Cuando Alejandro Mendoza despertó aquella mañana y encontró la cuna vacía, nunca imaginó que la mujer que dormía a su lado había vendido a su hija de un año por 50,000 pesos durante la madrugada. Pero lo que realmente sorprendió a todos fue descubrir que la única persona capaz de salvar a la bebé era precisamente aquella a la que él estaba a punto de despedir, su empleada doméstica.

 Lo que hizo Soledad no solo salvó una vida, cambió para siempre el significado de familia. Las 3 de la madrugada, el estacionamiento del centro comercial Las Palmas estaba vacío, iluminado apenas por dos faroles que parpadeaban como ojos cansados. Camila Herrera caminó despacio hacia el auto negro que la esperaba, sus tacones resonando contra el asfalto húmedo.

 En sus brazos, envuelta en una mantita rosa, la pequeña Sofía dormía ajena al destino que se decidía por ella. El hombre que salió del auto era corpulento, con una barba descuidada y ojos que no hacían preguntas innecesarias. Camila había elegido bien. Era conocido en los barrios bajos por resolver problemas sin complicaciones. ¿La mercancía? Preguntó él sin rodeos. Camila apretó a Sofía contra su pecho por un segundo más.

 La bebé se movió ligeramente haciendo un pequeño ruidito que por un momento atravesó la coraza fría de Camila como una aguja. “Aquí está”, murmuró extendiendo a la niña. Tiene 13 meses. Come bien, duerme toda la noche. El hombre tomó a Sofía con manos sorprendentemente cuidadosas. “¿Y si llora mucho, va a llorar por algunos días?”, admitió Camila ajustando la mantita rosa sobre los hombros de la bebé.

 Después olvida, los niños olvidan rápido. El hombre asintió y sacó un sobre abultado del bolsillo interior de su chamarra. 50,000 como acordamos. Camila contó los billetes rápidamente bajo la luz amarillenta del farol. El dinero estaba completo, pero de repente se sintió vacía. No era por la bebé, era por la adrenalina que se desvanecía, dejando solo el peso de lo que acababa de hacer.

 ¿Y si cambian de opinión?, preguntó el hombre. acomodando a Sofía en una silla para auto que había traído. Si vienen a buscarla. Camila guardó el dinero en su bolsa y lo miró fijamente. No van a venir para mañana en la noche. Mi esposo va a estar convencido de que fue un secuestro normal y para la próxima semana va a estar pensando que quizás es mejor así.

 ¿Estás segura? Conozco a mi marido respondió Camila, ya caminando de regreso a su auto. Es débil. Cuando algo le duele demasiado, prefiere olvidarlo. El hombre cerró la puerta del auto con Sofía adentro. Y la empleada, usted dijo que puede ser problema. Camila se detuvo. Soledad no es problema, es solo una india que limpia pisos. Nadie la va a escuchar. El auto negro arrancó y desapareció en la oscuridad.

 Camila se quedó parada en el estacionamiento vacío por unos segundos más, sintiendo el peso del silencio. Luego subió a su Mercedes Blanco y manejó de regreso a la mansión de las lomas, practicando en su mente las lágrimas que derramaría en pocas horas. El sol apenas empezaba a filtrarse por las cortinas de seda cuando Alejandro Mendoza despertó con el sonido familiar que esperaba cada mañana, el balbuceo alegre de Sofía desde su cuarto, pero esta mañana el silencio era total.

 Se incorporó en la cama, mirando hacia el lado donde Camila dormía profundamente, su cabello rubio extendido sobre la almohada como una aureola dorada. Algo no estaba bien. Sofía siempre despertaba cantándole a sus muñecos. Alejandro se levantó y caminó por el pasillo de mármol hacia el cuarto de su hija.

 La puerta estaba entreabierta como siempre, pero cuando la empujó completamente, su mundo se detuvo. El pequeño verso blanco estaba vacío. Sofía llamó su voz temblando. Sofía corrió hacia el closet, hacia el baño, gateando bajo la cama. Nada. La ventana estaba cerrada, los barrotes de seguridad intactos, pero su hija no estaba.

 Camila! Gritó con una fuerza que nunca había usado. Camila! Sus gritos resonaron por toda la mansión como lamentos de animal herido. En la cocina, Soledad Ramos dejó caer la taza de café que estaba preparando. Los pedazos de cerámica se esparcieron por el piso de baldosas, pero ella ya corría hacia las escaleras. Sofía. Sofía.

Alejandro seguía gritando, su voz quebrándose. Soledad llegó corriendo al cuarto de la bebé y encontró a Alejandro de rodillas junto al verso, tocando las sábanas como si pudiera invocar a su hija de regreso. “Señor Alejandro, ¿qué pasó?”, preguntó Soledad, su corazón latiendo tan fuerte que parecía que se le iba a salir del pecho.

 “No está Soledad, mi bebé no está.” Soledad se acercó al verso y notó inmediatamente algo extraño. Las sábanas estaban demasiado ordenadas, como si alguien hubiera arreglado la cama después. Sofía siempre dejaba todo revuelto cuando se despertaba. Revisó el baño, el cuarto de juegos. Ya revisé todo”, gritó Alejandro, empujando a Soledad hacia un lado.

 “No está en ningún lado.” En ese momento, Camila apareció en la puerta despeinada y con una bata de seda rosa. Sus ojos azules estaban perfectamente abiertos, alerta, aunque fingía estar confundida. “¿Qué pasa? ¿Por qué tanto grito? Sofía no está”, dijo Alejandro corriendo hacia ella. Alguien se llevó a mi hija.

 Camila se llevó las manos a la boca y sus ojos se llenaron de lágrimas en el momento exacto. ¿Qué? No, no puede ser. Corrió hacia el verso y se quedó parada junto a él como si no pudiera creer lo que veía. Dios mío, Alejandro, ¿cómo puede ser posible? Soledad observaba la escena desde la puerta. Algo en la actuación de Camila no encajaba, pero no podía identificar qué exactamente.

Las lágrimas parecían reales, la conmoción también. Pero había algo. Hay que llamar a la policía, dijo Camila secándose los ojos con el dorso de la mano. Ahora mismo, el detective Carlos Ruiz llegó media hora después con su equipo. Era un hombre de mediana edad, barrigón y con el aspecto cansado de quien había visto demasiado.

 Se sentó en la sala principal de la mansión, un espacio enorme decorado con muebles europeos y arte moderno que probablemente costaba más que su salario anual. Necesito que me cuenten exactamente qué pasó”, dijo sacando una libreta gastada. Alejandro estaba sentado en el borde del sofá de cuero, temblando ligeramente. Desperté como siempre a las 7. Sofía no estaba en su cuarto. ¿A qué hora la vio por última vez? Anoche, como a las 8.

 Soledad la acostó y yo fui a darle el beso de buenas noches. El detective miró a Soledad que estaba parada cerca de la pared como un mueble más. ¿Usted es la empleada? Sí, señor. Soledad Ramos. ¿Usted acostó a la niña anoche? Sí, como siempre. Le di su biberón, le cambié el pañal, le puse su pijama rosa. Estaba feliz jugando con su osito.

 Camila se acercó a Alejandro y puso una mano en su hombro. Detective, Soledad siempre se quedaba mucho tiempo en el cuarto de Sofía. A veces yo tenía que ir a buscarla porque ya era muy tarde. Soledad sintió como si le hubieran dado una bofetada. Señora Camila, yo solo cuidaba a la bebé como me pidieron. No digo que hiciera algo malo continuó Camila con voz suave, casi comprensiva.

Solo que, bueno, a veces parecía que se olvidaba de que no era su hija. El detective anotó algo en su libreta. ¿Alguien más tiene acceso a la casa? Solo nosotros tres, respondió Alejandro. Y el jardinero viene los martes y viernes, pero tiene su propia entrada. Revisaron todas las ventanas, las puertas. Soledad habló antes de que alguien más pudiera responder.

 Yo reviso todas las puertas antes de dormir, detective. Es parte de mi trabajo. Anoche estaba todo cerrado. Camila la miró con una expresión extraña. ¿Estás segura, Soledad? A veces cuando uno está cansado. Estoy segura, señora. El detective pasó la siguiente hora revisando la casa con su equipo.

 No encontraron señales de entrada forzada, nada fuera de lugar, excepto el verso vacío. Las cámaras de seguridad habían sido misteriosamente desconectadas desde las 11 de la noche. ¿Quién tiene acceso al sistema de cámaras?, preguntó Ruiz. Solo yo, respondió Alejandro. Y mi esposa conoce la clave. Soledad notó que Camila no mencionó que ella también sabía dónde estaba el panel de control.

Lo había visto muchas veces cuando limpiaba el estudio. Mientras la policía terminaba su investigación preliminar, Camila se acercó a Alejandro en la cocina. Él estaba sentado con la cabeza entre las manos, sin haber probado el café que Soledad le había preparado.

 “Amor”, susurró Camila, acariciando su cabello oscuro. “Sé que es terrible, pero ¿qué?” Alejandro levantó la cabeza, sus ojos rojos de llorar. “Quizás esto pasó por algo. Quizás es una señal de que debemos seguir adelante, tener nuestros propios hijos.” Alejandro la miró como si hubiera dicho algo en idioma extranjero. ¿Cómo puedes decir eso? Acabamos de perder a Sofía.

 No la perdimos para siempre. Se corrigió Camila rápidamente. La van a encontrar, estoy segura. Pero mientras tanto, mientras tanto, ¿qué? Me olvido de que mi hija está quién sabe dónde, con quién sabe quién. Camila se mordió el labio, calculando su siguiente movimiento. No es eso lo que quise decir, solo que no podemos vivir en el pasado.

 Desde la puerta de la cocina, Soledad escuchaba la conversación. Cada palabra de Camila le sonaba falsa, pero no podía explicar por qué. Era como si estuviera siguiendo un guion que había ensayado. Por la tarde, cuando la policía se había ido con pocas pistas y ningún sospechoso claro, Alejandro se encerró en su estudio. El silencio de la casa era ensordecedor.

 Sin los sonidos de Sofía, sus risitas, sus balbuceos, el ruido de sus juguetes, la mansión se sentía como un mausoleo. Soledad estaba recogiendo los platos del almuerzo que nadie había tocado cuando Alejandro salió del estudio hecho una furia. “Esto es tu culpa”, le gritó apuntándola con el dedo. “Tú eras responsable de cuidarla.” Soledad dejó los platos en la mesa y lo miró a los ojos.

 “Señor Alejandro, yo siempre cuidé a Sofía como si fuera como si fuera qué. No es tu hija. ¿Para qué te pago si no puedes hacer una cosa tan simple como cerrar una puerta? Las palabras cayeron sobre soledad como piedras. Sintió que se le cerraba la garganta, pero mantuvo la compostura.

 Yo cerré todas las puertas, Señor, como hago todas las noches. Entonces, ¿cómo se explica que mi hija haya desaparecido? Camila apareció y puso una mano calmante en el brazo de Alejandro. Amor, no le grites a Soledad. Ella también está sufriendo. Pero Alejandro estaba más allá de la razón. ¿Sabes qué? Debería despedirte ahora mismo.

 ¿De qué sirve una empleada que no puede proteger a una bebé? Soledad sintió como si le hubieran arrancado el corazón, pero en lugar de llorar sintió algo más fuerte creciendo dentro de ella. Una determinación férrea que no había sentido en años. “Si esa es su decisión, señor Alejandro”, dijo con voz tranquila. “Pero sepa que yo amaba a esa niña como si fuera mía.

” Alejandro se quedó callado por un momento, como si las palabras de soledad lo hubieran golpeado, pero luego su dolor se transformó en ira otra vez. “Lárgate de mi vista”, murmuró. “No quiero verte ahora.” Soledad asintió y se dirigió hacia las escaleras. Al pasar junto a Camila, notó algo extraño en su expresión. No era tristeza ni preocupación, era satisfacción. Esa noche, Soledad subió al cuarto de Sofía.

