Por favor, solo abrázame. Si él me ve contigo. Campesina abrazó a un desconocido para escapar de su ex, sin saber que era un rey disfrazado que cambiaría su destino. Los gritos desesperados de Elira cortaron el aire matutino del mercado como cuchillos afilados. La joven corría entre los puestos de verduras y telas, su vestido rasgado ondeando tras ella, mientras sus pies descalzos golpeaban contra las piedras húmedas del suelo.
Sus ojos verdes, normalmente serenos como un lago en calma, ahora reflejaban el terror más puro que un alma humana pudiera experimentar. Detrás de ella, los pasos pesados y furiosos de Bora Neclund resonaban como martillazos contra un yunque. El hombre, con su barba desaliñada y sus ropas apestando a alcohol barato, bramaba obsenidades mientras apartaba a los comerciantes de su camino con brutalidad desmedida. Eres mía, Elira.
Siempre ha sido mía y siempre lo serás. rugía el ferreiro, su voz áspera llenando cada rincón de la plaza. Fue entonces cuando ella lo vio, un hombre alto, de complexión elegante, vestido con ropas de comerciante, pero con una presencia que irradiaba nobleza. Sin pensarlo dos veces, sin calcular las consecuencias, Elira se lanzó directamente hacia él, rodeando su torso con sus brazos temblorosos.
Por favor, susurró contra su pecho. Finge ser mi prometido. Te lo suplico. El desconocido, sorprendido por la súbita cercanía, sintió el corazón de la muchacha latir como el de un pájaro enjaulado. Sus ojos oscuros se encontraron con los de ella y, en ese instante, algo en su interior se removió.
Sin dudarlo, deslizó sus brazos protectoramente alrededor de los hombros de la joven. “Mi querida”, murmuró con una voz que denotaba educación refinada. “Ahí estás, te estaba buscando, pero retrocedemos unas horas cuando el sol apenas comenzaba a filtrarse entre las montañas que rodeaban el pequeño poblado de Milhaven.

Y Elira Tariel despertaba en su humilde cabaña con la sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder. La joven de 22 años se incorporó lentamente en su jergón de paja, apartando los mechones dorados que caían sobre su rostro. Su cabaña, construida con troncos agrietados y un techo de paja que apenas resistía las lluvias, era todo lo que le quedaba de la herencia familiar.
Las deudas habían devorado todo lo demás, las tierras, el ganado, hasta los pocos objetos de valor que su difunto padre había logrado reunir durante toda una vida de trabajo. Se levantó con cuidado, sus pies desnudos tocando el suelo frío de tierra apisonada. El vestido que llevaba, un simple tejido de lana café, había conocido mejores días, pero era lo único decente que poseía.
se dirigió hacia la pequeña ventana, apartando el trozo de tela que servía como cortina, y observó el exterior. El poblado comenzaba a despertar. Las mujeres salían de sus casas con cántaros para buscar agua en el pozo comunal, mientras los hombres se dirigían hacia sus talleres y campos. Todo parecía normal, pero Elira sabía que esa normalidad era una ilusión.
Desde la muerte de su padre hace tres meses, su vida se había convertido en una pesadilla constante. Boraneclun no la dejaba en paz. El ferreiro del pueblo, un hombre brutal de 28 años, con brazos como troncos de roble y una mirada que helaba la sangre, había decidido que ella le pertenecía.
argumentaba que su padre le debía dinero y que al morir sin saldar la deuda, Elira automáticamente se convertía en su propiedad para compensarlo adeudado. Claro está, eso no era más que una mentira. Su padre jamás había tenido tratos con Boran, pero en un pueblo donde la justicia dependía del capricho de los hombres más fuertes, las mentiras podían convertirse fácilmente en verdades incuestionables.
La joven suspiró profundamente y se dirigió hacia su pequeña cocina. Apenas quedaban algunas migajas de pan y un trozo de queso duro como piedra. tendría que ir al mercado a buscar trabajo, aunque eso significara exponerse a los ojos predadores de Boran y sus secuaces. Mientras masticaba lentamente el pan seco, recordó la última vez que había visto a su mejor amiga, Miriel Boss.
La muchacha de 25 años, hija del panadero local, había sido su única aliada en estos tiempos difíciles. Miriel le había advertido que Boran estaba planeando algo grande, algo que la obligaría a aceptar su propuesta matrimonial sin más opciones. El sonido de pasos pesados acercándose a su puerta la sacó de sus pensamientos.
Su sangre se congeló cuando reconoció ese caminar particular, arrastrando ligeramente el pie izquierdo, resultado de una vieja herida de herrería. Era él. Los golpes en la puerta fueron tan violentos que hicieron temblar toda la estructura de la cabaña. Elira se quedó inmóvil, conteniendo la respiración, esperando que Boran se cansara y se fuera.
Pero el hombre tenía otros planes. El ira bramó desde afuera su voz pastosa por el alcohol. Sé que estás ahí adentro. sea. Abre esta puerta ahora mismo. La joven cerró los ojos tratando de invocar toda la valentía que poseía. Sabía que si no respondía, él sería capaz de derribar la puerta. Ya lo había hecho antes.
¿Qué quieres, Boran?, preguntó con voz temblorosa, manteniéndose alejada de la entrada. Lo que es mío por derecho, rugió él. Vengo a llevarte conmigo. Nos vamos a casar hoy mismo y no acepto más negativas. Elira sintió que sus piernas flaqueaban. El pánico comenzó a apoderarse de ella cuando escuchó el sonido inequívoco de Boran forzando el pestillo de madera. “No!”, gritó retrocediendo hacia la pared opuesta. “No me casaré contigo jamás.
” La puerta se dio con un estruendo que resonó por toda la cabaña. Boran apareció en el umbral, tambaleándose ligeramente, pero con una determinación férrea en sus ojos, inyectados en sangre. Su barba desaliñada goteaba saliva y el olor a alcohol barato que emanaba de su cuerpo era nauseabundo.
“Ya basta de tonterías, Elira”, gruñó avanzando hacia ella con pasos decididos. Tu padre me debía dinero y ahora tú tienes que pagar esa deuda. Además, ya no eres una niña. A los 22 años, cualquier mujer decente ya debería estar casada y dando hijos a su marido. Elira buscó desesperadamente alguna salida, pero Borán bloqueaba la única puerta.
Sus ojos se posaron en la pequeña ventana trasera, apenas lo suficientemente grande para que una persona delgada pudiera pasar. “Ni se te ocurra”, amenazó él siguiendo su mirada. “Si intentas huir, te juro por todos los santos que te arrastraré de vuelta aquí y te haré pagar cada segundo de persecución.” Pero Elira ya había tomado su decisión.
Con un movimiento rápido que sorprendió incluso a ella misma, se lanzó hacia la ventana. Sus manos lograron agarrar el marco de madera justo cuando los dedos gruesos de Boran rozaron su vestido. “Maldita seas”, rugió el hombre tratando de sujetarla por la tela.
La joven sintió como su vestido se rasgaba, pero logró liberarse y salir por la ventana. Cayó del otro lado con un golpe seco que le quitó el aliento, pero la adrenalina la mantuvo en movimiento. Se levantó rápidamente y comenzó a correr hacia el centro del pueblo, donde sabía que habría más gente. Detrás de ella escuchó el estruendo de Boran saliendo por la puerta principal, seguido de sus gritos furiosos.
El hombre conocía el pueblo mejor que ella y sus piernas eran más largas y fuertes. La alcanzaría eventualmente. Elira corrió como nunca antes lo había hecho en su vida. Sus pulmones ardían y su corazón latía tan fuerte que temía que fuera a explotar, pero no podía detenerse. Las calles empedradas lastimaban sus pies descalzos, pero el dolor era insignificante comparado con el terror que la impulsaba. Deténganse, det a gritaba Boran a sus espaldas.
Es una ladrona. Me robó y ahora huye. Algunos aldeanos voltearon a mirar, pero la mayoría simplemente apartó la vista. Nadie quería meterse en problemas con el ferreiro, especialmente cuando él tenía la protección de algunos nobles locales que apreciaban su trabajo con el metal.
Finalmente, Elira llegó al mercado principal. La plaza estaba llena de comerciantes que habían llegado de otros pueblos para la feria semanal. Había puestos de frutas, verduras, telas, herramientas y especias. El lugar bullía de actividad con mujeres regateando precios y niños corriendo entre los adultos. Fue allí jadeando y con lágrimas corriendo por sus mejillas, donde Elira vio al hombre que cambiaría su destino para siempre.
Vestía como un comerciante próspero, con una túnica de lana fina color azul marino y botas de cuero de excelente calidad. Pero había algo en su postura, en la forma en que observaba a las personas, que delataba una educación refinada. El hombre tenía aproximadamente 34 años, cabello castaño oscuro, ligeramente ondulado y ojos que parecían poder ver directamente dentro del alma de las personas.
