A los 20 años, Isadora creía que su vida había terminado cuando la obligaron a casarse con un rey de 70 años que todos temían. Pero en su noche de bodas, cuando él se quitó la máscara que había usado durante años, descubrió que el hombre más poderoso del reino había estado mintiendo sobre algo que lo cambiaría todo, incluso su capacidad de amar de nuevo. La carta llegó un martes lluvioso de octubre.
Isadora Balmont la sostuvo con manos temblorosas mientras las palabras danzaban ante sus ojos empañados por las lágrimas. “Su majestad, el rey Maximiliano de Aldoria solicita su mano en matrimonio. Las letras doradas del sello real parecían burlarse de su juventud, de sus sueños, de todo lo que había imaginado para su futuro.
“No puedes negarte”, le dijo su tía, la duquesa Beatriz, con voz tan fría como el mármol del palacio. “Nuestra familia está arruinada. Este matrimonio salvará nuestro honor y nuestras tierras. Isadora conocía las historias. El rey maximiliano, viudo tres veces, un hombre cuya edad avanzada era solo superada por su reputación de crueldad.
Los susurros de la corte hablaban de sus extrañas costumbres, de cómo rara vez se dejaba ver en público, de su temperamento impredecible. Tienes 70 años”, murmuró Isadora, la voz quebrándose. “Y tú tienes 20, 50 años de diferencia que asegurarán tu viudez temprana y tu libertad futura,” replicó su tía sin piedad.
Aprende a ver las ventajas, niña. Pero mientras miraba por la ventana hacia los jardines donde alguna vez jugó siendo niña, Isadora no veía ventajas, solo veía el final de todo lo que conocía, el comienzo de una pesadilla de la cual no podría despertar jamás.
La muerte de sus padres dos años atrás había dejado a Isadora sin protección y sin dote. El conde Balmont había sido generoso pero imprudente, gastando la fortuna familiar en obras de caridad y mejoras para sus campesinos. Cuando la peste llegó al condado, él y su esposa murieron atendiendo a los enfermos, dejando solo deudas y una sobrina huérfana.
La duquesa Beatriz había acogido a Isadora más por obligación que por amor. Era una mujer calculadora que veía cada gesto como una inversión, cada sonrisa como una moneda de cambio. Durante dos años había buscado un matrimonio ventajoso para su sobrina, pero las ofertas eran escasas para una noble sin fortuna, hasta que llegó la propuesta del rey.

“¿Sabes cuántas doncellas darían todo por esta oportunidad?”, preguntó Beatriz mientras revisaba los términos del contrato matrimonial. Serás reina de Aldoria. Tus hijos serán príncipes, si es que los tengo susurroisadora, pensando en la edad del rey. Los rumores sobre el rey Maximiliano eran tantos como contradictorios. Algunos decían que era un tirano que ejecutaban nobles por diversión. Otros murmuraban que había perdido la cordura tras la muerte de su tercera esposa.
Los más atrevidos sugerían que practicaba artes oscuras para mantener su poder. Lo único consistente era su reclusión. Hacía años que no se presentaba en ceremonias públicas gobernando desde las sombras de su palacio. Sus decretos llegaban sellados con su anillo real, pero firmados por una mano que temblaba notablemente.
El primer encuentro se organizó en el salón principal del palacio real. Isadora llegó vestida de azul celeste, un color que realzaba sus ojos y suavizaba su palidez por el miedo. Esperó una hora antes de que apareciera. El rey Maximiliano entró apoyándose pesadamente en un bastón de ébano.
Su figura encorbada se ocultaba bajo túnicas oscuras y su rostro permanecía en las sombras de una capucha. Cuando finalmente se acercó, Isadora pudo ver unas manos sorprendentemente lisas emergiendo de las mangas bordadas. “Señorita Balmont,” su voz era grave, pero firme, sin el temblor que esperaba de un anciano. “Es usted más hermosa de lo que me informaron.
” Isadora hizo una reverencia manteniendo los ojos bajos, pero cuando se incorporó notó algo extraño. A pesar de su postura encorbada, el rey era considerablemente alto. Sus hombros, aunque ocultos, parecían anchos bajo las túnicas holgadas. Majestad, murmuró sin saber qué más decir. El matrimonio se celebrará en tres semanas, anunció él, sin preámbulos.
