Tres días perdido en el océano, fue solo el comienzo de la pesadilla de Javier Salinas, cuando finalmente despertó en aquella isla, rodeado de mujeres que medían más de 2 m de altura y que lo levantaban como si fuera un niño, pensó que el delirio de la deshidratación aún lo atormentaba.
Pero cuando una de ellas lo cargó con un solo brazo mientras le susurraba que nunca podría escapar, supo que había llegado al único lugar del Caribe donde los hombres entraban, pero jamás salían. Lo que descubriría en los próximos cuatro días sobre esta isla y sus habitantes cambiaría para siempre su comprensión de hasta dónde puede llegar la desesperación humana cuando se mezcla con el poder absoluto.
Javier Salinas tenía 34 años y llevaba ocho trabajando como capitán de tours turísticos en Cartagena, Colombia. Era un hombre de estatura promedio, 1,75, complexión atlética de años navegando, pero nada extraordinario.
Conocía las corrientes del Caribe como la palma de su mano, o eso creía hasta aquel martes de octubre, que cambiaría su vida para siempre. El día comenzó normal. Había planeado un tour privado para una pareja de turistas canadienses que querían ver las islas del Rosario. La embarcación era pequeña, pero confiable, un bote de 8 m que había comprado con sus ahorros.

El cielo estaba despejado y todo parecía perfecto, pero el Caribe es traicionero. A las 2 de la tarde, mientras navegaban de regreso, el cielo cambió en minutos. Las nubes llegaron del este como una muralla negra y el viento comenzó a rugir con una furia que Javier no había visto en años.
Intentó dirigir el bote hacia la costa, pero las olas ya tenían casi 3 m de altura. Entonces vino la ola gigante, una monstruosidad de casi 5 m que se levantó frente a ellos. Javier apenas tuvo tiempo de gritarles que se agarraran antes de que el impacto los golpeara. El bote se volteó como un juguete.
El agua fría lo envolvió, lo arrastró hacia abajo y por un momento pensó que moriría ahí mismo, cuando finalmente emergió tosiendo y escupiendo agua salada. El bote estaba volcado a unos metros, pero de los turistas no había rastro. Gritó sus nombres una y otra vez, pero solo el rugido de la tormenta le respondió. Logró alcanzar el bote volcado y se aferró a él con todas sus fuerzas.
La tormenta continuó durante horas, arrastrándolo cada vez más lejos de la costa. El primer día derivando fue desesperante. Javier intentó voltear el bote varias veces, pero estaba demasiado débil. Encontró un pequeño compartimento hermético con dos botellas de agua y algunas barras de granola.
Sabía que tenía que racionar cada gota, cada bocado, pero el sol del Caribe era despiadado. El segundo día, la sed era lo único en su mente. Había bebido la mitad del agua y calculaba que le quedaba un día más, quizás dos, si tenía suerte. La piel le ardía por el sol, los labios estaban agrietados y comenzaba a ver cosas que sabía que no eran reales.
Sombras en el agua, pájaros que no existían. El tercer día, Javier casi se rinde. El agua se había acabado esa mañana y la deshidratación era tan severa que apenas podía moverse. Se quedó tumbado sobre el casco volcado, preguntándose si moriría antes del anochecer. Pensó en su madre, en la pequeña casa de Cartagena, donde había crecido. Pensó en que nunca se había casado, nunca había tenido hijos.
Fue entonces cuando la corriente cambió. Gradualmente se dio cuenta de que el bote se movía más rápido, arrastrado por algo poderoso bajo la superficie. Abrió los ojos con esfuerzo y levantó la cabeza. Y entonces la vio. Una isla pequeña cubierta de vegetación densa con una playa de arena blanca que brillaba bajo el sol de la tarde.
Javier sintió una oleada de esperanza tan intensa que casi le dolió. La corriente era tan fuerte que lo llevaba inexorablemente hacia la playa. Podía ver las palmeras ahora. Podía ver rocas en la costa. Estaba salvado. El bote golpeó la arena con un sonido sordo. Javier rodó del casco y cayó al agua poco profunda. Era tan débil que apenas podía mantener la cabeza fuera del agua, pero se arrastró hacia la playa con las últimas fuerzas que le quedaban. La arena caliente quemaba su piel.
pero siguió adelante hasta que finalmente quedó completamente fuera del agua. Cerró los ojos. El sonido de las olas era hipnótico, relajante. Por primera vez en tres días se permitió relajarse. Estaba en tierra firme. Estaba vivo. Todo iba a estar bien. Fue entonces cuando escuchó las voces. Eran voces femeninas.
Hablando en español con un acento que no podía identificar. Intentó abrir los ojos. Pero sus párpados pesaban demasiado. Sintió sombras moverse sobre él, bloqueando el sol. Sintió manos tocándolo, revisándolo. Y entonces sintió algo que hizo que su corazón se detuviera por un segundo.
Las manos que lo tocaban eran enormes, dedos gruesos, palmas del tamaño de platos. Una de esas manos lo agarró del brazo y lo levantó del suelo con una facilidad que desafiaba la lógica. Alguien dijo algo que no entendió completamente. Otra voz respondió, “Más grave, más profunda que cualquier voz femenina que hubiera escuchado.
Había urgencia en sus tonos, pero también algo más, algo que en su estado delirante no pudo identificar, pero que le provocó un escalofrío instintivo. Lo último que recordó antes de perder la conciencia fue la sensación de ser cargado como si fuera un niño pequeño. Mientras la oscuridad finalmente lo envolvía, tuvo un último pensamiento extraño, casi perturbador. Quien lo cargaba no hacía ningún esfuerzo. Era como si no pesara absolutamente nada.
Lo primero que Javier notó al despertar fue el techo de madera sobre su cabeza. No estaba en la playa, estaba en una habitación pequeña, acostado sobre un colchón que olía a hierbas secas. Su cuerpo todavía ardía por las quemaduras del sol, pero alguien había aplicado algún tipo de ungüento fresco que aliviaba el dolor. Intentó incorporarse y cada músculo protestó.
