Las palabras salieron de su boca como veneno. Cristina estaba de pie en la puerta de la habitación que había sido mía durante los últimos tres años. Sus brazos cruzados, su rostro contorsionado en una máscara de disgusto. Ya está decidido, Guillermo. Vete, vete y muere en la calle si es necesario, pero no vas a seguir viviendo en mi casa ni un día más. Mi casa, no nuestra casa.

 No, la casa de David, mi casa. Como si los tr años que había vivido ahí, ayudando con el alquiler de mi modesta pensión, cuidando de mis dos nietos después de la escuela, reparando cada cosa rota en esa casa con mis propias manos no significaran nada. Tengo 74 años, soy carpintero jubilado. Mis manos están retorcidas por la artritis.

 Mi espalda está doblada por 50 años de trabajo duro. Y ahora mi nuera, esta mujer que conocí hace solo 5 años, cuando se casó con mi hijo David, me estaba echando como si fuera basura. Cristina, dije con voz calmada, porque he aprendido en mis 74 años que gritar nunca resuelve nada. David sabe que me estás echando.

 David está de acuerdo. Hablamos anoche. Los dos estamos hartos de cuidar de un viejo que no aporta nada más que problemas. ¿Prasas? ¿Qué problemas he causado? ¿Existes? Ese es el problema. Esta casa es pequeña. Tres habitaciones. Necesitamos esa habitación para la oficina de David para que pueda trabajar desde casa y ganar más dinero.

 Dinero que necesitamos para nuestros hijos. No para mantener a un viejo inútil. Las palabras dolían. No voy a mentir, pero he vivido lo suficiente para saber que algunas personas muestran su verdadera naturaleza solo cuando creen que tienen poder sobre ti. Entiendo, dije simplemente. Ella pareció sorprendida por mi calma.

 ¿Entiendes? Eso es todo lo que vas a decir. Te entiendo, nuera. ¿Quieres que me vaya? Me iré. Bien. Tienes hasta mañana para empacar tus cosas y largarte. Mañana, Cristina, necesito al menos una semana para encontrar un lugar. No me importa. Mañana o llamaré a la policía y diré que eres una amenaza, que me has amenazado. Veremos quién te cree a ti, un viejo senil a mí.

 Antes de continuar, suscríbete al canal, activa las notificaciones y déjanos en los comentarios desde dónde nos escuchas. Algo cambió en mi expres. Ella debió verlo porque dio un paso atrás. ¿Qué? Nada, Cristina. Solo estaba pensando que mañana llegará un regalo a tu puerta. ¿Un regalo? ¿De qué estás hablando? Ya lo verás.

 Algo que he estado preparando, algo especial solo para ti. ¿Estás loco? Sabía que estabas perdiendo la cabeza. Otro motivo más para echar. Se fue. Sus tacones repiqueteando fuerte contra el suelo de madera que yo mismo había reparado el año pasado cuando se estaba pudiendo. Me senté en la cama angosta de la habitación pequeña, la habitación donde había dormido durante 3 años después de que mi esposa muriera y David insistiera en que viniera a vivir con ellos. Papá, no puedes vivir solo.

 Ven con nosotros. Somos familia. Familia. Qué palabra interesante. Significa cosas diferentes para diferentes personas. Saqué mi teléfono móvil. Un modelo viejo, pero funciona. Marqué un número que había guardado hace 6 meses cuando empecé a sospechar que este día llegaría. Señor Ruis, soy Guillermo Santos. Sí, el padre de David.

 Necesito activar ese plan del que hablamos mañana. Sí, todo está listo. Gracias. Pasé el resto del día empacando mis pocas posesiones, ropa, algunas fotos de mi difunta esposa Rosa, herramientas que había acumulado durante décadas, libros viejos, todo cabía en dos maletas y tres cajas, no mucho que mostrar por suficiente.

