Mateo siempre despertaba antes que su mamá. Sabía que ella estaba cansada, que trabajaba muchas horas en el supermercado y que cada peso que traía a casa era para ellos. Nunca se quejaba cuando Valeria lo vestía a toda prisa en la mañana, cuando tenía que compartir su desayuno con su hermanita o cuando su mamá le pedía que cuidara de Sofía mientras ella salía corriendo para tomar el camión.

 Vivían en un pequeño departamento en la colonia San Joaquín, en la ciudad de México. No era bonito, pero tenía lo necesario. Una sala con un sofá viejo, una cocina pequeña y dos habitaciones, una para su mamá y otra para él y Sofía. Mateo tenía 5 años, Sofía cuatro. Eran inseparables. Su mamá decía que eran como uña y mugre.

 Pero algo cambió en su casa cuando llegó Rubén. La primera vez que lo vio, Mateo no supo qué pensar. Era un hombre alto, de manos grandes y voz gruesa. Tenía el cabello corto y oscuro, con unas pocas canas en las cienes. No sonreía mucho, pero cuando lo hacía a su mamá se le iluminaban los ojos.

 “Este es Rubén”, les dijo Valeria con una sonrisa nerviosa. “Va a vivir con nosotros”. Mateo se quedó callado. Sofía, sin embargo, se acercó con curiosidad. ¿Eres mi papá?”, preguntó ella con su vocecita dulce. Mateo sintió un nudo en la garganta. Rubén no era su papá. Su verdadero papá se había ido cuando él tenía 2 años.

 Y aunque Valeria decía que no valía la pena recordarlo, Mateo aún tenía una foto guardada debajo de su colchón. Rubén miró a Sofía con sorpresa, pero luego sonró. No, chiquita, pero voy a cuidar mucho de ustedes. Mateo no estaba seguro de si eso era bueno o malo. Los días pasaron y la presencia de Rubén se volvió parte de su rutina.

 Se levantaba temprano como su mamá, se iba a trabajar y regresaba en la noche. No hablaba mucho con Mateo, pero a veces le preguntaba cómo le había ido en la escuela. Con Sofía era diferente. Le hacía trenzas en el cabello, le enseñaba a dibujar perritos y la cargaba cuando se cansaba de caminar. Eso no le gustaba a Mateo. Una noche, mientras Valeria preparaba la cena, se sentó junto a su mamá y le susurró, “No quiero que Rubén viva aquí.

” Valeria suspiró y le acarició el cabello. “Sé que es difícil, mi amor, pero Rubén nos quiere, nos va a ayudar.” Mateo no estaba tan seguro de eso. El viernes en la noche, su mamá tenía que quedarse en el supermercado hasta tarde, lo que significaba que Rubén cuidaría de ellos. Mateo no le dijo nada a Sofía, pero se quedó despierto mucho tiempo después de que su hermanita se durmió.

Desde su cama, con los ojos bien abiertos, escuchó cuando Rubén apagó la televisión en la sala y entró a su habitación. sintió que su corazón latía rápido, pero Rubén solo le acomodó la cobija a Sofía y apagó la luz. Esa fue la primera vez que Mateo pensó que tal vez Rubén no era tan malo, pero no podía estar seguro.

 Y en su pequeño mundo de 5 años, eso era suficiente para seguir desconfiando. Mateo no podía explicarlo, pero había algo en Rubén que lo inquietaba. A veces, cuando hablaba con su mamá en voz baja en la cocina, Mateo sentía que algo no estaba bien. Otras veces, cuando Rubén se quedaba mirándolo sin decir nada, Mateo sentía un escalofrío, aunque no supiera por qué.

No era que le gritara o que los tratara mal, al contrario, siempre se mostraba paciente. Pero Mateo no podía evitar preguntarse si esa paciencia era real o si solo era una fachada. Las noches eran lo peor. Desde que Rubén se mudó, su mamá llegaba tarde con más frecuencia. Antes, cuando Valeria trabajaba, Mateo y Sofía se dormían juntos con la luz del pasillo encendida.

