30 ingenieros fallaron, pero la repartidora sin dinero resolvió todo. Disfruta la historia. El caos reinaba en las oficinas principales de Navarro Corp. Las pantallas gigantes parpadeaban con mensajes en rojo. Falla crítica de seguridad. Reinicio de emergencia en curso.

Ingenieros corrían de un lado a otro. Geritaban órdenes que nadie escuchaba. Y justo al centro, firme como una roca entre la tormenta, estaba Andrés Navarro, el CEO de la empresa tecnológica más importante del país. Sus ojos, fríos e intensos, no mostraban miedo ni dudas. 30 segundos dijo mirando su reloj.

Si nadie arregla esto, todos están despedidos. Estamos intentando, señor”, contestó uno de los ingenieros desesperado. “Pero el sistema no acepta más comandos.” Andrés no respondió, cruzó los brazos y esperó en silencio, como si supiera que el desastre era inevitable. En ese momento, las puertas de emergencia se abrieron de golpe. Todos voltearon.

Entrega té de limón sin azúcar y pan integral con toufu. Gritó una voz femenina mientras entraba a paso rápido. Su camiseta estaba empapada en sudor y respiraba agitada. Era Natalia Rivas, repartidora de una aplicación claramente perdida. “Señorita, esta es una zona restringida”, le gritó alguien.

 ¿No es este el piso 32? Pedido número 49. está en el sistema. Sal de aquí ahora mismo. Tranquilos, solo vine a entregar. Mi cliente es Andrés Navarro. Todos se quedaron congelados. Andrés se giró para verla. ¿Sabes quién soy? Claro. Tu nombre aparece aquí en la app, le mostró el celular. El pedido se hizo a las 11:42. Llegas un minuto tarde”, dijo él con tono seco. “Había tráfico, ella resopló.

Da igual. Aquí está tu comida.” Natalia extendió la bolsa sin entender porque todos la miraban como si fuera un ovni. Entonces notó la pantalla gigante detrás de Andrés. “Ese sistema están intentando reiniciarlo con el caché activo.” Uno de los ingenieros gruñó. Y ahora la repartidora nos va a enseñar o qué. No es que Natalia señaló el código.

 Si esa línea sigue corriendo, entrará en modo defensa y congelará todo. Andrés dio un paso al frente. ¿Entiendes esto? Un poco. Estudié informática, pero dejé la UN y en cuarto semestre. ¿Puedo intentar? Andrés miró alrededor. Todos los ingenieros bajaron la mirada. Adelante”, le dijo. Natalia se acercó al panel, tocó la pantalla con cuidado, abrió una línea oculta de código, tecleó unos comandos, desconectó un cable y reinició el sistema desde una fuente de energía secundaria.

3 segundos después, el sistema mostró estable. Acceso restaurado. Las alarmas se apagaron, las luces volvieron a la normalidad. Silencio total. ¿Funcionó? Preguntó ella confundida por las miradas. Andrés observó la pantalla y luego a ella. ¿Cuál es tu nombre? Natalia. Natalia Rivas. ¿Puedo irme ya? Espera. Ella se dio la vuelta.

 ¿No quieres un trabajo? Eh, no, gracias. Tengo más entregas. y salió corriendo como si nada hubiera pasado. Montada en su moto, cruzando las calles mojadas con la mochila en la espalda, Natalia sonrió aliviada. No tenía idea de que más de 30 cámaras la habían grabado, ni que su cara ya se compartía en chats internos, foros de tecnología y redes sociales.

Media hora después, en una sala oscura de la empresa, Andrés repetía la grabación de seguridad una y otra vez. Cada vez así en el rostro de Natalia. Natalia Rivas susurró del otro lado de Monterrey. Natalia entraba a su casa con una bolsa de plástico con arroz y huevos. Mamá, ya llegué. Una mujer delgada en silla de ruedas le sonrió con cansancio.

 ¿Cómo te fue, hija? Como siempre. Correr y correr, pero todo salió bien. Y la lluvia todavía no empieza. Voy a hacer sopa, ¿te parece? Mientras Natalia se cambiaba la camiseta y se lavaba las manos, dos hombres la observaban desde el coche estacionado frente a su casa. ¿Es ella?, preguntó uno con gorra. Sí.

 Andrés pidió que encontráramos a la repartidora del incidente. Es ella. ¿Y qué quiere con ella? No lo sabemos. Pero si el señor Navarro lo pide, obedecemos. Al día siguiente, Natalia se quedó congelada frente a un puesto de periódicos. En la portada de la revista de negocios más importante del país se leía Repartidora soluciona en segundos lo que 30 ingenieros no pudieron.

 ¿Quién es Natalia Rivas? Corrió hacia la parada del camión con el corazón a 1000. No, no, no. Esto me va a traer problemas. Pero ya era demasiado tarde. Al dar la vuelta en la esquina, una limusina negra se le paró enfrente. La ventana bajó lentamente. Era él. Natalia, dijo Andrés con una ligera sonrisa. Te he estado buscando. Los ojos de ella se agrandaron.

¿Qué? Necesito tu ayuda otra vez. Natalia dio un paso atrás, casi tropezando con una grieta de la banqueta. Mi ayuda. Mire, solo estaba haciendo mi trabajo. Fue suerte. Andrés mantenía esa mirada intensa como si pudiera leerle el pensamiento.

 La limusina brillaba bajo el sol, atrayendo las miradas de todos los que pasaban. Suerte. Soltó una media sonrisa. Nadie resuelve un problema de encriptación dinámica en segundos. Por suerte tengo que trabajar”, dijo ella ajustando la mochila. “¿Cuánto ganas al día?” “Eso es muy personal. Te pagaré el doble por una entrega especial.” Le extendió una tarjeta negra con letras doradas.

Natalia dudó, pero la tomó. Esa es la dirección. A las 7 en punto, no llegues tarde. La ventana se cerró y la limusina se alejó en silencio, dejando a Natalia con la tarjeta en la mano como si fuera una bomba a punto de explotar. En la oficina de Navarro Corp, Andrés miraba fijamente la pantalla que mostraba todos los datos disponibles sobre Natalia Rivas.

 Cada clic revelaba más sobre esa joven que había aparecido de la nada. Había dejado la carrera de informática en su tercer año. Tenía excelentes calificaciones, una beca completa. Vivía en el campus hasta que su papá falleció. Julián, su asistente desde hacía más de 10 años, estaba parado junto a la puerta.

 ¿Por qué alguien con tanto talento estaría repartiendo comida? Murmuró Andrés más para sí que para su asistente. Tal vez oculta algo. Sugirió Julián. Andrés giró la silla y se quedó mirando los ventanales con vista a la ciudad. Sigue investigando. Quiero saberlo todo sobre ella. En una esquina de la pantalla apareció una noticia de hace 3 años. Chef famoso acusado de envenenar a Comensales en restaurante de lujo.

