Continuando con más noticias de Estados Unidos, un exmánager de música regional mexicana ha sido sentenciado por presuntos vínculos con el Cártel Jalisco Nueva Generación. Ángel Hernández, ¿qué tal? Buenas tardes. En abril de 2018, en una lujosa oficina de Los Ángeles, el cantante Gerardo Ortiz temblaba mientras agentes del FBI le mostraban fotos que cambiarían su vida para siempre.
Las fotos revelaron sus vínculos con el Cártel Jalisco Nueva Generación, el imperio criminal más poderoso de México. Lo que siguió a esa reunión desencadenó una traición que sacudió los cimientos de la industria de la música regional mexicana y envió a uno de los productores más influyentes del entretenimiento latino directamente a una prisión federal estadounidense.
Esta es la historia de cómo el miedo, la ambición y una decisión desesperada destruyeron imperios multimillonarios y terminaron con el asesinato de un hombre en un elegante restaurante de la Ciudad de México. En los próximos minutos, revelaremos el nombre del próximo artista que podría ser víctima de la traición que está sacudiendo la escena de la música regional mexicana.
El 26 de abril de 2018 marcó el principio del fin para José Ángel del Villar. Ese día, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos designó oficialmente a Jesús Pérez Albear, alias Chuco, como operador financiero de los cárteles CJNG y Los Quinies. La noticia causó un gran revuelo en las oficinas de Del Entertainment en California, pero Del Villar, con su característico traje italiano y su sonrisa confiada, decidió que el espectáculo debía continuar.
Había mucho dinero en juego: millones de dólares en contratos firmados y una red de conciertos que no podía cancelar sin levantar sospechas. Agentes federales habían estado vigilando la operación durante meses. Interceptaron llamadas, rastrearon transferencias bancarias y registraron cada movimiento sospechoso.
El FBI sabía que Pérez Albear era más que un exitoso promotor de conciertos; también era una figura clave en una red de lavado de dinero, canalizando millones de dólares en ganancias ilícitas a través de la venta de entradas, alquileres privados y estancias en hoteles de cinco estrellas pagadas con tarjetas de crédito corporativas.
Cada concierto de Gerardo Ortiz era una operación de blanqueo perfectamente orquestada. Esa misma tarde de abril, en una reunión secreta en un hotel de Beverly Hills, agentes especiales del FBI citaron a Gerardo Ortiz, le mostraron documentos clasificados, fotografías de vigilancia y grabaciones que lo vinculaban directamente con la red criminal.

“Tienes dos opciones”, le dijeron los agentes mientras el cantante sudaba frío en la habitación climatizada. “¿Cooperas con nosotros o enfrentas cargos federales que podrían enviarte a prisión por 20 años? Ortiz, con su carrera en la cima y millones de fanáticos esperando su próximo álbum, tomó la decisión que cambiaría todo.
Pero Del Villar, ajeno a la traición que se gestaba en su propio círculo íntimo, continuó con sus planes. Tres días después de la advertencia federal, organizó el concierto de Aguas Calientes, un evento masivo que prometía ser uno de los más lucrativos del año. El pago se realizó directamente con la tarjeta de crédito de Pérez Albear, una transacción de cientos de miles de dólares que quedaría registrada para siempre en los archivos del FBI.
El jet privado que transportó a Ortiz costó $80,000 pagados por la misma cuenta bancaria marcada por el Departamento del Tesoro. Los mensajes de WhatsApp entre del Villar y Pérez comenzaron a intensificarse. Todo está bajo control. Escribía Del Villar mientras organizaba las logísticas. Los federales no pueden tocarnos si mantenemos el perfil bajo.
Qué equivocado estaba. Cada mensaje, cada llamada, cada transacción estaba siendo monitoreada y grabada. El FBI había convertido a Gerardo Ortiz en su informante estrella y el cantante, aterrorizado por las consecuencias, grababa cada conversación con un dispositivo oculto proporcionado por los agentes.
En los pasillos de Dell Entertainment, los empleados notaban cambios extraños. Del Villar pasaba horas encerrado en su oficina destruyendo documentos y borrando archivos de su computadora. Su asistente personal Later testificaría que lo vio quemar contratos en el estacionamiento trasero del edificio una noche de mayo. La paranoia había comenzado a consumirlo, pero ya era demasiado tarde.