 La policía había terminado de revisar todo, pero había dejado una cinta amarilla en la puerta. Ella la pasó por debajo y entró al cuarto que conocía mejor que el suyo propio. Todo estaba exactamente como lo había dejado la noche anterior, excepto por la ausencia que lo llenaba todo. Tocó los juguetes de Sofía uno por uno, el osito de peluche que le gustaba morder, los bloques de colores que tiraba desde su silla alta, el móvil de mariposas que giraba sobre su cuna. se sentó en la mecedora donde había pasado tantas noches calmando a Sofía cuando lloraba

por los dientes o cuando tenía pesadillas o simplemente porque quería compañía. Recordó la primera vez que la bebé le había sonreído hace 6 meses. Recordó cuando empezó a extender los bracitos cuando la veía llegar por las mañanas. Soledad abrió el cajón de la cómoda donde guardaba la ropa limpia de Sofía.

 Sus manos buscaron automáticamente la mantita rosa que siempre ponía sobre la bebé para que no se enfriara en las noches. Pero cuando la sacó, algo la hizo detenerse. La mantita tenía un pequeño bordado en la esquina inferior derecha, letras diminutas que ella misma había cosido a mano una noche cuando no podía dormir. SM Sofía Mendoza. Era su pequeño secreto, su manera de poner un pedacito de amor en algo que la niña usaba todos los días.

 Pero esta mantita era diferente. Las letras estaban ahí, pero el color del hilo era ligeramente distinto, como si alguien hubiera tratado de copiar su trabajo. Soledad se quedó inmóvil con la mantita en las manos. Su memoria se activó como una máquina perfecta, reproduciendo cada detalle de la madrugada.

 Se había despertado a las 3 porque había escuchado un auto en la calle. Se había asomado por la ventana de su cuarto y había visto una figura femenina caminando hacia la casa. En ese momento había pensado que era Camila regresando de una de sus salidas nocturnas, algo que hacía ocasionalmente cuando decía que no podía dormir.

 Pero ahora, mirando la mantita falsa en sus manos, recordaba algo más. La figura llevaba algo en los brazos, algo envuelto en una mantita rosa. Soledad sintió que el mundo se tambaleaba a su alrededor. Se acercó a la ventana y miró hacia la calle oscura, la misma calle por donde había visto caminar a Camila con un bulto en los brazos. Cerró los ojos y se concentró.

Había algo más que su mente había registrado, pero que no había procesado conscientemente. Un sonido, el llanto suave de una bebé que se alejaba en la distancia. Abrió los ojos y miró la mantita otra vez. Luego miró hacia la puerta del cuarto, donde podía escuchar las voces de Alejandro y Camila en su habitación.

 Camila estaba consolándolo, diciéndole que todo iba a estar bien, que la policía iba a encontrar a Sofía, pero Soledad sabía la verdad. Ahora la policía no iba a encontrar a Sofía porque estaban buscando en la dirección equivocada. Estaban buscando un secuestrador externo cuando la enemiga estaba durmiendo en la misma casa. Se guardó la mantita falsa en el bolsillo de su delantal y caminó hacia la ventana una vez más. En algún lugar de la ciudad, Sofía estaba llorando por ella.

estaba asustada, confundida, preguntándose por qué suen no venía a calmarla. Soledad apoyó la frente contra el vidrio frío y tomó una decisión que cambiaría todo. Si la policía no iba a buscar a Sofía en el lugar correcto, ella lo haría. Si Alejandro no iba a escuchar sus sospechas sobre Camila, ella encontraría las pruebas y si tenía que hacerlo sola, lo haría sola.

 La mantita falsa en su bolsillo era el primer hilo de una madeja que estaba dispuesta a desenredar, sin importar a dónde la llevara o qué tan peligroso fuera el camino. Sofía la estaba esperando en algún lugar y Soledad iba a encontrarla. Tres días habían pasado desde que Sofía desapareció y la mansión de las lomas parecía envuelta en un silencio funeral.

 Alejandro no había salido de su estudio desde el martes por la mañana. Soledad podía escuchar sus pasos irregulares detrás de la puerta de roble, como un animal enjaulado que camina en círculo sin encontrar salida. Camila, en cambio, se había transformado en la señora de la casa de una manera que Soledad nunca había visto antes.

 Ya no era la esposa joven que se quejaba de dolores de cabeza o que se iba de compras por las tardes. Ahora tomaba decisiones, daba órdenes, manejaba las llamadas telefónicas con una eficiencia que parecía haber estado dormida hasta ahora. Soledad, le dijo esa mañana mientras tomaba café en la cocina. He estado pensando que necesitamos reducir gastos.

 Con todo lo que está pasando, Alejandro no puede concentrarse en el trabajo. Soledad estaba limpiando los platos del desayuno que solo Camila había tocado. ¿Qué tipo de gastos, señora? Bueno, el jardinero puede venir solo una vez por semana en lugar de dos. Y María, la muchacha que viene a lavar la ropa, ya no va a ser necesaria.

 Tú puedes hacerte cargo de eso también. Soledad asintió sin decir nada. Sabía que el dinero no era problema para la familia Mendoza. Alejandro tenía tres empresas prósperas y una cuenta bancaria que podría mantener la casa funcionando por décadas sin trabajar. Esto era otra cosa.

 Y creo que también vamos a prescindir de Rosa, la cocinera los fines de semana. Continuó Camila, estudiando las uñas perfectamente arregladas de sus manos. Podemos arreglarnos solos. Lo que Camila estaba haciendo era claro para Soledad. Estaba eliminando testigos. Cada persona que despedía era alguien menos que podía observar, alguien menos que podía hacer preguntas incómodas.

 Esa tarde, mientras Alejandro permanecía encerrado y Camila había salido supuestamente a hacer diligencias, Soledad se acercó al estudio. Tocó la puerta suavemente. Señor Alejandro, ¿puedo traerle algo de comer? No tengo hambre”, fue la respuesta apagada que llegó desde el otro lado. Necesita mantenerse fuerte para cuando encuentren a Sofía.

 Hubo un largo silencio, luego el sonido de pasos acercándose. La puerta se abrió y Alejandro apareció. Tenía la ropa arrugada, el cabello despeinado y una barba de tres días que lo hacía verse 10 años mayor. “¿Tú crees que la van a encontrar?”, le preguntó. Y había una desesperación en su voz que le partió el corazón a Soledad. Estoy segura, señor. Alejandro la miró por un momento largo. Camila dice que tú no estás siendo completamente honesta sobre esa noche.

Soledad sintió un escalofrío. ¿Qué quiere decir? dice que tal vez viste algo y tienes miedo de decirlo o que tal vez tal vez sabes más de lo que dices. Señor Alejandro, yo le dije todo lo que sea la policía, pero pudo ver en sus ojos que las semillas de duda ya habían sido plantadas. Camila era más lista de lo que había pensado.

 “Viste cómo mirabas a Sofía”, le había dicho Camila a Alejandro la noche anterior cuando Soledad pasó por el pasillo y escuchó la conversación. No era normal, Alejandro. Era como si fuera su propia hija. Soledad siempre fue buena con ella, había respondido Alejandro, pero su voz sonaba insegura. Demasiado buena quizás. ¿Te acuerdas de esa vez que la encontraste hablándole a Sofía en su cuarto a medianoche? ¿Y esa otra vez que insistió en darle el baño cuando ya tú lo habías hecho? Soledad había escuchado como Alejandro se quedaba callado, probablemente recordando esos momentos, pero desde una perspectiva completamente

diferente. Camila tenía el don de tomar recuerdos inocentes y teñirlos de sospecha. “Tal vez deberías preguntarle más detalles sobre esa noche”, había sugerido Camila con voz suave. A veces, cuando la gente tiene algo que ocultar, los detalles no coinciden. Soledad sabía que tenía que actuar rápido.

 Cada día que pasaba, Camila envenenaba más la mente de Alejandro contra ella. Así que esa tarde, después de terminar sus labores, se cambió de ropa y tomó el autobús hacia el barrio San Miguel, donde había crecido. Las calles estrechas y polvorientas eran tan familiares como las líneas de su mano, casas pequeñas de concreto pintadas en colores brillantes que el tiempo había opacado.

 Niños jugando fútbol con una pelota desinflada, mujeres colgando ropa en tendederos que cruzaban de una casa a otra como banderas de rendición. Soledad llevaba una foto de Sofía en su bolso, la única que se había atrevido a tomar con su celular viejo. Era de hacía dos meses cuando la bebé había aprendido a aplaudir y se pasaba el día haciendo ruido con las manos.

 ¿Has visto a esta niña? le preguntó a doña Carmen que vendía elotes en la esquina de siempre. La mujer mayor estudió la foto con ojos entrecerrados. Está muy bonita la bebé. ¿Es tu nieta? Es es de la familia donde trabajo. Se perdió. Ay, Dios santo. ¿Cuándo? Hace tres días. En la madrugada. Doña Carmen negó con la cabeza.

 No, por aquí no he visto nada raro, solo los borrachos de siempre y la señora Petra que se levanta temprano para ir al mercado. Soledad pasó las siguientes dos horas mostrando la foto por todo el barrio. Nadie había visto a Sofía, pero todos se condolían de su pérdida como si fuera propia. Era la diferencia entre su mundo y el de las lomas. Aquí el dolor se compartía, se cargaba entre todos.

Fue cuando ya iba de regreso a la parada del autobús que encontró a Elena, su antigua vecina, barriendo la banqueta frente a su casa. Soledad, niña, ¿qué haces por aquí? Creí que ya no bajabas al barrio. Ando buscando algo, dijo Soledad mostrándole la foto. ¿Has visto movimientos extraños por aquí en los últimos días? Carros que no conoces. Elena se acercó más y bajó la voz.

 Pues ahora que lo dices, el martes en la madrugada escuché un motor. Me asomé porque mi nieto no había llegado y pensé que era él, pero era un carro negro de esos grandes. Nunca lo había visto por aquí. El corazón de soledad se aceleró. ¿Viste quién iba manejando? No, estaba muy oscuro.

 Pero paró como dos cuadras abajo, donde vive la comadre Juana. Ahí hay una casa que a veces usa gente que, bueno, gente que cuida niños sin hacer preguntas. Soledad conocía ese tipo de lugares. Casas donde mujeres desesperadas cuidaban hijos ajenos por dinero, sin documentos, sin preguntas, lugares donde una bebé podía desaparecer sin dejar rastro.

 ¿Sabes si alguien llevó a un niño ahí recientemente? Elena se encogió de hombros. No sé, pero puedes preguntarle a Juana. Ella se entera de todo. Mientras caminaba hacia la casa de Juana, Soledad sintió una punzada familiar en el pecho. Había estado en una casa así hace 12 años cuando su propio hijo se enfermó. Mateo tenía 8 meses cuando empezó con la tos que no se quitaba.

 Ella no tenía dinero para un doctor privado y en el seguro social le dijeron que esperara tres semanas para una cita. Una vecina le había recomendado a una mujer que curaba niños con hierbas. es más barata que el doctor y sabe tanto como ellos le había dicho. Soledad llevó a Mateo a esa casa oscura donde una mujer sin título le dio un jarabe casero.

 Mateo murió dos días después. La autopsia reveló que tenía neumonía, algo que se habría curado fácilmente con antibióticos. Pero para cuando Soledad se dio cuenta de que las hierbas no funcionaban, ya era demasiado tarde. Ese dolor nunca se había ido completamente.

 Y ahora, viendo la foto de Sofía en sus manos, sintió la misma desesperación que había sentido cuando cargó el cuerpecito frío de Mateo en sus brazos. La casa de Juana estaba cerrada. Los vecinos dijeron que había salido de viaje para ver a una hija en Guadalajara. Soledad se quedó parada frente a la puerta cerrada. sintiendo que se le escapaba una pista importante.

