Él regresó a casa en una silla de ruedas para poner a prueba a la mujer que decía amarlo. La frialdad de ella lo hirió, pero nada se comparaba con el cruel secreto que aún estaba por venir. Esteban Ruiz tenía todo lo que cualquiera desearía tener: dinero, casas, autos, negocios y viajes. Su empresa de tecnología había crecido tanto en los últimos 10 años que ahora tenía oficinas en tres países.
Muchos lo admiraban, otros lo envidiaban, pero él en el fondo se sentía solo. Desde hacía un año salía con Daniela, una mujer mucho más joven que él, bonita, con estilo y una sonrisa que podría convencer a cualquiera. Ella tenía 28 años, era diseñadora de interiores y siempre hablaba de lo mucho que lo amaba.
Pero últimamente a Esteban le daba vueltas una incomodidad en el pecho, algo que no podía sacarse de la cabeza, una espinita clavada que no lo dejaba en paz. Una tarde, mientras esperaba en su camioneta blindada a que Daniela saliera del consultorio de su dermatólogo, algo pasó. El choer Ramiro bajó a comprar un café. Esteban, aburrido, revisaba unos correos en su celular.
De repente, un pitido lo distrajo. Era el teléfono de Daniela que ella vialda había dejado olvidado en la guantera por costumbre o tal vez por instinto. Lo desbloqueó. Ella no le ponía clave. Decía que confiaba en él. Pero justo en ese momento entró un mensaje. Era de alguien guardado como G.
lo abrió sin pensarlo. El mensaje decía, “Hoy puedes verte con el inválido o tienes que hacerle cariñitos toda la noche.” Esteban se quedó helado, no respondió, no se movió, no podía creer lo que acababa de leer. Se quedó mirando la pantalla como si el teléfono le estuviera hablando en otro idioma. Sentía que algo dentro de él se rompía.

Cerró el mensaje, respiró hondo y guardó el celular en su lugar. Justo cuando vio a Daniela salir del consultorio con su cara perfecta, su bolso carísimo y su sonrisa falsa. Todo el camino de regreso a casa, ella hablaba y hablaba de una nueva colección de sillones italianos que quería mostrarle. Pero Esteban solo la veía de reojo.
Ya no escuchaba sus palabras, solo su voz, una voz que ya no le sonaba dulce, sino hueca. Él le preguntó quién era G, pero lo hizo con un tono ligero, como quien pregunta sin importancia. Ella se rió, dijo que era una compañera del trabajo que siempre usaba apodos tontos. Él no insistió, solo asintió y guardó silencio. Esa noche Esteban no pudo dormir.
Dio vueltas en la cama mientras Daniela dormía profundamente a su lado. Se levantó, bajó a la cocina y se sirvió un whisky. pensaba y pensaba. Lo estaba engañando. ¿Desde cuándo? Era solo por dinero. Y si solo estaba siendo paranoico. Se sentó en la sala, apagó las luces y se quedó ahí solo en silencio, mientras afuera caía una lluvia suave.
Al día siguiente, en la oficina intentó concentrarse en el trabajo, pero no pudo. Algo se había quebrado dentro de él. Llamó a Ramiro a su oficina. Ramiro era más que su choer. Llevaba trabajando con él 10 años. Era como su sombra, su guardaespaldas y a veces su confidente. Cuando entró, Esteban le pidió que cerrara la puerta. Necesito que me ayudes con algo, le dijo.
Pero esto se queda entre tú y yo. Ramiro lo miró serio asintiendo. Lo que usted necesite, patrón. Esteban le contó lo del mensaje. Le dijo que algo no cuadraba, que Daniela ya no lo tocaba igual, que sus excusas empezaban a ser más flojas, que últimamente salía más de noche, que ya ni le preguntaba cómo le iba, y sobre todo que había cambiado la forma en que lo miraba, como si él ya no fuera alguien, sino algo, un cheque en blanco.
Ramiro lo escuchó todo sin interrumpir. Cuando Esteban terminó, se quedaron en silencio unos segundos. El choer bajó la mirada y dijo, “Mire patrón, yo no quiero meterme en su vida, pero sí me he dado cuenta de cosas raras. Esa señorita no es la misma que cuando llegó. Al principio era toda dulzura. Últimamente ni me saluda.
No soy quién para decirle qué hacer, pero si quiere probarla, hay formas.” Esteban frunció el seño. Formas. pues sí puede ponerle una prueba, algo que la obligue a mostrarse cómo es, algo que la saque de su zona cómoda y ahí Patrón se va a dar cuenta si lo quiere de verdad o solo lo está usando. Y entonces, en ese momento, se le ocurrió.
¿Qué pasaría si fingiera un accidente? ¿Qué pasaría si de pronto quedara inmovilizado dependiendo de otros para todo? se quedaría Daniela a su lado, lo cuidaría, lo abrazaría o se alejaría poco a poco hasta desaparecer. La idea fue creciendo en su mente como una semilla. Cuanto más la pensaba, más sentido tenía.
Tenía que hacer algo radical. Tenía que salir de la duda de una vez por todas. No podía seguir viviendo con esa desconfianza. no podía seguir acostándose con alguien que tal vez lo estaba traicionando. Pasaron dos días. Esteban no le dijo nada a nadie más. Mandó a detener una gira de negocios que tenía planeada con la excusa de un problema personal.
fingió una llamada con su médico frente a Daniela, donde decía frases como, “Los resultados no salieron bien y me siento muy cansado últimamente.” Ella no preguntó demasiado, solo le dijo que tomara vitaminas y se fue al spa. Lunes siguiente, Esteban se despidió de Daniela por la mañana como si fuera a trabajar, pero en lugar de ir a la oficina se dirigió a una casa en Cuernavaca que tenía desde hacía años y que casi nadie conocía, solo él, Ramiro, y un jardinero que ya no trabajaba ahí.
Se instaló ahí con Ramiro durante tres días. No contestó mensajes ni llamadas, solo dejó que creciera el rumor. Le pidió a su abogado que filtrara discretamente la noticia de que había tenido un accidente en carretera y que estaba grave. Todo estaba listo. Al cuarto día, regresó a casa en silla de ruedas.
Daniela lo esperaba en la sala, maquillada como si fueran a una cena de gala. Al verlo entrar empujado por Ramiro, con un cuello ortopédico, la cara seria y la mirada apagada, se quedó congelada. No corrió a abrazarlo, no gritó de emoción, no lloró, solo dijo, “¿Qué te pasó?” Esteban no dijo nada, solo la miró y en ese instante supo que estaba por entrar en un juego peligroso, pero ya no había vuelta atrás.
La silla de ruedas rechinó un poco cuando Ramiro la empujó hacia la sala principal. Esteban mantenía el cuerpo rígido, con la cara seria y la vista fija al frente. El cuello ortopédico le apretaba un poco, pero no se quejaba. Todo era parte del papel. Había ensayado los movimientos, el tono de voz y hasta los silencios. Tenía que parecer real. Tenía que lograr que nadie sospechara.
Daniela lo miró desde el sofá parada con una expresión tan seca que parecía que le habían contado que se había manchado la alfombra, no que el hombre con el que vivía había quedado supuestamente paralizado. “¿Y qué dicen los doctores?”, preguntó sin moverse de su lugar. Ramiro se adelantó a contestar como habían planeado. Fue un golpe muy fuerte en la columna. Estuvo inconsciente dos días.
Cuando despertó, ya no sentía las piernas. van a hacerle más estudios, pero los doctores dicen que lo más probable es que quede así para siempre. Daniela cruzó los brazos y se acomodó el cabello. Su cara no mostraba dolor, ni rabia, ni preocupación, solo una especie de molestia suave. Se acercó apenas unos pasos, pero no lo tocó.
No le tomó la mano. No le preguntó si sentía dolor, solo dijo, “Qué fuerte. ¿Y por qué no me avisaron antes?” Esteban desvió la mirada y fingió un suspiro cansado. Ramiro intervino de nuevo. Él no quería que usted se preocupara. Pensamos que lo mejor era esperar a tenerlo en casa. Ya está en buenas manos.
Aquí no le va a faltar nada. Daniela solo asintió. Luego preguntó si había que hacer cambios en la casa, como poner rampas o algo. Esteban dijo que ya lo habían arreglado todo. Ella se fue directo a su cuarto diciendo que tenía una llamada importante y que necesitaba concentrarse.
