaba la barbilla.

Por primera vez en meses, Isabela Martínez se sentía como la mujer que había sido antes de que todo se desmoronara.

Tomó una respiración profunda y salió de su habitación.

Diego la esperaba en el vestíbulo principal, vestido con un smoking negro que lo hacía ver aún más imponente de lo usual.

Cuando la vio bajar las escaleras, se quedó completamente inmóvil.

Isabela caminó hacia él lentamente, sintiendo que las rodillas le temblaban con cada paso.

Cuando llegó al pie de las escaleras, Diego seguía mirándola con una expresión que ella no pudo descifrar.

¿Estoy está bien así? preguntó nerviosamente.

Diego tardó un momento en responder.

En realidad, estaba luchando contra el impulso de decirle que estaba más que bien, que estaba absolutamente deslumbrante, que nunca había visto a una mujer más hermosa en su vida.

“Estás perfecta”, dijo finalmente y su voz sonó más ronca de lo habitual.

Isabel la sonrió y esa sonrisa fue como un puñetazo directo al corazón de Diego.

“¿Listos para ir?”, preguntó ofreciéndole el brazo.

Isabela tomó su brazo, sintiendo la firmeza de sus músculos bajo la tela del smoking, y asintió, “Lista.

” El viaje en el automóvil fue extrañamente silencioso.

Isabela miraba por la ventana, nerviosa por lo que la esperaba, mientras Diego luchaba contra pensamientos que no debería tener sobre su empleada, porque eso era lo que ella era, ¿verdad? su empleada, no la mujer increíble que había estado viviendo bajo su techo, cuidándolo con una gentileza que él no merecía.

Isabela dijo finalmente, “Hay algo que debes saber sobre esta noche.

” ¿Qué? Valentina va a intentar hacer que te sientas incómoda.

Va a tratarte como si no pertenecieras ahí, pero quiero que sepas que tienes más derecho a estar en esa cena que la mitad de las personas que van a asistir.

Isabela lo miró sorprendida por la vehemencia en su voz.

¿Por qué dice eso? Porque eres genuina, Isabela.

En un mundo lleno de personas falsas, tú eres real y eso vale más que todo el dinero del mundo.

Las palabras de Diego la llenaron de una calidez que no había sentido en mucho tiempo, pero también la asustaron.

Estaba empezando a importarle lo que él pensara de ella y eso era peligroso.

Y si hago algo mal, si digo algo inapropiado.

Diego alcanzó su mano y la apretó suavemente.

No vas a hacer nada mal.

Confía en mí.

El contacto de su mano envió una descarga eléctrica por todo el brazo de Isabela.

Era la primera vez que se tocaban de manera deliberada, íntima y el efecto fue devastador.

Diego susurró sin darse cuenta de que había usado su nombre de pila por primera vez.

Él se tensó al escuchar su nombre en labios de ella.

Sonaba diferente, más íntimo, más real que cuando lo llamaba Señor Herrera.

Sí, gracias por esto, por todo, por hacerme sentir como si como si valiera algo.

Diego sintió una furia ciega hacia quien fuera que le había hecho creer que no valía nada.

Quería preguntarle quién le había lastimado tanto, quién había apagado la luz de sus ojos, pero se contuvo.

Vales más de lo que crees, Isabela.

Mucho más.

Llegaron al hotel donde se celebraba la cena, un edificio colonial elegante en el corazón de Guadalajara.

Isabela sintió que el estómago se le encogía al ver la cantidad de automóviles de lujo y las personas elegantemente vestidas que entraban al edificio.

“Puedo hacerlo”, se murmuró a sí misma.

“Puedo hacerlo”, Diego escuchó sus palabras y sintió una ternura abrumadora hacia ella.

“Sí puedes”, dijo suavemente, “yo estaré contigo toda la noche.

” Entraron al salón principal y Isabela se sintió inmediatamente abrumada por la opulencia del lugar.

Candelabros de cristal colgaban del techo.

Las mesas estaban cubiertas con manteles de lino blanco y decoradas con arreglos florales elaborados, y el murmullo de conversaciones elegantes llenaba el aire.

Pero lo que más la intimidaba era la forma en que todas las miradas se dirigían hacia ellos.

Hacia Diego, por supuesto, pero también hacia ella.

Isabela pudo sentir las miradas evaluadoras, las especulaciones silenciosas, los juicios que se formaban en segundos.

Respira”, susurró Diego en su oído.

“Estás perfecta.

” Su aliento contra su oreja envió un escalofrío por toda la columna vertebral de Isabela, pero también la tranquilizó.

Mientras Diego estuviera a su lado, podía enfrentar cualquier cosa.

“Diego, qué alegría verte!”, se acercó un hombre mayor, corpulento, con una sonrisa amplia y ojos astutos.

Isabela reconoció el tipo inmediatamente, el político o empresario que conocía a todo el mundo y recordaba cada favor que había hecho.

Licenciado Morales, saludó Diego cordialmente.

Permíteme presentarte a Isabela Martínez.

El hombre evaluó a Isabela de arriba a abajo en una fracción de segundo y ella pudo ver el momento exacto en que la catalogó como acompañante temporal en lugar de pareja seria.

Encantado, señorita Martínez”, dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

“¿Se dedica usted a Isabela es enfermera”, interrumpió Diego con un tono que sugería que el tema no estaba abierto a debate.

“¡Ah! Qué noble profesión”, dijo el licenciado Morales, pero Isabel la captó el desdén sutil en su voz.

“Bueno, los dejo para que disfruten de la velada.

” se alejó rápidamente, probablemente para contarle a todos que Diego Herrera había traído a una enfermera como acompañante.

¿Siempre es así?, preguntó Isabela en voz baja.

¿Qué cosa? La forma en que me miran, como si estuviera invadiendo su espacio.

Diego la miró con intensidad.

que te miren así, dice más sobre ellos que sobre ti.

Tú tienes más clase en el dedo meñique que la mayoría de estas personas en todo el cuerpo.

Antes de que Isabela pudiera responder, una voz familiar resonó.

Diego, sabía que vendrías.

Valentina se acercó a ellos como un gato acechando a su presa.

Llevaba un vestido rojo que probablemente costaba más que el salario anual de Isabela y su sonrisa era tan afilada como un cuchillo.

Valentina, saludó Diego fríamente.

Y tú debes ser Isabela, dijo Valentina mirando a Isabela de arriba a abajo.

Qué interesante elección de vestido.

Isabela sintió el insulto como una bofetada, pero mantuvo la compostura.

Gracias, respondió simplemente.

¿Dónde lo compraste, querida? Se ve como algo de una tienda departamental.

Diego sintió que la sangre le hervía.

Valentina estaba siendo deliberadamente cruel tratando de humillar a Isabela en público.

“Isabela se ve hermosa”, dijo con voz peligrosamente baja, “Mucho más hermosa que alguien que necesita vestidos caros para sentirse importante.

” Valentina parpadeó claramente sorprendida por la vehemencia de la respuesta de Diego.

“Por supuesto, querido.

Solo estaba haciendo conversación.

” “Pues haz conversación con alguien más”, replicó Diego tomando el brazo de Isabela.

Nosotros vamos a encontrar nuestra mesa.

Mientras se alejaban, Isabela sintió que las piernas le temblaban.

La confrontación había sido peor de lo que había imaginado.

¿Estás bien?, preguntó Diego notando su palidez.

Sí, solo no estoy acostumbrada a este tipo de juegos.

No son juegos, Isabela.

Son personas inseguras que se sienten mejor cuando hacen sentir mal a otros.

Encontraron su mesa y se sentaron.

Isabela trató de relajarse, pero podía sentir las miradas de otros invitados, los susurros que se detenían abruptamente cuando los miraban.

¿Te arrepientes de haberme traído?, preguntó suavemente.

Diego se volvió hacia ella y la intensidad de su mirada la dejó sin aliento.

Jamás, dijo firmemente.

Eres la única razón por la que esta noche vale la pena.

¿Ya has sentido alguna vez que no perteneces a un lugar, pero alguien especial te hace sentir que sí vales? Los encuentros que nos cambian la vida suceden cuando menos los esperamos.

