Hola, mi amor. Soy Esperanza. Tengo 62 años y vengo desde Puebla, México, para contarles una historia que me cambió la vida por completo.

Siéntense cómodas, mijitas, porque lo que les voy a contar es algo que jamás pensé que me pasaría a mí. Imagínense por un momento que su esposo les dice que se va a Estados Unidos para buscar una vida mejor para la familia, que va a trabajar duro allá para mandarles dinero y ustedes se quedan esperando, sacrificándose, cuidando la casa, criando a los hijos solas por 7 años completos. 7 años.

Imagínense. Y ahora, imaginen descubrir que todo, absolutamente todo, fue una mentira. que su marido nunca se fue a ningún lado, que estaba aquí mismo en la misma ciudad viviendo con su prima, su propia prima de sangre, riéndose de ustedes cada día que pasaba, pues eso exactamente me pasó a mí.

Y cuando se los cuente al detalle, van a entender por qué esta historia tiene que ser escuchada por todas las mujeres que han confiado ciegamente en alguien. Porque lo que viví durante esos 7 años y especialmente lo que hice cuando descubrí la verdad les va a demostrar que nunca, pero nunca es demasiado tarde para recuperar nuestra dignidad.

Prepárense un teito, acomódense bien, porque esta historia tiene de todo, traición, engaño, lágrimas, pero también tiene algo muy importante que todas necesitamos escuchar. Tiene justicia, tiene venganza y tiene una mujer de 62 años que decidió que nadie, absolutamente nadie, se iba a burlar de ella por más tiempo. Mi historia comienza en 1978, cuando yo tenía apenas 16 años y vivía en un pueblito pequeño cerca de Puebla con mis papás y mis cinco hermanos.

Éramos una familia humilde, de esas que trabajaban la tierra y vivían al día. Mi papá era campesino y mi mamá lavaba ropa ajena para ayudar con los gastos. En esa época, mijitas, las mujeres no teníamos muchas opciones. O te casabas joven o te quedabas para cuidar a los papás. Conocí a Rodrigo cuando tenía 17 años en una fiesta del pueblo.

 Él tenía 23 y trabajaba en una fábrica de ladrillos. Era guapo, eso no se lo puedo negar. alto, moreno, con esos ojos que cuando te miraban te hacían sentir como si fueras la única mujer en el mundo. Me enamoré perdidamente, como solo se enamora una cuando es joven e ingenua. Me decía cosas bonitas, me prometía que íbamos a tener una casa propia, que nuestros hijos iban a estudiar, que conmigo la vida iba a ser diferente.

 Nos casamos cuando yo cumplí 18 años. Fue una boda sencilla en la Iglesia del Pueblo con mis papás, los suyos y algunos tíos. Entre ellos estaba mi prima Valentina, que tenía 20 años y era hija de mi tía Remedios, hermana de mi mamá. Valentina siempre había sido la bonita de la familia, la que tenía pretendientes formándose en fila.

 Era más alta que yo, con el cabello largo y ondulado, y tenía esa risa contagiosa que a todos les gustaba. Yo la quería mucho, la veía como a una hermana mayor. En esa boda recuerdo perfectamente que Valentina le dijo a Rodrigo, “Cuida mucho a mi primita, ¿eh? Es un tesoro.” Y él le respondió con esa sonrisa suya.

“Por supuesto, la voy a cuidar como a una reina.” Esas palabras se me quedaron grabadas porque años después entendí el verdadero significado de esa conversación, pero en ese momento yo estaba en las nubes feliz de estar casándome con el hombre de mis sueños. Los primeros años de matrimonio fueron buenos. Rodrigo trabajaba en la fábrica.

Yo hacía trabajos de costura en la casa para ayudar con los gastos. Tuvimos a nuestra primera hija, Marisol, cuando yo tenía 20 años y 2 años después llegó Jorge. Vivíamos en una casita pequeña que rentábamos cerca del centro de Puebla. No teníamos mucho, pero éramos felices.

 Rodrigo era buen papá, jugaba con los niños, me ayudaba con las labores de la casa cuando llegaba cansado del trabajo. Mi prima Valentina se había casado también con un hombre llamado Aurelio, que trabajaba en el gobierno municipal. Ellos vivían en una casa más grande, en una colonia mejor que la nuestra. Valentina a veces venía a visitarme, traía juguetes para los niños, me regalaba ropa que ya no usaba.

Prima, me decía, cuando Aurelio y yo tengamos hijos, van a ser como hermanitos de Marisol y Jorge. Yo me sentía afortunada de tener una prima tan cariñosa y generosa. En esa época, a principios de los años 80, muchos hombres del pueblo empezaron a irse para el norte, a Estados Unidos, buscando trabajo mejor pagado.

 Las esposas se quedaban aquí cuidando a los hijos, esperando las remesas que llegaban desde allá. Era normal, era lo que hacían las familias para salir adelante. Poco a poco, Rodrigo empezó a hablar del tema. Esperanza me decía, “Aquí en la fábrica no se gana lo suficiente. Los niños van a necesitar estudiar. Necesitamos una casa propia.

 Allá en Estados Unidos se gana en dólares.” Al principio yo me resistía. No quería que se fuera, no quería quedarme sola con los niños, pero él insistía, “Es solo por unos años, mi amor. Junto el dinero suficiente y regreso. Vamos a comprar una casa, vamos a poner un negocito. Los niños van a ir a escuelas privadas.

” Taarana Valentina, curiosamente siempre apoyaba la idea cuando el tema salía en las reuniones familiares. Prima, me decía, Rodrigo, tiene razón, es una oportunidad. Además, ya verás que el tiempo se pasa volando. Para 1985, cuando yo tenía 27 años, Rodrigo ya había tomado la decisión. Se iba a ir a Estados Unidos.

 Había hablado con unos conocidos que tenían contactos allá, que le podían conseguir trabajo en la construcción en Tesas. La fábrica de ladrillos había empezado a reducir personal y efectivamente el dinero ya no alcanzaba para nada. Marisol tenía 5 años y Jorge 3. Necesitaban ropa, zapatos útiles para la escuela. Es la única manera esperanza.

 Me decía Rodrigo todas las noches. Aquí vamos a seguir igual toda la vida. Allá en dos o tres años podemos cambiar nuestro destino. Yo lloraba todas las noches, pero al final acepté. Total, pensaba era temporal. Él se iba a ir, iba a trabajar duro, iba a mandar dinero y cuando hubiera ahorrado lo suficiente, regresaría para estar con nosotros. Los preparativos duraron tres meses.

 Rodrigo vendió algunas cosas de la casa, sus herramientas, su bicicleta para juntar el dinero del viaje. Me explicó que el coyote cobraba $,000 por pasarlo, que él tenía que llegar con algo de dinero para mantenerse los primeros días hasta conseguir trabajo. Yo vendí mis aretes de oro que me habían regalado mis papás cuando me casé, mis cadenas, todo lo que tenía de valor.

 El día que se fue un viernes 13 de marzo de 1985. Lo recuerdo perfectamente porque era viernes santo. Salió muy temprano antes de que amaneciera. me abrazó fuerte, me dio un beso que sabía a despedida y me dijo, “En se meses ya te voy a estar mandando los primeros dólares. Cuida mucho a los niños. Te amo.” Los niños estaban dormidos.

 Él no quiso despertarlos para no hacerlos llorar. Valentina vino hasta acompañarme ese día. Llegó como a las 10 de la mañana con pan dulce y café. Prima, me dijo, no estés triste, ya vas a ver que todo va a salir bien. Rodrigo es muy trabajador, muy responsable. En Estados Unidos, la gente trabajadora progresa rápido. Me abrazó y me consoló mientras yo lloraba.

Se quedó conmigo toda la tarde, jugó con los niños, me ayudó a hacer la comida. Recuerdo que cuando se fue me dijo, “Cualquier cosa que necesites, lo que sea, me hablas. Somos familia. Los primeros días fueron los más difíciles. La casa se sentía vacía, silenciosa. Los niños preguntaban por su papá todos los días, ¿cuándo va a regresar? ¿Por qué se fue? Yo les explicaba que papá se había ido a trabajar muy lejos para comprarles juguetes y una casa bonita, pero que nos amaba mucho y que pronto iba a volver. A

las dos semanas recibí la primera llamada. Rodrigo me habló desde Estados Unidos, desde una caseta telefónica. Me dijo que había llegado bien, que el viaje había sido difícil, pero que ya estaba en Texas, que había conseguido trabajo en una construcción. Su voz se escuchaba lejana, cortada, pero era él.

Mi amor”, me decía, “Extraño mucho a los niños y a ti. Este lugar es muy diferente, muy frío, pero el trabajo está bien. En dos meses te mando los primeros dólares.” Y efectivamente, a los dos meses llegó la primera remesa. $200 que se convertían en muchos pesos mexicanos de esa época. Era más dinero del que habíamos visto junto en mucho tiempo.

 Me emocioné tanto que fui corriendo a casa de Valentina para contarle. Prima, le grité. Llegó dinero de Rodrigo. Ya empezó a trabajar. Ella se alegró mucho, me abrazó, me felicitó. ¿Ves? Me dijo. Te dije que todo iba a salir bien. Con esos $200 compré ropa nueva para los niños. arreglé unas goteras de la casa, compré comida para todo el mes y aún me sobró dinero para ahorrar.

 Me sentía tan orgullosa de mi marido, trabajando duro allá lejos para mandarnos dinero. Le escribí una carta larga contándole todo lo que había hecho con el dinero, cómo estaban los niños, cuánto lo extrañábamos. Las llamadas llegaban cada 15 días, siempre desde casetas telefónicas. Rodrigo me contaba que trabajaba muchas horas. que vivía en un cuarto pequeño con otros mexicanos, que la comida era diferente, que extrañaba los frijoles y las tortillas de la casa.