Una jarra de agua descansaba en una mesa de madera junto al colchón. Sin pensarlo, la agarró y bebió desesperadamente. El agua estaba fresca y supo a vida misma. La puerta se abrió y Javier casi dejó caer la jarra. La mujer que entró tuvo que agacharse para pasar por el marco.
No era una exageración ni un truco de su mente debilitada. Ella medía fácilmente 2,5 cm de altura. Tenía hombros anchos, brazos tan gruesos como los muslos de Javier y manos que parecían poder aplastar cocos sin esfuerzo. Su cabello negro estaba recogido en una trenza larga y vestía ropa sencilla, una blusa blanca y una falda larga.
Pero lo que realmente aterrorizó a Javier fue la facilidad con la que ella se movía. No era torpe ni lenta a pesar de su tamaño. Era grácil, controlada y había algo en sus músculos definidos que hablaba de años de trabajo físico intenso. Despertaste, dijo ella en español, su voz más grave de lo que Javier esperaba de una mujer. Me llamo Camila.
¿Cómo te sientes? Javier intentó hablar, pero su garganta estaba tan seca que solo salió un grasnido. Camila se acercó, tomó la jarra y volvió a llenársela desde un recipiente más grande. Cuando se la devolvió, Javier notó que sus dedos eran del grosor de plátanos. Una sola de sus manos cubría toda la jarra. ¿Dónde estoy?, logró preguntar finalmente. En un lugar seguro. Camila colocó una bandeja con comida junto a él.
fruta fresca, plátanos servidos y pescado. Come despacio, has estado sin comida durante días. Javier comenzó a comer, pero no podía dejar de mirar a Camila. Ella se había sentado en un taburete que parecía del tamaño de una silla de niño bajo su peso. Sus pies tocaban el suelo, pero sus rodillas casi llegaban a su pecho.
Todo en ella era desproporcionado. “Necesito contactar con alguien”, dijo Javier entre bocados. Mi familia debe estar preocupada. ¿Tienen radio, teléfono? Algo cambió en la expresión de Camila. Fue sutil, pero Javier lo notó. Es solo tendrás que hablar con la matriarca. Ella decide esas cosas. La matriarca, la líder de nuestra comunidad. Ella querrá hablar contigo cuando estés más recuperado.
Camila se puso de pie y Javier tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para seguir mirándola a los ojos. Descansa ahora. Espera, Javier dejó el plato. ¿Puedo al menos ir al baño? Camila asintió y lo ayudó a levantarse, pero ayudar no era la palabra correcta. Ella literalmente lo levantó del colchón con un solo brazo, sosteniéndolo por debajo de las axilas como si fuera un niño pequeño.
Los pies de Javier colgaban a varios centímetros del suelo. “¿Puedo caminar?”, protestó él sintiendo una humillación ardiente. No confío en que no te caigas, respondió Camila simplemente y comenzó a llevarlo hacia la puerta. Javier intentó empujarla, liberarse, pero era como intentar mover una estatua de piedra.
Los brazos de Camila no se dieron ni un milímetro. Ella ni siquiera pareció notar su resistencia. El corredor fuera de la habitación era estrecho y oscuro. Camila tuvo que agacharse de nuevo para pasar. todavía cargando a Javier con un brazo. Entonces apareció otra mujer al final del pasillo.
Esta era aún más grande que Camila. Medía quizás 2, con una complexión que hacía que Camila pareciera delgada en comparación. Tenía el cabello corto, casi rapado, y una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda. Sus brazos eran del tamaño de troncos de árbol. ¿Qué tenemos aquí?, preguntó la mujer con una voz que sonaba casi masculina.
Sus ojos recorrieron a Javier de arriba a abajo y había algo en su mirada que lo hizo sentir como un ratón siendo observado por un gato. El náufrago lucía, respondió Camila y Javier notó que su voz temblaba ligeramente. Solo lo estoy llevando al baño. Lucía se acercó y cada paso hacía retumbar ligeramente el suelo de madera. se detuvo frente a Camila y miró a Javier más de cerca. Levantó una mano gruesa y callosa y le tocó el brazo.
Sus dedos rodearon completamente el bíceps de Javier con espacio de sobra. Pequeño dijo Lucía con una sonrisa que no llegó a sus ojos. Muy pequeño y muy débil. Apretó ligeramente y Javier sintió que sus dedos eran como un tornillo de banco. Ten cuidado de no romperlo, Camila. Elena quiere que esté en buenas condiciones.
Camila asintió rápidamente y se movió alrededor de Lucía. Una vez que estuvieron fuera de su vista, Javier sintió que ella aceleraba el paso. El baño era apenas más grande que un armario. Camila finalmente lo bajó al suelo y Javier casi se derrumbó por el alivio de estar de pie sobre sus propios pies. De nuevo. Grita si necesitas ayuda dijo Camila y cerró la puerta.
Javier se apoyó contra la pared, su corazón latiendo desenfrenadamente. ¿Qué demonios era este lugar? ¿Quiénes eran estas mujeres? Había escuchado sobre condiciones genéticas, sobre gigantismo, pero nunca había visto nada así. Y no eran solo altas, eran fuertes, increíblemente aterradoramente fuertes. Miró la pequeña ventana sobre el inodoro. Tenía barras de metal gruesas. No eran decorativas.
eran funcionales para mantener a alguien dentro. Cuando Camila volvió a llevarlo a su habitación, Javier escuchó el sonido inconfundible de un ser rojo al correrse después de que ella salió. Lo habían encerrado. Pasó la siguiente hora explorando cada centímetro de la habitación. La puerta era de madera sólida, sin manija por el interior.
La ventana tenía barras que no cedían sin importar cuánto tirara de ellas. Había ropa de hombre en un estante de diferentes tallas, todas gastadas por el uso. ¿De quién eran esas ropas y por qué ya no las necesitaban? Esa tarde la puerta se abrió de nuevo. Esta vez entraron tres mujeres, Camila, Lucía y una tercera que debía ser la matriarca.