 David llegó a casa del trabajo a las 7. No vino a hablar conmigo. Escuché su voz en la cocina hablando con Cristina. Risas, el sonido de copas de vino chocando, celebrando mi partida, supongo. A las 8, mi nieto mayor, Pablo, de 12 años tocó mi puerta. Abuelo, mamá dice que te vas mañana. Sí, Pablo. Es hora de que encuentre mi propio lugar.

 Hice algo malo, por eso te vas. Mi corazón se rompió un poco. No, campeón, no hiciste nada malo. Los adultos a veces necesitan hacer cambios. Eso es todo. ¿Todavía podremos verte? Por supuesto. Siempre seré tu abuelo. Mentí. Sabía que Cristina se aseguraría de que nunca volviera a ver a Pablo o a su hermana pequeña Lucía, pero no podía decirle eso a un niño de 12 años.

 Me abrazó. lloró un poco. Luego Cristina lo llamó para cenar y se fue. Esa noche casi no dormí, no por tristeza, sino por anticipación. A la mañana siguiente, a las 8 en punto, llegó un camión de mudanzas. Dos hombres jóvenes y fuertes cargaron mis maletas y cajas. Les di la dirección de un apartamento pequeño que había alquilado la semana anterior.

 Un estudio de una habitación en un barrio modesto. 450 € al mes. Todo lo que podía permitirme con mi pensión. Cristina apareció en la puerta observando con satisfacción mientras los hombres cargaban mis cosas. Finalmente dijo, “Pensé que nunca te irías. Me voy, Cristina, pero recuerda lo que dije. Hoy llegará un regalo a tu puerta. Lo que sea, viejo loco.

 David salió vestido para el trabajo. Me miró con expresión incómoda. Papá, esto es es lo mejor para todos. Lo es David o es solo lo mejor para Cristina. Papá, entiende. Necesitamos el espacio y tú estarás mejor en tu propio lugar. Independiente, independiente con 880 € al mes en un estudio a mis 74 años.

 Sí, suena como el sueño de todo hombre mayor. Papá, no te preocupes, hijo. Entiendo. La familia es importante hasta que ya no lo es. Subí al taxi que había llamado. Mientras nos alejábamos, miré hacia atrás una vez. Vi a Cristina de pie en la puerta sonriendo. David ya se había ido al trabajo, demasiado cobarde para siquiera despedirse.

 El taxista, un hombre de unos 50 años, me miró por el espejo retrovisor. Mudanza difícil, podría decirse así. familia, antes lo era, asintió, entendiendo más de lo que dije. Mi nuevo apartamento era exactamente lo que esperaba, pequeño, oscuro, con olor a humedad, pero era mío. Nadie podía echarme de aquí mientras pagara el alquiler.

 Desempaqué mis cosas lentamente. Mis manos artríticas hacían cada movimiento doloroso, pero me tomé mi tiempo. No tenía prisa, no tenía nada más que tiempo. A las 2 de la tarde, mi teléfono sonó. El señor Ruiz, señor Santos, el paquete ha sido entregado, firmado por una tal Cristina Santos. Perfecto, gracias.

 ¿Quiere que proceda con el siguiente paso? Sí, todo según el plan. Colgué y esperé. No tuve que esperar mucho. A las 2:47 pm, mi teléfono explotó con llamadas. David, Cristina, David de nuevo, Cristina de nuevo. Dejé que todas fueran al buzón de voz. Finalmente, a las 3 escuché el primer mensaje de voz. Cristina, su voz histérica.

 Guillermo, ¿qué demonios es esto? Llámame ahora mismo. Ora. Borré el mensaje sin terminarlo. El siguiente era de David. Papá, necesitamos hablar. Urgentemente, Cristina recibió unos documentos. Dicen que bueno, solo llámame, por favor. Borréese también. Los mensajes siguieron llegando. 15 en total, cada uno más desesperado que el anterior.

 A las 5 de la tarde, finalmente contesté cuando David llamó por vigésima vez. Hola, David. Papá, gracias a Dios. ¿Qué son estos documentos que Cristina recibió? ¿Qué documentos? No te hagas el tonto. Los documentos del abogado diciendo que la casa, la casa donde vivimos, aparentemente tú eres el dueño que la compraste hace 4 años y la pusiste en un fideicomiso y que ahora estás terminando nuestro contrato de arrendamiento.