 “Pero vale la pena, mi amor”, me decía, “porque ustedes van a tener una vida mejor.” Y yo le creía cada palabra. Los primeros meses, Valentina me visitaba seguido, me ayudaba con las compras, a veces se quedaba a cuidar a los niños cuando yo tenía que hacer algún trámite. Era una gran compañía en esos momentos de soledad.

 Recuerdo que una vez, como a los 4 meses de que Rodrigo se había ido, Marisol le preguntó, “Tía Valentina, ¿por qué mi papá no puede venir a vernos aunque sea un día?” Y Valentina le respondió, “Porque, mi hija, cuando uno está en Estados Unidos no puede salir fácil. Si sale ya no lo dejan regresar, pero cuando junte mucho dinero, va a venir para quedarse para siempre.

” Esa respuesta me tranquilizó. Valentina parecía saber mucho sobre cómo funcionaban las cosas en Estados Unidos. Su esposo Aurelio tenía contactos en el gobierno, tal vez por eso sabía tanto. Me explicó que los documentos tardaban años en arreglarse, que mientras tanto los trabajadores mexicanos no podían regresar porque perdían su trabajo y era muy difícil volver a cruzar la frontera.

Las remesas llegaban cada dos meses, siempre la misma cantidad, $200. A veces llegaban cartas también escritas en la letra de Rodrigo que yo conocía también. Me contaba del trabajo, del frío, de que había conocido a otros poblanos que trabajaban en la misma construcción. En una carta me decía, “Mi amor, aquí el trabajo es muy pesado, pero los patrones pagan bien.

 Ya tengo ahorrados $500. En un año o dos vamos a poder comprar esa casa que siempre quisimos.” Yo guardaba todas las cartas en una caja de zapatos, las leía una y otra vez, especialmente en las noches cuando me sentía muy sola. Los niños se habían acostumbrado a la rutina. Marisol había empezado la primaria y Jorge iba al jardín de niños.

 Con el dinero que mandaba Rodrigo podía pagarles escuelas privadas buenas, comprarles uniformes bonitos, útiles de calidad. Mi vida se había convertido en una rutina de espera. Levantarme temprano, arreglar a los niños para la escuela, hacer la limpieza de la casa, ir al mercado, recoger a los niños, ayudarles con las tareas, hacer la cena, acostarlos y esperar.

 Esperar la próxima llamada, la próxima carta, la próxima remesa. Siempre esperando. A veces me preguntaba cómo sería la vida de Rodrigo allá lejos. Me lo imaginaba en un cuarto pequeño trabajando bajo el sol fuerte de Texas, extrañándonos tanto como nosotros lo extrañábamos a él. Nunca se me ocurrió dudar de él por qué iba a hacerlo.

 Las llamadas llegaban, el dinero llegaba, las cartas llegaban, todo parecía normal. Pero ahora, mijitas, cuando recuerdo esos primeros meses, me doy cuenta de que había señales que yo no vi o que no quise ver. Como que Valentina siempre sabía exactamente cuándo iba a llegar el dinero. Prima me decía, “¿No crees que ya va a llegar la remesa de Rodrigo?” Y efectivamente al día siguiente o a los dos días llegaba, o como que a veces cuando estábamos platicando y mencionaba algo que Rodrigo me había contado en las cartas, Valentina ya lo sabía. “Ah, sí”,

decía. Esos trabajos de construcción son así, como si ella hubiera estado ahí. Pero yo estaba tan ocupada sobreviviendo, criando a los niños sola, administrando el dinero, que no prestaba atención a esas cosas. Confiaba en mi prima, confiaba en mi marido.

 Nunca se me hubiera ocurrido sospechar que entre ellos dos me estaban construyendo la mentira más grande de mi vida. El primer año se fue volando. Para marzo de 1986, Rodrigo llevaba exactamente un año en Estados Unidos. Los niños habían crecido. Marisol ya sabía leer muy bien y Jorge había empezado a hacer preguntas más elaboradas sobre su papá.

 Mamá, me decía, “¿Por qué mi papá no puede mandarnos una foto de dónde vive?” Era una pregunta inocente, pero que me hizo pensar. Efectivamente, en todo un año no habíamos recibido ni una sola fotografía. Cuando le pregunté a Rodrigo en la siguiente llamada, me explicó que las cámaras eran muy caras en Estados Unidos, que el dinero que ganaba lo tenía que ahorrar para mandárnoslo a nosotros.

 Además, me dijo, “Mi amor, ¿para qué quieres fotos de este lugar tan feo? Mejor cuando regrese te llevo a conocer lugares bonitos aquí en México.” Su explicación me convenció. Rodrigo siempre había sido práctico con el dinero. Para esas fechas, ya había establecido una rutina muy clara con las remesas.

 Cada dos meses llegaban exactamente $200. Yo había aprendido a administrar ese dinero como una experta. Separaba lo de la renta, lo de la comida, lo de los gastos de los niños, lo de los servicios y siempre trataba de ahorrar algo para emergencias. Con 200 cada dos meses podíamos vivir dignamente. No nos sobraba, pero tampoco nos faltaba lo básico.

 Valentina seguía siendo mi gran apoyo. Cada vez que yo me sentía muy sola o muy abrumada, ella aparecía como ángel del cielo. Prima, me decía, no te desanimes. Ya ves que Rodrigo es cumplido con el dinero. Eso significa que está bien, que el trabajo le va bien. A veces traía dulces para los niños, otras veces me ayudaba con algún trámite o me acompañaba al mercado cuando las bolsas estaban muy pesadas. Pero empecé a notar algo curioso.

Valentina siempre parecía tener dinero extra. Su esposo Aurelio trabajaba en el gobierno municipal, sí, pero no era un puesto muy alto. Sin embargo, ella siempre andaba bien vestida, con zapatos nuevos, con bolsas bonitas. Cuando le preguntaba, me decía que Aurelio había tenido algunos trabajos extras, que habían vendido un terreno que tenían por ahí. Siempre había una explicación.

También noté que su casa había empezado a cambiar. Habían puesto piso nuevo, habían cambiado los muebles de la sala, habían comprado una televisión más grande. Todo esto durante el segundo año de ausencia de Rodrigo.

 Cuando le comenté lo bonita que se veía su casa, me dijo, “Ay, prima, es que Aurelio tuvo mucha suerte en el trabajo. Le dieron un ascenso y ahora gana mejor. Yo me alegraba por ella. Pensaba que se lo merecía. Las llamadas de Rodrigo seguían llegando cada 15 días, siempre desde casetas telefónicas, siempre con la misma historia. El trabajo estaba bien. Extrañaba mucho a la familia. Estaba ahorrando dinero para el regreso, pero empecé a notar que sus historias eran muy repetitivas.

 Siempre los mismos compañeros de trabajo, siempre los mismos jefes, siempre el mismo tipo de trabajo, como si fuera un disco rayado. Una vez, como al año y medio de que se había ido, decidí hacerle preguntas más específicas. “Mi amor”, le dije, “cuéntame cómo es un día normal tuyo, a qué hora te levantas, qué desayunas, cómo es el lugar donde trabajas.” Sus respuestas fueron muy vagas. Pues mi vida es como cualquier trabajo.

 Me levanto temprano, desayuno lo que puedo comprar barato, llego al trabajo, trabajo todo el día, regreso cansado. No me dio detalles específicos, nombres de lugares, nada concreto. Esa conversación me dejó un poco inquieta, pero me convencí a mí misma de que Rodrigo estaba tan cansado que no tenía ganas de platicar mucho.

 Además, las llamadas desde casetas telefónicas eran caras. Había que hablar rápido. Tenía sentido que fuera directo al grano. Para el segundo año, los niños ya se habían acostumbrado completamente a la ausencia de su padre. Marisol, que ya tenía 7 años, a veces ni lo mencionaba.

 Jorge, de 5 años, a veces confundía la cara de Rodrigo en las fotos con otros señores que veía en la calle. Eso me partía el corazón, pero entendía que era normal. Los niños viven el presente, no pueden mantener viva la memoria de alguien que no ven. Yo había engordado como 10 kg en esos dos años.

 El estrés, la ansiedad, la rutina sedentaria, todo eso me había pasado factura. Me veía en el espejo y ya no me reconocía. Era una mujer de 29 años que parecía de 35. Tenía ojeras permanentes, el cabello sin brillo, la piel manchada por el estrés. Valentina me decía, “Prima, tienes que cuidarte más. Cuando regrese Rodrigo quiere encontrarte bonita.

 Para el tercer año, 1988. Empezaron a pasar cosas extrañas. Un día fui al banco a cambiar los dólares que había mandado Rodrigo y el empleado me preguntó, “Señora, ¿estos dólares vienen de Estados Unidos?” Le dije que sí, que mi esposo trabajaba allá. El empleado los revisó con una lupa y me dijo, “Es que estos billetes no tienen las marcas que normalmente tienen los dólares que vienen del extranjero. Parecen dólares comprados aquí en México.

” Yo no entendí quería decir, pero me quedé con la duda. Esa noche llamé a mi hermana Rosa, que vivía en Ciudad de México y tenía más mundo que yo. Le conté lo que había pasado en el banco. Rosa me explicó, “Hermana, cuando la gente manda dólares desde Estados Unidos, esos billetes pasan por muchos bancos americanos antes de llegar aquí. Tienen marcas, sellos.