Elena Vargas medía 1,98 m, no tan alta como las otras dos, pero igualmente imponente. Tenía cabello gris recogido en un moño apretado y un rostro marcado por líneas profundas, pero eran sus brazos los que capturaban la atención de Javier. Estaban cubiertos de cicatrices, marcas de años de trabajo duro y los músculos bajo su piel parecían cuerdas de acero. “Javier Salinas”, dijo Elena.
y el hecho de que conociera su nombre le provocó un escalofrío. Bienvenido a Isla Santos. Soy Elena Vargas. ¿Cómo sabe mi nombre? Revisamos tu billetera. Elena sonríó, pero no llegó a sus ojos fríos. Necesitábamos saber quién eras. Espero que Camila te haya hecho sentir cómodo. Porque estoy encerrado. Precaución.
Elena cruzó los brazos y Javier vio músculos del tamaño de pelotas de béisbol moverse bajo su piel. Verás, Javier, esta isla es especial. Somos todas mujeres aquí, mujeres que nacimos diferentes, que el mundo rechazó por ser demasiado grandes, demasiado fuertes, demasiado anormales. Escupió la última palabra con amargura. Aquí encontramos refugio. Aquí creamos algo propio.
Solo quiero irme”, dijo Javier directamente. Contactar con mi familia. Todo a su tiempo. La sonrisa de Elena se amplió. “Pero primero necesitas entender algo importante. Aquí las mujeres hacemos el trabajo que los hombres nunca pudieron. Cargamos troncos que cinco hombres no moverían. Construimos casas con nuestras propias manos.
Pescamos tiburones sin equipos modernos. Y tú, Javier, eres pequeño comparado con nosotras. Como para demostrar su punto, Elena se acercó y puso una mano en el hombro de Javier. Su palma cubría completamente su hombro y parte de su pecho. Aplicó una ligera presión y Javier sintió sus rodillas comenzar a doblarse bajo el peso.
“Podría quebrarte como una ramita”, susurró Elena. su aliento caliente contra su oído. Recuerda eso. Recuerda que no importa qué tan rápido corras, qué tan lejos llegues, no hay lugar en esta isla donde puedas esconderte de nosotras. Somos más fuertes, más grandes y somos 13 contra uno. Soltó su hombro y Javier casi se derrumbó. Elena se giró hacia la puerta. Te sugiero que cooperes.
Los hombres que lo hacen tienden a tener estancias más agradables. Se detuvo en el umbral. Los que no, bueno, hay un cementerio en el norte de la isla. Puedes preguntarles qué les pasó, si logras encontrar sus tumbas. Y con eso salió. Lucía le lanzó una última mirada amenazante antes de seguirla. Solo Camila se quedó un momento más.
“Lo siento”, susurró tan bajo que Javier apenas la escuchó. “Lo siento mucho.” Luego ella también se fue y el cerrojo se corrió de nuevo. Javier se sentó en el colchón. temblando, no de frío, sino de un miedo primitivo que le recorría la médula. Estaba atrapado en una isla con mujeres que podían romperlo con sus manos desnudas, mujeres que obviamente habían hecho exactamente eso con hombres anteriores.
Y mientras la noche caía y escuchaba cantos extraños flotando en el aire, Javier supo con terrible certeza que si no encontraba una forma de escapar, terminaría en ese cementerio junto a los demás. Los siguientes dos días fueron una mezcla de hospitalidad superficial y cautiverio absoluto. Camila le traía comida tres veces al día, siempre cargándolo cuando necesitaba ir al baño, siempre con esa expresión de disculpa silenciosa en sus ojos.
A veces Javier intentaba hablar con ella, pero ella solo presionaba un dedo contra sus labios y negaba con la cabeza. La tarde del tercer día, Camila llegó más temprano de lo usual. Miró por encima de su hombro antes de entrar y cerrar la puerta rápidamente. “Tengo 10 minutos”, susurró. “Necesitas saber la verdad antes de que Elena venga a darte su discurso oficial.” Javier se sentó en el borde del colchón. “Qué verdad.
” Camila se sentó en el suelo frente a él, sus rodillas casi a la altura de su pecho. “Nacimos así todas nosotras. Es genético. Nuestras madres eran altas, nuestras abuelas también. Hay una mutación en nuestros cromosomas que causa crecimiento excesivo desde la infancia. La llaman gigantismo, pero es más complejo que eso. Todas en esta isla tienen esa condición. Las 13.
Elena las buscó hace 15 años cuando ella misma huyó de Panamá. Trabajaba en una clínica de fertilidad hasta que la acusaron de traficar bebés. encontró esta isla y comenzó a traer mujeres como nosotras, mujeres que habían sido rechazadas, ridiculizadas, discriminadas por su tamaño. Camila bajó la voz aún más.
Al principio parecía un sueño, un lugar donde podíamos ser nosotras mismas sinvergüenza. Pero Elena tenía otros planes. Descubrió que nuestra condición, nuestro tamaño y fuerza podían ser útiles de otra manera. ¿Qué manera hacemos todo el trabajo? Aquí no hay hombres, así que construimos las casas nosotras mismas.
Cortamos árboles, pescamos, transportamos cargas que normalmente necesitarían equipos o múltiples personas. Levantó sus manos callosas y marcadas. Después de 15 años trabajando así, no solo somos altas, somos increíblemente fuertes. Javier miró por la ventana barrada. A lo lejos podía ver a dos mujeres cargando un tronco enorme entre ellas. Lo llevaban como si fuera una rama liviana.
He visto a Lucía arrancar puertas de sus bisagras cuando se atoran continuó Camila. He visto a Patricia levantar una embarcación pequeña, ella sola, para repararla. He visto a Elena romper rocas con sus manos desnudas para hacer caminos. Se le quebró la voz. Y he visto lo que le hacen a los hombres que intentan resistirse. El cementerio. Camila asintió. 37 hombres en 15 años.
Náufragos como tú, algunos traídos intencionalmente, Elena los usa para continuar su negocio de bebés. Las mujeres embarazadas que llegan aquí, las que pensamos que estamos recibiendo ayuda. Las lágrimas corrieron por sus mejillas.