Su rostro era anguloso, pero amable, con líneas de expresión que sugerían que sonreía con frecuencia. A pesar de su disfraz de comerciante, irradiaba una autoridad natural que pocos hombres poseían. Se trataba de Leontius de Walgren, rey de Arvenolt. Aunque en ese momento el ira no tenía forma de saberlo, el monarca había salido de su castillo en secreto, disfrazado como un simple mercader, para recorrer su reino y ver de primera mano las injusticias que azotaban a su pueblo.
Llevaba semanas viajando de pueblo en pueblo, documentando mentalmente los abusos de poder y la corrupción que carcomía su reino desde adentro. Sin pensarlo dos veces, impulsada por la desesperación pura, Elira se lanzó hacia él. Sus brazos rodearon el torso del hombre con una fuerza nacida del pánico y su rostro se hundió contra su pecho.
El aroma a sándalo y hierbas finas que emanaba de él contrastaba dramáticamente con el edor a alcohol y sudor de Boran. “Por favor”, suplicó con voz quebrada, “finge ser mi prometido. Te ruego que me ayudes. Ese hombre me persigue y quiere forzarme a casarme con él.” Leontius sintió el cuerpo tembloroso de la joven contra el suyo y algo dentro de su pecho se removió.
Había conocido a muchas mujeres en la corte, damas refinadas y calculadoras que buscaban poder y posición. Pero esta campesina, con su desesperación honesta y su valentía al buscar ayuda en un desconocido, tocó una fibra en su corazón que no sabía que existía. El rey miró por encima de la cabeza de Elira y vio a Boran abriéndose paso entre la multitud como un toro enfurecido.
El ferreiro tenía los ojos inyectados en sangre y los puños cerrados, claramente dispuesto a la violencia. “Mi querida”, murmuró Leontius con voz suave, pero lo suficientemente alta para que otros escucharan, “¡Ahí estás! te estaba buscando por todo el mercado. Sus brazos se cerraron protectoramente alrededor de los hombros de Elira y ella sintió inmediatamente la diferencia.
A diferencia de Boran, cuyo toque era posesivo y brutal, este hombre la sostenía con gentileza, como si fuera algo precioso que pudiera romperse. Boran finalmente los alcanzó jadeando y con el rostro rojo de furia y alcohol. Sus pequeños ojos saltaron entre el ira y el desconocido, tratando de procesar la escena.
¿Quién diablos eres tú? Gruñó señalando acusadoramente a Leontius. Suelta a esa mujer ahora mismo. Me pertenece. Leontius se irguió hasta su altura completa que superaba considerablemente la de Boran. Su postura cambió sutilmente, adoptando la dignidad real que llevaba en la sangre. Aunque seguía disfrazado, era imposible no notar la autoridad natural que emanaba.
Me temo que está usted equivocado”, dijo con voz calmada, pero firme. “Esta dama es mi prometida y no permitiré que nadie la moleste.” “Mentira”, rugió Boran, acercándose amenazadoramente. “Esa zorra me debe dinero por las deudas de su padre muerto. No puede prometerse con nadie hasta que pague lo que debe.” Una multitud comenzó a reunirse alrededor de ellos, atraída por los gritos.
Los comerciantes y aldeanos murmuraban entre sí, algunos reconociendo a Boran y retrocediendo instintivamente. Elira tembló contra el pecho de Leontius y él sintió cada estremecimiento como si fuera propio. La protectividad que despertó en él fue tan intensa que lo sorprendió.
Como rey había protegido a su reino, pero nunca había sentido la necesidad tan personal de proteger a un individuo. Si la dama tiene deudas, intervino Leontius con voz serena, estoy más que dispuesto a saldarlas. ¿Cuánto afirma usted que se le debe? Boran parpadeó claramente no esperando esa respuesta.
Sus ojos se entrecerraron con suspicacia mientras evaluaba las ropas finas del extraño. 50 monedas de plata mintió descaradamente, multiplicando por 10 cualquier cantidad que el padre de Elira pudiera haber debido realmente. Leontius ni siquiera pestañó, metió la mano en su bolsa de cuero y extrajo una pequeña bolsa que tintineó prometedoramente.
Aquí tiene 60, dijo arrojando la bolsa a los pies de Boran. Considere los 10 adicionales como compensación por las molestias. Ahora la deuda está saldada y esta dama es libre de casarse con quien elija. Los ojos de Boran se llenaron de codicia al ver la bolsa, pero su orgullo herido no le permitió aceptar la derrota tan fácilmente.
Recogió el dinero, pero su mirada siguió fija en el ira con una promesa silenciosa de venganza. Esto no se queda así, gruñó entre dientes. Una deuda de dinero no es lo único que esa mujer me debe. Se alejó lentamente, pero no antes de dirigir una mirada cargada de amenaza tanto a Elira como a su protector.
La multitud comenzó a dispersarse, perdiendo interés ahora que la confrontación había terminado. Elira permaneció pegada al pecho de Leontius durante varios minutos más tratando de calmarse lo suficiente para hablar. Cuando finalmente se separó, sus ojos verdes estaban llenos de lágrimas de gratitud.
“Gracias”, susurró, su voz apenas audible. “No sé cómo podré pagarte lo que acabas de hacer por mí.” Leontius la miró detenidamente, notando por primera vez los detalles de su rostro. A pesar del terror reciente, había una belleza natural en ella que no necesitaba adornos. Sus ojos verdes tenían una profundidad que hablaba de sufrimiento, pero también de una fuerza interior inquebrantable.
“No me debes nada”, respondió gentilmente, “pero creo que deberíamos alejarnos de aquí. Ese hombre no me parece de los que se rinden fácilmente. Elira asintió secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Leontius la guió fuera del mercado hacia una pequeña posada que había visto al llegar al pueblo.
Mientras caminaban, él no pudo evitar preguntarse qué fuerza misteriosa lo había puesto en el camino de esta mujer extraordinaria. La posada la luna dorada era un establecimiento modesto pero limpio, regentado por una mujer mayor llamada Marta, que conocía a Leontius de visitas anteriores bajo su disfraz de comerciante.
La mujer lo recibió con una sonrisa cálida y les ofreció una mesa en un rincón apartado donde pudieran hablar con privacidad. Mientras compartían una comida simple de pan, queso y vino, Elira le contó su historia a Leontius. Le habló de la muerte de su padre, de las deudas inventadas por Boran, de los meses de acoso constante y de cómo había perdido toda esperanza hasta ese día.
Leontius escuchó cada palabra con atención, sintiendo crecer su admiración por la valentía de esta mujer. También sintió una ira creciente hacia los hombres como Boran, que abusaban de su poder para oprimir a los indefensos. Como rey, sabía que su reino estaba lleno de historias similares, pero nunca había experimentado una de manera tan personal.
Cuando Elira terminó su relato, Leontius tomó una decisión que cambiaría ambas vidas para siempre. No podía revelar su verdadera identidad. No todavía, pero sí podía protegerla. El ira, dijo suavemente, tomando sus manos entre las suyas, no puedes regresar a tu cabaña. Ese hombre volverá y la próxima vez podría no estar solo. Ella asintió, sabiendo que él tenía razón.
Pero no tengo a dónde ir, admitió con tristeza. No tengo familia y mis pocos amigos no pueden arriesgarse a enfrentarse a Boran. Entonces, ven conmigo propuso él. Tengo negocios que atender en otras ciudades. Podrías acompañarme como mi asistente hasta que encontremos un lugar seguro donde puedas comenzar una nueva vida. Elira lo miró con asombro. La generosidad de este extraño la abrumaba.
¿Por qué harías eso por mí? Preguntó. Ni siquiera me conoces. Leontius sonrió. Una sonrisa que iluminó su rostro entero. Porque creo que todos merecemos una oportunidad de ser libres, respondió. Y porque algo me dice que nuestro encuentro no fue una coincidencia. Mientras el sol se ponía sobre Milhaven, ElAra tomó la decisión más valiente de su vida.
aceptó la propuesta del misterioso comerciante, sin saber que acababa de decir sí a una aventura que la llevaría desde las calles polvorientas de un pueblo olvidado hasta los salones dorados del palacio real. Boran, bebiendo en la taberna local, apretaba la bolsa de monedas en su puño y planificaba su venganza.
Para él esto estaba lejos de terminar. Queremos saber desde dónde nos están viendo nuestras increíbles historias narradas. Nos encanta leer sus comentarios y conocer a nuestra maravillosa audiencia que nos acompaña en cada aventura. Cuéntenos en los comentarios de dónde son y qué les parece esta historia hasta ahora. La noche cayó sobre Milhaven como un manto negro cargado de presagios funestos.
