Mi marido me envió a un crucero para que descansara, pero antes de zarpar, llegué a casa en un momento inoportuno y escuché que ese billete era solo de ida. Entonces pensé, “Si es así, querido, que sea a tu manera, pero te arrepentirás tres veces. Bienvenidos.

” Dicen que la familia no se elige, pero ¿qué hacer cuando aún así hay que tomar una decisión? Hoy hablaremos de una de esas situaciones difíciles. La mañana de julio envolvía el apartamento urbano con una sofocante manta de calor, como presagiando que aquel día sería un punto de inflexión en el destino de Catalina. Los rayos del sol se filtraban a través de las pesadas cortinas del dormitorio, donde ella llevaba ya media hora despierta, escuchando como su marido Gonzalo se movía en la habitación contigua.

 20 años de vida en común le habían enseñado a distinguir cada sonido de sus rituales matutinos, el crujir del suelo bajo sus pasos, el siseo de la cafetera, el susurro del periódico. Pero aquel día, en esos ruidos tan familiares, había algo distinto, una solemnidad apenas perceptible, como si se preparara para un acontecimiento importante.

Catalina se levantó de la cama, pasó la mano por su cabello encanecido, que se empeñaba en teñir cada mes en su color castaño natural, y se dirigió a la cocina. Gonzalo estaba sentado a la mesa con el periódico desplegado delante y en su rostro brillaba una satisfacción que ella no veía desde hacía mucho tiempo.

En las manos sostenía dos estrechas tiras de cartón y cuando Catalina entró, levantó la mirada con una sonrisa que le pareció demasiado amplia, demasiado forzada. Mi querida, dijo Gonzalo dejando el periódico a un lado y levantándose para recibirla. Tengo una sorpresa para ti. Llevo tiempo observando lo cansada que estás, lo mucho que necesitas un descanso de todas estas preocupaciones domésticas.

 Catalina se detuvo frente al refrigerador, posando la mano en el tirador de manera automática. Algo en el tono de su marido la puso en alerta, aunque su rostro permaneció sereno. A lo largo del matrimonio, había aprendido a leer entre líneas, a captar significados ocultos en las frases más inocentes. “¿Qué sorpresa?”, preguntó con voz uniforme sacando leche del refrigerador.

 Gonzalo le tendió los billetes con los ojos brillantes como si le estuviera regalando un collar de diamantes. Un crucero por el Mediterráneo, 14 días. Imagínatelo, Catalina, descansarás, tomarás el sol, disfrutarás del aire marino. El barco zarpa pasado mañana, ya lo he arreglado todo. Catalina tomó los billetes con los dedos temblorosos.

 En la superficie brillante se veía la imagen de un lujoso transatlántico y en la parte inferior estaba su nombre junto con la fecha de salida. Algo en su interior se encogió en un nudo de ansiedad, aunque todo en apariencia era una muestra de cuidado por parte de un esposo atento. Es muy generoso de tu parte, dijo despacio, examinando los billetes. Y tú no podrías descansar también.

Gonzalo hizo un gesto con la mano fingiendo despreocupación. Ya sabes cómo están las cosas ahora. El nuevo proyecto con Roberto requiere atención constante, pero me alegra tanto que por fin puedas descansar de verdad. Ni me imagino lo aburrido que habrá sido para ti todos estos años entre cuatro paredes. Catalina asintió escondiendo la mirada. Aburrido. Sí.

 En los últimos años, su vida realmente se parecía al día de la marmota, limpiar, cocinar, encuentros cada vez más esporádicos con sus amigas, mientras su mundo se reducía al tamaño de aquel piso de tres habitaciones. Tiempo atrás trabajó como traductora, hablaba cuatro idiomas y soñaba con una carrera en una empresa internacional.

Pero hace 20 años, Gonzalo la convenció de que la familia era más importante que la carrera, que su lugar estaba a su lado, que él los mantendría. Gracias”, dijo al fin. “Realmente no me lo esperaba.” Perfecto. Entonces, Gonzalo la abrazó por los hombros y su contacto le pareció frío a pesar del calor sofocante. “Está decidido.

 Hoy te ocuparás de los preparativos. Mañana terminas la maleta y pasado mañana empieza tu nueva vida.” “Nueva vida.” Esas palabras resonaron en su mente cuando Gonzalo, tras terminar el café se retiró a su despacho. Catalina se quedó en la cocina con los billetes en la mano tratando de entender por qué, en lugar de alegría, sentía una inquietud creciente.

¿Sería porque en todos esos años Gonzalo jamás había tenido un gesto tan espontáneamente generoso? ¿O porque se negó tan rápido y con tanta seguridad a acompañarla como si todo ya estuviera calculado de antemano? dejó los billetes sobre la encimera y se puso a preparar el desayuno, pero sus pensamientos volaban lejos de los huevos y las tostadas.

 Recordaba los últimos meses de convivencia, las horas extras de Gonzalo, la forma en que había cambiado su mirada hacia ella, la frecuencia de sus viajes de negocios. Antes lo atribuía a la crisis de la mediana edad, al cansancio de la rutina. Ahora esas memorias formaban un inquietante mosaico.

 Tras desayunar, Gonzalo anunció que tenía asuntos urgentes en la oficina y Catalina se quedó sola. Paseó por el apartamento que de pronto le pareció ajeno. Los muebles caros elegidos por él, los cuadros que él había comprado, incluso sus cosas parecían haber perdido identidad en aquel interior calculado al detalle. Todo reflejaba su gusto, su idea de cómo debía lucir el hogar de un empresario exitoso.

 Catalina decidió salir para despejarse y pensar. tenía que ir al banco por unos documentos para el crucero y comprar algunas cosas para el viaje. Cogió su bolso, comprobó que llevaba la documentación y se dirigió a la puerta, pero en el rellano recordó que había olvidado el pasaporte que guardaba en una cajita en el dormitorio. Al volver a entrar, escuchó la voz de Gonzalo desde el despacho.

 Hablaba por teléfono y su tono la hizo quedarse inmóvil en el umbral. En su voz había un matiz que hacía mucho no oía, entusiasmo, expectación, una especie de alegría infantil ante una aventura próxima. Roberto, todo va según lo planeado”, decía Gonzalo mientras Catalina se apoyaba en la pared, sintiendo que su corazón latía con fuerza. “Sí”, aceptó. “No sospecha nada.

La verdad pensé que sería más difícil convencerla, pero mordió el anzuelo como un pez.” Catalina se tapó la boca con la mano para ahogar un gemido. Cada palabra de su marido era como una bofetada, pero se obligó a seguir escuchando. El barco zarpa pasado mañana al mediodía. En dos semanas el problema estará resuelto definitivamente. Ya hablé con la gente adecuada a bordo.

El capitán está al tanto. Ya sabes cómo es en Alta Mar. Un trágico accidente, sin testigos, búsqueda infructuosa. La aseguradora paga sin hacer preguntas. El mundo alrededor de Catalina comenzó a girar. Se apoyó en la pared para no caer. Cerró los ojos intentando asimilar lo que había oído.

 Su propio marido, el hombre con el que había vivido 20 años, hablaba de su muerte como de una operación comercial. En su voz no había un gramo de remordimiento, solo un cálculo frío. “Sí, sé que hay riesgo”, continuó Gonzalo, “pero la alternativa es peor. El divorcio me costaría la mitad de mi fortuna y ella sabe demasiado de nuestros asuntos. Mejor resolverlo de forma radical.

Además, ya tengo planes de futuro.” Patricia aceptó casarse conmigo en cuanto me libere. Patricia. El nombre le atravesó el pecho como un cuchillo. La joven secretaria de la oficina de Gonzalo, a la que había visto en algunas reuniones de empresa, una rubia llamativa de ojos grandes y sonrisa demasiado amplia para su rostro.

 Así que la infidelidad también formaba parte del plan. No te preocupes, Roberto. La voz de Gonzalo sonaba cada vez más segura. En un mes estaremos libres de todas las ataduras y podremos desarrollar el negocio con calma. En cuanto a la conciencia, ya sabes, en nuestro mundo los sentimentalismos son un lujo imperdonable. Catalina salió sigilosamente, cuidando de no hacer crujir el suelo.