Nos quitan a nuestros hijos, los venden y a los hombres que trajeron para para embarazarnos los eliminan cuando ya no los necesitan. Javier sintió que su estómago se contraía. ¿Cuántas mujeres aquí son prisioneras? Ocho, incluyéndome. Las otras cinco son cómplices de Elena. Ellas son las que hacen el trabajo sucio. Y Javier, ¿necesitas entender algo? Camila lo miró directo a los ojos.
No importa qué tan fuerte creas que eres, no importa si sabes pelear, no puedes vencer a ninguna de nosotras físicamente. Somos entre dos y tres veces más fuertes que un hombre promedio. Si intentas escapar y te atrapan, te romperán huesos como advertencia. Si intentas pelear, te matarán. Entonces, ¿qué hago? Esperas. En dos días llega un barco con suministros.
Es nuestra única oportunidad, pero tienes que ser inteligente. Camila se puso de pie al escuchar pasos en el corredor. No uses fuerza, usa velocidad. Usa tu tamaño más pequeño como ventaja. En espacios estrechos, entre árboles densos, somos más lentas. Recuerda eso. La puerta se abrió y Elena entró, seguida por Lucía y otra mujer que Javier no había visto antes.
Esta nueva gigante tenía cabello rojizo y medía al menos 2 y 12 cm, la más alta de todas. Sus brazos eran tan gruesos como las piernas de Javier. Patricia, dijo Elena presentando a la nueva mujer. Mi mano derecha y la más fuerte de todas nosotras. Patricia sonrió y era una sonrisa de depredador. Se acercó a Javier y sin aviso lo levantó del colchón con una mano, agarrándolo por el frente de su camisa.
Lo sostuvo en el aire, sus pies colgando a medio metro del suelo como si no pesara absolutamente nada. Es liviano comentó Patricia con desinterés, girándolo ligeramente. ¿Cuánto pesas? 70 kg. Yo levanto sacos de 100 kg todo el día. Eres como levantar una almohada. Lo dejó caer de nuevo sobre el colchón y Javier casi rebotó por el impacto.
Elena se sentó en el taburete que crujió bajo su peso. Es hora de que entiendas tu situación completamente, Javier. Isla Santos existe desde hace 15 años. Somos 13 mujeres que encontramos este lugar después de huir de vidas donde éramos tratadas como monstruos. Aquí creamos algo nuevo.
¿Qué tipo de algo? Preguntó Javier, aunque ya sabía la respuesta. Una comunidad autosuficiente y un negocio. Elena no intentó endulzar las palabras. Los bebés que nacen aquí van a familias que pagan bien por ellos. Los hombres que llegan aquí, ya sea por accidente o porque los traemos, ayudan a mantener ese negocio funcionando y después los matan solo si no cooperan.
La voz de Elena era fría, pragmática. Algunos entienden rápidamente, aceptan su papel, viven cómodamente durante su tiempo aquí y cuando ya no los necesitamos, les permitimos irse. Era mentira y ambos lo sabían. Otros son problemáticos. Lucía dio un paso adelante. Yo personalmente he manejado 14 problemáticos.
Uno intentó atacarme con un pedazo de madera. Le rompí el brazo en tres lugares con mis manos. levantó sus enormes manos, los nudillos marcados con cicatrices. Otro intentó estrangular a Camila mientras dormía. Lo aparté de ella y lo lancé contra una pared tan fuerte que no volvió a despertar.
“Queremos que cooperes”, dijo Elena, “porque francamente sería más fácil para todos. Pero si decide ser difícil”, se encogió de hombros. “Bueno, hay espacio en el cementerio para uno más.” Patricia se inclinó poniendo sus enormes manos sobre sus rodillas.
¿Sabes lo que es intentar pelear con alguien tres veces más fuerte que tú? Yo sí, de niña, otros niños me atacaban por ser rara. Aprendí rápido que no hay pelea justa cuando tienes esta fuerza. Así que te daré un consejo gratis, pequeño. No pelees, no vale la pena. Javier miró a Camila, quien había permanecido en la esquina mirando al suelo. Podía ver las lágrimas cayendo sobre el piso de madera.
¿Y si acepto cooperar? Preguntó Javier, aunque cada palabra le sabía a veneno. ¿Qué pasa entonces? Entonces vives cómodamente. Te damos mejor comida, más libertad para moverte por la isla. Trabajo menos agotador. Elena sonrió. Y cuando tu tiempo aquí termine, te dejamos ir con suficiente dinero para empezar de nuevo en otro lugar. Todos ganan. Era mentira.
Javier lo sabía con cada fibra de su ser. Ningún hombre había salido vivo de esta isla en 15 años. El cementerio lo confirmaba, pero asintió de todas formas porque necesitaba tiempo, necesitaba planear y, sobre todo, necesitaba que bajaran la guardia, aunque fuera un poco bien, dijo. Finalmente, cooperaré. Elena sonrió satisfecha.
Sabía que serías razonable. Mañana te pondremos a trabajar. Nada demasiado difícil al principio. Solo necesitamos ver qué tan útil puede ser. Esa noche, después de que todas se fueran, Javier se quedó despierto mirando el techo. Repasó mentalmente todo lo que había aprendido. 13 mujeres, cinco cómplices, ocho prisioneras, todas mujeres increíblemente fuertes que podían romperlo sin esfuerzo.
Un barco llegando en dos días, un cementerio con 37 víctimas. Las ods eran imposibles. Pero Camila tenía razón en una cosa. No podía vencer a estas mujeres con fuerza. Tendría que usar inteligencia, velocidad y cualquier ventaja que su tamaño más pequeño pudiera darle. Tendría que convertir su debilidad en fortaleza.
Y mientras los cantos nocturnos comenzaban de nuevo afuera, Javier comenzó a formar un plan. Era arriesgado, probablemente suicida, pero quedarse significaba una muerte segura de todas formas. Al menos intentando escapar, moriría en sus propios términos. Si es que moría, porque no importaba cuán fuertes fueran esas mujeres, él tenía algo que no podían arrancarle con sus manos gigantes.
