Incluso para estar con su primer amor, fingió ahogarse en el día de nuestra boda. Yo quedé destrozada, pero cuando mi suegra sugirió que me volviera a casar con mi cuñado menor, me quedé paralizada un buen rato antes de secarme las lágrimas. “Está bien, me casaré con él”, dije. Mi suegra con los ojos enrojecidos me tomó de la mano. “Muy bien, hija.
Poco después me casé con Alejandro y me convertí en su esposa legal. Pero seis meses más tarde, mi prometido muerto regresó con su primer amor embarazada. Cuando el mayordomo los presentó, yo almorzaba sola en el salón. En cuanto Diego entró, con desdén me espetó. Ella, ¿por qué sigues rondando por aquí? Lo miré.
Venía vestido de manera sencilla, con ropa arrugada y el rostro demacrado. Claramente había sufrido mucho en estos se meses. Su novia, Isabel, lucía pequeña y delicada, la imagen perfecta de una flor frágil. Al verme de pie en silencio, Diego se impacientó aún más. Te hice una pregunta. ¿Acaso estás muda? Déjame ser claro. Nunca quise casarme contigo antes y no lo haré ahora. Isabel es la mujer que amo de verdad.
Ahora ella lleva en su vientre al primer nieto de la rama principal de nuestra familia. A mis padres les encantan los nietos. Ya no me obligarán a casarme contigo. Si tienes un mínimo de inteligencia, te irás de mi casa por tu cuenta. Isabel, acurrucada débilmente en los brazos de Diego, susurró, Diego, esta es la mujer que estuvo tan obsesionada contigo que no quiso casarse con nadie más.
¿Crees que mis suegros me aceptarán? Parecen caerle bien. Diego acarició su espalda con suavidad. Isabel, eres tú a quien amo. Ahora que estás embarazada, mis padres te querrán sí o sí. No te preocupes. Isabel me miró tímida. Luego enterró el rostro en el pecho de Diego. Eso enfureció aún más a Diego. ¿Y tú qué haces plantada ahí? Eres solo la hija de la empleada. Si no fuera por mis padres, ya estarías en la calle.
Date prisa y prepara un cuarto para Isabel. Le dirigí una mirada a Diego deseando poder echarlos a ambos, pero no pude. Sus padres aún no conocen la verdadera naturaleza de Diego. Su primogénito, al que habían criado con tanto cariño, regresaba de la muerte. Sin duda, se alegrarían si lo expulsara ahora, pero les rompería el corazón.

Me levanté y ordené al personal que preparara habitaciones para Isabel y Diego. Isabel, sin embargo, lucía angustiada con los ojos vidriosos. Diego protestó. Ella es la señora de la casa. No debí volver con ustedes. Al oírlo, Diego la abrazó con gesto protector. Luego me fulminó con la mirada helada. ¿Quién te crees para dar órdenes a los sirvientes de mi familia? Ve tú misma a preparar la habitación de Isabel.
Si no la atiendes como es debido, lárgate de nuestra casa, remató. En ese instante regresó mi joven esposo Alejandro de la Universidad. Al entrar vio el rostro de Diego y exclamó, “Hermano, ¿estás vivo? Mamá y papá se morirán de alegría cuando lo sepan.
” Pero como recordando algo, su mirada se posó en mí y su expresión se tornó compleja y dolida. Aunque Alejandro y yo llevábamos 6 meses de matrimonio, no habíamos consumado la unión. Cada noche yo dormía en la cama. y él en el suelo. Diego palmeó el hombro de Alejandro. Alejandro, te presento. Ella es tu cuñada, la que lleva a mi hijo en su vientre. Solo entonces Alejandro advirtió la presencia de Isabel en brazos de Diego.
Luego Diego me miró, dudó un instante y con gesto de desprecio sentenció. No me casaré con ella. Ya tengo esposa y ella no tiene derecho a vivir aquí. Le pediré a mamá y a papá que la echen pronto. No te apenes. Nuestra familia la mantuvo durante años. Ya hicimos demasiado. El ceño de Alejandro se frunció de inmediato.
Hermano, ella es parte de nuestra familia. Nadie tiene derecho a hacerla irse. El semblante de Diego se oscureció por el disgusto. Para cuando sus padres se enteraron de que Diego seguía vivo, regresaron apresurados a la mansión. Para entonces, Diego e Isabel ya se habían cambiado y los encontraron abrazados en el sofá.
Isabel se retorcía las manos ansiosa. Diego, ¿y si a tus padres no les gustó? Diego la tranquilizó. Mis padres siempre han querido nietos. Cuando sepan que vas a tener mi bebé, te querrán al instante. Luego me echó una mirada desdeñosa. No te preocupes. Ella es la hija de la criada.
¿Cómo puede compararse con el primer nieto de la rama principal de la familia? Me advirtió, ni se te ocurra molestar a Isabel. Si lo haces, ni yo ni mis padres lo tolerarán. Isabel intentó razonar. Sus padres han servido a los tuyos durante décadas. Aunque no hayan logrado gran cosa, trabajaron con empeño. Diego alzó el mentón y resopló. Al fin y al cabo, solo son sirvientes.
El rostro de Alejandro se tornó sombrío y quiso intervenir. Tiré de su manga para que guardara silencio. Él bufó, pero al final no dijo nada. se giró rehuyendo mi mirada claramente molesto. Después de tantos años compartiendo habitación con Alejandro, era la primera vez que se enfadaba conmigo.