Esteban aguantó el gesto, no dijo nada, miró a Ramiro, que solo negó con la cabeza, y empujó la silla hacia la habitación que habían adaptado para él en la planta baja. un cuarto amplio con baño propio donde antes se quedaban los invitados. Ahora era su espacio. Esteban pidió que lo dejaran solo, cerró los ojos, respiró profundo y se quedó en silencio, escuchando los pasos de Daniela alejarse por el pasillo.
Esa noche no bajó a cenar. Mandó un mensaje diciendo que tenía dolor de cabeza. Esteban comió solo con la ayuda de Ramiro. El ambiente en la casa se sentía raro, como si algo hubiera cambiado, pero nadie quisiera decirlo en voz alta. A eso de las 10 apareció Lupita con una charola. Tocó la puerta, entró despacio y le llevó un té con pan dulce.
No dijo mucho, solo lo miró con tristeza. Qué pena, don Esteban. De verdad, esto no se lo merece nadie, pero aquí estamos para lo que necesite. Él la miró sin saber qué decir, asintió y le agradeció. Lupita salió del cuarto limpiándose las lágrimas con el delantal. En cuanto se fue, Esteban suspiró. No era actriz.
No sabía lo del plan y su reacción había sido más humana que la de Daniela. Esa diferencia lo hizo apretar las manos sobre los brazos de la silla. A la mañana siguiente, Ramiro lo ayudó a bañarse, a vestirse y a instalarse en la sala. Daniela ya se había ido. Había dejado una nota sobre la mesa diciendo que tenía un desayuno con una amiga. Nada más.
ni siquiera se acercó a verlo antes de salir. Pasaron tres días en los que ella casi no aparecía por la casa, solo llegaba por las noches, se encerraba en su cuarto, se metía a bañar y luego decía estar muy cansada para hablar. No preguntaba si Esteban necesitaba algo, no lo tocaba, no lo ayudaba a nada, ni siquiera lo acompañaba en el desayuno.
Esteban observaba todo sin decir una palabra, pero por dentro hervía. No solo por la frialdad de ella, sino porque ya estaba claro que no había amor y lo que más dolía era que tal vez nunca lo hubo. En uno de esos días, mientras él descansaba en la sala, Lupita entró con una charola. Le llevó fruta, café y un pan.
Se sentó en el sillón de al lado y sin darse cuenta empezó a contarle cosas de su vida. que era de Veracruz, que tenía una hija que vivía con su mamá allá, que había llegado a la ciudad buscando un trabajo fijo y había terminado en esa casa de rebote. Decía que no se quejaba porque Esteban siempre había sido justo con ella. Mientras hablaba, le servía el café con cuidado. Lo trataba con una dulzura que no parecía forzada.
Don Esteban, usted no se preocupe. Yo sé que se va a recuperar. Y si no, igual aquí lo vamos a cuidar entre todos. Bueno, todos no sé, pero yo sí. Él sonrió por dentro. Lupita hablaba con sinceridad. No sabía del plan, no fingía. Esteban comenzó a prestarle más atención, no por interés, sino porque era la única en la casa que actuaba como si él fuera una persona, no un mueble estorboso.
Esa misma tarde, ya que Daniela regresó, Esteban la llamó a su cuarto, le dijo que necesitaba hablar con ella. Daniela entró con cara de fastidio, preguntó qué pasaba. “Me duele la espalda”, dijo él. “¿Me podrías ayudar a cambiarme de posición?” Ella hizo un gesto de molestia.
dijo que no sabía cómo hacerlo, que no quería lastimarlo, que mejor llamara a Ramiro o a Lupita. Esteban solo la miró. Estaba claro que ella no quería tocarlo, ni por pena, ni por cuidado, ni por nada, y eso le confirmó algo más. Lo que había entre ellos ya no existía. Después de eso, Esteban y Ramiro empezaron a planear el siguiente paso.
Iban a poner cámaras discretas en el cuarto, en la sala y en la entrada. No para espiarla como un celoso, sino para protegerse. Si Daniela ya estaba actuando con frialdad, era probable que diera el siguiente paso. Traición. Había que estar preparados. Ramiro se encargó de todo. Mientras Daniela estaba fuera, un técnico entró por la cochera trasera y colocó los dispositivos sin dejar rastros.
Las cámaras estaban conectadas al celular de Esteban y también al de Ramiro. Podían revisar todo desde cualquier lugar. No tardaron mucho en notar cosas raras. Una noche, Daniela salió con un vestido ajustado y tacones. Dijo que iba con una amiga a cenar. No volvió hasta la madrugada. Entró a la casa sin hacer ruido.
Descalza y se metió al cuarto sin pasar por la sala. Esteban fingía dormir, pero todo había quedado grabado. Al día siguiente, Ramiro revisó los videos. Daniela había subido al coche de alguien más en la esquina. Se había besado con él antes de entrar y luego se fueron juntos. No se veían las placas del coche, pero el tipo era alto, moreno, con traje y sonrisa confiada. No era un amigo.
Ramiro se lo mostró a Esteban. Este no dijo nada, solo se quedó viendo el video una y otra vez como si necesitara convencerse. Ya no eran celos, ya no era duda, era una certeza que pesaba más que cualquier otra cosa. Daniela lo estaba engañando y no solo eso, lo trataba como si fuera una carga, una molestia que ya no sabía cómo quitarse de encima.
Esteban decidió entonces que no bastaba con verla caer. Tenía que entender hasta dónde era capaz de llegar. ¿Hasta dónde llegaba su ambición? ¿Hasta dónde llegaba su mentira? El plan estaba en marcha, pero lo que no sabía es que todo iba a salirse de control muy pronto y que alguien más en esa casa también empezaría a mirar con otros ojos.
La noticia del accidente de Esteban Ruiz se esparció como pólvora en redes, grupos de WhatsApp y medios de chismes que siempre andaban detrás de los ricos de la ciudad. Aunque todo era parte del plan, parecía tan real que hasta sus socios del extranjero mandaron mensajes de preocupación. Ramiro se encargó de todo.
Le pasó información filtrada a un periodista local. Le mandó fotos de una camioneta destrozada en la carretera de Cuernavaca y le pidió que hablara de una volcadura por exceso de velocidad. La historia era creíble. Tenía todos los detalles que necesitaban para que la gente la creyera. Nadie dudó. Mientras eso pasaba afuera, Esteban se mantenía oculto en una casa que tenía en el bosque, lejos de la ciudad.
Era una propiedad que compró hace años para desconectarse, pero que casi nunca usaba. Allí pasaba los días entrenando su actuación con ayuda de Ramiro, que le indicaba cómo debía moverse, cómo debía sentarse, qué músculos debía relajar. Tenía que parecer alguien que de verdad no sentía nada de la cintura para abajo.
Ensayaban cómo moverse en la silla, cómo responder si alguien le hablaba del accidente, cómo simular incomodidad. Al estar sentado muchas horas, Esteban no podía dejar cabos sueltos. Las llamadas empezaron a llegar al segundo día. Su abogado, su contador, incluso uno de sus hermanos que vivía en Tijuana. Nadie sabía nada exacto.
Algunos habían visto la noticia en redes, pero Esteban les pidió que no lo buscaran todavía. Solo les dijo que necesitaba unos días para organizarse. Usó una voz apagada y lenta por teléfono, como si estuviera realmente afectado. Todos le creyeron. Nadie sospechó nada. Pero lo que más llamó su atención fue que Daniela no lo llamó. No escribió, no preguntó, no hizo ni una sola publicación en sus redes, eso lo dejó helado.
El tercer día, Ramiro entró a la sala con el celular en la mano. Patrón, mire esto. Abrió una historia de Instagram. Era Daniela. Se le veía en un restaurante elegante riéndose con una copa en la mano. La música de fondo era una canción de reggaetón y en la descripción decía, “Hay que vivir como si no hubiera mañana.” Estebán se quedó mirándola.
Su cara era la misma de siempre, hermosa, coqueta, como si nada hubiera pasado. No había rastro de tristeza, de preocupación, de amor. Solo estaba disfrutando. En ese momento supo que ya no había nada que rescatar. Pasaron otros dos días y Esteban decidió que era momento de regresar a la casa. Ya no podía alargar más la ausencia.