Cuéntanos en los comentarios de qué ciudad nos estás viendo y si alguna vez has vivido un momento como el de Isabela y Diego.

Dale like si crees que el amor puede florecer en los lugares más inesperados y suscríbete para saber cómo continúa esta historia.

Parte tres.

La cena transcurrió en una mezcla de elegancia y tensión.

Isabela se sorprendió a sí misma, manejando los múltiples cubiertos con gracia, recordando las lecciones de protocolo que había aprendido durante sus años de medicina cuando asistía a cenas de la universidad.

Pero lo que realmente la tranquilizó fue la atención constante de Diego, quien se aseguró de incluirla en cada conversación y la defendió sutilmente de cualquier comentario condescendiente.

¿A qué se dedica usted, señorita Martínez?, preguntó la esposa de un empresario importante con esa sonrisa falsa que Isabela ya había aprendido a reconocer.

“Soy enfermera,”, respondió Isabela con dignidad.

“¡Qué admirable!”, dijo la mujer con un tono que claramente indicaba lo contrario.

“Debe ser muy gratificante ayudar a los enfermos.

” “Lo es”, respondió Isabela, “Especialmente cuando puedes marcar una diferencia real en la vida de alguien.

” Diego la miró con admiración.

A pesar de la incomodidad evidente, Isabela mantenía la gracia y la dignidad.

Isabela cuida de mí durante mi recuperación”, dijo Diego.

“Es la profesional más competente que he conocido.

¿Dónde estudió enfermería, querida?”, preguntó otra mujer.

Y Isabel la sintió que el corazón se le aceleraba.

“¿En Guadalajara?”, respondió evasivamente.

“¿En qué institución específicamente?” Isabel la sintió que se le cerraba la garganta.

No podía decir que había estudiado medicina en la Universidad de Guadalajara, pero tampoco podía inventar una institución de enfermería en la Universidad de Guadalajara, dijo finalmente esperando que no preguntaran más.

En serio, exclamó la mujer.

Mi sobrina estudió enfermería y qué año te graduaste.

Isabela sintió que el pánico se apoderaba de ella.

Esta conversación estaba tomando un rumbo peligroso.

Yo no llegué a graduarme, admitió.

Tuve que dejar los estudios.

¿Por qué? Preguntó la mujer con curiosidad maliciosa.

Diego notó la angustia de Isabela y decidió intervenir.

“Creo que es hora de que nos sirvan el postre”, dijo firmemente cambiando de tema, pero el daño ya estaba hecho.

Isabela se sintió como si todos la estuvieran mirando, juzgando, encontrándola inadecuada.

Excusándose, se levantó de la mesa y se dirigió hacia el baño de mujeres.

Una vez allí, se miró al espejo y vio a la misma joven insegura que había huído de Guadalajara.

Todo el maquillaje y el vestido elegante no podían ocultar la verdad.

Ella no pertenecía a ese mundo.

Problemas en el paraíso.

Isabela se volvió para encontrar a Valentina entrando al baño con una sonrisa triunfante.

No sé de qué habla, respondió Isabela tratando de mantener la calma.

Por favor, querida, es obvio que estás completamente fuera de lugar aquí.

Valentina se acercó al espejo y comenzó a retocarse el labial.

Diego se está divirtiendo contigo, pero ambas sabemos que esto no va a durar.

¿Qué quiere decir? Hombres como Diego no se quedan con mujeres como tú.

Valentina se volvió hacia Isabela con una sonrisa cruel.

Pueden jugar por un tiempo, pero al final siempre regresan a su propio mundo, a mujeres como yo.

Isabela sintió que las palabras la golpeaban como puñaladas, pero se mantuvo firme.

Usted no conoce a Diego tan bien como cree, “¡Ah, no?” Valentina se rió.

Estuvimos juntos por tr años.

Conozco cada uno de sus secretos, cada una de sus debilidades.

Sé exactamente qué tipo de mujer lo atrae realmente.

Entonces, ¿por qué la dejó? Por primera vez, la máscara de seguridad de Valentina se resquebrajó ligeramente.

Porque es orgulloso, pero el orgullo se puede curar, querida.

El amor verdadero, en cambio, es para siempre.

Isabela sintió que el corazón se le encogía.

Y si Valentina tenía razón, y si Diego solo estaba jugando con ella.

Ahórate la humillación, Isabela”, continuó Valentina.

“Déjalo antes de que él te deje a ti.

Créeme, será menos doloroso.

” Con esas palabras, Valentina salió del baño dejando a Isabela sola con sus miedos y dudas.

Cuando Isabela regresó a la mesa, Diego inmediatamente notó el cambio en ella.

Su sonrisa era forzada, sus respuestas eran monosílabos y evitaba su mirada.

“¿Estás bien?”, le preguntó en voz baja.

“Perfectamente”, respondió Isabela, pero Diego podía ver que estaba mintiendo.

El resto de la cena pasó en un silencio incómodo.

Isabela participaba mecánicamente en las conversaciones, pero Diego podía sentir que se había retirado emocionalmente.

Algo había pasado en el baño y tenía la sospecha de que Valentina estaba involucrada.

Finalmente, cuando terminó la cena y comenzó la recaudación de fondos, Diego se excusó y llevó a Isabela a la terraza del hotel.

Dime, ¿qué pasó? Dijo sin preámbulos.

Nada pasó, respondió Isabela, mirando hacia la ciudad iluminada.

Isabela, me conozco esas miradas.

¿Algo te molesta? Isabela se quedó en silencio por un momento, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar.

Valentina tiene razón”, dijo finalmente.

“Yo no pertenezco a este mundo.

No pertenezco a su mundo.

” Diego sintió una furia ciega hacia Valentina, pero se concentró en Isabela.

¿Qué te dijo exactamente? ¿Que usted está jugando conmigo? ¿Que hombres como usted no se quedan con mujeres como yo, que eventualmente regresará con ella porque es de su mismo mundo? Diego se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras.

Luego se acercó a Isabela y la obligó suavemente a mirarlo.

“¿Tú crees que estoy jugando contigo?” Isabela lo miró a los ojos buscando la verdad en su mirada azul.

“No lo sé.

” “Lo está, Isabela”, dijo Diego tomando su rostro entre sus manos.

“Lo que siento por ti no es un juego.

Es lo más real que he sentido en mi vida.

” Las palabras la golpearon como un rayo.

Había dicho lo que siento por ti.

¿Qué? ¿Qué siente por mí? Diego se quedó en silencio, dándose cuenta de que acababa de admitir más de lo que había planeado, pero mirando los ojos verdes de Isabela, brillando con lágrimas no derramadas, supo que ya no podía seguir fingiendo.

Estoy enamorándome de ti, susurró, y eso
me aterra, porque nunca había sentido algo así.

Isabela sintió que el mundo se detenía.

Diego Herrera, el hombre más inalcanzable que había conocido, acababa de confesarle que se estaba enamorando de ella.

Diego, yo sé que debe sonar loco”, continuó él.

“Apenas nos conocemos hace un mes y soy tu empleador, pero no puedo seguir fingiendo que lo que siento es solo agradecimiento o o lo que sea.

Cada día que paso contigo, cada conversación, cada mirada, todo me hace querer conocerte más”.

Isabela sintió que las lágrimas finalmente se escapaban.

No puedo, Diego.

No puedo enamorarme de usted.

¿Por qué no? Porque Valentina tiene razón.

Yo no soy no soy suficiente para usted.

Tengo un pasado que no puedo cambiar, secretos que no puedo compartir.

Usted merece a alguien mejor.

Diego sintió que el corazón se le rompía al ver el dolor en los ojos de Isabela.

¿Quién te hizo creer que no eres suficiente? Preguntó con voz temblorosa de furia.

¿Quién te lastimó tanto que ahora crees que no mereces ser amada? Isabela sollozó incapaz de responder.

“Isabela, mírame”, dijo Diego alzando su barbilla.

“No me importa tu pasado, no me importan tus secretos, me importas tú.