 Pero ahora Rubén era el que les decía que era hora de dormir y apagaba la luz. “No tienes que quedarte despierto”, le dijo Rubén una noche cuando lo vio con los ojos abiertos. No pasa nada malo. Mateo no le respondió, solo cerró los ojos y fingió que dormía. Un día después de la escuela, Mateo llegó a casa con Sofía. Su mamá aún no había vuelto del trabajo, pero Rubén ya estaba ahí.

 estaba en la cocina sirviéndoles un plato de arroz con pollo. “Coman antes de que se enfríe”, les dijo. Sofía, feliz se sentó a la mesa y empezó a comer. Mateo, en cambio, se quedó parado en la puerta, mirando a Rubén con cautela. “¿Qué pasa?”, preguntó Rubén notando su incomodidad. Mateo frunció el ceño. No tienes que darnos de comer.

 Rubén parpadeó sorprendido. Luego suspiró y dejó la cuchara en el plato. Mateo, sé que no soy tu papá. No intento reemplazarlo. Solo quiero ayudar. El niño no contestó, solo se sentó junto a Sofía y empezó a comer en silencio. Esa noche Mateo estaba acostado con Sofía cuando la vio levantarse de la cama. medio dormida, con su osito de peluche en la mano, caminó hacia la puerta y salió del cuarto.

 Mateo se incorporó de golpe. “¿A dónde vas?”, susurró, pero su hermana no respondió. La siguió hasta el pasillo y vio que se dirigía al cuarto de Rubén. Su corazón se aceleró. “Sofía la llamó en voz baja, pero su hermana abrió la puerta. Mateo sintió un escalofrío en la espalda. corrió tras ella y se asomó dentro del cuarto.

 Rubén estaba despierto con la luz tenue de la lámpara encendida. Se veía confundido. ¿Qué pasa, chiquita? Tuve una pesadilla murmuró Sofía con los ojos entrecerrados. Rubén le sonrió con ternura. Vamos, te llevo a tu cama. Mateo sintió que algo se retorcía en su estómago. Se escondió antes de que Rubén pudiera verlo y corrió de vuelta a su habitación.

 se metió en la cama y cerró los ojos con fuerza, fingiendo que dormía cuando Rubén regresó con Sofía en brazos y la acostó. Se quedó inmóvil hasta que Rubén salió de la habitación. Esa noche Mateo decidió que tenía que estar más atento, porque aunque todos confiaban en Rubén, él aún no estaba seguro de quién era realmente. Mateo despertó de golpe.

 No sabía qué hora era, pero la casa estaba en completo silencio. Solo se escuchaba la lluvia golpeando la ventana. Se frotó los ojos y miró a su lado. Sofía dormía abrazada a su osito de peluche, respirando tranquila. suspiró y cerró los ojos otra vez, pero entonces lo escuchó. Un grito ahogado, apenas un quejido.

 Se sentó en la cama con el corazón latiendo fuerte. Venía del cuarto de Rubén. Por un momento pensó que lo había imaginado, pero entonces escuchó otro sonido. Un soyo. Sofía. Mateo sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se bajó de la cama en puntillas y caminó hasta la puerta del cuarto, abriéndola lentamente.

 El pasillo estaba oscuro, pero la puerta del cuarto de Rubén tenía una rendija de luz encendida. Sofía susurró con miedo. Otro soyoso. Mateo sintió el estómago revuelto. No entendía lo que estaba pasando, pero algo no estaba bien. Sin pensarlo, corrió a la sala y se subió a una silla para alcanzar el teléfono. Sus manos temblaban mientras marcaba los números que su mamá le había enseñado a usar en una emergencia.

