Comencemos por lo esencial. La seguridad de los ciudadanos no es un juego de palabras, es una responsabilidad ineludible que exige resultados, no justificaciones. La voz de Omar Hamid García Jarfuch, secretario de seguridad ciudadana de la Ciudad de México, resonó en el estudio con una gravedad que silenció cualquier murmullo.
Sentado con una imponente rectitud, su traje oscuro, impecable, la mirada fija y penetrante era la personificación de la autoridad contenida. Frente a él, Alfonso Durazo Montaño y Rosa Isela Rodríguez Velázquez, ambos exsecretarios de seguridad a nivel federal, intercambiaron una mirada casi imperceptible.
La tensión, hasta ese momento, una corriente subterránea, comenzaba a aflorar, palpable como la electricidad estática antes de una tormenta. La moderadora Valentina Alasraqui, una periodista veterana con temple de acero forjado en innumerables coberturas de alto riesgo, carraspeó discretamente antes de retomar la palabra. Secretario Harfuch, una declaración contundente para iniciar.
Licenciado Durazo, licenciada Rodríguez, ¿cuál es su perspectiva sobre los desafíos actuales y cómo se comparan con los que ustedes enfrentaron durante sus respectivas gestiones? Alfonso Durazo, con la experiencia política que le caracterizaba, ajustó su corbata y esbozó una media sonrisa. Valentina, apreciado Omar, Rosa y Cela, es un gusto compartir este espacio.
Sin duda, la seguridad es el reto mayúsculo de nuestro en país. Cada administración enfrenta sus propios demonios, sus propias coyunturas. Nosotros lidiamos con una inercia de violencia heredada, con estructuras criminales profundamente arraigadas y seamos honestos, con una corrupción que permeaba hasta la médula las instituciones.
Sentamos bases, iniciamos una transformación que sabíamos tomaría tiempo. Su tono era pausado, buscando transmitir una serenidad reflexiva, aunque en el fondo la presencia de Harfuch y su directa afirmación inicial parecían haberlo puesto en guardia. Rosa y Cela Rodríguez a su lado asintió con la cabeza, sus manos entrelazadas sobre la mesa.

Su estilo era diferente al de durazo, más mesurado quizás, pero no menos firme. Coincido con Alfonso, la pacificación del país es un proceso gradual. Nosotros nos enfocamos en atender las causas, en fortalecer el tejido social, en ofrecer alternativas a los jóvenes. La Guardia Nacional, por ejemplo, fue un esfuerzo titánico para dotar al Estado de una fuerza con presencia nacional y disciplina.
Pero los resultados en seguridad no son inmediatos, Valentina. Es una siembra cuyos frutos se cosechan a mediano y largo plazo. Intentaba suavizar el ambiente, tender un puente, pero la mirada de Harf no se desviaba. No concedía un ápice. De tregua, Omar Arfuch escuchaba con atención su rostro impasible. No había asentimientos ni gestos de aprobación o desacuerdo.
Era como una esfinge observando el desierto, midiendo cada grano de arena. Cuando Valentina le devolvió la palabra, su voz no había perdido ni un ápice de su firmeza inicial. Con todo respeto, licenciada, licenciado, comenzó y el con todo respeto sonó más a formalidad protocolaria que a una genuina deferencia. Hablar de sembrar y herencias es comprensible desde una perspectiva política.
Pero para el ciudadano que sufre un asalto, que pierde a un ser querido, que vive con miedo, esas explicaciones suenan a pretexto. La Ciudad de México, bajo la jefatura de gobierno de la doctora Claudia Shainbaum, también recibió una situación compleja, con índices delictivos al alza y una percepción de inseguridad alarmante. No nos sentamos a lamentar la herencia ni a esperar cosechas futuras.
Actuamos. Un leve tic nervioso apareció en la comisura del labio de Durazo. Rosa Cela apretó un poco más sus manos. El aire en el estudio se había vuelto más denso. Nuestra estrategia, continuó Harfuch, sin inmutarse por las perceptibles reacciones, se basó en cuatro ejes claros: más y mejor policía, inteligencia e investigación, coordinación efectiva con todas las instancias, incluyendo la Fiscalía General de Justicia y el Gobierno Federal.
y fundamentalmente atención a las causas, sí, pero con acciones concretas y medibles, no solo con discursos. Hizo una pausa permitiendo que sus palabras calaran. Incrementamos el estado de fuerza. Mejoramos las condiciones salariales y de equipamiento de nuestros policías. Desarticulamos cientos de células delictivas. Detuvimos a miles de generadores de violencia.
Los resultados están a la vista. Una reducción significativa en la mayoría de los delitos de alto impacto. No es magia, es trabajo constante, es estrategia y es sobre todo no quitar el dedo del renglón un solo día. Valentina intervino buscando equilibrar. Secretario Harfuch, sus resultados en la Ciudad de México son innegables y han sido reconocidos. Sin embargo, la escala es distinta.
Gobernar la seguridad de una megalópolis como esta con sus particularidades es un desafío enorme. Pero la problemática nacional con la diversidad geográfica y la complejidad de los cárteles que operan a lo largo y ancho del país, presenta otros retos. Licenciado Durazo, considera que las estrategias implementadas a nivel federal durante su gestión tuvieron el tiempo suficiente para madurar o quizás faltó un enfoque más ejecutivo como el que describe el secretario Harfch. La pregunta llevaba una carga implícita, una invitación a la
autocrítica o en su defecto a la defensa cerrada. Durazo tomó un sorbo de agua. Valentina, la comparación no es del todo justa, aunque entiendo el punto. La Ciudad de México, con todo respeto, Omar, cuenta con recursos y una concentración de poder de decisión que difícilmente se replican a nivel nacional de manera homogénea.