 La foto mostraba a un hombre de mediana edad con una sonrisa parecida a la de Natalia. Interesante”, susurró Andrés. “La hija de un criminal debería desaparecer.” Mientras tanto, en un mercado de barrio, Natalia estaba comprando medicinas para su madre. Estaba por pagar una caja de analgésicos cuando escuchó una voz familiar. “La hija de un asesino no debería andar por aquí.

” Natalia se congeló, apretó con fuerza la caja. Silvia Lujan, una excompañera de la universidad, la miraba con desprecio desde el pasillo, con su melena rubia perfectamente planchada y esa sonrisa venenosa de siempre. Pensé que habías desaparecido después de que arrestaron a tu papá, dijo Silvia en voz alta para que todos escucharan.

 ¿Qué se siente ser hija de quien casi mata a 15 personas? Natalia respiró profundo y contó mentalmente hasta tres. “Mi padre era inocente”, dijo sin voltearse. Silvia se ríó con crueldad. “Claro, por eso se colgó en la cárcel, ¿no? Los inocentes siempre hacen eso.” El cuerpo de Natalia tembló, pero su celular vibró. Era un mensaje de su mamá. “No olvides la medicina, hija.

 Te quiero.” Eso la calmó. pagó en silencio y salió ignorando las miradas curiosas. “Cobarde, igual que tu papá”, le gritó Silvia. Camino a casa, Natalia luchaba por contener las lágrimas. Ya habían pasado 3 años desde que su padre, Ernesto Rivas, un talentoso chef, fue acusado de envenenar postres en un restaurante de lujo.

 Dos semanas después de ser arrestado, lo encontraron muerto en su celda. Ese día su mundo se vino abajo. Tuvo que abandonar la universidad y cuidar de su madre, que quedó enferma del trauma. Al llegar a casa, encontró a su hermano Mateo, de solo 12 años, con las manos metidas bajo el fregadero.

 “¿Qué haces, P? Está goteando otra vez.”, respondió sin levantar la mirada. Se desperdicia mucha agua. Natalia sonrió con tristeza. Mateo tenía la misma tenacidad que su papá. Y mamá está dormida. Se cansó mucho hoy. Natalia fue a verla. Teresa dormía en una cama colocada contra una pared con pintura descascarada.

 Al lado, una foto de Ernesto sonriendo junto a un platillo decorado con perfección el último premio que había ganado. Su celular volvió a sonar. Era Marcos, su jefe en la app de reparto. Natalia, estás fuera. Ya no te quiero en la plataforma. ¿Qué? ¿Por qué? Primero te metes a una empresa de alta seguridad, luego sales en todos los noticieros.

 Esto es malísimo para la imagen del servicio. Marcos, por favor, necesito este trabajo. Se acabó. Trae el uniforme mañana. La llamada se cortó. Natalia se dejó caer en el piso de la cocina con la espalda contra la pared fría. Otro trabajo perdido. Apenas y ganaba para los medicamentos de su madre. Entonces se acordó de la tarjeta negra, la que le había dado Andrés.

 Tal vez esa entrega especial era su única opción. A las 7:2 de la noche, Natalia se bajó de su vieja bicicleta frente a uno de los restaurantes más exclusivos de Monterrey. Llevaba lo único decente que tenía, unos jeans no tan desgastados y una blusa prestada por la vecina. El ballet la miró con desdén. “La entrada de servicio es por atrás”, le dijo señalando con la cabeza.

 “Busco a Andrés Navarro”, dijo ella levantando la barbilla. “Me invitó.” El tipo se ríó. Ajá. Y yo soy el presidente del país. En ese momento, un Aston Martin plateado se detuvo frente al restaurante. Andrés bajó del auto, impecable con su traje a medida. El Dala corrió hacia él ignorando a Natalia. Su mesa está lista, señor Navarro.

Andrés miró a Natalia y se acercó. “Llegas tarde”, dijo revisando su reloj de platino. “2 minutos. Vine en bicy. Él miró la bicicleta oxidada, luego su ropa sencilla. Vamos. Mientras caminaban por el restaurante Cinco estrellas, Natalia sentía todas las miradas encima. Las mesas estaban llenas de políticos, celebridades y empresarios, gente con ropa carísima y joyas que brillaban más que las lámparas.

 Andrés la llevó a una mesa reservada en el Mesanime con vista a la ciudad iluminada. ¿Qué hago aquí? Preguntó en cuanto estuvieron solos. Quiero ofrecerte un trabajo. Seguridad tecnológica. Natalia se ríó con amargura. No terminé la carrera. No me interesan los títulos. Me importan los resultados. Un mesero se acercó con copas de champán. Andrés lo despachó con un gesto. ¿Por qué haces esto? En serio ni siquiera me conoces.

Andrés la observó por un momento. Tenía esa mirada fría y calculadora, pero algo más, curiosidad. Hiciste en segundos lo que mis expertos no pudieron hacer en una hora. Eso me llamó la atención. Ya averiguaste sobre mi pasado, ¿verdad? Debes saber lo de mi papá. Un destello pasó por los ojos de Andrés.

 Sé que fue un chef talentoso y supuestamente un criminal”, agregó Natalia con amargura. Eso es lo que dicen. “¿Y tú qué dices?” Natalia tragó saliva. Le dolía hablar de eso. Que era inocente, que jamás hubiera hecho algo así, que amaba cocinar más que a nada en la vida. El mesero volvió con los platillos, una obra de arte para Andrés y otra igual de elaborada para Natalia.

Ella lo miró con recelo. Los recuerdos le revolvieron el estómago. “Mi papá cocinaba mejor”, murmuró. “¿Tú también cocinas?” Aprendí de él, respondió probando con cuidado, pero nunca pude seguir. Andrés la miraba con una intensidad que la incomodaba. Por primera vez, Natalia notó lo atractivo que era. Tenía ese aire misterioso y elegante que imponía respeto. “Tengo una propuesta.

” “Bueno, más bien una prueba,”, dijo al fin. “¿Qué tipo de prueba?” “Mañana en las oficinas de la empresa a las 9 en punto.” “¿Y si digo que no?” Andrés sonrió de forma enigmática. Entonces habré perdido mi tiempo y tú una oportunidad. El resto de la cena pasó en silencio incómodo. Natalia no podía entender que quería ese hombre de ella.

 Al salir del restaurante, una mujer delgada y elegante se les acercó. tenía un vestido negro de diseñador y una sonrisa que no prometía nada bueno. “Andrés, qué sorpresa verte por aquí”, dijo. Sus ojos recorrieron a Natalia de pies a cabeza con burla. “¿Y esta, ¿quién es? Tu nueva asistente, Mónica Lujan, respondió Andrés con frialdad. No esperaba verte.