Se ven diferentes a los dólares que uno compra aquí en las casas de cambio mexicanas.” Sus palabras me pusieron muy nerviosa. “Rosa, le pregunté, “¿Tú crees que Rodrigo no esté en Estados Unidos?” Mi hermana se quedó callada un momento y después me dijo, “Hermana, no quiero sembrar dudas en tu cabeza, pero no te parece raro que en tr años nunca haya mandado una foto nunca te haya dado una dirección específica.

 Nunca te haya hablado desde su casa.” Esas preguntas me cayeron como baldazos de agua fría. Esa noche no pude dormir. Me quedé despierta hasta el amanecer, repasando todas las conversaciones telefónicas, todas las cartas, todos los detalles de esos 3 años. Por primera vez en mucho tiempo, empecé a hacerme preguntas que no me había hecho antes.

 ¿Por qué Rodrigo nunca me había dado una dirección? ¿Por qué nunca había mencionado nombres específicos de calles, de ciudades, de personas? ¿Por qué todas sus historias eran tan genéricas? Al día siguiente fui a buscar a Valentina para platicarle mis dudas, pero cuando llegué a su casa me dijo que no podía recibirme porque tenía visita. A través de la puerta escuché voces, pero no pude distinguir quién era. Prima, me dijo, mejor nos vemos mañana.

Sí. Era la primera vez en 3 años que Valentina me cerraba la puerta. Esa actitud me pareció muy extraña. Valentina siempre me recibía sin importar qué estuviera haciendo. Su casa siempre había sido como mi segunda casa, pero ese día fue diferente. Había algo en su voz, en su manera de pararse en la puerta que me dio muy mala espina.

Caminé de regreso a mi casa muy pensativa. Las dudas que había sembrado mi hermana Rosa se habían convertido en sospechas reales y la actitud extraña de Valentina había echado más leña al fuego. Por primera vez en 3 años empecé a pensar que tal vez tal vez algo no estaba bien con la historia de Rodrigo en Estados Unidos.

 Esa noche, cuando los niños se durmieron, saqué todas las cartas de Rodrigo y las puse sobre la mesa de la cocina. Las leí una por una con cuidado, buscando inconsistencias, buscando pistas. Y fue entonces cuando me di cuenta de algo que nunca había notado. Todas las cartas estaban escritas con la misma pluma. Todas. En tr años, Rodrigo había usado exactamente la misma pluma para escribir todas sus cartas.

 ¿No era eso muy raro? Además, revisando las fechas de los matas, me di cuenta de que todas las cartas habían sido enviadas desde la misma oficina postal en Texas. En 3 años, Rodrigo no se había movido de lugar ni una sola vez. No había cambiado de trabajo, de casa, de ciudad. Los trabajadores de construcción normalmente se mueven mucho, van de proyecto en proyecto, pero según las cartas, Rodrigo había estado en el mismo lugar exacto durante 3 años.

Esas observaciones me inquietaron mucho. Decidí que en la próxima llamada le íbame a hacer preguntas más directas, más específicas. Le iba a pedir detalles que no pudiera inventar fácilmente y dependiendo de sus respuestas iba a tomar decisiones importantes sobre mi vida y la de mis hijos.

 La siguiente llamada llegó tres días después, como de costumbre. Era un martes por la noche, como a las 8. Yo ya tenía preparadas mis preguntas. Cuando escuché la voz de Rodrigo del otro lado de la línea, mi corazón empezó a latir muy fuerte. “Hola, mi amor”, me dijo. “¿Cómo están los niños?” “Bien, Rodrigo, bien”, le respondí.

 “Oye, tengo unas preguntas que hacerte. Dime, mi vida, Rodrigo, en tr años nunca me has dicho en qué calle vives exactamente. Dame tu dirección completa. Hubo un silencio largo. Después me dijo, “Mi amor, es que aquí los lugares tienen nombres muy raros en inglés. No te los podría pronunciar bien, pero Rodrigo, aunque sea el nombre de la ciudad específica, siempre me dices Texas, pero Texas es muy grande.

Otro silencio. Estoy en Houston, mi vida. ¿Y en qué parte de Houston? ¿Qué colonia? ¿Cómo se llama tu jefe? Esperanza. ¿Por qué tantas preguntas? ¿Pasa algo? No pasa nada, Rodrigo. Solo quiero saber más de tu vida allá. En 3 años prácticamente no sé nada específico de lo que haces, mi amor.

 Mi vida allá es muy aburrida. Trabajo, duermo, trabajo, duermo. No hay nada interesante que contar. Rodrigo, ¿podrías mandarme una foto tuya? Los niños quieren ver cómo te ves ahora. Ya te dije que las cámaras son muy caras aquí, mi vida. Pero Rodrigo, en 3 años no has podido ahorrar ni siquiera para una foto. Mandas $200 cada dos meses, pero no puedes gastar $ en una foto.

 El silencio que siguió fue muy largo, tan largo que pensé que se había cortado la llamada. Rodrigo, ¿estás ahí? Sí, estoy aquí. Esperanza. Mejor hablamos de otra cosa. ¿Cómo va Marisol en la escuela? Esa conversación me dejó muy mal sabor de boca. Las evasivas de Rodrigo fueron demasiado obvias.

 Un hombre que genuinamente estuviera trabajando en Estados Unidos podría dar al menos algunos detalles básicos, pero Rodrigo no pudo o no quiso darme ningún detalle específico. Al día siguiente fui a buscar a Valentina. Esta vez sí me recibió. Le conté sobre mi conversación con Rodrigo, sobre mis dudas, sobre lo que había notado en las cartas.

 Esperaba que me tranquilizara, que me explicara las cosas como siempre lo hacía, pero su reacción fue muy diferente. Prima, me dijo, no deberías andar haciendo preguntas raras. Rodrigo está trabajando muy duro para ustedes. ¿No te parece suficiente que mande dinero cada dos meses? Pero Valentina, ¿no te parece extraño que en tr años no haya mandado ni una foto? Los hombres son así, prima, no les gustan esas cosas sentimentales y que no pueda decirme ni siquiera el nombre de su jefe.

 Tal vez tiene miedo de que alguien vaya a meter problemas en su trabajo. Todas sus respuestas sonaban forzadas como si las hubiera ensayado. Y había algo en sus ojos, una forma de no mirarme directamente que me hizo sentir que me estaba mintiendo. Valentina, le dije, necesito pedirte un favor. Quiero que me acompañes a investigar sobre Rodrigo. Algo no está bien.

 Su cara cambió completamente, se puso pálida y empezó a tartamudear. Investigar. ¿Qué, prima? ¿Estás loca? Rodrigo es tu esposo. Confía en él. Es justamente porque es mi esposo que necesito saber la verdad. Esperanza, no te metas en problemas. Déjalo así. Esa reacción me confirmó que algo definitivamente estaba mal. Valentina estaba nerviosa, asustada incluso.

 ¿Por qué se asustaría si no tuviera nada que esconder? Esa noche decidí empezar mi propia investigación. Fui a la terminal de autobuses y pregunté sobre los viajes a la frontera. El empleado me explicó todo el proceso, los documentos que se necesitaban, los puntos de cruce, los tiempos de viaje. Según él, para 1985, cuando Rodrigo supuestamente se fue, el viaje hasta la frontera tomaba al menos dos días completos en autobús.

 “¿Y usted sabe si hay registros de las personas que cruzan?”, le pregunté. Señora, del lado mexicano sí hay registros. En migración tienen listas de todos los que salen del país. Esa información fue como un rayo de luz. Si Rodrigo realmente había salido de México en marzo de 1985, tenía que haber un registro oficial en migración. Al día siguiente fui a las oficinas de migración en Puebla.

 Era un lugar lleno de gente, con mucho papeleo, muy burocrático. Le expliqué a un empleado que necesitaba verificar si mi esposo había salido del país en una fecha específica. “Señora, me dijo, esa información es confidencial. Solo se puede dar a la persona misma o con una orden judicial.” Pero es mi esposo.

 Aquí están nuestros papeles de matrimonio. Lo siento, señora, pero las reglas son las reglas. Si quiere esa información, necesita traer a su esposo o conseguir una orden de un juez. Era obvio que Rodrigo no iba a venir acompañarme y conseguir una orden judicial era complicado. Pero no me di por vencida. Le pregunté al empleado si había alguna otra forma de verificar la información. Bueno, me dijo bajando la voz.

 Si usted sospecha que su esposo nunca salió del país, puede hacer una denuncia por vigamia o abandono de hogar. En ese caso, la autoridad sí puede investigar. Bigamia. Esa palabra me pegó como un martillazo.

 ¿Era posible que Rodrigo estuviera casado con otra persona? ¿Era posible que toda la historia de Estados Unidos fuera una mentira para cubrir otra relación? Salí de las oficinas de migración con la cabeza dándome vueltas. Las posibilidades que se abrían ante mí eran terribles. Si Rodrigo no estaba en Estados Unidos, ¿dónde estaba? ¿Con quién estaba? ¿Por qué había inventado toda esa historia? Esa noche, mientras los niños dormían, me senté en la cocina a pensar en todo lo que había descubierto.

 Las evasivas en las llamadas, los dólares que parecían comprados en México, las cartas con inconsistencias, la reacción nerviosa de Valentina, la imposibilidad de conseguir información en migración. Todo apuntaba a que Rodrigo me estaba engañando de una manera muy elaborada, pero si él no estaba en Estados Unidos, ¿de dónde salía el dinero que me mandaba cada dos meses? Alguien tenía que estar financiando esa mentira.