 Ah, esos documentos sí son correctos. Correctos, papá. Esto no puede ser correcto. Vivimos en esta casa. La estamos comprando con una hipoteca. No, David, ustedes piensan que están comprando la casa con una hipoteca, pero la realidad es diferente. ¿Qué quieres decir? Cuando tu madre murió hace 5 años, me dejó un pequeño seguro de vida.

180,000 € Ustedes no lo sabían porque nunca preguntaron. Asumieron que éramos pobres. Solo un viejo carpintero y su esposa. Papá, con ese dinero compré la casa donde ahora vives. La compré hace 4 años, 6 meses antes de que Cristina y Tul encontraran y decidieran comprarla. La compré a través de una empresa holding para que mi nombre no apareciera.

 Luego les alquilé la casa a través de esa misma empresa. ¿Por qué demonios harías eso? Porque ya entonces veía como Cristina me trataba. las miradas, los comentarios, la falta de respeto y quería protegerme, quería asegurarme de que si algún día decidían echarme, tendría palanca. Esto es esto es manipulación, ¿no, David? Manipulación es echar a tu padre de 74 años a la calle con un día de anticipación.

Esto es previsión. Entonces, ¿qué nos vas a echar ahora? Venganza. No, venganza. Justicia. El contrato de arrendamiento termina en 30 días. Tienen ese tiempo para encontrar otro lugar, exactamente 30 veces más tiempo del que Cristina me dio. Papá, no podemos encontrar otro lugar en 30 días con dos niños en este mercado.

 Entonces, ¿entiendes cómo me sentí cuando me dieron un día? Pero nosotros tenemos niños, obligaciones. No puedes hacernos esto. No puedo, David. Es mi casa. Puedo hacer lo que quiera con ella. Te lo suplico. Por favor, podemos arreglar esto. Cristina, lo siente, se disculpará. ¿Puedes volver? Podemos. No voy a volver, pero hay una solución.

 ¿Cuál? Pueden comprar la casa al precio de mercado actual. Buenos 80,000 € Silencio. Luego una risa amarga. 280,000 € Papá. No tenemos ese dinero, apenas podemos cubrir el alquiler mensual que estamos pagando. Entonces sugiero que empiecen a buscar otro lugar. El reloj está corriendo. Esto es cruel. Mamá, estaría avergonzada de ti.

 Esas palabras dolieron, pero las dejé rebotar. Tu madre estaría avergonzada de un hijo que echa a su propio padre a la calle, no de un padre que se protege a sí mismo. No puedo creer que estés haciendo esto. Créelo. 29 días restantes. David, usa el tiempo sabiamente. Colgué. Los siguientes días fueron una oleada constante de llamadas, mensajes de texto, emails.

 Incluso un abogado que David contrató llamó amenazando con acción legal. Les dije que procedieran. Todo estaba perfectamente legal. Cristina apareció en mi apartamento el quinto día. No sé cómo consiguió mi dirección. Tal vez David se la dio. Tocó la puerta como si quisiera romperla. Abrí. Ella se veía terrible. Ojos rojos, cabello despeinado, ropa arrugada.

Guillermo, por favor, por favor, no hagas esto. Hola, Cristina. ¿Cómo estás? ¿Cómo estoy? Estoy desesperada. Tenemos dos niños. No podemos mudarnos en 25 días. No podemos encontrar nada en nuestro presupuesto. Qué difícil. Debe ser terrible sentirse sin hogar. Por favor, te lo suplico. Cancelaremos el desalojo. Puedes volver.

Te daremos toda la habitación que quieras. Me darás, Cristina, es mi casa. No me das nada. Soy yo quien ha estado dando. Durante 4 años les di un hogar a un precio de alquiler que era 300 € por debajo del mercado. Les ahorré más de 14,000 € en 4 años. No sabíamos. No, no sabían porque nunca preguntaron. Asumieron que yo era solo un viejo pobre e inútil y me trataron como tal.