 Cuando regresó a la mansión esa noche, encontró a Alejandro en el cuarto de Sofía. Estaba sentado en el piso, sosteniendo el osito de peluche de la bebé, meciéndose ligeramente hacia adelante y hacia atrás. “Señor Alejandro”, dijo suavemente desde la puerta. Él levantó la cabeza y la miró con ojos vidriosos. Huele como ella”, murmuró hablando del osito. “Todavía huele como mi bebé.

” Soledad entró al cuarto y se sentó en el piso junto a él. Por un momento fueron solo dos personas quebradas por la misma pérdida. “Ella era tan pequeña,”, continuó Alejandro. “¿Cómo puede desaparecer algo tan pequeño sin dejar rastro?” “Las cosas pequeñas a veces son más fuertes de lo que pensamos”, dijo Soledad. Sofía es una luchadora.

Alejandro la miró con una expresión extraña. ¿Cómo puedes estar tan segura de que está viva? Antes de que Soledad pudiera responder, Camila apareció en la puerta. Su expresión cambió inmediatamente al verlos sentados juntos en el piso. ¿Qué está pasando aquí? Preguntó con voz fría. Alejandro se levantó rápidamente, como si lo hubieran descubierto haciendo algo malo.

 Solo estaba recordando. ¿Y tú qué haces aquí? Le preguntó Camila a Soledad con un tono que no admitía excusas. El señor estaba triste, solo quería. ¿Quién te dio permiso de entrar al cuarto de Sofía? La voz de Camila se volvió más dura. Este cuarto es privado. Alejandro miró a Soledad con una expresión que había cambiado completamente.

Camila, tiene razón. ¿Qué haces aquí? Yo solo, solo qué, tratando de llevarte recuerdos de mi hija. La paranoia en la voz de Alejandro era palpable. Ahora tratando de robarte lo poco que me queda de ella. Soledad se quedó paralizada. Señor Alejandro jamás haría eso, pero él ya no la escuchaba. Sal de aquí.

 No quiero verte tocando las cosas de Sofía. Camila se acercó y puso una mano protectora en el brazo de Alejandro. Amor, cálmate. Estoy segura de que Soledad no tenía malas intenciones. Pero mientras decía esas palabras de defensa, sus ojos enviaban un mensaje diferente a Soledad. “Te tengo exactamente donde quiero. Tal vez solo estaba confundida”, continuó Camila.

 A veces, cuando alguien pierde algo importante, trata de aferrarse a cualquier cosa que le recuerde lo que perdió. Alejandro miró a Soledad con una nueva comprensión en los ojos, una comprensión completamente equivocada. “Estás tratando de reemplazar a tu propio hijo con el mío?” Las palabras golpearon a Soledad como puñetazos físicos. Camila había estado investigando, había descubierto lo de Mateo y ahora lo usaba como arma.

 Señor, ¿no es eso, “Sal de aquí”, gritó Alejandro. No quiero verte cerca de las cosas de mi hija. Soledad salió del cuarto con las piernas temblorosas. Detrás de ella escuchó la voz suave de Camila consolando a Alejandro. “No te preocupes, amor. Yo me aseguraré de que entienda los límites.

” Esa noche, cuando la casa estaba en silencio, Camila bajó a la cocina. Soledad la observó desde las escaleras mientras abría la gaveta donde guardaban las bolsas de basura. De esa gaveta, Camila sacó una bolsa pequeña que había estado escondida detrás de las otras. Soledad se acercó sigilosamente y vio como Camila sacaba de la bolsa una pequeña pijama rosa de Sofía.

 Era la que la bebé había usado dos noches antes de desaparecer, la que tenía una pequeña mancha de comida que Soledad no había podido quitar completamente. Camila encendió una de las hornillas de la estufa y sostuvo la pijama sobre la llama. El tejido se consumió rápidamente, llenando la cocina con un olor acre. Luego Camila abrió su celular y marcó un número.

 Bueno, contestó una voz áspera que Soledad pudo escuchar desde su escondite. Soy yo, susurró Camila. ¿Cómo está el paquete? Come bien, duerme bien, llora menos que antes. Está sana. Sí, está sana. Perfecto. No me vuelvas a llamar a menos que sea una emergencia. Camila colgó y siguió quemando los restos de la pijama hasta que no quedó nada más que cenizas.

 Luego lavó sus manos cuidadosamente y apagó la hornilla. Soledad se quedó escondida hasta que Camila subió a las escaleras. Su corazón latía tan fuerte que temía que se pudiera escuchar por toda la casa. Ahora tenía la confirmación de lo que había sospechado desde el primer día, pero también sabía que sin pruebas sólidas nadie le creería. Especialmente no, Alejandro.

 que ya estaba completamente bajo el control de Camila. Al día siguiente, Soledad esperó hasta que Camila salió de la casa para acercarse a Alejandro. Lo encontró en la sala mirando por la ventana hacia el jardín donde Sofía solía jugar en su carriola. “Señor Alejandro, necesito hablar con usted.” Él se volvió y ella vio en sus ojos el mismo dolor que había estado cargando desde que Sofía desapareció.

Pero también había algo más. Recelo, ¿qué quieres? Creo que hay cosas sobre la desaparición de Sofía que usted debería saber. ¿Qué tipo de cosas? Soledad respiró profundo. Creo que alguien en esta casa no está siendo honesto sobre lo que pasó esa noche. La expresión de Alejandro cambió inmediatamente. ¿De qué estás hablando? La noche que desapareció Sofía. Yo vi.

¿Viste qué viste quién se la llevó y no dijiste nada? No, señor. Vi movimientos extraños en la casa. Alguien que salió a las 3 de la mañana. Alejandro se acercó a ella. ¿Quién salió? ¿Por qué no lo dijiste antes? Antes de que Soledad pudiera responder, escucharon la puerta principal abrirse. Camila había regresado. Alejandro.

 La voz de Camila resonó desde la entrada. ¿Con quién estás hablando? Alejandro miró a Soledad con una expresión que había cambiado por completo. ¿Estás tratando de culpar a mi esposa? Señor, yo solo quiero que usted sepa. No. La voz de Alejandro se elevó. No voy a escuchar esto. Camila es lo único que me queda, lo único que me mantiene cuerdo. Y tú, tú no eres nadie aquí.

 No eres familia, no eres nada. La palabra nada resonó en el aire como una bofetada. Soledad sintió como si algo se rompiera dentro de su pecho. Camila apareció en la sala en ese momento como si hubiera estado esperando la oportunidad perfecta. ¿Qué está pasando? Preguntó con voz preocupada.

 Soledad está tratando de llenarnos la cabeza con teorías locas, dijo Alejandro sin quitar los ojos de soledad. Está tratando de culparte a ti. Camila abrió los ojos con expresión de shock genuino. ¿Culparme de qué? de la desaparición de Sofía. Camila se acercó a Soledad con una expresión de profunda tristeza. Soledad, entiendo que estés desesperada por encontrar respuestas.

 Todos lo estamos, pero acusarme a mí, señora Camila, yo sé lo que vi. Dijo Soledad tratando de mantener la voz firme. ¿Qué viste exactamente?, preguntó Camila con voz suave, casi maternal. La vi salir de la casa en la madrugada con algo en los brazos. Camila se quedó callada por un momento. Luego se volvió hacia Alejandro con lágrimas en los ojos. Alejandro, ella está delirando.

 Yo estuve en la cama contigo toda la noche. Alejandro miró a Soledad como si fuera una extraña peligrosa. ¿Estás inventando cosas ahora? No estoy inventando nada, Soledad. intervino Camila con voz compasiva. Sé que perdiste a tu propio hijo. Sé que esto debe estar trayendo de vuelta muchos recuerdos dolorosos, pero no puedes proyectar tu dolor en nosotros.

 Esa noche, mientras Soledad estaba en la cocina preparando la cena que nadie comería, Camila se acercó a Alejandro en su estudio. “Amor, estoy preocupada por Soledad”, le dijo sentándose en el brazo de su silla. ¿Por qué? Creo que está teniendo una crisis emocional. Las acusaciones que me hizo hoy no son normales. Alejandro suspiró.

 Ha estado rara desde que pasó todo esto. Más que rara, Alejandro. Creo que está interfiriendo con nuestro proceso de duelo. Cada vez que tratamos de hablar de seguir adelante, ella aparece con teorías o con recuerdos de Sofía. ¿Qué estás sugiriendo? Camila puso una mano suave en su mejilla. Creo que tal vez sería mejor para todos si ella se fuera por un tiempo hasta que podamos procesar todo esto en paz.

 Alejandro cerró los ojos. No sé si puedo despedirla ahora. Se sentiría como traicionar a Sofía. No la estás traicionando, amor. Estás protegiéndonos a nosotros. Soledad no nos está dejando sanar. ¿Tú crees? Estoy segura. Y creo que en el fondo tú también lo sabes. Al día siguiente por la mañana, Alejandro llamó a Soledad a la sala.

 Tenía un sobre en las manos y una expresión que ella había aprendido a reconocer. La expresión de un hombre que había tomado una decisión difícil. Soledad, siéntate. Ella se sentó en el borde del sofá con las manos cruzadas sobre el regazo. He estado pensando mucho sobre lo que pasó ayer comenzó Alejandro. Y creo que Camila tiene razón.

 Necesitamos tiempo para procesar todo esto como familia. Soledad sintió que se le hundía el estómago. Te voy a dar dos semanas de finiquito, más un mes adicional para que encuentres otro trabajo. Continuó extendiendo el sobre. No es que hayas hecho algo malo, solo necesitamos espacio. Soledad tomó el sobre sin abrirlo.

 ¿Cuándo tengo que irme? Te doy hasta el viernes para que organices tus cosas. Son cinco días. Soledad. Sintió lentamente. Para encontrar a Sofía y demostrar la verdad. Cinco días antes de que Camila ganara completamente y la bebé desapareciera para siempre. ¿Puedo preguntarle algo, señor Alejandro? ¿Qué? ¿Usted realmente cree que yo le haría daño a Sofía? Alejandro la miró por un largo momento.

 En sus ojos, Soledad pudo ver la lucha entre lo que su corazón sabía y lo que su mente había sido convencida de creer. No sé qué creer ya. respondió finalmente. Era la respuesta más honesta que había dado en días, pero también la más dolorosa. Soledad se levantó y caminó hacia la puerta. Al llegar al umbral, se volvió una última vez. “La voy a encontrar”, dijo con voz tranquila, pero firme.

 “Cono, sin su ayuda voy a traer a Sofía a casa.” Alejandro no respondió, pero en sus ojos por un segundo, Soledad vio un destello de la fe que una vez había tenido en ella. Fue suficiente para mantener viva su determinación. Tenía 5co días para salvar a una bebé y desenmascarar a una mentirosa. Y no pensaba desperdiciar ni un minuto. 48 horas.

 Eso era todo lo que le quedaba a Soledad antes de que la echaran de la única casa donde había encontrado un propósito después de la muerte de Mateo. 48 horas para encontrar a Sofía y demostrar que Camila era una mentirosa. Se despertó a las 4 de la madrugada del miércoles, 2s horas antes de su horario habitual. La casa estaba sumida en un silencio profundo, pero su mente era un torbellino de recuerdos fragmentados que necesitaba organizar como piezas de un rompecabezas.

 Se sentó en el borde de su cama angosta en el cuarto de servicio y cerró los ojos, obligándose a revivir cada detalle de la noche del lunes. La noche que cambió todo. Había escuchado el motor del auto a las 3:05. Estaba segura del horario porque había mirado el reloj digital en su mesa de noche cuando el ruido la despertó. Había pensado que era extraño que alguien llegara tan tarde, pero en esa casa de ricos las costumbres eran diferentes.

 Se había asomado por la ventana pequeña de su cuarto, quedaba hacia el frente de la casa. Había visto una figura femenina caminar desde la calle hacia la entrada principal. La figura llevaba algo en los brazos, algo envuelto en tela clara. En ese momento había asumido que era Camila regresando de una de sus salidas nocturnas.