En la posada la luna dorada, el ira despertó sobresaltada por el sonido de voces airadas que se acercaban peligrosamente. Sus ojos se adaptaron rápidamente a la oscuridad y a través de la pequeña ventana pudo distinguir las siluetas de varios hombres portando antorchas, liderados por la inconfundible figura corpulenta de Boran Eclun.
El ferreiro había regresado, pero esta vez no venía solo. A su lado caminaban cinco hombres más del pueblo. Gunar el carnicero, los hermanos Ericson, que trabajaban en los campos, Olaf el curtidor y más preocupante aún, Henrik Nordal, uno de los magistrados locales conocido por su corrupción y su lealtad hacia quien mejor le pagara.
El narrador observa como Boran se detuvo frente a la posada. Su voz ronca cortando el silencio nocturno como una sierra oxidada. Sus palabras llegaron claramente hasta la habitación donde Elira y Leontius habían estado durmiendo en catres separados, manteniendo las apariencias de su falso compromiso. “Marta”, rugió Boran, golpeando la puerta principal con el puño cerrado. “Sabemos que tienes a la bruja refugiada aquí adentro. Entrega a Elirat Tariel.
inmediatamente o tendremos que registrar cada rincón de tu establecimiento. Henrik Nordal se adelantó desplegando un pergamino que supuestamente contenía una orden oficial. Su voz nasal se elevó por encima del murmullo de los demás hombres.
Por la autoridad que me confiere la ley de este condado, exijo la entrega inmediata de Elira Tariel, acusada de prostitución, brujería y defraudación de deudas legítimas. Cualquier persona que la esté ocultando será considerada cómplice de sus crímenes. Leontius se incorporó silenciosamente, su mente trabajando a toda velocidad. Como rey, conocía perfectamente las leyes de su propio reino y sabía que esas acusaciones eran completamente fabricadas.
Pero también entendía que en pueblos remotos como Milhaven, la justicia a menudo dependía más de la influencia local que de la verdad legal. Eli ira se había pegado contra la pared, temblando no solo de miedo, sino de una rabia impotente. Sus manos se cerraron en puños mientras escuchaba cómo Boran enumeraba mentiras tras mentiras sobre su supuesta conducta inmoral.
Esa mujer ha estado vendiendo su cuerpo a comerciantes de paso”, gritaba el ferreiro con una convicción que habría parecido genuina para quien no conociera la verdad. Y cuando intenté cobrarle a su difunto padre lo que me debía en herrería, ella me amenazó con maldiciones. Mi hermano menor lleva tres días con fiebre después de que esa bruja lo miró con maldad.
La posada, la luna dorada se sumió en un silencio tenso. Marta, la anciana propietaria, sabía que mentía, pero también entendía que enfrentarse abiertamente a una turba armada significaría la destrucción de su negocio y posiblemente su muerte. No hay nadie aquí que responda a esa descripción”, respondió Marta con voz temblorosa pero firme.
“Solo tengo huéspedes comerciantes honestos que pagan por sus habitaciones y sus comidas.” Boran soltó una carcajada cruel que heló la sangre de quienes la escucharon. “Entonces, ¿no te importará que registremos el lugar, verdad, vieja Gunar? Tú ve por la parte trasera. Eriksson, vigila las ventanas. Nadie sale de aquí hasta que encontremos a esa zorra. Fue en ese momento cuando una nueva voz se sumó al caos exterior.
Miriel Boss había llegado corriendo desde su casa, habiendo escuchado los gritos que despertaron a medio pueblo. La joven panadera se acercó al grupo con el corazón latiendo violentamente, sabiendo que arriesgaba su propia seguridad. ¿Qué está pasando aquí?, preguntó fingiendo ignorancia, aunque conocía perfectamente la situación.
¿Por qué están molestando a la buena de Marta a estas horas de la noche? Boran se volvió hacia ella con ojos inyectados en sangre. El alcohol que había consumido durante toda la tarde para alimentar su coraje lo hacía aún más impredecible y violento. “¡Ah, si es la amiguita de la bruja!”, gruñó con desprecio. “Seguramente sabes dónde se esconde el ira. Más te vale decirnos la verdad si no quieres que te acusidad.
Miriel mantuvo la compostura, aunque por dentro sentía que su mundo se desmoronaba. Había crecido junto a Elira y no podía soportar la idea de que su mejor amiga fuera capturada por este monstruo. No sé de qué hablas, Boran, respondió con una firmeza que la sorprendió incluso a ella misma. Elira no ha hecho nada malo.
Todos en el pueblo la conocemos como una mujer honrada que ha trabajado duro toda su vida. Mentirosa! Bramó Boran, avanzando amenazadoramente hacia ella. Todas ustedes, mujeres, se protegen entre sí cuando se trata de ocultar sus pecados. Mientras esta confrontación se desarrollaba en el exterior, Leontius había tomado una decisión crucial. se acercó a Elira y le susurró al oído con urgencia, “Debemos irnos ahora.
Hay una ventana trasera por la que podemos salir sin ser vistos. ¿Confías en mí?” Elira asintió sin dudarlo. A pesar de conocer a este hombre apenas unas horas, sentía una confianza instintiva hacia él que no podía explicar. Había algo en su manera de hablar, en su postura natural de comando, que la tranquilizaba incluso en medio del terror.
El narrador observa como Leontius se movió por la habitación con una precisión militar que habría llamado la atención de cualquiera que supiera reconocer entrenamiento de combate profesional. Recogió sus pocas pertenencias y las de Elira en cuestión de segundos. Verificó que sus armas estuvieran accesibles bajo su capa de comerciante y evaluó las posibles rutas de escape con la experiencia de alguien acostumbrado a situaciones de vida o muerte.
“Sígueme exactamente”, le murmuró a Elira. “Pisa solo donde yo pise y mantente agachada hasta que lleguemos a los establos.” se deslizaron por la ventana trasera con un silencio que reveló más entrenamiento del que cualquier comerciante normal poseería. Leontius ayudó a Elira a bajar y sus manos grandes y callosas la sostuvieron con una firmeza que la hizo sentir extrañamente segura a pesar del peligro inminente.
El aire nocturno estaba cargado de humedad y el olor aeno de los establos cercanos. Las voces de Boran y sus hombres seguían resonando desde el frente de la posada, donde aparentemente habían comenzado a registrar habitación por habitación. Pero Gunar, el carnicero, había seguido las instrucciones de rodear el edificio y su silueta apareció inesperadamente entre las sombras Just cuando Leontius y Elira se dirigían hacia los caballos. Aquí están, gritó el hombre.
su voz desgarrando la tranquilidad de la noche. Los encontré tratando de escapar. El corazón de Elira se detuvo por un momento, pero Leontius reaccionó con una velocidad y precisión que la dejaron sin aliento. En un movimiento fluido que parecía coreografiado, el hombre que ella creía un simple comerciante se lanzó hacia Gunar antes de que el carnicero pudiera gritar nuevamente.
Lo que siguió fue una demostración de habilidades marciales que no dejaba lugar a dudas. Leontius no era quien decía ser. Sus movimientos eran los de alguien entrenado desde la infancia en el arte del combate. Esquivó el tosco puñetazo de Gunar con elegancia. Le propinó un golpe preciso en el plexo solar que lo dejó sin aire y lo noqueó con un golpe en la base del cuello que lo hizo colapsar silenciosamente.
Elira observó toda la secuencia con los ojos muy abiertos. El hombre gentil que la había salvado en el mercado se había transformado en un guerrero letal en cuestión de segundos y luego había vuelto a ser el protector calmado de antes. ¿Estás bien?, le preguntó Leontius, como si derribara a un hombre adulto fuera la cosa más natural del mundo.
Yo sí, tartamudeó ella, pero no pudo evitar preguntarse qué clase de comerciante poseía habilidades así. No tuvieron tiempo para más conversación. Los gritos de Gunar habían alertado al resto del grupo y ya se escuchaban pasos corriendo en su dirección. Leontius tomó las riendas de dos caballos que había preparado previamente, ayudó a Elira a montar y salieron galopando hacia la oscuridad del bosque que rodeaba a Milhaven.
El viento nocturno azotaba el rostro de Elira mientras su caballo seguía al de Leontius por senderos que parecían ser invisibles en la oscuridad. Sin embargo, su acompañante navegaba el terreno con una seguridad que sugería conocimiento íntimo de la geografía local, algo extraño para un supuesto comerciante de paso.