La red se cerraba inexorablemente. El concierto de Aguascalientes fue un éxito rotundo. 20,000 personas cantaron las canciones de Ortiz mientras el dinero del narcotráfico se lavaba ante los ojos de todos. Pérez Albear observaba desde el palco VIP. brindando con champa francés de $1,000 la botella, sin saber que su protegido estrella llevaba un micrófono del FBI cosido en el [ __ ] de su chamarra de cuero.
Cada palabra, cada brindis, cada amenaza velada quedó grabada en los servidores federales. La presión sobre Ortiz era insoportable. Sus manos temblaban antes de cada presentación, sabiendo que estaba traicionando a hombres capaces de ordenar su muerte con una simple llamada telefónica. Pero el FBI le había prometido protección, una nueva identidad, si era necesario, y la oportunidad de salvar su carrera si cooperaba plenamente.
Entre la espada y la pared, Ortiz eligió su supervivencia. Mientras tanto, en las sombras del mundo criminal, los que comenzaban a sospechar. Demasiadas operaciones habían sido interceptadas últimamente. Demasiados cargamentos confiscados. Alguien estaba hablando y Pérez Albear, con su instinto afilado por años en el negocio, comenzó a mirar con desconfianza a su círculo cercano, pero nunca sospechó de Ortiz, el joven cantante que había convertido en estrella y que consideraba casi como un hijo. Ese error le costaría todo. mayo
de 2018 trajo consigo una escalada dramática en las operaciones. Del Villar, cegado por la ambición y los millones que fluían como río, organizó una gira de verano que prometía ser la más lucrativa en la historia de Dell Entertainment, 15 ciudades, estadios llenos y cada boleto vendido representaba dinero sucio, transformándose en ganancias aparentemente legítimas.
Los documentos judiciales revelarían después que esta gira movió más de 30 millones de dólares, de los cuales al menos la mitad provenía directamente de las arcas del COTNG. Gerardo Ortiz se había convertido en el activo más valioso del FBI en esta operación. Cada noche, después de sus presentaciones, se reunía en habitaciones de hotel con agentes encubiertos para entregar grabaciones y documentos.
Su testimonio era devastador. Describía reuniones donde se discutían abiertamente los métodos de lavado, fiestas privadas donde los capos del cartel se mezclaban con celebridades y amenazas veladas contra quienes se atrevieran a romper el código de silencio. Del Villar sabía todo. Declararía Ortiz ante el tribunal años después.
conocía el origen del dinero y diseñó específicamente el sistema para blanquearlo. La red de corrupción se extendía más allá de lo que el FBI había imaginado inicialmente. Involucraba a promotores en cada ciudad importante de México y el suroeste de Estados Unidos, empresas de transporte, compañías de seguridad privada y hasta funcionarios municipales que facilitaban los permisos para los eventos.
Pérez Albear había construido un imperio donde el entretenimiento y el crimen organizado eran indistinguibles. Cada concierto era una operación militar. Sicarios vestidos de guardias de seguridad, contadores del cartel manejando las taquillas y mulas transportando efectivo en los autobuses de la gira.
En junio ocurrió el primer indicio de que algo andaba mal. Un cargamento de drogas vinculado a la red de Pérez fue interceptado en la frontera de Texas. La información había llegado a las autoridades con una precisión quirúrgica que solo podía venir de alguien dentro del círculo íntimo. Pérez convocó una reunión de emergencia en una mansión en Guadalajara.
Del Villar voló en secreto para asistir, dejando su teléfono en Los Ángeles para evitar el rastreo GPS, sin saber que Ortiz había informado al FBI sobre la reunión y que satélites de vigilancia seguían cada movimiento. Durante esa reunión, que duró hasta el amanecer, Pérez interrogó a cada miembro de su organización. Las sospechas recaían sobre todos, menos sobre Ortiz, quien magistralmente interpretó el papel de artista inocente preocupado solo por su música.
Del Villar defendió veementemente la integridad de su operación, asegurando que el problema debía estar en México, no en su impecable estructura estadounidense. “Mis artistas son profesionales”, insistió. No saben nada sobre el origen del dinero. La ironía de sus palabras se revelaría brutalmente en el juicio.