 Había visto la silueta elegante, el cabello rubio brillando bajo la luz de la luna. Pero ahora repasando cada detalle se daba cuenta de que algo no encajaba. Camila nunca regresaba caminando, siempre manejaba su Mercedes blanco o tomaba un taxi que la dejaba en la puerta. ¿Por qué habría caminado desde la calle esa noche? Soledad se levantó y comenzó a caminar por su cuarto pequeño, el mismo patrón circular que había visto hacer a Alejandro en su estudio. Pensar la ayudaba a recordar.

 El auto que había escuchado no se había detenido frente a la casa. Se había alejado inmediatamente después de que la figura bajara, como si hubiera sido solo una entrega rápida. y luego estaba la mañana siguiente. Los detalles que había notado, pero no había procesado conscientemente hasta ahora. El perfume de Camila estaba diferente.

 Normalmente usaba una fragancia dulce y floral que impregnaba toda la casa cuando ella pasaba. Pero esa mañana, cuando fingió despertarse con los gritos de Alejandro, olía a algo más áspero, algo que trataba de cubrir otro olor y sus zapatos. Camila siempre tenía los zapatos impecables, como si nunca tocaran el suelo. Pero esa mañana, Soledad había notado una mancha de lodo seco en la suela de sus zapatillas rosas, lodo que no podía haber venido del interior de la casa, pero el detalle más importante, el que la había estado molestando desde el primer día sin que pudiera identificar por qué era la mantita. Soledad conocía cada prenda de

ropa de Sofía como si fuera un inventario grabado en su corazón. Había lavado, planchado y doblado cada vestidito, cada pijama, cada babero, y había bordado con sus propias manos las iniciales SM en varias piezas especiales. La mantita que había encontrado en el cuarto era una imitación.

 Alguien había tratado de recrear su bordado, pero el hilo era de un tono diferente y las puntadas no tenían la precisión que viene de años de práctica, lo que significaba que alguien había tomado la mantita original y había dejado una falsa en su lugar. Alguien que sabía que ella notaría la diferencia, pero que apostaba a que nadie más lo haría.

 Alguien que quería eliminar cualquier evidencia física que pudiera conectar la desaparición de Sofía con la casa. A las 6 de la mañana, Soledad ya estaba vestida y lista para salir. Había decidido usar su día libre semanal para una investigación más sistemática. Si Sofía estaba en algún lugar de la ciudad, en una casa de paso o con cuidadoras clandestinas, alguien tenía que haberla visto.

 Pero antes de salir, necesitaba más información. Bajó a la cocina y comenzó a preparar el desayuno como siempre, pero mantuvo los oídos atentos a cualquier sonido de arriba. Alejandro bajó primero con la misma ropa arrugada de ayer y la mirada perdida de alguien que no había dormido.

 Se sentó en la mesa de la cocina sin decir una palabra. “Café, señor Alejandro”, preguntó Soledad. Él asintió sin mirarla. La culpa y la sospecha habían creado una barrera entre ellos que dolía más que cualquier insulto directo. Camila apareció 20 minutos después, perfectamente arreglada como siempre, con un vestido azul que resaltaba sus ojos y un maquillaje que parecía profesional.

 “Buenos días”, dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. “Alejandro, ¿dormiste algo?” “No mucho.” Camila se acercó y le dio un beso en la cabeza. Tienes que descansar, amor. No puedes seguir así. Soledad sirvió el café y observó la interacción entre ellos. Camila tocaba a Alejandro constantemente, una mano en el hombro, otra en el brazo, caricias en el cabello.

 Era como si estuviera marcando territorio, recordándole constantemente que ella era su ancla en medio del caos. ¿Qué planes tienes para hoy?, le preguntó Camila a Alejandro. No sé, tal vez debería ir a la oficina. Tratar de mantenerme ocupado me parece una excelente idea y yo voy a quedarme aquí organizando algunas cosas de la casa. Soledad notó como Camila la miró de reojo cuando dijo eso, como si quisiera asegurarse de que entendiera el mensaje.

Voy a estar vigilando. Pero Soledad también tenía planes. Una hora después, cuando tanto Alejandro como Camila habían salido, Soledad tomó el autobús hacia el centro de la ciudad. Llevaba la foto de Sofía, algunas copias que había mandado imprimir en la papelería de la esquina y una descripción detallada de la mantita rosa bordada.

 Su primera parada fue la lavandería Santa Rosa, un lugar pequeño y abarrotado donde las mujeres del barrio llevaban la ropa que no podían lavar en casa. La dueña, una mujer mayor llamada Mercedes, conocía a Soledad desde niña. “¿Cómo estás, mi hija?”, le preguntó Mercedes mientras doblaba sábanas. Hace tiempo que no te veía por aquí. Estoy bien, doña Mercedes. Vengo a preguntarle algo importante.

 Soledad le mostró la foto de Sofía y le describió la mantita. Ha visto a esta bebé o alguien ha traído una mantita como la que le describo para lavar. Mercedes estudió la foto cuidadosamente. Está preciosa la niña. Es tu patrona. Sí. Y se perdió. Estoy tratando de encontrarla. Ay, Dios santo.

 No, mija, no he visto a esta bebé y de mantitas rosas he lavado muchas, pero ninguna con bordado como el que describes. Soledad pasó las siguientes tres horas visitando lavanderías, tiendas de ropa usada y los pequeños comercios donde las empleadas domésticas solían hacer sus compras. Todos reconocían la tristeza en su voz. Todos querían ayudar, pero nadie había visto a Sofía.

 Fue en la cuarta lavandería, un lugar llamado Burbujas y Más, en el barrio de San Rafael, donde tuvo su primer golpe de suerte. La encargada era una mujer joven llamada Patricia, que tenía manchas de detergente en el delantal y las manos ásperas de quien trabajaba con agua todo el día. Una mantita rosa con bordado repitió Patricia después de escuchar la descripción. Sí, creo que sí he visto algo así.

 El corazón de soledad se aceleró. ¿Cuándo fue? Déjeme pensar. El martes por la mañana. Una señora elegante vino a preguntar si podíamos lavar una mantita con urgencia. Dijo que se había manchado y que la necesitaba para una fiesta de cumpleaños. ¿Cómo era la señora? Hüerita, bonita, bien arreglada, con uñas rojas muy largas y traía un perfume caro de esos que huelen a flores. Soledad sintió que se le erizaba la piel.

 ¿Qué pasó con la mantita? Bueno, eso fue lo raro. Me la mostró y sí tenía un bordado muy bonito, unas letras pequeñitas en la esquina. Pero cuando le dije que tardaríamos por lo menos dos horas, dijo que mejor la llevaba a otro lado. Y se fue. Sí, pero antes me preguntó algo extraño. Me preguntó si yo sabía bordar y si podía copiar el diseño en otra mantita.

 Igual Soledad tuvo que agarrarse del mostrador para no caerse. ¿Y usted qué le dijo? Le dije que sí sabía abordar, pero que no tenía mantitas iguales. Entonces ella me dijo que no importaba, que ya había resuelto el problema. Patricia la miró con curiosidad. ¿Por qué? Era importante muy importante, respondió Soledad tratando de mantener la voz calmada.

¿Recuerda algo más de esa señora? Bueno, tenía un carro blanco muy bonito estacionado afuera y cuando se fue la vi hablando por teléfono. Parecía molesta por algo. Soledad le dio las gracias a Patricia y salió de la lavandería con la mente trabajando a toda velocidad.

 Camila había llevado la mantita original a la baral evidencia, pero cuando se dio cuenta de que tardarían demasiado, había decidido resolver el problema de otra manera. Había encontrado a alguien más que copiara el bordado, alguien que trabajara rápido y no hiciera preguntas. Mientras Soledad recorría la ciudad buscando pistas, Camila estaba en casa ejecutando la siguiente fase de su plan.

Había notado que Soledad no se daba por vencida, que seguía usmeando y haciendo preguntas. Era hora de intensificar la manipulación. Cuando Alejandro regresó de la oficina esa tarde, lo encontró en la sala, sentada elegantemente en el sofá de cuero, con una expresión de preocupación genuina en el rostro.

 ¿Cómo te fue en la oficina?, le preguntó levantándose para abrazarlo. Terrible. No pude concentrarme en nada. Es normal, amor. Estás pasando por un trauma. Alejandro se dejó caer en el sofá y se cubrió la cara con las manos. No puedo dejar de pensar en ella. ¿Dónde está? ¿Está bien? ¿Tiene frío? ¿Tiene hambre? Camila se sentó junto a él y le acarició la espalda.

 Sé que es difícil, pero tienes que tratar de no torturarte con esas preguntas. ¿Cómo no voy a torturarme? Es mi hija. Camila esperó un momento como si estuviera luchando con algo en su interior. Luego suspiró profundamente. Alejandro, hay algo que me ha estado molestando desde ayer. ¿Qué es sobre Soledad? sobre las cosas que dijo, las acusaciones que me hizo. Alejandro levantó la cabeza.

 ¿Qué pasa con eso? Bueno, después de que se fue, me puse a pensar, ¿por qué habría dicho esas cosas? ¿Por qué habría inventado esa historia sobre verme salir de la casa? No sé, tal vez está confundida. Camila se mordió el labio como si no quisiera decir lo que iba a decir.

 O tal vez está tratando de desviar la atención de sí misma. ¿Qué quieres decir? Piénsalo, Alejandro. ¿Quién tenía más acceso a Sofía que nadie? ¿Quién conocía mejor sus horarios, sus rutinas? ¿Quién sabía exactamente cuándo dormía y cuándo despertaba? Alejandro se quedó callado procesando las palabras de Camila.

 Y otra cosa, continuó ella con voz suave pero insistente. Soledad necesita dinero. Las empleadas domésticas no ganan mucho y ella mencionó una vez que tiene deudas médicas de cuando murió su hijo. Camila, no puedes estar sugiriendo. No estoy sugiriendo nada directamente. Solo estoy diciendo que tal vez deberíamos considerar todas las posibilidades. Alejandro se levantó y empezó a caminar por la sala.

 Soledad ama a Sofía. Jamás le haría daño, pero estaría dispuesta a venderla. Las palabras quedaron suspendidas en el aire como una acusación venenosa. Alejandro se volvió hacia Camila con ojos de shock. Eso es, eso es monstruoso. Lo sé, amor, y probablemente estoy completamente equivocada. Pero piénsalo, si alguien le ofreciera suficiente dinero para resolver todos sus problemas, no podría sentirse tentada.

Especialmente si le prometieran que Sofía estaría bien cuidada. Alejandro negó con la cabeza violentamente. No, no puedo creer eso. Camila se acercó a él y le tomó las manos. No quiero que lo creas, Alejandro. Quiero estar equivocada. Pero tenemos que considerar por qué no hay pistas, por qué no hay evidencia de entrada forzada, por qué todo se ve tan limpio? La semilla estaba plantada.

 Camila pudo ver en los ojos de Alejandro cómo empezaba a germinar, cómo empezaba a crecer la duda. Mientras esta conversación tenía lugar en la mansión, Soledad estaba en el otro extremo de la ciudad, en un barrio que incluso para ella representaba un territorio peligroso. El barrio de la esperanza era conocido por sus casas de paso, lugares donde gente desesperada dejaba niños al cuidado de extraños, sin preguntas, sin documentos.

 Había visitado tres casas ya, lugares deprimentes donde mujeres cansadas cuidaban demasiados niños en espacios demasiado pequeños. En todas había mostrado la foto de Sofía. En todas recibido la misma respuesta. No habían visto a esa bebé. Pero en la cuarta casa, una construcción de dos pisos con pintura descascarada y ventanas sin vidrios obtuvo una reacción diferente.