Detrás de ellos, el sonido de cascos persiguiendo se hacía cada vez más fuerte. Boran había conseguido caballos para él y sus hombres, y la cacería había comenzado oficialmente. “No pueden llegar muy lejos”, rugía la voz del ferreiro, llevada por el viento nocturno. “Conozco cada árbol de este bosque. Los alcanzaremos antes del amanecer.” El narrador describe cómo la persecución se convirtió en una carrera mortal a través de bosques espesos donde las ramas bajas amenazaban con desmontarlos.
y las raíces expuestas podían hacer que los caballos tropezaran. Leontius guiaba a Elira a través de un laberinto de senderos alternativos que demostraban un conocimiento del terreno que iba más allá de lo que cualquier viajero casual podría haber adquirido. Durante una pausa para que los caballos descansaran, Elira finalmente se atrevió a hacer la pregunta que había estado quemando en su mente.
¿Quién eres realmente? susurró su voz apenas audible por encima del sonido de la respiración agitada de los animales. Ningún comerciante pelea como tú peleas, ni conoce estos caminos como tú los conoces. Leontius la miró a través de la penumbra y por un momento Elira creyó ver una expresión de dolor en sus ojos.
Él luchaba internamente con la decisión de revelar su verdadera identidad. Como rey entendía los peligros que eso representaría no solo para él, sino especialmente para ella. Si se descubría que una campesina viajaba con el rey disfrazado, las consecuencias políticas serían devastadoras. Por otro lado, cada momento que pasaba junto a Elira, cada destello de su valentía y su pureza de corazón lo hacía sentir más culpable por mantener la mentira. Ella merecía la verdad.
especialmente ahora que había puesto su vida en sus manos. Soy alguien que ha visto demasiado sufrimiento en este reino”, respondió finalmente, eligiendo sus palabras cuidadosamente. Alguien que cree que personas como tú merecen vivir sin miedo, sin que hombres como Boran las traten como propiedades. No era una mentira, pero tampoco era la verdad completa.
Lira sintió que había capas de significado en sus palabras que no lograba descifrar completamente. “Pero, ¿por qué me ayudas?”, insistió. “Has arriesgado tu vida por una extraña. Has gastado tu dinero. ¿Has pelado por mí?” “No lo entiendo.” Leontius se acercó a ella y por un momento la proximidad hizo que ambos sintieran una corriente eléctrica que no tenía nada que ver con el peligro que los rodeaba.
Porque cuando te vi corriendo aterrorizada en ese mercado, reconocí algo en ti”, murmuró. “Una fuerza que se niega a rendirse, una dignidad que ningún abuso puede quebrar. Eso es raro en este mundo, Elira. Eso vale la pena proteger.” Antes de que ella pudiera responder, el sonido lejano de cascos volvió a llenar el aire.
Sus perseguidores habían encontrado su pista nuevamente. “Debemos seguir”, dijo Leontius, ayudándola a volver a montar. “Pero prometo que cuando salgamos de esto te contaré toda la verdad sobre quién soy.” Reanudaron su escape, pero esta vez la dinámica había cambiado. Elira ya no era simplemente una víctima siendo rescatada.
Ahora era una mujer intrigada por el misterio del hombre que había aparecido en su vida como un ángel. guardián. Sus sentimientos hacia él estaban evolucionando de gratitud a algo mucho más complejo y peligroso. El narrador observa como Leontius luchaba con emociones que nunca antes había experimentado. Como rey había conocido el amor político, las alianzas matrimoniales calculadas, la compañía de cortesanas sofisticadas.
Pero lo que sentía por esta campesina era diferente, era honesto, puro y completamente inconveniente. Cuando finalmente alcanzaron un claro donde un pequeño arroyo reflejaba la luz de la luna, Leontius decidió que era momento de una nueva estrategia. No podían seguir huyendo indefinidamente, especialmente con Eli ira, que no estaba acostumbrada a cabalgar distancias tan largas. Escúchame, el ira.
dijo, desmontando y ayudándola a hacer lo mismo. Vamos a separarnos aquí. Yo seguiré hacia el norte para atraer a Boran y sus hombres lejos de ti. Tú tomas este sendero hacia el este, te llevará a la ciudad de Rose Haven. Allí podrás, ¿no? Lo interrumpió ella con una vehemencia que los sorprendió a ambos. No voy a dejarte enfrentar a esos hombres solo.
Ya has hecho demasiado por mí. No permitiré que te lastimen por mi culpa. Leontius sintió algo cálido expandirse en su pecho ante esas palabras. Aquí estaba una mujer que, a pesar de haber vivido en constante terror, se preocupaba más por su seguridad que por la propia. El ira comenzó, pero ella lo detuvo colocando una mano sobre su pecho.
No me pidas que te abandone, suplicó. Has sido la única persona que me ha tratado con bondad en meses. Has arriesgado tu vida por una extraña. Lo mínimo que puedo hacer es estar a tu lado cuando me necesites. En ese momento, las voces de sus perseguidores se hicieron audibles nuevamente y una nueva voz se unió al coro. Era Henrik Nordal, el magistrado corrupto, gritando instrucciones.
Sepárense. Cubran todos los senderos. Esa mujer no puede haber llegado muy lejos a pie, pero era la voz de Boran la que helaba la sangre cargada de una furia que iba más allá de la racionalidad. Cuando encuentre a esa zorra y a su protector, los haré pagar por cada segundo de humillación que me han causado.
Y si ese bastardo cree que puede comprarme con unas monedas, aprenderá lo que significa desafiar a Bora Neclund. El ferreiro había perdido completamente la cordura. Su obsesión con el ira se había transformado en algo mucho más peligroso, una necesidad de venganza que no se satisfaría hasta destruir completamente a ambos fugitivos.
Leontius entendió en ese momento que no habría manera de negociar con Boran. Esto terminaría solo cuando uno de los dos estuviera muerto. Y mirando a Elira, con sus ojos verdes brillando con determinación a pesar del miedo, supo que haría cualquier cosa para protegerla. “Muy bien”, murmuró tomando su mano.
“Nos quedaremos juntos, pero debes prometerme que harás exactamente lo que te diga sin cuestionarlo. ¿Entendido?” Ella asintió sintiendo una mezcla de alivio y terror ante lo que estaba por venir. El narrador observa como los dos se prepararon para lo que sabían sería un enfrentamiento final. Leontius verificó sus armas una vez más mientras Elira buscó piedras y palos que pudiera usar como armas improvisadas.
Ninguno de los dos sabía que esta noche cambiaría no solo sus vidas, sino potencialmente el destino de todo el reino de Arvenolt. Cuando los primeros rayos del amanecer comenzaron a filtrarse entre los árboles, Boran y sus hombres finalmente los encontraron. El ferreiro apareció entre los árboles como una aparición demoníaca, con los ojos inyectados en sangre y una sonrisa cruel distorsionando sus facciones.
Al fin rugió, “Te encontré, perra traidora, y esta vez no habrá comerciante rico que te salve.” La posada, el refugio del caminante se alzaba como un oasis de paz en medio de la tormenta que había consumido sus vidas durante los últimos días. Ubicada en el cruce de tres caminos principales a dos días de distancia de Milhaven, era el lugar perfecto para que dos fugitivos encontraran refugio temporal, lejos de ojos indiscretos y perseguidores vengativos.
Elira observó fascinada como Leontius se desenvolvía con una elegancia natural que contrastaba dramáticamente con su supuesta identidad de comerciante. Durante las tres semanas que llevaban viajando juntos, había comenzado a notar detalles que la intrigaban profundamente. La forma en que sostenía los cubiertos durante las comidas era refinada, propia de alguien educado en protocolos cortesanos.
Sus conocimientos sobre política, historia y geografía del reino superaban por mucho lo que cualquier mercader podría poseer. Y más revelador aún, los posaderos y comerciantes que encontraban en el camino lo trataban con una deferencia instintiva que él parecía dar por sentada.
Esa mañana particular, mientras desayunaban pan recién horneado y miel dorada en el comedor principal de la posada, Elira se había atrevido a hacer una observación que había estado rondando su mente durante días. Leontius, murmuró manteniendo la voz baja para no ser escuchada por otros huéspedes. Ayer cuando hablabas con el comerciante de especias sobre los aranceles de importación, sonabas como alguien que conoce las políticas comerciales desde adentro.
¿Cómo es que un simple mercader sabe tanto sobre las decisiones del Consejo Real? El hombre que había llegado a amar con una intensidad que la asustaba levantó la mirada de su plato. Por un momento, sus ojos oscuros reflejaron una lucha interna que ella no pudo interpretar completamente. Leontius había estado lidiando con esta misma pregunta cada día que pasaba junto a Elira.
Cada mentira necesaria para mantener su disfraz se sentía como una traición hacia la mujer que había llegado a ocupar un lugar tan importante en su corazón. “Tengo contactos,” respondió finalmente, eligiendo sus palabras con cuidado. “Mi trabajo me ha llevado a tratar con personas influyentes.