Tenía la desesperación absoluta de un hombre que no tenía nada que perder. Y esa desesperación lo hacía más peligroso de lo que ellas imaginaban. La oportunidad llegó más rápido de lo que Javier esperaba. En la noche del cuarto día, Lucía entró borracha a su habitación. Después de la medianoche tropezó con el taburete. Soltó una carcajada que olía a ron barato y cuando salió olvidó cerrar el cerrojo. Javier esperó 10 minutos eternos antes de intentar abrir la puerta. Se dio sin resistencia.
estaba libre. Se movió en silencio por el corredor, pegándose a las paredes. El complejo era más grande de lo que pensaba. Con cinco cabañas similares dispuestas en semicírculo. A través de las ventanas podía ver figuras durmiendo, siluetas enormes en camastros que parecían demasiado pequeños para ellas. Recordó las palabras de Camila.
El cementerio estaba al este, cerca de donde fondeaba el barco. Siguiendo las estrellas, se adentró en la selva. La vegetación era densa, pero Javier era ágil. Se deslizaba entre árboles y arbustos, donde alguien del tamaño de esas mujeres tendría que abrirse paso a la fuerza. era su única ventaja y la usaría al máximo. Tardó casi una hora en encontrar el claro.
Las cruces aparecieron como sombras fantasmales bajo la luz de la luna. 37 tal como le habían dicho. Algunas se inclinaban en ángulos extraños, otras estaban cubiertas de musgo. Javier caminó entre ellas leyendo los nombres tallados groseramente. Roberto Méndez 198924. Fernando Ríos 19852023. Andrés Silva 19922025. Nombres, fechas, vidas que terminaron en esta isla olvidada. Javier se arrodilló junto a la cruz de Roberto.
La madera estaba podrida en la base. Entre las raíces de un árbol cercano algo brilló. Era una caja de metal oxidada, enterrada superficialmente. Adentro había un cuaderno envuelto en plástico. Un diario. Javier lo abrió con manos temblorosas y comenzó a leer bajo la luz de la luna. Día 5. Las mujeres que me encontraron no son normales, miden más de 2 metros.
La más pequeña me levanta como si fuera un niño. Pensé que era mi salvación. Estaba equivocado. Día 12. Intenté escapar anoche. Lucía me atrapó antes de llegar a la playa. Me rompió dos dedos de la mano derecha con sus propias manos, solo apretándolos. Dijo que la próxima vez sería mi brazo. No dudé ella. Día 30.
Vi a Elena arrancar una puerta de metal de sus bisagras porque se había atascado. La arrancó completamente. Los tornillos salieron volando. No usó herramientas, solo sus manos. Dios mío, ¿qué son estas mujeres? Javier continuó leyendo, página tras página de horror documentado. Roberto había sido meticuloso, registrando todo. Las rutinas de las guardias, los patrones de comportamiento de cada mujer, sus fortalezas y debilidades.
Día 87. Patricia es la más fuerte. La vi cargar una embarcación pequeña ella sola, caminando con ella sobre sus hombros como si fuera una mochila. Debe pesar 300 kg. Ella movió sin ayuda. Día 120. La única debilidad que he encontrado es el espacio. En áreas estrechas, entre árboles densos, son más lentas.
Su tamaño las hace torpes en espacios confinados. Es la única ventaja que tenemos. Día 200. Fernando y Andrés están planeando algo. Me pidieron ayuda. Van a intentar llegar al barco de suministros la próxima vez que venga. Es nuestra única oportunidad. Las entradas se volvían más desesperadas, más irregulares. Entonces llegó a la última página. Día 365.
Fernando y Andrés desaparecieron hace una semana. Encontré sangre en la playa esta mañana. Sé que están muertos. Elena dijo que intentaron atacar a Patricia. Dijo que fue defensa propia, pero vi la sonrisa en su rostro cuando lo dijo. Yo seré el siguiente. Lo sé.
Si alguien encuentra esto, mi nombre es Roberto Méndez. Tengo esposa y dos hijas en Barranquilla. Díganles que intenté volver. Díganles que los amé. Y por favor, expongan lo que pasa aquí. No dejen que más hombres mueran en esta isla del infierno. Javier cerró el diario sintiendo lágrimas quemar sus ojos. Roberto había sabido que moriría. Había enterrado este diario como su última voluntad, su último testimonio, y ahora Javier lo tenía en sus manos.
Un sonido hizo que levantara la cabeza, pasos pesados, seguros, alguien venía. Se escondió detrás de un árbol grande conteniendo la respiración, dos figuras entraron al claro, una llevaba una linterna. Cuando la luz iluminó sus rostros, Javier reconoció a Elena y a Patricia. Aquí, dijo Elena señalando un espacio vacío entre las tumbas. Caba aquí profundo. Tiene que estar listo para mañana por la noche.
El estómago de Javier se contrajo. Estaban cabando una nueva tumba. Patricia clavó una pala en la tierra y comenzó a cabar. Pero no era una pala normal. El mango se doblaba ligeramente con cada movimiento y Patricia movía cantidades de tierra que habrían requerido tres paladas de un hombre normal. Sus músculos se flexionaban bajo su camisa. Cables de acero vivientes.
¿Estás segura de que tenemos que hacerlo tan pronto? Preguntó Patricia mientras cababa. Está en buenas condiciones físicas. Podríamos usarlo más tiempo. Es demasiado inteligente. Lo veo en sus ojos. Intentará escapar. Elena sostenía la linterna, su rostro iluminado desde abajo de forma siniestra. Mejor terminar esto rápido antes de que cause problemas.
Mañana, después de que el barco se vaya y tengamos los suministros, Lucía lo traerá aquí. Tú sabes qué hacer. El mismo método que con Fernando. Sí, rápido y sin sufrimiento innecesario. No somos monstruos. Elena rió amargamente. Aunque el mundo nos llame así, Javier sintió el pánico recorrer sus venas. Tenía menos tiempo del que pensaba.
El barco llegaría mañana al amanecer y Elena planeaba eliminarlo mañana por la noche. Menos de 24 horas. Esperó hasta que terminaron de cabar y se fueron antes de atreverse a moverse. Ahora sabía exactamente dónde estaba la bahía este. Podía verla desde el cementerio, una curva de playa a menos de 1 km. Y allí, fondeado en aguas oscuras, distinguió la silueta de un barco.