La mujer que cuida de mí con tanta gentileza, que me hace sonreír cuando pensé que había olvidado cómo hacerlo, que me hace querer ser mejor hombre.

Usted no lo entiende”, lloró Isabela.

Si supiera la verdad sobre mí, entonces cuéntamela, dijo Diego.

Cuéntamelo todo.

Deja que yo decida si puedo aceptarlo o no.

Isabela lo miró a través de las lágrimas.

Parte de ella quería contarle todo, liberarse del peso de sus secretos.

Pero otra parte, la parte que había sido devastada por la tragedia en Guadalajara, le decía que si Diego supiera la verdad, la rechazaría igual que todos los demás.

No puedo susurró.

No puedo arriesgarme a perderte también.

También.

Diego captó la palabra inmediatamente.

¿A quién más perdiste, Isabela? Isabela se dio cuenta de que había dicho demasiado.

Sus defensas se estaban desmoronando y si no se alejaba ahora, terminaría contándole todo.

“Tengo que irme”, dijo apartándose de él.

Esto fue un error.

Todo esto fue un error.

Isabela, espera.

Diego trató de detenerla, pero ella ya estaba caminando hacia la puerta.

Señor Herrera, dijo sin volverse.

Mañana presentaré mi renuncia.

Creo que es lo mejor para ambos.

Diego se quedó solo en la terraza, sintiendo como si acabara de perder algo invaluable.

Había estado tan cerca de romper las barreras de Isabella, tan cerca de descubrir sus secretos.

Y ahora ella se alejaba más que nunca.

Pero Diego Herrera no era un hombre que se rendía fácilmente.

Si Isabela pensaba que podía escapar de él tan fácilmente, estaba muy equivocada.

El viaje de regreso a la hacienda fue tenso y silencioso.

Isabel la miraba por la ventana, perdida en sus pensamientos, mientras Diego conducía con una determinación férrea.

Cuando llegaron, Isabela se dirigió inmediatamente a su habitación, pero Diego la detuvo.

Esta conversación no se ha terminado dijo firmemente.

Sí se terminó, respondió Isabel sin mirarlo.

Mañana me iré.

No, no te irás”, dijo Diego, sorprendiéndola con la autoridad en su voz.

“Tenemos un contrato.

” Isabela se volvió hacia él con los ojos brillando de Fulia.

No puede obligarme a quedarme si no quiero.

Tal vez no, admitió Diego.

“Pero no voy a dejarte huir sin pelear.

” “¿Por qué?”, gritó Isabela perdiendo finalmente la compostura.

“¿Por qué no puede simplemente dejarme ir? Porque te amo,”, respondió Diego sin vacilar.

Y creo que tú también sientes algo por mí.

Las palabras cayeron entre ellos como una bomba.

Isabela se quedó boquiabierta sin poder creer que él hubiera dicho esas palabras.

“Usted no me ama”, susurró.

“No puede amarme.

No me conoce realmente.

Entonces, déjame conocerte”, rogó Diego.

“Déjame entrar, Isabela.

Déjame ver quién eres realmente.

Isabela lo miró a los ojos viendo la sinceridad, la vulnerabilidad, el amor que él no trataba de ocultar.

Y por un momento se permitió imaginar cómo sería estar con él realmente, sin secretos, sin miedos.

Pero entonces recordó la sala de operaciones, los gritos, la sangre y el momento se desvaneció.

No puedo susurró.

Lo siento, pero no puedo.

Se dio la vuelta y corrió hacia su habitación, dejando a Diego solo en el pasillo, con el corazón roto y mil preguntas sin respuesta.

Esa noche ninguno de los dos durmió.

Isabela hizo sus maletas entre lágrimas mientras Diego paseaba por su habitación como un león enjaulado, tratando de encontrar la manera de llegar hasta ella.

Al amanecer, Diego tomó una decisión.

Si Isabela no quería hablar con él, encontraría otra manera de descubrir sus secretos.

Tomó el teléfono y marcó un número.

“Necesito que investigues a alguien”, dijo cuando contestaron.

Isabel Martínez, aproximadamente 20 años, estudió en la Universidad de Guadalajara.

Quiero saber todo sobre ella.

Era una invasión a su privacidad y Diego se odiaba por hacerlo, pero estaba desesperado.

Si Isabela no le contaba la verdad, la descubriría por sí mismo, porque Diego Herrera había encontrado algo que valía la pena luchar y no se rendiría sin pelear.

San más Auni Queen acenta.

¿Alguna vez has sentido que el miedo al rechazo te impide ser completamente honesto con alguien que amas? ¿Crees que Diego tiene derecho a investigar el pasado de Isabela o debería respetar su privacidad? El amor verdadero a veces requiere valentía para ser vulnerables.

Cuéntanos qué opinas en los comentarios.

Dinos de qué ciudad nos estás viendo y no olvides darle like si crees que todos merecemos una segunda oportunidad en el amor.

Suscríbete para descubrir si Isabela y Diego lograrán superar sus miedos.

Parte cuatro.

Isabel la despertó con los ojos hinchados y el corazón destrozado.

Había pasado la noche entera llorando, luchando contra la tentación de correr hacia la habitación de Diego y contarle todo.

Pero cada vez que se acercaba a la puerta, la imagen del niño en la mesa de operaciones la detenía.

se vistió mecánicamente con su ropa de civil, guardó las últimas cosas en su maleta y salió de la habitación que había sido su refugio durante el último mes.

Era temprano, apenas las 6 de la mañana y esperaba poder escapar antes de que Diego despertara.

Pero cuando llegó al vestíbulo principal, él ya estaba allí, vestido con jeans y una camisa blanca esperándola.

“Buenos días, Isabela”, dijo tranquilamente.

“Buenos días, señor Herrera”, respondió ella.

evitando su mirada.

“Ya llamé un taxi, llegará en unos minutos.

¿A dónde vas a ir? De regreso a Guadalajara.

Buscaré trabajo allí.

” Diego se acercó a ella y Isabela pudo sentir la intensidad de su mirada.

“No tienes que hacer esto, Isabela.

¿Podemos hablar? ¿Podemos?” “No hay nada de qué hablar.

” Lo interrumpió.

Fue un error permitir que las cosas llegaran tan lejos.

“Usted es mi empleador.

Yo soy su empleada.

Nada más.

Eso es todo lo que somos.

preguntó Diego.

Y había dolor en su voz.

Después de todo lo que pasó anoche, después de lo que nos dijimos, Isabela sintió que el corazón se le partía, pero se mantuvo firme.

Anoche fue un error.

Los dos estábamos emocionados, confundidos.

Pero a la luz del día podemos ver las cosas claramente.

Yo veo las cosas muy claramente, dijo Diego acercándose más.

Veo a una mujer extraordinaria que está huyendo porque tiene miedo de ser feliz.

Veo a un hombre que está confundiendo gratitud con amor”, replicó Isabela.

“Yo lo cuidé durante su recuperación, nada más.

No hay nada romántico en eso.

” Diego la miró como si ella lo hubiera abofeteado.

“¿Realmente crees eso?” Isabela luchó contra las lágrimas que amenazaban con escapar.

Sí, lo creo.

El sonido de un claxon afuera les indicó que el taxi había llegado.

Isabela tomó su maleta y se dirigió hacia la puerta, pero Diego la detuvo tomándola del brazo.

“Isabela, por favor, solo dame una oportunidad de Adiós, Diego”, dijo suavemente y por primera vez en días usó su nombre de pila.

Espero que encuentre la felicidad que merece.

Se liberó de su agarre y salió hacia el taxi sin mirar atrás.

Diego se quedó parado en la puerta viendo como el amor de su vida se alejaba de él.

Pero cuando el taxi desapareció en la distancia, Diego no se quedó lamentándose.

En lugar de eso, tomó su teléfono y marcó el número de su investigador privado.

“¿Tienes información sobre Isabela Martínez?”, preguntó sin preámbulos.

“Sí, señor Herrera, y va a querer sentarse para esto.