” Natalia sintió un escalofrío al oír ese apellido. Lujan, como Silvia, ¿se conocen? Preguntó Andrés notando la atención. No exactamente, respondió Natalia sin quitarle la vista a Mónica. Pero conozco a tu hija, Silvia. Los ojos de Mónica brillaron con reconocimiento.

 Espera, ¿eres la hija de Ernesto Rivas? El chef que trató de envenenar a mi esposo. Natalia sintió como el suelo le desaparecía. Mi padre era inocente, dijo automáticamente. Mónica se ríó con malicia. Tu padre era un fracasado que no soportaba la competencia. Intentó matar a Ramiro por envidia. Andrés observaba todo sin intervenir.

 Ramiro Luján, el dueño de la cadena de restaurantes. Mi esposo, confirmó Mónica. Estuvo a punto de morir por culpa de tu padre. La sangre de Natalia hervía. Fue una trampa. Mi papá jamás haría algo así. La evidencia decía lo contrario, querida, igual que el jurado que lo condenó. Natalia dio un paso al frente, pero Andrés le sujetó el brazo con suavidad.

Ya terminamos aquí, Mónica, dijo con autoridad. Que tengas buena noche. Ten cuidado con a quien contratas, Andrés, advirtió Mónica con una sonrisa fingida. La mala sangre siempre termina saliendo. Cuando se alejó, Natalia temblaba de la rabia. Ahora entiendes por qué no puedo aceptar tu trabajo. Dijo soltándose.

Todo Monterrey piensa que soy la hija de un asesino y eso te detiene para demostrar lo contrario. Lo he intentado. Nadie me cree. No dije que tuvieras que convencerlos, respondió Andrés. Dije que tenías que probarlo. Natalia sintió un nuevo fuego dentro de sí. ¿Cómo? Ven mañana. Descúbrelo.

 Andrés subió a su auto dejándola en la acera, atrapada entre el miedo y la curiosidad. Al llegar a casa esa noche, Natalia encontró una hoja doblada sobre la mesa, un aviso de desalojo. Tres meses sin pagar la renta. Mateo dormía en el sofá abrazando uno de los libros de cocina de su papá. Natalia miró la foto de Ernesto en la pared. Sus ojos siempre alegres, su sonrisa serena.

 “¿Qué dirías ahora, papá?”, susurró sintiendo el nudo en la garganta. Su celular vibró. Un mensaje de Andrés. “La limusina estará ahí a las 8:30. No llegues tarde.” Natalia miró el citatorio del juzgado, luego a su hermano dormido y por último la imagen de su padre. Tengo que intentarlo, papá, por todos nosotros. En otro rincón de la ciudad, Andrés repasaba documentos del caso de Ernesto.

Fotos, reportes forenses, testimonios, todo apuntaba a algo turbio. Encontré algo extraño, señor, dijo Julián al entrar. Sobre el caso de envenenamiento. Hay inconsistencias en los informes toxicológicos. Andrés sonrió levemente. Sigue acabando y que todo esté listo para mañana. ¿Está seguro, señor? La junta no va a probar esto.

 La junta no necesita saberlo. Aún no. En la pantalla de su laptop, el rostro de Ernesto junto al de Natalia. Mismo gesto decidido, misma sonrisa tranquila. Andrés cerró el equipo. Mañana será interesante. A las 8:27 de la mañana siguiente, Natalia estaba lista, parada en la banqueta frente a su casa usando la misma blusa prestada y unos jeans limpios. Mateo la miraba desde la ventana.

 “Es la primera vez que veo una limusina de verdad”, dijo con los ojos bien abiertos. Natalia sonrió nerviosa. “No me esperes para la comida. Cuida a mamá. Sí. ¿Vas a trabajar con el señor Rico? No, no sé. P. Solo voy a ver qué quiere. La limusina se detuvo y el chóer bajó para abrirle la puerta. Natalia pensaba que Andrés estaría dentro, pero el vehículo estaba vacío.

Durante el trayecto, vio como su colonia iba quedando atrás. Las casas viejas, los cables colgando, los negocios pequeños, todo eso se iba reemplazando por edificios brillantes, avenidas amplias y autos lujosos. Ya en Navaro Cororp, una secretaria perfectamente vestida la recibió en el lobby.

 Señorita Ribas, por aquí, por favor. La llevaron al último piso, donde una sala de juntas con paredes de cristal estaba llena de personas con trajes carísimos. Todos se callaron cuando ella entró. Andrés estaba sentado al centro de la mesa, tan sereno como siempre. Señores, les presento a Natalia Rivas. La mayoría la escaneó con la mirada.

 Uno carraspeó claramente molesto. Andrés, ¿podemos hablar en privado?, preguntó un señor canoso. Por supuesto, Eduardo. Natalia, espera en mi oficina, por favor. La dejaron sola en la oficina del CEO. Había diplomas, premios, una vista impresionante de la ciudad, pero ni una sola foto personal, solo trabajo. De repente entró Andrés, seguido por Eduardo y otros dos ejecutivos.

Esto es inaceptable. Soltó Eduardo. Vas a contratar a la hija de un criminal en el área de seguridad. Eso es un riesgo para todos. Natalia se sonrojó de la vergüenza. Mi papá era inocente. Tu opinión no importa, muchacha, soltó Eduardo intacto. Los hechos hablan. Andrés no se alteró. Los hechos muestran que Natalia resolvió un problema que nadie aquí pudo. Tuvo suerte.

Entonces, hagamos una prueba dijo Andrés mirando a Natalia. esta noche en la cena benéfica de la empresa. No iba a ser aquí, preguntó Natalia confundida. Cambio de planes. Estaremos recibiendo inversionistas y socios internacionales. Cena formal.

 ¿Y qué tengo que ver yo con eso? La chefa encargada del evento es Ameliche Valier, tres estrellas, Micheline. Tú dijiste que tu padre cocinaba mejor. Demuéstralo. La sala quedó en silencio. Todos miraban incrédulos. ¿Estás diciendo que esta chica compita con Omoly Chevali? Preguntó Eduardo boque abierto. Exacto. Dijo Andrés. Si Natalia prepara un platillo mejor, tendrá un puesto en la empresa y 50,000 pesos.

 ¿Y si pierdo?, preguntó ella. Vuelves a repartir sin manchar tu nombre más de lo que ya está. Eduardo se rió con zorna. Seguro ni sabe hacer un huevo frito. Natalia frunció el ceño. Esa chispa en su mirada apareció otra vez. Acepto. El salón de eventos de Navarro Core brillaba con luces doradas.

 Las mesas estaban decoradas con elegancia. El champán corría y la élite de Monterrey llenaba el lugar con trajes y vestidos caros. Desde la cocina, Natalia observaba todo con su delantal blanco encima de su ropa sencilla. En la cocina principal, Ameliche Valier daba órdenes con precisión militar. Alta, con el cabello recogido, cada uno de sus movimientos era perfecto.