Si esperaba demasiado, ella empezaría a sospechar. Además, ya tenía listo todo el montaje. La silla de ruedas, las recetas falsas del doctor, la supuesta rehabilitación fallida, hasta tenía pastillas placebo para que pareciera que estaba bajo tratamiento. Habían movido su habitación a la planta baja, adaptado el baño, instalado una barra para sujetarse, todo lo necesario para que pareciera real. Ramiro manejó la camioneta lentamente por la colonia.
Mientras Esteban iba sentado atrás en silencio, vestía un pans gris con la cara seria, el cuello ortopédico puesto y las manos sobre las piernas, inmóviles. Cuando llegaron, Lupita ya los esperaba en la entrada. Ella no sabía nada del plan. Esteban había decidido que así fuera. Quería ver una reacción verdadera en alguien, aunque fuera una sola.
Cuando lo vio, Lupita se llevó la mano a la boca. Se le humedecieron los ojos. Al instante no lo saludó con palabras, solo se acercó, le tomó la mano y se la apretó con fuerza a don Esteban. No sé qué decirle. Qué pena tan grande, Dios mío. Él apenas asintió con la cabeza. Gracias, Lupita. Ya estoy en casa.
Eso es lo importante. La entrada a la casa se sintió más fría que nunca. Daniela estaba en el sofá viendo una serie en la pantalla. Bajó el volumen al verlo entrar, pero no se levantó de inmediato. Esteban se detuvo frente a ella en la silla. Daniela, hola. Ella sonrió apenas.
¿Cómo te sientes? preguntó como si le estuviera hablando a alguien con gripe. Él respondió con voz débil, adolorido, pero bien, es un milagro que esté vivo. Daniela se levantó por fin y caminó hacia él. Le dio un beso rápido en la frente, casi como si le diera asco tocarlo. No preguntó más, solo dijo, “Qué bueno que ya estás aquí. Voy a preparar algo de cenar.” y se fue directo a la cocina.
Esteban se quedó mirándola y ella a alejarse. Ramiro lo empujó lentamente hacia su cuarto sin decir nada. Ya estaba claro que Daniela no pensaba cuidarlo, no pensaba quedarse a su lado, no sentía nada. Estaba ahí por obligación o tal vez por otra razón. Las primeras noches fueron una tortura. Daniela apenas le hablaba, se encerraba en su cuarto con el teléfono, ponía música, hablaba en voz baja con alguien y salía solo para decir que se iba a dormir. No le preguntaba si necesitaba algo.
No se ofrecía ayudarle a bañarse, ni a moverlo, ni a darle sus pastillas. Todo lo hacía Lupita, que se quedaba hasta tarde limpiando, calentando comida, acomodando cosas en el cuarto nuevo de Esteban. Cada vez que entraba le preguntaba si estaba cómodo, si quería más almohadas, si tenía frío.
A veces le contaba anécdotas para hacerlo reír. A veces solo se sentaba a acompañarlo en silencio. Esteban empezó a sentir algo raro en el pecho cuando ella estaba cerca, una especie de calma. Una noche, mientras cenaban en la sala, Lupita dejó caer una charola. se agachó de inmediato a recoger los cubiertos, pero sin querer empujó la silla de Esteban con la cadera.
Él fingió un leve movimiento de dolor y ella se asustó. Perdóneme, don Esteban, le hice daño. Él le dijo que no se preocupara, que ya se estaba acostumbrando. Y ahí, en ese momento, Lupita, se agachó y le dijo algo que lo desarmó por dentro. Usted es fuerte, más fuerte que cualquiera que yo haya conocido.
No todos sobreviven a algo así y todavía se levantan con la cara en alto. Usted sí. Esteban tragó saliva. Nadie le había dicho algo así en semanas. Ni su novia, ni sus socios, ni su familia, nadie. Solo Lupita, una mujer sencilla, sin maquillaje, con uniforme de trabajo, que no buscaba nada a cambio. Mientras tanto, Daniela seguía haciendo su vida.
Iba y venía. Se ponía perfume caro, ropa ajustada, se reía sola mientras revisaba el celular. Esteban la observaba de lejos. Ya no necesitaba pruebas, pero todavía no era momento de revelar nada. tenía que dejar que se confiara, que pensara que tenía el control. En esos días, una cosa llamó la atención de Esteban. Empezaron a llegar paquetes a la casa.
Daniela decía que eran cosas del trabajo, pero él notó que no lo sabría. Los guardaba en su closet o los dejaba en la cajuela de su coche. Ramiro empezó a sospechar. Le pidió permiso a Esteban para seguirla discretamente. Él aceptó. La noche siguiente, Daniela salió a eso de las 8. Llevaba una maleta mediana. Dijo que se quedaría con una amiga.
Ramiro esperó unos minutos y luego tomó otro auto para seguirla. Esteban se quedó en casa mirando el reloj. Sentía una mezcla de ansiedad y rabia. Quería creer que tal vez era otra cosa, pero en el fondo ya lo sabía. Dos horas después, Ramiro le mandó un mensaje con una foto. Daniela entrando a un hotel de lujo.
No iba sola. Esteban se quedó mirando la imagen por largos minutos, luego apagó el celular, se recostó en la cama y cerró los ojos. El accidente era falso, pero el dolor eso ya era otra cosa. La casa ya no era la misma desde que Esteban volvió.
Aunque las paredes seguían iguales, los muebles en su lugar y el mismo aroma a madera fina flotaba en el aire, todo se sentía distinto, como si alguien hubiera apagado algo adentro. El silencio se hacía más largo. Daniela no encendía la música como antes, no llenaba los pasillos con su risa, ni se metía a su estudio a enseñarle cosas nuevas de sus diseños. Ahora todo era rápido, cortante, como si cada minuto con él fuera una obligación incómoda.
La silla de rueda se volvió parte del paisaje. Esteban pasaba la mayor parte del día en la sala frente al ventanal, fingiendo leer o ver noticias. A veces ni prendía la televisión, solo se quedaba ahí observando, viendo como Daniela salía y entraba de la casa sin decirle a dónde iba, cómo hablaba bajito por teléfono, encerrada en su cuarto, cómo sonreía cuando creía que nadie la veía. Era como si el accidente no le hubiera afectado en lo más mínimo.
Ni un gesto de ternura, ni un abrazo, ni un maldito. ¿Cómo te sientes hoy? Nada. La única que parecía vivir el dolor con él era Lupita. Cada mañana se levantaba temprano, preparaba su desayuno con cuidado, lo ayudaba a tomar sus pastillas y le acomodaba la manta sobre las piernas.
Cuando él se mostraba más serio de lo normal, le hablaba de su hija, de cómo extrañaba ver a Cruz, de las veces que lloró en silencio cuando creía que no servía para nada. Y así, entre anécdotas y pan tostado, se fue ganando poco a poco un espacio en su día. Esteban no lo decía en voz alta, pero esperaba con ansias que ella entrara por la puerta cada mañana.
Daniela, en cambio, no cambiaba su rutina. Estaba más ausente que presente. A veces se iba por la mañana y no regresaba hasta la noche. Cuando llegaba, se metía directo a su cuarto. Decía que estaba cansada o que tenía jajaqueca. Algunas veces, por compromiso, se sentaba junto a él unos minutos y le preguntaba cómo seguía, pero sin mirarlo a los ojos.
Esteban, con el corazón en pedazos, se limitaba a responder con frases cortas. No quería mostrarse débil, aunque por dentro se sintiera más solo que nunca. Una tarde, mientras Ramiro lo empujaba por el jardín trasero para tomar aire, Esteban le pidió que se detuviera un momento.
Estaban bajo un árbol grande donde solían hacer reuniones familiares antes de que todo se viniera abajo. Esteban respiró profundo y habló en voz baja. Ella no siente nada, Ramiro. Me ve como una carga. Me ve como un estorbo, como si ya no sirviera para nada. Ramiro lo miró serio. Patón, lo único que veo es que esa mujer no tiene corazón, pero aquí seguimos. Usted no está solo.
Esteban asintió sin decir más, luego levantó la mirada y se encontró con algo que no esperaba. Daniela estaba en el balcón hablando por teléfono. No lo vio. Él la observó desde lejos. Se reía. Jugaba con su cabello. Tenía esa expresión que solía tener cuando estaban empezando, cuando lo miraba con deseo, con emoción. Ahora esa sonrisa ya no era para él.