Nosotros tuvimos que lidiar con 32 realidades distintas, con gobernadores de diferentes filiaciones políticas, con resistencias locales. La creación de la Guardia Nacional, insisto, fue un paso histórico. Requirió una ingeniería legal, presupuestal y operativa monumental. Y sí, quizás los resultados no fueron tan espectaculares o inmediatos como algunos hubieran deseado, pero se sentó un precedente de coordinación y de presencia estatal que antes no existía.
Rosa Isela añadió, “Además, no podemos olvidar el contexto internacional. El flujo de armas desde el norte, el poder económico de las organizaciones criminales transnacionales son factores que complejizan cualquier estrategia. Nuestra labor también se enfocó mucho en la prevención, en programas sociales que, aunque sus efectos no se vean en las estadísticas de un día para otro, son fundamentales para reconstruir el tejido social y evitar que los jóvenes caigan en las redes del crimen.
Harfuch ladeó ligeramente la cabeza. Una expresión casi imperceptible de escepticismo cruzó su rostro. licenciada, los programas sociales son indispensables, nadie lo niega. La doctora Shaba ha impulsado iniciativas importantísimas en Mindrom, ese sentido en la ciudad, como pilares o barrio adentro.
Pero la atención a las causas no puede ser la excusa para no combatir frontalmente al delito. Son dos rieles del mismo tren. Deben avanzar en paralelo y con la misma determinación. El ciudadano que es víctima de un delito hoy no puede esperar a que los programas sociales den fruto en una década. Necesita seguridad hoy.
La cámara hizo un acercamiento al rostro de Harfuch. Su mirada era directa, sin parpadeos. Luego pasó a Durazo, quien fruncía ligeramente el ceño, y a Rosa Isela, que mantenía una compostura estudiada, aunque sus ojos revelaban una creciente incomodidad. El ambiente en el estudio ya no era el de una entrevista convencional.
Se sentía la fricción, el choque de visiones, pero también quizás de egos y de legados. Valentina, sintiendo la escalada decidió introducir un elemento que esperaba pudiera abrir una nueva beta de discusión, quizás menos confrontacional o quizás, sin saberlo, estaba a punto de encender la mecha. Secretario Harfch, se ha hablado mucho de su estilo de liderazgo, directo, operativo, incluso algunos lo califican de arriesgado, considerando el atentado que sufrió. Usted ha estado literalmente en la línea de fuego.
¿Cómo influye esa experiencia personal, esa vivencia tan traumática en su forma de abordar la seguridad y en las decisiones que toma día a día? ¿Lo ha vuelto más cauto o por el contrario más determinado? Harfush guardó silencio por un instante. Sus ojos parecieron ensombrecerse como si un recuerdo doloroso hubiera cruzado su mente. El estudio entero contuvo la respiración.
Era una pregunta personal, íntima, que tocaba una herida profunda y visible. Valentina comenzó con voz pausada, pero firme. Lo que viví fue una prueba, sin duda, pero también una confirmación de que estamos en el camino correcto. Cuando uno combate a la delincuencia con la determinación con la que lo hacemos en la Ciudad de México, cuando se afectan sus intereses, sus estructuras, sus finanzas, la reacción es inevitable.
Sabíamos que habría costos, pero ese evento, lejos de intimidarme o hacerme retroceder, reforzó mi convicción y la de todo mi equipo. No daremos ni un paso atrás. Hizo una pausa y sus ojos se clavaron primero en durazo y luego en rosa y cela, con una intensidad que pareció traspasarlos. Pero esa experiencia también me hizo reflexionar profundamente sobre algo más.
sobre la vulnerabilidad, no solo la mía, sino la de todos los ciudadanos, y me llevó a preguntarme con más fuerza que nunca por las decisiones que se tomaron o que no se tomaron en el pasado. El ambiente se cargó de una electricidad súbita. Durazo y Rosa Cela se tensaron visiblemente. Sabían o intuían que Harfuch estaba a punto de cruzar un umbral.
Valentina Alazrrai se inclinó ligeramente hacia adelante, sus instintos periodísticos en alerta máxima. Lo que había comenzado como una pregunta sobre su experiencia personal, estaba a punto de transformarse en el catalizador de la confrontación que el título del programa había anunciado. Harf continuó su voz ahora con un filo de acero.
Porque cuando uno está en la primera línea, cuando ve el sufrimiento de las víctimas, cuando arriesga la vida de sus elementos y la propia, no puede evitar mirar hacia atrás y analizar qué se hizo, qué se dejó de hacer. Y ahí es donde surgen las preguntas difíciles, las preguntas incómodas. El silencio en el estudio era absoluto.
Solo se escuchaba el zumbido casi imperceptible de los equipos electrónicos. La mirada de Harfush no se apartaba de sus contertulios. Estaba preparando el terreno, midiendo el impacto de cada palabra. El momento cumbre, el que definiría el resto del debate estaba a punto de llegar. La tensión era tan densa que se podría haber cortado con un cuchillo.