Había llegado temprano. El camino de regreso fue más rápido. Sabía a dónde iba ahora. Cuando llegó a su cabaña, la puerta todavía estaba abierta. Se deslizó dentro y la cerró con cuidado, dejándola sin cerrar con llave para que Lucía no notara su error. Se acostó con el diario escondido bajo el colchón. Su mente trabajaba frenéticamente.
Tenía que llegar a ese barco, tenía que contactar al capitán y de alguna manera tenía que sacar a las ocho mujeres prisioneras. Pero había visto lo que Patricia podía hacer. Había leído sobre lo que Lucía había hecho. Había sentido personalmente la fuerza de Elena. No podía vencerlas en un confronto directo.
Roberto, Fernando y Andrés lo habían intentado y habían terminado en tumbas. No, tenía que ser más inteligente, más rápido. Tenía que usar su tamaño, su agilidad, su capacidad de moverse por espacios donde ellas no podían. Tenía que convertir cada desventaja en ventaja. Y mientras el cielo comenzaba a aclararse con los primeros rayos del alba, Javier tomó una decisión.
Si iba a morir, no sería en una tumba acabada por Patricia. moriría luchando, corriendo, haciendo todo lo posible por exponer este lugar de horror. Roberto merecía justicia. Los 37 hombres en ese cementerio merecían que se conociera su historia y las ocho mujeres prisioneras merecían libertad. Javier no sabía si tendría éxito. Las probabilidades estaban completamente en su contra, pero tenía algo que esas gigantes no podían quitarle con toda su fuerza sobrehumana.
tenía la desesperación absoluta de un hombre que no tenía nada que perder y eso lo hacía más peligroso de lo que ellas jamás imaginarían. El amanecer trajo consigo el sonido distante de un motor diésel. Javier se despertó con el corazón acelerado. El barco había llegado. Camila entró con el desayuno poco después.
Su expresión era tensa, casi febril. dejó la bandeja y se acercó tanto que Javier pudo sentir su aliento. “El barco está aquí”, susurró. “Tenemos 4 horas como máximo. Es nuestra única oportunidad, Javier, pero tienes que escucharme con mucha atención. Vi el cementerio anoche”, respondió Javier en voz baja.
“Sé que me van a matar esta noche.” Los ojos de Camila se llenaron de lágrimas. Lo siento. Intenté convencer a Elena de que te diera más tiempo, pero ya decidió. Después de que el barco se vaya, vendrán por ti. Entonces nos vamos hoy. Ahora. Javier sacó el diario de Roberto de debajo del colchón. Encontré esto. Es evidencia.
Si logramos llegar al capitán, no será fácil. Elena siempre supervisa las transacciones personalmente y Patricia y Lucía vigilan mientras tanto. Camila se mordió el labio. Pero hay un momento cuando Elena está revisando la carga con el capitán en el barco. Las otras dos tienen que cargar los suministros desde la playa. Hay un lapso de tal vez 10 minutos donde pueden distraerse.
Entonces ese es nuestro momento. Pero no podemos ir solo nosotros. La voz de Camila temblaba. Las otras siete prisioneras, si escapamos y las dejamos, Elena las hará pagar, las castigará de formas que no quiero ni imaginar. Javier asintió. Entonces, las sacamos a todas.
¿Dónde están? Tres en la cabaña de tejer. Dos en la cocina. Una está enferma con neumonía en su habitación. Y Valentina. Camila tragó saliva. Está a punto de dar a luz. La tienen en la cabaña médica bajo vigilancia constante. Mide apenas 1,60. Es la única prisionera que no tiene nuestra condición. Llegó embarazada hace 6 meses.
Nueve personas que tienen que llegar al barco sin ser detectadas por cinco gigantes. Javier se pasó una mano por el cabello. ¿Hay forma de distraerlas? ¿Algo que nos dé más tiempo? Camila pensó durante un momento. El cobertizo de combustible lo usan para la fogata ceremonial cada noche. Está lleno de aceite y madera seca.
Si se incendiara durante la descarga causaría suficiente caos. Puedo hacerlo. Tengo acceso porque ayudo con las lámparas. Camila tomó las manos de Javier. Eran casi del doble del tamaño de las suyas. Pero, Javier, si nos atrapan, la muerte será una misericordia comparada con lo que Elena nos hará. Lo sé, pero quedarnos tampoco es opción. Las lágrimas finalmente cayeron por las mejillas de Camila.
Mi hijo tiene 6 años, está en algún lugar de México con extraños. Si muero hoy, al menos moriré sabiendo que intenté todo por volver a él. No vas a morir. Ninguna va a morir. Javier habló con más convicción de la que sentía. Vamos a salir. Vamos a exponer esto y vas a reencontrarte con tu hijo. Te lo prometo.
Camila le entregó un pequeño cuchillo de cocina. No más largo que su palma. No es mucho, pero es todo lo que pude conseguir. Si te encuentras con Patricia o Lucía, solo lo usaré si no hay otra opción. No pelees directamente con ellas. Recuerda lo que te dije. Eres más rápido, más ágil, en espacios estrechos, entre árboles. Ellas son más lentas. Usa eso.
Camila se dirigió hacia la puerta. A las 2 de la tarde, Elena llevará al capitán a revisar la carga. Cuando veas humo del incendio, muévete. Yo liberaré a las mujeres de la cabaña de Tejer. Tú tienes que llegar a Valentina y a Rosa, la que está enferma. Y las de la cocina. Ya les dije que cuando vean fuego corran a la bahía este, todas nos encontraremos allí.
Camila Javier la detuvo antes de que saliera. Si algo sale mal, si no logras llegar al barco, promete que seguirás intentando, que no te rendirás. Ella le dio una sonrisa triste. Si algo me pasa, encuentra a mi hijo. Se llama Mateo Torres. Lo vendieron a través de una agencia en Ciudad de México llamada Nuevas Familias. Prométeme que lo buscarás.
Lo prometo, pero lo buscarás tú misma. Las siguientes horas fueron las más largas de la vida de Javier. Cada minuto se arrastraba como una hora. Revisó el cuchillo, lo escondió en su cinturón, memorizó más detalles del diario de Roberto y esperó. A la 1:50 escuchó actividad afuera, voces profundas, pasos pesados, el sonido de cajas siendo movidas.