Cuando entraron de nuevo a la casa, Esteban le pidió a Ramiro que activara la grabación de las cámaras de esa tarde. Querían saber si Daniela había recibido a alguien mientras estaban afuera. Pero no apareció nadie, solo ella paseándose por la casa como si fuera la dueña absoluta. Abrió cajas. revisó documentos en el escritorio, habló por teléfono durante 20 minutos y luego se encerró nada más, pero la sensación de desconfianza seguía creciendo.
Al día siguiente, Lupita entró al cuarto con una expresión seria, casi preocupada. Le llevó el desayuno, pero se notaba incómoda. “Todo bien”, preguntó Esteban. Pues no quiero meterme en lo que no me importa. Pero hoy escuché algo raro. Estaba limpiando el cuarto de arriba y creo que la señorita Daniela estaba hablando con alguien por videollamada y dijo algo que me heló la sangre.
Dijo, “Ya casi firmará los papeles. No más hay que aguantarle unas semanas más.” Esteban sintió que se le apretaba el estómago. ¿Qué papeles? ¿Por qué aguantarle? Trató de disimular. No quería que Lupita notara nada, pero el dolor en su pecho era evidente. “Gracias por decírmelo, Lupita.
Tú sí eres de confianza”, dijo él bajando la mirada. Lupita asintió y salió del cuarto, pero se quedó pensativa en el pasillo. Algo le decía que todo esto iba para peor. Esa noche Daniela volvió a salir. Dijo que tenía una cena con una cliente muy exigente. Se puso un vestido rojo, tacones de aguja y un perfume que Esteban reconocía bien. Solo lo usaba cuando quería impresionar a alguien.
Él solo la miró desde la silla. No necesitas que te lleven. preguntó. No, voy con Uber, no te preocupes. Cuando se fue, Esteban se quedó un rato en la entrada. Luego le pidió a Ramiro que la siguiera. Una hora más tarde, Ramiro mandó un mensaje corto. Hotel Granda Alameda. Piso nu, no está sola. Esteban cerró los ojos.
No sabía qué dolía más, el engaño, la frialdad o el saber que lo había estado planeando todo mientras él fingía ser una víctima. O tal vez dolía todo al mismo tiempo. Al día siguiente, Daniela llegó entrada la mañana con los tacones en la mano, el maquillaje corrido y el cabello revuelto. Se metió directo al cuarto sin saludar.
Esteban estaba en la sala ya vestido con Lupita a su lado. Ella le ofreció café, le contó que había soñado con su abuelita y le hizo reír un poco. Ese pequeño momento de ternura fue interrumpido por Daniela, que bajó a los 15 los 15 minutos fresca, como si nada hubiera pasado. “Hoy tengo que ir al banco”, dijo mientras recogía su bolsa.
¿Quieres que te traiga algo? Esteban la miró de frente. No, no necesito nada. Ella se encogió de hombros y salió. Lupita lo miró de reojo. Don Esteban, ¿usted está bien? No, pero estoy empezando a ver las cosas más claras. Ese día Esteban tomó una decisión. No iba a desenmascararla todavía. iba a dejarla seguir.
Quería ver hasta dónde era capaz de llegar y quería tener todas las pruebas posibles antes de hacerla caer. Más tarde, cuando Daniela regresó, fue directo al estudio, revisó papeles, firmó algo rápido y luego subió corriendo las escaleras. Esteban entró al estudio unos minutos después. Ramiro ya estaba ahí. Le mostró lo que había firmado Daniela.
Era una autorización para transferir fondos desde una de las cuentas compartidas. Una firma falsificada de Esteban con letra casi idéntica, pero no igual. Ese fue el error. Ramiro sacó su celular y mostró el video. Daniela había abierto su cajón, tomado un folder, falsificado la firma y guardado todo de nuevo. Todo grabado, todo claro. Esteban no dijo nada.
solo se quedó mirando la pantalla, luego alzó la vista. Esto ya no es solo traición, esto es robo y no lo voy a permitir. Pero todavía no. Deja que se confíe un poco más. El sonido de la licuadora temprano en la cocina ya no se sentía como parte de una rutina, sino como un pequeño alivio entre tanta tensión.
Lupita preparaba el desayuno con el mismo cuidado de siempre, pero desde que Esteban volvió en silla la de ruedas, sus movimientos eran más lentos, más atentos. Ya no era solo trabajo para ella. Algo en su pecho se apretaba cada vez que lo veía ahí en silencio, mirando por la ventana como si esperara que algo cambiara. Aunque él fingía estar bien, Lupita notaba sus ojos apagados, su voz bajita y esa soledad que lo rodeaba como una sombra.
Esa mañana entró al cuarto de Esteban con la charola como todos los días. Llevaba café, fruta picada, pan tostado con mantequilla y un jugo que ella misma exprimió. Tocó la puerta y entró despacio con una sonrisa que intentaba esconder su preocupación. Buenos días, don Esteban. ¿Cómo amaneció? Más o menos, Lupita.
Me duele un poco la espalda, dijo él sin quitar la vista de la televisión apagada. Lupita dejó la charola sobre la mesa, se acercó y sin pedir permiso, comenzó a acomodarle las almohadas detrás de la espalda con mucho cuidado. Esteban no dijo nada, pero cerró los ojos por un momento. No estaba acostumbrado a que alguien lo tocara con tanto respeto, sin lástima, sin fastidio. Así está mejor. Sí, gracias.
Lupita se sentó a un lado en la orilla del sillón, no habló enseguida. lo miró unos segundos antes de atreverse a decir lo que tenía en la garganta desde hacía días. Yo sé que usted es fuerte, siempre lo ha sido, pero si algún día necesita hablar o solo compañía, aquí estoy.
No es lo mismo limpiar pisos que acompañar a alguien, pero yo le tengo cariño. Esteban giró la cabeza para mirarla. No era una mirada de agradecimiento, era otra cosa. Era sorpresa, como si no supiera qué hacer con tanta sinceridad de golpe. Gracias, Lupita, de verdad, no sabes cuánto aprecio eso. Ella sonrió tímida, bajó la mirada, se levantó y se fue, dejándole el desayuno. Pero antes de salir se detuvo en la puerta.
¿Quiere que le cante una canción de mi tierra? Mi abuelita decía que ayuda a que el alma no se achique. Esteban asintió. Lupita volvió a sentarse y empezó a cantar muy bajito. Era una canción triste, suave, sobre un pescador que se va al mar y no regresa. Su voz temblaba un poco, pero tenía algo que llenaba el aire, que lo abrazaba. Cuando terminó, se despidió y salió. Esteban se quedó en silencio.
Sintió que se le humedecían los ojos. No por la canción, sino porque alguien se había tomado el tiempo de regalarle un momento sin pedir nada a cambio. Nadie más en esa casa lo había hecho. Nadie más. Esa tarde Daniela volvió a salir. Dijo que tenía una reunión con un cliente que quería remodelar un penhouse.
Se arregló como si fuera a una gala, vestido negro, tacones brillantes, perfume de lujo. Antes de salir, pasó frente a Esteban y le lanzó una sonrisa rápida. Seguro que no necesitas nada. Esteban negó con la cabeza. Estoy bien. Ella asintió y salió con prisa. No miró atrás, no preguntó si quería cenar, si necesitaba ayuda con algo, si estaba bien, nada.
Ramiro, como ya era costumbre, la siguió discretamente. En cuanto se fue, Esteban volvió al estudio a revisar las grabaciones del día. No había pasado nada fuera de lo normal, excepto un detalle. Daniela había recibido un paquete, un sobreellado que guardó con mucho cuidado en el cajón donde él tenía documentos legales.
Acto seguido, lo sacó, lo leyó durante varios minutos y lo volvió a guardar. Ramiro volvió a las 2 horas, entró por la puerta trasera y subió directo al estudio. Sacó su celular y mostró un video. Aquí está. Hotel Córdoba, cuarto 302. mismo tipo. La recibió en bata de baño. Ella entró como si fuera su casa. Esteban tragó saliva. Aún con toda la preparación, con toda la sangre fría que intentaba mantener.