Se aprenden cosas cuando uno escucha más de lo que habla. No era completamente falso, pero tampoco era la verdad que Elira merecía. El rey sintió el peso familiar de la culpa a sentarse en su pecho. Cada día que pasaba junto a esta mujer extraordinaria, cada momento de intimidad emocional que compartían hacía que mantener la mascarada fuera más difícil.
Elira estudió su rostro con esos ojos verdes que parecían capaces de ver directamente en su alma. Había algo en la expresión de Leontius que le decía que no estaba obteniendo toda la historia, pero también había aprendido a confiar en él de maneras que nunca había confiado en nadie más. Durante esas semanas de viaje había visto aspectos de su carácter que la llenaban de una admiración que iba mucho más allá de la gratitud.
La forma en que trataba a los sirvientes de las posadas con respeto genuino, sin importar su posición social, su generosidad hacia viajeros necesitados, a menudo pagando discretamente las cuentas de familias que no podían costear una comida caliente. Su conocimiento de plantas medicinales había salvado la vida de un niño enfermo en el pueblo anterior y había rechazado cualquier pago por su ayuda.
Pero más que nada era la manera en que la miraba a ella, como si fuera algo precioso y valioso, no a pesar de su origen humilde, sino precisamente por la persona que era. Leontius veía en ella una fuerza y una bondad que Elira no sabía que poseía. Con él se sentía hermosa, inteligente, digna de amor. Esa tarde, mientras caminaban por los jardines traseros de la posada, Leontius se detuvo súbitamente junto a un rosal silvestre que crecía contra la pared de piedra.
Sus manos, que ella había visto demostrar tanto ternura como fuerza letal, cortaron cuidadosamente una rosa blanca perfecta. para ti”, murmuró ofreciéndosela con una sonrisa que hizo que el corazón de Elira se acelerara peligrosamente. Cuando ella extendió la mano para tomarla, sus dedos se rozaron y fue como si una chispa eléctrica hubiera saltado entre ellos.
Ninguno de los dos apartó la mano inmediatamente. En cambio, se quedaron allí conectados por ese toque simple, pero cargado de significado. El ira, susurró Leontius, y había algo en su voz que ella nunca había escuchado antes, una vulnerabilidad, una necesidad que iba más allá del deseo físico. “Sí”, respondió ella, apenas capaz de encontrar su propia voz.
Necesito que sepas que estos días contigo han sido Él se detuvo buscando las palabras correctas. Han sido los más reales de mi vida. Contigo soy la persona que siempre quise ser. Las mejillas de Elira se sonrojaron con un color que rivalizaba con las rosas del jardín. Durante semanas había estado luchando contra sentimientos que sabía eran peligrosos e inapropiados.
Ella era una campesina sin educación. sin dote, sin nada que ofrecer, excepto un corazón que latía completamente para él. Pero en ese momento, viendo la sinceridad en sus ojos, todas las diferencias sociales parecieron desvanecerse. Yo también, confesó en un susurro.
Contigo me siento como si pudiera ser valiente, como si pudiera ser digna de cosas buenas. Leontius se acercó más y ella pudo oler la mezcla embriagadora de sándalo y cuero que siempre lo rodeaba. Sus ojos se fijaron en sus labios y ella sintió como si todo su cuerpo estuviera esperando algo que no sabía cómo nombrar.
“Elira”, murmuró él, levantando una mano para acariciar suavemente su mejilla. “¿Puedo?” Ella asintió incapaz de hablar y cuando sus labios finalmente se encontraron, fue como si el mundo entero se hubiera reorganizado alrededor de ese momento. El beso fue suave al principio, casi reverente, como si Leontius estuviera memorizando cada segundo.
Pero cuando Elira respondió presionando más cerca de él, la gentileza se transformó en algo más profundo, más urgente. Cuando finalmente se separaron, ambos estaban temblando ligeramente. Leontius apoyó su frente contra la de ella, sus respiraciones entremezclándose en el aire tibio de la tarde. “Te amo”, susurró contra sus labios. “No importa lo que pase, necesitaba que lo supieras.
” “Yo te amo a ti”, respondió ella sin dudarlo, “Completamente, para siempre. Fue en ese momento de perfecta felicidad. que el sonido de cascos aproximándose rápidamente cortó el aire como una espada. Leontius se tensó inmediatamente, sus instintos entrenados alertándolo del peligro inminente. Tomó la mano de Elira y la guió rápidamente de vuelta hacia la posada.
“Quédate aquí”, le ordenó su voz cambiando al tono de comando que ella había escuchado ocasionalmente cuando él olvidaba mantener su disfraz. Voy a ver qué está pasando. Pero cuando llegaron al patio principal de la posada, se encontraron rodeados. Boran Eklund estaba allí, pero ya no venía solo con los hombres de su pueblo.
Esta vez había conseguido el apoyo de algo mucho más peligroso, soldados con armaduras finas y armas de calidad superior, liderados por un hombre que vestía las insignias de un noble del reino. Lord Barian Blackwood se adelantó. Un hombre de mediana edad con ojos calculadores y una sonrisa que no llegaba a su mirada.
Su reputación de crueldad y corrupción era conocida incluso en los rincones más remotos del reino. “Boran me ha contado una historia fascinante”, dijo con voz sedosa que destilaba amenaza sobre un misterioso comerciante con recursos ilimitados y habilidades de combate excepcionales que aparece de la nada para proteger a una campesina. Eso despertó mi curiosidad.
Los ojos de Leontius se entrecerraron peligrosamente. Había reconocido inmediatamente a Blackwood como uno de los nobles que había estado investigando por corrupción y abuso de poder. Ver a este hombre aliado con Boran confirmaba sus sospechas sobre la red de corrupción que carcomía su reino.
“No sé de qué está hablando,”, respondió Leontius, manteniendo cuidadosamente su disfraz de comerciante. “Soy simplemente un mercader que ayudó a una dama en peligro.” Blackwood se rió, un sonido desagradable que hizo que varios huéspedes de la posada se alejaran instintivamente.
“¡Oh, pero creo que eres mucho más que eso”, respondió. “Verás, tengo contactos en muchos lugares, comerciantes que conocen a todos los mercaderes importantes del reino. Y, curiosamente, nadie parece haber oído hablar de ti antes de hace unas semanas.” Elira sintió que su sangre se helaba mientras observaba la confrontación desarrollarse.
Había algo en la manera en que Blackwood miraba a Leontius como un depredador que había acorralado a su presa que la llenaba de terror. Además, continuó el noble corrupto, hay reportes muy interesantes sobre tus habilidades de combate. Soldados veteranos derrotados con movimientos que solo se enseñan en ciertas instituciones selectas. La tensión en el patio era palpable.
Los soldados de Blackwood habían formado un semicírculo alrededor de Leontius y Elira, mientras Boran observaba con ojos brillantes de anticipación vengativa. “Entrégate pacíficamente”, ordenó Blackwood. Y tal vez la señorita no tenga que sufrir por tus indiscreciones. Leontius sintió la ira corriendo por sus venas como fuego líquido.
La amenaza implícita hacia Elira activó todos sus instintos protectores. Su mano se movió instintivamente hacia la espada oculta bajo su capa de comerciante. Fue en ese momento crítico que el sonido de un cuerno de guerra resonó a través del aire. Desde el camino principal, una columna de jinetes se acercaba a galope completo. A la cabeza del grupo cabalgaba un hombre mayor con armadura completa y el estandarte real de Arvenholt ondeando tras él.
Siredran Halvik, el consejero más confiable del rey, había llegado finalmente. Durante semanas había estado siguiendo discretamente el rastro de su señor, preocupado por su seguridad. Durante esta misión de reconocimiento, los informes de sus espías sobre las actividades de Lord Blackwood lo habían llevado directamente hasta esa posada.
“En nombre del rey Leontius de Valgren, alto el fuego”, gritó Siredran, su voz autoritaria cortando a través del caos como una espada. El efecto fue inmediato y dramático. Los soldados de Blackwood, reconociendo las insignias reales y la autoridad legítima, bajaron inmediatamente sus armas. El noble corrupto palideció visiblemente, entendiendo que había cometido un error monumental.
Pero fue Elira quien recibió el golpe más devastador. Las palabras de Sir Edran resonaron en su mente como campanas de funeral en nombre del rey Leontius de Valgren, el hombre que amaba, el hombre que había besado apenas minutos antes, el hombre que le había confesado su amor. Era el rey de Arvenolt. Se volvió hacia él con ojos llenos de incredulidad y dolor.