Los rostros de Alfonso Durazo y Rosa Cela Rodríguez eran máscaras de estudiada neutralidad, pero sus ojos delataban la tormenta que se avecinaba. Omar Arfuch, imperturbable, continuó su razonamiento llevando la conversación directamente al ojo del huracán. “Porque hablamos de estrategias, de programas, de herencias”, dijo Harfuch, su voz adquiriendo un tono más incisivo.
“Pero hay un componente fundamental que a veces parece diluirse en la retórica la efectividad de las medidas preventivas y de contención en momentos críticos.” hablamos de la Guardia Nacional y es un proyecto que respeto en su concepción, pero me pregunto, y se lo pregunto a ustedes, que estuvieron al frente de la seguridad nacional cuando se desataron crisis específicas, cuando la inteligencia advertía sobre movimientos o amenazas concretas, ¿dónde estaban esas medidas de seguridad de las que tanto se habla? ¿Dónde estaba la capacidad de reacción inmediata y contundente que se supone debía proteger a la población o a
infraestructuras? Clave, el impacto de la pregunta fue brutal. No era una interrogante abstracta, sino una acusación velada directa. Y las medidas de seguridad, ¿dónde estaban? La frase cargada de frustración y de una exigencia de rendición de cuentas resonó en el estudio como un disparo. Alfonso Durazo fue el primero en reaccionar. Su temple político puesto a prueba.
Carraspeó intentando ganar unos segundos preciosos. Secretario Harfush me parece que está simplificando en exceso situaciones de una complejidad enorme. Hablar de dónde estaban es una forma muy gráfica de plantearlo, pero la seguridad nacional no opera con la lógica de un interruptor que se enciende y se apaga.
implica una coordinación masiva, la movilización de recursos en geografías extensas y a menudo lidiar con información fragmentada o con la sorpresa inherente a las acciones del crimen organizado que siempre busca el factor sorpresa. Su tono era defensivo, pero trataba de mantener la compostura, de no caer en la provocación directa.
No simplifico, licenciado Durazo, replicó Harfuch sin ceder 1 milímetro. Hablo de responsabilidad. Cuando se tienen los mandos, se tienen las herramientas y se tiene la información, se espera una respuesta proporcional al desafío. Y en algunos episodios clave que todos recordamos, esa respuesta pareció tardía, insuficiente o peor aún inexistente.
No estoy hablando de magia, estoy hablando de protocolos, de capacidad de despliegue, de liderazgo en momentos de crisis. Rosa Isela Rodríguez intervino, su voz más suave, pero con una firmeza subyacente. Secretario, creo que es injusto hacer juicios a posterior y sobre decisiones que se tomaron bajo una presión inmensa y con la información disponible en ese momento.
Nosotros siempre actuamos con la convicción de proteger a la ciudadanía. Se evitaron quizás muchas otras crisis que no llegaron a la luz pública gracias a un trabajo silencioso y constante. La labor de inteligencia es así. A menudo los éxitos no se conocen, pero los fracasos son magnificados.
Intentaba desviar el golpe, apelar a la complejidad inherente a la labor de seguridad. No dudo del trabajo silencioso, licenciada Rodríguez”, concedió Harfuch, aunque su expresión no se suavizó. Pero cuando las fallas son públicas y notorias, cuando tienen consecuencias devastadoras para la confianza ciudadana, para la percepción de un estado que no puede garantizar lo mínimo, que es la seguridad, entonces las preguntas son inevitables y necesarias y no se trata de magnificar fracasos, se trata de aprender de ellos para no repetirlos.
Y para aprender, primero hay que reconocerlos. Valentina Alasraqui, percibiendo que el debate había alcanzado un punto de no retorno, intervino con una pregunta calculada para ahondar en la herida. Secretario Harfuch, cuando usted hace esta pregunta tan directa y las medidas de seguridad, ¿dónde estaban? ¿Se refiere a algún evento o situación en particular? Porque su cuestionamiento, aunque general, parece apuntar a momentos específicos. de las administraciones anteriores.
Era la invitación a poner nombres y apellidos, a concretar la acusación. Harfuch asintió lentamente. Valentina, no es mi intención convertir esto en un tribunal, pero sí en un espacio de reflexión honesta. Pensemos, por ejemplo, en el llamado Kulia Canazo, un operativo que, independientemente de sus intenciones, derivó en una situación que puso en jaque al Estado mexicano en una ciudad entera.
La población civil quedó expuesta, aterrorizada y la decisión final, la de liberar al objetivo, transmitió un mensaje de debilidad que tuvo repercusiones profundas. Ahí la pregunta es válida. Falló la planeación, falló la inteligencia, falló la coordinación. ¿Dónde estaban las medidas de contención para una reacción de esa magnitud por parte del crimen organizado? Porque se sabía a quién.
Se iba a detener, se conocía su capacidad de fuego y de movilización. El nombre Culiacanazo cayó como una bomba en el estudio. Alfonso Durazo, quien era secretario de Seguridad y Protección Ciudadana durante ese evento, visiblemente se densó. Su rostro se ensombreció. Era su herida más profunda el episodio que había marcado su gestión.
Secretario Harfuch comenzó durazo. Su voz ahora cargada de una emoción contenida. Usted sabe o debería saber que esa fue una decisión extraordinariamente difícil, tomada en circunstancias extremas para proteger a la población civil de un baño de sangre. Se privilegió la vida. Había familias enteras en medio del fuego cruzado.