 Al ver a Natalia, frunció el ceño. “Tú eres la retadora.”, preguntó con acento francés marcado. Aquí se cocina con técnica, no con suerte. Natalia no contestó. Se acercó a los ingredientes analizando mentalmente su estrategia. Andrés apareció en la entrada de la cocina elegante con su smoking.

 ¿Todo listo para el reto? Ui, respondió Amelie. Pero sigo pensando que esto es ridículo. Las reglas son simples, explicó Andrés. Cada una preparará un platillo principal. Los invitados lo probarán sin saber quién lo hizo. El ganador será elegido por votación. Eso no es justo, protestó Natalia. Ella tiene todo un equipo. Puedes elegir un asistente, ofreció Andrés.

Natalia miró alrededor. Todos eran parte del equipo de Amelí. Entonces vio a un joven lavando platos en una esquina. Él dijo señalando. Yo. El chico se sorprendió. Solo soy el de la limpieza. Tu nombre. Leo. Eres mi asistente ahora, Leo. Amelí soltó una carcajada. Buena elección. un lavaplatos para ayudar a una repartidora. El reto comenzó.

Mientras Amelí se movía con elegancia entre su equipo, Natalia al principio parecía perdida. ¿Qué hago? Preguntó Leo nervioso. Natalia respiró profundo, recordando las palabras de su papá. Cocinar no es seguir recetas, es contar una historia. Necesito aceite de oliva, tomillo, romero y ese filete”, dijo señalando. Vamos a contar una historia.

 Poco a poco sus movimientos se volvieron seguros. Leo la miraba con admiración, obedeciendo cada instrucción con cuidado. Desde el otro lado de la cocina, Amelie notó el cambio en su actitud y frunció el ceño. Los invitados comenzaban a sentarse. Andrés observaba desde la puerta con atención. Esto es un error, Andrés”, le dijo Eduardo.

 Esa chica va a hacernos quedar en ridículo. Ya veremos. Cuando terminó el tiempo, dos platos fueron presentados ante los jueces. Una sofisticada creación francesa de Amelí y el de Natalia, simple en apariencia, pero con un aroma irresistible. Andrés fue el primero en probar. Cerró los ojos al saborear el platillo de Natalia. Esto me recuerda algo familiar.

probó el de Amelí y asintió con respeto. Los demás comenzaron a probar. Se escuchaban susurros, miradas sorprendidas. En una de las mesas, Mónica Luján la reconoció. “Esa es la hija del chef criminal”, dijo en voz alta. Las miradas se volvieron hacia Natalia. “Yo no probaría nada que haya hecho”, añadió Mónica.

 “¿Y si es como su papá?” Natalia sintió como todo su esfuerzo comenzaba a desmoronarse. Andrés se acercó a Mónica con una sonrisa helada. Señora Lujan, si se niega a probar el platillo, queda descalificada como juez. Se giró hacia los demás. Y si alguien más piensa igual, retiraré mi patrocinio de todos sus proyectos. Silencio total. Ahora continuamos.

Hagamos un juego para quienes leen los comentarios. Escribe la palabra ensalada en la sección de comentarios. Solo quien llegó hasta aquí lo entenderá. Continuemos con la historia. El ambiente se llenó de tensión mientras los jueces seguían degustando ambos platillos. Natalia se mantenía firme, aunque sus manos aún temblaban un poco.

 A su lado, Leo le dio una palmadita en el brazo. Estuvo increíble, le susurró. Nunca había nadie cocinar así. Andrés subió al pequeño escenario en medio del salón con un sobre dorado en la mano. Su rostro no mostraba ninguna emoción. “Damas y caballeros”, dijo con voz firme, el resultado de este reto culinario fue sorprendente.

Amelí seguía sonriendo con confianza mientras Natalia respiraba hondo, preparada para la derrota. “Por una diferencia de tres votos, continuó Andrés. La ganadora es Natalia Rivas. Un murmullo recorrió la sala. Amelí abrió la boca sin poder creerlo. Natalia parpadeó como si no hubiera escuchado bien. ¿Qué? murmuró.

La decisión es final”, añadió Andrés ignorando el reclamo de una Mónica furiosa que se levantó de su asiento. Los flashes de las cámaras comenzaron a dispararse. Andrés se acercó con el cheque en la mano. Como prometí, 50,000 pesos y una posición en Navarro Corp. Cuando Natalia tocó el cheque, sintió un nudo en la garganta.

 Con eso podría pagar la renta, las medicinas de su madre y ayudar a Mateo con la escuela. Gracias”, dijo con la voz entrecortada. Andrés le sonrió y por primera vez esa sonrisa parecía genuina. “Te lo ganaste.” A la mañana siguiente, el nombre de Natalia estaba en todos los portales de noticias.

 Hija de chef acusado vence a Estrella Micheline, de repartidora a chef de élite, genio o estrategia peligrosa de Andrés Navarro. Sentada en la mesa de su cocina, Natalia leía los titulares en su celular. Teresa, su madre, sostenía el cheque entre sus manos temblorosas. 50,000 hija murmuró. Es mucho dinero. Mateo daba saltitos por toda la sala. Ya somos ricos. Vamos a tener casa nueva.

 Natalia sonrió agotada pero feliz. No es tanto como crees, P, pero sí nos va a ayudar bastante. Su teléfono vibró con otro mensaje de Andrés. Oficina 10 de la mañana, tenemos que hablar. Pero antes de que pudiera contestar, sonó el timbre. Natalia fue a la puerta. Natalia Rivas. Sí.

 Un hombre de traje le apuntó con un micrófono. Soy reportero del Diario Nacional. ¿Algún comentario sobre las acusaciones de que seguiste los pasos criminales de tu padre para ganar el concurso? Natalia se quedó helada. ¿Qué? Una camioneta de otro medio se estacionó de golpe. Más reporteros bajaron con cámaras en mano.

 Es cierto que tu padre te enseñó técnicas de envenenamiento antes de morir. ¿Qué se siente trabajar para la empresa que tu padre intentó sabotear? Las preguntas volaban como dardos. Natalia cerró la puerta de golpe y se quedó pegada a la madera, respirando con dificultad. Otra vez, susurró, me están haciendo lo mismo que a él.

 En las oficinas de Navarro Corp, Andrés miraba las noticias sensacionalistas en la televisión. Su mandíbula tensa, los ojos clavados en las imágenes de Natalia rodeada de periodistas. “Esto es absurdo,” murmuró. ¿Quién plantó esta historia? Julián entró con una tablet en mano. Señor, la junta convocó a una reunión de emergencia.

 Exigen que despida a Natalia de inmediato. Y Ramiro Luján dijo algo. Sí. Dio una entrevista exclusiva reviviendo el caso de envenenamiento. Dijo que usted está poniendo en riesgo la seguridad de todos al contratar a alguien con ADN criminal. Andrés apagó el televisor con fuerza. prepara la reunión y sigue investigando todo sobre el caso de Ernesto Rivas.