 Lo siento, de verdad, lo siento. Fui horrible contigo. Dije cosas terribles. Pero por favor, no castigues a Pablo y Lucía por mis errores. No estoy castigando a nadie. Estoy ejerciendo mis derechos como propietario. Ustedes tienen 25 días para encontrar otro alojamiento. Es más que justo. No podemos pagar otro lugar.

 Todo es demasiado caro. Entonces, tal vez deberías haber pensado en eso antes de echar al propietario de su propia casa. Entonces, eso es todo. Nos vas a dejar sin hogar, Cristina. Tuviste la oportunidad de tratarme con respeto básico, de reconocer que yo también era parte de la familia, de darme dignidad en mis años finales.

 En lugar de eso, me dijiste que me fuera y muriera en la calle. ¿Recuerdas esas palabras? Ella lloró. Lágrimas reales corriendo por sus mejillas. Lo siento tanto, estaba no lo decía en serio. Tal vez, tal vez no, pero las palabras tienen consecuencias. Y ahora estás viviendo esas consecuencias. Por favor, te daré cualquier cosa. Haré cualquier cosa.

 Hay una cosa que puedes hacer. ¿Qué? lo que sea. Enséñales a Pablo y Lucía una lección que claramente nunca aprendiste, que la familia no es descartable, que los ancianos merecen respeto, que las acciones tienen consecuencias. Lo haré, lo prometo. Bien, porque en 20 años David tendrá mi edad y espero que tus hijos lo traten mejor de lo que tú me trataste a mí. se fue llorando.

 No sentí satisfacción, solo una tristeza profunda por lo que podría haber sido. David apareció al día siguiente. Solo sin Cristina papá, encontramos un apartamento más pequeño, en un barrio peor, pero podemos permitírnoslo. Nos mudamos en dos semanas. Me alegro de que encontraran algo. Los niños están devastados.

 Tienen que cambiar de escuela, dejar a sus amigos. Lamento escuchar eso. Lo lamentas, papá. Los estás destrozando. No, David, tú y Cristina los están destrozando. Yo solo estoy protegiendo lo que es mío. Eres un hombre cruel. No, soy un hombre que aprendió que incluso la familia tiene límites y ustedes cruzaron esos límites. Se fue.

 No nos hemos hablado desde entonces. Han pasado 4 meses. David, Cristina y los niños se mudaron a un apartamento de dos habitaciones en las afueras de Bilbao. Escuché por conocidos mutuos que están luchando financieramente, que Cristina tuvo que conseguir un segundo trabajo, que los niños están teniendo dificultades para adaptarse. También escuché que David finalmente se enfrentó a Cristina, que hubo peleas enormes, que ella finalmente admitió que había estado presionándolo para que me echara durante años.

No sé si su matrimonio sobrevivirá. Francamente, no me importa mucho. En cuanto a la casa, la vendí por tootin 5000 € a una familia joven con tres niños que la amaron a primera vista. Con el dinero movía un apartamento mejor. dos habitaciones, una para mí, una para invitados que nunca vienen. También doné 50,000 € a un refugio para personas mayores sin hogar.

Personas que, como casi fui, fueron echadas por familias que deberían haberlos cuidado. El resto lo puse en un fidecomiso. Cuando muera irá directamente a Pablo y Lucía, no a David, no a Cristina, a mis nietos, con instrucciones de que solo pueden acceder a él cuando cumplan 25 años y solo si demuestran que han tratado bien a sus propios padres.

A veces me pregunto si fui demasiado duro, si debería haber perdonado, si debería haber dado segundas oportunidades, pero luego recuerdo las palabras de Cristina, vete y muere en la calle. Y sé que hice lo correcto, porque la familia no se trata solo de sangre, se trata de respeto, de dignidad, de amor. Y cuando esas cosas desaparecen, lo único que queda es una relación transaccional.

Y en las transacciones todos pagan lo que deben.