Sí, hubo fallas en la planeación del operativo, lo hemos reconocido. Pero la decisión final se tomó pensando en el mal menor. El mal menor, licenciado, cuestionó Harfuch. Implacable. Permitir que un grupo criminal doblegue al Estado y exhiba su poder de esa manera es el mal menor. El mensaje que se envió a otros grupos criminales de que con suficiente violencia pueden imponer sus condiciones es el mal menor.
Entiendo la presión, entiendo la complejidad, pero las consecuencias de esa decisión la seguimos pagando, porque la percepción de impunidad se alimenta de esos episodios. Rosa y Cela intentó tercear buscando un ángulo diferente. Omar, no podemos reducir la estrategia de seguridad de todo un sexenio a un solo evento, por doloroso y complejo que haya sido. Hubo avances importantes en otros frentes.
La lucha contra el robo de hidrocarburos, el combate a las finanzas del crimen organizado, la depuración de las policías. Son procesos que llevan tiempo y que no siempre son visibles, pero los eventos emblemáticos, licenciada, marcan la pauta”, insistió Harfuch. Y no es solo uno.
Pensemos en la tardanza para reaccionar ante ciertos bloqueos carreteros que paralizaron regiones enteras o la aparente incapacidad para contener la expansión de ciertos grupos en territorios específicos. La ciudadanía veía esas imágenes y se preguntaba, ¿dónde está la autoridad? ¿Quién nos protege? Y esa pregunta y las medidas de seguridad, ¿dónde estaban? Ya la hacían millones de mexicanos. El estudio estaba en completo silencio, salvo por las voces de los ponentes.
Las cámaras se movían con sigilo, capturando cada gesto, cada mirada. En la sala de control, los productores intercambiaban miradas de asombro y excitación. Esto ya no era una entrevista, era un enfrentamiento en toda regla, una disección cruda de las políticas de seguridad del pasado reciente, hecha por alguien que ahora estaba en la primera línea.
Valentina, con la habilidad de una cirujana, decidió presionar otro nervio sensible, esta vez dirigiéndose directamente a Harf, pero con una intención que reverberaría en los otros dos. Secretario Harfuch, usted habla con una vehemencia que denota una profunda convicción, pero también, permítame decirlo, una cierta frustración. Algunos críticos podrían argumentar que es más fácil juzgar el pasado desde la perspectiva del presente, especialmente cuando se tienen recursos y un respaldo político fuerte en una entidad como la Ciudad de México. ¿No cree que sus
predecesores enfrentaron obstáculos estructurales, políticos e incluso culturales que quizás usted no enfrenta con la misma intensidad en la capital? Era una pregunta diseñada para poner a Harfch a la defensiva para ver si podía mantener su postura crítica sin parecer arrogante o desconocedor de las complejidades nacionales. Harfush inspiró profundamente antes de responder.
Valentina, nadie niega los obstáculos estructurales. corrupción, la impunidad, la debilidad institucional son problemas endémicos que hemos arrastrado por décadas. Y sí, la Ciudad de México tiene particularidades, pero también tiene una complejidad social y delictiva que rivaliza con cualquier otra.
La diferencia no radica en la ausencia de obstáculos, sino en la voluntad y la estrategia para superarlos. Y parte de esa estrategia implica no tener miedo a señalar lo que no funcionó, a cuestionar las decisiones que nos llevaron a puntos críticos. No es por un afán de crítica destructiva, sino por una necesidad imperiosa de construir sobre bases sólidas y eso implica reconocer las fallas del pasado para no repetirlas en el presente ni en el futuro.
Su mirada se posó de nuevo en Durazo y Rosa y cela. No se trata de juzgar personas, sino de analizar hechos y resultados. Y cuando uno ve las consecuencias de ciertas omisiones o decisiones equivocadas, cuando uno tiene que lidiar con la desconfianza ciudadana que eso genera, es imposible no preguntarse con toda la seriedad del caso, ¿por qué no se actuó de otra manera? ¿Por qué se permitió que ciertas situaciones escalaran? ¿Por qué en momentos cruciales las medidas de seguridad no estuvieron donde debían estar con la contundencia que se requería? El eco de su pregunta final
flotó en el aire cargado de un peso inmenso. Durazo apretaba la mandíbula, sus nudillos blancos sobre la mesa. Rosa y cela, mantenía la compostura, pero una leve tensión marcaba las comisuras de sus labios. El guante había sido arrojado con una fuerza inucitada. El debate, que había comenzado con una tensión discreta, se había transformado en un campo de batalla ideológico y de rendición de cuentas.
El público, tanto en el estudio como en sus casas, estaba electrizado. Las redes sociales ardían con comentarios, apoyando a uno u otro lado, pero todos reconociendo la crudeza y la valentía de un debate que había roto todos los moldes. La confrontación apenas comenzaba a desvelar sus capas más profundas.
El silencio que siguió a la última andanada de Harfuch fue breve, pero cargado de significado. Alfonso Durazo, visiblemente afectado por la mención directa del culiacanazo y la persistencia de Harfuch en cuestionar la efectividad de las medidas de seguridad bajo su mando, decidió pasar a una contraofensiva más personal, aunque velada. Secretario Arfuch, comenzó Durazo con un tono que intentaba ser conciliador, pero que no lograba ocultar la irritación.