Me resultó extraño y hasta divertido. En cuanto a Diego, no era más que un payaso que no duraría mucho. No valía la pena preocuparse por él si sus padres llegaban y los encontraban discutiendo por mi culpa. Eso sí que les rompería el corazón. Justo entonces sonó la voz del mayordomo en la puerta. Señor, señora.
Han llegado sus padres. Me puse una sonrisa de circunstancia para recibirlos, pero Diego me apartó con desdén. Ahora mismo mamá y papá preferirán ver a Isabel y a su futuro nieto. Dicho esto, tomó de la mano a Isabel y salió. Mamá, papá, he vuelto. Ella ya espera a su nieto, añadió orgulloso. Es la mujer que más amo. No me casaré con Ela. El lugar de la futura señora de la familia solo puede ser para Isabel.
Los padres de Diego se quedaron paralizados. Primero miraron a Diego e Isabel, luego a Alejandro y a mí. Al fin intercambiaron una mirada y sonrieron al unísono. Qué bien que hayan vuelto. Mi suegra le quitó la pulsera de varios miles de pesos de su propia muñeca y se la colocó a Isabel.
Aún no sabían cómo explicar que yo estaba casada con Alejandro y que Diego me había reemplazado. En realidad, todo aquello les convenía. Mientras entrábamos, Isabel miró a Diego con deleite. Yo lo oíar con desprecio. Te lo dije, no te preocupes. Nuestro primer nieto es infinitamente más importante que la hija de una empleada. Isabel asintió, pero añadió con inquietud.
¿Y si ella aún te ama y me odia? Diego frunció el ceño. Es solo la hija de la criada. No le prestes atención hoy. Al entrar, sus padres preguntaron por Diego durante estos 6 meses. Él no pudo confesar que fingió su muerte para huir de nuestro matrimonio. Me caí al mar y ella me rescató. Mintió. Perdí la memoria y por eso no regresé.
Durante ese tiempo me enamoré de Isabel. Solo hace poco recuperé mis recuerdos y la traje conmigo. Tras la explicación, Diego me lanzó una última mirada de fastidio. Mamá, papá, ya no puedo casarme con ella. Nuestra familia la mantuvo lo suficiente. Ahora que Isabel está aquí, para evitar malentendidos, lo mejor es que se vaya cuanto antes.
Alejandro, con el seño fruncido, no pudo contenerse. Hermano, no hace falta que nadie separe a mi esposa de su hogar. Ella ya es parte de la familia y no permitiré que la echen. Diego se quedó boquierto. ¿Qué dijiste? Pero sus padres intervinieron. ¡Cállate!”, tronó el padre de Diego golpeando la mesa.
¿Quién dijo que obligaríamos a ella a irse? La madre de Diego, tan alterada que le dolía la cabeza, me buscó con la mirada. La sostuve la mano y le acaricié la espalda para tranquilizarla. Diego bufó molesto. Entonces Alejandro zanjó la discusión. No te preocupes, hermano. Ya no hay nada que discutir. Ella es mi esposa y parte de esta familia. Con eso, Diego se quedó sin palabras.
Su rostro se contorsionó en una mueca de incredulidad mientras alternaba la mirada entre Alejandro y yo. Isabel, aferrada a su brazo, mostraba una expresión de confusión. “Esto es ridículo”, masculló Diego finalmente recuperando la compostura. “Mamá, papá, no pueden estar de acuerdo con esto. Ella no pertenece a nuestra familia.” Mi suegra se acercó con pasos firmes y le lanzó una mirada severa. Diego, fingiste tu muerte.
Desapareciste durante 6 meses y ahora vuelves exigiendo que expulsemos a la mujer que ha estado apoyándonos en tu ausencia. No tienes derecho. Diego abrió la boca para protestar, pero su padre levantó una mano silenciándolo al instante. Suficiente. Esta discusión ha terminado. Elena es la esposa de Alejandro y miembro de esta familia.
Isabel será bienvenida como la madre de nuestro nieto. Pero no toleraré más intentos de humillar a Elena. La cena transcurrió en un silencio incómodo. Observé a Isabel con disimulo, notando detalles extraños. Para una mujer embarazada, bebía vino sin preocupación. Cuando Diego le ofreció un plato con marisco, lo aceptó sin dudarlo.
¿No se suponía que las embarazadas evitaban estos alimentos? Al terminar la cena, me retiré a la habitación que compartía con Alejandro. Como siempre, él preparó su improvisada cama en el suelo. “No tienes que dormir ahí”, murmuré sorprendiéndome a mí misma. Alejandro levantó la mirada confundido. “¿Qué quieres decir? La cama es suficientemente grande para ambos, respondí evitando su mirada.
Solo dormir, claro. Esa noche, aunque mantuvimos distancia en la misma cama, algo cambió entre nosotros. La presencia de Alejandro resultaba reconfortante tras el caos del día. A la mañana siguiente escuché a Isabel en el baño. Los sonidos no eran de náuseas matutinas, sino de alguien fingiendo. Me acerqué a la puerta y escuché claramente cómo bebía agua del grifo para luego fingir arcadas.