 La mujer que abrió la puerta era mayor, con el cabello gris recogido en un chongo despeinado y los ojos cansados de quien había visto demasiado. ¿Qué quiere?, preguntó sin preámbulos. Estoy buscando a esta bebé, dijo Soledad, mostrando la foto. Desapareció hace 5co días. La mujer miró la foto por un segundo más de lo normal.

 No sé nada de ninguna bebé, pero Soledad notó algo en su voz, una tensión que no había estado ahí al principio. ¿Estás segura? Es muy importante. Es mi es la hija de mis patrones. Le digo que no sé nada. La mujer empezó a cerrar la puerta, pero Soledad puso la mano para detenerla. Por favor, solo dígame si alguien ha traído una bebé aquí recientemente. No voy a hacer problemas, no puedo ayudarla.

 Pero cuando dijo eso, un llanto de bebé se escuchó desde adentro de la casa. La mujer se puso tensa inmediatamente. ¿Puedo ver a los niños que cuida? Preguntó Soledad. No. Váyase ahora o llamo a la policía. La puerta se cerró con fuerza, pero Soledad se quedó parada en la banqueta por varios minutos más escuchando. El llanto había parado, pero de vez en cuando podía escuchar voces y movimientos adentro.

 Decidió dar la vuelta a la manzana y ver si podía observar la casa desde atrás. En el callejón trasero había ventanas que daban a lo que parecía ser un patio interno. Desde ahí pudo ver a la mujer mayor hablando por teléfono con agitación evidente. No podía escuchar las palabras. Pero el lenguaje corporal era claro.

 Estaba reportando la visita de Soledad a alguien. Para cuando Soledad regresó a la mansión esa noche, estaba exhausta, pero no derrotada. Había visitado ocho lavanderías, cinco casas de paso y había hablado con docenas de personas. No había encontrado a Sofía, pero había encontrado pistas, pequeños fragmentos de evidencia que empezaban a formar un patrón.

 entró por la puerta de servicio y se dirigió directamente a la cocina para preparar la cena. Pero antes de que pudiera encender las luces, una voz la detuvo. Así que ya regresaste. Camila estaba sentada en la mesa de la cocina con una copa de vino en la mano y una expresión que Soledad nunca había visto antes. No era la máscara de dolor y preocupación que usaba frente a Alejandro. Era algo mucho más frío.

 Señora Camila, no sabía que estaba aquí. ¿Dónde estuviste todo el día, Soledad? Era mi día libre. Camila tomó un sorbo de vino y sonrió, pero la sonrisa no tenía nada de amable. Tu día libre. Claro. ¿Y qué hiciste en tu día libre? Asuntos personales. Asuntos personales, repitió Camila. Como esparcir mentiras sobre mí por toda la ciudad. Soledad sintió un escalofrío.

 No sé de qué habla. Camila se levantó y se acercó a ella lentamente. Creo que sí sabes. Creo que sabes exactamente de qué hablo, señora. Me enteré de que anduviste preguntando por una mantita rosa bordada, que anduviste mostrando fotos y haciendo insinuaciones. Soledad trató de mantener la voz firme.

 Solo estaba tratando de encontrar a Sofía, tratando de encontrarla o tratando de inventar una historia que me culpe a mí. Camila estaba ahora muy cerca y Soledad podía oler el alcohol en su aliento mezclado con el perfume caro. Déjame decirte algo, Soledad Ramos. Continuó Camila con voz baja y peligrosa. Tú no eres nada en esta casa.

 Eres una empleada, una india que limpia pisos y lava trastes. Y si crees que alguien va a creer tu palabra sobre la mía, estás muy equivocada. Soledad mantuvo la mirada fija en los ojos azules de Camila. La verdad siempre sale a la luz. Camila se rió, pero era una risa sin humor. La verdad, la verdad es lo que yo diga que es. La verdad es que Alejandro me ama y confía en mí.

 La verdad es que tú tienes dos días más en esta casa y después desapareces para siempre. Se acercó aún más hasta que sus caras estuvieron a centímetros de distancia. “Y si sigues inventando historias sobre mí”, susurró, “me voy a asegurar de que nunca encuentres trabajo en esta ciudad otra vez.

 ¿Me entiendes?” Soledad no respondió, pero tampoco retrocedió. Por primera vez que había llegado a esa casa, Camila había mostrado su verdadera cara y Soledad la había visto. Esa noche, mientras la casa dormía, el teléfono de Soledad sonó. Era un número que no reconocía. Bueno, susurró. ¿Es usted la señora que estuvo preguntando por la mantita rosa? La voz era de mujer, mayor, nerviosa.

 Soledad se incorporó en la cama. Sí, soy yo. Soy Patricia de la lavandería Burbujas y Más. No podía dejar de pensar en lo que me preguntó hoy. ¿Qué pasó? Bueno, después de que se fue, me acordé de algo más sobre esa señora elegante. Sobre sus uñas. ¿Qué de sus uñas? Eran rojas, como le dije, pero no eran uñas postizas. Eran naturales, muy bien cuidadas.

 y tenía una pequeña cicatriz en la mano derecha entre el pulgar y el índice. Soledad cerró los ojos. Camila tenía exactamente esa cicatriz. Se la había hecho años atrás con un cuchillo de cocina y siempre se la cubría con maquillaje. ¿Algo más?, preguntó. Sí. Me acordé de lo que dijo exactamente cuando le pregunté para qué era la mantita.

 dijo que era para una fiesta de cumpleaños de una niña pequeña. Pero cuando le pregunté qué edad iba a cumplir la niña, se quedó callada por un segundo, como si no supiera qué responder. Y luego, ¿qué dijo? Dijo que dos años. Pero después de que se fue, pensé que era raro. Si es para una fiesta de cumpleaños de su propia hija, ¿por qué habría dudado sobre la edad? Patricia hizo una pausa, luego continuó con voz más baja.

 Señora, no sé qué está pasando, pero esa mujer me dio mala espina. Había algo en ella que no me gustó. ¿Podría reconocerla si la viera otra vez? Sí, definitivamente. Patricia, ¿usted dispuesta a hablar con la policía si fuera necesario? Hubo un silencio largo. ¿Está metida en algo legal esa señora? Creo que sí. Creo que está metida en algo muy serio. Entonces sí hablaría con la policía si fuera necesario.

 Después de colgar Soledad, se quedó despierta por horas, organizando la información en su cabeza. Tenía el testimonio de Patricia sobre Camila y la mantita. Tenía sus propias observaciones sobre el comportamiento extraño de Camila la noche de la desaparición, pero necesitaba más. Necesitaba encontrar a Sofía.

 Al día siguiente era jueves, su último día completo en la casa. Si no encontraba evidencia sólida para el viernes, Camila habría ganado. Y en algún lugar de la ciudad, una bebé de 13 meses estaba esperando que alguien la llevara a casa. Soledad no pensaba fallarle. Al día siguiente por la mañana, Patricia volvió a llamar.

 “Señora, me acordé de algo más importante.” dijo con voz emocionada. “¿Qué? Después de que esa señora se fue, una de mis clientas regulares, doña Carmen, me comentó que había visto a la misma mujer saliendo de la casa de la comadre Esperanza. ¿Quién es la comadre Esperanza? Es una señora que vive en el barrio San Judas. Cuida niños sin papeles.

 Niños que, bueno, niños que sus familias no pueden registrar o no quieren registrar. El corazón de Soledad empezó a latir más rápido. Tiene la dirección. Sí, es en la calle Revolución 247, casa amarilla con portón verde. Patricia, muchas gracias. No sabe cuánto significa esto. Espero que encuentre lo que está buscando y espero que esa bebé esté bien.

 Soledad colgó el teléfono y se vistió rápidamente. Eran las 6 de la mañana y tenía que salir antes de que Camila o Alejandro despertaran. La dirección que Patricia le había dado estaba en un barrio que conocía de vista, pero donde nunca había entrado. Casas pequeñas, calles sin pavimentar, el tipo de lugar donde la gente hacía preguntas y no esperaba respuestas.

 La casa amarilla con portón verde era fácil de identificar. Estaba en una esquina con una pequeña tienda de abarrotes en la planta baja y lo que parecía ser vivienda en el segundo piso. Soledad se quedó parada frente a la casa por varios minutos. Respirando profundamente, sabía que una vez que tocara esa puerta no habría vuelta atrás. Si Sofía estaba ahí adentro, tendría que tomar decisiones que cambiarían todo.

 Pero cuando pensó en la bebé, en sus ojitos oscuros y su sonrisa sin dientes, en la manera como extendía los bracitos cuando la veía llegar por las mañanas, supo que no tenía opción. Caminó hacia la puerta, levantó la mano y tocó. La luz estaba encendida en la ventana del segundo piso. Alguien estaba despierto ahí adentro y Soledad estaba a punto de descubrir que la puerta se abrió después del tercer toque, revelando a una mujer de unos 60 años con el cabello gris despeinado y una bata manchada.

 Sus ojos pequeños y desconfiados estudiaron a soledad de arriba a abajo. ¿Qué quiere?, preguntó con voz áspera. Buenos días, señora. Vengo preguntando por una bebé que se perdió hace unos días. dijo Soledad mostrando la foto de Sofía. Me dijeron que usted cuida niños. La mujer, que debía ser la comadre Esperanza, miró la foto por apenas un segundo antes de negar con la cabeza.

 No sé nada de ninguna bebé perdida. Aquí solo cuido a los niños que me traen sus mamás cuando van a trabajar. Pero Soledad notó como se había puesto tensa, como sus manos apretaban el marco de la puerta. Puedo pasar. Solo será un momento. No, si no tiene niños que dejar, no tiene nada que hacer aquí.

 La mujer empezó a cerrar la puerta, pero en ese momento, desde el interior de la casa, se escuchó un llanto. Un llanto que hizo que el corazón de Soledad se detuviera por completo. Era el llanto de Sofía, ese gemido particular que hacía cuando tenía hambre, el sonido que Soledad había escuchado cientos de veces durante los últimos dos años. Disculpe, dijo Soledad empujando suavemente la puerta. Creo que escuché algo. No escucho nada.

 Váyase o llamo a la policía. Pero Soledad ya estaba mirando por encima del hombro de la mujer hacia el interior de la casa. Era un lugar deprimente, paredes descascaradas, muebles rotos, olor a humedad y pañales sucios. Podía ver a varios niños de diferentes edades sentados en el piso, algunos llorando, otros mirando la televisión con expresión vacía. Y desde algún lugar al fondo de la casa, el llanto continuaba.

“Señora, necesito revisar su casa”, dijo Soledad con una autoridad que ni ella sabía que poseía. “Sé quién le pagó para que cuidara esa bebé.” La expresión de la comadre esperanza cambió inmediatamente. El color se fue de su cara. No sé de qué habla la mujer rubia, la de las uñas rojas.

 Le pagó bien para que se quedara callada, ¿verdad? La mujer mayor retrocedió un paso. Usted no puede entrar aquí sin una orden. La policía ya viene en camino. Mintió Soledad. Y si usted coopera, tal vez podamos resolver esto sin problemas. Era un farol, pero funcionó. La comadre Esperanza se hizo a un lado, permitiendo que Soledad entrara.

 El interior de la casa era peor de lo que había imaginado. Había niños por todas partes, desde bebés hasta niños de cinco o 6 años, todos sucios, muchos llorando. El olor era nauseabundo, una mezcla de pañales sucios, comida descompuesta y humedad. Soledad siguió el sonido del llanto familiar hacia la parte trasera de la casa.

 Pasó por una cocina mugrienta donde había biberones sucios apilados en el fregadero y latas de leche de fórmula vacías en el piso. El llanto venía del último cuarto al final de un pasillo estrecho. Soledad empujó la puerta y lo que vio le rompió el corazón. Sofía estaba en una cama improvisada, hecha con cojines viejos y sábanas sucias.