El FBI, mientras tanto, aceleraba su investigación. Habían recopilado suficiente evidencia para procesar a docenas de personas, pero querían a los peces gordos. Del Villar se había convertido en el objetivo principal, un ciudadano estadounidense operando desde California, facilitando el lavado de dinero del cartel más peligroso de México.
Su captura enviaría un mensaje claro a toda la industria del entretenimiento latino. Nadie estaba por encima de la ley. Las tensiones en Dell Entertainment eran palpables. Los empleados notaban reuniones secretas, visitantes extraños que llegaban a altas horas de la noche y la creciente paranoia de su jefe. Del Villar había instalado un sistema de seguridad digno de una instalación militar con cámaras en cada rincón y guardaespaldas que lo seguían hasta el baño.
Había comenzado a variar sus rutas diarias y a usar autos diferentes cada día. Sabía que las paredes se cerraban, pero no podía determinar de dónde vendría el golpe. Julio trajo consigo el punto de no retorno. Ortiz, bajo una presión psicológica extrema, casi colapsa durante un concierto en Phoenix. En medio de una canción, olvidó la letra y permaneció paralizado en el escenario por varios segundos eternos.
El público pensó que era parte del show, pero Pérez, observando desde bastidores, notó algo diferente. Había visto el miedo antes y reconoció sus síntomas en los ojos del cantante. Esa noche ordenó que vigilaran a Ortiz las 24 horas. La vigilancia sobre Ortiz complicó enormemente su trabajo como informante. Los sicarios lo seguían a todas partes.
Revisaban su habitación de hotel, intervenían sus llamadas. El FBI tuvo que desarrollar métodos cada vez más sofisticados para comunicarse con él, mensajes codificados en redes sociales, encuentros casuales en baños de restaurantes. Incluso utilizaron a una fanática falsa que en realidad era una agente encubierta.
La operación se había convertido en un juego mortal de ajedrez, donde un movimiento en falso significaría muerte. En agosto de 2018, el FBI finalmente tenía todo lo que necesitaba. Las grabaciones de Ortiz, combinadas con registros financieros, testimonios de otros informantes y vigilancia electrónica, pintaban un cuadro completo de la operación criminal.
Era momento de atacar, pero necesitaban hacerlo de manera que protegiera a su informante estrella y garantizara condenas sólidas. La estrategia sería quirúrgica. Primero caería del Villar, luego el resto del dominó. Septiembre de 2018 marcó el principio del fin. Los agentes federales ejecutaron una serie de redadas coordinadas en múltiples estados.
Las oficinas de del Entertainment en Los Ángeles fueron allanadas al amanecer del día 12. Del Villar, quien había pasado la noche en vela destruyendo documentos, fue arrestado en su mansión de Beverly Hills mientras intentaba escapar por la puerta trasera. La imagen de él, siendo esposado en pijama de seda, se filtraría a la prensa, destruyendo la imagen del magnate intocable que había cultivado durante años.
Simultáneamente, las autoridades mexicanas, actuando con información proporcionada por el FBI, realizaron operativos en Guadalajara, Ciudad de México y Tijuana. Sin embargo, Pérez Albear, alertado por sus contactos corruptos en el gobierno, logró escapar minutos antes de que llegaran a su penhouse. Desde la clandestinidad comenzó a armar el rompecabezas de la traición.
Los arrestos habían sido demasiado precisos, la información demasiado detallada. Alguien desde adentro había hablado y todas las pistas apuntaban hacia el círculo de Del Entertainment. Gerardo Ortiz fue puesto bajo protección federal inmediatamente. El FBI sabía que su vida pendía de un hilo. Lo trasladaron a una ubicación secreta mientras se preparaba para el momento más peligroso de toda la operación.
Su testimonio público contra del Villar. El cantante, que había pasado de estrella del regional mexicano a testigo protegido, vivía con el terror constante de la venganza del cartel. No podía dormir, apenas comía y había desarrollado un tic nervioso en el ojo izquierdo que lo delataría para siempre. Los abogados de Del Villar, un equipo de los más caros y despiadados litigantes de California, intentaron todas las maniobras legales posibles.