 Alguien tenía que estar ayudándolo a mantener la farsa. Y mientras más pensaba en eso, más me venía a la mente la imagen de Valentina, su nerviosismo, sus respuestas ensayadas, su casa cada vez más bonita, su dinero extra inexplicable. ¿Era posible que mi propia prima estuviera involucrada en el engaño? ¿Era posible que ella supiera dónde estaba realmente Rodrigo? ¿O algo peor? ¿Era posible que ella fuera la razón por la cual Rodrigo había inventado toda la historia de Estados Unidos? Esa noche no pude dormir nada. Me quedé despierta hasta el amanecer, ponderando

todas las posibilidades, tratando de atar cabos sueltos. Y para cuando salió el sol, ya había tomado una decisión. Iba a contratar a un investigador privado. Iba a llegar al fondo de este asunto, costara lo que costara. Ya había desperdiciado 3 años de mi vida creyendo una mentira. No iba a desperdiciar ni un día más.

 El investigador privado se llamaba licenciado Herrera. Era un hombre de unos 50 años, delgado, con bigote, que tenía su oficina en el centro de Puebla. Me había costado mucho trabajo encontrarlo porque en esa época no había muchos investigadores privados en nuestra ciudad. Finalmente, una vecina me recomendó con él porque había ayudado a su hermana a encontrar a un esposo que se había fugado con el dinero del negocio familiar.

 Señora Esperanza, me dijo el licenciado Herrera cuando le expliqué mi situación. Lo que usted me cuenta es más común de lo que se imagina. Muchos hombres usan la excusa de irse a Estados Unidos para cubrir otra relación. Es más fácil inventar esa historia que pedirle el divorcio a la esposa.

 Sus palabras me dolieron, pero al mismo tiempo me hicieron sentir que no estaba loca, que mis sospechas tenían fundamento. ¿Cuánto va a costar la investigación?, le pregunté. Depende de qué tan complicado sea el caso, pero en promedio para una investigación básica estamos hablando de unos 500,000 pesos. 500,000 pesos era exactamente lo que yo tenía ahorrado de las remesas de 3 años, todo mi dinero para emergencias, pero decidí que esa era la emergencia más grande de mi vida.

 Licenciado, ¿qué necesita de mí para empezar? Necesito una foto reciente de su esposo, todos los datos que tenga, nombre completo, fecha de nacimiento, números de identificación. También necesito los nombres de todas las personas que podrían estar involucradas en el engaño. Le di todos los datos de Rodrigo y después, con mucho dolor en el corazón, le di también todos los datos de Valentina. ¿Usted sospecha de su prima? me preguntó licenciado.

 No quiero sospechar de ella, pero hay cosas que no cuadran. Su dinero extra, su nerviosismo cuando le pregunto sobre Rodrigo, su insistencia en que no investigue. Entiendo. Vamos a investigar a ambos. En dos semanas tengo resultados preliminares. Esas dos semanas fueron las más largas de mi vida. Seguí con mi rutina normal.

 llevar a los niños a la escuela, hacer las labores de la casa, ir al mercado, pero por dentro era un manojo de nervios. Cada vez que sonaba el teléfono pensaba que era Rodrigo y no sabía cómo iba a poder hablar con él normalmente, sabiendo que lo estaba investigando. Valentina vino a visitarme un par de veces durante esas dos semanas.

 Yo traté de comportarme normal, pero era muy difícil. La miraba y me preguntaba si ella sabía algo que yo no sabía. Si ella era cómplice de algún engaño, si ella me estaba viendo la cara de tonta hace tres años. Prima, me dijo una de esas veces, te veo muy nerviosa últimamente. ¿Estás bien? Sí, Valentina, solo son cosas de la edad. Ya sabes cómo somos las mujeres.

 ¿No habrás estado pensando tonterías sobre Rodrigo, verdad? La forma en que me hizo esa pregunta me puso la piel de gallina. Era como si supiera exactamente en qué estaba pensando. No, prima, qué tonterías voy a pensar. Es que te veo diferente, como desconfiada. No, Valentina, todo está bien. Pero todo no estaba bien.

 Cada día que pasaba me sentía más ansiosa, más desesperada por saber la verdad. Había momentos en que deseaba que el investigador me dijera que todo estaba bien, que Rodrigo efectivamente estaba en Estados Unidos y que yo estaba paranoica sin razón.

 Pero había otros momentos en que ya quería que se acabara la mentira, que saliera la verdad, por más dolorosa que fuera. La llamada de Rodrigo llegó en la segunda semana de la investigación. Esta vez traté de no hacerle preguntas específicas porque no quería que sospechara que lo estaba investigando, pero fue muy difícil mantener una conversación normal. Mi amor, me dijo, “te escucho rara. ¿Estás bien?” “Sí, Rodrigo, solo estoy cansada.

 Ya sabes, los niños, la casa, todo. ¿No estarás enferma? No, no estoy enferma, solo cansada. Bueno, mi vida, ya pronto te voy a mandar más dinero y te tengo una sorpresa. ¿Qué sorpresa? Es una sorpresa, no te puedo decir, pero vas a estar muy contenta. Esas palabras me dieron muy mala espina. ¿Qué tipo de sorpresa podía darme alguien que estaba en Estados Unidos? ¿Y por qué justo ahora cuando yo lo estaba investigando? Finalmente llegó el día de la cita con el licenciado Herrera. Era un viernes por la tarde. Dejé a los niños con una

vecina y fui a su oficina con el corazón en la garganta. “Señora Esperanza”, me dijo cuando me senté frente a su escritorio. “Tengo noticias para usted y no son buenas noticias.” Mi corazón empezó a latir tan fuerte que pensé que se me iba a salir del pecho. “Dígame, licenciado.

 Su esposo Rodrigo nunca salió de México. No hay ningún registro de él en migración. Nunca cruzó la frontera, aunque yo ya lo sospechaba, escuchar esas palabras fue como recibir un golpe en el estómago. Me quedé sin respiración por un momento. ¿Estás seguro? Completamente seguro. Tengo aquí los reportes oficiales.

 Rodrigo Martínez Hernández, con el número de identificación que usted me dio, no aparece en ningún registro de salida del país entre 1985 y 1988. ¿Y dónde está entonces? El licenciado Herrera suspiró y me miró con compasión. Señora Esperanza, prepárese para lo que le voy a decir. Su esposo Rodrigo está viviendo en esta misma ciudad y no está solo. Las palabras del licenciado Herrera me cayeron como un rayo.

 Su esposo Rodrigo está viviendo en esta misma ciudad y no está solo. Mi mundo se tambaleó en ese momento. Sentí como si el piso se hubiera abierto bajo mis pies. ¿Con quién está viviendo? Le pregunté con la voz quebrada. El licenciado Herrera abrió una carpeta y sacó varias fotografías. Señora Esperanza, su esposo está viviendo en una casa en la colonia Reforma Norte.

Una casa bonita, de dos pisos, con jardín y está viviendo con una mujer. Me extendió la primera fotografía. Era Rodrigo. Mi Rodrigo, saliendo de una casa que yo no conocía. Se veía igual que siempre, tal vez un poco más gordo, pero era él. La segunda fotografía me partió el alma en dos.

 Rodrigo abrazando a una mujer en la puerta de esa misma casa. Y la tercera fotografía me mató. Era Rodrigo besando a esa mujer. Y esa mujer era Valentina. Mi prima Valentina. No puede ser, susurré. No puede ser. Lo siento mucho, señora Esperanza. Según mi investigación, su prima Valentina y su esposo Rodrigo están viviendo juntos desde hace más de 3 años, desde que él supuestamente se fue a Estados Unidos.

Me quedé viendo las fotografías sin poder hablar. En una de ellas, Rodrigo y Valentina estaban comprando en el mercado como una pareja normal. En otra estaban subiendo juntos a un carro que yo no conocía. En otra más estaban entrando juntos a una tienda de muebles. ¿Cómo es posible? Murmuré.

 ¿Cómo es posible que durante 3 años, señora Esperanza, hay más? Su prima Valentina nunca se divorció oficialmente de su esposo Aurelio, pero él se fue de la ciudad hace como dos años. Según mis contactos, Aurelio descubrió la relación entre su esposa y su primo político y prefirió irse para evitar problemas. La casa donde viven Rodrigo y Valentina está a nombre de ella.

 La compró hace dos años. Todo empezaba a tener sentido. El dinero extra de Valentina, su casa nueva, su nerviosismo cuando yo hacía preguntas sobre Rodrigo. Ella no solo sabía dónde estaba mi marido. Ella era la razón por la cual mi marido había inventado toda la mentira de Estados Unidos.

 Licenciado, le pregunté, ¿de dónde sale el dinero que me manda Rodrigo cada dos meses? Esa fue la parte más fácil de investigar. Rodrigo está trabajando en una madrería aquí en Puebla. Gana bien, pero no gana en dólares. Obviamente los dólares que le manda cada dos meses los compra en casas de cambio de la ciudad. Tengo los registros de compra. siempre compra exactamente $200 cada dos meses.

 Y las cartas que me manda desde Estados Unidos, las cartas las manda él mismo, pero las envía a través de un contacto que tiene en Texas, un primo de Valentina que vive allá. Rodrigo le manda las cartas y el dinero a este señor y él las reenvía desde Estados Unidos para que parezca que vienen de allá. La elaboración del engaño me dejó sin palabras.

 No había sido una mentira improvisada, había sido una operación planificada, con cómplices, con estrategia, con recursos. Durante 3 años, Rodrigo y Valentina me habían estado construyendo una realidad falsa mientras ellos vivían su vida juntos en la misma ciudad donde yo me estaba muriendo de soledad. ¿Hay más información? Le pregunté.

 Sí, señora Esperanza. Y esto es lo más doloroso. Según mis investigaciones, Rodrigo y Valentina han estado teniendo una relación desde antes de que él supuestamente se fuera a Estados Unidos. Los vecinos de la colonia donde viven dicen que llegaron juntos hace 3 años y que desde el principio se presentaron como esposos. Esa información fue la gota que derramó el vaso.