” Una hora después, Diego estaba sentado en su estudio con un expediente grueso sobre Isabela Martínez.

Extendido sobre su escritorio.

Lo que había descubierto lo había dejado completamente atónito.

Isabela no era una enfermera, era una doctora, una cirujana brillante que había sido la primera de su clase en la Universidad de Guadalajara, que había recibido múltiples becas de excelencia académica, que había sido considerada uno de los talentos más prometedores de su generación.

Y luego había llegado el caso que cambió todo.

Diego leyó el informe médico con creciente horror.

Un niño de 8 años, Mateo Ruiz, había sido llevado al hospital con síntomas que sugerían apendicitis.

Isabela, siendo la cirujana de turno, había sido asignada al caso, pero durante la operación habían descubierto que el niño tenía una condición cardíaca congénita no diagnosticada que complicó enormemente el procedimiento.

A pesar de los esfuerzos de Isabela y todo el equipo médico, el niño había muerto en la mesa de operaciones.

La familia, devastada por la pérdida, había demandado al hospital y específicamente a Isabela, acusándola de negligencia médica.

Aunque la investigación posterior había demostrado que no había habido negligencia, que la condición del niño era impredecible y que Isabela había actuado según todos los protocolos médicos, el escándalo mediático había sido devastador.

Los periódicos habían publicado titulares sensacionalistas.

Joven doctora mata a niño en mesa de operaciones.

Cirujana incompetente, causa muerte de menor.

Las redes sociales se habían llenado de comentarios crueles y amenazas de muerte.

Isabela había sido absuelta de toda responsabilidad legal, pero el daño psicológico ya estaba hecho.

Había sufrido una crisis nerviosa, había desarrollado ansiedad severa y finalmente había renunciado a su carrera médica.

Diego cerró el expediente sintiendo una mezcla de comprensión y furia.

Ahora entendía por qué Isabela temblaba cuando preparaba sus medicamentos.

Porque a veces la había sorprendido mirando sus manos con horror, por qué había huído cuando él había elogiado su conocimiento médico.

También entendía por qué había dicho, “Prometí que salvaría vidas, pero solo sé cómo destruirlas.

” Y por qué creía que no merecía ser amada.

Pero lo que más lo enfurecía era que Isabela había cargado con esa culpa completamente sola.

Había huído, había abandonado su carrera, había terminado trabajando como empleada doméstica.

Todo porque no podía perdonarse por una tragedia que ni siquiera había sido su culpa.

Diego tomó su teléfono y marcó el número de su piloto.

Prepara el helicóptero.

Vamos a Guadalajara.

¿Cuándo, señor? Ahora.

Mientras tanto, Isabela se encontraba en un pequeño hotel barato en Guadalajara, sentada en la cama con los periódicos de empleo extendidos frente a ella.

Había círculos rojos alrededor de varios anuncios: mesera, recepcionista, limpieza de oficinas, trabajos que no requerían referencias médicas, trabajos donde nadie la conocería.

Pero por más que trataba de concentrarse en buscar trabajo, sus pensamientos siempre regresaban a Diego, a la forma en que había dicho “te amo” la noche anterior, a la manera en que sus ojos azules se habían llenado de dolor cuando ella se había ido.

“Hiciste lo correcto,”, se decía a sí misma.

“Él merece a alguien mejor, alguien sin tanto equipaje emocional.

” Pero su corazón no estaba de acuerdo.

Su corazón le gritaba que había cometido el error más grande de su vida al alejarse del único hombre que la había hecho sentir viva desde la tragedia.

Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.

Isabel frunció el ceño, preguntándose quién podría ser.

No conocía a nadie en la ciudad y no había dado la dirección del hotel a nadie.

¿Quién es? Preguntó a través de la puerta.

Isabela, soy yo.

Abre la puerta.

Isabela sintió que el corazón se le detenía.

Era la voz de Diego.

¿Cómo? ¿Cómo me encontraste? Abre la puerta, Isabela.

Necesitamos hablar.

Isabela se quedó parada frente a la puerta con el corazón latiendo tan fuerte que estaba segura de que Diego podía escucharlo.

“Vete, por favor.

Ya te dije que no hay nada de qué hablar.

Sé la verdad, Isabela”, dijo Diego y su voz era suave pero firme.

“Sé lo que pasó con Mateo Ruiz.

” Isabela sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.

Se apoyó contra la puerta, luchando contra las náuseas que la golpearon.

¿Cómo? Abre la puerta, por favor.

Con manos temblorosas, Isabela abrió la puerta.

Diego estaba parado en el pasillo, vestido con la misma ropa que había llevado esa mañana, pero se veía como si hubiera envejecido años en las últimas horas.

“¿Cómo supiste?”, preguntó Isabela.

Su voz apenas un susurro.

“Te investigué.

admitió Diego.

Sé que fue una invasión a tu privacidad y me odio por hacerlo, pero necesitaba entender por qué estabas huyendo.

Isabela sintió una mezcla de furia y humillación.

¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a investigarme como si fuera una criminal? Porque te amo, respondió Diego simplemente.

Y cuando amas a alguien, luchas por esa persona, incluso si eso significa hacer cosas que no quieres hacer.

Isabela se alejó de él entrando más profundamente en la habitación.

Ahora ya sabes la verdad.

Soy una asesina.

Maté a un niño inocente.

No, no lo hiciste, dijo Diego siguiéndola.

Leí todo el expediente, Isabela.

Todo.

Los reportes médicos, la investigación, las conclusiones del comité de ética.

No hubo negligencia.

No fue tu culpa.

Estaba a mi cargo gritó Isabela, volviéndose hacia él con lágrimas corriendo por sus mejillas.

Ese niño estaba a mi cargo y murió.

tenía una condición cardíaca congénita que no había sido diagnosticada.

Nadie podría haber previsto lo que pasó.

Yo debería haberlo sabido.

Soyoso Isabela.

Soy doctora.

Se suponía que debía salvarlo.

Diego se acercó a ella queriendo abrazarla, pero Isabella se apartó.

No puedes salvar a todos, Isabella.

Ningún doctor puede.

Eso no te convierte en una asesina, te convierte en humana.

Humana.

Isabela se rió amargamente.

¿Sabes lo que me dijo la madre del niño? Me dijo que esperaba que nunca pudiera dormir en paz, que esperaba que su muerte me persiguiera por el resto de mi vida y tenía razón.

Lo hace.

Diego sintió que el corazón se le partía al ver el dolor de Isabela.

Esa mujer estaba destrozada por la pérdida de su hijo.

Dijo cosas terribles porque necesitaba culpar a alguien, pero eso no significa que tuviera razón.

¿Cómo puedes estar tan seguro? Preguntó Isabela.

¿Cómo puedes mirarme y no ver a una asesina? Diego se acercó a ella y esta vez Isabela no se apartó.

Porque te conozco dijo suavemente.

Te he visto cuidar de mí con tanta gentileza, tanta dedicación.

Te he visto preocuparte por mi bienestar, supervisar mis medicamentos, asegurarte de que me recuperara completamente.

Una asesina no haría eso.

Eso es diferente.

Tú no estabas muriendo en una mesa de operaciones.

¿Sabes qué más leí en el expediente?, preguntó Diego, que trabajaste 18 horas tratando de salvar a ese niño, que te negaste a rendirte incluso cuando otros doctores dijeron que no había esperanza, que después de que murió te quedaste con la familia durante horas, consolándolos, ayudándolos con los arreglos funerarios.

Isabela soyozó recordando esa noche horrible.

No fue suficiente.

Fue más de lo que la mayoría de las personas habrían hecho.

Dijo Diego.

Isabela, mírame.

Ella alzó la mirada.

Y Diego vio todo el dolor, toda la culpa, toda la autocompasión que había estado cargando durante estos meses.

Ese niño no murió porque tú fueras una mala doctora.

Murió porque a veces, a pesar de todo nuestro conocimiento, toda nuestra tecnología, toda nuestra dedicación, no podemos controlar todo.

A veces la vida es cruel e injusta y no hay nadie a quien culpar, pero yo era responsable.