Argumentaron entrapment, violación de derechos constitucionales, evidencia obtenida ilegalmente. Pero los fiscales federales tenían un caso hermético. Los registros bancarios mostraban transferencias millonarias desde cuentas vinculadas al CJNG. Las grabaciones de Ortiz capturaban a Del Villar discutiendo abiertamente el lavado de dinero.
Era imposible negar la evidencia. En octubre, la prensa latina explotó con la noticia. Los titulares gritaban traición, corrupción y el fin de una era en la música regional mexicana. Los fans de Ortiz se dividieron brutalmente. Algunos lo llamaban héroe por enfrentar al narco, otros lo tachaban de traidor y soplón. Las amenazas de muerte llegaban por miles a sus redes sociales, ahora manejadas por el FBI.
Su carrera, construida sobre la imagen del cantante valiente que cantaba narcocorridos estaba efectivamente muerta. Del Villar, desde la cárcel federal donde esperaba juicio, intentó negociar. ofreció nombres, fechas, cuentas bancarias. Prometió entregar a toda la red si le reducían la sentencia, pero los fiscales ya tenían lo que necesitaban y Del Villar había perdido su valor de negociación.
Su imperio de entretenimiento se desmoronaba día a día. Los artistas rescindían contratos, los patrocinadores huían, las cuentas bancarias eran congeladas. El hombre que una vez controló millones, ahora dependía de un abogado de oficio pagado por el Estado. La industria musical latina entró en pánico. Docenas de promotores, cantantes y productores consultaron abogados, temiendo ser los siguientes.
Muchos cancelaron giras, rompieron asociaciones sospechosas y algunos simplemente desaparecieron. El mensaje del gobierno estadounidense había sido claro y contundente. No tolerarían que su industria del entretenimiento fuera usada para lavar dinero del narco. Las consecuencias se sentirían por años. En noviembre, Pérez Alvear reapareció brevemente en un video grabado desde la clandestinidad.
con el rostro parcialmente cubierto, prometió venganza contra los traidores. “La música regional mexicana siempre ha sido nuestra”, declaró. “Y los que olvidaron sus raíces pagarán el precio.” El video se viralizó en las redes del narco y muchos lo interpretaron como una sentencia de muerte directa contra Ortiz.
El FBI reforzó la seguridad del cantante trasladándolo constantemente entre casas seguras. El juicio de Del Villar comenzó en diciembre. La sala del Tribunal Federal en Los Ángeles se llenó de periodistas curiosos y miembros de ambos lados del conflicto. La seguridad era extrema. Detectores de metales, perros entrenados, francotiradores en los techos adyacentes.
Todos sabían que este juicio era más que un caso criminal. Era una declaración de guerra entre el estado de derecho y el poder del narco. Cuando Gerardo Ortiz subió al estrado como testigo estrella de la fiscalía, el silencio en la sala era absoluto. Vestido con un traje gris discreto, muy diferente a sus llamativos atuendos de escenario, relató con voz temblorosa, pero clara como Del Villar lo había involucrado en el esquema de lavado.
escribió las amenazas veladas, las presiones para continuar actuando incluso después de saber el origen del dinero y el miedo constante de terminar muerto si se negaba. Su testimonio duró 3 días, tres días en los que desnudó completamente la operación criminal que había financiado su ascenso al estrellato. El año 2019 comenzó con el veredicto, culpable en todos los cargos.
José Ángel del Villar fue sentenciado a 4 años de prisión federal y multado con 2 millones de dólares. Del Entertainment recibió una multa adicional de 1.8 millones de dólares. La jueza federal Maame Ewusi Mensa fue especialmente dura en su sentencia. Usted no solo facilitó el lavado de dinero del narco, le dijo a Del Villar, sino que corrompió una industria entera y puso en peligro la vida de artistas que confiaron en usted.
Del Villar, quien había entrado al tribunal con la esperanza de una sentencia suspendida, salió esposado hacia una celda federal. Gerardo Ortiz por su cooperación recibió una sentencia mínima, libertad condicional y servicio comunitario, pero su verdadera condena era vivir con el miedo constante y la pérdida total de su carrera.