La descarga había comenzado. Se acercó a la ventana y vio a Elena caminando hacia la playa con un hombre corpulento. Patricia y Lucía la seguían cargando cada una cajas que normalmente requerirían dos hombres fuertes. Las llevaban como si fueran bolsas de compras.
Entonces lo vio, una columna delgada de humo elevándose desde el otro lado del complejo. En segundos, las llamas ya eran visibles. Fuego. El grito vino de alguna parte. El covertizo está ardiendo. Patricia y Lucía dejaron caer las cajas y corrieron hacia el fuego. Elena gritó algo desde la playa, pero ya era tarde. El caos había comenzado. Era ahora o nunca.
Javier tomó el taburete de madera y lo estrelló contra las barras de la ventana. La madera era vieja. Después del tercer golpe, una barra se quebró. Siguió golpeando hasta crear un espacio lo suficientemente grande. Se escurrió por la abertura, sintiendo astillas rasgar su camisa y cayó al otro lado. Libre. Corrió hacia la cabaña médica, manteniéndose agachado. El humo del incendio proporcionaba cobertura perfecta.
encontró a Valentina acostada en un camastro, su vientre hinchado. Sus ojos se abrieron con miedo cuando Javier entró. Soy amigo de Camila. Vengo a sacarte. El bebé podría llegar en cualquier momento. Entonces tenemos que movernos ahora. ¿Dónde está Rosa? En la siguiente cabaña. Pero está muy mal. Rosa ardía de fiebre, apenas consciente.
No había forma de que pudiera caminar sola. Javier la levantó en brazos. Era ligera, demasiado ligera. Consumida por la enfermedad. Valentina, ¿puedes llegar sola a la bahía este? Creo que sí. Ve, sigue el camino que bordea la selva. Camila estará esperando. Valentina asintió y salió tambaleándose.
Javier levantó a Rosa y comenzó a correr. Cada paso era una agonía. Sus músculos todavía débiles, pero no se detuvo. Estaba casi en el borde de la selva cuando escuchó la voz detrás de él. ¿A dónde crees que vas, pequeño? Se dio la vuelta y vio a Patricia parada a unos metros. Su rostro estaba manchado de ollín y en su mano sostenía un machete.
Pero lo que realmente aterrorizaba era su tamaño. 2, cm de músculo puro, brazos como troncos de árbol, manos que podían aplastar cráneos. Javier bajó a Rosa suavemente y se enderezó con la mano moviéndose hacia el cuchillo en su cinturón. Aléjate, Patricia. Ella rió. ¿Qué vas a pelearme? Peso el doble que tú. Soy tres veces más fuerte. ¿Sabes cuántos hombres intentaron pelearme? 14.
Todos están en el cementerio. Comenzó a caminar hacia él, cada paso haciendo retumbar el suelo. Javier retrocedió hacia los árboles. La vegetación aquí era densa. Los troncos crecían juntos formando un laberinto natural. Eres rápido, dijo Patricia todavía sonriendo. Pero eventualmente te cansarás y cuando eso pase te atraparé.
Y entonces no terminó la frase. Javier ya estaba corriendo zigzagueando entre los árboles. Patricia lo siguió, pero Javier había tenido razón. En el espacio confinado del bosque, su tamaño era una desventaja. Tenía que agacharse, abrirse paso a la fuerza. Javier era más ágil, más rápido en espacios estrechos. Vio una cuerda atada a un árbol, parte del sistema de poleas que usaban para mover troncos.
Sacó su cuchillo y cortó la cuerda. Una pila de troncos pesados rodó por la pendiente directamente hacia Patricia. Ella los vio venir y intentó esquivarlos, pero uno golpeó su pierna. No la tiró. Era demasiado fuerte para eso, pero la desaceleró lo suficiente. Javier corrió de vuelta, levantó a Rosa de nuevo y se adentró en la selva.
Podía escuchar a Patricia gritando detrás de él, pero su voz se hacía más distante con cada segundo. Cuando finalmente llegó a la playa, jadeando y sudando, vio a las demás. Camila estaba allí con tres mujeres altas de la cabaña de Tejer. Valentina había llegado. Otras dos mujeres presumiblemente de la cocina se acercaban corriendo. Javier.
Camila corrió hacia él. Patricia viene atrás. Tenemos que llegar al barco ahora. Miró hacia el agua. El barco estaba a unos 100 m. En la cubierta, Elena discutía animadamente con el capitán. Capitán, gritó Javier con toda su fuerza. Necesitamos ayuda. Esta mujer nos retiene contra nuestra voluntad. En el barco, el capitán se giró. Elena también gritó algo, pero Javier siguió.
Ella trafica, bebés. Tengo pruebas. Llame a las autoridades. El primer disparo resonó. Elena había sacado una pistola. Javier no supo si apuntaba o solo disparaba para asustarlos. Al agua gritó. Todas al agua. Ahora no esperó. corrió hacia las olas con rosa en brazos, sintiendo el agua tibia envolver sus piernas.
Detrás de él, las demás lo siguieron. Camila ayudaba a Valentina, las otras seis nadaban más rápido. Otro disparo. Este golpeó el agua cerca de ellos. Javier se sumergió con Rosa, manteniéndola lo mejor que pudo sobre la superficie. Cuando emergió, vio que el capitán había bajado a una lancha con dos tripulantes. Venían hacia ellos.
Aguanten!”, gritó el capitán. Elena disparó de nuevo desde la playa, pero el capitán ya estaba entre ellos y ella. La lancha llegó primero hasta Javier, la mujer inconsciente primero. Jadeo. Los tripulantes la levantaron con cuidado, luego Valentina, luego las demás, una por una.
¿Qué demonios está pasando?, preguntó el capitán mientras ayudaba a Camila a subir. Tráfico de personas, respondió Javier. Tráfico de bebés. Esa mujer en la playa ha estado operando aquí durante 15 años. Tengo pruebas. Sacó el diario empapado de Roberto. Todo está documentado aquí. El rostro del capitán palideció mientras ojeaba las páginas. Imposible.