Leontius la miraba con una expresión de angustia que confirmaba la terrible verdad. Todo había sido una mentira. Ella, una simple campesina, se había enamorado del rey de su reino y él había estado jugando con ella todo este tiempo. Es cierto, susurró su voz apenas audible por encima del ruido de los caballos y las armaduras.
¿Eres realmente el rey? Leontius se acercó a ella con las manos extendidas, desesperado por explicar, por hacerle entender que sus sentimientos eran genuinos independientemente de su identidad. Elira, por favor, escúchame. Sí, soy el rey, pero eso no cambia nada de lo que siento por ti. Todo lo que te dije es verdad. Te amo y eso no es mentira.
Pero ella estaba retrocediendo, sacudiendo la cabeza con dolor y traición, escritos en cada línea de su rostro. “Nada cambia”, repitió, su voz subiendo de volumen mientras la realidad completa de la situación la golpeaba. “Todo cambia. Has estado mintiendo desde el primer momento. Me has hecho creer que era posible que alguien como yo podría podría No pudo terminar la frase.
Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas mientras la magnitud de la humillación la abrumaba. No solo había sido engañada, sino que se había expuesto completamente. Había entregado su corazón a alguien que vivía en un mundo al que ella nunca podría pertenecer. Siredran se había acercado y ahora se inclinaba formalmente ante Leontius, confirmando su identidad real ante todos los presentes.
Los guardias reales rodearon protectoramente a su rey, mientras Blackwood y sus hombres se veían forzados a retirarse ante la autoridad superior. “Mi señor”, dijo Siredran con urgencia, “debemos partir inmediatamente. Su ausencia ha sido notada en la corte y hay asuntos urgentes que requieren su atención. Pero Leontius solo tenía ojos para Elira, quien seguía retrocediendo como si su cercanía le causara dolor físico.
Elira, por favor, suplicó ignorando completamente el protocolo y las miradas sorprendidas de sus propios guardias. Dame la oportunidad de explicarte. Lo que tenemos es real. Mi identidad no cambia eso. Pero ella había tomado su decisión. La campesina que había encontrado valor en sus brazos, ahora encontró fuerza en su dolor.
Se enderezó secándose las lágrimas con el dorso de la mano y lo miró directamente a los ojos. Su majestad, dijo con una formalidad que lo hirió más profundamente que cualquier grito o acusación. Le agradezco su protección durante estos días. difíciles, pero ahora entiendo que mi lugar no está aquí. Sin otra palabra, se dio vuelta y comenzó a caminar hacia los establos.
Leontius se movió para seguirla, pero Sir Edran lo detuvo con una mano firme en el brazo. “Mi señor”, murmuró el consejero urgentemente. “No podéis perseguir a una campesina en público. Pensad en las implicaciones políticas. Pensad en el reino. Leontius se quedó inmóvil, desgarrado entre su deber como rey y su corazón como hombre. Cuando finalmente levantó la mirada, Elira ya había desaparecido, llevándose con ella la mejor parte de su alma.
Lo que ninguno de ellos sabía era que Bora Neclund, humillado pero no derrotado, había observado toda la escena con ojos calculadores. Ahora que sabía la verdadera identidad del protector de Elira y había visto el dolor obvio de la separación, tenía toda la información que necesitaba para atender la trampa perfecta.
Mientras los guardias reales escoltaban a su rey de regreso al castillo y Elira cabalgaba sola hacia un destino incierto, el ferreiro obsesivo comenzó a planear su venganza final. esta vez no solo capturaría a la mujer que consideraba su propiedad, sino que humillaría al rey que había osado interferir en sus planes. La campesina enamorada y el rey disfrazado habían encontrado el amor verdadero solo para verlo destrozado por las implacables realidades de un mundo donde las diferencias sociales podían ser más poderosas que los sentimientos más profundos del corazón humano. Las
campanas del castillo de Arvenolt sonaron con urgencia desesperada en la madrugada, despertando a todo el reino con su clamor metálico que cortaba el aire como gritos de guerra. S. Edran Halvick irrumpió en los aposentos reales donde el rey Leontius no había logrado conciliar el sueño desde su regreso al palacio tres días atrás.
El consejero llevaba en sus manos un pergamino que temblaba por la urgencia de su contenido. Mi señor, jadeó el hombre mayor. Han llegado noticias terribles desde Milhaven. Boran Eklun ha capturado a la dama Elira. Pero eso no es lo peor. Ha revelado públicamente que usted estuvo viajando disfrazado con ella y ahora exige que abdique en su favor o la ejecutará al amanecer.
Leontius sintió como si el mundo se hubiera detenido a su alrededor. Su corazón, que había estado arrastrándose pesadamente desde la partida de Elira, ahora la tía con tal fuerza que temió que fuera a explotar. Se levantó de su escritorio donde había estado fingiendo revisar documentos gubernamentales, cuando en realidad no había podido pensar en otra cosa que no fuera el dolor en los ojos verdes de la mujer que amaba.
Cuando descubrió su verdadera identidad, ¿cómo se atrevió? Rugió su voz real resonando con una autoridad que hizo temblar las ventanas de cristal emplomado. ¿Cómo se atrevió ese maldito a tocarla siquiera? Pero mientras la ira consumía su ser, Siredran desplegó el pergamino completamente, revelando sellos que hicieron que la sangre del rey se helara en sus venas.
No eran solo las insignias de Bor Neclund las que marcaban el mensaje, sino también los símbolos heráldicos de Lord Barian Blackwood, del conde Aldrick Ravencrest y más alarmante aún del duque Magnus Thornfield, primo lejano del rey y aspirante secreto al trono. “Mi señor”, continuó Siredran con voz grave, “esto no es solo la venganza de un ferreiro enloquecido.
una conspiración completa contra la corona. han estado esperando la oportunidad perfecta para desestabilizar vuestro reinado y vuestra asociación con la dama Elira les ha proporcionado exactamente eso. Leontius leyó el pergamino con ojos que se volvían más peligrosos con cada línea. La carta detallaba como los nobles conspiradores habían difundido rumores por todo el reino sobre su comportamiento impropio con una campesina.
Afirmaban que un rey que abandonaba sus deberes para perseguir placeres carnales con mujeres de clase baja no era digno de gobernar el reino de Arvenholt. Pero lo más diabólico del plan era cómo habían manipulado la situación. Sabían que Leontius jamás permitiría que Elira fuera lastimada, independientemente de las consecuencias políticas. Al forzarlo a elegir entre su corona y la mujer que amaba, esperaban exponerlo como un rey débil, gobernado por pasiones, justificando así su derrocamiento.
La exigen en la plaza principal de Milhaven al mediodía”, leyó Leontius en voz alta, su tono volviéndose más mortal con cada palabra. Si no aparezco solo y sin escolta para abdicar públicamente, ejecutarán a Elira, acusándola de seducir al rey con brujería. Siredrán observó como su señor cerraba los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos como hueso. Había servido a la familia real durante más de 30 años.
Había visto a Leontius crecer desde un príncipe estudioso hasta convertirse en el rey más justo que Arbenholt había conocido en generaciones. Nunca había visto tal furia controlada en los ojos de su soberano. “¡Mi señor”, murmuró el consejero cuidadosamente. “debéis pensar con claridad.
Si vais a Milhaven, será una trampa mortal. Aunque abdiquéis, jamás os permitirán vivir para contar la historia. y la dama. Temo que su destino ya esté sellado sin importar lo que hagáis. Pero Leontius ya estaba moviéndose hacia su armario, donde colgaba la armadura de batalla que no había usado en años.
Sus manos trabajaron con precisión mecánica, colocándose las placas de acero negro que habían pertenecido a su padre y al padre de su padre antes que él. Edr dijo sin voltear a mirar a su consejero, “¿Cuántos hombres tenemos que sean absolutamente leales sin importar las consecuencias?” El hombre mayor calculó rápidamente en su mente, considerando no solo la lealtad personal, sino también las conexiones familiares que podrían estar comprometidas por la conspiración.
50, tal vez 60 guardias de élite cuyos juramentos son a vuestra persona más que a la corona. respondió, “Son hombres que os seguirían al infierno mismo si fuera necesario. Será suficiente”, murmuró Leontius ajustándose la coraza sobre el pecho, porque eso es exactamente a donde vamos.
Mientras el rey se preparaba para la batalla que definiría no solo su reinado, sino el destino de la mujer que amaba. En Milhaven se desarrollaba una escena que habría roto el corazón de cualquier persona con un gramo de compasión. El estaba encadenada en el centro de la plaza principal, el mismo lugar donde solo semanas atrás había corrido desesperadamente hacia los brazos de un desconocido que cambiaría su vida para siempre.
Pero ahora ese lugar se había transformado en un escenario de humillación pública. Boran había construido una plataforma elevada donde la tenía expuesta ante la mirada de todo el pueblo, forzándola a escuchar mientras él relataba versiones distorsionadas de su relación con el rey.