No podía regresar a México, no podía actuar en los venius tradicionales del regional mexicano y su nombre se había convertido en sinónimo de traición en los círculos que una vez lo adoraron. El FBI le ofreció entrar al programa de protección de testigos, pero Ortiz, aferrado a los últimos vestigios de su identidad, rechazó la oferta.
Mientras Del Villar comenzaba su sentencia en una prisión federal de mínima seguridad en California, Pérez Albear consolidaba su poder desde las sombras. A pesar de estar prófugo, continuaba manejando sus operaciones, ahora con mayor cautela y brutalidad. Los que habían testificado o cooperado con las autoridades comenzaron a aparecer muertos en circunstancias misteriosas.
Un promotor menor fue encontrado en el desierto de Sonora. Otro desapareció después de salir de un restaurante en Culiacán. El mensaje era claro. La traición se pagaba con sangre. La industria del entretenimiento latino intentaba recuperarse del escándalo. Nuevas regulaciones fueron implementadas, requiriendo verificación exhaustiva del origen de los fondos para grandes eventos.
Muchos artistas contrataron equipos legales para auditar sus finanzas y asegurarse de no estar inadvertidamente involucrados con dinero sucio. La era del dinero fácil y las preguntas no hechas había terminado abruptamente. En prisión, Del Villar intentaba mantener un perfil bajo, pero su fama lo precedía y pronto se encontró navegando las peligrosas aguas de la política carcelaria.
Los prisioneros conectados con carteles mexicanos lo veían como un traidor que había puesto en peligro sus operaciones. Los prisioneros comunes lo veían como un objetivo rico para extorsión. Cada día era una lucha por sobrevivir, muy lejos del lujo y poder que una vez disfrutó. Ortiz intentó reinventarse, lanzó música bajo un pseudónimo, exploró otros géneros, incluso intentó actuar, pero su pasado lo perseguía como una sombra.
Cada vez que parecía ganar algo de tracción, aparecían las historias, los recordatorios de su traición, las amenazas renovadas. Vivía en un limbo, ni completamente libre ni completamente prisionero, pagando diariamente el precio de su decisión de cooperar con el FBI. En 2020 las cosas tomaron un giro aún más oscuro.
Varios asociados de Dell Entertainment, que habían evitado la persecución inicial comenzaron a ser arrestados. Las investigaciones revelaron que Del Villar desde prisión había estado proporcionando información adicional a cambio de reducciones en su sentencia. Su transformación de rey del entretenimiento a informante serial estaba completa.
Cada revelación profundizaba el odio hacia él en los círculos criminales. Pérez Albear, mientras tanto, había expandido sus operaciones. Usando la lección aprendida del caso del Villar, creó una estructura más compartimentada, más difícil de penetrar. Los artistas ahora trabajaban a través de múltiples intermediarios, sin saber nunca realmente quién financiaba sus eventos.
Era más complicado, menos lucrativo, pero más seguro. El narco había aprendido y adaptado, como siempre lo hace. Las consecuencias psicológicas en Ortiz se intensificaban. Desarrolló ansiedad severa, ataques de pánico, paranoia clínica. Los psiquiatras del FBI documentaron un deterioro progresivo en su salud mental.
El hombre que una vez comandaba escenarios frente a miles, ahora apenas podía salir de su casa sin sufrir un colapso nervioso. Su familia, también bajo protección, vivía en un estado constante de miedo y aislamiento. En 2021, desde prisión, Del Villar intentó un último gambito desesperado. ofreció escribir un libro revelando todos los secretos de la industria, nombrando a cada artista, promotor y ejecutivo involucrado con el narco.
El FBI rechazó la oferta, considerándola demasiado peligrosa y potencialmente desestabilizadora, pero el rumor de la existencia de tal manuscrito envió ondas de pánico a través de la industria. Muchos se preguntaban qué secretos guardaría del billar y cuándo podrían salir a la luz. Diciembre de 2024 trajo el acto final de esta tragedia.
Jesús Pérez Albear, después de años en la clandestinidad, decidió emerger para una reunión crucial en un restaurante de lujo en la ciudad de México. Fuentes de inteligencia sugieren que estaba negociando una tregua con facciones rivales del cartel, intentando consolidar el control sobre las operaciones de entretenimiento que habían sido fragmentadas desde el caso del Villar.