Eras responsable de hacer tu mejor esfuerzo y eso fue exactamente lo que hiciste.

El resultado no estaba en tus manos.

Isabela se dejó caer sobre la cama, sintiéndose completamente agotada.

¿Cómo puedes amarme sabiendo esto?, preguntó.

¿Cómo puedes mirarme y no ver el fracaso? Diego se arrodilló frente a ella, tomando sus manos entre las suyas.

Cuando te miro, veo a una mujer que se preocupa tanto por los demás que se culpa por cosas que están fuera de su control.

Veo a alguien que tiene tanto amor para dar que se castiga cuando no puede salvarlo todo.

Veo a la mujer más compasiva, más dedicada, más extraordinaria que he conocido jamás.

Isabela lo miró a través de las lágrimas.

¿Realmente crees eso? Con cada fibra de mi ser, respondió Diego, Isabela, tú no eres una asesina, eres una sanadora y el hecho de que hayas sufrido una pérdida no cambia eso.

No puedo volver a ser doctora, susurró Isabela.

No puedo arriesgarme a que pase de nuevo.

No tienes que ser doctora si no quieres, dijo Diego.

Pero tampoco tienes que esconderte para el resto de tu vida.

Puedes encontrar otras formas de ayudar a la gente, otras formas de usar tu don.

Isabela se quedó en silencio, procesando sus palabras.

Durante meses había estado tan concentrada en su culpa, en su dolor, que no había considerado la posibilidad de que hubiera otras opciones.

¿Cómo puedes estar tan seguro de que no volveré a fallar? Porque todos fallamos, Isabela, todos cometemos errores, pero eso no significa que debamos rendirnos.

Significa que debemos aprender, crecer y seguir intentando.

Diego se acercó más a ella, acariciando su rostro con gentileza.

Quiero que regreses conmigo, no como mi empleada, sino como la mujer que amo.

Quiero ayudarte a sanar.

Quiero estar contigo mientras redescubres quién eres realmente.

Isabela sintió que algo se rompía dentro de ella, algo que había estado apretado y doloroso durante meses.

Por primera vez desde la tragedia se permitió imaginar un futuro diferente, un futuro donde no estuviera definida por su peor momento.

Tengo miedo, Diego, admitió.

Tengo miedo de amarte y perderte.

Tengo miedo de que un día despiertes y te des cuenta de que merezco algo mejor.

Diego la besó suavemente en la frente.

Yo tengo miedo de lo contrario.

Tengo miedo de que un día te des cuenta de que tú mereces algo mejor que un hombre que te investigó a tus espaldas, que te presionó cuando querías espacio, que fue demasiado cobarde para decirte que te amaba hasta que pensó que te perdería.

Isabela lo miró viendo la vulnerabilidad en sus ojos azules.

Realmente me amas.

Incluso sabiendo todo esto, te amo precisamente porque sé todo esto respondió Diego.

Te amo porque eres lo suficientemente fuerte para sobrevivir a lo peor, lo suficientemente compasiva para culparte por cosas que no son tu culpa y lo suficientemente valiente para seguir adelante incluso cuando duele.

Isabela sintió que las últimas defensas se desmoronaban.

Por primera vez en meses se permitió sentir esperanza.

Yo también te amo susurró.

Y eso me aterra.

Samí también, admitió Diego, pero creo que vale la pena arriesgarse.

Se miraron a los ojos dos personas heridas que habían encontrado consuelo en los brazos del otro.

Y por primera vez Isabela se permitió creer que tal vez, solo tal vez, merecía ser feliz.

“¿Vendrás a casa conmigo?”, preguntó Diego suavemente.

Isabel la asintió, sintiéndose como si estuviera dando el paso más valiente de su vida.

Sí, voy a casa contigo.

Cuando Diego la besó, Isabela sintió que algo se curaba dentro de ella.

No completamente, no inmediatamente.

Pero era un comienzo.

Y por primera vez en mucho tiempo, un comienzo se sentía como suficiente.

Parte cinco.

Los siguientes tres meses fueron los más felices de la vida de Isabela.

Había regresado a la hacienda a los jazmines, no como empleada, sino como la mujer que Diego amaba.

Él había insistido en que se quedara en una de las habitaciones principales, pero Isabela había preferido mantener su habitación en el ala de servicio al menos hasta que estuviera lista para dar ese paso.

Su relación había florecido lentamente, como las flores de los jacarandás que adornaban la propiedad.

Diego le había dado el tiempo y el espacio que necesitaba para sanar, mientras que Isabela había comenzado a redescubrir partes de sí misma que pensó que había perdido para siempre.

Habían establecido nuevas rutinas juntos.

Las mañanas en la terraza se habían convertido en sus momentos favoritos cuando compartían café y conversaciones íntimas mientras el sol se alzaba sobre las montañas.

Diego había comenzado a contarle sobre su propia infancia difícil, sobre la madre que los había abandonado a él y a Patricia cuando eran niños, sobre cómo había aprendido a no confiar en nadie.

Isabela, por su parte, había empezado a abrirse sobre sus sueños de juventud, sobre su madre y las luchas que habían enfrentado juntas.

Poco a poco había comenzado a hablar sobre la medicina sin que le doliera tanto.

Incluso había ayudado a Diego a reorganizar su botiquín de primeros auxilios cuando él se había cortado la mano en el jardín.

Tienes manos de sanadora”, le había dicho Diego esa tarde, observando cómo ella limpiaba y vendaba su herida con precisión profesional.

“No puedes huir de lo que eres para siempre.

” Isabela había sonreído tristemente.

Tal vez no
pueda ser doctora otra vez, pero tal vez pueda encontrar otras formas de ayudar.

Era un progreso y Diego no quería presionarla, pero secretamente esperaba que algún día Isabela encontrara la manera de volver a la medicina, porque podía ver que era parte esencial de quién era ella.

Una tarde de diciembre, mientras Isabel la leía en el jardín, Diego recibió una llamada que cambiaría todo.

“Señor Herrera”, era la voz de doña Carmen sonando alterada.

“Hay una mujer aquí que quiere verlo.

Dice que se llama Elena Ruiz.

” Diego frunció el ceño.

El nombre no le sonaba familiar.

¿Qué quiere? Dice que es sobre la señorita Isabela, que tiene algo muy importante que decirle.

Diego sintió que un frío helado se apoderaba de él.

El apellido Ruiz, como Mateo Ruiz, el niño que había muerto bajo el cuidado de Isabela.

Hazla pasar al estudio.

Y Carmen, no le digas nada a Isabela todavía.

Diego se dirigió al estudio preparándose para lo peor.

Cuando entró, encontró a una mujer de mediana edad, delgada, con el cabello gris y ojos rojos de llanto reciente.

Se veía exactamente como alguien que había sufrido una pérdida terrible.

“¿Señora Ruiz?”, preguntó Diego cautelosamente.

“Sí”, respondió la mujer poniéndose de pie.

“Usted debe ser Diego Herrera.

Necesito hablar con usted sobre Isabela Martínez.

” Diego se tensó.

“¿Qué pasa con Isabella? Elena Ruiz lo miró directamente a los ojos.

Ella mató a mi hijo.

Las palabras cayeron como una bomba en el silencio del estudio.

Diego se quedó inmóvil procesando lo que acababa de escuchar.

Señora Ruiz, entiendo que usted perdió a su hijo, pero la investigación.

No me hable de investigaciones gritó Elena.

Esa mujer mató a mi Mateo.

Mi bebé de 8 años está muerto por culpa de ella.

Diego se acercó lentamente tratando de mantener la calma.

Señora, sé que está sufriendo, pero Isabela no fue responsable de la muerte de su hijo.

Él tenía una condición cardíaca.

Mentiras.

Elena se echó a llorar.

Todo mentiras para proteger a esa asesina.

Diego sintió una mezcla de compasión y frustración.

Esta mujer estaba claramente destrozada por la pérdida de su hijo, pero estaba dirigiendo su dolor hacia la persona equivocada.

¿Cómo supo que Isabela estaba aquí?, preguntó.

Elena se secó las lágrimas con la manga de su blusa.