Espero que ese tiempo sea suficiente para sus preparativos. Durante los breves minutos de encuentro, Isadora observó cada detalle que pudo. Sus manos definitivamente sin las manchas de la edad, su postura encorbada, pero con una elegancia natural que parecía forzada, y su respiración profunda y regular, no la de un hombre al borde de los 70 años.
Cuando él se retiró, Isadora se quedó con más preguntas que respuestas, pero el destino estaba sellado. En tres semanas sería la esposa del hombre más poderoso y misterioso del reino, y nada podría cambiar ese hecho. La mañana de la boda, Isadora se vistió como si fuera su propio funeral. El vestido de novia confeccionado en sedas blancas y encajes de Venecia era una obra maestra que habría hecho suspirar de alegría a cualquier otra novia. Para ella era un sudario elegante.
Sus doncellas trabajaron en silencio, trenzando perlas en su cabello castaño y aplicando polvos para disimular su palidez mortal. En el espejo veía a una desconocida, hermosa, elegante y completamente aterrorizada. La catedral de San Adrián nunca había visto una ceremonia tan grandiosa. Nobles de toda Aldoria se congregaron para presenciar el matrimonio de su rey con la joven desconocida.
Los susurros corrían entre los invitados como viento entre las hojas. “50 años de diferencia”, murmuró una dama a su acompañante. “La pobre criatura parece a punto de desmayarse”, respondió otra. “¿Por qué a ella? ¿Por qué ahora?” Isadora caminó hacia el altar con pasos que parecían llevarla al cadalzo. Su tía la acompañaba irradiando satisfacción por el matrimonio que aseguraba la fortuna familiar.
Pero Isadora solo podía pensar en los años que se extendían ante ella como un desierto interminable. El rey la esperaba frente al altar, una figura imponente, a pesar de su aparente fragilidad. Vestía túnicas ceremoniales que ocultaban completamente su forma y una corona que proyectaba sombras sobre su rostro. Cuando ella se acercó, él extendió una mano para recibirla. Al tocar su mano, Isadora sintió una descarga extraña.
Sus dedos eran largos, elegantes y definitivamente no pertenecían a un anciano. La piel era suave, sin arrugas, casi tibia contra la suya fría por el miedo. “Perdóname”, le susurró él al oído mientras el sacerdote comenzaba la ceremonia. Las palabras la confundieron.
Perdón, ¿por qué? ¿Por la diferencia de edad? ¿Por el matrimonio forzado, por algo más? Durante el intercambio de votos, Isadora notó más inconsistencias. Su voz, aunque modulada para sonar anciana, tenía una resonancia que hablaba de pulmones jóvenes y fuertes. Sus movimientos, calculadamente lentos, a veces revelaban una agilidad natural que se esforzaba por ocultar. Cuando llegó el momento del beso ritual, él se acercó con cuidado extremo, rozando apenas sus labios con los suyos.
Pero en ese contacto fugaz, Isadora sintió algo que la dejó sin aliento, calor, suavidad y una ternura inesperada que contrastaba violentamente con todo lo que había imaginado. La ceremonia concluyó entre aplausos corteses y felicitaciones forzadas.
Los invitados se dirigieron al banquete nupcial, pero Isadora apenas podía concentrarse en las conversaciones. Su mente bullía con preguntas sobre el hombre que ahora era su esposo. Algo no encajaba. Las piezas del rompecabezas no formaban la imagen que todos esperaban ver. Y esa noche, en la intimidad de la alcoba real, quizás finalmente obtendría algunas respuestas.
La alcoba real era un santuario de lujo que intimidaba tanto como fascinaba. Tapices de oro adornaban las paredes y una chimenea de mármol proyectaba sombras danzantes sobre los muebles tallados. Isadora esperaba sentada al borde de la cama matrimonial con un camisón de seda que le habían preparado las doncellas. Sus manos temblaban cuando escuchó pasos acercándose.
La puerta se abrió lentamente y el rey entró con la misma cautela que había mostrado durante toda la ceremonia. Llevaba una bata de terciopelo oscuro que ocultaba su figura y en la penumbra de la habitación parecía más una sombra que un hombre. No temas. Fueron sus primeras palabras. y había algo en su tono que la tranquilizó inesperadamente.
No sucederá nada que tú no desees. Isadora levantó la vista sorprendida. Había esperado exigencias, imposiciones propias de un matrimonio medieval. En cambio, encontró consideración. Majestad comenzó, pero él levantó una mano. Maximiliano, dijo simplemente, en la intimidad de esta habitación, solo Maximiliano. Se acercó a la ventana manteniéndose en las sombras.