 No solo me habían engañado durante 3 años, la relación entre ellos había empezado antes, tal vez durante meses o incluso años antes de que Rodrigo inventara la historia de Estados Unidos. Tal vez durante todo el tiempo que Valentina venía a mi casa a consolarme, a apoyarme, a decirme que fuera paciente con Rodrigo.

 ¿Tienen hijos?, pregunté, aunque no estaba segura de querer escuchar la respuesta. No, que yo sepa, señora Esperanza, pero viven como matrimonio. Los vecinos los conocen como el señor y la señora Martínez. Salí de la oficina del licenciado Herrera como zombie. Caminé por las calles de Puebla sin rumbo, con las fotografías en la bolsa, con toda la información dándome vueltas en la cabeza.

 Mi marido no solo me había abandonado, me había traicionado con mi propia prima y los dos juntos me habían construido la mentira más cruel que se pueden imaginar. Llegué a mi casa y me senté en la sala viendo a mis hijos jugar. Marisol tenía 8 años y Jorge 6. Durante 3 años les había dicho que su papá estaba trabajando lejos para darles una vida mejor.

 Durante tres años les había enseñado a extrañarlo, a amarlo, a esperarlo. ¿Cómo les iba a explicar que todo había sido mentira? ¿Cómo les iba a decir que su papá había estado aquí todo el tiempo, pero había preferido estar con otra mujer? Esa noche no pude cenar, no pude dormir, no pude pensar en nada más que en la traición.

 Pero después de la conmoción inicial, empezó a crecer en mí algo diferente. No era solo dolor, no era solo tristeza, era coraje, era indignación, era una furia que nunca había sentido en mi vida. Rodrigo y Valentina habían jugado conmigo durante 3 años. Me habían visto la cara de tonta. Habían planeado cada detalle para mantenerme engañada.

 Mientras ellos disfrutaban de su vida juntos, Valentina había venido a mi casa a consolarme por la ausencia de un hombre que estaba en su cama. Había jugado con mis hijos, había comido en mi mesa, había recibido mi confianza mientras me estaba traicionando de la manera más baja posible. Y Rodrigo, Rodrigo me había robado 3 años de mi vida. Tres años en los que yo podría haber rehecho mi vida, encontrado a alguien que realmente me amara, sido feliz.

 En lugar de eso, había estado esperando como una tonta a un fantasma. Pero lo que más me dolía era pensar en mis hijos. Ellos habían crecido sin padre por una mentira. Habían extrañado, habían esperado, habían amado a un hombre que los había abandonado sin explicación, que había preferido fingir que se había ido del país antes que asumir su responsabilidad como padre. Esa noche, mirando a mis hijos dormir, tomé una decisión.

 No me iba a quedar callada. No iba a permitir que Rodrigo y Valentina siguieran disfrutando de su vida feliz mientras yo me quedaba con el dolor y la humillación. Iba a hacer que pagaran por lo que me habían hecho. Iba a hacer que toda la gente supiera quiénes eran realmente. Pero no iba a ser una venganza impulsiva.

 Iba a ser una venganza planeada, calculada, que les doliera tanto como me había dolido a mí su traición. Porque si algo había aprendido en esos 3 años de soledad, era a ser paciente, a planificar, a esperar el momento correcto. Durante los siguientes días fingí que no sabía nada. Seguí con mi rutina normal. Cuando Valentina vino a visitarme, la recibí como siempre, aunque por dentro se me revolvía el estómago de verla fingir preocupación por mí.

 Cuando Rodrigo me llamó, hablé con él normalmente, aunque cada palabra suya me quemaba como ácido. “Mi amor”, me dijo en una de esas llamadas, “¿Te llegó el dinero de este mes?” “Sí, Rodrigo, ya llegó. Muchas gracias. ¿Cómo están los niños?” “Bien, preguntando por ti como siempre. Dale muchos besos de mi parte. Ya pronto voy a poder regresar.

” ¿En serio? ¿Cuándo? Tal vez para fin de año, mi vida. Ya tengo bastantes ahorros. Fin de año. Era agosto de 1988. Rodrigo estaba planeando regresar de Estados Unidos en diciembre. Seguramente había planeado toda una historia sobre cómo había ahorrado suficiente dinero, cómo había conseguido arreglar sus papeles, cómo finalmente podía volver con su familia y probablemente pensaba que yo lo iba a recibir con los brazos abiertos. agradecida de que hubiera regresado.

 Pero yo tenía otros planes para diciembre, Rodrigo y Valentina iban a saber lo que significaba ser humillados públicamente. Iban a saber lo que se sentía que toda la gente los señalara, que toda la familia los juzgara, que toda la comunidad supiera exactamente quiénes eran. Empecé a planificar mi venganza paso a paso. Primero, necesitaba más evidencia.

 Las fotografías del investigador eran buenas, pero yo quería más. Quería evidencia irrefutable que nadie pudiera negar. Segundo, necesitaba elegir el momento perfecto, un momento en que el impacto fuera máximo cuando hubiera la mayor cantidad de gente presente. Tercero, necesitaba asegurarme de que mis hijos estuvieran protegidos de todo el escándalo que se iba a sarmar.

Contraté de nuevo al licenciado Herrera, pero esta vez para que siguiera a Rodrigo y Valentina durante varias semanas más. Quería documentar su rutina, sus lugares favoritos, sus horarios. Licenciado, le dije. Necesito que me consiga la mayor cantidad de evidencia posible, fotografías, videos, si es posible, documentos, todo lo que pueda servir para demostrar que han estado viviendo juntos durante 3 años.

 ¿Está planeando demandarlos? Me preguntó. ¿Estoy planeando algo mejor que una demanda, licenciado? Estoy planeando que toda la ciudad sepa quiénes son realmente. Durante las siguientes semanas estudié cada detalle de la vida de Rodrigo y Valentina. Supe que desayunaban todas las mañanas en un café del centro, que iban al mercado juntos todos los miércoles, que comían en el restaurante de doña Leticia todos los viernes.

 Supe que habían abierto una cuenta de banco conjunta, que habían comprado un carro juntos, que se habían inscrito en un club deportivo como matrimonio. También supe algo muy importante, que el 15 de septiembre para las fiestas patrias iban a ir juntos a la celebración en el zócalo de la ciudad, el mismo evento al que toda mi familia iba cada año, al que iban todas las familias de la ciudad, el evento más público y concurrido del año.

 Ese iba a ser el momento perfecto para mi venganza, en el lugar más público, en el momento más visible, frente a toda la gente que los conocía. frente a toda mi familia, que había estado consolándome durante 3 años por la ausencia de Rodrigo, frente a toda la familia de Valentina, que había estado preguntando por Aurelio y fingiendo no saber por qué se había ido.

 Pero para que mi plan funcionara perfectamente, necesitaba una cosa más. Necesitaba que Rodrigo estuviera ahí no como Rodrigo el emigrante que había regresado de Estados Unidos, sino como Rodrigo el mentiroso que nunca se había ido. Necesitaba descubrir su engaño públicamente, no revelar que ya lo sabía desde hace tiempo. Para eso planifiqué el detalle más importante de toda mi venganza.

 Le iba a atender una trampa en la misma celebración del 15 de septiembre. una trampa que lo iba a obligar a él y a Valentina a quedar expuestos frente a toda la ciudad, sin posibilidad de negarlo, sin posibilidad de inventar otra mentira. Septiembre estaba a solo tres semanas de distancia. Tres semanas para afinar todos los detalles de mi plan.

 Tres semanas para prepararme emocionalmente para el momento más importante de mi vida. tres semanas para asegurarme de que mi venganza fuera perfecta, contundente e inolvidable, porque después de tr años de ser la víctima, finalmente había llegado el momento de ser la que tuviera el control. Las tres semanas que faltaban para el 15 de septiembre las usé para perfeccionar cada detalle de mi plan.

 Había decidido que mi venganza tenía que ser perfecta, sin cabos sueltos, sin posibilidad de que Rodrigo y Valentina pudieran negar lo que había estado pasando durante 3 años. Primero contraté a un fotógrafo profesional. No quería depender solo de las fotografías del investigador privado. Quería material de calidad, claro, indiscutible. El fotógrafo se llamaba señor Carranza.

 Era un hombre mayor que tenía un estudio en el centro de Puebla. Le expliqué la situación y él aceptó ayudarme. “Señora, me dijo, he visto muchos casos de infidelidad en mis 40 años de fotógrafo, pero el suyo es especialmente cruel. Vamos a hacer que tengan las mejores evidencias posibles.

” El señor Carranza siguió a Rodrigo y Valentina durante dos semanas completas. Los fotografió saliendo juntos de la casa, desayunando en el café, comprando en el mercado, entrando y saliendo del banco, besándose en el parque. Pero lo más importante, los fotografió en situaciones que claramente demostraban que eran una pareja establecida. No dos personas que se acababan de encontrar.

 También me consiguió algo muy valioso, una fotografía de la fachada de la casa donde vivían con el número visible. y otra fotografía del carro que tenían registrado a nombre de los dos. Evidencia material tangible que nadie podía negar. Segundo, hice una lista de todas las personas que tenían que estar presentes el día de mi venganza. mi mamá, mis hermanos, mis tías, mis primos, la familia de Rodrigo, sus papás, sus hermanas, la familia de Valentina, mi tía Remedios, mis primos, toda la gente que había estado preguntando por qué Aurelio se había ido de la ciudad para asegurarme de que todos estuvieran ahí. Empecé a

visitarlos una por una, recordándoles la tradición familiar de reunirse en el zócalo para las fiestas patrias. Qué bonito va a estar este año, les decía. Tiene que venir toda la familia. Los niños se van a divertir mucho. Mi hermana Rosa, la que vivía en Ciudad de México, venía especialmente para las fiestas.