 Cuando Natalia llegó a la empresa, notó algo distinto. Miradas de desconfianza, susurros. El guardia de seguridad la revisó dos veces. En la recepción, una secretaria que no conocía le habló con tono seco. El señor Navarro está en junta. Espere, por favor. se sentó en el sillón de la recepción, sintiéndose más pequeña que nunca. En una pantalla cercana pasaban una entrevista de Ramiro.

 “Me preocupa profundamente la estabilidad de Navarro Corp”, decía con rostro serio. Ernesto Rivas era inestable, un peligro. Casi nos mata a mí y a mis clientes. ¿Quién garantiza que su hija no herede esos impulsos? Natalia sintió un escalofrío. Ramiro, el hombre que destruyó a su papá, ahora venía por ella. Las puertas de la sala de juntas se abrieron de golpe. Ejecutivos salieron con rostros tensos.

Eduardo pasó junto a ella con mirada de furia. Contenta. Ya perdimos tres contratos por tu culpa. Andrés fue el último en salir. Su cara no mostraba nada. Natalia. a mi oficina. El elevador subió en completo silencio. Ya adentro de la oficina, Andrés suspiró. Tenemos que hablar de tu padre. Natalia se tensó. Si cree esas mentiras, no lo hago. La interrumpió.

Pero necesito saber toda la verdad. Ella dudó. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Mi papá era chef en el jardín de Roses, el restaurante más importante de Monterrey. Ramiro Luján era el dueño. Sigue. Papá creó un menú increíble. Ganó premios, salió en revistas, pero quería abrir su propio lugar. Cuando se lo dijo a Ramiro, hizo una pausa para no llorar.

La semana siguiente, 15 personas se enfermaron. Hallon veneno en los postres. Lo arrestaron ese mismo día y él lo negó hasta el final. Dijo que lo habían incriminado. Dos semanas después lo encontraron. Su voz se quebró. En su celda colgado. Andrés abrió una carpeta en su escritorio. Encontramos algo interesante.

Las autopsias tienen inconsistencias. El veneno no causa los síntomas que presentaron los clientes. Los ojos de Natalia se abrieron como platos. ¿Qué? Alguien manipuló las pruebas. Antes de que pudieran seguir hablando, la puerta se abrió de golpe. Mónica Luján entró seguida de dos guardias y un equipo de noticias. Andrés Navarro gritó con dramatismo.

¿Cómo te atreves a proteger a una criminal como ella? ¿Quién la dejó entrar? Andrés estaba rojo de furia. “Mi esposo tiene acciones en tres de tus proveedores”, dijo ella con sonrisa venenosa. ¿Quieren respuestas? Las cámaras se giraron hacia Natalia, que se quedó paralizada. “Esa mujer es hija de un asesino”, gritó Mónica señalándola.

“Y ahora hace lo mismo que su padre.” “Ya basta”, ordenó Andrés señalando a los guardias. Sáquenlos a todos ahora. Mientras la sacaban a la fuerza, Mónica alcanzó a gritar. Vas a arrepentirte de defenderla, Andrés. La junta ya bota para sacarte. Cuando quedaron solos, Natalia temblaba. Debería irme, murmuró. Estoy arruinando tu reputación.

Andrés se quedó un momento mirando por la ventana. Luego se giró hacia ella con una mirada intensa. “¿Sabes por qué me llamó la atención tu caso, Natalia?” Ella negó con la cabeza. Porque somos parecidos. Los dos sabemos lo que es la injusticia. Se acercó un poco más hasta quedar frente a ella.

 Vamos a limpiar el nombre de tu papá y vamos a descubrir quién fue realmente el culpable. Natalia lo miró sorprendida por la firmeza de sus palabras. ¿Por qué? ¿Por qué te importa tanto? Andrés la miró con una expresión que ella no había visto antes, algo más que solo determinación. Porque yo sé cuando alguien dice la verdad.

 La lluvia caía con fuerza cuando la limusina de Andrés se detuvo frente a la modesta casa de Natalia. Las calles estrechas apenas permitían el paso del auto de lujo. Desde las ventanas, algunos vecinos chismosos miraban con curiosidad. “¿Estás seguro de esto?”, preguntó Natalia, nerviosa. “¿Puedes dejarme aquí?” “No hace falta que entres.

” Andrés observó las fachadas desgastadas, los cables colgantes, los charcos acumulados en la calle. “¿Te da pena dónde vives?” No, respondió con firmeza. Estoy orgullosa de mi casa, solo pienso que tal vez no te sientas cómodo. Él sonrió leve. ¿Crees que nací con una cuchara de plata en la boca? Antes de que pudiera contestar, el chóer le abrió la puerta y Andrés salió bajo la lluvia como si nada. Natalia lo siguió rápido hasta la entrada.

Al abrir la puerta encontraron a Mateo viendo caricaturas en la televisión vieja del rincón. Cuando vio a Andrés, se quedó boqueabierto. Es el señor rico de la tele, gritó Mateo. Regañó Natalia, pero Andrés ya estaba riendo. Tú debes ser el hermano de Natalia. Soy Andrés.

 ¿De verdad tienes un helicóptero? En realidad tengo dos. Wow, ¿me puedes dar un paseo un día? Mateo intervino Natalia avergonzada. Ve a ver si mamá necesita algo, por favor. El niño se fue despacito, aunque sin dejar de mirar a Andrés con los ojos brillantes de emoción. “Lo siento”, dijo Natalia. “A veces dice lo primero que se le ocurre.

” Me recuerda a mí cuando tenía su edad”, respondió Andrés observando las fotos viejas en la pared. Se detuvo en una. Ernesto sonriendo junto a un platillo decorado con flores. “¿Tu papá?” “Sí”, dijo ella bajando la voz. Ese día ganó el premio a chef del año. Seis meses antes de que todo se viniera abajo. Un leve torcido se escuchó desde la habitación contigua. Natalia se tensó. Es mi mamá.

 No ha tenido un buen día. Andrés la siguió hasta el cuarto pequeño donde Teresa estaba acostada. Al verlos, abrió los ojos sorprendida. “Mamá, él es Andrés Navarro”, dijo Natalia sin saber bien cómo presentarlo. “Mi amigo”, completó Andrés acercándose a saludar. Un gusto conocerla, señora Teresa.

 Ella le dio la mano con suavidad, aún sin entender bien qué pasaba. ¿Qué hace un hombre como usted en una casa como esta? Andrés se sentó en la silla al lado de la cama. Su hija es extraordinaria. Teresa sonrió con orgullo. Siempre lo ha sido, como su padre. Estamos revisando su caso, explicó Andrés. Creo que fue víctima de una trampa. Los ojos de Teresa se llenaron de lágrimas. Nadie nos creyó nunca.