 Necesitaba escapar antes de que Gonzalo terminara la llamada. En la entrada tomó el bolso y los documentos que había dejado en la repisa y se deslizó fuera. Solo en la calle se permitió respirar hondo. Sus pies la llevaron solos hasta un pequeño parque cercano. Allí, en un banco bajo los árboles, mientras los niños jugaban y los jubilados paseaban, la realidad empezó a hacerse tangible.

Gonzalo planeaba matarla. A ella, su esposa, la madre de sus hijos, la mujer que le había entregado los mejores años de su vida y lo hacía sin pasión y impulso, sino con frialdad, como un plan de negocios. Las lágrimas le nublaron la vista, pero Catalina se obligó a concentrarse. No era momento de autocompasión. Gonzalo la había subestimado, creyendo que iría dócilmente al matadero.

 Tal vez antes así habría sido. La antigua Catalina, la esposa sumisa que se disolvía en las ambiciones ajenas, quizá no hubiera sospechado nada. Pero en ese instante algo había cambiado dentro de ella. Algo despertaba tras un largo letargo. Recordó a la mujer que fue 20 años atrás, ambiciosa, inteligente, llena de proyectos, capaz de hablar horas en negociaciones internacionales, de leer contratos complejos y hallar salidas en situaciones enredadas.

Esa Catalina no había desaparecido, solo dormía bajo capas de rutina doméstica y deberes familiares, y había llegado el momento de despertarla. Catalina se secó los ojos y sacó el teléfono de su bolso. Era hora de llamar a viejos amigos, de recuperar los lazos que había perdido durante los años de matrimonio.

 Marcela, su antigua colega, ahora trabajaba en un gran bufete de abogados. Esteban, con quien alguna vez tradujo contratos, se había convertido en detective privado y Roberto, el mismo socio de Gonzalo con quien su marido acababa de discutir su muerte. Interesante. ¿Cuán sólida sería esa amistad si se ponía en juego una gran suma de dinero? Al levantarse del banco, Catalina sintió como en su pecho se encendía un fuego frío de determinación.

Si Gonzalo quería jugar a juegos peligrosos, tendría un digno adversario. Durante 20 años había sido la seguidora. Le había permitido a él tomar las decisiones, hacer planes, disponer del futuro de ambos. Ahora le tocaba a ella. caminaba despacio hacia casa, elaborando la estrategia.

 Lo principal era no mostrar que sabía de sus planes, que siguiera creyendo que su esposa era la misma ingenua tonta que confiaba en regalos y atenciones. Mientras tanto, ella prepararía su propio plan, mucho más retorcido de lo que Gonzalo pudiera imaginar. Esa noche, durante la cena, habló con gratitud sobre el próximo crucero. Preguntó por la ruta y las diversiones a bordo.

 Gonzalo respondía con entusiasmo, a veces incluso olvidándose y revelando detalles que solo alguien en contacto directo con los organizadores podía conocer. Catalina sentía, sonreía y memorizaba cada palabra. “¿Sabes?”, dijo dejando el tenedor. Ni siquiera recuerdo la última vez que me sentí tan ilusionada con un viaje. Tienes razón, realmente necesito un cambio de aires.

 Gonzalo le sonrió cálidamente y por un instante en sus ojos brilló una ternura genuina. Quiero que seas feliz, Catalina. Te mereces solo lo mejor. Claro que me lo merezco asintió suavemente Catalina y su marido no percibió el timbre metálico en su voz. y voy a recibir exactamente lo que merezco.

 Esa noche, Catalina se quedó tumbada en la cama junto al marido que dormía plácidamente mirando el techo. El plan se iba gestando poco a poco en su mente como una compleja obra arquitectónica. Sabía que solo tenía un día para prepararlo todo, un día para pasar de ser la víctima a convertirse en cazadora. Gonzalo pensaba que enviaba a su esposa a su último viaje, pero se equivocaba.

 Ese viaje, en efecto, sería el último para su matrimonio, para sus planes, para su impunidad y para ella sería el inicio de una nueva vida que construiría sobre las ruinas de su traición. ¿No había dicho el mismo aquella mañana que empezaba una nueva vida? Bien, la tendría, pero no la que había planeado. Y cuando todo terminara, entendería que había subestimado a la mujer que creía débil y sumisa.

 “Pues así será, querido”, susurró Catalina en la oscuridad, mirando el perfil de su marido dormido. “Pero te arrepentirás. Te arrepentirás tres veces.” Y por primera vez en muchos años se quedó dormida con una sonrisa en los labios. La mañana siguiente sorprendió a Catalina ya vestida y lista para actuar. Se había despertado antes que el despertador, como si su reloj interno entendiera la importancia de cada minuto.

 Gonzalo todavía dormía con los brazos extendidos y respirando suavemente, y al mirarlo sintió una extraña mezcla de lástima y repulsión. Ese hombre, con quien había compartido la cama 20 años, planeaba su asesinato con la misma calma con la que solía organizar unas vacaciones. “Cariño, me voy a encargar de los preparativos del viaje”, dijo en voz baja cuando Gonzalo por fin abrió los ojos. “Hay tantas cosas que hacer.

” Claro, claro, murmuró él desperezándose. Yo hoy me reúno con Roberto. Estamos dando los últimos toques a nuestro proyecto. Los últimos toques. Catalina asintió con una sonrisa comprensiva, aunque por dentro todo se le encogía de rabia. Qué tranquilo. Hablaba de organizar su muerte, como si hablara de comprar un coche nuevo.

 El primer punto de su ruta fue la notaría. El viejo edificio, con techos altos y suelos que crujían, transmitía una atmósfera de solemnidad e irrevocabilidad. Catalina esperaba en la sala, sosteniendo una carpeta con documentos y repasando mentalmente cada palabra de la conversación que iba a tener. Catalina, la notaria, una mujer mayor de ojos atentos, la invitó a pasar al despacho.

¿En qué puedo ayudarla? Necesito redactar un testamento”, dijo Catalina con calma y hacerlo lo más rápido posible. La notaria arqueó las cejas. Disculpe la pregunta, pero su vida no corre peligro. ¿No está actuando bajo presión? Catalina sonrió con amargura. Al contrario, por primera vez en mucho tiempo hago lo que creo correcto.

 Tengo hijos ya adultos y quiero que en caso de que pase algo reciban todo lo que me pertenece. Y su esposo. Mi esposo recibirá exactamente lo que merece, respondió Catalina con acero en la voz. Es decir, nada. Redactar el testamento llevó más de una hora. Catalina enumeró con cuidado cada activo, cada inversión.

cada bien. Mucho de lo que Gonzalo consideraba suyo, en realidad estaba a su nombre o había sido comprado con su dinero en los tiempos en que todavía trabajaba. La casa de campo la heredó de sus padres. Las acciones de una gran empresa las había adquirido con sus ahorros.

 Las cuentas bancarias estaban abiertas antes del matrimonio. “Es un patrimonio bastante considerable”, observó la notaria revisando la lista. Su esposo lo sabe, lo sabrá en su momento, respondió Catalina firmando los documentos. Por ahora quedará entre nosotras. Al salir de la notaría, se dirigió al siguiente punto de su plan.

 Marcela trabajaba en uno de los bufetes más prestigiosos de la ciudad y Catalina confiaba en que su vieja amistad le permitiera obtener el asesoramiento necesario. Se encontraron en un pequeño café cerca de la oficina de Marcela. Su antigua colega apenas había cambiado en todos esos años, salvo por un aire de mayor seguridad en sí misma. Traje formal, corte de cabello corto, la mirada atenta de una abogada experimentada.

Catalina, cuánto tiempo sin vernos. Marcela la abrazó, pero enseguida se apartó, escudriñando su rostro. Te veo tensa. ¿Ha pasado algo? Digamos que sí. Catalina pidió un café y se quedó unos segundos pensativa. ¿Cómo explicar sin entrar en detalles? Marcela, dime como abogada.

 Si una persona planea un crimen contra su cónyuge, pero este se entera de antemano y toma medidas para protegerse, ¿eso podría considerarse defensa propia? Marcela frunció el ceño. Es una cuestión muy compleja. Depende de las circunstancias. ¿De qué crimen hablamos? Hipotéticamente, Catalina se esforzó en mantener un tono sereno de un asesinato disfrazado de accidente. Catalina. Marcela le tomó la mano.