 Cuando le hablé por teléfono para confirmar que vendría, me dijo, “Hermana, ¿estás bien? Te escucho diferente.” Estoy muy bien, Rosa. Mejor que en mucho tiempo. ¿Pasó algo con Rodrigo? Vas a ver, hermana, el 15 de septiembre vas a entender todo. Tercero, planifiqué exactamente cómo iba a desarrollarse todo el día.

 Las fiestas del 15 de septiembre en Puebla siempre seguían el mismo programa. Por la mañana había bandas en el zócalo, por la tarde había bailes folkóricos y por la noche había el grito de independencia y fuegos artificiales. La mayor concentración de gente era siempre a las 8 de la noche, justo antes del grito.

 Según las investigaciones del licenciado Herrera, Rodrigo y Valentina siempre llegaban al zócalo como a las 7:30. Se colocaban cerca de la catedral y se quedaban ahí hasta después de los fuegos artificiales. Era el momento perfecto. Máxima concentración de gente, máxima visibilidad, imposibilidad de escapar discretamente. Cuarto, preparé un discurso, sí, un discurso completo de lo que les iba a decir a Rodrigo y Valentina frente a toda la gente.

 Lo practiqué frente al espejo durante días, hasta que me lo supe de memoria. Tenía que ser claro, contundente, que no dejara lugar a dudas sobre lo que había estado pasando. Quinto, y esto era lo más importante. Arreglé todos los asuntos legales. Fui con un abogado para iniciar los trámites de divorcio.

 Licenciado, le dije, quiero que el día 16 de septiembre, un día después de mi confrontación pública, usted le entregue personalmente a Rodrigo los papeles de divorcio. Quiero demandar a Valentina por daños morales. ¿Estás segura, señora Esperanza? Una vez que empiecen estos procesos legales, ya no hay vuelta atrás.

 Licenciado, después de 3 años de mentiras, lo único que quiero es que no haya vuelta atrás. También fui al banco donde Rodrigo y Valentina tenían su cuenta conjunta. Con la información que me había conseguido el investigador y aprovechando que técnicamente yo seguía siendo la esposa legal de Rodrigo, logré obtener los estados de cuenta de los últimos 3 años. Ahí estaba todo.

 Los depósitos regulares del salario de Rodrigo, los retiros de $200 cada dos meses para mandármelos a mí, los gastos en restaurantes, en ropa, en muebles para su casa de amor. Sexto, hablé con mis hijos. Esta era la parte más difícil de todo mi plan. Marisol ya tenía 8 años y podía entender algunas cosas.

 Jorge apenas tenía seis, pero también necesitaba estar preparado para lo que iba a pasar. Mijitos, les dije una noche después de cenar. Mamá tiene que decirles algo muy importante sobre papá. ¿Ya va a regresar? Preguntó Jorge con los ojos brillantes. No, mi amor. Papá no va a regresar. Y la razón es muy triste.

 Les expliqué con palabras que pudieran entender que papá había estado mintiendo, que nunca se había ido a Estados Unidos, que había estado viviendo con otra señora. No les dije que era Valentina porque no quería confundirlos más. Solo les dije que íbamos a tener que enfrentar una situación difícil, pero que todo iba a salir bien porque nosotros tres nos teníamos el uno al otro. Marisol lloró.

 Jorge no entendió completamente, pero vio que su hermana lloraba y también se puso triste. Fue una de las noches más difíciles de mi vida, pero era necesario prepararlos. Séptimo. Y por último, me preparé yo misma. Fui a la peluquería, me compré un vestido nuevo, me compré zapatos nuevos.

 No porque quisiera verme bonita para Rodrigo, sino porque quería que toda la gente me viera fuerte, digna, no como una víctima derrotada. Quería que cuando me recordaran en ese momento, me recordaran como una mujer que había tomado el control de su vida. Los últimos días antes del 15 de septiembre seguí fingiendo normalidad. Valentina vino a visitarme dos días antes de las fiestas.

 Esta vez verla fingir preocupación por mí ya no me daba dolor. Me daba una satisfacción extraña porque sabía que en 48 horas toda su vida cómoda se iba a desmoronar. Prima, me dijo, “¿Vas a ir a las fiestas del zócalo?” “Sí, Valentina, voy a ir con los niños.” “¿Tú vas a ir?” “Sí, también voy a ir. Podemos encontrarnos ahí.

” Claro, prima. Nos vamos a encontrar ahí. La noche del 14 de septiembre, cuando los niños se durmieron, me senté en la sala de mi casa y repasé una vez más todo mi plan. Las fotografías estaban listas, el discurso estaba preparado. Los abogados estaban listos para actuar al día siguiente.

 Mi familia iba a estar presente, todo estaba en su lugar. Por primera vez en tres años me sentí poderosa. Ya no era la mujer abandonada que esperaba noticias de un marido lejano. Ya no era la víctima de un engaño cruel. Era una mujer que había descubierto la verdad y que estaba lista para hacer justicia. Esa noche dormí mejor que en mucho tiempo porque sabía que al día siguiente finalmente iba a recuperar mi dignidad. El 15 de septiembre amaneció soleado y despejado.

 Era un día perfecto para las celebraciones y también perfecto para mi venganza. Me levanté temprano, desayuné con los niños, los vestí con su ropa más bonita. Marisol llevaba un vestido blanco con listones verdes y rojos, muy apropiado para las fiestas patrias. Jorge llevaba una camisa blanca y un pantalón de mezclilla.

 “Mami”, me preguntó Marisol mientras le peinaba el cabello. ¿Hoy va a pasar algo malo? No, mi amor, hoy va a pasar algo necesario y después de hoy todo va a estar mejor para nosotros. A las 5 de la tarde empecé a arreglme. Me puse el vestido nuevo que había comprado. Era azul marino, elegante, pero no llamativo.

 Me maquillé cuidadosamente, me peiné, me puse mis mejores aretes. Cuando me vi en el espejo, no reconocí a la mujer que me miraba. Ya no era la esperanza triste y abandonada de los últimos 3 años. Era una mujer determinada, fuerte, lista para la batalla. En mi bolsa llevaba todo lo que necesitaba para mi venganza.

 Las fotografías del investigador, las fotografías del señor Carranza, los estados de cuenta del banco, una copia de los registros de migración que demostraban que Rodrigo nunca había salido del país. Era un arsenal de evidencias que nadie podía refutar. Llegamos al zócalo a las 6:30 de la tarde. Ya había mucha gente, familias con niños, grupos de jóvenes, vendedores ambulantes, músicos.

 El ambiente era festivo, alegre. La gente estaba emocionada por las celebraciones. No sabían que en menos de 2 horas iban a presenciar el escándalo más grande que había tenido lugar en ese zócalo en muchos años. Poco a poco fueron llegando los miembros de mi familia. Mi mamá llegó con mis hermanos menores. Mi hermana Rosa llegó desde Ciudad de México con su esposo. Mis tías llegaron con sus esposos e hijos.

 Para las 7:30, casi toda mi familia extendida estaba reunida cerca de la catedral, exactamente donde yo sabía que Rodrigo y Valentina iban a aparecer. “Eperanza,” me dijo mi mamá. “Te ves muy bonita hoy. ¿Alguna razón especial?” “Sí, mamá, hoy es un día muy especial para mí.” Mi hermana Rosa me miró con curiosidad. Ella sabía que algo estaba pasando, pero no sabía qué. A las 7:45 los vi llegar.

Rodrigo y Valentina aparecieron por la esquina noreste del Zócalo, tomados de la mano, vestidos como una pareja elegante que sale a disfrutar las fiestas. Rodrigo llevaba una camisa beige y pantalón café. Valentina llevaba un vestido rojo que yo nunca le había visto. Se veían felices, relajados. como una pareja que no tiene nada que esconder.

 Mi corazón empezó a latir muy fuerte, pero no de nervios, era de emoción. Finalmente había llegado el momento que había estado esperando durante semanas. Los vi acercarse al área donde siempre se colocaban, cerca de la catedral. Estaban a menos de 20 m de donde estaba yo con mi familia. Era perfecto. No podrían escapar sin que los viera toda la gente que estaba ahí.

 Esperé hasta que estuvieran completamente instalados en su lugar, hasta que se sintieran cómodos y seguros. El programa oficial estaba a punto de empezar. Había cada vez más gente concentrada en esa área. Era el momento perfecto. Dejé a mis hijos con mi hermana Rosa. “Cuídalos”, le dije. En 5 minutos vas a entender por qué. Caminé directamente hacia donde estaban Rodrigo y Valentina. A medida que me acercaba, mi determinación se hacía más fuerte.

 Ya no había vuelta atrás. Esto tenía que pasar. Cuando estuve a unos 5 metros de ellos, Valentina me vio primero. Su cara cambió completamente, se puso pálida como un papel. Le dio un codazo a Rodrigo y le susurró algo al oído. Rodrigo volteó y me vio caminando hacia ellos. Su expresión fue de pánico total.

 En ese momento supe que ellos sabían que yo sabía. Tal vez habían notado que los estaban siguiendo. Tal vez alguien les había contado que yo había estado haciendo preguntas, pero ya era demasiado tarde para ellos. Me planté frente a los dos, a menos de 2 m de distancia. La gente que estaba alrededor empezó a notar que algo estaba pasando. Las conversaciones se fueron callando poco a poco.

 “Hola, Rodrigo”, le dije con voz fuerte y clara. “¿Cómo está el trabajo en Estados Unidos?” Rodrigo se quedó mudo, no pudo decir ni una palabra. “Hola, Valentina”, le dije a mi prima. “¿Cómo está Aurelio? ¿Ya regresó de su viaje?” Valentina tampoco pudo hablar. Los dos se quedaron parados ahí como estatuas con las caras descompuestas. Para ese momento ya había llamado la atención de mucha gente.