Tras unos minutos salió con expresión triunfante que cambió a sorpresa al verme. “Elena, me asustaste”, exclamó llevándose una mano al pecho. “Buenos días, Isabel”, respondí con una sonrisa calculada. “¿Te encuentras bien?” Pareces pálida. Las náuseas del embarazo, murmuró bajando la mirada. Son terribles. Debe ser difícil, comenté.
De cuántos meses estás. La vi dudar. Un brillo de pánico cruzó sus ojos. Tres, casi cuatro, respondió, aunque su vientre apenas mostraba signos. Qué extraño dije con fingida inocencia. Anoche comiste marisco y bebiste vino. Pensé que las embarazadas evitaban esas cosas. Su rostro palideció. Yo, mi médico dice que está bien en pequeñas cantidades. Balbuceó. Tengo que irme.
Diego me espera. La observé alejarse apresuradamente. No cabía duda. Isabel mentía sobre su embarazo. Durante las siguientes semanas comencé a notarme atraída hacia Alejandro de una manera que nunca esperé. A diferencia de Diego, Alejandro era atento, respetuoso y genuinamente amable. Sin las exigencias de un matrimonio forzado, empezamos a conocernos como amigos.
Una noche, mientras leíamos en la cama, nuestras manos se rozaron accidentalmente. El contacto envió una corriente eléctrica por mi cuerpo. Alejandro también lo sintió. Lo noté en cómo contuvo la respiración. Elena susurró usando mi nombre completo en lugar del diminutivo que todos usaban. Hay algo que debo confesarte.
Me giré hacia él expectante. Cuando mi hermano desapareció y mis padres sugirieron nuestro matrimonio, lo acepté por deber. Hizo una pausa, sus ojos fijos en los míos, pero estos meses contigo han cambiado todo. Mi corazón se aceleró mientras él continuaba. No quiero un matrimonio solo en papel. Quiero una vida real contigo, si tú también lo deseas.
Algo despertó dentro de mí, un sentimiento que creí muerto tras la traición de Diego. Creo que también siento lo mismo, admití en voz baja. Esa noche Alejandro me besó por primera vez. Un beso tentativo, dulce, completamente distinto a los besos calculados que Diego me había dado. Cuando nos separamos, ambos sonreíamos. “¿Hay algo más que debes saber?”, dije decidiendo confiar en él.
“Creo que Isabel está fingiendo su embarazo.” Alejandro frunció el seño. ¿Por qué haría eso? Para asegurar su posición. Diego volvió creyendo que un heredero le garantizaría la aceptación de tus padres, expliqué. Pero he notado inconsistencias.
Bebe alcohol, come alimentos prohibidos para embarazadas y su vientre no crece. ¿Cómo debería? Si es cierto, mi hermano ha caído muy bajo murmuró Alejandro. Debemos estar seguros antes de decir algo. Asentí consciente de la delicadeza de la situación. Seremos pacientes y recopilaremos pruebas. Acordé. Lo que comenzó como un matrimonio por conveniencia estaba transformándose en algo real.
Mientras la mentira de Diego e Isabel comenzaba a tambalearse, por primera vez desde la muerte de Diego sentí que mi vida tomaba un rumbo positivo. Al día siguiente encontré a Isabel revisando nerviosamente su vientre frente al espejo. Al verme intentó cubrirse rápidamente. “Espiándome”, preguntó con hostilidad.
Solo pasaba por aquí, respondí con calma. Aunque debo admitir que es curioso cómo tu embarazo parece intermitente. Sus ojos se abrieron con alarma. No sé de qué hablas. Creo que lo sabes perfectamente. Di un paso hacia ella. La pregunta es, ¿delo está al tanto de tu farsa o también lo estás engañando a él? Isabel palideció confirmando mis sospechas sin necesidad de palabras. Isabel temblaba frente a mí.
Su máscara de inocencia se desmoronaba mientras sus ojos recorrían nerviosamente la habitación, buscando una salida. No digas tonterías, intentó defenderse cruzando los brazos sobre su vientre apenas abultado. Estoy embarazada. El médico lo confirmó. Entonces no tendrás problema en mostrar los resultados de tus análisis, ¿verdad?, presioné manteniendo mi voz calmada.
La familia estará encantada de ver las ecografías del bebé. Su rostro se contrajo en una mueca de pánico. Eso es privado. No tengo por qué mostrarte nada a ti. A mí no, pero a los padres de Diego seguramente sí. Respondí. Después de todo, están muy emocionados con su primer nieto. Isabel dio un paso hacia mí.
Su actitud cambió súbitamente a una más amenazante. Escúchame bien, intrusa. No sé qué crees que sabes, pero no te metas en mis asuntos. Diego, es mío. Siempre lo fue. Tú solo fuiste un inconveniente temporal, un inconveniente por el que fingió su propia muerte. Añadí con ironía. Muy romántico, sin duda. Isabel entrecerró los ojos.
Si dices una palabra de tus sospechas, me aseguraré de que todos sepan que sigues obsesionada con Diego, que inventas mentiras porque no soportas vernos juntos. No pude evitar soltar una risa breve. Realmente crees que me importa, Diego después de cómo me trató, lo único que siento por él es lástima. Mi comentario pareció sorprenderla. Aprovechando su desconcierto, continué.