“Mírenla!”, gritaba el ferreiro, señalándola con dedos acusadores mientras se paseaba frente a la multitud reunida. Esta zorra sedujo a nuestro rey con artes oscuras. Lo alejó de sus deberes sagrados para satisfacer sus propios deseos carnales. Los ojos de Elira, hinchados por las lágrimas y los golpes recibidos durante su captura, se mantenían fijos en el horizonte.
No por esperanza de rescate, sino porque no podía soportar ver las caras de las personas que había conocido toda su vida, mirándola ahora con desprecio y asco. Miriel Boss estaba entre la multitud, con lágrimas corriendo silenciosamente por sus mejillas mientras observaba el sufrimiento de su mejor amiga.
Había intentado acercarse, pero los soldados de los nobles conspiradores mantenían un perímetro estricto alrededor de la plataforma. Lord Blackwood se había unido a Boran en la plataforma, vestido con sus mejores galas, como si estuviera asistiendo a una celebración en lugar de presenciar una ejecución. Su voz cultivada se alzó por encima del murmullo de la multitud.
Buenos ciudadanos de Milhaven”, declaró con teatralidad calculada. “Hoy somos testigos de la justicia siendo servida. Esta mujer, esta cosa ha corrompido la mente de nuestro rey con su lacibia. Pero cuando él venga aquí para salvarla, como sabemos que lo hará, verán ustedes mismos que ha elegido a una campesina por encima del bienestar de su propio reino.
Elira cerró los ojos tratando de bloquear las palabras venenosas que caían sobre ella como lluvia ácida. En su corazón, a pesar del dolor y la traición que sentía hacia Leontius por haberle ocultado su identidad, sabía que estas acusaciones eran falsas. El hombre que había conocido durante esas semanas de viaje había demostrado más amor genuino por su pueblo que muchos nobles que alardeaban de su devoción al reino.
Pero también sabía que si Leontius venía por ella, estaría caminando directo hacia una trampa mortal. Y esa realización la llenaba de un terror que superaba incluso su miedo a la muerte. Fue entonces cuando el sonido de cascos al galope comenzó a resonar desde la distancia. Al principio era apenas un murmullo como truenos lejanos, pero gradualmente se intensificó hasta convertirse en el rugido inconfundible de jinetes de guerra, acercándose a toda velocidad.
La multitud se volvió hacia el camino principal que llevaba a Milhaven y lo que vieron los dejó sin aliento. Una columna de caballeros con armaduras negras avanzaba como una tormenta de acero, liderada por una figura que irradiaba autoridad real, incluso a la distancia. El estandarte de Arvenolt ondeaba orgullosamente encima de ellos, pero era la presencia del jinete principal, lo que hizo que hasta los conspiradores sintieran un escalofrío de aprensión.
Rey Leontius de Valgren había llegado, pero no como el suplicante derrotado que esperaban. Venía como el soberano guerrero que era, dispuesto a reclamar lo que era suyo por derecho y a proteger a la mujer que amaba sin importar el costo. Los caballos se detuvieron en formación perfecta alrededor de la plaza, creando un círculo de acero que rodeó completamente a los conspiradores.
Leontius desmontó lentamente su armadura brillando bajo el sol de mediodía como metal fundido. cuando se quitó el casco revelando un rostro marcado por la determinación férrea, incluso Boran retrocedió instintivamente. Yo, Leontius de Valgren, rey de Arvenhol, por derecho divino y sangre noble, he venido a reclamar a quien me pertenece, declaró su voz resonando con tal autoridad que silenció completamente a la multitud.
Pero no he venido a abdicar, ni a suplicar ni a negociar con traidores y conspiradores. Lord Blackwood se adelantó tratando de mantener la fachada de control, a pesar de que sus planes claramente no se estaban desarrollando como esperaba. Su majestad dijo con una sonrisa forzada. Qué inesperado. Esperábamos que viniera solo como especificamos en nuestras condiciones. Leontius se rió.
Un sonido que no tenía nada de humor y todo de amenaza mortal. condiciones, repitió desenvasando lentamente la espada que había pertenecido a una línea ininterrumpida de reyes. Ustedes, traidores y usurpadores, creen que están en posición de dictarme condiciones. Fue entonces cuando ocurrió algo que ninguno de los conspiradores había anticipado. Los ciudadanos de Milhaven, que habían sido manipulados por las mentiras de Boran y los nobles corruptos, comenzaron a murmurar entre ellos mientras observaban a su rey.
Este no era el hombre débil y corrompido que les habían descrito. Este era un soberano que había venido personalmente a luchar por una de sus súbditos. Una anciana del pueblo se adelantó desde la multitud ignorando las armas de los soldados conspiradores. “Mi rey”, gritó con voz temblorosa, pero clara, “esa muchacha nunca hizo nada malo.
Es una buena chica que cuidó a su padre enfermo hasta el final. Este hombre la ha estado persiguiendo desde que murió su papá.” Otros comenzaron a alzar sus voces contando la verdad sobre el acoso de Boran, sobre las deudas inventadas, sobre la desesperación que había llevado a Elira a buscar protección en un desconocido. La narrativa cuidadosamente construida por los conspiradores comenzó a desmoronarse ante los ojos de todos.
Boran, viendo que perdía el control de la situación, tomó una decisión desesperada. sacó una daga y la presionó contra la garganta de Elira, quien finalmente abrió los ojos para encontrarlos de Leontius a través de la multitud. “Un paso más y la mato!”, rugió el ferreiro, la saliva volando de su boca mientras hablaba. “No me importa que seas el rey.
Esta mujer me pertenece y si no puedo tenerla, nadie podrá.” El momento se congeló como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse. Elira miró directamente a Leontius y en sus ojos él vio no reproche o miedo, sino algo que lo sorprendió, comprensión y perdón. A pesar de todo lo que había pasado, a pesar de las mentiras y la traición que ella sentía, había visto cómo había venido por ella, cómo había arriesgado su reino entero para salvarla.
Y en ese momento de claridad cristalina, Elira entendió finalmente la verdad que había estado negándose a aceptar. Leontius la amaba. No como un rey se divierte con una campesina, sino como un hombre ama a la mujer que completa su alma. Su identidad real no había sido una manipulación, sino una carga que había llevado porque sabía que la verdad podría separarlos.
Boran,” murmuró Leontius. Su voz calmada que resultaba más aterradora que cualquier grito. “Suelta a la dama ahora y tal vez considere darte una muerte rápida.” “¡Jamás!”, gritó el ferreiro, presionando la daga más fuerte contra la piel de Elira, hasta que una gota de sangre comenzó a deslizarse por su cuello.
Fue ese hilo de sangre roja lo que quebró el último vestigio de autocontrol del rey. Con un movimiento que fue demasiado rápido para que el ojo humano lo siguiera, Leontius lanzó su espada por el aire como una lanza mortal. La hoja atravesó el espacio entre ellos con precisión quirúrgica. impactando directamente en el corazón de Boran Eklund.
El ferreiro miró hacia abajo con expresión de shock total, viendo el acero real emergiendo de su pecho, la daga cayó de sus manos sin fuerza mientras él se desplomaba hacia atrás, muerto antes de tocar el suelo. El silencio que siguió fue absoluto. Incluso los pájaros parecían haber dejado de cantar. Leontius subió a la plataforma con pasos medidos, ignorando completamente a los conspiradores supervivientes, y se arrodilló junto a Elira para cortar sus cadenas con una daga más pequeña. ¿Estás herida?, preguntó suavemente, sus manos
examinando cuidadosamente el corte en su cuello. Elira lo miró con ojos llenos de lágrimas, pero esta vez no eran lágrimas de dolor, sino de alivio y comprensión. Solo mi orgullo susurró, “Y tal vez mi corazón, por haber dudado de ti.” Leontius la ayudó a ponerse de pie, sosteniéndola contra su pecho, mientras ella recuperaba la estabilidad en sus piernas temblorosas.
Nunca vuelvas a dudar de esto”, murmuró contra su cabello. “Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que seré, es tuyo, mi corona, mi reino, mi vida, todo significa nada sin ti.” Fue entonces cuando Lord Blackwood, desesperado por salvar algo de sus planes arruinados, decidió hacer un último movimiento. envainó su espada y se lanzó hacia el rey desarmado, gritando acusaciones de traición y corrupción.
Pero Sir Edran había estado esperando exactamente esa reacción. Su propia espada interceptó la de Blackwood en el aire y el combate que siguió fue breve pero decisivo. El viejo consejero demostró que los años no habían disminuido sus habilidades, desarmando al noble corrupto con una serie de movimientos que dejaron a Blackwood de rodillas en la plataforma.