Una mujer me llamó.

Dijo que se llamaba Valentina algo.

Me dijo que la doctora que mató a mi hijo estaba viviendo como una reina en una mansión que había seducido a un hombre rico y que se había salido con la suya.

Diego sintió que la sangre le hervía.

Valentina.

Por supuesto que había sido Valentina.

No le bastaba con haber perdido a Diego.

Ahora quería destruir a Isabela también.

¿Qué quiere exactamente, señora Ruiz? Quiero que esa mujer pague por lo que hizo.

Quiero que enfrente las consecuencias de haber matado a mi hijo.

Las consecuencias ya las enfrentó, dijo Diego firmemente.

Isabela renunció a su carrera.

Ha sufrido durante meses.

Se ha castigado más de lo que cualquier persona debería.

¿Qué más quiere? Quiero que admita que lo mató.

Quiero que me pida perdón.

Y quiero que se vaya de aquí y nunca vuelva a practicar medicina.

Diego se quedó en silencio, dándose cuenta de que esta mujer no estaba interesada en la verdad, estaba interesada en la venganza.

Señora Ruis, con todo respeto, creo que debería hablar con un consejero sobre su dolor.

Culpar a Isabela no va a traer de vuelta a su hijo.

¿Cómo se atreve? Elena se puso de pie temblando de furia.

¿Cómo se atreve a decirme cómo lidiar con mi dolor? porque veo lo que está haciendo, respondió Diego.

Está tratando de destruir a una mujer buena porque necesita culpar a alguien, pero Isabela no es su enemiga.

Ella es la razón por la que mi hijo está muerto.

Su hijo está muerto porque tenía una condición médica que nadie detectó, gritó Diego, perdiendo finalmente la paciencia.

Isabela hizo todo lo que pudo para salvarlo.

Trabajó 18 horas, se negó a rendirse, se quedó con ustedes después de que murió.

Eso le parece el comportamiento de una asesina.

Elena se quedó en silencio por un momento, como si las palabras de Diego la hubieran golpeado.

Si no me deja hablar con ella, iré a los periódicos dijo.

Finalmente, “les diré que está protegiendo a una asesina que está encubriendo.

Hágalo”, interrumpió Diego.

“Pero le advierto que si trata de difamar a Isabela, me aseguraré de que enfrente las consecuencias legales.

” Elena lo miró con odio.

Va a proteger a esa mujer, incluso sabiendo lo que hizo.

Voy a proteger a la mujer que amo de personas que quieren lastimar la por su propio dolor no resuelto.

Sin decir otra palabra, Elena Ruiz salió del estudio, dejando a Diego con un mal presentimiento.

Esta confrontación no había terminado y tenía la sensación de que las cosas estaban a punto de ponerse mucho peor.

Diego se dirigió al jardín, donde Isabela todavía estaba leyendo bajo la sombra de un árbol de mango.

Se veía tan pacífica, tan serena, que Diego odió tener que romper ese momento.

Isabela la llamó suavemente.

Ella alzó la mirada e inmediatamente notó la tensión en su rostro.

¿Qué pasa? ¿Te ves preocupado? Diego se sentó a su lado tomando sus manos entre las suyas.

Tengo que contarte algo y no te va a gustar.

Isabela sintió que el estómago se le encogía.

¿Qué pasó? La madre de Mateo Ruiz estuvo aquí.

Elena Ruiz vino a verte.

Isabela se puso pálida inmediatamente.

¿Qué? ¿Qué quería? Quería que aceptaras la responsabilidad por la muerte de su hijo.

Quería que te disculparas y que te alejaras de aquí.

Isabella comenzó a temblar.

¿Cómo me encontró? Valentina la llamó.

Le dijo, “¿Dónde estabas?” Isabela se cubrió la cara con las manos.

Oh, Dios mío.

Sabía que esto pasaría.

Sabía que no podría escapar de mi pasado para siempre.

Diego la abrazó sintiéndola temblar contra él.

No tienes que escapar de nada, Isabela.

No hiciste nada malo.

Hablaste con ella.

¿Qué le dijiste? Le dije la verdad.

Que no fuiste responsable de la muerte de su hijo, que has sufrido suficiente, que mereces ser feliz.

Isabela se apartó de él con lágrimas en los ojos.

Y si tiene razón.

Y si realmente maté a su hijo, Isabela no.

Y si no fui lo suficientemente cuidadosa.

¿Y si perdí algo importante? Y sí, Diego la tomó por los hombros, obligándola a mirarlo.

Para no vas a hacer esto contigo misma otra vez.

Sabes la verdad.

Los doctores que revisaron el caso saben la verdad.

Esa mujer está sufriendo y está dirigiendo su dolor hacia ti porque necesita culpar a alguien.

Isabela se zafó de su agarre.

Tal vez debería irme.

Tal vez debería desaparecer para que no pueda lastimarte a ti también.

Lastimarme, Isabela.

Lo único que me lastimaría sería perderte otra vez.

¿Y si va a los periódicos? ¿Y si arruina tu reputación? ¿Y si? Diego la besó interrumpiendo su espiral de pánico.

No me importa lo que haga.

No me importa lo que diga.

Lo único que me importa es que tú sepas la verdad sobre quién eres.

Isabela lo miró a través de las lágrimas.

¿Y quién soy? Eres la mujer más valiente, más compasiva, más extraordinaria que conozco.

Eres alguien que se preocupa tanto por los demás que se culpa por cosas que están fuera de su control.

Eres la mujer que amo y no voy a dejar que nadie te haga sentir menos que eso.

Isabela se dejó caer en sus brazos, sintiendo que el peso del mundo había vuelto a caer sobre sus hombros.

¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a enfrentar esto juntos? respondió Diego.

¿Cómo deberíamos haber enfrentado todo desde el principio? Pero mientras abrazaba a Isabela, Diego tenía la sensación de que la tormenta apenas estaba comenzando.

Elena Ruiz no parecía el tipo de persona que se rendiría fácilmente y Valentina claramente estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para separarlos.

La batalla por su futuro juntos estaba a punto de comenzar.

Esa noche Isabella no pudo dormir.

Caminó por la hacienda como un fantasma, reviviendo cada momento de la operación de Mateo Ruiz, cuestionándose cada decisión que había tomado.

Cuando el amanecer finalmente llegó, había tomado una decisión.

Encontró a Diego en la terraza tomando su café matutino.

“Quiero hablar con ella”, dijo sin preámbulos.

Diego la miró notando las ojeras bajo sus ojos, la palidez de su rostro.

¿Con quién? con Elena Ruiz.

Quiero enfrentar esto de una vez por todas.

Isabela, no creo que sea una buena idea.

Diego, he estado huyendo de esto durante meses.

Tal vez es hora de que pare de correr y enfrente lo que pasó.

Diego se quedó en silencio, estudiando su rostro.

Podía ver la determinación en sus ojos, pero también el miedo.

¿Estás segura? No, admitió Isabela.

Pero creo que necesito hacerlo.

Por ella, por Mateo y por mí.

Diego asintió lentamente.

Está bien, pero no vas a hacerlo sola.

Estaré contigo.

Isabela le sonrió y por primera vez en días la sonrisa llegó a sus ojos.

Gracias.

No sé qué haría sin ti.

Nunca tendrás que averiguarlo, respondió Diego tomando su mano.

Estamos juntos en esto.

Pero ninguno de ellos podía imaginar lo que los esperaba cuando finalmente se encontraran cara a cara con Elena Ruiz.

Algunos encuentros cambian todo y este sería uno de ellos.

Shaasu hace al hecho, “¿Crees que Isabela está haciendo lo correcto al querer enfrentar a Elena Ruiz? ¿Alguna vez has sentido que tu pasado regresa para perseguirte justo cuando empiezas a ser feliz? A veces la única manera de avanzar es enfrentar lo que más tememos.

Cuéntanos en los comentarios de qué ciudad nos estás viendo y qué opinas sobre la decisión de Isabella.

Dale like si crees que el amor verdadero puede superar cualquier obstáculo y suscríbete para descubrir qué sucederá en este encuentro que podría cambiar todo.