Aprecio su pasión y su compromiso de verdad y reconozco los avances en la Ciudad de México, pero creo que hay una diferencia fundamental en la perspectiva. Usted opera en un entorno donde seamos francos la línea de mando es clara y directa. La jefa de gobierno le respalda. y los recursos comparativamente son más accesibles y están más concentrados a nivel federal.
la dispersión de responsabilidades, la necesidad de coordinar con 32 entidades federativas, cada una con sus propios problemas y prioridades, y a menudo con sus propias lealtades políticas, hace que la implementación de cualquier estrategia sea un desafío mucho más complejo.
No es justificación, es una realidad, hizo una pausa mirando directamente a Harfch. Además, permítame decirle con todo respeto que su enfoque, aunque efectivo en la capital, podría no ser replicable tal cual a nivel nacional. Hay regiones donde la presencia del Estado ha sido históricamente débil, donde las comunidades han sido cooptadas o aterrorizadas por el crimen organizado durante generaciones.
Llegar y aplicar una política de mano dura, sin un trabajo previo de reconstrucción del tejido social y de fortalecimiento institucional, podría ser contraproducente, incluso generar más violencia. Era una crítica sutil, pero directa al estilo de Harf, insinuando que su éxito se debía en parte a circunstancias favorables y que su modelo no era una panacea universal.
Harf escuchó con atención, sin interrumpir. Cuando Durazo terminó, Omar replicó con calma, pero sin retroceder. Licenciado Durazo, entiendo su punto sobre la complejidad de la coordinación federal. Es un reto inmenso, sin duda, pero la debilidad institucional o la coptación de comunidades no pueden ser un cheque en blanco para la inacción o la ineficacia.
Precisamente en esos lugares es donde el Estado debe mostrar su fortaleza, su capacidad de recuperar territorios y de proteger a los ciudadanos. Y sí, la reconstrucción del tejido social es fundamental, lo hemos dicho, pero no puede ser la única respuesta mientras la gente sigue sufriendo la violencia. Luego dirigiéndose a ambos.
Ustedes hablan de procesos graduales, de siembras a largo plazo. Yo hablo de urgencias. Cuando llegamos a la secretaría en la Ciudad de México, los homicidios estaban en niveles históricos. El robo de vehículo con violencia era una pesadilla diaria. La extorsión ahogaba a los pequeños comerciantes.
No podíamos decirles a los ciudadanos, “Tengan paciencia, en unos años esto mejorará. Teníamos que dar resultados ya.” Y eso implicó tomar decisiones difíciles, sí, arriesgadas incluso, pero siempre con base en inteligencia, en estrategia y con una coordinación férrea con la fiscalía y con las fuerzas federales presentes en la ciudad.
Rosa Cela Rodríguez, quien hasta ahora había mantenido una postura más reservada, decidió intervenir con más vehemencia. Secretario Harfuch, parece que usted olvida que durante nuestras gestiones también se dieron golpes importantes al crimen organizado. Se detuvo a capos relevantes, se desmantelaron redes financieras, se trabajó en la profesionalización de Mindonum, las policías, quizás no con el despliegue mediático que vemos ahora en la Ciudad de México, pero el trabajo se hizo.
Y permítame recordarle que la estrategia de abrazos no balazos no significa impunidad, significa atender las causas profundas de la violencia. Significa apostar por la inteligencia más que por la fuerza bruta. Significa evitar confrontaciones que pongan en riesgo a la población civil.
La mención de abrazos no balazos era un punto sensible, a menudo criticado por su supuesta permisividad con el crimen. Arfouch no dejó pasar la oportunidad. Licenciada Rodríguez, con todo respeto, la frase abrazos no balazos ha sido profundamente malinterpretada o, en el peor de los casos, ha servido como justificación para una pasividad que el crimen organizado ha sabido aprovechar muy bien.
Atender las causas es una obligación del Estado, pero también lo es garantizar la seguridad y aplicar la ley. son excluyentes. En la Ciudad de México atendemos las causas con programas sociales robustos, pero también perseguimos y detenemos a los delincuentes con toda la fuerza del Estado. No hay contradicción en ello. Un estado fuerte es aquel que puede hacer ambas cosas simultáneamente y con eficacia.
Hizo una pausa y su mirada se endureció. Y cuando hablamos de evitar confrontaciones que pongan en riesgo a la población, volvemos al punto inicial. ¿Qué pasó en Culiacán? ¿Se evitó un riesgo mayor o se cedió ante la presión criminal enviando un mensaje de debilidad? ¿Qué pasó con la seguridad de los periodistas y defensores de derechos humanos en ciertas regiones donde parecían estar a merced de los poderes fácticos? ¿Dónde estaban las medidas para protegerlos eficazmente? Son preguntas que siguen en el aire, licenciada. El ambiente en el
estudio se crispaba por momentos. Valentina Alazrrai, con su experiencia sabía que debía mantener el flujo, pero también evitar que la discusión se descarrilara hacia ataques personales directos. “Estamos tocando puntos neurálgicos de la estrategia de seguridad”, comentó Valentina. Licenciado Durazo, licenciada Rodríguez, el secretario Harfuch insiste en la necesidad de resultados tangibles e inmediatos y en la rendición de cuentas sobre episodios específicos. Ustedes argumentan la complejidad del panorama
nacional y la importancia de las estrategias a largo plazo. ¿Dónde se encuentra el punto medio? ¿O es que son visiones irreconciliables? Durazo suspiró. Valentina, no creo que sean visiones irreconciliables, sino complementarias. Quizás el énfasis es distinto. Nosotros tuvimos que sentar las bases de una nueva política de seguridad, rompiendo con inercias de corrupción y con un enfoque meramente reactivo.