No diré nada por ahora. No es mi secreto para contar, pero los embarazos falsos tienen fecha de caducidad, Isabel. Tarde o temprano la verdad saldrá a la luz. Me di la vuelta y salí de la habitación, dejando a Isabel visiblemente alterada. Necesitaba hablar con Alejandro sobre lo ocurrido. Lo encontré en la biblioteca revisando documentos de la universidad.
Al verme entrar, su rostro se iluminó con una sonrisa que me hizo sentir un calor inesperado en el pecho. ¿Qué sucede? preguntó al notar mi expresión seria. Le conté mi conversación con Isabel. Alejandro escuchó atentamente, frunciendo el ceño a medida que avanzaba mi relato. Esto es grave, Elena, dijo cuando terminé.
Si están mintiendo sobre el embarazo, mis padres se sentirán devastados. Ya sufrieron bastante con la supuesta muerte de Diego. Lo sé, admití sentándome junto a él. Por eso quiero estar completamente segura antes de decir algo. Alejandro tomó mi mano sorprendiéndome con el gesto. Tengo una idea. Mi madre mencionó que quiere organizar una cena para celebrar el embarazo.
Podríamos sugerir que el médico de la familia examine a Isabel como un regalo. Es brillante, reconocí. Si está mintiendo, se verá obligada a rechazarlo o a confesar. Mientras planeábamos nuestra estrategia, Diego entró inesperadamente en la biblioteca. Se detuvo al vernos con las manos entrelazadas. Su expresión cambió de sorpresa a disgusto.
“Veo que no pierdes el tiempo, hermanito”, comentó con desprecio. “Primero te casas con mi prometida y ahora te comportas como si realmente la quisieras.” Alejandro no soltó mi mano, al contrario, la apretó con más firmeza. A diferencia de ti, yo sí respeto a mi esposa, respondió con una calma que ocultaba su rabia. No fingí mi muerte para escapar de mis responsabilidades.
Diego se acercó amenazante. Cuidado con lo que dices. Sigo siendo el primogénito. Cuando nazca mi hijo, recuperaré todo lo que me pertenece. ¿Y cuándo será eso exactamente? Preguntó Alejandro. Isabel parece bastante saludable para estar embarazada. La cara de Diego enrojeció de ira. ¿Qué insinúas? Nada, respondió Alejandro con fingida inocencia. Solo observo lo que veo.
Diego nos miró alternativamente, luego se dirigió a mí. Tú le has metido ideas en la cabeza y no sientas. Siempre fuiste manipuladora. Mantuve mi expresión neutra. Si señalar lo obvio es manipular, entonces supongo que sí. Diego dio un paso hacia mí, pero Alejandro se interpuso entre nosotros. Suficiente, hermano. No permitiré que la amena.
Diego retrocedió sorprendido por la firmeza de Alejandro. Esto no ha terminado advirtió antes de salir furioso de la biblioteca. Una vez solos, Alejandro se volvió hacia mí preocupado. Debemos tener cuidado. Diego siempre ha sido impulsivo cuando se siente acorralado. Asentí, pero no podía evitar sentir cierta satisfacción.
Por primera vez desde que lo conocía, era yo quien tenía ventaja sobre Diego. Ya no era la joven ingenua que creía en sus falsas promesas. Había crecido, me había fortalecido y ahora tenía a Alejandro a mi lado. Esa noche, durante la cena familiar, mi suegra anunció sus planes. Estamos tan emocionados por el bebé que queremos hacerles un regalo especial. Miró a Isabel con una sonrisa.
Hemos concertado una cita con el doctor Vázquez, el médico de la familia. Realizará un seguimiento completo de tu embarazo con todos los gastos cubiertos. Isabel palideció visiblemente. Diego, sin notar su reacción, respondió, “Es muy generoso, madre, pero Isabel ya tiene su propio médico. Insistimos, intervino mi suegro. El doctor Vázquez tiene tecnología de última generación.
Podremos ver a nuestro nieto en 3D. Isabel”, tosió nerviosamente. No me siento cómoda cambiando de médico a mitad del embarazo. Mi suegra frunció el ceño extrañada. “Pero querida. Apenas estás comenzando el segundo trimestre. No es tarde para cambiar. Diego miró a Isabel con confusión.
Claramente ni siquiera él conocía los detalles exactos de este supuesto embarazo. “Iabel prefiere mantener su médico actual”, insistió Diego, aunque su voz ya no sonaba tan segura. “Respetemos su decisión. Como quieran concedió mi suegra, visiblemente decepcionada, aunque esperaba poder ver las primeras imágenes del bebé.
Las conseguiremos de su médico actual, prometió Diego rápidamente. Alejandro me lanzó una mirada significativa. Nuestra estrategia estaba funcionando. Isabel estaba acorralada. Más tarde, mientras nos preparábamos para dormir, Alejandro compartió información preocupante. Revisé las cuentas de la empresa familiar.
Diego ha estado retirando grandes cantidades de dinero durante estos 6 meses. ¿Crees que lo tenía planeado desde antes de desaparecer?, pregunté. Es posible, respondió Alejandro pensativo. Pero lo extraño es que las transferencias continuaron incluso después de su supuesta muerte. Alguien con acceso a sus cuentas siguió moviendo dinero. Un cómplice. Concluí Isabel, no lo creo.
Estas operaciones requieren conocimientos financieros que dudo que ella posea. Alejandro se pasó una mano por el cabello, frustrado. Sea quien sea, ha desviado casi un millón de euros. La revelación me dejó sin palabras. No solo fingieron una muerte y ahora un embarazo, sino que también estaban robando a la familia.