 ¿De qué estás hablando? Se trata de tu marido. Catalina asintió. Tengo razones para creer que planea deshacerse de mí y quiero saber cuáles son mis derechos. Marcela palideció. Debes acudir a la policía de inmediato. ¿Con qué? Con una conversación que escuché a escondidas. Gonzalo dirá que era una broma o que entendí mal. Y cuando existan pruebas reales, yo ya no estaré viva.

 Entonces, rechaza el viaje. No vayas a ese crucero. Catalina negó con la cabeza. Marcela, no lo entiendes. Si me niego, encontrará otra manera. Prefiero tener el control de la situación. Necesito tu ayuda. Pasaron la siguiente hora discutiendo aspectos legales. Marcela le explicó qué documentos debía preparar para proteger su patrimonio, como otorgar poderes notariales, que certificados podrían ser útiles.

 Y lo más importante, le dio el contacto de un detective privado especializado en asuntos familiares. Fernando trabajó antes como fiscal investigador, ahora tiene práctica privada”, dijo Marcela anotando el número. “Puede reunir pruebas contra tu marido, pero Catalina, prométeme que no harás nada arriesgado.” Catalina abrazó a su amiga.

 “Te prometo que seré cuidadosa. Gracias.” Después de la reunión con Marcela, se dirigió a un centro comercial. Si debía interpretar el papel de turista despreocupada, necesitaba un guardarropa adecuado. En el probador, mirándose al espejo con un vestido veraniego de colores vivos, Catalina descubrió con sorpresa que casi había olvidado cómo se veía.

 Ropa de estar en casa, colores apagados, cortes diseñados para ocultar su figura en lugar de resaltar sus atractivos. ¿Cuándo fue la última vez que compró algo bonito para sí misma? Y no solo porque la prenda anterior estaba gastada. Ese color le sienta de maravilla dijo la dependienta, ayudándola a subir la cremallera. Tiene usted una figura preciosa.

 ¿Por qué esconderla? Catalina giró frente al espejo. La mujer que la miraba desde el reflejo parecía más joven de sus 45 años. En sus ojos brillaba una chispa que hacía mucho había desaparecido. Tiene razón, respondió. Me llevo este vestido y aquel también y un bañador. Las compras le llevaron más tiempo del previsto.

 Catalina parecía recuperar de golpe los años de autor restricción, eligiendo prendas que realmente le gustaban, colores vivos, cortes modernos, calzado cómodo para largas caminatas en la cubierta. Si este iba a ser su último crucero como esposa de Gonzalo, que al menos luciera digna en él. Por la tarde se reunió con sus hijos en un restaurante.

 Osvaldo y Belén, sus hijos adultos de su primer matrimonio, hacía tiempo que llevaban su propia vida y rara vez visitaban a los padres. Él trabajaba como programador en una gran empresa. Ella se dedicaba al diseño de interiores. Ambos habían heredado de ella la agudeza y el carácter independiente. “Mamá, te veo distinta”, observó Belén cuando se sentaron a la mesa. “Algo ha cambiado.” Catalina sonrió.

 Quizás solo los extrañaba. “¿Cómo va todo contigo, hijo?” “Todo bien.” Osvaldo se encogió de hombros. trabajo, proyectos. ¿Y tú? ¿Qué es eso de un crucero? Gonzalo decidió mimar a su esposa. En la voz de su hijo se oía una ligera ironía. Los hijos nunca fueron cercanos con su padrastro, aunque tampoco entraban en conflicto abierto.

 Simplemente no surgió entre ellos ese vínculo que une a una familia. “Dice que necesito descansar”, respondió Catalina con cautela. Hijos, quiero decirles algo importante. Si me pasa algo, mamá. Belén se puso en guardia. ¿De qué estás hablando? Solo escúchenme. Catalina apoyó las manos sobre la mesa y miró a sus hijos con seriedad.

He he hecho un testamento. Todos mis bienes pasan a ustedes. Los documentos están en la notaría, las copias en una caja fuerte del banco. El número de la caja y todos los datos necesarios los he apuntado y los dejaré en casa en mi cofre. Mamá, ¿nos estás asustando? Frunció el señ Osvaldo.

 ¿Qué ocurre? ¿Estás enferma? No, pero la vida es impredecible y quiero estar segura de que están protegidos. Además, en el banco hay una cuenta separada de la que su padrastro no sabe. Dinero de mi antiguo trabajo, algunos ahorros. Es suficiente para que puedan vivir tranquilos un tiempo si algo llegara a suceder. Belén tomó la mano de su madre.

Mamá, me estás asustando. Todo está bien entre tú y Gonzalo. Catalina dudó antes de responder. Digamos que nuestra relación atraviesa un momento difícil, pero me las arreglaré. Lo principal es que recuerden, pase lo que pase, los quiero mucho. Y si surge algún problema, no duden en acudir a Marcela.

 ¿Se acuerdan de ella, tu antigua colega? Claro que nos acordamos. Ella los ayudará con cualquier asunto legal. Y ahora, cuéntenme de ustedes. Osvaldo, ¿cómo va tu nuevo proyecto? Belén, ¿terminaste el trabajo en el piso de ese banquero? El resto de la tarde lo pasaron en una charla familiar habitual, pero los hijos lanzaban de vez en cuando miradas preocupadas a su madre.

 Catalina intentaba comportarse con naturalidad, aunque sentía que algo en su actitud delataba la tensión interior. Al despedirse, Belén la abrazó con fuerza. Mamá, prométeme que tendrás cuidado en ese crucero. Y si algo no sale bien, llama de inmediato. Volaremos a donde estés. Lo prometo. Catalina besó a su hija en la mejilla.

 Cuídate y cuida también de tu hermano. A la mañana siguiente, el día de la partida, Catalina se despertó temprano y comenzó los últimos preparativos. Gonzalo andaba más atareado de lo habitual, revisando documentos, llamando por teléfono, dando las últimas instrucciones. Ella alcanzó a oír fragmentos de sus conversaciones. Sí, todo listo.

 No, no sospecha de nada, Roberto. Nos vemos después. A las 9:30 sonó el timbre. Catalina abrió y vio a un mensajero con una caja pequeña. Catalina, un paquete para usted. Gonzalo asomó desde la cocina. ¿Qué es eso? No lo sé, dijo Catalina tomando la caja. Debe de ser algo para el crucero. Lo pedí y me había olvidado.

 Dentro había un teléfono nuevo de última generación con una nota para estar en contacto durante el viaje. Suerte. M. Marcela se había asegurado de que Catalina tuviera una comunicación fiable y la posibilidad de grabar conversaciones. “Qué amiga tan considerada”, murmuró Gonzalo, aunque en su voz se notaba irritación.

 “¿Para qué quieres un teléfono nuevo?” El viejo puede no funcionar en roaming”, respondió Catalina comprobando el dispositivo. “Mejor prevenir.” A las 11 de la mañana, las maletas estaban hechas y cargadas en el coche. Gonzalo guardó un inusual silencio durante todo el trayecto al puerto, solo de vez en cuando lanzaba miradas a su esposa. Catalina iba a su lado mirando por la ventana a la ciudad que desfilaba.

 En algún lugar quedaban su vida anterior, sus ilusiones, su ingenua fe en que el amor todo lo puede. Catalina, dijo Gonzalo cuando se acercaban al puerto. Quiero que sepas que pase lo que pase, te deseo solo felicidad. Ella se volvió hacia él y lo miró fijamente a los ojos. En ellos destelló algo que podía tomarse por un sentimiento genuino.

 Por un instante casi creyó que todo había sido una pesadilla, que se había equivocado, que entendió mal aquella conversación. “Gracias”, dijo en voz baja. “Yo también deseo que recibas todo lo que te mereces.” Gonzalo sonrió sin captar el doble sentido de sus palabras. “Nos vemos en dos semanas, querida.” Sí, asintió Catalina saliendo del coche. Nos vemos. Pero cuando y en qué circunstancias ocurriría ese encuentro, solo ella lo sabía.

 Y cuando los mozos se llevaron su equipaje, el teléfono vibró discretamente en el bolsillo de su chaqueta nueva. Un SMS de un número desconocido. Todo listo. Esperamos su señal. Catalina sonrió y saludó con la mano a Gonzalo, que seguía junto al coche mirándola partir.