 Ernesto jamás haría algo así. Nunca. Mientras Natalia fue a buscar un vaso de agua, al volverlos encontró conversando como si se conocieran de años. Teresa, más animada que en semanas, contaba anécdotas de su esposo. Siempre decía que la comida era el lenguaje universal. Decía. Si quieres conocer a alguien de verdad, prueba lo que cocina.

 Andrés la escuchaba con genuino interés, haciendo preguntas de vez en cuando. Afuera, la tormenta se volvía más intensa. “Parece que te vas a quedar atrapado aquí”, dijo Natalia mirando por la ventana. “No te preocupes por mí”, respondió él. “He vivido tormentas peores.” Cuando Teresa se durmió, Natalia llevó a Andrés a la cocina.

¿Tienes hambre? No es gran cosa lo que hay, pero puedo hacer algo rápido. Déjame ayudarte, dijo quitándose el saco caro y remangándose la camisa. Natalia se lo quedó viendo entre divertida y confundida. ¿Sabes cocinar? Digamos que me defiendo. Y para su sorpresa, Andrés se movía con soltura por la pequeña cocina.

 Picaba con precisión, medía condimentos con exactitud. ¿Dónde aprendiste? Antes de fundar Navarro Corp, trabajé 3 años como ayudante de cocina en Taiwán. Aprendí con un chef que tenía una estrella, Micheline. Natalia dejó lo que hacía. Lo miró sorprendida. Jamás lo habrías dicho. Nunca preguntaste, respondió con una sonrisa.

Juntos prepararon una comida sencilla pero rica. El olor llenó la casa y Mateo entró corriendo. Huele buenísimo. Tengo hambre. Mientras comían, Andrés parecía otra persona. Se reía. Preguntaba por los videojuegos favoritos de Mateo. Hablaban de coches. ¿Por qué escogiste a mi hermana para trabajar contigo?, preguntó el niño sin filtro.

Andrés miró a Natalia antes de contestar, porque ella ve soluciones donde otros solo ven problemas. Natalia se sonrojó. No estaba acostumbrada a que la admiraran así. Después de comer, Mateo convenció a Andrés de jugar una partida de ajedrez improvisado usando tapas de refresco como fichas.

 Y para sorpresa de Natalia, Andrés fingió perder, exagerando cuando Mateo le comía las piezas. Eres todo un estratega”, dijo riendo. “Deberías pensar en una carrera en negocios.” Natalia los observaba con un sentimiento extraño en el pecho. Ver a Andrés, tan serio y elegante, riéndose con su hermano como si fueran familia, le revolvía algo por dentro. La tormenta amainó ya casi a medianoche.

Andrés revisó su teléfono que seguía vibrando con notificaciones. “Problemas?”, preguntó ella. Nada que no pueda esperar hasta mañana, dijo guardándolo. Pero ya es tarde. Debería irme. En la puerta Andrés se giró hacia Natalia. Gracias por la cena. Fue diferente. Diferente bien o diferente mal. Definitivamente bien, respondió mirándola con intensidad.

 Ese momento duró más de lo normal, pero ninguno dijo nada. Cuando Andrés finalmente se fue, Natalia cerró la puerta y se recargó contra ella con el corazón acelerado. ¿Te gusta? Gritó Mateo desde el pasillo. ¿Qué? No digas tonterías, pero sus mejillas rojas la delataban. Natalia y Andrés bajo un árbol. B s a n d o. Ya basta. Le lanzó una almohada.

 A la mañana siguiente, el celular de Natalia vibró. Un mensaje de Andrés. Prende la tele. Ya encendió el aparato viejo en la sala. Mateo ya estaba ahí con los ojos bien abiertos. Mira esto. En la pantalla, una reportera hablaba con tono alarmista. Anoche, el CEO de Navarro Corp, Andrés Navarro, fue visto en un barrio humilde cenando en casa de la polémica Natalia Rivas.

Fuentes cercanas al consejo afirman que los accionistas están furiosos por el involucramiento personal del ejecutivo. Ramiro Luján apareció en una entrevista. Estoy profundamente preocupado por la salud mental de Andrés. Claramente ha sido manipulado. Luego salió Mónica con esa sonrisa de víbora. Evidentemente está usando las mismas tácticas que su padre.

Primero envenenó Comensales, ahora envenena la mente de un empresario poderoso. Natalia sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. En otras noticias, el programa Estrella Gastronómica confirmó que Natalia Riva será invitada especial en su próximo episodio, lo que ha causado fuerte controversia entre los televidentes. Sonó su celular. Era Andrés.

 ¿Viste las noticias? Sí, contestó ella. la voz temblorosa. Esto podría arruinarte. No me importa, dijo él decidido. Pero tenemos que tener cuidado. El programa es una trampa. ¿Cómo lo sabes? Ramiro es el principal patrocinador. Quiere humillarte en vivo. Natalia cerró los ojos, respiró profundo. Así que eso quiere.

 Muy bien, iré al programa y voy a demostrar que los ribas no somos lo que él dice. En el otro lado de la línea, Andrés sonrió. Eso era justo lo que esperaba escuchar. Los estudios de televisión brillaban con luces potentes. Asistentes corrían de un lado a otro. Maquillistas hacían los últimos retoques y el público murmuraba emocionado desde las gradas.

El programa Estrella Gastronómica era el más visto del país, famoso por sus desafíos extremos y jueces despiadados. Natalia esperaba tras bambalinas tratando de controlar el temblor de sus manos. Andrés había insistido en que no fuera, pero ella no quiso escuchar. Es la única manera de limpiar nuestro nombre, le había dicho.

 5 minutos gritó un productor. A su alrededor los otros participantes la miraban con desdén. Todos eran chefs conocidos, finalistas de ediciones pasadas, con sus uniformes impecables, cuchillos personalizados y actitud de superioridad. Natalia, con un simple mandil blanco, destacaba por no encajar.

 “Nerviosa, hija del envenenador”, susurró una rubia con mirada burlona. “Dicen que eso se hereda.” Natalia mantuvo la cabeza en alto ignorando los comentarios. Recordó las palabras de su padre. “En la cocina, no importa de dónde vienes, solo importa lo que creas.” Las luces bajaron. La música del programa estalló.

 Santiago Ramírez, el conductor, apareció con su sonrisa exagerada y su energía de siempre. Buenas noches, Monterrey. Hoy tenemos una edición especial de estrella gastronómica con la concursante más polémica de nuestra historia. Prepárense para una noche ardiente. La gente aplaudía, aunque también se escuchaban algunos abucheos. Natalia respiró hondo y nuestros jueces de esta noche, anunció Santiago, el chef Ricardo Baesa, la crítica Andrea Cervantes y nuestro invitado especial, Ramiro Luján. Natalia sintió cómo se le helaba la sangre. Ramiro sonreía desde

la mesa de jueces con esa expresión de satisfacción falsa que conocía también. Nada era casualidad. Todo esto estaba planeado. Los concursantes fueron presentados uno por uno. Cuando Natalia apareció en cámara, algunos del público levantaron pancartas fuera la familia del veneno.