Eso lleva tiempo. La Guardia Nacional, por ejemplo, es un instrumento que está en proceso de consolidación. Seguramente se cometieron errores, como en toda obra humana de esa magnitud, pero la intención siempre fue construir una paz duradera, no solo victorias pírricas. Rosaicela añadió, “Y no olvidemos el factor humano. Detrás de cada decisión hay vidas en juego.
A veces la opción que parece más firme o contundente a ojos de la opinión pública puede tener costos humanos inaceptables. Gobernar es ponderar esos riesgos y a veces tomar decisiones que no son populares, pero que se consideran necesarias para proteger el bien mayor.” Harf no parecía convencido. El bien mayor, licenciada, es la seguridad y la tranquilidad de los ciudadanos.
Y cuando esa seguridad se ve comprometida de manera sistemática, cuando la impunidad campea, entonces hay que cuestionar si las decisiones tomadas realmente apuntaban a ese bien mayor o sí, por el contrario, lo erosionaban. se inclinó ligeramente hacia delante. Su voz ahora más baja, pero no menos intensa.
Miren, yo no tengo todas las respuestas, pero sí tengo la experiencia de estar en la calle, de ver el dolor de las víctimas, de sentir la presión de la ciudadanía que exige resultados y eso te obliga a ser pragmático, a buscar soluciones efectivas, a no conformarte con discursos.
En la Ciudad de México, cuando una estrategia no funciona, la cambiamos. Cuando un mando no da resultados, lo removemos. Cuando identificamos una nueva modalidad delictiva, actuamos de inmediato para contrarrestarla. No hay tiempo que perder. Un murmullo recorrió el escaso público presente en el estudio. En las redes sociales el debate era encendido.
Muchos aplaudían la franqueza de Harfch, su estilo directo y sin concesiones. Otros lo acusaban de oportunismo, de criticar a sus predecesores para realzar su propia gestión. Pero nadie podía negar que el programa había trascendido la típica entrevista para convertirse en un verdadero foro de confrontación de ideas. Valentina decidió introducir otro elemento polémico consciente de que estaba pisando terreno minado, pero cumpliendo con el mandato implícito del título del programa.
Secretario Harf, se ha mencionado su estilo personal, su liderazgo. Usted ha cultivado una imagen de hombre de acción incorruptible, dedicado en cuerpo y alma a su trabajo. Pero esta dedicación no tiene un costo. Te lo pregunto porque en un país donde la línea entre la vida pública y la privada a veces es muy delgada y donde los funcionarios de seguridad están sometidos a un escrutinio intenso, ¿cómo maneja esa presión? ¿Cómo afecta a su vida personal una responsabilidad de esta magnitud con los riesgos que conlleva? Era una pregunta que bordeaba
lo personal, pero en el contexto de la seguridad y de un hombre que había sobrevivido a un atentado, tenía pertinencia. Harf meditó la respuesta por un momento. Valentina, cualquier servidor público y más en el ámbito de la seguridad sabe que esta labor exige sacrificios.
Sí, hay un costo personal para uno y para la familia, pero es un costo que asumimos con responsabilidad y con la convicción de que estamos sirviendo a una causa mayor. Mi vida personal, como la de cualquier otro tiene sus espacios, pero mi compromiso con la seguridad de los habitantes de la Ciudad de México es total y absoluto. No podría ser de otra manera.
Luego, con una habilidad notable, devolvió la pregunta al terreno que le interesaba. Pero esta pregunta sobre el costo personal me lleva a otra reflexión. ¿Cuál es el costo para el país de no tener una estrategia de seguridad efectiva y contundente a nivel nacional? ¿Cuál es el costo en vidas humanas, en desarrollo económico, en confianza ciudadana? Ese es el costo que realmente debería preocuparnos.
Y ese costo se incrementa cuando las medidas de seguridad no están donde deben estar, cuando la respuesta del estado es débil o tardía. Durazo y Rosa y Cela se miraron. La habilidad de Harfush para reconducir cualquier tema hacia su punto central era evidente. Estaban atrapados en una dinámica de la que les resultaba difícil escapar.
Cada intento de defensa o de matización era respondido con una nueva interpelación, con una nueva exigencia de claridad y resultados. Secretario, intervino Durazo con un deje de exasperación. Parece que usted tiene una vara de medir muy particular para evaluar la seguridad.
Insisto, la Ciudad de México es un caso, pero no es el caso nacional. Hay inercias, hay complicidades, hay factores exógenos que usted quizás no ha tenido que enfrentar con la misma crudeza. No estoy diciendo que su trabajo no sea valioso, lo es. Pero generalizar a partir de una experiencia, por exitosa que sea, puede llevar a conclusiones equivocadas.
No generalizo, licenciado, replicó Harf. Analizo hechos y los hechos en muchos casos muestran una falta de previsión, una falta de contundencia, una falta de resultados que no pueden explicarse simplemente por la complejidad del problema. La complejidad existe, sí, pero la obligación del Estado es superarla, no sucumbir ante ella.
Y para eso se necesita liderazgo, estrategia clara y sobre todo la voluntad inquebrantable de no ceder ante el crimen. El intercambio de ideas o más bien de reproches velados y directos continuaba. El público estaba absorto. Valentina Alasraqui sabía que este programa marcaría un antes y un después en los debates sobre seguridad en México.