 Él creía estar enviando a su esposa a su último viaje, pero se equivocaba. Él mismo se enviaba al encuentro de una justa retribución. El crucero impresionaba incluso a los pasajeros más curtidos. 10 cubiertas relucientes de lujo se alzaban sobre el agua como un palacio flotante donde cada detalle estaba cuidadosamente pensado. Catalina subió a bordo con la sensación de estar cruzando el umbral de una nueva vida y esa sensación resultó profética.

Mientras registraban su equipaje y lo enviaban a la cabina, ella se quedó junto a la barandilla mirando hacia el muelle, donde aún se distinguía la figura de Gonzalo junto al coche. Bonito barco, ¿verdad? A su lado se detuvo un hombre mayor con traje caro, perilla canosa y ojos atentos tras unas gafas de montura dorada. Soy Fernando, por cierto.

 Y usted, si no me equivoco, es Catalina. Catalina se volvió hacia él y se le detuvo el corazón un segundo. El mismo detective privado cuyos datos le había dado Marcela. Así que realmente estaba allí, su plan empezaba a hacerse realidad. Sí, soy yo,”, respondió con cautela.

 “¿Y cómo sabe quién soy?” Marcela me mostró una foto. Somos, por así decirlo, colegas de gremio. Me pidió que velara por usted durante el viaje. Disculpe la franqueza, pero está muy preocupada. Catalina miró alrededor. A su alrededor bullían otros pasajeros, pero nadie les prestaba atención. Todos estaban absortos en la emoción del embarque en aquel magnífico buque.

 ¿Está usted en este barco por casualidad? Preguntó en voz baja. Fernando sonrió. En nuestro oficio no hay casualidades. Ya he iniciado el trabajo previo. Su marido se reunió con el capitán hace tres días. También habló con varios miembros de la tripulación, pero por suerte no todos se venden por dinero. Entonces le creyó a Marcela. Le creía los documentos que me mostró.

 Además, un excolega mío de la fiscalía lleva tiempo observando la actividad de su esposo. Así que su llamada llegó muy a tiempo. Catalina sintió como se le quitaba de los hombros un peso invisible. No estaba sola. tenía a su lado a un profesional que la ayudaría no solo a sobrevivir, sino a lograr justicia. “¿Qué debo hacer?”, preguntó.

Comportarse con naturalidad. Disfrute del crucero, conozca gente, participe en las actividades. Yo estaré cerca, pero mejor si no hablamos mucho en público. En caso de emergencia, llámeme al número que está grabado en su nuevo teléfono bajo el nombre Fernando. El barco emitió un largo bocinazo anunciando la inminente partida.

 Los pasajeros se acercaron a las bordas para despedirse de quienes quedaban en el muelle. Catalina también se acercó a la barandilla y saludó a Gonzalo. Él le correspondió, sonrió, representó al esposo amante hasta el último segundo. Cuando por fin el barco se separó del muelle y la costa empezó a alejarse despacio, lo vio subir al coche y marcharse.

 Probablemente corría a ver a Patricia para celebrar el inicio de su nueva vida. Qué inicio de viaje tan emocionante. Apareció junto a Catalina una mujer de unos 50 años llena de entusiasmo. Soy Soledad de la capital. ¿Y usted de dónde es? Carolena se presentó. También es mi primer crucero. Mi marido me lo regaló. dijo que era hora de descansar de las tareas familiares. Ah, qué considerado. Y él no vino.

 El trabajo no lo suelta, ya sabe los negocios. Soledad negó con la cabeza con gesto compasivo. Siempre trabajo, trabajo y la vida se va. Menos mal que la mandó a descansar. Eso significa que la quiere. Catalina asintió sin fiarse de su voz. Si aquella amable mujer supiera qué clase de amor le había demostrado su marido.

 El primer día a bordo transcurrió conociendo el barco y sus posibilidades. Catalina recorrió todas las cubiertas, ubicó los restaurantes, el teatro, el gimnasio, las piscinas. Su cabina resultó cómoda con un pequeño balcón y vista al mar. Todo estaba organizado a la perfección y solo ella sabía que ese lujo debía servir de escenario a su asesinato.

 La primera cena en el restaurante principal se convirtió en una auténtica presentación de sus compañeros de viaje. En su mesa estaban Soledad, un matrimonio de jubilados de una ciudad de provincia, una chica joven que había ahorrado todo un año para ese crucero y Fernando, que se presentó como ex profesor universitario. Yo viajó sola por primera vez”, confesó Catalina cuando la charla derivó hacia los compañeros de viaje.

 Siempre viajaba con mi marido y esta vez decidió mimarme con unas vacaciones en solitario. “E hizo muy bien”, exclamó una señora mayor de la costa. A veces una mujer necesita estar a solas consigo misma y pensar en la vida. “Vaya si hay cosas que pensar”, asintió Catalina y Fernando le lanzó una mirada de comprensión.

 Después de la cena, en la cubierta organizaron una fiesta de bienvenida. Sonaba música, la gente bailaba, reía, compartía impresiones. Catalina estaba junto a la borda con una copa de champán en la mano mirando las estrellas sobre el mar. Hacía mucho que no se permitía simplemente disfrutar del momento, sin pensar en las tareas de la casa, en el humor de su marido, en que cocinara al día siguiente.

“Noche hermosa”, dijo Fernando acercándose a ella. “Sí, preciosa. ¿Y sabes qué? Me siento libre por primera vez en muchos años. Es un buen sentimiento. Vale la pena conservarlo. Guardaron silencio mirando la estela que dejaba el barco sobre el camino de Luna. Fernando, dígame la verdad. ¿Tengo alguna posibilidad de salir vencedora de esta historia? Catalina, usted tiene algo de lo que carece su marido, conciencia y el apoyo de gente honesta.

Eso vale mucho. A la mañana siguiente, el barco llegó al primer puerto de la ruta. Catalina se unió a un grupo de excursión y pasó el día visitando las atracciones de la antigua ciudad. El guía hablaba de historia, cultura y tradiciones, y ella pensaba en lo simbólico que era empezar su nueva vida en lugares donde hace miles de años la gente también luchaba por la justicia y por el derecho a vivir con dignidad.

 Por la tarde, al regresar al barco, encontró en la cabina un aviso de que la habían llamado desde tierra. Era la hora del primer acto de su espectáculo. Catalina marcó el número de casa y descolgó Gonzalo. Querida, ¿cómo estás? ¿Qué tal el crucero? Maravilloso, respondió procurando que su voz sonara despreocupada. El barco es lujoso, el tiempo perfecto y estoy conociendo gente interesante.

Gracias por este regalo. Me alegra mucho. Te mereces solo lo mejor. Gonzalo, ¿y tú cómo vas? ¿Te reuniste con Roberto? Se hizo una pausa al otro lado de la línea. Sí, claro. Estuvimos hablando del proyecto. ¿Y qué? Todo va según lo planeado. Sí, todo perfecto. Catalina, por casualidad no llamaste al banco hoy. Me hicieron unas preguntas raras por teléfono. Catalina sonrió.

Así que Marcela ya había empezado a moverse verificando las operaciones financieras de Gonzalo. No, no llamé. ¿Qué preguntas? Nada. Tonterías. ¿Será alguna auditoría rutinaria? Catalina, ten cuidado ahí. Sí, en el mar puede pasar de todo. Claro, querido. Soy muy cuidadosa. ¿Y sabes qué? Siento que este crucero de verdad va a cambiar mi vida.

 Yo también lo espero. En la voz de Gonzalo sonó una nota extraña. Tras colgar, Catalina se quedó en la cabina reflexionando. Gonzalo estaba nervioso, hacía preguntas dirigidas. insinuaba peligros del mar, señal de que el plan ya estaba en marcha y esperaba el momento oportuno. Pero ella tenía ventaja, conocía sus intenciones mientras él creía tratar con una esposa confiada.

 Al tercer día ocurrió lo que ella esperaba. Se le acercó uno de los marineros, un chico joven de mirada insegura. Catalina, me llamo Diego. Me gustaría hablar con usted a solas. ¿Sobre qué? preguntó, aunque ya lo intuía, sobre su marido y sobre lo que quiere que yo haga.