La luz de la luna se filtraba entre las cortinas, creando un juego de luces y sombras que hacía difícil distinguir sus rasgos con claridad. “Eres muy joven”, murmuró, “Más para sí mismo que para ella. Demasiado joven para estar atada a un hombre como yo. La edad no es solo un número,”, preguntó Isadora, sorprendiéndose de su propia audacia. Él se volvió hacia ella y por un momento la luz de la luna iluminó parte de su rostro. Lo que vio la dejó sin aliento.
No había arrugas profundas, no había la piel curtida por décadas, había líneas de expresión, sí, pero sutiles, como las de un hombre que había vivido intensamente, no extensamente. A veces, respondió él, y su voz sonó más joven de lo que recordaba.
Esa primera noche él durmió en un sillón junto a la chimenea, insistiendo en que ella necesitaba tiempo para adaptarse a su nueva vida. Pero Isadora no pudo dormir. Se quedó despierta observando su silueta en la penumbra, notando como su respiración era profunda irregular, como ocasionalmente se movía con una fluidez que contradecía su aparente vejez. Los días siguientes trajeron más inconsistencias.
Durante los desayunos privados, Maximiliano demostraba un conocimiento sorprendente de literatura contemporánea, filosofías modernas y acontecimientos recientes que pocos hombres de su supuesta edad seguirían con tanto detalle. ¿Habéis leído las obras de Montainta?, preguntó una mañana mientras cortaba frutas con movimientos precisos y elegantes.
Algunos fragmentos admitió Isadora. Mi padre decía que era demasiado avanzado para mentes jóvenes, al contrario, sus ojos brillaron con una pasión que parecía ardor juvenil. Montainne comprende que la sabiduría no viene con la edad, sino con la experiencia consciente. Un joven que reflexiona puede ser más sabio que un anciano que simplemente existe. Estas conversaciones se volvieron el punto más brillante de sus días.
Maximiliano era un interlocutor fascinante, culto sin ser pedante, profundo sin ser aburrido. Y durante estas charlas, Isadora notaba que su postura se enderezaba naturalmente, que sus gestos se volvían más fluidos, que su voz perdía la ronquera forzada. Una noche, creyendo que ella dormía, lo observó levantarse del sillón. Sus movimientos fueron completamente naturales, sin rastro de rigidez o dolor.
Se acercó a la ventana con pasos seguros y bajo la luz de la luna, su silueta era la de un hombre en la plenitud de la vida. Isadora cerró los ojos rápidamente cuando él se volvió, pero su corazón latía desbocado. Las piezas del rompecabezas comenzaban a formar una imagen completamente diferente, una posibilidad tan improbable que no se atrevía a considerarla seriamente. Algo estaba terriblemente mal o terriblemente bien.
La curiosidad se había vuelto una obsesión. Isadora comenzó su investigación discretamente, explorando la biblioteca real en busca de pistas sobre su misterioso esposo. Los retratos oficiales del rey Maximiliano se detenían abruptamente 10 años atrás, como si hubiera decidido evitar a los pintores de la corte. Lady Isadora la interceptó una sirvienta anciana llamada Marta.
¿Puedo ayudarla con algo? Solo curiosidad sobre la historia del palacio. Mintió Isadora. Estos retratos son fascinantes. Conocisteis al rey cuando era más joven. Los ojos de Marta se nublaron con una extraña mezcla de confusión y tristeza. Su majestad, siempre ha sido reservado sobre su apariencia, respondió cuidadosamente, especialmente después de los acontecimientos difíciles. ¿Qué acontecimientos? No es mi lugar hablar de ello, majestad.
Pregúntele a su esposo. Pero hacer preguntas directas era imposible. Maximiliano había desarrollado un patrón de comportamiento que la intrigaba cada vez más. En público, cuando aparecía ocasionalmente en audiencias, se movía con la lentitud calculada de un anciano.
Su voz temblaba apropiadamente, su bastón golpeteaba contra el suelo de mármol y su postura encorbada sugería el peso de décadas. En privado, sin embargo, era como si se quitara una máscara invisible. Una tarde, mientras él creía y ya paseaba por los jardines, Isadora regresó silenciosamente a la alcoba para recoger un libro olvidado. Lo encontró de pie frente al escritorio, leyendo correspondencia con una postura perfectamente erguida.