La situación era más grave de lo que imaginábamos. “Necesitamos pruebas concretas”, dije finalmente, “tanto del falso embarazo como del desvío de fondos.” Alejandro asintió, su expresión determinada. “Las conseguiremos y cuando las tengamos, Diego deberá responder por todo.
” Esa noche, mientras Alejandro dormía a mi lado, mi mente trabajaba incansablemente. ¿Qué pasaría cuando la verdad saliera a la luz? ¿Cómo reaccionarían mis suegros al descubrir la doble traición de su hijo favorito? Y más importante aún, ¿qué significarían estas revelaciones para mi futuro con Alejandro? Porque ahora, para mi sorpresa, realmente deseaba un futuro junto a él.
Un futuro real, no basado en conveniencias o arreglos familiares. Lo que comenzó como una alianza estratégica contra Diego e Isabel se estaba transformando en algo mucho más profundo, algo que nunca esperé encontrar después de la humillación que sufrí el día de mi fallida boda. Los días siguientes fueron tensos.
Isabel evitaba las áreas comunes de la casa, especialmente cuando mis suegros estaban presentes. Diego, por su parte, se mostraba cada vez más nervioso y agresivo. Una mañana, mientras desayunaba sola en el comedor, Diego entró con expresión amenazante. ¿Qué le has dicho a Isabel? Exigió saber golpeando la mesa con el puño. Desde vuestra conversación apenas come y se encierra en la habitación. Mantuve la calma tomando un sorbo de mi café.
No le he dicho nada que no sea verdad. Diego se inclinó sobre mí, su rostro a centímetros del mío. Te lo advierto, Elena. Si sigues interfiriendo en mi vida, lo lamentarás. No olvides quién soy en esta familia. El hijo que fingió su muerte para escapar de sus responsabilidades. Respondí sosteniendo su mirada.
O el que está desviando dinero de la empresa familiar. Su rostro palideció visiblemente. No sabes de qué hablas. Sé de lo que crees, Diego. Me levanté lentamente y a diferencia de antes, ya no te tengo miedo. Cuando se recuperó de la sorpresa, su expresión se tornó calculadora. Veo que mi hermanito te ha estado contando cuentos, dijo con una sonrisa forzada.
Siempre fue el débil de la familia, fácilmente manipulable, especialmente por mujeres como tú. Mujeres como yo, oportunistas. escupió. Primero intentaste atraparme a mí y cuando falló fuiste tras Alejandro. Muy conveniente, ¿no crees? Respiré profundamente para controlar mi rabia. Yo no busqué este matrimonio. Fueron tus padres quienes lo arreglaron después de tu supuesta muerte. Le recordé. Una muerte que tú fingiste, por cierto.
Diego abrió la boca para responder, pero fue interrumpido por la llegada de su madre. Al verla, compuso rápidamente una sonrisa. Buenos días, mamá”, saludó con normalidad, como si no hubiera estado amenazándome segundos antes. Mi suegra nos miró con sospecha. “¿Interrumpo algo?” “Para nada”, respondió Diego.
“Solo hablábamos de lo emocionante que será tener un bebé en la casa.” La expresión de mi suegra se iluminó. Hablando de eso, Isabel debe estar en su tercer mes, ¿ya?, ¿verdad? Deberíamos organizar una fiesta para anunciar el embarazo oficialmente. Diego asintió. Aunque noté la tensión en su mandíbula. Por supuesto, a Isabel le encantaría. Perfecto. Mi suegra me miró.
Elena, ¿podrías ayudarme con los preparativos? Quiero que todo sea perfecto. Será un placer, respondí con una sonrisa genuina, pensando en lo irónico de la situación. La fiesta que planeaba sería el escenario perfecto para que la mentira de Isabel quedara expuesta.
Esa tarde, mientras revisaba detalles de la fiesta con mi suegra, recibí un mensaje de Alejandro. Encontré algo importante. Encuéntrame en 197 la biblioteca. Me excusé y fui rápidamente a su encuentro. Alejandro estaba revisando documentos con expresión grave. “¿Qué descubriste?”, pregunté cerrando la puerta atrás de mí.
El cómplice de Diego”, respondió mostrándome unos papeles. Es Roberto Vega, el contador de la empresa. Ha estado transfiriendo dinero a cuentas en el extranjero desde hace meses. También durante la desaparición de Diego. “Exactamente”, confirmó Alejandro, “o que significa que Diego nunca perdió contacto con él. Su muerte fue completamente planificada, no un impulso del momento.
La revelación me dejó aturdida. Diego no solo me había abandonado en el altar, sino que lo había planeado con anticipación, coordinando todo con Roberto para seguir teniendo acceso al dinero familiar. “Hay más”, continuó Alejandro. Parte de ese dinero se destinó a comprar una propiedad en la costa a nombre de Isabel. “Una casa de respaldo.” Especulé.
Por si las cosas no salían como esperaba al regresar aquí. Alejandro asintió. Mi teoría es que Diego planeaba recuperar su posición en la familia, asegurar más dinero y luego desaparecer nuevamente, esta vez con Isabel y una fortuna considerable. Tenemos que contárselo a tus padres, dije. Pero Alejandro negó con la cabeza. Aún no.