 Mi familia, que estaba cerca, empezó a acercarse. Otra gente que nos conocía también se acercó. Curiosos por ver qué estaba pasando. No me van a saludar, les dije subiendo la voz para que más gente pudiera escuchar. Después de 3 años sin vernos, Rodrigo, después de 3 años de tu trabajo tan duro en Estados Unidos, Rodrigo finalmente logró hablar. Esperanza. Yo puedo explicarte.

Explicarme qué, Rodrigo? Explicarme por qué durante 3 años me dijiste que estabas en Estados Unidos. cuando en realidad estabas aquí en Puebla viviendo con mi prima, un murmullo se extendió entre la gente que estaba escuchando. Mi familia se acercó más con caras de confusión total.

 Explicarme por qué me mandabas $200 cada dos meses para mantener la mentira mientras gastabas tu salario real en esta casa que compraron juntos. Saqué de mi bolsa las fotografías más claras. Rodrigo y Valentina saliendo juntos de su casa. besándose en la puerta, comprando juntos en el mercado. ¿O prefieres explicarme por qué durante 3 años, Valentina, venías a mi casa a consolarme por la ausencia de un hombre que estaba en tu cama? Para ese momento ya se había formado un círculo de por lo menos 50 personas alrededor de nosotros. Mi familia estaba en shock completo. La familia de Rodrigo, que también había

llegado para las fiestas, se acercó al escuchar el escándalo. Mi tía remedios. La mamá de Valentina se abrió paso entre la gente. ¿Qué está pasando aquí? Gritó. Lo que está pasando, tía Remedios, es que su hija y mi marido me han estado engañando durante 3 años. Rodrigo nunca se fue a Estados Unidos. Ha estado viviendo con Valentina desde que supuestamente se fue al norte.

 Le mostré las fotografías a mi tía, le mostré los estados de cuenta del banco. Le mostré los registros de migración. Aquí están las pruebas, tía. Su hija no solo se robó a mi marido. Me ayudó a creer una mentira durante 3 años mientras yo criaba a mis hijos sola, pensando que su papá estaba trabajando lejos para darnos una vida mejor. Mi tía Remedios se quedó viendo las fotografías con la boca abierta.

 Después miró a su hija con una expresión que jamás había visto. Decepción, coraje, vergüenza. Valentina, le gritó. ¿Es cierto esto? Valentina finalmente habló, pero con voz temblorosa. Mamá, yo nosotros es complicado. Complicado le grité. Complicado es mentirle a una prima que te quería como hermana.

 ¿Complicado es venir a mi casa a fingir preocupación por mi marido cuando lo tenías en tu cama? La gente empezó a murmurar más fuerte. Algunos empezaron a tomar fotos con sus cámaras. El escándalo era público, visible, innegable. Rodrigo trató de acercarse a mí. Esperanza, por favor, vamos a hablar en privado. No le grité. 3 años de privado, 3 años de mentiras privadas.

 Ahora todo es público. Los niños por murmuró Rodrigo. Ahora te acuerdas de los niños después de 3 años de abandono. ¿Te acuerdas de los niños? Saqué la última evidencia de mi bolsa, una carta que había escrito esa misma mañana dirigida a toda la familia y a todos los presentes.

 Quiero que toda la gente sepa grité para que todos pudieran escuchar que Rodrigo Martínez Hernández y Valentina Guerrero Sánchez han estado viviendo como matrimonio en la colonia Reforma Norte durante 3 años mientras me hacían creer que él estaba en Estados Unidos trabajando para su familia. Le entregué copias de la carta a mi mamá, a mi tía Remedios, a la mamá de Rodrigo, a varias personas que conocía en el público.

 Quiero que sepan que mañana mismo voy a iniciar los trámites de divorcio contra Rodrigo y que voy a demandar a Valentina por daños morales y por complicidad en abandono de hogar. El círculo de gente había crecido a más de 100 personas. Todo el mundo estaba hablando, comentando, juzgando. Rodrigo y Valentina estaban ahí parados, completamente expuestos, sin posibilidad de negar nada, sin posibilidad de inventar otra mentira.

 Y ahora, les dije como remate final, los dejo para que disfruten las fiestas, pero que sepan que su vida cómoda y su mentira terminaron hoy. Di media vuelta y regresé con mi familia, que me estaba esperando con caras de asombro total. Mi hermana Rosa me abrazó fuerte. Hermana, me susurró. Eres la mujer más valiente que conozco. Rodrigo y Valentina se quedaron ahí por unos minutos más, rodeados de gente que los miraba con juicio y desprecio.

 Finalmente se fueron, prácticamente corriendo, perseguidos por murmuraciones y señalamientos. Mi venganza había sido perfecta, pública, contundente, irreversible. Después de tres años de ser la víctima, finalmente había recuperado mi poder y mi dignidad. Los días que siguieron al 15 de septiembre fueron como un torbellino.

 La noticia del escándalo se extendió por toda la ciudad como pólvora. En una comunidad como Puebla, donde todo el mundo se conoce, una historia como esa se vuelve el tema de conversación principal. Durante semanas mi teléfono no paraba de sonar. familiares que querían saber más detalles, vecinos que querían expresar su apoyo, conocidos que querían chismear.

 Al principio fue abrumador, pero poco a poco me di cuenta de que la mayoría de las llamadas eran de apoyo genuino. Las mujeres especialmente se identificaban conmigo. Muchas me contaron sus propias historias de engaño y traición. El 16 de septiembre, tal como lo había planeado, mi abogado le entregó personalmente a Rodrigo los papeles de divorcio.

 Según me contó después, Rodrigo los recibió en la puerta de la casa que compartía con Valentina, frente a los vecinos que ya sabían toda la historia por el escándalo del día anterior. “Señor Martínez”, le dijo mi abogado. Su esposa Esperanza solicita el divorcio por abandono de hogar y adulterio. También está demandando a la señorita Valentina Guerrero por daños morales. Tiene 30 días para responder.

 Rodrigo trató de contactarme directamente varias veces durante esa primera semana. Llamó a mi casa insistentemente, pero yo no le contesté ni una sola vez. También fue a buscarme personalmente, pero yo había instruido a mis vecinos para que no le abrieran la puerta. Finalmente me mandó una carta a través de mi hermana Rosa.

 En la carta, Rodrigo trataba de explicar lo inexplicable. Decía que se había enamorado de Valentina, que no había sabido cómo decirme, que había inventado lo de Estados Unidos para no lastimarme, que el dinero que me mandaba cada dos meses era real, que siempre había cumplido con esa responsabilidad, que nunca había dejado de querer a los niños.

 Era una carta patética, llena de excusas y justificaciones, pero lo que más me molestó fue el final. Esperanza. Podemos arreglar esto. Podemos encontrar una manera de que todos seamos felices. Los niños nos necesitan a los dos. Todos felices. Después de tr años de mentiras, él pensaba que podíamos arreglar esto.

 La carta me confirmó que Rodrigo seguía sin entender la magnitud de lo que había hecho. Valentina también trató de contactarme. Una semana después del escándalo, se apareció en mi casa a las 7 de la mañana, cuando los niños ya se habían ido a la escuela. La vi por la ventana y decidí abrir la puerta porque quería escuchar qué tenía que decir. Se veía horrible.

 Tenía ojeras profundas, el cabello despeinado, la ropa arrugada. Era obvio que no había dormido bien en días. Prima, me dijo con voz quebrada, por favor, necesitamos hablar. No somos primas, le respondí. Una prima no hace lo que tú me hiciste. Esperanza, por favor. Sé que lo que hice estuvo muy mal.

 Pero necesitas entender que no fue planeado. Simplemente pasó. Simplemente pasó durante 3 años. Simplemente pasó que venías a mi casa a consolarme mientras te estabas acostando con mi marido. Yo te quiero, Esperanza. Siempre te he querido. Por eso no sabía cómo decirte. Me querías. Así es como demuestras amor, robándome la vida y haciéndome creer mentiras.

 Valentina empezó a llorar. Todo se salió de control. Al principio era solo una aventura, pero después nos enamoramos de verdad. Rodrigo no sabía cómo pedirte el divorcio sin lastimarte. Sin lastimarme, ¿te parece que me lastimó menos hacerme creer que era una esposa abandonada por necesidad económica en lugar de una esposa abandonada por otra mujer? No pude seguir hablando con ella.

 Sus excusas me daban más coraje que compasión. La corrí de mi casa y le dije que la próxima vez que quisiera hablar conmigo lo hiciera a través de abogados. Mientras tanto, los procedimientos legales avanzaban rápidamente. Mi abogado me informó que el caso era muy sólido. “Señora Esperanza”, me dijo, “Tenemos evidencia irrefutable de adulterio, abandono de hogar y engaño sostenido durante 3 años.

 El divorcio va a proceder sin problemas y probablemente también la demanda por daños morales. Pero lo más importante para mí no era el dinero que pudiera ganar en la demanda, era establecer legalmente la verdad de lo que había pasado. Quería que quedara en documentos oficiales que Rodrigo había abandonado a su familia para vivir con otra mujer y que había usado el engaño de Estados Unidos para justificar su abandono. Los niños fueron los que mejor manejaron toda la situación.

Marisol, a sus 8 años entendía perfectamente lo que había pasado. Mami, me dijo una noche, mi papá nos quería muy poquito. Tu papá nos quería, mi amor, pero no lo suficiente como para quedarse con nosotros. ¿Y la tía Valentina ya no es nuestra familia? No, mi amor.