Fue un error fatal de cálculo. El restaurante ubicado en Polanco era conocido por su discreción y su clientela exclusiva. Pérez llegó con un sequito mínimo, confiando en la supuesta neutralidad del lugar. Ordenó su plato favorito, un corte de carne importado de Japón que costaba $,000. Mientras cortaba el primer bocado, un comando armado irrumpió.
En menos de 30 segundos, Pérez y sus guardaespaldas estaban muertos. Los asesinos desaparecieron en la noche de la ciudad de México, dejando atrás una escena que sería portada en todos los periódicos del país. La muerte de Pérez envió ondas de choque a través del bajo mundo criminal y la industria del entretenimiento.
Algunos lo vieron como justicia poética, otros como el cierre violento de un capítulo oscuro. Las teorías sobre quién ordenó el golpe abundaban. rivales del cartel, antiguos socios traicionados. Incluso se especuló sobre una operación encubierta del gobierno. La verdad, como tantas veces en México, permanecería enterrada con los muertos.
Del Villar, próximo a completar su sentencia, recibió la noticia en su celda. Los guardias reportaron que pasó toda la noche despierto, posiblemente preguntándose si él sería el siguiente. Su liberación programada para 2025 ya no parecía la libertad que había imaginado. Sería libre de la prisión física, pero prisionero de por vida del miedo y las consecuencias de sus acciones.
Su fortuna estaba perdida, su reputación destruida y su vida en constante peligro. Gerardo Ortiz, al enterarse de la muerte de Pérez, experimentó una mezcla compleja de alivio y terror renovado. El hombre que lo había introducido al mundo del narco estaba muerto, pero eso no significaba que las amenazas habían terminado.
El cartel tenía memoria larga y había muchos dispuestos a vengar viejas traiciones. Esta noche el FBI lo trasladó nuevamente, esta vez a una ubicación tan secreta que ni siquiera su familia sabría dónde estaba. La industria de la música regional mexicana intentaba pasar página, pero las cicatrices eran profundas.
Los nuevos artistas eran escrutados intensamente. Los promotores operaban bajo vigilancia constante y el dinero fácil del narco había sido reemplazado por inversiones más cautelosas y legítimas. Algunos veteranos de la industria lo llamaban el fin de la edad de oro. Otros lo veían como un necesario y doloroso renacimiento.
Las lecciones del caso del Villar resonaban en cada nivel de la industria. Los sellos discográficos implementaron departamentos de compliance. Los artistas contrataban investigadores privados para verificar a sus promotores y los VENUS requerían documentación exhaustiva del origen de los fondos. Era un mundo nuevo, más complicado, menos lucrativo, pero indudablemente más seguro y legal.
En las calles de Culiacán, Los Ángeles y Ciudad de México, los corridos sobre esta historia ya circulaban. Algunos pintaban a Ortiz como un traidor, otros como un sobreviviente. Del Villar era alternativamente un genio caído o un codicioso que recibió su merecido. Pérez era un mártir del negocio o un criminal que finalmente enfrentó la justicia.
La verdad, como siempre en estas historias, dependía de quién la contara. El FBI consideró la operación un éxito rotundo. Habían desmantelado una red de lavado de dinero de cientos de millones de dólares, enviado un mensaje claro a la industria del entretenimiento y demostrado que nadie estaba por encima de la ley.
Pero los agentes involucrados sabían que era solo una batalla en una guerra interminable. Mientras hubiera dinero del narco buscando legitimarse, habría quienes estarían dispuestos a ayudar sin importar las consecuencias. Mientras 2025 avanza, José Ángel del Villar se prepara para su liberación, sabiendo que la libertad será relativa. Gerardo Ortiz continúa en las sombras, su talento desperdiciado por las decisiones que tomó.
Y en algún lugar de México, los herederos del Imperio de Pérez Alvear ya están reconstruyendo, aprendiendo de los errores del pasado, preparándose para el próximo capítulo de esta interminable historia de ambición. Traición y supervivencia en el despiadado mundo donde el entretenimiento y el crimen organizado se entrelazan fatalmente.
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