Sus movimientos eran seguros, elegantes y cuando se volvió ligeramente hacia la ventana, ella pudo ver su perfil con claridad. No era el rostro de un hombre de 70 años, era el rostro de alguien que podría tener 30, quizás menos. Las líneas que había notado eran sutiles, productos del estrés más que del tiempo.
Su cabello, que siempre parecía canoso bajo la capucha, mostraba hebras oscuras que sugerían un tinte aplicado cuidadosamente. Se retiró sin hacer ruido, el corazón latiéndole con fuerza. Las implicaciones de lo que había visto eran imposibles de procesar. Esa noche, durante la cena privada, observó cada uno de sus gestos con nueva intensidad.
¿Encontraste algo interesante en la biblioteca?, preguntó él cortando la carne con manos firmes que no temblaban en absoluto. “Algunos libros de historia”, respondió ella cuidadosamente. “Me preguntaba sobre los retratos reales. Parecen incomplitos.” Sus ojos se encontraron por un momento y ella vio algo que la sobresaltó. Alerta cautela y quizás un toque de miedo.
“Los retratos pueden ser engañosos”, dijo finalmente. A veces muestran lo que la gente espera ver, no necesariamente la verdad. “¿Y qué es la verdad?”, preguntó Isadora, sorprendiéndose de su propia audacia. Maximiliano dejó los cubiertos sobre el plato sus movimientos tensos.
La verdad, querida Isadora, es a menudo más complicada de lo que aparenta. Esa noche ella fingió dormir mientras lo observaba. Él se levantó como de costumbre, pero esta vez se dirigió hacia un espejo de cuerpo entero que había en un rincón oscuro de la habitación. Con movimientos cuidadosos, comenzó a remover algo de su rostro, maquillaje, postizos.
Desde su posición en la cama no podía ver con claridad, pero sus sospechas se intensificaron. Al día siguiente, mientras él atendía asuntos de estado, Isadora exploró su escritorio. Entre los documentos oficiales encontró una carta personal dirigida a Adrián, firmada por alguien llamado Marcus. El contenido era críptico, pero hablaba de mantener la representación y el sacrificio necesario para el bien del reino. Adrián, ese no era el nombre del rey.
Cuando Maximiliano regresó esa tarde, ella estaba sentada junto a la ventana. aparentemente leyendo, pero su mente bullía con preguntas imposibles. Maximiliano dijo finalmente, “¿Alguna vez os habéis arrepentido de las decisiones que habéis tomado por el bien de otros?” Él se detuvo en seco, la pregunta claramente tocando algo profundo.
Todos los días admitió y por primera vez su voz sonó completamente genuina, sin artificio alguno. Pero algunas mentiras protegen verdades más importantes que ellas mismas. Isadora sintió que estaba al borde de descubrir algo monumental. La pregunta era si tendría el valor de confrontar la verdad cuando finalmente la conociera.
La confrontación llegó en una noche de tormenta. Los rayos iluminaban intermitentemente la alcoba real mientras Isadora permanecía despierta fingiendo dormir. Había decidido que esa noche obtendría respuestas sin importar las consecuencias. Maximiliano se levantó como cada noche, dirigiéndose hacia el espejo, pero esta vez Isadora se incorporó silenciosamente y lo siguió manteniéndose en las sombras.
Lo que vio la dejó sin aliento, con movimientos precisos, él se quitaba capas de maquillaje que añadían años a su rostro, removía postizos que creaban arrugas artificiales, se desprendía de una peluca canosa que ocultaba cabello castaño oscuro. Ante sus ojos, el rey Maximiliano, de 70 años se desvanecía, revelando a un hombre que no podía tener más de 30.
Dios mío”, susurró y se adora involuntariamente. Él se volvió bruscamente, sus ojos ahora claramente jóvenes y brillantes, encontrándose con los de ella. Por un momento eterno, ambos se quedaron inmóviles como estatuas congeladas por la sorpresa y el miedo. Isadora, su voz, libre de artificio, era profunda y melodiosa. La voz de un hombre en la flor de la vida.
¿Quién eres?, preguntó ella, la voz quebrándose entre el shock y algo que no se atrevía a nombrar como alivio. Él cerró los ojos como si el peso del mundo hubiera caído sobre sus hombros. Mi nombre es Adrián Monclair, conde de Westmch. Tengo 28 años. Las palabras cayeron entre ellos como piedras en agua tranquila, creando ondas que cambiarían todo para siempre.