Parte seis.

La reunión se llevó a cabo en un pequeño café en el centro de Guadalajara, un lugar neutral que Diego había elegido cuidadosamente.

Isabela había insistido en que fuera un espacio público donde Elena Ruiz se sintiera cómoda para hablar, pero también donde hubiera testigos en caso de que las cosas se salieran de control.

Isabela llegó 10 minutos antes de la hora acordada, vestida con un vestido azul sencillo y el cabello recogido en una cola baja.

Se veía serena desde afuera.

Pero Diego podía ver el temblor sutil en sus manos cuando tomó la taza de café.

¿Estás bien?, preguntó Diego sentándose a su lado.

No, respondió Isabela honestamente.

Pero creo que está bien no estar bien a veces.

Diego sonríó orgulloso de su valentía.

Recuerda que no tienes que disculparte por hacer tu trabajo.

No tienes que aceptar responsabilidad por algo que no fue tu culpa.

Isabela asintió.

Pero ambos sabían que cuando Elena Ruiz llegara, todas las preparaciones mentales del mundo no serían suficientes para el dolor que se desataría en esa mesa.

A las 3 en punto exactas, Elena Ruiz entró al café.

Se veía diferente de cómo la había descrito Diego, más pequeña, más frágil.

Llevaba una blusa blanca y una falda negra, como si estuviera vestida para un funeral.

Sus ojos estaban enrojecidos y llevaba en las manos una foto enmarcada de un niño pequeño con una sonrisa brillante.

Isabela sintió que se le cortaba la respiración al ver la foto.

Mateo Ruiz había sido un niño hermoso, con ojos café grandes y una sonrisa que iluminaba toda su cara.

En la foto llevaba puesto un uniforme de fútbol y tenía una pelota bajo el brazo.

“Dctora Martínez”, dijo Elena sentándose frente a ellos.

Su voz era más suave de lo que Isabela había esperado.

“Señora Ruiz”, respondió Isabela, “Gracias por venir.

” Elena colocó la foto de Mateo sobre la mesa donde todos pudieran verla.

Quería que viera su cara, que recordara que no era solo un caso médico, era mi hijo, mi bebé.

Isabela sintió que las lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos.

“Lo recuerdo”, dijo suavemente.

Recuerdo todo sobre él.

Recuerdo que llegó asustado preguntando por usted.

Recuerdo que tenía puestos zapatos de fútbol porque había venido directamente de la práctica.

Recuerdo que me preguntó si la operación iba a doler.

Elena parpadeó claramente sorprendida de que Isabela recordara esos detalles.

¿Qué le dijo? Le dije que estaría dormido y que no sentiría nada.

Le prometí que cuidaría de él como si fuera mi propio hijo.

Las palabras salieron quebradas, cargadas de dolor y culpa.

Y cumplió esa promesa, preguntó Elena con un tono que era más curioso que acusatorio.

Isabela se limpió las lágrimas.

Traté de cumplirla, respondió Isabela.

Hice todo lo que pude, pero no fue suficiente.

Elena estudió el rostro de Isabela buscando signos de mentira o indiferencia, pero lo que encontró fue dolor genuino, culpa real y una tristeza que parecía casi tan profunda como la suya propia.

¿Usted también piensa en él?, preguntó Elena suavemente.

Todos los días, admitió Isabela.

Veo su cara cuando me despierto.

Escucho su voz cuando me voy a dormir.

Desde que murió no he podido tocar un visturí sin que me tiemblen las manos.

Elena se quedó en silencio, procesando esta información.

Pensé que usted había continuado con su vida, que había seguido operando como si nada hubiera pasado.

Renuncié a la medicina al día siguiente, dijo Isabela.

No he vuelto a pisar un hospital desde entonces.

¿Por qué? Isabela miró a Diego buscando fuerza en sus ojos antes de responder, porque no podía soportar la idea de que pudiera pasar de nuevo.

Porque cada vez que veía a un paciente, veía a Mateo.

¿Por qué? Porque sentía que si no podía salvarlo a él, no merecía salvar a nadie más.

Elena cerró los ojos y cuando los abrió estaban llenos de lágrimas.

“¿Sabe lo que es más difícil para mí?”, preguntó.

No es solo que Mateo murió, es que me dijeron que tenía una condición cardíaca desde que nació y yo nunca lo supe.

Fui su madre durante 8 años y nunca me di cuenta de que su corazón estaba enfermo.

Isabela sintió que algo se rompía en su pecho.

No es su culpa, señora Ruiz.

Esas condiciones pueden ser muy difíciles de detectar, especialmente en niños activos como Mateo.

¿Cómo puede decir eso?, preguntó Elena.

¿Cómo puede consolarse cuando yo no pude consolar a mi propio hijo? Isabela extendió la mano a través de la mesa, tocando suavemente la mano de Elena.

Porque las dos estamos sufriendo, porque las dos amamos a Mateo, porque las dos queremos que él hubiera vivido.

Elena no apartó la mano y por primera vez desde que había entrado al café, su hostilidad comenzó a desmoronarse.

“Le grité cosas terribles”, susurró.

El día que murió, le dije que ojalá usted sintiera el mismo dolor que yo sentía.

Le dije que esperaba que nunca pudiera dormir en paz y tenía derecho a gritarme”, respondió Isabella.

Tenía derecho a su dolor, a su furia.

Yo era la doctora responsable.

Si alguien tenía que cargar con su dolor, era yo.

“¿Pero qué pasa con su dolor?”, preguntó Elena, mirando realmente a Isabela por primera vez.

¿Quién carga con el suyo? Isabela no pudo responder porque las lágrimas habían cerrado su garganta.

Diego tomó su mano ofreciéndole su fuerza.

Nadie, dijo finalmente.

He estado cargando con él sola.

Elena estudió a Isabela y a Diego, notando la forma en que él la protegía, la manera en que ella se apoyaba en él.

Él sabe lo que pasó.

Sí, respondió Isabela.

Sabe todo y no la culpa.

Isabela miró a Diego, quien le sonrió con tanto amor, que Elena pudo verlo incluso a través de su propio dolor.

No, dijo Isabela.

Él me ayudó a entender que no fue mi culpa, que hice todo lo que pude.

Elena se quedó en silencio por un largo momento, mirando la foto de Mateo.

Después de que murió, fui a varios doctores pidiendo explicaciones.

Todos me dijeron lo mismo, que su condición era impredecible, que incluso si la hubieran detectado antes, no había garantía de que hubiera sobrevivido a la cirugía.

Pero yo no quería escuchar eso.

Quería culpar a alguien y me culpó a mí.

dijo Isabela comprensivamente y tenía derecho a hacerlo.

Pero tenía razón, preguntó Elena.

¿Realmente fue su culpa? Isabela respiró profundamente y por primera vez desde la muerte de Mateo se permitió considerar la pregunta objetivamente.

No dijo finalmente no fue mi culpa.

Hice todo lo que pude con la información que tenía, pero eso no hace que duela menos.

Eso no hace que deje de desear que las cosas hubieran sido diferentes.

Elena asintió lentamente.

Yo también desearía que las cosas hubieran sido diferentes.

Desearía que Mateo hubiera tenido un corazón sano.

Desearía que hubiera crecido, que hubiera ido a la universidad, que se hubiera casado, que me hubiera dado nietos.

¿Qué tipo de niño era?, preguntó Isabela.

Además de sus ojos café y su amor por el fútbol, Elena sonrió por primera vez desde que había entrado al café.

Era el niño más dulce del mundo.

Siempre estaba ayudando a otros niños, siempre estaba haciendo reír a la gente.

Quería ser doctor cuando creciera para poder ayudar a las personas enfermas.

Isabela sintió que el corazón se le partía.

Doctor, sí.

Decía que quería ser como los doctores que había visto en la televisión, que salvaban vidas y hacían que las familias estuvieran felices otra vez.

Isabela lloró abiertamente, imaginando al niño que había conocido tan brevemente, soñando con una carrera en medicina.