 “¿Cuál es su emergencia?”, respondió una voz al otro lado. Mateo sintió un nudo en la garganta, pero respiró hondo. “Mi hermana está llorando en el cuarto de mi padrastro”, susurró. “Creo que le está haciendo algo malo.” El silencio al otro lado de la línea duró un segundo. “¿Estás en casa con un adulto?” “Solo con él.” Mateo tragó saliva.

 “Mi mamá está en el trabajo.” Escúchame bien, niño dijo la operadora con voz seria. Quédate en un lugar seguro. Unos oficiales están en camino. Mateo colgó y se quedó inmóvil con el teléfono en la mano. El sonido de la lluvia seguía golpeando la ventana, pero lo único que podía escuchar era el latido acelerado de su corazón.

 Todo iba a cambiar después de esta noche y él no tenía idea de cómo. Los minutos se hicieron eternos. Mateo seguía de pie en la sala con el teléfono en la mano, sintiendo como su corazón latía tan fuerte que le dolía el pecho. Su respiración era rápida y entrecortada, no sabía qué hacer. Se escondía. Iba a buscar a Sofía.

 El sonido de una sirena a lo lejos le dio la respuesta. De repente, las luces rojas y azules iluminaron la ventana del departamento proyectando sombras en las paredes. Mateo corrió a la puerta y se quedó parado ahí con las manos apretadas en puños. Unos golpes fuertes hicieron eco en el pasillo. Policía, abra la puerta. Mateo apenas pudo reaccionar cuando la puerta del cuarto de Rubén se abrió de golpe.

 ¿Qué demonios está pasando? Su voz sonó ronca con confusión. Rubén se quedó en shock al ver a Mateo parado en la sala con los ojos muy abiertos, su cara pálida y temblorosa. En ese momento, los golpes en la puerta se repitieron con más fuerza. “Abra ahora o la derribamos.” Rubén se acercó rápidamente a la puerta y la abrió.

 Tres policías armados entraron de inmediato. “Policía, abra la puerta!”, gritó una voz firme desde el pasillo. Rubén frunció el ceño y se levantó del sofá. Antes de que pudiera reaccionar, los golpes en la puerta se intensificaron. “Abra ahora o tendremos que intervenir.” Con el rostro aún confuso, Rubén giró la perilla y abrió la puerta.

 Tres agentes entraron de inmediato, escaneando la habitación con la mirada. “Recibimos una llamada de emergencia. ¿Hay menores en la casa?”, preguntó uno de ellos. Sí, están en su habitación”, respondió Rubén levantando las manos levemente. “Pero no entiendo qué sucede.” Mateo miró a los oficiales con el corazón latiéndole fuerte.

 “Mi hermana estaba llorando en su habitación”, susurró. “Creí que Creí que le estaban haciendo algo malo.” Uno de los policías intercambió una mirada con su compañero. “Vamos a revisar la situación”, dijo el oficial. Señor, le pedimos que colabore mientras aclaramos lo sucedido. ¿Dónde está la niña?, preguntó otro policía con tono severo.

Mateo sintió el aire atascado en la garganta. Señaló con su mano temblorosa hacia el pasillo. Uno de los oficiales corrió hacia la habitación. Segundos después volvió con Sofía en brazos. La niña tenía el rostro confundido y los ojos llenos de sueño. Está bien, no tiene heridas visibles, informó el policía.

 Mateo sintió que sus piernas perdían fuerza. Mateo, ¿qué hiciste? Murmuró Rubén con la voz entrecortada. El niño no pudo responder. Valeria llegó corriendo al departamento minutos después, aún con el uniforme del supermercado y el cabello desarreglado por la lluvia. ¿Qué demonios está pasando aquí? exclamó con la respiración agitada.

 Cuando vio a Rubén esposado, dio un paso adelante, pero uno de los oficiales levantó una mano para detenerla. “Señora, recibimos una llamada de emergencia.” Su hijo reportó que su hermana estaba en peligro. Peligro. ¿De qué están hablando? Valeria giró la mirada hacia Mateo, quien se encogió bajo su escrutinio. Luego miró a Sofía, medio dormida en brazos de un oficial.