 La bebé, que había sido rollliza y rosada una semana atrás, ahora estaba visiblemente más delgada, con ojeras bajo los ojos y la piel pálida. lloraba con una desesperación que Soledad reconoció inmediatamente. Era el llanto de un niño que había perdido toda esperanza de que alguien viniera a calmarlo. “Dios mío”, susurró Soledad corriendo hacia la cama. Al escuchar su voz, Sofía dejó de llorar abruptamente y volvió la cabeza.

 Sus ojitos oscuros se encontraron con los de soledad y por un momento que pareció eterno, se quedaron mirándose. Entonces Sofía extendió sus bracitos y balbuceó claramente. Sole, Sole era la primera palabra clara que había dicho en su vida y la había guardado para este momento. Soledad se quebró.

 Las lágrimas que había estado conteniendo durante 5co días finalmente salieron mientras tomaba a Sofía en sus brazos. La bebé se aferró a ella como si nunca fuera a soltarla, hundiendo su carita en el cuello de Soledad. “Ya estoy aquí, mi amor”, susurró Soledad. “Ya vine por ti.

” La comadre Esperanza había aparecido en la puerta del cuarto con expresión nerviosa. “No puede llevársela”, dijo. “Yo tengo un contrato.” Soledad se volvió hacia ella con Sofía todavía en brazos. La bebé había dejado de llorar, pero seguía aferrada a su cuello. ¿Qué tipo de contrato? La señora me pagó para cuidarla por un mes. Dijo que era temporal mientras resolvía unos problemas familiares.

 ¿Qué señora exactamente? La comadre esperanza titubeó. Una señora elegante. Necesito detalles. Dijo Soledad meciendo suavemente a Sofía. ¿Cómo era? ¿Qué le dijo exactamente? No puedo decir nada más. Soledad se acercó a ella manteniendo una voz calmada pero firme. Señora, esta bebé fue secuestrada. Su papá está desesperado buscándola. Si usted sabe algo y no lo dice, se convierte en cómplice de un crimen.

 La mujer mayor se sentó pesadamente en una silla rota que había en el cuarto. Parecía haber envejecido 10 años en los últimos 5 minutos. No sabía que era secuestro, murmuró la señora. Dijo que era su hijastra, que había problemas con el papá, que necesitaba un lugar seguro para la niña mientras las cosas se calmaban.

 ¿Y usted le creyó? Me pagó 10,000 pesos por adelantado, más de lo que gano en tres meses. Y la niña tenía ropa cara, se veía bien cuidada. Pensé que tal vez era cierto. Soledad notó algo en el tono de la mujer. No era completamente inocente. Sabía que algo no estaba bien, pero había decidido ignorarlo por el dinero.

 ¿Qué más le dijo esa señora? Que nadie podía saber que la niña estaba aquí, que si alguien preguntaba, yo no sabía nada y que si me portaba bien, me pagaría otros 10.000 cuando viniera a recogerla. ¿Cuándo iba a venir por ella? En dos semanas más, Soledad sintió un escalofrío. En dos semanas, Camila habría convencido completamente a Alejandro de que siguiera adelante con su vida.

 Para entonces, Sofía ya no sería una amenaza para sus planes. Necesito que me cuente todo lo que recuerda de esa mujer, dijo Soledad, cada detalle. ¿Por qué? ¿Usted no es policía? No, pero ellos van a venir y mientras tanto, esta bebé necesita salir de aquí. En ese momento, Soledad se dio cuenta de que necesitaba evidencia.

 Su palabra contra la de Camila no sería suficiente. Necesitaba pruebas. ¿Puedo usar su teléfono?, le preguntó a la comadre Esperanza. No tengo teléfono. Soledad pensó rápidamente. ¿Algún vecino tiene teléfono? La señora de al lado. Vamos allá. Y usted va a repetir todo lo que me acaba de decir, pero esta vez lo vamos a grabar. La mujer la miró con desconfianza.

 ¿Por qué habría de hacer eso? Porque si no lo hace, cuando llegue la policía, usted va a ser la única culpable. Pero si coopera, si ayuda a que esta bebé regrese con su papá, tal vez tengan consideración con usted. Era otra mentira piadosa, pero Soledad estaba desesperada. Necesitaba esa confesión. La vecina, una mujer de mediana edad llamada Rosa, se conmovió inmediatamente al ver a Sofía en brazos de Soledad.

 Cuando Soledad le explicó brevemente la situación, Rosa no dudó en prestar su celular viejo. Claro que puede usarlo, mijita. Esta bebita estaba perdida. Sí, y necesito grabar una confesión. Rosa abrió la aplicación de grabación en su teléfono y se lo entregó a Soledad. Haga lo que necesite.

 De vuelta en la casa de la comadre Esperanza, Soledad puso el teléfono sobre la mesa y presionó el botón de grabar. ¿Cómo se llama usted? Le preguntó a la mujer mayor. Esperanza Morales. ¿Y qué hace usted aquí? Cuido niños. Registrada legalmente. Esperanza bajo la mirada. No, cuénteme sobre la bebé que está en su casa en este momento. Esperanza miró a Sofía, que seguía aferrada a soledad y suspiró.

 Una señora me la trajo hace 5 días. Me dijo que era su hijastra, que había problemas familiares. ¿Cómo era esa señora? rubia, joven, muy arreglada, traía ropa cara y un carro blanco muy bonito. ¿Qué más le dijo? Que me pagaría bien si cuidaba a la niña sin hacer preguntas. Me dio 10,000 pesos por adelantado.

 ¿Y usted no sospechó nada? Esperanza se retorció las manos. La señora dijo que el papá de la niña era violento, que necesitaba protegerla mientras conseguía una orden de restricción. Pero eso no era cierto, ¿verdad? No lo sé. Solo sé que me pagó bien y que la niña necesitaba cuidados. Soledad continuó con las preguntas, obteniendo todos los detalles que pudo sobre la descripción de Camila, el día exacto en que había traído a Sofía y las instrucciones específicas que había dado.

 La confesión más importante llegó cuando Soledad preguntó, “¿Qué le dijo exactamente esa señora sobre la familia de la bebé?” dijo que el papá era muy rico, pero que estaba demasiado ocupado con su trabajo para darse cuenta de que la niña había desaparecido, que probablemente ni siquiera la echaría de menos.

 Soledad sintió una rabia fría y usted le creyó. La señora dijo que era mejor así, que la niña iba a estar mejor con una familia que realmente la quisiera. ¿Qué familia? No me dijo, solo que cuando regresara en dos semanas se iba a llevar a la niña para siempre. Soledad paró la grabación. Tenía suficiente para empezar, pero necesitaba más.

 La señora le dejó algún número de teléfono? Sí, pero me dijo que solo lo usara en emergencias. Necesito ese número. Esperanza fue a buscar un papel arrugado donde había anotado el número. Soledad lo memorizó y luego tomó una foto del papel con el celular de Rosa. Ahora necesito que llame a ese número le dijo a Esperanza.

 ¿Para qué? Para confirmar que la bebé está bien, pero voy a estar escuchando. Esperanza marcó el número. Sonó tres veces antes de que contestaran. ¿Qué pasó? La voz era de Camila, pero tensa, nerviosa. Señora, soy Esperanza. Llamaba para decirle que la niña está bien. ¿Por qué me llamas? Te dije que solo en emergencias.

 Es que bueno, alguien vino preguntando por ella. Hubo un silencio largo del otro lado de la línea. ¿Quién vino preguntando? Una señora. Dijo que la niña estaba perdida. ¿Le dijiste algo? No, señora. Le dije que no sabía nada. Otro silencio. Y ya se fue. Sí, ya se fue. Perfecto. No vuelvas a llamarme. Y si alguien más pregunta, tú no sabes nada de ninguna niña. La línea se cortó.

Soledad había grabado toda la conversación. Mientras Soledad estaba en la casa de esperanza, Camila estaba en la mansión de las lomas paseándose por la sala como un animal enjaulado. La llamada de esperanza la había puesto nerviosa.

 ¿Quién podía estar preguntando por Sofía en los barrios pobres? Marcó el número del hombre que había contratado para la entrega, pero no contestó. Marcó otra vez nada. su instinto de supervivencia, afinado por años de manipulación y engaño, le decía que algo estaba mal, muy mal. Subió a su cuarto y comenzó a sacar ropa de los cajones, poniéndola sobre la cama.

 Si las cosas se ponían feas, necesitaba estar lista para irse rápido. Pero primero tenía que asegurarse de que Alejandro siguiera de su lado. Si alguien estaba haciendo preguntas, necesitaba que él la defendiera sin dudar. bajó al estudio donde Alejandro trabajaba desde casa tratando de mantenerse ocupado. “Amor”, le dijo entrando con una expresión preocupada. “Acabo de recibir una llamada extraña.

” Alejandro levantó la cabeza de los papeles que estaba revisando. ¿Qué tipo de llamada? Alguien preguntando por Sofía, pero no era de la policía. ¿Quién era? Camila se sentó en el brazo de la silla de Alejandro. No se identificó, pero me hizo preguntas muy específicas, como si supiera algo que nosotros no sabemos.

 ¿Qué tipo de preguntas? Sobre la noche que desapareció Sofía. Sobre si yo había salido de la casa esa noche. Alejandro frunció el seño. ¿Y qué le dijiste? La verdad que estuve en la cama contigo toda la noche, pero Alejandro me preocupa que alguien esté tratando de inventar historias. ¿Crees que fue soledad? Camila suspiró dramáticamente.

 No quiero acusar a nadie sin pruebas, pero sí creo que podría haber sido ella. ¿Por qué haría eso? Tal vez está desesperada. Mañana es su último día aquí. Y si ella está involucrada en la desaparición de Sofía. No puedo creer que Soledad. Yo tampoco quería creerlo, interrumpió Camila. Pero piénsalo, ¿quién más conocía también las rutinas de Sofía? ¿Quién más tenía acceso a ella en cualquier momento? Alejandro se quedó callado procesando las palabras de Camila y ahora está tratando de inventar una historia que me culpe a mí, continuó Camila. Probablemente piensa que si puede crear suficientes dudas sobre mí,

nadie sospechará de ella. Era la manipulación perfecta, tomar la verdad y voltearla completamente, hacer que la víctima pareciera el victimario. De vuelta en la Casa de Esperanza, Soledad sabía que había llegado el momento de llamar a la policía. Tenía las grabaciones, tenía a Sofía, tenía evidencia suficiente para empezar una investigación seria. Usó el teléfono de Rosa para llamar a la comisaría.

Detective Ruiz, por favor, es sobre el caso de Sofía Mendoza. Cuando el detective se puso al teléfono, Soledad habló rápido, pero claro. Detective, soy Soledad Ramos. Encontré a la bebé. ¿Qué? ¿Dónde está? Estoy con ella ahora y tengo evidencia de quién la secuestró. ¿Dónde están? Soledad le dio la dirección.

 Detective, necesito que vengan rápido y necesito que traigan una ambulancia para revisar a la bebé. Vamos para allá. No se muevan de donde están. Mientras esperaban a la policía, Soledad revisó a Sofía cuidadosamente. La bebé estaba deshidratada y había perdido peso, pero parecía estar básicamente bien. Lo más importante era que había reconocido a Soledad inmediatamente y no la había soltado desde que la encontró.

Sole, repetía Sofía de vez en cuando, como si estuviera confirmando que realmente estaba ahí. Cada vez que lo decía, el corazón de soledad se llenaba de una mezcla de alegría y dolor. Alegría por haber encontrado a la bebé, dolor por todo lo que habían pasado ambas. La policía llegó 20 minutos después, dos patrullas, una ambulancia y el detective Ruiz.

 Soledad les entregó inmediatamente las grabaciones y les explicó todo lo que había descubierto. Los paramédicos revisaron a Sofía mientras Soledad hablaba con el detective. ¿Estás segura de que la señora que describe es Camila Mendoza? preguntó Ruis, completamente segura. Y tengo a una testigo en una lavandería que puede identificarla.