 Se vieron tarde en uno de los bares de la cubierta superior, cuando la mayoría de los pasajeros ya se habían retirado a sus camarotes. Diego lucía inquieto y no dejaba de mirar a su alrededor. Catalina, su marido me ofreció dinero. Mucho dinero. Para que para que a usted le pasara un accidente. ¿Qué exactamente? Usted debe caer por la borda de noche, cuando no haya nadie cerca. Yo debía traerla a la cubierta con algún pretexto y pero no puedo hacerlo.

 Yo también tengo madre, tengo una hermana. ¿Cómo podría vivir con eso? Catalina le puso una mano en el hombro. Diego, gracias por su honestidad. Y los otros miembros de la tripulación, ¿quién más está metido en esto? El primer oficial, Sergio, él debía vigilar que la búsqueda fuera corta y sin resultados.

 Y también el médico del barco, Rafael, debía certificar que usted cayó en estado de embriaguez o por un infarto. Entiendo. ¿Y el capitán? El capitán no sabe nada. Sergio le dijo que su marido solo quería gastarle una broma, asustarla. El capitán es un hombre recto, nunca aceptaría algo así. Catalina sacó el teléfono.

 Diego está dispuesto a repetir todo esto ante testigos, a dejar su declaración por escrito? El joven marinero asintió. Sí, me avergüenza haber aceptado siquiera hablar con él. Pero el dinero tengo deudas, mi madre está enferma. Lo entiendo, pero ahora está haciendo lo correcto. Las siguientes dos horas las pasaron tomando la declaración detallada de Diego.

 Fernando se les unió y resultó que ya había reunido información sobre los otros conspiradores. Sergio tenía deudas de juego. El médico se había divorciado recientemente y necesitaba dinero para la manutención. Gonzalo sabía encontrar los puntos débiles de la gente y usarlos. ¿Y ahora qué? preguntó Catalina. Ahora los pillamos con las manos en la masa, respondió Fernando.

 Diego irá con Sergio y le dirá que está listo para cumplir la tarea esta noche y nosotros estaremos preparados. Catalina sintió como el corazón se le aceleraba. Y si algo sale mal, no va a salir mal. Tenemos un plan, tenemos pruebas y lo más importante, contamos con gente honesta en el barco. Cuando el capitán sepa la verdad, estará de nuestro lado.

 Por la noche, Catalina cenó en el restaurante como de costumbre, habló con sus compañeros de mesa y se rió con los chistes de soledad, pero por dentro le temblaba todo de tensión. Aquella noche debía ocurrir aquello para lo que Gonzalo había montado todo el espectáculo, solo que el final no sería el que él planeó. A las 10:30 se le acercó Diego.

Catalina, ¿podría venir a la cubierta? Hay una puesta de sol preciosa y además los delfines nadan junto al barco. Claro, con mucho gusto. Subieron a la cubierta superior, donde en efecto estaba desierta y en calma. Solo el rumor del mar y a lo lejos, la música de los bares de las cubiertas inferiores rompían el silencio nocturno.

“Diego ha tomado la decisión correcta”, dijo Catalina en voz baja. “Sí, lo sé, Catalina. ¿Y qué pasará con mi trabajo cuando todo se sepa? La gente honesta siempre encuentra trabajo y el capitán, estoy segura, apreciará su valentía.” Estaban junto a la borda y Catalina vio como varias figuras emergían de las sombras.

Sergio y el médico Rafael se acercaban por un lado y por el otro se aproximaban con cautela a Fernando y el capitán del barco con marineros de seguridad. “Bueno, Diego, listo.”, preguntó Sergio acercándose más. Rápido y silencioso, como acordamos. “Listo”, respondió Diego, aunque la voz le temblaba. Entonces vamos, empújala y ya.

 El médico luego pondrá que iba borracha y cayó sola. En ese momento se encendieron potentes reflectores y la cubierta quedó bañada en luz. Quietos, seguridad del barco. El capitán y su gente acercaron a los conspiradores. Quedan detenidos bajo sospecha de preparar un asesinato. Sergio intentó huir, pero lo redujeron enseguida.

 El médico Rafael se quedó blanco como el papel. Yo no hice nada. Fue él, gritó señalando al primer oficial. Tenemos todas sus conversaciones grabadas, dijo Fernando mostrando una grabadora. Tenemos testigos y el cuadro completo del delito. El capitán se acercó a Catalina. Señora, acepte mis disculpas. Si hubiera sabido que en mi barco se preparaba algo así. Usted no tiene la culpa, capitán.

 Lo importante es que la justicia se impuso. ¿Qué pasará con ellos? Preguntó mirando a los detenidos. Al llegar al próximo puerto serán entregados a las autoridades locales y allí decidirán. El derecho marítimo internacional es muy estricto en estos casos. Catalina sacó el teléfono. Era hora de llamar a casa y comunicarle a su querido esposo las novedades.

 Gonzalo, soy yo, Catalina, querida, ¿cómo estás? Todo bien. ¿Sabes? Pasó algo interesante. En el barco arrestaron a varios miembros de la tripulación por preparar el asesinato de uno de los pasajeros. Silencio mortal otro lado. Gonzalo, ¿me oyes? Sí, sí, te oigo. ¿A quién? ¿A quién querían matar? ¿A mí, querido, a mí querían matarme.

 De nuevo, silencio, luego una respiración pesada. Catalina, no entiendo de qué hablas. Eso es imposible. Lo entiendes muy bien también como lo entienden ahora los investigadores que están revisando tus operaciones financieras. Por cierto, saluda a Patricia. Pronto también tendrá que responder preguntas desagradables. Catalina, espera. Tenemos que hablar.

No, cariño, no hay tiempo. Ahora el que va a esperar eres tú. Espera mi regreso. Tendremos una conversación muy interesante. Colgó el teléfono y miró al mar. En algún lugar más allá del horizonte, Gonzalo empezaba a entender que su magnífico plan había fracasado. Y ella, contra sus intenciones, estaba viva, sana y lista para el combate final.

Esto es solo el principio”, susurró al viento marino. “Lo más interesante está por venir.” Al cuarto día de crucero, el mar, como si presentiera los acontecimientos dramáticos en la vida de Catalina, empezó a mostrar su carácter inquieto. Nubes grises colgaban bajas sobre el agua, las olas crecían y el viento hullaba en los aparejos con una melodía inquietante.

El barco se balanceaba de lado a lado y hasta los viajeros más curtidos se apresuraron a tomar pastillas contra el mareo. Catalina permanecía en la cubierta con un impermeable, observando la furia de los elementos y pensando en lo simbólicas que resultaban las circunstancias.

 La tormenta en el mar reflejaba la tempestad que ahora se desataba en casa, en su acogedor piso, donde Gonzalo sin duda, se agitaba presa del pánico, tratando de entender cómo arreglar la situación. ¿No le da miedo quedarse en la cubierta con este tiempo? Fernando se le acercó sujetándose a la varandilla por el baibén.

 Después de todo lo que he pasado, es difícil asustarme con algo respondió sin apartar la mirada del mar embravecido. Además, la tormenta limpia el aire. Sí, y no solo el aire, asintió él. Por cierto, tengo noticias. Mis colegas en tierra ya han empezado a actuar. Anoche fueron a su casa unos inspectores de Hacienda. Catalina se volvió hacia él interesada.

 Y bien, la inspección rutinaria se convirtió en una investigación a fondo. Resulta que los documentos que usted transmitió por medio de Marcela contenían información muy interesante sobre esquemas de evasión fiscal. Espero que todo sea legal. Fernando esbozó una sonrisa. Absolutamente. Es solo que su marido olvidó que tiene una esposa con formación en economía que lleva 20 años observando sus asuntos y memorizando detalles.

En efecto, todos esos años Gonzalo había tomado por una ama de casa incapaz de comprender los entreijos del negocio. Y ella en silencio, estudiaba sus esquemas, recordaba nombres de socios, analizaba los flujos financieros. Antes ese conocimiento le parecía inútil. Pero ahora se había convertido en su arma.

 En la cabina la aguardaban varias llamadas perdidas de Gonzalo. Catalina marcó su número. Catalina, por fin. ¿Dónde diablos estabas? En su voz sonaban el pánico y una rabia mal disimulada. Disfrutando del crucero, querido. ¿Qué ha pasado? Te oigo alterado. Vinieron de Hacienda. Exigen ciertos documentos.