Cada nuevo detalle lo golpeaba, no porque no supiera, sino porque cada imagen nueva era como una confirmación más de que había compartido su vida con una mentira. Ramiro lo notó. Le puso la mano en el hombro. Seguro que quieres seguir con esto, patrón. Ya tiene pruebas de sobra. Esteban asintió. No, aún no. Ella cree que me tiene en sus manos.
Vamos a ver hasta dónde es capaz de llegar. Al día siguiente, cuando Daniela volvió, Esteban la estaba esperando en la sala. Tenía los papeles del sobre la mesa. Ella se detuvo en seco al verlos. ¿Y eso?, preguntó con la cara tensa. Me llegó sin remitente. ¿Tú sabes algo? Daniela fingió sorpresa, se acercó, los miró por encima y dijo que no tenía idea, que quizá era un error, que ella no sabía nada de eso. Luego le cambió el tema.
Dijo que tenía que ir al banco a arreglarlo del seguro médico, que quería agregarlo a su póliza. Esteban fingió estar de acuerdo, aunque sabía que todo era parte del juego. Después de que se fue, Lupita volvió a entrar al cuarto con una caja de herramientas pequeñas. ¿Qué es eso?, preguntó él. La lámpara del pasillo no enciende bien.
Ya la revisé, pero parece que el foco está suelto. Ahorita lo arreglo. Esteban la observó mientras ella, sin pensarlo dos veces, se subía a una pequeña escalera y cambiaba el foco como si fuera su casa, sin miedo, sin drama. Cuando bajó, él le sonrió. Eres buena para todo, ¿eh? Ella se ríó. Lo que uno no aprende por necesidad, lo aprende por amor propio. Se sentó a su lado sin pedir permiso.
Esteban la miró con curiosidad. ¿Y tú por qué no tienes pareja, Lupita? Ella se encogió de hombros. Porque me acostumbré a estar sola y también porque uno se cansa de dar todo y recibir migajas. Mejor sola que mal acompañada. Esteban asintió sin decir nada. se quedó mirándola y por un instante no pensó en Daniela.
No pensó en el engaño ni en el plan, solo pensó en que ahí a su lado había alguien real, alguien que no tenía nada que ganar, pero igual se quedaba. En la noche, mientras fingía dormirse temprano, escuchó a Daniela hablando por teléfono. Su cuarto estaba al otro lado del pasillo, pero la voz se filtraba por las paredes. Sí, ya casi.
El tonto no sospecha nada. Solo necesito que firme y listo. Nos vamos, mi amor. Tean abrió los ojos, no se movió, no hizo ruido, solo dejó que estas palabras se le clavaran en la cabeza como un clavo oxidado. El tonto no sospecha nada. Al día siguiente, todo siguió igual. Daniela bajó temprano, saludó con un beso frío y se fue.
Lupita le preparó un caldo de pollo y le puso una cobijita en las piernas porque decía que venía bajando el clima. Esteban no le dijo nada de lo que había escuchado, pero le tomó la mano un momento antes de que saliera del cuarto. Gracias por estar aquí. Lupita sonrió. Para mí no es un trabajo, es un honor. Esteban se quedó solo mirando el techo. Ya no tenía dudas. Ya no había espacio para sus posiciones. Solo quedaba esperar.
La distancia entre dos personas no siempre se mide en metros. A veces duermen en la misma casa. Cruzan palabras todos los días, pero el vacío entre ellos se vuelve más grande que cualquier cuarto. Eso era exactamente lo que pasaba con Esteban y Daniela. Ella vivía en su misma casa, caminaba por los mismos pasillos, pero ya no estaba, no solo físicamente, emocionalmente ya se había ido desde hacía tiempo y él lo sabía, pero tenía que aguantar porque para atraparla como se merecía, necesitaba verla actuar sin freno. Daniela ya ni fingía
preocupación. En lugar de quedarse en casa cuidándolo o preguntando cómo se sentía, salía más seguido. Empezó a organizar viajes de trabajo a otros estados, cenas con clientes, talleres de decoración que duraban todo el fin de semana. Salía con maletas pequeñas, ropa cara, maquillaje impecable y ese perfume que ya era una señal. Esteban no decía nada, se limitaba a observar.
Cada nuevo plan, cada salida, cada excusa era como un clavo más en el ataú de la relación. Ramiro, siempre pendiente, la seguía cada vez que podía. Ya no había duda de que ella tenía una relación con otro hombre. Pero lo que más dolía a Esteban no era el engaño, era el descaro. El poco esfuerzo por esconderlo.
Era como si Daniela pensara que él ya no era una amenaza, que no tenía forma de defenderse, como si su cuerpo inmóvil también significara que su mente estaba apagada. Una noche, mientras fingía estar dormido, escuchó el sonido de la puerta principal. Daniela había llegado tarde. Caminó de puntitas por el pasillo, pero él estaba despierto. La escuchó entrar a su habitación, reírse por lo bajo mientras hablaba por celular. Luego se hizo silencio.
A la mañana siguiente, ni siquiera bajó a desayunar. Le mandó un mensaje por WhatsApp diciendo que tenía una migraña y que necesitaba descansar. Esteban se quedó en la sala mirando su celular con la pantalla apagada. Ya no sentía rabia, ya no sentía tristeza, solo ganas de terminar con todo, pero no todavía.
Lupita llegó poco después con su uniforme limpio y el cabello recogido. Como siempre, llevaba un termo con café recién hecho y una bolsa con conchas de chocolate que había comprado en el mercado. Hoy encontré estas, don Esteban. Son de las buenas, las que no saben a cartón. Gracias, Lupita. ¿Te pasas? Ella se sentó a su lado en el sillón más chico, puso la bolsa en medio y le ofreció una.
“¿No ha visto a la señorita Daniela?” Esteban negó con la cabeza. Está en su cuarto. Dice que tiene dolor de cabeza. Lupita no dijo nada, pero frunció los labios. No quería meterse, pero ya era evidente que algo no estaba bien. Y cada día que pasaba ella lo notaba más. Daniela no ayudaba en, no se acercaba, no hablaba con cariño.
Era como si evitara estar en la misma habitación que Esteban, como si su presencia le estorbara. Más tarde, mientras limpiaba el estudio, Lupita escuchó una llamada. Daniela había dejado su laptop abierta. No era una videollamada, era solo audio. Pero la voz del hombre se escuchaba clara, grave, segura y lo que decía la hizo detenerse en seco.
Necesito esos papeles firmados esta semana. Si no, el trámite se va a retrasar y ya no podré mover el dinero. Tranquilo, amor. Esteban no sospecha nada. Ahorita está como mueble. Nada más respira y ya. Lupita no alcanzó a escuchar más porque la laptop se puso en silencio. Daniela había terminado la llamada. Lupita se quedó quieta unos segundos, sintió una punzada en el pecho.
Luego salió del estudio con la cabeza agachada, el estómago revuelto. Más tarde, cuando fue al cuarto de Esteban, lo encontró solo, mirando por la ventana como de costumbre. Dudó si debía decirle lo que escuchó, pero al final se decidió. Don Esteban, necesito contarle algo. Hoy escuché a la señorita Daniela hablando con alguien. Dijo cosas feas, muy feas.
Él la miró atento. Lupita respiró hondo y le contó todo. La voz del hombre, las palabras de Daniela, el tono burlón. Esteban no reaccionó de inmediato, solo asintió con la cabeza. Gracias, Lupita. Has hecho más por mí que ella en un año. Lupita bajó la mirada.
Yo no quiero meterme, pero eso que ella está haciendo no es amor, es abuso. Y usted no se merece eso. Él no respondió, solo le tocó la mano con suavidad. Esa noche Esteban le pidió a Ramiro que investigara quién era ese hombre. Necesitaban nombre, cara y todo lo que encontraran. Ya no era suficiente conseguir a Daniela. Ahora querían saber quién estaba detrás del plan.
Ramiro trabajó rápido usando el número del teléfono que tenía registrado en los mensajes interceptados. Logró ubicarlo. Se llamaba Gonzalo Beltrán. Era abogado, 38 años. Trabajaba en una firma de esas que defienden a empresarios con muchos secretos. Pero lo más importante, había tenido un par de denuncias por manejo indebido de cuentas. Ninguna había llegado a juicio. Tenía contactos, sabía moverse y además tenía una conexión con Esteban.