 Y la mujer que cuidaba a la bebé está dispuesta a testificar. Soledad miró hacia donde Esperanza estaba sentada, rodeada de policías. Creo que sí. Si eso le ayuda a reducir su culpabilidad. El detective asintió. Vamos a arrestarla como cómplice, pero si coopera completamente, tal vez podamos llegar a un acuerdo. Los paramédicos terminaron de examinar a Sofía. Está deshidratada y un poco desnutrida, pero no hay nada grave, reportó uno de ellos.

 Necesita fluidos y una evaluación más completa en el hospital. ¿Puedo ir con ella?, preguntó Soledad. ¿Usted es familiar? Soy soy quien la cuida. El detective intervino. Ella va a venir con nosotros a la estación. Necesitamos su testimonio completo y después vamos todos a la casa de los Mendoza. Una hora después, la caravana llegó a la mansión de las lomas.

 Dos patrullas, Laulancia con Sofía y Soledad y el auto del detective Ruiz. Alejandro estaba en la ventana cuando vio llegar a la policía. Su primera reacción fue de pánico. ¿Habían encontrado evidencia de que Sofía estaba muerta? Pero cuando vio a Soledad bajarse de la ambulancia con un bulto en los brazos, su mundo se detuvo.

 Era Sofía. Estaba viva. Estaba en casa. Corrió hacia la puerta principal, llegando al mismo tiempo que Soledad y los policías. Cuando vio la carita de su hija, se quebró completamente. Sofía, mi bebé. Sus manos temblaban cuando extendió los brazos. Sofía lo miró por un momento como si estuviera recordando quién era. Luego extendió un bracito hacia él.

 Alejandro la tomó y la apretó contra su pecho, llorando sin control. “Papá pensó que te había perdido para siempre”, susurró. “Papá pensó que nunca te iba a ver otra vez.” En ese momento, Camila apareció en la puerta. Al ver a Sofía en brazos de Alejandro, su expresión cambió por una fracción de segundo, un flash de pánico puro antes de componerse.

 “¡Dios mío!”, gritó llevándose las manos a la boca. “Sofía, está viva.” Corrió hacia Alejandro y la bebé con lágrimas que parecían completamente genuinas. ¿Dónde la encontraron? Está bien. ¿Quién se la llevó? Era una actuación perfecta. Si Soledad no hubiera sabido la verdad, ella misma habría creído en la sorpresa y el alivio de Camila.

 El detective Ruiz observaba toda la escena con ojos analíticos. Señora Mendoza, necesitamos hablar con usted. Por supuesto, detective. Ya saben quién se llevó a nuestra bebé. Estamos investigando varias pistas. Podemos pasar adentro. En la sala principal se juntaron todos. Alejandro con Sofía en brazos, Camila sentada elegantemente en el sofá, Soledad de pie cerca de la pared y el detective Ruiz con su libreta.

 “Señor Mendoza”, comenzó el detective. Su hija fue encontrada en una casa de paso en el barrio San Judas. Había estado ahí desde la noche de su desaparición y una casa de paso. Alejandro miró a Camila con confusión. ¿Qué es eso? Un lugar donde cuidan niños sin documentos. explicó el detective.

 La mujer que la cuidaba dice que alguien le pagó para mantenerla ahí. Camila se inclinó hacia adelante con expresión preocupada. Le pagó quién. El detective miró directamente a Camila. Una mujer rubia, joven, bien vestida, con uñas rojas y una cicatriz en la mano derecha. El silencio en la sala fue total. Alejandro miró las manos de Camila automáticamente. Ahí estaba la cicatriz.

 Apenas visible bajo el maquillaje. Detective, dijo Camila con voz calmada. Espero que no esté insinuando. No estoy insinuando nada, señora. Solo estoy reportando los hechos. Soledad observaba todo desde su rincón. Podía ver como Camila calculaba cada palabra, cada expresión.

 Podía ver como Alejandro empezaba a conectar las piezas. y podía ver como Sofía, segura en los brazos de su padre, la miraba a ella con sus ojitos oscuros, como si supiera que había sido Soledad quien la había salvado. El silencio en la sala se volvió denso como el aire antes de una tormenta. El detective Ruiz tenía su libreta abierta.

 Alejandro mecía suavemente a Sofía y Camila mantenía una expresión perfecta de preocupación maternal. Solo Soledad sabía que estaban a segundos de que todo explotara. Detective, dijo Camila con voz temblorosa, ¿está diciendo que alguien que se parece a mí secuestró a Sofía? Estoy diciendo que tenemos una descripción muy específica, respondió Ruiz.

 Y tenemos evidencia que necesitamos revisar. Soledad dio un paso adelante. Detective, tengo las grabaciones que le mencioné. Sacó el celular de Rosa y se acercó al detective. Camila la observó con ojos que brillaban de manera peligrosa. “¿Qué grabaciones?”, preguntó Alejandro. “La confesión de la mujer que cuidaba a Sofía”, explicó Soledad.

 Ella describe en detalle a la persona que le pagó. El detective tomó el celular y puso la primera grabación. La voz áspera de Esperanza Morales llenó la sala. Una señora me la trajo hace 5co días. Me dijo que era su hijastra, que había problemas familiares. Rubia, joven, muy arreglada, traía ropa cara y un carro blanco muy bonito.

 Alejandro miró a Camila mientras escuchaba. Ella tenía un carro blanco, era rubia, era joven, pero seguía manteniendo la compostura. Esto es ridículo, interrumpió Camila con indignación perfectamente calculada. van a acusarme basándose en una descripción que podría aplicar a miles de mujeres en esta ciudad.

 El detective siguió reproduciendo la grabación cuando llegó a la parte donde Esperanza describía las uñas rojas y mencionaba que la mujer había dicho que el padre era muy rico, pero no se daría cuenta de la desaparición. Camila se puso de pie. “Esto es absurdo”, exclamó con lágrimas brotando en el momento exacto.

 “¿Cómo pueden acusar a la madrasta de esta niña? Yo amo a Sofía como si fuera mi propia hija. Se acercó a Alejandro y puso una mano protectora sobre Sofía. Alejandro, diles que esto es imposible. Diles que estuve contigo toda esa noche. Pero luego se volvió hacia Soledad con ojos llenos de una furia apenas contenida. Ahora entiendo lo que está pasando aquí, dijo con voz que temblaba de emoción. Soledad siempre estuvo obsesionada con Sofía.

 ¿Verdad, Soledad? Perdiste a tu propio hijo y decidiste que ibas a quedarte con el mío. Alejandro miró a Soledad con confusión. ¿De qué habla? Ella perdió un bebé hace años, continuó Camila, ahora en pleno ataque. Y desde entonces ha estado viviendo una fantasía donde Sofía es su hijo.

 ¿No es cierto que te referías a Sofía como mi bebé cuando pensabas que nadie te escuchaba? Soledad sintió el golpe, pero mantuvo la voz firme. Cuidé a Sofía como si fuera mía, porque usted nunca lo hizo. ¿P? Camila se volvió hacia Alejandro con triunfo. Admite que veía a Sofía como su propia hija. Probablemente planeó todo esto desde el principio. Se llevó a Sofía, la escondió y ahora está tratando de culparme a mí.

Era una manipulación maestra tomar la verdad sobre el amor de Soledad por Sofía y convertirla en evidencia de culpabilidad. Alejandro miró a las dos mujeres claramente dividido. En sus brazos Sofía había comenzado a hacer ruiditos y a moverse como si sintiera la tensión en el ambiente.

 “Alejandro”, continuó Camila, acercándose más a él. Ella está tratando de separarnos. Primero me acusa de cosas terribles y ahora inventa pruebas para respaldar sus mentiras. tocó su brazo en el momento exacto. Dejó que una lágrima rodara por su mejilla con el timing perfecto. ¿No ves lo que está haciendo? Está tratando de quitarnos a nuestra familia.

 Quiere quedarse con Sofía y conmigo fuera del camino. El detective Ruiz observaba todo con atención profesional. Había visto muchas actuaciones en su carrera y reconocía una cuando la veía. “Señora Mendoza,” dijo, “tenemos más evidencia que revisar.” comenzó a reproducir la segunda grabación, la conversación telefónica entre Esperanza y Camila, cuando la voz de Camila se escuchó claramente diciendo, “No vuelvas a llamarme.

 Y si alguien más pregunta, tú no sabes nada de ninguna niña.” El color se fue completamente de su cara. Esa esa no soy yo, tartamudeó. No. El detective sacó un pequeño dispositivo de análisis de voz. Podemos hacer una comparación técnica si quiere. Camila se quedó callada por un momento calculando. Luego se volvió hacia Alejandro con desesperación genuina por primera vez.

Amor, no les creas, están manipulando la evidencia. Soledad probablemente pagó a esa mujer para que dijera esas cosas. Alejandro miró a Soledad, luego a Camila, luego a Sofía en sus brazos. Su mundo se estaba desmoronando y no sabía en quién confiar.

 Fue entonces cuando Sofía, que había estado tranquila en brazos de su padre, vio a Soledad claramente por primera vez desde que habían llegado. Los ojitos de la bebé se iluminaron y extendió sus bracitos hacia Soledad. “Sole, Sole!”, gritó con alegría, estirándose tanto que Alejandro tuvo que agarrarla para que no se cayera. El sonido llenó la sala como un rayo. Sofía nunca había dicho una palabra clara antes.

 Su primera palabra real y era el nombre de Soledad. Sole, Sole, siguió repitiendo la bebé, desesperada por llegar a los brazos de quien había sido su verdadera madre durante los últimos dos años. Alejandro se quedó completamente inmóvil. Nunca había hablado antes. Susurró más para sí mismo que para los demás. Sole.

 Sofía seguía estirando los bracitos, frustrada porque no la acercaban a soledad. En ese momento, como fichas de dominó cayendo, todo comenzó a encajar en la mente de Alejandro. Las llamadas susurradas de Camila que terminaban abruptamente cuando él entraba al cuarto, su insistencia en que siguieran adelante apenas días después de la desaparición.

 su falta de verdadera desesperación, como si supiera que Sofía estaba bien, y sobre todo la forma como Sofía reaccionaba con cada una de ellas. Con Camila, la bebé siempre había sido educada, pero distante. Con soledad se iluminaba como si hubiera visto al sol. Alejandro, la voz de Camila sonaba diferente, ahora, menos controlada. No dejes que te confundan.

 Los bebés dicen cualquier cosa. Pero Alejandro ya no la estaba escuchando. Estaba recordando la mañana después de la desaparición como Camila había aparecido perfectamente maquillada cuando supuestamente acababa de despertar con sus gritos, como había sugerido que despidieran a Soledad, como había sembrado dudas sobre la única persona que realmente amaba a su hija.

 Camila dijo lentamente, ¿dónde estuviste realmente esa noche? Estuve en la cama contigo. Ya te lo dije. No, no estuviste. La voz de Alejandro se volvió más fuerte. Me desperté a las 2 de la mañana y no estabas. Era mentira, pero Alejandro estaba probando una teoría. Sí, estaba, insistió Camila, pero había pánico en su voz ahora.

 ¿Y por qué tenías lodo en los zapatos esa mañana? Camila abrió la boca, pero no salió ningún sonido. Soledad se dio cuenta de que Alejandro estaba recordando detalles que había ignorado antes. “¿Y por qué estabas tan ansiosa de que despidiéramos a Soledad?”, continuó Alejandro. “¿Y por qué sigues sugiriendo que tengamos nuestros propios hijos cuando mi hija acababa de desaparecer?” “Alejandro, ¿estás confundido por el trauma?” “No.” La voz de Alejandro se quebró.

 No estoy confundido. Tú vendiste a mi hija. No era una pregunta, era una acusación directa, dicha con la certeza de alguien que finalmente había visto la verdad. Camila se quedó inmóvil por un segundo, como un animal atrapado en los faros de un auto. Luego algo cambió en su expresión. La máscara de dolor y preocupación desapareció, reemplazada por algo frío y calculador.