Necesitamos pruebas concretas del fraude. Roberto es inteligente y ha cubierto bien sus huellas. Además, sospecho que la revelación sobre el falso embarazo será suficiente con moción por ahora. Estuvimos de acuerdo en esperar el momento adecuado.
La fiesta de anuncio del embarazo sería en tres días y para entonces Isabel tendría que mostrar pruebas de su estado o confesar la verdad. Lo que no esperábamos era que las cosas se precipitaran antes de lo planeado. Esa misma noche escuché gritos provenientes de la habitación de Diego e Isabel. Me acerqué sigilosamente, preocupada por la intensidad de la discusión. No puedo seguir con esta mentira”, gritaba Isabel, su voz quebrada por el llanto.
“Tu familia espera ver pruebas del embarazo. ¿Qué haremos cuando pidan ecografías o cuando pasen los meses y no haya un bebé?” “Encontraremos una solución”, respondió Diego intentando calmarla. “Diremos que perdiste el bebé. Será trágico, pero nos dará tiempo.
” “¿Tempo para qué?” Isabel sonaba desesperada para seguir robando a tu familia, para mantener esta farsa indefinidamente. Baja la voz, sió Diego. Las paredes tienen oídos. No me importa, respondió ella. Estoy cansada, Diego. Me prometiste una vida diferente cuando me pediste que te siguiera. Dijiste que tu familia nos aceptaría, que tendríamos nuestro propio lugar, pero todo ha sido una mentira tras otra. Isabel, por favor, no lo interrumpió.
Voy a decirles la verdad sobre el embarazo, sobre el dinero, sobre todo. No puedo vivir así. El sonido de una bofetada me hizo sobresaltar. Luego escuché a Isabel llorar más fuerte. No dirás nada, amenazó Diego su voz fría y controlada. ¿Entiendes? Si hablas, te hundes conmigo. La propiedad está a tu nombre. Eres cómplice.
No pude seguir escuchando sin intervenir. Abrí la puerta sin llamar. Isabel estaba en el suelo sujetándose la mejilla enrojecida. Diego se giró hacia mí furioso por la interrupción. ¿Qué demonios haces aquí? No respondí. Me dirigí directamente a Isabel y la ayudé a levantarse. Ven conmigo le dije con firmeza. No tienes que aguantar esto.
Diego intentó detenerme, pero en ese momento apareció Alejandro atraído por el escándalo. ¿Qué está pasando? Exigió saber para luego notar la mejilla roja de Isabel y la postura amenazante de Diego. La has golpeado. Diego retrocedió consciente de que estaba en desventaja. Esto es un asunto privado entre mi novia y yo. No te metas. Alejandro dio un paso hacia su hermano con los puños apretados.
En esta casa no toleramos la violencia, especialmente contra una mujer. Si vuelves a tocarla, te las verás conmigo. Diego soltó una risa amarga. Siempre tan noble, hermanito, pero no tienes idea de lo que está pasando aquí. Sé más de lo que crees, respondió Alejandro. sobre el dinero que has estado desviando, sobre el falso embarazo, sobre todo. La cara de Diego se transformó por la sorpresa. No puedes probar nada.
No necesito hacerlo. Alejandro señaló hacia el pasillo, donde mis suegros observaban la escena con expresiones de shock e incredulidad. Ellos acaban de escucharlo todo. El silencio que siguió fue ensordecedor. Diego miró a sus padres, luego a Isabel y finalmente a mí. Su expresión pasó del miedo a la rabia en segundos.
“Todo esto es tu culpa”, me acusó avanzando hacia mí amenazadoramente. Siempre fuiste una entrometida. Antes de que pudiera alcanzarme, Alejandro se interpuso empujando a su hermano contra la pared. “No la toques”, advirtió. Su voz peligrosamente baja. “Nunca más.” Mi suegro finalmente habló. Su voz cargada de decepción.
Diego Isabel, los quiero a ambos en mi despacho. Ahora tenemos mucho de qué hablar. Mientras se alejaban, Isabel me lanzó una mirada de gratitud mezclada con vergüenza. Me sentí mal por ella. Claramente también había sido manipulada por Diego. Cuando nos quedamos solos, Alejandro me abrazó con fuerza. ¿Estás bien?, preguntó preocupado.
“Sí”, respondí recostándome contra su pecho, solo sorprendida por cómo se desarrollaron las cosas. “Yo también”, admitió. “pero al menos la verdad está saliendo a la luz.” Esa noche, mientras el futuro de Diego e Isabel se decidía en el despacho de mi suegro, sentí una extraña mezcla de emociones.
Alivio por el fin de la farsa, tristeza por el dolor que causaría a la familia. y una creciente esperanza por mi futuro con Alejandro. Lo que no sabía era que otro secreto estaba a punto de revelarse, uno que cambiaría mi vida para siempre. Mañana siguiente fue extrañamente silenciosa. Diego e Isabel no aparecieron para el desayuno y mis suegros tenían expresiones sombrías.
Nadie hablaba sobre lo ocurrido la noche anterior, como si todos necesitáramos tiempo para procesar los acontecimientos. Alejandro me encontró en el jardín donde me había refugiado para evitar la tensión de la casa. “Mi padre ha bloqueado todas las cuentas de Diego”, me informó sentándose a mi lado. También ha contactado a un abogado para recuperar el dinero desviado.