Yo he estado trayendo suministros durante 5 años. Me dijo que era un orfanato. Le mintió. Javier señaló la playa donde Elena, Patricia y Lucía se habían quedado paradas, furiosas pero impotentes. Hay 37 hombres muertos enterrados en esa isla. Hay bebés vendidos a través de redes en todo América Latina y estas ocho mujeres son prisioneras.
El capitán miró a las mujeres exhaustas en su lancha, a Valentina con su vientre hinchado, a Rosa inconsciente, a Camila llorando de alivio. “Mi nombre es Arturo Delgado”, dijo finalmente, “y les doy mi palabra de que esto terminará hoy. Voy a llamar a la guardia costera ahora mismo.” Remaron de regreso al barco.
Una vez a bordo, el capitán Arturo fue directo a la radio. Javier lo escuchó hacer la llamada de emergencia, explicando la situación con voz tensa. Las mujeres se derrumbaron en la cubierta. Camila abrazaba a Valentina, ambas llorando. Las demás simplemente miraban la isla, procesando que finalmente habían escapado.
Javier se sentó, cada músculo gritando de dolor. Había funcionado. Contra todo pronóstico, había funcionado. Miró hacia la isla donde las llamas del incendio todavía iluminaban el cielo. ¿Cuánto tardarán?, preguntó cuando Arturo regresó. Una hora. Tienen una estación en Colón. Arturo se sentó pesadamente. Les conté todo. Vendrán preparados.
En la playa, Elena, Patricia y Lucía permanecían paradas. Javier podía ver su furia incluso desde la distancia. Patricia levantó una roca del tamaño de un melón y la lanzó hacia el barco. Cayó al agua a unos 30 m, demostrando una fuerza sobrehumana incluso en su derrota.
50 minutos después, las luces de dos lanchas de la Guardia Costera aparecieron. 12 agentes armados desembarcaron mientras otros cuatro permanecían con los sobrevivientes. El comandante, teniente Ramírez, tomó declaraciones rápidas. Javier le entregó el diario de Roberto. Esta es la evidencia que necesitan. Observó desde la cubierta mientras los agentes se acercaban a la playa.
Elena, Patricia y Lucía corrieron hacia la selva, pero era inútil. En menos de una hora, la radio crepitó. “Las tenemos a las 3”, dijo la voz del teniente. Las otras cuatro se rindieron sin resistencia. Javier cerró los ojos. Había terminado. Finalmente había terminado. La historia explotó en los medios días después.
Red de tráfico desmantelada en Isla del Caribe, decían los titulares. Las investigaciones revelaron que Elena había operado durante exactamente 15 años. 127 bebés vendidos, 37 hombres muertos. Camila recibió noticias tres semanas después. Habían encontrado a Mateo en Guadalajara viviendo con una familia que no sabía nada sobre los orígenes criminales de la adopción. La batalla legal fue compleja.
Pero eventualmente llegaron a un acuerdo de custodia compartida. El juicio duró 6 meses. Javier testificó durante 3 días relatando cada detalle. El diario de Roberto fue pieza clave. Las ocho mujeres rescatadas también testificaron sus historias pintando un cuadro devastador. Elena Vargas fue condenada a 35 años sin libertad condicional.
Patricia recibió 20 años. Lucía 15. Durante la sentencia tuvieron que usar algemas especiales reforzadas, incluso en derrota. Su fuerza física requería precauciones extraordinarias. Javier localizó a la familia de Roberto en Barranquilla. Les entregó el diario personalmente.
Ver a María y sus dos hijas leer las últimas palabras de Roberto fue uno de los días más difíciles de su vida, pero también les dio cierre. certeza de que Roberto no las había abandonado. Las 37 víctimas del cementerio fueron exhumadas e identificadas. 37 familias finalmente pudieron despedirse. Dos años después, Javier regresó a Panamá para una ceremonia. El gobierno había convertido Isla Santos en un memorial. El cementerio fue preservado.
Cada cruz reemplazada por una lápida de mármol con las palabras no olvidado, nunca olvidado. Javier caminó entre las lápidas hasta la de Roberto. Colocó una mano sobre el mármol frío. Tu historia salvó nueve vidas, Roberto, y gracias a tu valentía salvará muchas más. Descansa en paz.
Esa noche, mientras el barco lo llevaba de vuelta al continente, Javier miró la isla por última vez. Ya no era un lugar de horror, era un recordatorio, una advertencia, un testimonio de que incluso en los lugares más oscuros la esperanza puede sobrevivir.
News
Mi Hijo Me Mandó A Vivir A La Azotea… No Imaginó Lo Que Encontré En El Último Cajón De Mi Esposo
Mi nombre es Rosario Gutiérrez, tengo 72 años y toda mi vida la dediqué a formar una familia Nachi en…
Gasté US$ 19.000 En La Boda De Mi Hijo — Lo Que Hizo Después Te Va a Impactar…
Gasté $19,000 en la boda de mi hijo. Pagué cada centavo de esa fiesta y en plena recepción él tomó…
Mi Hijo Me Prohibió Ir Al Viaje Familiar. Me Reí Cuando El Piloto Dijo: “Bienvenida a Bordo, Señora”
Esta viaje es solo para la familia”, me dijo Orlando con esa frialdad que me helaba la sangre. Yo estaba…
¡No deberías haber venido, te invitamos por lástima!” — me dijo mi nuera en su boda con mi hijo…
No deberías haber venido. Te invitamos por lástima”, me dijo mi nuera en su boda con mi hijo. Yo solo…
Esposo Me Acusa De Infiel Con Cinturón. 😠 Proyecté En Tv El Acto Íntimo De Su Suegra Y Cuñado. 📺🤫.
La noche más sagrada del año, la nochebuena. Mientras toda la familia se reunía alrededor de la mesa festiva, el…
Me DESPRECIARON en la RECEPCIÓN pero en 4 MINUTOS los hice TEMBLAR a todos | Historias Con Valores
Me dejaron esperando afuera sin saber que en 4 minutos los despediría a todos. Así comienza esta historia que te…
End of content
No more pages to load