¿Dónde está el rey verdadero? Muerto, respondió Adrián con una tristeza profunda. Murió hace 5 años en la batalla de Thornfield, defendiendo nuestras fronteras del ejército de Baldris. Isadora se acercó lentamente, estudiando su rostro real. Era hermoso de una manera que le cortaba la respiración.
Facciones aristocráticas, pero masculinas, ojos de color avellana que brillaban con inteligencia y dolor, y una boca sensual que había estado oculta bajo maquillaje envejecedor. ¿Por qué? Susurró, ¿por qué esta farsa? Adrián se dirigió hacia la ventana contemplando la tormenta que rugía afuera. Cuando Maximiliano murió, el reino estaba al borde de la guerra civil.
tenía enemigos internos que esperaban su muerte para reclamar el trono. Su hermano, el príncipe Roderick, era un tirano cruel que habría sumido a Aldoria en el caos. Yo era el comandante de la guardia real, el único que conocía la verdad de su muerte. El consejo real me pidió que mantuviera la ficción hasta que pudiéramos estabilizar el reino.
Pensamos que serían unos meses y se convirtieron en 5 años. Los enemigos nunca desaparecieron completamente. Valdris siguió amenazando nuestras fronteras. Roderick continuó conspirando desde el exilio. Y yo su voz se quebró. Yo me perdí en la mentira. Y Sadora se acercó más, sintiendo una compasión abrumadora por este hombre que había sacrificado su identidad por el bien de su pueblo.
¿Por qué te casaste conmigo? Un rey de 70 años podría haber permanecido soltero, porque el consejo insistió en que necesitaba un heredero para asegurar la sucesión y porque se volvió hacia ella, sus ojos brillando con una emoción intensa. Porque cuando te vi, cuando hablé contigo, sentí algo que había olvidado que existía. Qué esperanza. la posibilidad de que algún día pudiera volver a ser yo mismo.
Las lágrimas corrían por el rostro de Isadora, pero no eran lágrimas de tristeza, era alivio, comprensión y algo más profundo que no se atrevía a nombrar. “¿Sabes lo que he pensado estas semanas?”, susurró que me estaba volviendo loca, que estaba desarrollando sentimientos por un anciano, que había algo terriblemente mal conmigo.
Adrián se acercó lentamente, levantando una mano para tocar suavemente su mejilla. Sentimientos. Me enamoré de tu mente, de tu gentileza, de las conversaciones que compartíamos. Me enamoré de quien eras en la oscuridad cuando creías que no te observaba. Me enamoré del hombre detrás de la máscara sin siquiera saber que existía.
Isadora,” murmuró él, y había tanta ternura en su voz que ella sintió que su corazón podría romperse de felicidad. “¿Es real?”, preguntó ella. “Esto que siento, lo que veo en tus ojos, ¿es real?” En lugar de responder con palabras, Adrián se inclinó lentamente hacia ella. El beso que compartieron fue diferente de todo lo que Isadora había experimentado. Suave, pero apasionado, tierno, pero lleno de una promesa ardiente.
Era el beso de un hombre de 28 años a una mujer de 20. Era natural, apropiado, perfecto. Cuando se separaron, ambos estaban temblando. “Es lo más real que he sentido en 5 años”, susurró él contra sus labios. Las semanas siguientes fueron las más intensas de la vida de Isadora.
De día mantenía la farsa junto a Adrián, fingiendo ser la esposa sumisa de un rey anciano. De noche, en la intimidad de su alcoba, exploraban el amor verdadero que había florecido entre ellos. Adrián, sin sus disfraces, era una revelación constante. Su cuerpo era el de un guerrero en su mejor momento. Músculos definidos por años de entrenamiento, cicatrices que hablaban de batallas reales, manos callosas que habían empuñado espadas y firmado tratados.
Cuando la abrazaba, Isadora se sentía protegida y deseada de una manera que jamás había imaginado posible. “¿Cómo has soportado 5co años sin ser tú mismo?”, le preguntó una noche trazando con los dedos una cicatriz que cruzaba su pecho. “Me convencí de que era temporal”, respondió él besando su frente. Cada día pensaba. Mañana podré ser Adrián de nuevo, pero los mañanas se convirtieron en años y Adrián comenzó a sentirse como un extraño.