Hace años Gonzalo había sido asesor legal en una de sus empresas, pero fue despedido por irregularidades. Lo último que supieron de él fue que intentó vender información interna a la competencia. Ahora estaba de vuelta, pero no por trabajo. Esta vez había regresado por venganza y lo estaba haciendo a través de Daniela.
Cuando Esteban vio la foto de Gonzalo en la tablet, todo cobró sentido. No era solo un engaño amoroso, era un plan bien armado. Ella había sido su gancho, su forma de entrar. Y lo peor era que él lo había dejado pasar por amor, por ciego, por tonto. Esa noche, cuando Daniela regresó a casa, Esteban fingió estar dormido.
La escuchó hablar en voz baja por teléfono desde la cocina. Ya va todo como dijiste. Esteban no se entera de nada. En una semana tengo su firma, luego tú haces el resto. Esteban apretó los dientes. Le costaba seguir fingiendo, pero no podía apresurarse. Tenía que ver hasta dónde llegaban, hasta el último paso.
Y cuando ellos creyeran que todo estaba hecho, ahí iba a caer el golpe. Al día siguiente, Daniela despertó más animada. bajó con su celular en la mano tarareando una canción. Saludó a Esteban con un beso en la frente como si nada estuviera pasando. Le preguntó si necesitaba algo, pero sin esperar respuesta. Luego salió diciendo que iba al notario, que necesitaba que él firmara unos documentos para proteger la propiedad.
Esteban asintió. Déjalos aquí. Los reviso más tarde. Ella fingió sorpresa. “Todavía puedes leer todo eso?” “Claro. Lo único que no siento son las piernas. Lo demás sigue funcionando.” Daniela ríó nerviosa, le dio un golpecito en el hombro y se fue. Pero en cuanto cruzó la puerta, Esteban llamó a Ramiro. “Prepárate, hoy vamos a mover piezas.
” Ramiro se acercó a Esteban con el celular en la mano. “¿Serio, no hablaba? Pero su cara ya lo decía todo. Esteban lo miró desde su silla, cruzó los brazos y asintió. Ya sabía que algo nuevo venía. Ramiro se sentó a su lado y abrió la aplicación de grabación de llamadas.
Le dio play y bajó la voz, casi como si le estuviera enseñando algo sagrado. Ya tengo los papeles, pero necesito que me consigas a alguien de confianza para mover el dinero. No quiero dejar ningún rastro. Esteban va a firmar en estos días, no te preocupes, lo tengo comiendo de mi mano. En cuanto tengamos acceso, nos vamos tú y yo. Y que se quede con su sillita de ruedas y sus millones vacíos.
Era la voz de Daniela, clarita, sin titubeos, sin culpa. Esteban cerró los ojos. No era la primera vez que escuchaba algo así, pero había una diferencia. Esta vez ella lo decía con un tono de seguridad que le revolvió el estómago, como si él fuera un trámite más, como si no tuviera historia, corazón, nada.
¿De cuándo es esta llamada? Preguntó con la mandíbula apretada. De ayer en la noche. Se la grabaron desde la recepción del hotel donde estuvo. Me contacté con alguien de ahí. Ya la tienen identificada. va seguido, siempre con el mismo tipo. Esteban apretó el puño. Ramiro lo notó, pero no dijo nada. Sabía que su jefe estaba aguantando como podía, pero ese aguante tenía un límite y se estaba acercando.
“También me llegó esto”, dijo Ramiro sacando del bolsillo un sobre amarillo. Adentro venía una hoja impresa con capturas de pantalla. Eran mensajes de texto entre Daniela y Gonzalo. No se veían los nombres completos, pero los números eran inconfundibles. Te amo. Ya falta poco. Estoy harta de este viejo. Me desespera.
Es como vivir con un mueble. Pronto tendrás todo para ti, bebé. Confía en mí. Solo firma y ya. Esteban pasó los dedos por la hoja, la miró por un rato largo, luego la dobló con cuidado, la metió de nuevo en el sobre y se lo entregó a Ramiro. Guárdalo todo, vamos a usarlo. Ramiro se levantó, fue hacia la puerta, pero antes de salir se volteó.
¿Y si esta semana ya lo firmamos todo, patrón? La trampa. Digo, no, aún no. Todavía hay una cosa que necesito saber. Esa tarde Esteban se quedó solo en su habitación. No comió, no vio televisión, no escuchó música, solo pensaba. Todo su cuerpo estaba inmóvil por fuera, pero por dentro era un hervidero.
Era impresionante la forma en que Daniela había logrado entrar en su vida, enamorarlo, meterse en sus negocios, conocer sus cuentas, sus rutinas, sus debilidades y ahora estaba a nada de dejarlo sin nada. Esteban no era un santo. Había tenido errores. Se había equivocado muchas veces en la vida, pero nunca pensó que terminaría así.
Engañado por una mujer que él pensó que lo amaba a punto de ser robado por alguien que había alimentado con su propia mano, alguien a quien le había abierto su casa. Lupita entró al cuarto más tarde con una sopa caliente. No dijo nada cuando lo vio serio, con la vista perdida. solo dejó la charola en la mesita y se quedó de pie a su lado. No quiere comer nada. No tengo hambre. Bueno, aunque sea tantito.
Mire que si no se me debilita más. Esteban soltó una risa apagada, luego la miró. Lupita, ¿tú por qué estás aquí todavía? Ella se sorprendió. ¿Cómo? ¿Por qué lo dice? Porque no tienes por qué quedarte. ¿Has visto cómo está todo? ¿Me ves a mí así? ¿Sabes que esta casa se está cayendo en pedazos por dentro y aún así sigues aquí? ¿Por qué? Lupita bajó la mirada, se sentó con cuidado a su lado y pensó antes de responder.
Porque no todos nos quedamos por interés, don Esteban. Yo me quedo porque aquí tengo un propósito. Porque a veces uno no necesita dinero ni lujos para sentirse útil. Porque yo no lo veo a usted como un mueble. Yo lo veo como una persona que está pasando por algo muy fuerte y que necesita alguien que no lo abandone. Esteban la miró con más atención.
Ella hablaba sin adornos, sin buscar palabras bonitas. Hablaba desde un lugar que él ya no recordaba. Desde lo real. Gracias, Lupita. Ella se sonrojó un poco, se levantó, le acercó la charola. aunque sea unas cucharadas. No me vaya a hacer enojar. Él obedeció, comió en silencio. Por primera vez en días sintió que tenía alguien de verdad a su lado.
Más tarde, Ramiro volvió con más noticias. Ya tenemos la dirección exacta del despacho de Gonzalo y también sabemos que él ya está tramitando el poder legal para administrar tus cuentas, pero aún no lo puede presentar. Falta tu firma y la quieren para esta semana. Esteban asintió. Perfecto. Entonces vamos a darles lo que quieren. Vamos a firmar. Ramiro lo miró confundido. En serio. Sí.
Vamos a firmar el documento falso y vamos a grabarlo todo. Que crean que ganaron, que sientan que ya lo tienen y cuando estén celebrando ahí vamos a entrar nosotros. Ramiro sonríó. Y Lupita preguntó. Le contamos. No, no debe saber nada todavía. Necesito que siga creyendo que todo es real. Es la única reacción verdadera que tengo en esta casa. No quiero manchar eso con mentiras. Ramiro respetó la decisión.
Esa noche, mientras Daniela dormía profundamente en su cuarto, Esteban firmó una copia falsa del poder legal. Era idéntica a la original, pero sin valor legal. Ramiro la llevó al día siguiente con el contacto de Gonzalo, haciéndolo pasar por un mensajero. Todo quedó registrado en video.
Al tercer día, Daniela llegó con una botella de vino caro y dos copas. “Hoy brindamos, mi amor”, dijo sonriendo. Como si nada, como si el Esteban de la silla de ruedas fuera solo un obstáculo que había aprendido a tolerar por un tiempo. Brindó sola. Esteban levantó la copa con esfuerzo y fingió tomar. Ella estaba tan feliz que no lo notó.
Brindó por lo que venía, por la nueva vida, por los planes con Gonzalo, pero no sabía que todo eso estaba a punto de caerse como un castillo de cartas. El reloj marcaba las 8 de la noche cuando Daniela se encerró en el estudio de Esteban. Llevaba todo el día con una energía rara, como si flotara. Desde temprano había estado cantando por la casa, mandando mensajes sin parar, riéndose sola.