La crudeza, la franqueza y la tensión eran palpables. Y en el centro de todo, la pregunta insistente de Harfch como un martillo neumático, seguía resonando. Y las medidas de seguridad, ¿dónde estaban? La respuesta o la ausencia de ella definía el legado de unos y el desafío de otros.
El clímax de la confrontación aún estaba por llegar, pero la mesa estaba servida para una revelación o una capitulación que nadie podía prever. La atmósfera en el estudio había alcanzado un punto de ebullición contenido. Las miradas entre los tres invitados eran dardos cargados de historia, de reproches no dichos y de defensas apasionadas.
Valentina Alasraqui, consciente del momento crucial, decidió llevar la conversación hacia un terreno aún más específico, buscando la revelación crucial que el formato del programa parecía demandar. Hemos hablado de eventos específicos como el culiacanazo, de estrategias generales, de estilos de liderazgo. Comenzó Valentina, su voz serena contrastando con la atención ambiental.
Pero, secretario Harfuch, cuando usted insiste con tanta vehemencia en la ausencia o ineficacia de ciertas medidas de seguridad en momentos clave, ¿hay alguna información, algún dato que usted posea, quizás por su experiencia actual o por análisis retrospectivos que sustente de manera más contundente esta crítica, porque hasta ahora hemos escuchado su interpretación de los hechos, una interpretación fuerte y argumentada.
Pero, ¿hay algo más que el público y sus contertulios deban saber? Era una invitación directa a poner las cartas sobre la mesa, a ir más allá de la crítica general y ofrecer si existía una prueba o un indicio más concreto de las fallas que denunciaba. Harfush guardó un instante de silencio sopesando sus palabras.
Sus ojos se clavaron en un punto indefinido por un momento, como si estuviera accediendo a un archivo mental complejo. Luego miró alternativamente a Durazo y a Rosa Cela. Valentina, comenzó su tono ahora más grave, si cabe. No vengo aquí a revelar secretos de estado ni a filtrar información clasificada.
Mi intención no es esa, pero sí puedo decir con base en el análisis de patrones delictivos, en el estudio de la evolución de ciertas organizaciones criminales y en la propia experiencia de combate a la delincuencia en la Ciudad de México, que hubo momentos en los que la pasividad o la respuesta tardía a nivel federal no solo permitieron la consolidación de ciertos grupos, sino que En algunos casos parecían inexplicables desde una perspectiva puramente técnica o estratégica.
hizo una pausa y el silencio se hizo espeso. No estoy hablando de complicidades directas, que eso le corresponde a otras instancias investigarlo y probarlo. Estoy hablando de omisiones, de falta de visión o quizás de una subestimación alarmante de la capacidad de respuesta y expansión del crimen organizado.
Cuando desde la Ciudad de México, por ejemplo, alertábamos sobre ciertos corredores de trasciego de drogas o armas que inevitablemente impactaban en la capital, pero que tenían su origen y su ruta en otras entidades. respuesta no siempre fue la que esperábamos en términos de celeridad y contundencia, y eso inevitablemente nos obligaba a redoblar esfuerzos aquí, a veces con recursos limitados para contener problemas que debieron atajarse en su origen. Alfonso Durazo frunció el seño.
Secretario, eso es una acusación muy seria. está insinuando que hubo negligencia o una falta de cooperación deliberada. Yo le aseguro que durante mi gestión todas las alertas que se recibieron de cualquier entidad fueron procesadas y atendidas con la mayor seriedad y con los recursos disponibles.
Quizás la percepción desde la Ciudad de México era una, pero la realidad de la operación a nivel nacional era otra, con múltiples frentes abiertos y prioridades compitiendo entre sí. No es percepción, licenciado, son hechos, replicó Arfush, firme. Son análisis basados en inteligencia, en el seguimiento de flujos financieros, en la detección de rutas.
Y cuando uno ve que ciertos grupos criminales operan con una libertad pasmosa en ciertas carreteras federales o que se asientan en ciertas regiones sin que haya una respuesta contundente del Estado para desalojarlos, uno se pregunta, ¿qué está pasando? ¿Falta capacidad? ¿Falta decisión? ¿O hay otros factores en juego? Rosaela intervino. Su voz teñida de indignación.
Secretario Harfuch, me parece que está cruzando una línea muy peligrosa. Insinuar que hubo factores en juego, más allá de la complejidad del problema es irresponsable. Nosotros combatimos al crimen con todas las herramientas que tuvimos a nuestro alcance, siempre dentro del marco de la ley y con un profundo respeto a los derechos humanos.
Quizás nuestras estrategias fueron diferentes a las suyas, quizás nuestros énfasis fueron otros, pero nunca hubo, y lo digo categóricamente, una intención de permitir o facilitar la operación de ningún grupo criminal. No he usado la palabra intención, licenciada, precisó Harfuch con frialdad. He hablado de resultados o de la ausencia de ellos.
Y cuando los resultados son la expansión territorial del crimen, el aumento de la violencia en ciertas zonas y una percepción ciudadana de abandono, entonces las preguntas sobre la efectividad de las medidas de seguridad son no solo válidas, sino obligatorias. Y la respuesta no puede ser simplemente era complejo o hicimos lo que pudimos. Se necesitan explicaciones más profundas y sobre todo un compromiso de que esos errores no se repetirán.