 Preguntan por cuentas, por socios, dicen que hay información sobre irregularidades. Es cosa tuya. Qué raro. Catalina se sentó al borde de la cama saboreando la confusión en la voz de su marido. ¿Y qué les dijiste? ¿Qué les dije? Que todo se lleva conforme a la ley, que no hay violaciones. Pero insisten en la auditoría. Catalina, me parece que alguien nos delató.

 ¿Has sido tú? ¿Quién podría ser? En su voz no había ni rastro de ironía, solo sincera extrañeza. Tú no tienes enemigos. Y no, yo no tengo nada que ver. No lo sé. Tal vez la competencia o alguno de los socios quiso cubrirse. Roberto se comporta raro estos días. Catalina sonrió. Así que Roberto ya empezaba a alejarse del barco que se hunde.

 Había acertado al suponer que su lealtad a Gonzalo tenía límites financieros muy claros. ¿Y qué dice Patricia? Esto, secretaria. Debería haber notado algo sospechoso. Hubo una pausa en la línea. Patricia ahora no está trabajando. Se tomó unas vacaciones. Qué inesperado. Justo cuando más necesitas apoyo. Catalina, basta. estalló Gonzalo. Sé que lo entiendes todo.

 Ese arresto en el barco, la inspección fiscal, todo coincide demasiado bien. O alguien me está acabando la tumba a través de ti o tú misma, cariño, hablas en acertijos. ¿Qué relación hay entre el intento de matar a un pasajero de un crucero y la revisión de tus declaraciones? Y yo soy la víctima, por cierto, ¿no te enteraste? Deja de hacértela tonta.

Lo has montado tú. Catalina guardó silencio dándole cuerda para que se descubriera por completo. Gonzalo, dime la verdad. ¿De verdad querías que muriera en este crucero? Yo no es lo que crees. Me estás acusando de eso entonces, ¿qué? Explícame qué significaba tu conversación con Roberto sobre resolver el problema de la esposa.

¿Qué significaban las negociaciones con los tripulantes? El dinero para organizar un accidente. Gonzalo respiraba con dificultad. ¿Estuviste escuchando? Sí, escuché. ¿Y sabes qué? Eso me salvó la vida y sobre todo me abrió los ojos a quien eres en realidad. Catalina, escúchame. No, ahora vas a escuchar tú.

Durante 20 años fui tu esposa fiel. Renuncié a mi carrera por tu éxito. Aguanté tus caprichos, tu grosería, tus infidelidades. ¿Y cómo decidiste agradecérmelo con un asesinato? No sería un asesinato, sería un accidente. Catalina soltó una carcajada. ¿Te oyes? ¿Aún crees que era una buena idea? No tenía alternativa.

 El divorcio me costaría la mitad de mi patrimonio y mejor quitarme la vida que separte del dinero. ¿No entiendes? Tengo planes, compromisos. Patricia está esperando un hijo. Catalina sintió que el mundo a su alrededor se detenía. Patricia estaba embarazada. Eso cambiaba todo. La infidelidad no llevaba meses, sino años. había planeado deshacerse de ella mucho antes de aquella conversación que oyó. “Enhabuena,” dijo con tono helado.

“Ahora tu hijo tendrá por padre a un asesino, Catalina, no, ¿qué decir la verdad? Tienes razón, no hace falta. Ahora la verdad la dirán los investigadores. Por cierto, ¿cómo está Patricia? ¿Sabe de tus métodos para resolver problemas familiares? Ella no sabe nada. Y no te metas con ella.

 Yo la metiste tú cuando empezaste con ella un romance mientras planeabas matar a tu esposa. ¿Qué crees que sentirá cuando se entere? Tras esa conversación, Catalina pasó mucho rato en la cabina mirando por el ojo de Huella al mar embravecido. Patricia estaba embarazada. Aquella noticia lo cambiaba todo. Ahora había un niño inocente en juego que no tenía culpa de que su padre fuera un canaya.

 Por la noche, pese al balanceo, muchos pasajeros acudieron al restaurante. La gente intentaba comportarse con normalidad, aunque muchos estaban pálidos por el mareo. Catalina se sentó en su mesa, donde Soledad contaba como ella y su marido habían caído en una tormenta 30 años atrás durante su luna de miel.

 ¿Y usted, Catalina, ¿cómo lleva el Bben? Preguntó sorprendentemente bien. Tal vez porque estoy acostumbrada a las tormentas de la vida. Oh, todos tenemos nuestras propias tempestades, observó con sabiduría una dama mayor de provincia. Lo principal es aprender a no hundirse en ellas. Exacto. Asintió Catalina. A veces la tormenta incluso es útil.

 barre lo superfluo, lo innecesario, lo falso. Después de cenar subió a la cubierta. El viento había amainado, pero el mar seguía agitado. Fernando la esperaba junto a la borda. ¿Hay novedades?, preguntó ella. Sí, no muy agradables para su marido. El banco congeló varias de sus cuentas por sospechas de blanqueo de capitales.

 Roberto declaró ante la fiscalía y está colaborando plenamente con las autoridades. Entonces, eligió bando. Se eligió a sí mismo. Entregó documentos que comprometen a su marido a cambio de un trato más favorable. Catalina asintió. ¿Y qué pasa con Patricia? ¿Y cómo lo sabe? Gonzalo se le escapó hoy. Resulta que está embarazada. Fernando frunció el ceño.

 Eso complica las cosas, al contrario, la simplifica. Dígame, ¿ya sabe de los planes de Gonzalo respecto a mí? Según nuestros datos, no creía que ustedes simplemente se divorciarían después del crucero. Entonces tiene la oportunidad de tomar la decisión correcta. ¿Qué quiere decir? Catalina se volvió hacia el mar.

 Tengo un plan, pero para ejecutarlo necesito comunicarme con Patricia. Al día siguiente la tormenta amainó y el mar volvió a estar en calma. Catalina pasó la mañana en la cubierta disfrutando del sol y del aire fresco, y por la tarde se encerró en la cabina y marcó el número de Patricia. Hola. La voz era joven, un poco asustada. Patricia. Soy Catalina, la esposa de Gonzalo.

Se hizo silencio en la línea. Sé que está embarazada, prosiguió Catalina. Y sé que Gonzalo le prometió casarse con usted después de divorciarse de mí. Yo no sé qué decir. No diga nada, solo escuche. Gonzalo no planeaba divorciarse de mí, Patricia. Planeaba matarme. ¿Qué? Eso es imposible. Muy posible. Y tengo pruebas.

Miembros de la tripulación del crucero ya han sido arrestados por preparar mi asesinato por encargo suyo. Patricia soyosó. No puede ser verdad. Patricia lleva dentro al hijo de un potencial asesino. Piense en su futuro, en el futuro de su bebé. Gonzalo estuvo dispuesto a matar a la madre de sus hijos por dinero.

 ¿Qué le impediría hacer lo mismo con usted si llega a estorbarle? Pero él decía que me amaba. Me dijo lo mismo a mí hace 20 años. El amor y el asesinato no combinan, ¿no le parece? Catalina oyó llanto al otro lado. ¿Qué debo hacer? Susurró Patricia. Pensar en el niño. Protegerlo de un padre capaz de matar. Tiene familiares. Mi madre en otra ciudad. Váyase con ella ahora mismo y no vuelva a hablar con Gonzalo hasta que todo se aclare. Y si me busca, que busque. Ahora tiene asuntos más urgentes.

 Hacienda, la fiscalía, las cuentas embargadas. No tendrá tiempo para usted. Catalina, perdóname. Yo no lo sabía. era joven e ingenua, pero tienes la oportunidad de arreglarlo por tu hijo. Después de la conversación, Catalina sintió un extraño alivio. No se vengó de Patricia, aunque ella había destruido su matrimonio, porque entendió que el matrimonio estaba roto mucho antes de que apareciera la joven secretaria.

Gonzalo la había utilizado a ella del mismo modo que utilizó a todos los demás. Esa noche la llamó Gonzalo. Su voz sonaba completamente quebrada. Catalina. Patricia desapareció, hizo la maleta y se fue sin decir a dónde. ¿Y qué sientes? Yo me quedé solo. Roberto no contesta las llamadas. Las cuentas están congeladas. Hacienda exige documentos que no tengo. Catalina, ayúdame.