Hasta le llevó el desayuno a Esteban por primera vez en semanas, aunque sin emoción. Solo lo dejó sobre la mesa, le dio un beso en la cabeza y dijo, “Ya casi, amor, ya casi.” Luego desapareció. Esteban sabía que algo venía, lo sentía, no era intuición, era experiencia. La gente cuando va a traicionar siempre se pone más alegre antes porque siente que está a punto de ganar, que ya tiene la vida resuelta. Daniela estaba justo en ese punto, creyéndose la ganadora.
Mientras ella se encerraba en el estudio, Ramiro estaba estacionado a unas cuadras de la casa con una laptop y audífonos, monitoreando el micrófono oculto que habían instalado semanas atrás en el escritorio. Tenía todo listo para grabar. No sabía exactamente qué iba a pasar, pero el plan era claro, dejar que Daniela hablara con confianza, que se sintiera en control, que soltara todo sin filtros y funcionó.
A los pocos minutos se conectó a una videollamada. No usó audífonos, no cerró la puerta por completo. Esteban desde el pasillo pudo escuchar fragmentos. No se movió. Se quedó quieto frente a la puerta entreabierta, mirando el reflejo de la pantalla en el espejo del mueble. Gonzalo apareció al otro lado de la llamada.
Traía una copa de vino en la mano, una camisa blanca abierta hasta el pecho y esa sonrisa de tipo que se siente invencible. Daniela suspiró. Ya está, mi amor. El mensajero entregó el poder con la firma. Mañana a primera hora lo presentan. Esteban ni cuenta se dio. Está completamente dormido en su mundo. No sospecha nada. Gonzalo sonrió orgulloso. Sabía que podías hacerlo.
Te lo dije desde el primer día. Solo era cuestión de paciencia. ¿Ves lo que te dije? En dos semanas vamos a estar en Madrid en ese depa con vista al parque comiendo jamón y bebiendo como ricos de verdad. Ella se rió. Y tú dudabas de mí al principio, ¿eh? No es eso.
Es que no creí que aguantaras tanto tiempo con ese hombre. ¿Cómo le hiciste? ¿No te daba asco tocarlo? Daniela hizo una mueca, lo mínimo indispensable. Nunca me gustó, Gonzalo. Solo pensaba en ti cada vez que tenía que sonreírle. Nunca fue otra cosa que un boleto. Y ya se está acabando el viaje. Esteban apretó los dientes detrás de la puerta.
Escuchar eso le dolió más que todas las pruebas anteriores. No era solo por el dinero, era por la forma en que se reían de él. como si fuera basura, como si nunca hubiera significado nada. Gonzalo cambió el tono. Y los empleados, ese choer no te ha dicho nada raro. Nada. Es un burro que solo obedece, no se mete en nada y la sirvienta. Pues ella se la pasa cuidando a Esteban como si fuera su hermano. Lo trata con un cariño que hasta me da risa.
¿Quién se encariña con alguien así? Pobre. Esteban sintió como algo se le rompía dentro. Lupita, la única persona que había estado con él todo este tiempo, la única que había sido sincera, la única que le había tendido la mano. Y ahora Daniela hablaba de ella con desprecio, como si fuera una cucaracha. Eso lo terminó de enfurecer. Gonzalo volvió al tema del plan.
En cuanto salga el traspaso de las cuentas, lo bloqueamos legalmente. Usamos su supuesto estado físico para declarar incapacidad. Tú te quedas con la casa y las acciones. Yo manejo el dinero desde la firma y en dos semanas nadie va a poder tocarnos. Daniela levantó la copa por nosotros.
Gonzalo la imitó por el nuevo comienzo y entonces lo soltó. Por fin me voy a quitar de encima a ese inválido. Esteban se quedó paralizado. Ya no sentía enojo, sentía fuego, pero se aguantó. Bajó la cabeza, se alejó despacio del pasillo y se fue directo a su cuarto. Llamó a Ramiro desde su celular. Grábalo todo, no pares. Quiero que lo tengamos desde el principio hasta el final. Ya está, patrón.
Todo está quedando registrado. En la pantalla de la computadora portátil de Ramiro, la videollamada seguía abierta. Gonzalo y Daniela seguían hablando como si nada, planeando qué se llevarían de la casa, a qué hoteles viajarían después, cómo lavarían el dinero para que no los detectaran.
Todo con risas, todo con desprecio, como si fueran dos adolescentes jugando a ser mafiosos. Ramiro apretó el botón de grabar pantalla y luego el de respaldo en su celular. Mandó las primeras dos horas de grabación a una nube segura. Luego hizo una copia en una USB que guardó en su chaqueta. No iba a correr riesgos.
Lo que tenían en las manos no era solo prueba de infidelidad, era evidencia de un delito. Mientras tanto, en la casa, Daniela salió del estudio como si nada. Caminó con el celular en la mano, se sirvió una copa más de vino y se metió a su cuarto. Silencio total. Esteban apagó las luces de su habitación y se quedó despierto en la oscuridad. No podía dormir.
No después de eso repasaba las frases una por una en su cabeza. Nunca fue otra cosa que un boleto. Me voy a quitar de encima a ese inválido. Nos vamos, tú y yo. Cada palabra era una herida más. Y él, que había dudado tanto, que había querido pensar que tal vez había amor verdadero, ahora veía todo con claridad. Nunca lo quiso, nunca lo respetó, solo fue un objetivo más.
Y ahora ese objetivo iba a defenderse. Al día siguiente, temprano, Lupita llegó como siempre con su café, su pan, su sonrisa cansada, pero honesta. Al verlo despierto tan temprano, se sorprendió. No pudo dormir, nada. Le preparó algo especial. Hoy traje queso de rancho.
Esteban la miró, dudó por un segundo, pero al final solo dijo, “Gracias por estar aquí, Lupita. De verdad, no cualquiera lo haría.” Ella se quedó quieta un momento, luego sonró. “A usted lo respeto mucho, don Esteban, porque nunca me ha tratado como menos. Aquí sigo mientras me necesite. Él asintió y en ese instante decidió que cuando todo terminara ella tenía que saber la verdad.
Merecía saber que su lealtad no fue en vano. Más tarde Daniela se acercó al cuarto con una hoja en la mano. Mi amor, ¿puedes firmar esto? Es para el banco. Pura rutina. Esteban tomó la hoja, la miró con calma. Era la copia falsa que ya habían preparado. Todo iba como lo habían planeado. ¿Dónde? Aquí. Ella le señaló.
Él firmó, le devolvió el papel. Ella lo besó en la mejilla y salió de ahí con una sonrisa. Ni se imaginaba que ese papel no valía nada. ni se imaginaba que todo estaba por caerse. Gonzalo apareció en la casa por primera vez un jueves por la tarde. No tocó el timbre ni esperó en la reja. Entró como si nada.
Daniela ya le había dado una copia de la llave y le había dicho que Esteban siempre dormía a esa hora que no se preocupara. Esteban estaba despierto, por supuesto, y Ramiro también. desde la sala sin moverse. El millonario lo escuchó todo. La puerta se abrió suave. Los pasos de Gonzalo sonaban firmes, sin miedo, como si caminara por su propia casa.
Daniela lo recibió en la entrada con una sonrisa que no le mostraba a nadie más. Se abrazaron rápido y se dieron un beso, uno de esos intensos, sin nervio, con confianza total. No sabes lo que me costó no verte esta semana”, le dijo ella sin soltarlo. “Pero ya estamos aquí. Lo lograste, Dani, lo tenemos todito,”, respondió ella.
Y más fácil de lo que pensé, el pobre está derrotado. No habla casi, no pregunta nada, solo firma. “Cree que lo hago todo por ayudar.” se fueron directo al estudio. El mismo que había sido testigo de los planes sucios días antes, Gonzalo se sentó en la silla de Esteban, estiró las piernas y miró el escritorio como si fuera suyo.
Daniela se sentó sobre el escritorio moviendo las piernas como una niña emocionada. ¿Y ahora qué sigue? Preguntó ella. Gonzalo sacó una carpeta de su portafolio negro. Dentro venían varios papeles legales, algunos sellos y un par de cheques en blanco. Mañana mismo mando a registrar el poder. Con eso en mis manos pido el acceso a las cuentas y tú ya puedes empezar a mover todo a nombre de la empresa fachada que abrimos. De ahí nadie nos toca.