Necesitamos llevar a su pareja a la estación mientras aclaramos la situación”, dijo el policía con voz profesional. “Es parte del protocolo, pero él no ha hecho nada”, insistió Valeria con una mezcla de angustia y furia. “Mi hija está bien.” El oficial suspiró. “Señora, podemos discutir esto en la comisaría. Necesitamos proceder.

” Mateo. El niño bajó la cabeza apretando los labios con fuerza. Mamá. Sofía estaba llorando. Pensé que Pensé que Valeria pasó una mano por su rostro temblando. Luego miró a Rubén. Díganme la verdad. Rubén respiró hondo, aún con las manos esposadas. Sofía vino a mi cuarto. Estaba teniendo una pesadilla. Se despertó asustada y se puso a llorar.

Intenté calmarla, pero Mateo, Mateo creyó que yo se interrumpió. El silencio en la sala se volvió insoportable. “Mamá”, susurró Sofía con voz omnolienta. “tuve un sueño feo.” La cara de Valeria se llenó de angustia. Miró a Mateo, luego miró a Rubén. Finalmente miró a los policías. “Tienen que llevarlo a la estación para el procedimiento estándar”, dijo uno de los oficiales. “Es protocolo.

” Rubén bajó la cabeza sin poner resistencia. Valeria se mordió los labios tragándose un grito de frustración. Voy a la estación con ustedes. Mateo sintió el mundo desmoronarse a su alrededor mientras veía como los policías sacaban a Rubén esposado por la puerta. Sabía que algo estaba mal, pero ya era demasiado tarde para detenerlo.

 La patrulla se alejó con Rubén en el asiento trasero, esposado y en silencio. Mateo lo vio desaparecer entre las luces rojas y azules, sintiendo un vacío extraño en el estómago. No entendía del todo lo que había hecho, pero por primera vez sintió miedo de que su mamá estuviera enojada con él. Valeria estaba en la puerta con los brazos cruzados y la mirada fija en la calle, como si esperara que todo fuera una pesadilla y que al despertar Rubén siguiera en casa.

 Mateo se acercó con paso tembloroso. Mamá. Valeria se giró lentamente. Su rostro no tenía enojo, pero tampoco era el mismo de siempre. Parecía cansada como si la vida le hubiera quitado toda la fuerza de un solo golpe. “Métete a la casa”, le dijo en voz baja. “Tengo que llevar a Sofía al hospital.

” Mateo sintió un nudo en la garganta. “¿Por qué? Es parte del protocolo.” dijo sin mirarlo. “Los niños que están en peligro tienen que ser revisados.” Mateo miró a Sofía, que estaba abrazada a su osito de peluche y con los ojos llenos de sueño. No entendía lo que pasaba. No entendía por qué Rubén se había ido, ni por qué su mamá tenía esa cara triste.

 “Yo voy también”, preguntó con voz temblorosa. Valeria negó con la cabeza. “No, quédate aquí. No hagas nada. No digas nada.” Mateo sintió que su estómago se hacía un nudo. Su mamá nunca le hablaba así. se quedó solo en el departamento, sentado en el sofá con las rodillas dobladas contra el pecho.

 Afuera seguía lloviendo y las sombras de los relámpagos parpadeaban en la ventana. No sabía qué hacer. Quería que su mamá volviera y le dijera que todo estaba bien. Quería que Rubén entrara por la puerta y lo regañara por ser tan desconfiado. Quería que Sofía se despertara y le dijera que todo había sido un mal sueño. Pero la casa estaba vacía y lo único que tenía eran las palabras de su mamá resonando en su cabeza. No hagas nada.

 No digas nada. Las horas pasaron lentas. Cuando la puerta se abrió de nuevo, Mateo corrió hacia su mamá. Mamá, yo te ve a la cama, Mateo”, dijo Valeria con voz apagada. Mateo se quedó quieto esperando que ella le dijera algo más, pero su mamá ni siquiera lo miró. Solo cerró la puerta y caminó hacia la cocina, donde apoyó las manos en la mesa, y suspiró.