 La tía Valentina tomó decisiones que la sacaron de nuestra familia. Jorge, siendo más pequeño, solo entendía que papá no iba a regresar, pero que eso estaba bien porque mamá estaba más contenta. Y era cierto. Después del escándalo inicial, yo me sentía más en paz de lo que me había sentido en años. Por primera vez en 3 años.

 No tenía que esperar llamadas telefónicas, no tenía que esperar remesas, no tenía que esperar cartas, no tenía que esperar nada. Mi vida me pertenecía completamente. Otra vez decidí usar el dinero que había ahorrado de las remesas para hacer cambios importantes en mi vida. Primero me mudé de la casa que había compartido con Rodrigo. Era una casa llena de recuerdos falsos, de esperanzas construidas sobre mentiras.

 Renté una casa más pequeña, pero más bonita, en una colonia diferente, donde podía empezar de cero con mis hijos. Segundo, me inscribí en un curso de computación. Era 1988 y las computadoras estaban empezando a llegar a México. Yo sabía que el futuro iba a requerir nuevas habilidades y quería estar preparada. A los 30 años no era demasiado tarde para aprender cosas nuevas. Tercero, empecé un pequeño negocio de comida casera.

 Siempre había sido buena cocinera y con la libertad de no tener que esperar a un marido ausente, podía dedicar tiempo y energía a generar mis propios ingresos. Empecé vendiendo tamales y posole los fines de semana y poco a poco fui construyendo una clientela. La reacción de la comunidad fue mayormente positiva.

 Las mujeres me veían como una heroína que había tenido el valor de confrontar públicamente a su marido infiel. Los hombres tenían reacciones más mixtas. Algunos me admiraban, otros pensaban que había sido demasiado dura, pero me daba igual lo que pensaran los hombres. Yo había recuperado mi dignidad y eso era lo único que importaba. Mi familia me apoyó completamente.

 Mi mamá, después del shock inicial, me dijo, “Mi hija, hiciste lo correcto. Nadie tiene derecho a burlarse de ti de esa manera. Mis hermanos también me respaldaron. Rosa me dijo, “Hermana, lo que hiciste va a ha inspirar a muchas mujeres a no aguantar engaños.” La familia de Rodrigo reaccionó de manera diferente.

 Sus papás trataron de mediar, de convencerme de que perdonara para que la familia no se destruyera. Pero yo ya había tomado mi decisión. No iba a regresar con un hombre que me había mentido durante 3 años sin importar las presiones familiares. 6 meses después del escándalo, el divorcio fue oficialmente aprobado. Rodrigo no se opuso.

 Sabía que no tenía argumentos legales para defenderse. La demanda contra Valentina también procedió. Y aunque el monto que me pagó no fue enorme, fue satisfactorio saber que hubo consecuencias legales para sus acciones. Para finales de 1989, mi nueva vida estaba completamente establecida. Mi negocio de comida estaba creciendo.

 Había terminado el curso de computación y había conseguido un trabajo de medio tiempo en una oficina. Los niños estaban adaptándose bien a su nueva realidad y yo, por primera vez en muchos años era completamente feliz. No la felicidad construida sobre mentiras que había tenido durante mi matrimonio, sino una felicidad real basada en mi propia fuerza y mis propios logros.

 Han pasado más de 30 años desde aquel 15 de septiembre de 1988. Y puedo decirles con total honestidad que fue el día más importante de mi vida. No porque haya sido fácil, no porque haya sido bonito, sino porque fue el día en que decidí que nadie más iba a controlar mi historia. Mis hijos crecieron y se convirtieron en adultos maravillosos.

 Marisol se hizo doctora, se casó con un hombre bueno, que la respeta y la ama de verdad y me dio tres nietos hermosos. Jorge se hizo ingeniero, también se casó y me dio dos nietas preciosas. Los dos me dicen siempre que mi ejemplo les enseñó que nunca hay que conformarse con mentiras, que la verdad, por dolorosa que sea, siempre es mejor que vivir en el engaño.

Mi negocio de comida creció tanto que logré abrir un restaurante pequeño pero próspero. Durante 20 años fui mi propia jefa. Empleé a varias mujeres de la comunidad y me retiré cómodamente a los 55 años. Nunca me volví a casar, no porque no haya tenido oportunidades, sino porque aprendí a estar completa conmigo misma.

 ¿Qué pasó con Rodrigo y Valentina? Su historia no tuvo el final feliz que seguramente esperaban. A los dos años de mi escándalo público, su relación empezó a deteriorarse. Los problemas llegaron cuando Rodrigo perdió su trabajo en la maderería, en gran parte porque el escándalo había dañado su reputación en la ciudad.

 Valentina tuvo que empezar a mantenerlo económicamente y eso causó tensiones terribles entre ellos. Para 1991, Rodrigo había empezado a tomar mucho y se volvió agresivo con Valentina. Ella, que había dejado a un esposo estable por él, se encontró con un hombre amargado, desempleado y violento. En 1992, Rodrigo tuvo un accidente automovilístico mientras manejaba ebrio.

 Sobrevivió, pero quedó con una discapacidad permanente en una pierna. Valentina lo cuidó durante algunos años, pero para 1995 ya no pudo más. lo abandonó y se fue a vivir a Guadalajara, donde nadie conocía su historia. Rodrigo se quedó solo, viviendo de una pensión por discapacidad, en la misma casa donde habían sido felices durante sus primeros años juntos.

 Yo me enteré de todo esto, no porque los estuviera siguiendo, sino porque en una ciudad como Puebla las noticias viajan. Y aunque no voy a mentirles diciendo que sentí lástima por ellos, tampoco sentí satisfacción por su sufrimiento. Para cuando llegaron sus problemas, yo ya había construido una vida tan plena que sus desgracias me parecían irrelevantes.

 Lo que sí me da satisfacción es saber que mi historia inspiró a muchas otras mujeres. Durante todos estos años he recibido visitas de señoras que me cuentan cómo mi ejemplo les dio valor para confrontar a maridos infieles, para dejar relaciones tóxicas, para tomar control de sus propias vidas. Algunas me han dicho, “Doña Esperanza, cuando mi esposo me engañó, me acordé de lo que usted hizo y eso me dio fuerzas para no quedarme callada. Esa es la verdadera venganza, mijitas.

 No es hacer sufrir a la gente que te lastimó, es convertir tu dolor en poder, tu humillación en dignidad, tu victimización en inspiración para otras personas que están pasando por lo mismo. Porque la realidad es que lo que me pasó a mí les pasa a muchas mujeres. hombres que abandonan a sus familias, las mentiras elaboradas para justificar el abandono, las traiciones familiares, las complicidades que lastiman más que la traición original. Mi historia no es única.

 Lo único que fue único fue mi decisión de no quedarme callada. Durante estos 30 años he aprendido muchas cosas importantes. He aprendido que la edad nunca es una limitación para empezar de nuevo. Cuando confronté a Rodrigo y Valentina, yo tenía 30 años y dos hijos pequeños. Mucha gente pensaba que era demasiado tarde para rehacer mi vida, pero no lo era.

 A los 30 años, a los 40, a los 50, a los 60, siempre es tiempo de tomar decisiones que nos devuelvan la dignidad. He aprendido que la verdad, por más dolorosa que sea, siempre libera más que las mentiras cómodas. Durante tres años viví en una mentira que me daba cierta tranquilidad. Mi marido trabajaba lejos, pero me amaba y regresaría algún día.

 Esa mentira era más fácil de vivir que la verdad. Mi marido me había abandonado por otra mujer, pero la mentira me mantenía paralizada esperando. La verdad me dio poder para actuar. He aprendido que la venganza más efectiva no es la que busca destruir al otro, sino la que te construye a ti misma. Yo podría haber usado mi evidencia para arruinar completamente a Rodrigo y Valentina.

 Podría haber seguido buscando formas de lastimarlos durante años, pero eso me habría mantenido atada a ellos emocionalmente. En lugar de eso, usé mi energía para construir una vida nueva y mejor. He aprendido que el apoyo de otras mujeres es fundamental en momentos de crisis. Sin mi hermana Rosa, sin mis vecinas, sin las clientas que se convirtieron en amigas, no habría podido salir adelante tan exitosamente.

Las mujeres que se apoyan entre sí son invencibles y he aprendido, sobre todo, que nunca es tarde para ser la protagonista de tu propia vida. Durante tres años fui un personaje secundario en la historia de Rodrigo, la esposa que esperaba en casa mientras él vivía su aventura. Pero en cuanto decidí tomar control, me convertí en la protagonista de mi propia historia.

Por eso les digo a todas las mujeres que me escuchan, no importa cuántos años tengan, no importa cuánto tiempo hayan estado en una situación que las lastima, no importa qué tan complicada parezca su situación, nunca es tarde para recuperar su poder. Nunca es tarde para exigir respeto. Nunca es tarde para decir, “Esto se acabó y se acabó en mis términos.

Si hay algo que espero que se queden de mi historia es que ustedes también pueden ser las heroínas de sus propias vidas. No tienen que esperar a que alguien más las rescate. No tienen que conformarse con mentiras para evitar conflictos. No tienen que sacrificar su dignidad para mantener relaciones que no las valoran.

A los 62 años, cuando miro hacia atrás, no veo a una mujer que fue víctima de un engaño cruel. Veo a una mujer que tuvo el valor de confrontar la verdad y la sabiduría de construir algo mejor sobre las ruinas de lo que se destruyó. Y ustedes también pueden hacerlo, mijitas, a los 30, a los 40, a los 50, a los 60 años y más.

Nunca es tarde para tomar la decisión de que su historia va a ser escrita por ustedes mismas, no por la gente que las ha lastimado.