Daniela lo miró con los ojos brillando y Esteban Esteban se queda con su silla con suerte, ni se da cuenta hasta que estemos del otro lado del mundo. Yo te dije que su mente también estaba vieja. Esto fue para comido. Los dos se rieron. Brindaron con vino. Luego Gonzalo sacó su celular y llamó a un contacto. La llamada fue rápida, en clave. Ya se firmó. Mañana lo registramos.
Necesito que el viernes esté todo listo para la transferencia. Sí, la cantidad completa y asegúrate de borrar todo. Esteban lo escuchaba todo desde el pasillo con los audífonos puestos. Ramiro había instalado un micrófono en el techo del estudio y conectó el sonido en tiempo real al teléfono de Esteban. Cada palabra de Gonzalo era una bala más que se clavaba directo en el orgullo.
No solo estaban robando, lo estaban haciendo en su propia cara con una frialdad que le revolvía el estómago. Ramiro entró en silencio cerrando la puerta atrás de sí. Todo está grabado, patrón. Audio limpio, sin interrupciones. Lo estamos almacenando en dos lugares distintos. Esteban asintió.
Quiero las copias listas para mañana y quiero que eso lo tenga el abogado antes de que Gonzalo meta los papeles. Y Lupita, preguntó Ramiro. Todavía no le decimos nada. Esteban negó con la cabeza. No, no puede saber nada. No quiero que se meta y menos que salga lastimada. Pero lo que Esteban no sabía era que Lupita ya empezaba a notar cosas raras. Había escuchado voces que no reconocía en la casa.
Había visto huellas de zapatos distintos en el pasillo que daba al estudio y sobre todo Daniela ya no se cuidaba. Hablaba por teléfono en la cocina, dejaba papeles sobre la mesa sin esconderlos bien, usaba perfumes nuevos, se cambiaba dos veces por día. Todo eso le daba vueltas a Lupita, que no era tonta, solo humilde, pero atenta. Sarem, mientras limpiaba el baño de visitas, Lupita escuchó que la puerta principal se abría y se cerraba rápido.
Se asomó por el pasillo y alcanzó a ver a un hombre alto, bien vestido, que salía del estudio sin decir nada. Daniela venía detrás arreglándose el cabello. “¿Ese quién fue?”, le preguntó sin filtro. Daniela, sorprendida, la miró como si no la hubiera visto ahí. Ah, es un asesor financiero. Vino a revisar unas cosas de Esteban.
Lupita no respondió, solo siguió limpiando, pero por dentro ya tenía la alerta encendida. Cuando Daniela subió a su cuarto, Lupita fue al estudio. No quería robar nada, solo confirmar lo que ya sospechaba. Sobre el escritorio estaba una hoja mal acomodada. Era una autorización para transferir activos a una empresa con un nombre extraño, algo en inglés.
En la parte inferior venía una firma que decía Esteban Ruiz, pero algo no le cuadraba. No era la misma firma que ella había visto en otras cosas. Parecía hecha con mucho cuidado, como si alguien hubiera practicado antes. Guardó esa misa y imagen en la mente y salió de ahí.
Por la noche, Lupita subió una taza de té a la habitación de Esteban, como hacía algunas veces. Él ya estaba listo para dormir, pero al verla entrar se acomodó un poco. Todo bien, Lupita. Sí, patrón. Bueno, más o menos. ¿Pasó algo? Ella dudó, pero luego se sentó en la silla junto a su cama y habló bajito. Hoy vi a un hombre que nunca había visto. Salió del estudio.
Daniela dijo que era un asesor financiero, pero no sé, algo no me gustó. Todo esto me huele raro. Esteban la miró fijo. Por dentro se partía, pero no podía soltarle la verdad aún. No te preocupes. Si ves algo más, avísame. Sí. Lupita asintió. Claro, pero cuídese, patrón. Yo no quiero que le hagan daño. Gracias. Ella le acomodó la cobija con cariño y salió.
Al día siguiente, Gonzalo volvió. Esta vez no entró. Esperó a Daniela en su coche afuera. Ella subió con una carpeta. Se dieron un beso rápido y arrancaron. Ramiro lo siguió. Discretamente en otro auto fueron directo a una oficina en Polanco. Allí Gonzalo entregó los papeles firmados, incluyendo el supuesto poder legal de Esteban.
Todo quedó registrado en video desde el auto con ayuda de un dron pequeño que Ramiro había conseguido por contactos suyos. Esteban recibió el reporte en tiempo real, vio las fotos, escuchó el audio, revisó los nombres de las personas involucradas. Todo estaba listo. ¿Cuándo hacemos el golpe final?, preguntó Ramiro.
Esta noche, ¿seguro? Sí, ya tengo el lugar, la hora, todo preparado. Solo necesito que Daniela crea que mañana le van a transferir el dinero y el abogado ya está avisado. Mañana a primera hora mete la denuncia. Hoy que crean que ganaron. Esa noche Daniela llegó sonriente, más feliz que nunca. Esteban la esperaba en la sala.
Ella se sentó junto a él, lo abrazó como si fuera la mujer más enamorada del mundo. Mi amor, estoy tan feliz. Las cosas por fin están saliendo bien por ti, por nosotros. Esteban solo la miró. Y mañana, ¿qué pasará? Mañana empieza nuestra nueva vida. Ella se levantó, fue por una copa, brindó sola y subió bailando las escaleras.
Mientras tanto, Lupita desde la cocina no le quitaba la vista de encima. Ya no era solo sospecha, era casi certeza. Eran casi las 9 de la mañana cuando Gonzalo, con su traje gris a la medida y su reloj importado brillando bajo el sol, entró a las oficinas del registro público de la propiedad. Llevaba bajo el brazo una carpeta con documentos falsificados y una actitud que no dejaba lugar a dudas. se sentía invencible.
Saludó al recepcionista con una sonrisa, pidió hablar con el licenciado Godines y se sentó a esperar como si estuviera en casa. Había hecho ese tipo de trámites muchas veces antes, siempre navegando entre zonas grises de la ley con contactos y trucos sucios. Esta vez no sería diferente, o eso creía.
Mientras tanto, Daniela estaba en casa maquillándose frente al espejo con una calma que rozaba lo descarado. Tenía puesto un conjunto de ropa carísima que Esteban le había regalado meses atrás, sin saber que lo usaría justo el día que planeaba despojarlo de todo. Se miró al espejo, se acomodó el cabello y sonró. Se veía feliz, triunfadora, como si de verdad estuviera por dejar atrás una etapa oscura de su vida.
Esteban la observaba desde la silla fingiendo leer el periódico. “¿Vas a salir?” “Sí, voy al banco,”, respondió sin mirarlo, solo a confirmar un par de cosas. “Ya sabes, papeleo.” Esteban asintió. “¿Necesitas algo?” “No, mi amor, tú solo descansa. Hoy va a ser un gran día.” Dijo dándole un beso seco en la frente antes de salir con paso firme.
Ramiro ya estaba afuera, listo para seguirla. Pero ese día no solo iba a seguir a Daniela, también tenía otra misión. Esteban se quedó solo en la casa, pero no por mucho. Poco después de que Daniela salió, llegó a visitarlo su abogado personal, Julián Chávez, un hombre de confianza que conocía los negocios de Esteban como la palma de su mano.
Llevaban años trabajando juntos y él era uno de los pocos que sabía que todo era parte de un plan. Listo para que empiece la función. Más que listo, respondió Esteban. Julián sacó una carpeta idéntica a la que Gonzalo había presentado unas horas antes, pero esta tenía todos los sellos verdaderos, las firmas legales y las pruebas de falsificación que habían recabado los últimos días.
Incluía capturas de pantalla, grabaciones, nombres de testigos, todo iban con todo. El juez ya está avisado. Sí, hoy mismo se gira la orden para congelar las cuentas y bloquear el traspaso. En cuanto el otro intento de hacer el cambio, va a rebotar y ahí es donde se cae todo. Esteban asintió. Perfecto. Ahora solo falta ver si se atreven a ir hasta el final.
Pero mientras todo eso se organizaba en silencio, al otro lado de la ciudad, en una pequeña oficina de abogados, Gonzalo tenía otros planes. No solo quería quedarse con el dinero de Esteban, también estaba empezando a mover influencias para presentar una solicitud legal de incapacidad permanente.
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