 Santiago, sin perder oportunidad, la apuntó con el micrófono. Natalia Rivas, hija del infame chef Ernesto Rivas, acusado de intentar envenenar a 15 personas. ¿Qué se siente estar aquí? Vine a cocinar, no a hablar del pasado”, respondió firme. “¡Ah, pero el pasado siempre regresa”, insistió Santiago guiñando a la cámara. Ramiro se inclinó hacia el micrófono.

“Admiro tu valentía, Natalia, sobre todo tomando en cuenta tu historial familiar.” Algunos del público rieron con crueldad. Natalia mantuvo la mirada baja. No iba a caer en provocaciones. El reto de hoy, anunció Santiago, preparar un platillo insignia en 60 minutos. El mejor tendrá inmunidad, el peor será eliminado de inmediato.

 Los ingredientes fueron revelados. Cada estación estaba equipada, excepto la de Natalia. Sus cuchillos estaban desafilados, las ollas ralladas y la estufa parecía tener años de uso. “Comienza el tiempo”, gritó Santiago. El cronómetro empezó a correr. Natalia revisó los ingredientes. Planeaba hacer un risoto de hongos con reducción de vino, receta favorita de su padre.

 Pero al abrir el paquete, descubrió que no era arroz arbóo, sino arroz común. No servía para risoto. Primera trampa murmuró. Decidió improvisar. Prepararía un arroz cremoso usando otra técnica. Se puso a trabajar. Las cámaras la seguían de cerca, captando cada movimiento. En su estación, los jueces se acercaron. “Interesante técnica,”, comentó Ricardo con tono burlón.

 Tu padre te la enseñó antes de Bueno, ya sabes. Sí, respondió ella sin detenerse. Fue un gran chef, aunque algunos no quieran recordarlo así. Ramiro soltó una risita. Un gran chef, por favor. No podía ni distinguir el azúcar del veneno. El público se reía. Natalia apretó los dientes y siguió trabajando. Intentó usar el procesador para picar los champiñones. Hacía un ruido extraño y de pronto se apagó.

 “Segunda trampa”, pensó agarrando un cuchillo para picar a mano. El reloj marcaba 30 minutos. La estufa no calentaba bien, el agua apenas burbujeaba. Problemas técnicos, Rivas”, dijo la rubia desde la estación de al lado. Natalia ignoró el comentario y cambió de estrategia. Usaría el horno. El ambiente era tenso. Algunas personas del público murmuraban, otras reían.

 Natalia no escuchaba nada, solo pensaba en una cosa, resistir. Faltaban 15 minutos. Abrió el horno para revisar su arroz. Y una nube de humo negro salió. Alguien había subido la temperatura al máximo. “Tenemos fuego en la cocina”, gritó Santiago divertido mientras las cámaras captaban el desastre. Natalia tragó saliva. Su platillo estaba arruinado. El arroz quemado, las verduras secas.

Solo quedaban 12 minutos. recordó las palabras de Ernesto. Cuando todo esté perdido, regresa a lo básico. Busca el sabor puro. Miró lo que le quedaba. Algunas hierbas, vegetales, especias. Nada espectacular, pero aún podía crear algo. Se puso a cortar, mezclar, montar, rápido, preciso, olvidándose del público, de los jueces, del pasado.

 Solo ella y su cocina. 5 minutos gritó Santiago en su platón final colocó un tartar de vegetales con hierbas frescas. Sencillo pero balanceado. Era una técnica que su padre le había enseñado para emergencias. Tiempo, manos arriba. El público aplaudió. Natalia respiraba agitada. Los jueces pasaron por las estaciones.

El primer platillo fue el de la rubia con mucha presentación. Los jueces sonreían. Luego otros más elaborados llegaron al suyo. Silencio total. Ramiro lo probó primero. Hizo una mueca comestible, pero sin nivel. No tiene lugar en esta competencia. Ricardo fue el siguiente. Técnica básica, sabor pasable, pero decepcionante.

Natalia se mantuvo firme. Andrea Cervantes probó por último, masticó despacio. Este sabor me resulta familiar, dijo pensativa. Como un fracaso, interrumpió Ramiro. Como su padre. El público murmuraba. Algunos reían. Santiago sonreía feliz con el rating. En ese instante se abrieron las puertas del estudio.

 Andrés entró acompañado de dos abogados. “Perdón por la interrupción”, dijo mientras caminaba con paso firme hacia los jueces. “Pero no podía perderme esta actuación.” Un murmullo recorrió la sala. Las cámaras enfocaron su rostro. Señor Navarro, Balbuceo Santiago vino a observar, vine a aclarar algo. Se paró frente a la mesa de jueces.

Si Natalia Rivas pierde esta competencia, Navarro Cort cancelará de inmediato los 50 millones que patrocina este programa. Silencio absoluto. Las cámaras captaron cada gesto. Eso es chantaje, gritó Ramiro. No es negocio contestó Andrés con calma. Y ahora sugiero que prueben su platillo de nuevo. Esta vez sin prejuicios.

Andrea fue la primera en repetir la degustación. Cerró los ojos, las hierbas, murmuró. Esta combinación es de Ernesto Rivas. Lo reconozco. Ricardo volvió a probar más serio. Esta vez hay equilibrio. Una complejidad que se esconde tras la sencillez. Ramiro se negó a probar otra vez, pero ya era mayoría. Se contaron los votos. Natalia ganó por 2 a 1.

 El público confundido, aplaudió de forma tímida. Natalia tenía lágrimas en los ojos. No entendía si debía estar feliz o no. Al final del programa, mientras salía por la puerta lateral, encontró a Andrés esperándola. “Gracias”, murmuró ella, “pero no tenías que hacerlo.” “Si tenía,”, dijo él. “Lo que pasó ahí adentro fue vergonzoso. Gané por tu amenaza, no por mi comida.

 Ganaste porque a pesar de todo cocinaste algo extraordinario. Eso demuestra cuánto les molesta tu existencia. Una lágrima corrió por la mejilla de Natalia. ¿Crees que mi papá estaría orgulloso? Estoy seguro de que ya lo está. Hagamos otra broma para quienes solo revisan la caja de comentarios. Escriban la palabra mango. Los que llegaron hasta aquí entenderán el chiste. Continuemos con la historia.

La mañana estaba gris cuando Andrés llegó a su oficina. Las nubes pesadas en el cielo reflejaban su estado de ánimo. Sobre el escritorio, una pila de documentos con información sobre el caso de Ernesto. Reportes forenses, declaraciones, notas viejas de prensa. El teléfono sonaba una y otra vez, pero Andrés lo ignoraba.