Los otros conspiradores, viendo que su líder había sido derrotado y que el pueblo claramente estaba del lado del rey, se rindieron sin resistencia adicional. Uno por uno fueron arrestados por los guardias reales, mientras las cadenas que habían planeado para su rey terminaron alrededor de sus propias muñecas. Con los traidores capturados y la amenaza neutralizada, Leontius se volvió hacia la multitud reunida.
Su voz se elevó clara y fuerte, llegando a cada rincón de la plaza. Ciudadanos de Milhaven y a través de ustedes a todo el reino de Arvenholt, declaró solemnemente, “Hoy han sido testigos de algo más que la derrota de una conspiración. Han visto que su rey está dispuesto a luchar y morir por cualquier súbdito de este reino, sin importar su nacimiento o posición social.
tomó la mano de Elira entre las suyas, entrelazando sus dedos de manera que todos pudieran ver el gesto. Esta mujer, continuó, ha demostrado más valor, más honor y más nobleza que muchos que nacieron con títulos y riquezas. Ella representa lo mejor de nuestro pueblo, la determinación de resistir la opresión, la valentía de mantenerse firme ante la adversidad y la pureza de corazón que no puede ser corrompida por aquellos que buscan explotarla. La multitud comenzó a murmurar con aprobación creciente. Habían visto con
sus propios ojos la verdad sobre Elira, sobre Boran y sobre los nobles que habían tratado de manipularlos con mentiras. Por lo tanto, proclamó Leontius, su voz resonando con autoridad real absoluta, declaro ante todos ustedes mi intención de tomar a Elir Tariel como mi esposa y reina. No porque esté cegado por la pasión, sino porque he encontrado en ella las cualidades que hacen grande a un reino, justicia, compasión, valentía y amor verdadero.
El rugido de aprobación que siguió fue ensordecedor. Los ciudadanos de Milhaven, que habían conocido a Elira toda su vida, sabían la verdad sobre su carácter y ahora veían que su rey también la había reconocido, no a pesar de su origen humilde, sino precisamente por las virtudes que ese origen había forjado en ella.
Miriel Boss fue la primera en acercarse, abrazando a su mejor amiga con lágrimas de alegría corriendo por sus mejillas. Pronto otros siguieron. Ciudadanos que habían dudado debido a las mentiras de los conspiradores, pero que ahora querían mostrar su apoyo y pedir perdón por sus dudas.
La boda se celebró tres meses después en la catedral principal de la capital, pero no fue un evento exclusivo para la nobleza. Por orden expresa del rey, las puertas estuvieron abiertas para todos los ciudadanos del reino que quisieran asistir. Campesinos se sentaron junto a duques.
Artesanos compartieron bancos con condes y por primera vez en la historia de Arvenholt, una coronación real se sintió verdaderamente como una celebración de todo el pueblo. Lira caminó por el pasillo con un vestido que brillaba como estrellas capturadas, pero su belleza verdadera irradiaba desde adentro. Había encontrado no solo el amor, sino también su lugar en el mundo como la voz de aquellos que no tenían voz.
Como reina implementó reformas que protegían a las mujeres del abuso, estableció tribunales justos en pueblos remotos y creó programas para ayudar a familias empobrecidas. Su historia se convirtió en inspiración para generaciones de mujeres que aprendieron que el valor verdadero no viene del nacimiento, sino del carácter. Y Leontius, observándola gobernar con la misma valentía que había mostrado al huir de Boran aquella primera vez, supo que había encontrado no solo a su reina perfecta, sino a su alma gemela verdadera. Juntos transformaron Arbenholt de un reino
donde la corrupción prosperaba en uno, donde la justicia y el amor triunfaban sobre la opresión. En las noches tranquilas, cuando se retiraban a sus aposentos privados, lejos del protocolo y las ceremonias, seguían siendo simplemente Leontius y Elira, el hombre que había encontrado el amor verdadero bajo el disfraz de comerciante y la mujer que había tenido el valor de abrazar a un desconocido cuando más lo necesitaba.
Su historia se convirtió en leyenda contada de generación en generación como prueba de que el amor verdadero puede conquistar cualquier obstáculo, que la valentía puede florecer en los corazones más humildes y que a veces los encuentros más inesperados pueden cambiar el destino de reinos enteros. El reino de Arvenolt prosperó bajo su reinado conjunto, convirtiéndose en un lugar donde la justicia no dependía del oro en las bolsas, sino de la verdad en los corazones, donde los poderosos protegían a los vulnerables en lugar de explotarlos y donde el amor había triunfado definitivamente sobre la
opresión. La historia de Elira y Leontius nos enseña una de las verdades más profundas sobre la vida. El valor verdadero no reside en los títulos que llevamos o la riqueza que acumulamos, sino en la pureza de nuestras intenciones y la valentía de nuestras acciones cuando enfrentamos la adversidad.
Elira, una simple campesina sin educación formal ni posesiones materiales, demostró más nobleza de espíritu que muchos nobles con siglos de linaje, porque entendió que la dignidad humana no se negocia ni se vende sin importar las circunstancias. Su historia nos recuerda que los momentos más desesperados a menudo se convierten en las oportunidades más transformadoras de nuestras vidas.
Cuando Elira corrió aterrorizada por ese mercado, jamás imaginó que estaba corriendo hacia su destino, hacia el amor verdadero y hacia un propósito que cambiaría no solo su vida, sino la de todo un reino. A veces lo que parece ser nuestra peor pesadilla es simplemente el preludio de nuestro mayor triunfo.
El amor auténtico como el que floreció entre estos dos personajes, no conoce barreras sociales, económicas o culturales. Trasciende las diferencias superficiales porque se basa en el reconocimiento mutuo de las virtudes del alma, la bondad, la valentía, la integridad y la capacidad de sacrificarse por otros. Leontius no se enamoró de Elira a pesar de su origen humilde, sino precisamente por las cualidades extraordinarias que ese origen había forjado en su carácter.
La perseverancia de Eli ira frente a la opresión nos enseña que nunca debemos permitir que las circunstancias externas defino. Incluso cuando todo parecía perdido, cuando fue calumniada y humillada públicamente, mantuvo su dignidad y su capacidad de amar. Esto nos demuestra que la verdadera fortaleza no viene de la ausencia de miedo, sino de la decisión de actuar con honor a pesar del miedo.
La transformación de Leontius de un rey disfrazado a un soberano que arriesga todo por amor nos recuerda que el liderazgo auténtico requiere la disposición de servir y proteger a aquellos bajo nuestro cuidado, especialmente a los más vulnerables. Su decisión de revelar su identidad y luchar por el ira demostró que un verdadero líder antepone el bienestar de su pueblo a su comodidad personal.
Esta historia nos inspira a creer que cada uno de nosotros tiene la capacidad de crear cambios extraordinarios en el mundo, sin importar cuán modesto sea nuestro punto de partida. Elira pasó de ser una campesina perseguida a convertirse en una reina que reformó todo un reino, no porque cambió su esencia, sino porque se le dio la oportunidad de expresar plenamente las virtudes que siempre había poseído.
News
Escapé Del Manicomio 🏥 Para Vengar A Mi Gemela. Ahora Su Marido Pagará Por Cada Lágrima⚖️.
Mi hermana gemela vino a visitarme al hospital, cubierta de moratones por todo el cuerpo. Al darme cuenta de que…
DUEÑO DISFRAZADO PIDE CAFÉ EN SU PROPIA EMPRESA, LA EMPLEADA LE ENTREGA UNA NOTA SECRETA QUE LO DEJA
Dueño disfrazado pide café en su propia empresa. La empleada le entrega una nota secreta que lo deja sin respiración….
Harfuch intercepta un tren blindado del CJNG en movimiento… y lo que encuentra congela a México
En una operación sin precedentes, Omar García Harfuch intercepta un tren blindado del cártel Jalisco Nueva Generación CJNG, en plena…
México perdía sin chance… hasta que una joven mexicana cambió el juego con un solo gol
El Estadio Azteca rugía con 87,000 gargantas gritando en agonía. México perdía 2-0 contra Brasil en los cuartos de final…
Mi Esposo Me Llamó ‘Vieja’ Por Su Amante. Pero Cuando Yo Empecé… ¿Él Lo Perdió Todo.
Mi marido consolaba a su amante por teléfono. Cuando le presenté el acuerdo de divorcio, ni siquiera lo miró. Tomó…
Mi Hijo Me Echó Del Hospital En El Nacimiento De Mi Nieto: “Ella Solo Quiere Familia” No Imaginaban…
Hay momentos en la vida que te cambian para siempre, momentos que dividen tu existencia en un antes y un…
End of content
No more pages to load