 Sé lo que hice, pero voy a cambiar. Podemos empezar de nuevo. Catalina se echó a reír. Empezar de cero después de que intentaste matarme. Fue una estupidez. Un arrebato momentáneo. Momentáneo. Gonzalo. Lo planeaste durante semanas. Te reuniste con gente, pagaste dinero, pensaste los detalles. No volverá a pasar.

 No es que no vaya a pasar, es que ya no podrás. Porque ahora sé quién eres y muy pronto lo sabrán todos. ¿Qué quieres? Justicia. Y también quiero que entiendas que la mujer a la que considerabas débil y tonta resultó mucho más fuerte e inteligente que tú. Catalina, hasta pronto, Gonzalo.

 Vuelvo a casa en breve y tendremos una conversación muy interesante. Colgó el teléfono y salió a la cubierta. El mar se había calmado, las estrellas brillaban en un cielo limpio. La tormenta había pasado, dejando un aire puro y una sensación de renovación. En la cubierta la esperaba Fernando con una carpeta de documentos en la mano. “Catalina, tengo para usted el informe final”, dijo entregándole la carpeta.

Mientras hablaba con su esposo, recibí la información más reciente de los colegas. Catalina abrió la carpeta y empezó a revisar los documentos, certificados bancarios, declaraciones de testigos, fotos y reuniones de Gonzalo con personajes dudosos, grabaciones de llamadas. El cuadro que se formaba era impresionante.

 Roberto resultó muy cooperativo”, continuó Fernando. Contó no solo lo del intento de asesinato, sino todas las tramas financieras en las que participó con su marido, evasión fiscal, operaciones ficticias, blanqueo de dinero mediante empresas pantalla y la empresa. Los empleados no tienen la culpa de que su jefe sea un canaya. Los honestos no sufrirán.

 Pero los que estaban al tanto de las maniobras, Fernando negó con la cabeza. Tendrán que responder por sus actos. Catalina pasaba las páginas y su asombro crecía. Resultaba que Gonzalo no solo la engañaba a ella, sino también a Hacienda, a los socios e incluso a sus propios empleados. Había construido toda un imperio de mentiras con él en el centro, como una araña en su telaraña.

¿Sabe qué es lo que más me asombra? Dijo cerrando la carpeta. No que quisiera matarme, eso lo puedo explicar por su codicia y cobardía. Me asombra lo metódico que fue para engañar a todo el mundo durante años, décadas. Como me miraba a los ojos y hablaba de amor sabiendo que planeaba mi asesinato.

 Por desgracia, ese tipo de gente existe, respondió Fernando. Para ellos, los demás no son personas, sino instrumentos para lograr fines. Cuando el instrumento estorba, se deshacen de él. Pero yo no resulté tan cómoda como él pensaba. resultó mucho más fuerte de lo que él imaginaba y más inteligente. Guardaron silencio mirando el cielo estrellado.

 En algún lugar, más allá del horizonte quedaba un mundo en el que Gonzalo corría en pánico, perdiendo todo lo que creía suyo por derecho. “Catalina, ¿y qué hará al volver?”, preguntó Fernando. Vivir, respondió ella sencillamente. Una vida de verdad, no la sombra de ambiciones ajenas. Tal vez vuelva a trabajar de traductora. Mis idiomas no se han ido, solo tengo más experiencia.

 ¿Y su marido? ¿Quién saberlo? Catalina esosó una sonrisa. El encuentro es inevitable. Hay que tramitar el divorcio, repartir bienes, pero ahora será según mis reglas, no las suyas. ¿Estás segura de que no intentará algo? Un hombre acorralado puede ser peligroso. Gonzalo no es peligroso, es cobarde. En cuanto entendió que su plan fracasó, empezó a buscar culpables y a pedir clemencia.

 Esa gente solo da miedo cuando se siente impune. Al día siguiente, el barco efectivamente puso rumbo de regreso. Los pasajeros estaban animados tras la tormenta. Muchos decían que le había dado al crucero un toque especial e inolvidable. Catalina sonreía al escucharlos. Si supieran qué tormenta de verdad se había desatado en su vida y cómo lo había cambiado todo. Soledad se sentó a su mesa en el desayuno.

Catalina, ¿ha cambiado usted en estos días? Observó. Está, no sé, más segura de sí. Será el aire del mar, respondió Catalina. O quizá que entendí algo importante sobre mí. El qué exactamente que soy más fuerte de lo que pensaba y que no hay que resignarse a lo que no te va solo porque así se hace. Palabras sabías.

 Yo también aguanté durante años una vida que no era para mí hasta que me decidí a cambiarla. Y no se arrepiente ni un minuto. Solo da miedo al principio. Luego entiendes que lo más terrible no son los cambios, sino su ausencia. Por la tarde, Catalina llamó a sus hijos. Osvaldo contestó al instante, “Mamá, ¿cómo estás?” Estamos preocupados. Todo bien, hijo.

 Incluso mejor de lo que esperaba. ¿Qué tal en casa? Qué pregunta tan rara. ¿Qué va a pasar en casa? Gonzalo llamó varias veces buscándote. Se le notaba nervioso. Sí, está pasando un mal momento. Problemas con el negocio. Mamá, entre ustedes todo está bien.

 Después de aquella charla en el restaurante, no puedo quitarme la sensación de que ocurre algo. Catalina guardó silencio un instante. Sus hijos tenían derecho a saber la verdad, pero no por teléfono y a miles de kilómetros. Osvaldo, cuando vuelva hablaremos de todo. Por ahora solo te diré, tu madre aprendió a defenderse. Mamá, nos asustas. Al contrario, los tranquilizo. Vuelvo muy pronto y tendremos una larga conversación.

 Llama a tu hermana y dile que mamá está perfectamente de acuerdo. Solo cuídate siempre. Tras la llamada, Catalina repasó de nuevo los documentos que le había entregado Fernando. Mañana estarían en casa y comenzaría un nuevo capítulo de su vida. Un capítulo en el que ella escribiría el guion en lugar de conformarse con ser figurante en la obra de otro.

 Se acercó al espejo del camarote y miró con atención su reflejo. La mujer que le devolvía la mirada se veía más joven, más segura, más serena. En sus ojos ardía un fuego que llevaba muchos años apagado. Gonzalo quiso extinguirlo para siempre, pero logró lo contrario, avivarlo como nunca. Mañana el barco pondría proa de vuelta y empezaría el camino a casa.

 Pero a casa regresaba una mujer muy distinta de la esposa sumisa que había subido a bordo una semana atrás. Una mujer preparada para la batalla final por su libertad y su dignidad. Gonzalo, tú elegiste este camino”, susurró a las estrellas. “Ahora recórrelo hasta el final.” El regreso comenzó con una imagen simbólica. El puerto recibió a Catalina con una gris mañana de agosto, cuando el calor del verano empezaba a ceder y daba paso a la frescura otoñal.

 De pie en la cubierta, contemplando el contorno familiar de la ciudad, sentía que no volvía a su vida anterior, sino a una realidad completamente nueva que tendría que construir desde cero. Fernando la ayudó con el equipaje y antes de despedirse le dio algunos consejos. Catalina, recuerde, ahora tiene todos los documentos y testimonios, pero su arma principal es la calma y la confianza en su razón.

 no le permita arrastrarla a juegos emocionales. “Gracias por todo”, respondió estrechándole la mano. Sin su ayuda no lo habría logrado. Lo habría logrado. Sí, solo le habría tomado más tiempo. El taxi la dejó en casa antes de lo que esperaba. Catalina se plantó ante la puerta de su piso con las llaves en la mano, incapaz de decidirse a abrir.

 Tras esa puerta la esperaba el hombre que apenas dos semanas atrás había planeado su asesinato. El hombre que durante 20 años la engañó, se aprovechó de su amor y de su confianza. Por fin se decidió y entró. El piso la recibió con silencio y aire viciado. Gonzalo asomó desde el despacho y al verla su cara se contrajó en una mezcla de alivio y miedo.

 Catalina, has vuelto. Intentó acercarse, pero se detuvo al ver la expresión de ella. Sí, he vuelto. Viva y sana, pese a tus planes. Gonzalo tenía un aspecto deplorable, sin afeitar, demacrado, con la camisa arrugada y ojeras de noches en vela. Dos semanas de pesadilla habían convertido al otrora empresario exitoso en una fiera acorralada.