“¿Qué pasará con Isabel?” “Sorprendentemente,” confesó todo.” Respondió Alejandro. admitió que nunca estuvo embarazada y que sabía sobre el desvío de fondos, aunque asegura que Diego la manipuló. ¿Le crees? Alejandro suspiró parcialmente. Diego siempre ha sido persuasivo cuando quiere algo, pero ella también es responsable de sus propias decisiones.
Nos quedamos en silencio unos minutos, contemplando el jardín que comenzaba a florecer con la primavera. “Elena, ¿hay algo más que debes saber?”, dijo finalmente Alejandro. Algo que descubrí anoche revisando los documentos financieros, su tono serio me alarmó. ¿Qué ocurre? Los fondos que Diego desviaba no eran solo para Isabel y él. Hizo una pausa eligiendo cuidadosamente sus palabras.
Encontré transferencias a una clínica de fertilidad. Lo miré confundida. No entiendo. Si planeaban fingir un embarazo, ¿por qué gastar dinero en tratamientos de fertilidad? No era para Isabel, respondió Alejandro. Las facturas están a nombre de Diego Morales, tratamientos para preservar su esperma. ¿Por qué haría eso? Alejandro tomó mis manos entre las suyas.
Elena, según los informes médicos, Diego quedó estéril tras una enfermedad hace dos años antes de nuestra boda. La revelación me golpeó como un balde de agua fría. estéril. Pero entonces, si nos hubiéramos casado, nunca habrías podido darle un hijo, completó Alejandro. Y conociendo a mis padres y su obsesión por los herederos me habría culpado a mí.
Concluí sintiendo una mezcla de rabia y alivio. Por eso fingió su muerte, no solo por Isabel, sino porque sabía que eventualmente se descubriría su esterilidad. Alejandro asintió. Cobardía. Purá. Prefirió abandonarte en el altar que enfrentar la verdad. Mientras procesaba esta información, sentí una repentina oleada de náuseas.
Me levanté apresuradamente y corrí hacia los arbustos, donde vacíé el contenido de mi estómago. Alejandro me siguió preocupado. ¿Estás bien?, preguntó sosteniendo mi cabello hacia atrás. Debe ser el estrés de estos días”, respondí, aunque una sospecha comenzaba a formarse en mi mente. Recordé que llevaba varias semanas sintiéndome extraña, mareos matutinos, cansancio, sensibilidad en ciertas partes de mi cuerpo, síntomas que había atribuido a la tensión de convivir con Diego e Isabel.
Pero ahora una posibilidad diferente surgía, una posibilidad que cambiaría todo. Alejandro, dije lentamente. Creo que necesito ir a la farmacia. Su expresión confundida cambió a comprensión y luego a asombro. ¿Tú crees que no terminé la frase? No era necesario. La ironía de la situación no pasó desapercibida para ninguno de los dos. Mientras Isabel fingía un embarazo.
Yo podría estar realmente embarazada. Ese mismo día, encerrada en el baño de nuestra habitación, observé con incredulidad las dos líneas rosadas que aparecían en la prueba de embarazo. Positivo. Estaba esperando un hijo de Alejandro.
Cuando salí para mostrarle el resultado, lo encontré sentado al borde de la cama, visiblemente nervioso. Al ver mi expresión, se levantó de un salto. Y bien, le mostré la prueba sin decir palabra. Sus ojos se abrieron de par en par. Es es verdad. Asentí. todavía procesando la noticia yo misma. “Vamos a ser padres”, confirmé.
La sonrisa que se formó en su rostro fue tan genuina, tan llena de alegría pura, que todas mis dudas se disiparon. Este hijo sería amado, cuidado, protegido. A diferencia del ficticio bebé de Isabel, nuestro hijo nacería en un hogar donde la verdad y el respeto prevalecían sobre las mentiras. Alejandro me abrazó con cuidado, como si temiera que pudiera romperme. “Te amo, Elena”, susurró contra mi cabello. “A ti y a nuestro bebé.
Era la primera vez que declaraba su amor abiertamente y supe que era sincero. No un matrimonio por conveniencia, no una relación basada en mentiras, un amor real, nacido de la adversidad y fortalecido por la verdad. Yo también te amo.” Respondí. Sorprendida por la facilidad con que las palabras salieron de mis labios, decidimos compartir la noticia del embarazo con mis suegros esa misma tarde.
Los encontramos en la sala principal revisando documentos probablemente relacionados con el escándalo de Diego. Al vernos entrar tomados de la mano, sus rostros cansados mostraron curiosidad. “Tenemos algo importante que decirles”, anunció Alejandro. Su voz firme pero emocionada. ¿Más problemas? Preguntó mi suegro con resignación. Todo lo contrario.
Respondí colocando instintivamente una mano sobre mi vientre. Estoy embarazada. El silencio que siguió fue rápidamente roto por mi suegra, quien se levantó de un salto y corrió hacia mí, lágrimas de alegría brotando de sus ojos. “¿De verdad?”, preguntó tomando mis manos. “¿Vamos a ser abuelos?”, asentí conmovida por su reacción. Mi suegro también se acercó abrazando a Alejandro con fuerza.
Esta es la mejor noticia que podríamos recibir en estos momentos, dijo su voz quebrada por la emoción. La ironía no pasó desapercibida para ninguno de nosotros. Mientras liaban con la desilusión causada por Diego, recibían la alegría de un verdadero nieto en camino. “¿De cuánto tiempo estás?”, preguntó mi suegra. “No estoy segura, admití.