Y ahora, ahora siento que estoy despertando de una pesadilla muy larga, pero el despertar traía sus propios terrores. Mantener el secreto se volvía cada vez más difícil. Los miembros del Consejo Real notaban cambios sutiles en el comportamiento del rey. Su postura parecía más erguida, su voz más firme, sus decisiones más decisivas. Majestad, le dijo el canciller Marcus una tarde.
Os veo, Hejuesidu, ultimach. Adrián, vestido con sus ropajes reales y maquillaje envejecedor, se las arregló para encogerse visiblemente. El amor de una buena esposa puede obrar milagros, respondió con voz temblorosa. La reina Isadora ha traído nueva luz a mis días. Pero Marcus no parecía completamente convencido.
Sus ojos entrecerrados sugerían sospechas crecientes. En privado, Adrián compartió sus temores con Isadora. Marcus sospecha, otros también. Si descubren la verdad, ¿qué pasaría? En el mejor de los casos, acusaciones de traición. En el peor guerra civil. Los enemigos que hemos mantenido a raya todos estos años se alzarían inmediatamente.
Isadora tomó sus manos entre las suyas, notando como temblaban ligeramente. ¿Hay alguna manera de terminar con esto? De que puedas reclamar tu verdadera identidad solo si encontramos una manera de asegurar la sucesión y neutralizar a nuestros enemigos. Pero eso podría tomar años más.
Y mientras tanto, mientras tanto, vivo dividido entre dos vidas, rey Maximiliano durante el día, Adrián Monclair en nuestras noches robadas, la presión estaba afectando a ambos. Isadora comenzó a experimentar dolores de cabeza constantes por el estrés de mantener las apariencias. Adrián desarrolló insomnio levantándose en las madrugadas para caminar por la habitación como un animal enjaulado.
A veces pienso que sería más fácil si nunca hubieras descubierto la verdad. confesó él una noche particularmente difícil. No digas eso. Isadora se incorporó en la cama con los ojos brillando determinación. Lo que tenemos es real. Es lo único real en medio de todo este teatro. Pero, ¿a qué precio vives casada con un fantasma, enamorada de un hombre que técnicamente no existe? Existe.
Insistió Isadora, acercándose para tomar su rostro entre sus manos. Cada vez que me tocas, cada vez que me miras, cada vez que susurras mi nombre en la oscuridad, existes más que cualquier rey en su trono. Sus palabras lo conmovieron profundamente. Adrián la besó con una desesperación que hablaba de amor y terror mezclados. “Te amo”, murmuró contra sus labios.
Amo tu valentía, tu comprensión, la manera en que me ves como hombre y no como corona o máscara. Y yo te amo a ti, al verdadero tú, al hombre que sacrificó su identidad para salvar a su pueblo, al hombre que me trata como si fuera preciosa cuando todo el mundo me veía como mercancía. Pero el amor, por intenso que fuera, no podía resolver las realidades políticas que los rodeaban.
Los rumores sobre la salud mejorada del rey comenzaron a extenderse por la corte. Algunos nobles empezaron a hacer preguntas incómodas sobre por qué su majestad ya no recibía a médicos reales, por qué su apetito había mejorado tanto por qué su paso parecía más firme.
Una tarde, mientras paseaban por los jardines privados del palacio, ella del brazo de un rey aparentemente anciano y Isadora notó miradas especulativas de varios cortesanos. “Nos están observando más de lo usual”, murmuró. Lo sé”, respondió Adrián en voz baja. Marcus ha estado haciendo preguntas sobre mi pasado, verificando registros antiguos. “Creo que sospecha que algo no encaja.
” “¿Qué haremos?” “No lo sé”, admitió él, y la honestidad desnuda en su voz la asustó más que cualquier mentira. “Por primera vez en 5 años no tengo un plan.” Esa noche, mientras yacían juntos después de hacer el amor con una pasión teñida de desesperación, ambos sabían que su felicidad robada estaba llegando a un punto de quiebra.
El mundo exterior presionaba contra las paredes de su refugio secreto y pronto tendrían que enfrentar las consecuencias de la verdad. “Sea lo que sea que pase”, susurró Isadora en la oscuridad, “no arrepiento de haberte conocido, de haberte amado.” “Ni yo,”, respondió Adrián. estrechándola contra él como si pudiera protegerla del destino que se acercaba. Pase lo que pase, estos han sido los meses más reales de mi vida.