Catalina, tenemos que hablar. Sé que estás enfadada, pero escúchame. Enfadada. Catalina dejó la maleta y se volvió hacia él. Gonzalo, intentaste matarme. Enfadada se queda corto para lo que siento. Fue una locura, un trastorno temporal. Nunca te habría hecho daño. Catalina sacó el teléfono y puso la grabación de la declaración de Diego, donde detallaba el plan para matarla.

 La voz del marinero resonó en el piso como una sentencia. La ofuscación temporal duró varias semanas e incluyó buscar ejecutores, transferir dinero y detallar el guion. A eso no se le llama ofuscación, se le llama homicidio premeditado. Gonzalo palideció. ¿De dónde sacaste esa grabación? De gente honesta que se negó a participar en tus planes. Resulta que hay más de los que pensabas.

Ella pasó a la cocina, se sirvió agua y se sentó a la mesa. Gonzalo la siguió. retorciendo nervioso la camisa entre las manos. Catalina, estoy dispuesto a arreglarlo todo. Podemos divorciarnos en buenos términos. Te daré lo que quieras. Todo lo que quiero. Catalina sonrió con ironía.

 ¿Recuerdas los cuentos de la pesca milagrosa? Había tres deseos. Pues yo también tengo tres deseos y ya se están cumpliendo. ¿De qué hablas? El primer deseo tiene que ver con la justicia. Querías que desapareciera para hacerte la vida más fácil, pero el que desapareció fuiste tú, Gonzalo, tu negocio, tu dinero, tu reputación. Hacienda y la fiscalía se ocuparon de ello. Gonzalo apretó los puños.

 Tú no montaste. Convenciste a Roberto, solo le di la oportunidad de elegir entre ti y su libertad. Eligió su libertad. No puedo culparlo. ¿Qué quieres de mí? Nada. Absolutamente nada. Mi primer deseo ya se cumplió. Recibiste lo que merecías. Catalina se levantó y se acercó a la ventana.

 En el patio jugaban niños, en algún lugar ladraban perros. La vida seguía su curso sin prestar atención a los dramas personales. “¿Y el segundo deseo?”, preguntó Gonzalo en voz baja. El segundo deseo tiene que ver con Patricia y tu hijo. ¿Qué sabes del niño? Lo suficiente. Sé que es un varón. Sé que ella se asustó y se fue con su madre.

 Y sé que ya no quiere tener nada que ver contigo. ¿Hablaste con ella? Hablé. Le expliqué qué clase de persona es el padre de su futuro hijo. Patricia resultó más lista de lo que pensaba. tomó la decisión correcta. Gonzalo se dejó caer en la silla cubriéndose el rostro con las manos. Me lo has quitado todo.

 El negocio, el dinero, a la mujer que amo. Yo no te quité nada, Gonzalo. Lo perdiste tú solo cuando decidiste que matar a tu propia esposa era una forma aceptable de resolver problemas. Catalina volvió a la mesa y se sentó frente a su marido. Por primera vez, en muchos años se sentía a su altura, incluso más fuerte que él. Pero no soy una bestia, Gonzalo.

 Patricia recibirá ayuda económica para la manutención del niño. Mía, tuya. Gonzalo alzó la cabeza. ¿Para qué? Porque el niño no tiene la culpa de que su padre sea un canaya. Y porque no quiero que crezca en la pobreza solo por tus delitos. ¿Ayudarás a la mujer que destruyó nuestro matrimonio? Catalina soltó una carcajada. Gonzalo, nuestro matrimonio lo destruiste tú cuando decidiste matarme. Patricia no tiene nada que ver.

 Fue solo una herramienta en tus manos, como lo fui yo todos estos años. Gonzalo guardó silencio digiriendo lo escuchado. Y el tercer deseo, preguntó al fin. El tercer deseo es el más importante. Tiene que ver conmigo. Catalina se levantó y caminó por la cocina.

 Allí, entre esas paredes, había pasado los mejores años de su vida creyendo que construía una familia, cuando en realidad no era más que un cómodo apéndice de ambiciones ajenas. Mañana por la mañana empiezo a trabajar en una empresa de comercio internacional traductora como hace 20 años. El sueldo es bueno, las perspectivas excelentes, viajes por todo el mundo.

 Pero, ¿cómo? Si llevas años sin trabajar y pensabas que en todo este tiempo me convertí en una gallina doméstica. He leído, he estudiado, he perfeccionado mis idiomas. Solo lo hacía en silencio, sin llamar la atención. Gonzalo la miraba como a una desconocida. Y el piso, la mitad es mía por ley, pero no lo quiero. Demasiados malos recuerdos.

 Me compraré otro más pequeño pero acogedor. Y yo Catalina se encogió de hombros. Tú vive donde quieras. Ya no es mi problema. Catalina, ¿de verdad no puedes perdonar? Hemos vivido 20 años juntos. Sí, los vivimos, pero resultó que fueron 20 años de engaño. Nunca me amaste, Gonzalo.

 Amabas a una esposa cómoda que no interfiere en tus asuntos ni hace preguntas. Y cuando dejó de ser cómoda, decidiste deshacerte de ella. No es así. Entonces, dime, ¿cuándo tomaste la decisión de matarme? ¿Cuándo lo pensaste por primera vez? Gonzalo cayó. Te diré cuándo. Hace dos años, cuando por casualidad vi los documentos de tu operación ficticia y te hice una pregunta incómoda, ¿recuerdas? Te enfadaste mucho. Dijiste que las mujeres no deben meter la nariz en asuntos de hombres.

Catalina. Y luego apareció Patricia y te diste cuenta de que podías matar dos pájaros de un tiro, librarte de la esposa que sabía demasiado y casarte con la joven amante. Catalina se acercó a su marido y le puso la mano en el hombro. Curiosamente, ya no sentía odio, solo cansancio y compasión. Gonzalo, no eres un villano de película de terror.

 Eres simplemente un hombre débil que no sabe hacerse responsable de sus actos. Pero la debilidad no justifica un intento de asesinato. ¿Qué será de mí ahora? No lo sé. Depende de la investigación, del juicio de tu abogado, pero sobre todo de ti. Intenta por fin ser honesto. Catalina tomó el bolso con lo imprescindible.

Lo demás podía recogerlo después a través de su abogada. Catalina, espera. Gonzalo la agarró del brazo. ¿Y si cambio? Si demuestro que puedo ser otro. Ella liberó suavemente la mano. Gonzalo, eso nos llevaría otros 20 años y yo ya no tengo tiempo para tu redención. Tengo mi propia vida y pienso vivirla con honestidad y dignidad. Él la acompañó hasta la puerta y Catalina sintió que cerraba no solo la puerta del piso, sino toda una época de su existencia. Afuera la esperaba un taxi.

El chóer la ayudó con el bolso y preguntó la dirección. Al centro, a las nuevas viviendas del malecón, respondió Catalina. Mientras el coche avanzaba por las calles conocidas, miraba por la ventana y pensaba en el futuro. Mañana trabajo nuevo, gente nueva, tareas nuevas. En una semana, piso nuevo con vistas al río. En un mes, el primer viaje de trabajo al extranjero.

La vida por fin empezaba de nuevo. El teléfono vibró. Un SMS de un número desconocido. Gracias. Llamaré a mi hijo Alejandro en honor al protector. P. Catalina sonrió. Patricia le agradecía por haberla salvado. El segundo deseo también se había cumplido. La mujer que podía convertirse en la siguiente víctima de Gonzalo estaba a salvo.

El coche se detuvo junto a un edificio alto a orillas del río. Catalina apagó al conductor y miró hacia las ventanas del piso que pronto sería su hogar. un hogar de verdad donde viviría para sí misma y no para ambiciones ajenas. El sol de la tarde teñía el agua de tonos dorados.

A lo lejos sonaba música y parejas jóvenes paseaban por el malecón. La vida continuaba y ahora Catalina era una participante de pleno derecho, no una espectadora. Tres deseos se habían cumplido. La justicia prevaleció, los inocentes fueron protegidos y ella misma recuperó la libertad. Gonzalo solo dijo la verdad en una cosa. Ese crucero realmente cambió su vida, solo que no como él lo había planeado.

El crucero terminó, pero el viaje hacia una nueva vida no había hecho más que empezar.