Probablemente unas seis semanas necesito confirmar con un médico. Mi suegra asintió entusiasmada. Llamaré al doctor Vázquez inmediatamente. Quiero que tengas el mejor cuidado posible. En ese momento escuchamos ruidos provenientes del vestíbulo. Diego estaba bajando las escaleras con una maleta, seguido por Isabel, quien lucía agotada y demacrada.
Al vernos reunidos, Diego se detuvo, su expresión una mezcla de desafío y vergüenza. “Nos vamos”, anunció secamente. “Es obvio que ya no somos bienvenidos aquí.” Mi suegro dio un paso hacia él. “Diego, esto no es necesario. Podemos buscar ayuda, resolver los problemas legales.” “No, interrumpió Diego. He tomado mi decisión. Esta familia ya no es lo que era.
Su mirada se posó en mí, específicamente en mi mano sobre el vientre. Su rostro cambió al comprender lo que significaba ese gesto. ¿Estás? No terminó la pregunta, pero el dolor en sus ojos lo decía. Todo. Sí, confirmó Alejandro colocando un brazo protector alrededor de mis hombros. Elena está embarazada. Vamos a tener un hijo.
Diego palideció. El golpe final a su ego. No solo había perdido el respeto de su familia y estaba a punto de enfrentar consecuencias legales por sus acciones, sino que ahora yo, la mujer que había despreciado, esperaba el hijo que él nunca podría tener. Isabel, sorprendentemente se acercó a mí y tomó mi mano.
Felicidades, dijo con sinceridad. Serás una madre maravillosa. Su gesto me sorprendió. A pesar de todo lo ocurrido, no sentía odio hacia ella, como había sido manipulada por Diego, aunque de manera diferente. Gracias, Isabel, respondí. Espero que encuentres tu camino. Ella asintió, una lágrima resbalando por su mejilla. Lo intentaré.
Lejos de aquí, lejos de todas estas mentiras. Diego observaba nuestro intercambio con expresión amarga. Vámonos, Isabel, ordenó dirigiéndose hacia la puerta. Pero Isabel no se movió. No, Diego dijo con firmeza. No iré contigo. Tal como dijiste, ya no soy bienvenida aquí, pero tampoco deseo seguir a tu lado.
Prefiero enfrentar las consecuencias de mis actos sola que continuar viviendo en una mentira. Diego la miró con incredulidad, luego con rabia. Haz lo que quieras, espetó tomando su maleta. No te necesito. No necesito a ninguno de ustedes. Y con esas palabras salió de la casa cerrando la puerta con un golpe que resonó por toda la mansión. El silencio que siguió fue pesado, cargado de emociones contradictorias. Isabel se volvió hacia mis suegros.
“Lo siento tanto”, dijo su voz quebrada. Nunca quise que las cosas llegaran a este punto. Acepto cualquier responsabilidad legal por mi parte en el fraude. Mi suegro asintió gravemente. Hablaremos de eso mañana. Por ahora, todos necesitamos descansar. Los meses siguientes fueron una mezcla de desafíos y alegrías.
Isabel colaboró con las autoridades y debido a su cooperación recibió una sentencia menor. Diego, por otro lado, fue procesado por fraude y actualmente cumple una condena de 5 años. Mi embarazo progresó sin complicaciones. Con cada ecografía, con cada patadita del bebé, mi vínculo con Alejandro se fortalecía. Ya no éramos un matrimonio por conveniencia, sino una pareja unida por el amor y el respeto mutuo.
Hoy, mientras sostengo en mis brazos a nuestra pequeña Sofía de apenas una semana de vida, pienso en el extraño camino que me trajo hasta aquí. La traición de Diego, que en su momento me pareció el fin del mundo, resultó ser el comienzo de algo mucho más valioso. ¿En qué piensas? Pregunta Alejandro sentándose a mi lado en la mecedora. ¿En cómo cambia la vida? Respondo observando a nuestra hija dormir plácidamente. En cómo lo que parece una desgracia puede convertirse en la mayor bendición.
Alejandro sonríe besando mi frente con ternura. Sofía es hermosa, dice, acariciando la mejilla de nuestra hija, la verdadera heredera de la familia. Asiento, sintiendo una paz que nunca había experimentado antes. De la hija de la empleada, la prometida abandonada, la esposa por conveniencia, a la madre del futuro de la familia.
La vida da vueltas [Música] inesperadas. Mis suegros entran silenciosamente en la habitación, sus rostros iluminados por la alegría de tener finalmente a su nieta. Sofía representa para ellos no solo la continuación de su legado, sino también la esperanza de una nueva generación construida sobre la honestidad y el amor verdadero. Diego, en su celda probablemente nunca comprenderá lo que perdió por su ambición y sus mentiras.
Isabel, por su parte, comenzó una nueva vida en otra ciudad, trabajando y estudiando para redimir sus errores pasados. Y yo, la mujer que una vez fue despreciada como solo la hija de la empleada, encontré mi lugar y mi voz, no por venganza ni resentimiento, sino por la fuerza que nace de enfrentar la adversidad con dignidad.
Al final, la verdadera heredera no es solo Sofía, sino también la verdad que prevaleció sobre todas las mentiras. M.
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