“¿Sabe qué más decía?”, continuó Elena.

Decía que si alguna vez había un doctor que estuviera muy triste, él querría hacerlo sonreír otra vez.

Decía que los doctores también necesitaban ser cuidados.

Las palabras golpearon a Isabella como un rayo.

Era como si Mateo estuviera hablando desde el más allá, recordándole que ella también merecía compasión, que ella también necesitaba ser cuidada.

“Señora Ruiz”, dijo Isabela a través de las lágrimas, “siento mucho no haber podido salvarlo.

Siento mucho que usted haya perdido a su hijo.

Siento mucho que el mundo haya perdido a alguien tan especial.

” Elena se quedó en silencio por un momento y luego hizo algo que ninguno de ellos esperaba.

Se levantó, rodeó la mesa y abrazó a Isabela.

Yo también lo siento susurró Elena.

Siento haberla culpado.

Siento haberla hecho cargar con mi dolor, además del suyo.

Siento que haya renunciado a la medicina porque Mateo hubiera querido que siguiera ayudando a otros niños.

Isabela se aferró a Elena y las dos mujeres lloraron juntas, finalmente permitiéndose compartir un dolor que habían estado cargando solas durante demasiado tiempo.

Diego observó la escena con lágrimas en los ojos, entendiendo que estaba presenciando algo extraordinario.

El momento en que dos personas rotas comenzaban a sanarse mutuamente.

Cuando finalmente se separaron, ambas mujeres se veían diferentes, más ligeras, como si hubieran dejado parte de su carga en esa mesa del café.

¿Qué va a hacer ahora?, preguntó Elena.

Isabela miró a Diego, quien le sonrió con orgullo.

Creo que voy a tratar de encontrar una manera de honrar la memoria de Mateo.

Tal vez no pueda volver a ser cirujana, pero tal vez pueda encontrar otras formas de ayudar a los niños enfermos.

¿Haría eso?, preguntó Elena.

¿Haría eso por él? Lo haría por él, por usted y por mí”, respondió Isabela, “porque creo que Mateo tenía razón.

Los doctores también necesitan ser cuidados y tal vez es hora de que empiece a cuidarme a mí misma.

” Elena sonrió y fue la primera sonrisa genuina que Diego había visto en su rostro.

Creo que a Mateo le gustaría eso.

Creo que estaría orgulloso de que su doctora encontrara una manera de seguir ayudando a otros niños.

Antes de irse, Elena tomó la foto de Mateo de la mesa y se la entregó a Isabela.

Quiero que se quede con esto.

Dijo, para que recuerde que no todos los niños que conoció terminaron en tragedia, para que recuerde que hay esperanza.

Isabel la tomó la foto con manos temblorosas.

No puedo aceptar esto.

Sí puede, insistió Elena.

Mateo hubiera querido que la tuviera.

Él hubiera querido que recordara que hacer el bien a veces duele, pero que eso no significa que debamos dejar de intentarlo.

Después de que Elena se fuera, Isabela y Diego se quedaron sentados en el café procesando todo lo que había pasado.

¿Cómo te sientes?, preguntó Diego.

Isabela miró la foto de Mateo con sus ojos brillantes y su sonrisa que iluminaba todo.

“Siento que puedo respirar por primera vez en meses”, dijo.

“Siento que que tal vez puedo perdonarme a mí misma.

” “¿Y qué quieres hacer ahora?” Isabela tomó la mano de Diego entrelazando sus dedos.

Quiero encontrar una manera de honrar la memoria de Mateo.

Quiero crear algo hermoso, de algo tan doloroso.

Y quiero hacerlo contigo.

Diego levantó su mano y la besó suavemente.

Entonces, eso es exactamente lo que vamos a hacer.

Se meses después, Isabela y Diego estaban parados frente a un edificio recién renovado en las afueras de Guadalajara.

El letrero en la entrada decía: Centro Médico Mateo Ruiz, cuidado pediátrico gratuito.

Isabela había usado su conocimiento médico para diseñar un centro que ofreciera cuidados médicos gratuitos a niños de familias de bajos recursos.

No era cirujana, pero había encontrado otras formas de usar su don.

Coordinaba con especialistas, organizaba brigadas de salud y ofrecía consultas básicas.

Diego había financiado el proyecto, pero más importante, había estado a su lado cada paso del camino, apoyándola mientras ella reconstruía su vida.

“¿Estás lista?”, preguntó Diego tomando su mano.

Isabela miró el edificio sintiendo una mezcla de nervios y emoción.

“Sí”, dijo.

“Creo que finalmente estoy lista”.

Cuando abrieron las puertas, el primer paciente que los esperaba era Elena Ruiz, quien había venido con su sobrina de 5 años.

para una consulta de rutina.

Doctora Martínez, dijo Elena sonriendo.

Gracias por hacer esto.

Gracias por darme la oportunidad de hacerlo respondió Isabela.

Mientras Isabela comenzaba a trabajar, Diego la observó con admiración.

Había encontrado su propósito otra vez.

Había encontrado una manera de sanar a otros mientras se sanaba a sí misma.

Y cuando terminó el día, mientras cerraban el centro, Diego se arrodilló frente a Isabella con un anillo en la mano.

Isabela Martínez, dijo, “Me has enseñado que el amor verdadero no es sobre encontrar a alguien perfecto, es sobre encontrar a alguien que te haga querer ser mejor persona.

¿Te casarías conmigo?” Isabela lo miró con lágrimas en los ojos, pensando en el largo camino que había recorrido para llegar a este momento.

“Sí”, dijo sin dudar.

Sí, me casaré contigo.

Cuando Diego la besó, Isabela sintió que finalmente había encontrado el hogar que había estado buscando toda su vida.

No era una casa o un lugar, sino una persona que la amaba completamente, defectos incluidos.

Un año después, en una ceremonia íntima en la hacienda Los Jazmines, Isabela y Diego se convirtieron en esposo y esposa.

Elena Ruiz estuvo presente como madrina de honor de Isabela.

simbolizando cómo el dolor puede transformarse en amor si se le permite.

En su noche de bodas, mientras bailaban bajo las estrellas, Isabela le susurró a Diego, “Gracias por enseñarme que merezco ser feliz.

Gracias por enseñarme que el amor vale la pena el riesgo”, respondió él.

Y mientras las luciérnagas bailaban alrededor de ellos en el jardín lleno de jacarandás, Isabela supo que había encontrado algo que había pensado que había perdido para siempre, la esperanza de que el mañana podía ser mejor que el ayer.

Su historia no terminaba con “Y vivieron felices para siempre, porque la vida real no es así.

” Terminaba con “Y vivieron,” que era más hermoso y real que cualquier cuento de hadas.

vivieron con sus cicatrices, con sus recuerdos, con sus errores, pero también vivieron con amor, con esperanza, con la certeza de que juntos podían enfrentar cualquier cosa que el futuro les deparara y eso después de todo era más que suficiente.

Perin McP, ¿crees que el perdón puede sanar incluso las heridas más profundas? ¿Has vivido alguna vez un momento donde el dolor compartido se convirtió en sanación mutua? Esta historia nos recuerda que todos merecemos amor, compasión y una segunda oportunidad para encontrar la felicidad.

Si esta historia tocó tu corazón, nos encantaría saber de ti.

Cuéntanos en los comentarios de qué ciudad nos estás viendo, qué parte de la historia te conmovió más y si crees que el amor verdadero puede florecer incluso en los momentos más oscuros.

No olvides darle like a este video si crees que todos merecemos encontrar a alguien que nos ame exactamente como somos.

Y suscríbete a nuestro canal para más historias que celebran la fuerza del corazón humano.

¿Qué historia te gustaría que contáramos después? ¿Tienes alguna experiencia personal sobre el perdón o la segunda oportunidad en el amor? Comparte tus sugerencias en los comentarios.

Tu historia podría ser la próxima que ayude a sanar el corazón de alguien más.

Recuerda, nunca es demasiado tarde para empezar de nuevo, nunca es demasiado tarde para amar y nunca es demasiado tarde para perdonar, especialmente a ti mismo.