Sofía ya estaba dormida en sus brazos. Mateo bajó la cabeza, no insistió más, solo caminó hacia su habitación y se metió en la cama, apretando la manta contra su pecho. Había querido proteger a su hermana, había querido hacer lo correcto, pero en lugar de eso sentía que había roto a su familia. Mateo se despertó sintiendo un nudo en la garganta.

 A su lado, Sofía dormía tranquila, abrazando su osito de peluche ajena a todo lo que había pasado la noche anterior, pero él no podía olvidarlo. El departamento estaba en completo silencio. No se escuchaba el sonido de la televisión ni el olor del café que su mamá solía preparar en la mañana. Se levantó con cuidado y caminó descalso hasta la sala.

 Valeria estaba sentada en el sofá con la mirada perdida en el suelo. Mamá. Ella levantó la vista, pero no sonríó. Sus ojos estaban rojos, como si hubiera llorado toda la noche. Anda, Mateo, ponte los zapatos. Vamos a la comisaría. El niño sintió el estómago revuelto. Y Rubén. Valeria apretó los labios.

 Eso es lo que vamos a averiguar. El camino en el taxi fue tenso. Sofía iba medio dormida en los brazos de su madre mientras Mateo miraba por la ventana viendo como la ciudad despertaba bajo un cielo gris. Cuando llegaron a la comisaría, Valeria tomó a Sofía en brazos y caminó con paso firme hasta la recepción.

 Vengo a ver a Rubén López, dijo con voz tensa. El policía detrás del escritorio ojeó unos papeles antes de responder. Fue trasladado a otra área para interrogatorio. Valeria cerró los ojos por un momento. Necesito hablar con él. El policía la miró con atención. ¿Es usted la madre del niño que hizo la llamada? Mateo sintió el cuerpo rígido.

 Valeria tardó en responder. “Sí”, dijo finalmente. El policía frunció el ceño, pero asintió. “Esperen aquí.” Se alejó por un pasillo, dejando a la familia en la recepción. Mateo sintió que su mamá lo miraba. Cuando alzó la vista, vio que sus ojos estaban llenos de una tristeza que no había visto antes. “Mateo, ¿por qué llamaste?” El niño tragó saliva.

 ¿Por qué? Porque Sofía estaba llorando. Y tú pensaste lo peor, completó ella. Mateo bajó la cabeza. Quería protegerla. Valeria suspiró y se frotó la cara. Lo sé, hijo. Pero su voz sonaba cansada, derrotada. Minutos después, un policía los llevó a un cuarto pequeño con una mesa y sillas de metal. Rubén estaba ahí.

 Llevaba la misma ropa de la noche anterior, pero ahora tenía el rostro cansado y ojeroso. Cuando vio a Valeria y a los niños, su expresión fue imposible de leer. Mateo se quedó paralizado. No sabía qué hacer, no sabía qué decir. Rubén miró directamente a Mateo. ¿Por qué hiciste eso? El niño sintió que el estómago se le encogía. Yo pensé que Rubén cerró los ojos y suspiró. Me llamaron en la madrugada.

 Me investigaron. Me trataron como un criminal. Mateo sintió ganas de llorar. Perdón. Rubén negó con la cabeza. No se trata de perdón, Mateo. Se trata de lo que hiciste. El niño se mordió el labio apretando los puños. Valeria tomó aire y habló con voz firme. Ya sé lo que pasó. Sofía tuvo una pesadilla.

 Se despertó asustada y lloró. Tú la ayudaste, pero Mateo lo malinterpretó. Rubén apretó la mandíbula. ¿Y eso quién se lo explica a la policía? Silencio. Mateo sintió lágrimas ardiendo en sus ojos. No quise hacer daño.