Pero ambos sabían que la realidad tiene una manera cruel de reclamar lo que le pertenece y su tiempo se estaba agotando. La crisis llegó con la rapidez de un rayo en cielo despejado. Una mañana de marzo, el canciller Marcus irrumpió en la sala del trono con noticias que helaron la sangre de Adrián.
Majestad, anunció con voz grave, hemos interceptado correspondencia del príncipe Roderick. Está reuniendo un ejército en las fronteras de Baldris. Plene a reclamar el trono, alegando que vos no sois quien pretendéis ser. Adrián, sentado en el trono real con toda su parafernalia de ancianidad, sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. “¿Qué pruebas tiene?”, preguntó manteniendo el temblor artificial en su voz.
afirma tener testimonios de soldados que estuvieron en Thornfield, soldados que juran haber visto morir al verdadero rey Maximiliano. El silencio que siguió fue ensordecedor. Marcus observaba cuidadosamente cada reacción, cada gesto, buscando confirmación de sus sospechas crecientes. “¿Y qué proponéis?”, preguntó finalmente Adrián.
“Que demostremos públicamente vuestra legitimidad. Una gran ceremonia, testimonios de nobles antiguos, exhibición de conocimientos que solo el verdadero rey podría poseer, era una trampa perfecta. Cualquier exhibición pública intensiva revelaría inevitablemente las inconsistencias en su actuación.
Esa noche, Adrián compartió las noticias con Isadora. Ella palideció al comprender las implicaciones. Si Roderick toma el poder, comenzó, será el fin de Aldoria como la conocemos. Terminó Adrián. Es cruel, ambicioso y tiene el apoyo de Valdris. Convertirá el reino en un estado vasallo o lo sumirá en guerras constantes.
¿Qué opciones tenemos? Adrián se levantó caminando hacia la ventana con pasos que ya no intentaba encorvar. Tres posibilidades. Primera, continuar la farsa y esperar a que las pruebas de Roderick no sean suficientes. Es arriesgado y si falla, seré ejecutado por traición. La segunda, revelar la verdad yo mismo, explicar por qué asumí la identidad del rey, apelar a la comprensión del pueblo y los nobles leales. Y la tercera, huir.
Esta misma noche, abandonar al Doria y dejar que Roderick tome lo que cree que le pertenece. Isadora se acercó a él tomando sus manos temblorosas. ¿Cuál elegirías si estuvieras solo? La segunda. Preferiría morir siendo honesto que vivir eternamente como mentira. Y conmigo a tu lado, contigo. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Contigo querría huir.
Querría llevarte lejos de aquí, vivir como Adrián y su esposa en algún lugar donde nadie nos conociera. Isadora guardó silencio por largos minutos, procesando las opciones. Finalmente levantó el rostro hacia él con una determinación férrea. ¿Cuántas personas morirían si Rodrick toma el poder? Miles, decenas de miles. Entonces, no tenemos opción real, ¿verdad? Adrián la miró con una mezcla de amor y admiración que la conmovió hasta el alma.
¿Estás dispuesta a arriesgarlo todo? Tu vida, tu seguridad, nuestro futuro juntos por ti. Sí, por nuestro pueblo. Sí, por la verdad. Esa noche tomaron la decisión que cambiaría el destino del reino. Adrián convocaría a una gran asamblea de nobles y revelaría la verdad completa.
Apostaría todo a la comprensión y lealtad de su pueblo, sabiendo que el fracaso significaría no solo su muerte, sino posiblemente la deisadora también. Si esto sale mal, le dijo mientras la abrazaba una última vez antes del amanecer. Quiero que sepas que estos meses contigo han valido más que todos los años de mi vida anterior.
No saldrá mal, respondió ella con una confianza que no sentía completamente. La verdad tiene su propio poder y el pueblo de Aldoria conoce la diferencia entre un líder que se sacrifica por ellos y uno que los sacrificaría por su ambición. Al día siguiente, los heraldos anunciarían la gran asamblea.
En tres días, Adrián Moncleir se quitaría para siempre la máscara del rey Maximiliano, para bien o para mal. La gran sala del trono nunca había albergado una asamblea tan tensa. Nobles de todo el reino se congregaron, sus rostros reflejando curiosidad, sospecha y temor. Los rumores habían corrido como fuego. El rey tenía algo monumental que revelar y Sadora ocupaba su lugar en el trono menor.