La confrontación había llegado a su punto más álgido. Las acusaciones, aunque veladas, eran de una gravedad inucitada para un debate público. El control del estudio parecía a punto de desbordarse, no por el caos, sino por la intensidad de las emociones y la seriedad de lo que se estaba discutiendo.
Valentina Alasraki, sintiendo que el tiempo se agotaba y que se había llegado a un clímax difícil de superar. decidió comenzar a conducir la discusión hacia un cierre. Estamos llegando al final de este intenso debate, un debate que sin duda ha puesto sobre la mesa temas cruciales y ha confrontado visiones distintas sobre uno de los problemas más graves que enfrenta nuestro país.
Les pediría a cada uno reflexión final, un mensaje para la ciudadanía que nos ha seguido esta noche. Alfonso Durazo fue el primero. Tomó aire, visiblemente afectado, pero esforzándose por recuperar la compostura política. Valentina, agradezco la oportunidad. Quiero reiterar que la lucha por la seguridad es una tarea de estado que trasciende administraciones.
Nosotros sentamos bases, iniciamos una transformación profunda. Reconocemos que hubo desafíos, errores, quizás, pero siempre actuamos de buena fe y con el objetivo de pacificar al país. La seguridad no se construye de la noche a la mañana, requiere perseverancia, unidad y la participación de todos.
Su tono era el de un hombre que defiende su legado, consciente de las críticas, pero firme en sus convicciones. Luego Rosa y Cela Rodríguez. Coincido con el licenciado Durazo, la pacificación es un proceso. Nosotros apostamos por atender las causas, por fortalecer las instituciones, por una estrategia integral que no solo se enfocara en la contención, sino también en la prevención.
El camino es largo y complejo, pero estamos convencidos de que esa es la ruta para construir una paz duradera. Agradezco el espacio y la oportunidad de contrastar ideas, aunque a veces el debate haya sido vehem.” dirigió una mirada fugaz, casi gélida, a Harfuch. Finalmente, Omar Harfuch. Su rostro seguía serio, impasible. “Mi mensaje a la ciudadanía es claro.
La seguridad es un derecho, no una concesión.” Y es obligación del Estado garantizarla con resultados, no con discursos. En la Ciudad de México hemos demostrado que con estrategia, con inteligencia, con valor y con una coordinación efectiva es posible reducir la violencia y recuperar la tranquilidad. No es fácil. Exige un trabajo incansable 24 horas al día, 7 días a la semana, pero es posible.
Y mi compromiso y el de todo el equipo de la Secretaría de Seguridad Ciudadana es no dar ni un paso atrás en esa tarea. Hizo una breve pausa y sus ojos encontraron los de la cámara. Y a quienes tuvieron la responsabilidad antes y a quienes la tendrán en el futuro, les digo, la historia y los ciudadanos nos juzgarán no por nuestras intenciones, sino por nuestros resultados.
Y cuando las cosas no funcionen, cuando la violencia avance, siempre habrá alguien que con toda legitimidad pregunte y las medidas de seguridad, ¿dónde estaban? Que esa pregunta nos sirva de acicate, de recordatorio constante, de nuestra responsabilidad ineludible. Sus palabras finales cayeron con la contundencia de un mazo. No hubo disculpas, no hubo concesiones.
Mantuvo su postura hasta el final. Valentina Alazrraqui asintió lentamente. Secretario Omar Harfuch, licenciada Rosa Iela Rodríguez, licenciado Alfonso Durazo, les agradezco enormemente su presencia esta noche, su disposición a participar en este diálogo franco, intenso y sin duda necesario.
sido un ejercicio de contraste de ideas que enriquecerá el debate público sobre un tema vital para todos los mexicanos. Las luces del estudio comenzaron a atenuarse ligeramente indicando el final del programa. Los tres invitados permanecieron en sus asientos por un momento. El eco de las últimas palabras flotando en el aire. Harf en moverse.
Se levantó con la misma rectitud con la que había permanecido sentado durante todo el programa. Ofreció una inclinación de cabeza formal, casi imperceptible, hacia Durazo y Rosa y Cela. “Licenciado, licenciada”, dijo. Su voz neutra, profesional. Durazo asintió forzando una media sonrisa. Secretario Rosa Isela simplemente inclinó la cabeza, su expresión indescifrable.
No hubo apretones de manos, no hubo palabras adicionales. La tensión, aunque ya no explosiva, seguía siendo palpable. Arfuch se giró y caminó hacia la salida del set, su figura alta y erguida desapareciendo tras las cámaras. Lurazo y Rosa Cela intercambiaron otra mirada, esta vez más larga, cargada de los secos de la batalla dialéctica que acababan de librar.
Luego, con un suspiro casi simultáneo, también se levantaron y se dispusieron a abandonar el estudio. Las cámaras dejaron de grabar. El programa había terminado, pero la pregunta, la confrontación y las revelaciones implícitas de esa noche quedarían resonando en la mente de la audiencia y en los pasillos del poder durante mucho tiempo.
Lo que había comenzado como una entrevista se había convertido, tal como el título lo anticipaba, en un evento de proporciones inesperadas, un verdadero parteaguas en la forma de discutir la seguridad en México. El aire aún estaba cargado y la despedida fría y protocolaria solo subrayaba la profundidad de las diferencias y la intensidad del enfrentamiento que acababa de presenciar el país. Yeah.
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