¿Sabes qué? Dijo con voz completamente diferente. Tienes razón. El silencio en la sala fue total. “Sí, la vendí”, continuó Camila, como si fuera lo más natural del mundo. Y fue la mejor decisión que pude haber tomado. Alejandro retrocedió como si lo hubieran golpeado físicamente.

 ¿Por qué? Fue lo único que pudo susurrar, porque esa niña arruinó todo. La voz de Camila se elevó hasta convertirse en grito. Desde que llegué a esta casa todo ha sido sobre Sofía. Sofía, esto, Sofía aquello. Tú solo me prestabas atención cuando ella no estaba cerca. Las palabras salían como veneno que había estado contenido demasiado tiempo.

 Me casé contigo, no con tu hija muerta y su bebé, pero tú seguías viviendo en el pasado, adorando a esa niña como si fuera un altar para tu esposa muerta. Alejandro sostuvo a Sofía más fuerte como si quisiera protegerla de las palabras de Camila. Ella es mi hija murmuró. Es un obstáculo”, gritó Camila, “un estorbo para nuestro matrimonio. Y pensé que si desaparecía por unas semanas, tú te darías cuenta de que podíamos ser felices sin ella.

” El detective Ruiz había estado grabando toda la conversación en su propio celular. Ahora tenía una confesión completa. “Camila Mendoza”, dijo poniéndose de pie. “Está arrestada por secuestro, tráfico de menores y extorsión.” Camila se volvió hacia él como si acabara de recordar que había otras personas en la sala. No pueden arrestarme. Soy la esposa. Tengo derechos.

 No sobre una niña que no es suya, respondió el detective, haciendo una seña a los oficiales que esperaban afuera. Cuando entraron con las esposas, Camila hizo un último intento desesperado. Alejandro, gritó tratando de acercarse a él. No dejes que hagan esto. Todo lo que hice fue por nosotros, para que pudiéramos estar juntos sin obstáculos.

 Alejandro la miró con una expresión que ella nunca había visto antes. No era amor, ni siquiera dolor. Era asco puro. “Vete”, susurró. “Vete de mi casa y no regreses nunca.” Los oficiales la esposaron mientras ella seguía gritando. “¡Te vas a arrepentir? Sin mío no eres nada.” Y esa niña va a crecer odiándote por elegir a una empleada sobre su madrasta. Pero Alejandro ya no la escuchaba. Estaba mirando a Soledad, que había permanecido callada durante todo el enfrentamiento.

“Perdóname”, susurró. “Y había tantas capas de significado en esas dos palabras que Soledad sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Perdóname por dudar de ti. Perdóname por casi despedirte. Perdóname por no ver lo que era obvio. Perdóname por casi perder a mi hija por creer en una mentirosa.

 Cuando los policías se llevaron a Camila, su voz se fue alejando por el pasillo. Esto no ha terminado. No ha terminado. Pero para Alejandro, Sofía y Soledad, algo había terminado definitivamente. La pesadilla había acabado. La casa quedó en silencio por primera vez en una semana. Un silencio diferente al de los días de búsqueda y desesperación.

 Este era un silencio de paz, de alivio, de una familia que finalmente estaba completa otra vez. Sofía, ajena a la enormidad de lo que había pasado, seguía extendiendo los bracitos hacia Soledad y repitiendo su nombre como si fuera la palabra más importante del mundo. Sole, Sole.

 Y en ese momento, en esa sala llena de evidencia de traición y dolor, también estaba llena de algo más fuerte, amor. El amor que había mantenido a soledad buscando cuando todos dudaban. El amor que había hecho que Alejandro finalmente viera la verdad. El amor que había traído a Sofía de vuelta a casa. Capítulo 6. Reconstrucción.

 Una semana después del arresto de Camila, la mansión de las lomas parecía un lugar completamente diferente. Sin la presencia tóxica que había envenenado cada rincón, la casa respiraba con una tranquilidad que no había conocido en meses. Pero la paz externa no se reflejaba en el interior de Alejandro. Cada vez que veía a Soledad, una vergüenza profunda le atravesaba el pecho como una daga.

 No podía mirarla a los ojos sin recordar las palabras crueles que le había dicho, la forma como había dudado de ella, como casi había destruido a la única persona que realmente amaba a su hija. Sofía, por su parte, se había vuelto inseparable de soledad. La bebé lloraba cada vez que Alejandro trataba de cargarla, extendiendo los brazos desesperadamente hacia la mujer que había arriesgado todo por encontrarla.

 Era como si hubiera decidido que solo se sentía segura con quién la había salvado. “Sole, Sole”, repetía constantemente, aferrándose al cuello de Soledad, como si temiera que pudiera desaparecer otra vez. El viernes por la mañana, Alejandro se armó de valor y se acercó a Soledad en la cocina. Ella estaba preparando el desayuno de Sofía mientras la bebé jugaba en su silla alta, balbuceando alegremente.

Soledad, comenzó con voz temblorosa. Necesito hablar contigo. Ella no levantó la vista del plato que estaba preparando. Dígame, señor Alejandro. No, no me llames, señor, por favor. Soledad finalmente lo miró. Sus ojos eran serenos pero firmes. “Quiero pedirte perdón”, continuó Alejandro por todo. Por dudar de ti, por tratarte mal, por casi por casi perderte.

 Se acercó más con las manos temblorosas. Sé que no hay excusa para lo que hice, pero quiero compensarte. ¿Puedo aumentarte el sueldo, darte vacaciones pagadas? Comprarte una casa. No es sobre dinero, señor Alejandro. Lo interrumpió Soledad con voz tranquila. Es sobre respeto. Alejandro se quedó callado sabiendo que tenía razón. Si quiere que me quede, continúó soledad.

Las cosas tienen que cambiar. Usted necesita estar presente de verdad, no solo pagar las cuentas. Necesita aprender a cuidar a su propia hija. ¿Qué quieres decir? que yo no voy a ser solo una empleada que hace todo mientras usted vive su vida como si Sofía no existiera. Si nos quedamos, somos una familia, una familia de verdad. Alejandro asintió lentamente.

 ¿Qué necesito hacer? Los primeros días fueron torpes y difíciles. Alejandro había sido un padre ausente, delegando todo el cuidado real de Sofía en Soledad mientras él se concentraba en el trabajo. Ahora, por primera vez, tenía que aprender las cosas más básicas. Así le enseñó Soledad con paciencia, mostrándole cómo cambiar el pañal de Sofía.

 Tiene que limpiar bien aquí y después aplicar la pomada. Alejandro luchó con los adhesivos del pañal, sus manos grandes y torpes comparadas con los movimientos eficientes de soledad. “No sé cómo lo haces ver tan fácil”, murmuró mientras Sofía pataleaba en la mesa de cambio. “Práctica, respondió Soledad simplemente. Mucha práctica.

 Cuando intentó preparar un biberón, midió mal la fórmula y el agua quedó demasiado espesa. Sofía la rechazó inmediatamente, haciendo una mueca de disgusto. “Tiene que estar tibia, no caliente”, explicó Soledad, mostrándole cómo probar la temperatura en su muñeca. Y la medida tiene que ser exacta, pero fue a la hora de dormir cuando Alejandro se sintió más perdido.

 Sofía lloraba cada vez que él trataba de acunarla, estirando los brazos hacia Soledad. No me quiere”, dijo con tristeza. “No es que no lo quiera,” respondió Soledad. “Es que no la conoce. Usted siempre estaba trabajando cuando era hora de dormir. ¿Cómo puedo hacer que confíe en mí?” Soledad se acercó y tomó a Sofía en brazos, calmándola inmediatamente. Tiene que ganárselo día a día.

 Poco a poco comenzaron a establecer nuevas rutinas. Alejandro canceló tres viajes de negocios y redujo sus horas de oficina. Por primera vez en la vida de Sofía, él estaba presente para las comidas, para el baño, para los juegos. Sofía se convirtió en el puente entre los dos adultos. La bebé quería ambos cerca, forzándolos a trabajar juntos.

Durante el baño, ella salpicaba agua hacia los dos, riendo cuando ambos se mojaban. Durante las comidas extendía trocitos de comida hacia Alejandro mientras mantenía una mano aferrada a soledad. está tratando de hacer las pases entre nosotros.” Observó Alejandro una tarde mientras Sofía gateaba entre sus piernas y las de soledad en la alfombra de la sala.

 “Es una niña muy inteligente”, respondió Soledad, viendo como Sofía tomaba un juguete y se lo ofrecía a su papá antes de regresar a su regazo. Gradualmente, algo hermoso comenzó a suceder. Alejandro descubrió alegrias que nunca había conocido, el sonido de la risa de Sofía cuando él le hacía muecas graciosas, la forma como ella aplaudía cuando él cantaba canciones inventadas, la paz que sentía cuando la mecía para dormir.

 “Nunca supe que podía ser tan tranquilo”, le dijo a Soledad una noche después de que finalmente había logrado que Sofía se durmiera en sus brazos. Es diferente cuando uno realmente está presente”, respondió ella. Soledad también estaba cambiando. Ya no era la empleada invisible que se escondía en las sombras. Su opinión importaba ahora en las decisiones sobre Sofía.

 Alejandro le preguntaba sobre todo, “¿Qué comida probar? ¿Qué actividades eran apropiadas para la edad de la bebé? ¿Cómo responder cuando lloraba? ¿Crees que está lista para caminar?”, le preguntó un día viendo como Sofía se agarraba de los muebles para ponerse de pie.

 “Creo que sí”, respondió Soledad, “pero necesita espacio seguro para practicar.” Fue en el jardín donde finalmente todo se unió. Era una tarde dorada de domingo y Soledad había decidido que era momento de enseñarle a Sofía a caminar en el pasto suave. “Ven, mi amor”, le dijo a la bebé poniéndose en cuclillas a unos metros de distancia. Ven, console.

 Sofía, agarrada de las manos de Alejandro, miró la distancia con determinación, soltó una mano, luego la otra y dio un paso vacilante hacia Soledad. “Muy bien!”, gritó Alejandro emocionado. Pero Sofía se detuvo y se volvió hacia él como si quisiera incluirlo en el juego. Extendió una mano hacia él y otra hacia Soledad.

 Creo que quiere que hagamos un círculo, dijo Soledad sonriendo. Se movieron para formar un triángulo pequeño con Sofía en el centro. La bebé caminó vacilante de uno al otro, riendo cada vez que llegaba a brazos seguros. No era una familia tradicional. No había lazos de sangre entre Soledad y Los Mendoza. Pero había algo más fuerte que la sangre.

 Había amor elegido, respeto ganado, confianza construida día a día. Después de varios minutos, Sofía se cansó y se dejó caer en el pasto riendo. Soledad se sentó junto a ella y Alejandro hizo lo mismo. “Gracias”, dijo Alejandro mirando a Soledad con ojos que brillaban de gratitud genuina por todo, por salvarla, por salvarnos, por darnos una segunda oportunidad.

 Soledad no respondió con palabras, simplemente asintió viendo como Sofía arrancaba pequeños pedazos de pasto y los examinaba con la seriedad de una científica. En el silencio del jardín, con el sol poniéndose detrás de ellos y Sofía balbuceando alegremente, finalmente había paz. Una paz real construida sobre verdad y respeto mutuo. No había promesas grandiosas ni declaraciones dramáticas.

 Solo tres personas que habían encontrado la forma de ser una familia auténtica, imperfecta, pero real. Y en el centro de todo, una bebé que había aprendido que el amor verdadero no se rendía nunca, sin importar cuán oscuras se pusieran las cosas. Sole”, murmuró Sofía acurrucándose contra el regazo de la mujer que la había salvado.

 Papá, por primera vez había incluido a ambos en su pequeño mundo y por primera vez en mucho tiempo todo estaba exactamente como debía ser. M.