Su corazón latiendo tan fuerte que temía que todos pudieran escucharlo. Vestía sus mejores galas, sabiendo que esta podría ser la última vez que las usaría como reina. Adrián entró con la pompa real acostumbrada, pero había algo diferente en su porte. Incluso bajo sus ropajes envejecedores, su paso parecía más decidido, su postura más noble.
Nobles de Aldoria comenzó, su voz resonando en el gran salón. Os he convocado para revelaros una verdad que he guardado durante 5 años. Una verdad que consideré necesaria para la supervivencia de nuestro reino. El murmullo de voces se acayó por completo.
Con movimientos lentos pero deliberados, Adrián comenzó a quitarse las capas de su disfraz. Primero la peluca canosa revelando cabello castaño oscuro. Luego el maquillaje que añadía décadas a su rostro. Finalmente se irguió completamente, mostrando su verdadera estatura y porte. El silencio fue absoluto.
Luego explotaron las voces gritos de shock, acusaciones de traición, demandas de explicación. Soy Adrián Monclair, conde de Westmarch. Gritó por encima del tumulto. Durante 5co años he servido como vuestro rey, porque el verdadero Maximiliano murió defendiendo nuestras fronteras en Thornfield. Procedió a contar toda la historia.
La muerte secreta del rey, la amenaza de guerra civil, la conspiración para mantener la estabilidad. Habló de los sacrificios personales de los años vividos sin identidad propia, del peso de gobernar tras una máscara. ¿Y por qué revelarlo ahora? Gritó un noble desde la multitud. Adrián buscó los ojos de Isadora antes de responder, “Porque he aprendido que ningún reino puede construirse sobre mentiras para siempre y porque he encontrado algo que vale más que cualquier corona. El amor verdadero de una mujer que me ha enseñado el valor de la honestidad. El debate que siguió
duró horas. Algunos nobles gritaron traición. Otros reconocieron la sabiduría de las acciones de Adrián. El canciller Marcus, sorprendentemente fue quien finalmente habló por la mayoría. Habéis gobernado bien estos 5 años. El reino ha prosperado. Nuestras fronteras están seguras. Nuestro pueblo es próspero.
Si asumisteis la corona por necesidad y la habéis llevado con honor, ¿no os hace eso más legítimo que alguien que la reclama por derecho de sangre, pero no por mérito? La votación fue cerrada, pero decisiva. La mayoría de los nobles, pragmáticos ante todo, reconocieron a Adrián como su rey legítimo. Su matrimonio con Isadora fue ratificado y ella confirmada como reina verdadera.
Esa noche, en la intimidad de su alcoba, por primera vez sin secretos entre ellos, Adrián e Isadora se abrazaron como el rey y la reina que ahora eran oficialmente. ¿Te arrepientes de algo?, preguntó él acariciando su cabello. Solo de una cosa respondió Isadora sonriendo, de que hayamos perdido tanto tiempo fingiendo ser lo que no éramos, cuando lo que realmente éramos era mucho más hermoso.
El reino de Aldoria había encontrado en la verdad fortaleza que ninguna mentira podría haber proporcionado jamás. 5 años después, cuando las mujeres del reino de Aldoria hablaban de su reina Isadora, no recordaban a la joven asustada obligada a casarse, sino a la mujer que demostró que el amor verdadero puede nacer incluso de las mentiras más dolorosas.
Habían aprendido que a veces los secretos más grandes protegen los corazones más nobles y que la edad del alma importa más que los años del cuerpo cuando dos corazones están destinados a encontrarse. El rey Adrián gobernaba con la sabiduría de quien había conocido tanto el peso de la mentira como la libertad de la verdad.
Su reino prosperaba no solo por sus políticas justas, sino por el ejemplo de amor auténtico que le yadora representaban. En las noches cuando se retiraban a su alcoba, la misma donde una vez compartieron secretos en susurros, se maravillaban de cómo el destino había transformado un matrimonio forzado en la historia de amor más verdadera que habían conocido. “¿Sabes qué he aprendido?”, le dijo Isadora una noche mientras contemplaban a su hijo recién nacido.
¿Qué, mi amor? Que no importa la edad que tengas cuando encuentras tu verdadero amor, lo importante es tener el corazón suficientemente joven para reconocerlo cuando llega. M.
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