 Desde su aparición en el programa, los accionistas lo llamaban sin parar. La prensa inventaba rumores sobre su relación con Natalia. Algunos lo acusaban de perder la cabeza. Julián entró en silencio con una carpeta roja bajo el brazo. Señor, encontramos algo. Andrés levantó la vista interesado al instante. Sobre el caso Rivas. Sí.

El laboratorio que hizo los análisis toxicológicos cerró hace dos años, pero logramos conseguir acceso a sus archivos. Las muestras originales de los supuestos comensales envenenados desaparecieron. [Música] No hay ningún registro físico conveniente”, murmuró Andrés ojeando los papeles. Y eso no es todo.

 El investigador principal del caso, el inspector Gutiérrez, solicitó un traslado justo una semana después de la muerte de Ernesto. Compró una casa en Lisboa. Nunca regresó. Andrés se puso de pie de golpe. Soborno. Parece que sí. Y también Julián dudó un segundo. El juez que llevó el caso es primo segundo de Ramiro Luján. Andrés golpeó el escritorio con el puño.

Encuentra a ese inspector. Quiero que lo traigas aquí lo antes posible. Eso va a costar. No me importa. Hazlo. Julián asintió y salió. Andrés miró una de las fotos. Ernesto esposado saliendo del restaurante. En sus ojos la misma determinación que ahora veía en Natalia. El intercomunicador sonó.

 Señor Navarro, el consejo directivo está reunido. Exigen su presencia de inmediato. Andrés respiró hondo, ajustó su corbata y tomó los documentos. Era hora de enfrentar las consecuencias. Mientras tanto, Natalia caminaba rápido por el centro de Monterrey con la capucha de su sudadera puesta. Desde el programa la reconocían por todas partes.

 Algunos la felicitaban, otros le gritaban cosas horribles. Hija del envenenador. Natalia, una selfie. Vivía entre el rechazo y la curiosidad morbosa. Su celular vibró. Un mensaje de Andrés. reunión con el consejo. Te aviso después. Mantente alerta. Sonrió sin querer. En pocas semanas, Andrés se había vuelto un pilar en su vida. No sabía cómo definir lo que eran, pero sentía un vínculo real, algo que iba más allá del trabajo. Entró a una cafetería, pidió un café y sacó su laptop.

 Andrés le había dado acceso a ciertos archivos internos de Navarro Corp. parte de la investigación en curso. Ella quería ayudar, no podía quedarse de brazos cruzados. “¿Eres tú, verdad?”, dijo una voz desde la mesa de al lado. Natalia levantó la mirada. Una mujer de pelo blanco recogido y ojos amables la observaba.

 “Perdón, te reconocí. Yo conocí a tu padre. Era cliente habitual en los jardíns. Nunca creí esa historia del envenenamiento. Ernesto no era capaz de eso. Natalia tragó saliva. Gracias, de verdad. Escuchar eso. Ayuda. Ten cuidado con los Lujan dijo la señora en voz baja, inclinándose hacia ella. Destruyen a cualquiera que amenace su imperio.

 Antes de que pudiera contestar, la mujer tomó su bolso y se marchó. Natalia se quedó en silencio unos segundos. No era la primera vez que escuchaba eso. Los Lujan tenían enemigos y muchos. volvió a su pantalla, revisó los registros financieros del restaurante antes del incidente. Bajo la dirección de Ernesto, las ganancias se habían triplicado.

 Semanas antes del accidente, Ernesto había rechazado una oferta de sociedad de parte de Ramiro. El motivo clásico murmuró dinero. Una notificación interrumpió su análisis. Noticia urgente. Consejo de Navarro Corp suspende temporalmente a Andrés Navarro tras escándalo con hija de criminal. Natalia sintió como el estómago se le encogía.

 Andrés lo estaba arriesgando todo por ella. En la sala de juntas de Navarro Corp, el ambiente era tenso. 12 personas de traje lo miraban con caras de preocupación, molestia o decepción. Eduardo, el presidente del Consejo, habló primero. Esta reunión fue convocada por la conducta reciente del CEO Andrés Navarro, la cual ha comprometido la reputación de la empresa y generado pérdidas financieras.

 Andrés se mantuvo tranquilo desde que empezó su relación profesional con la señorita Natalia Rivas, siguió Eduardo. Hemos perdido tres contratos internacionales, la bolsa cayó 7% y la prensa pone en duda su juicio. Murmullos de aprobación. Andrés permaneció en silencio. Por lo tanto, concluyó Eduardo, se propone la suspensión temporal del señor Navarro como director general hasta que esta situación se aclare.

 Finalmente, Andrés habló. Señores del Consejo, entiendo sus preocupaciones, pero lo que estamos enfrentando va mucho más allá de las cifras. abrió la carpeta roja y colocó los documentos sobre la mesa. Estos son los registros del caso de Ernesto Rivas. Están llenos de errores, de pruebas perdidas y de conexiones turbias.

miró directo a Eduardo. Y tenemos razones para creer que Ramiro Luján orquestó todo desde el principio. Eso es ridículo. Interrumpió una mujer del consejo. Ramiro es uno de los empresarios más respetados del país y uno de nuestros inversionistas principales añadió otro. Estas acusaciones son graves, Andrés, dijo Eduardo.

 Muy graves y están respaldadas por evidencia, respondió él. El juez del caso era primo de Ramiro. El detective principal huyó del país con dinero misterioso. Las muestras toxicológicas desaparecieron. El ambiente se congeló. Algunos miembros intercambiaban miradas. ¿Y eso qué tiene que ver con nosotros?, preguntó una mujer.

 Todo dijo Andrés con firmeza, porque Ramiro lleva años intentando quedarse con Navarro Corp y ahora con el escándalo de Natalia encontró su excusa para sacarme del camino. Silencio total. No estoy defendiendo solo a Natalia Rivas o al nombre de su padre. Estoy defendiendo a esta empresa de un depredador corporativo. Eduardo respiró hondo, incómodo.

Necesitamos pruebas concretas, no teorías. Les pido dos semanas, dijo Andrés. Si no traigo evidencia sólida, renunciaré sin objeción. Después de una discusión intensa, el consejo aceptó retrasar la votación. Andrés salió del salón agotado, pero decidido. En el pasillo Julián lo esperaba. Localizamos al inspector Gutiérrez.

Vive con otro nombre en Lisboa. Perfecto. Prepara el avión. Nos vamos mañana. Señor, ¿hay algo más? Dijo Julián con cara seria. Recibimos información de que Natalia podría estar en peligro. ¿Qué tipo de peligro? amenazas en redes sociales y dudó. Nuestros contactos dicen que Ramiro contrató a alguien para intimidarla. Andrés ya marcaba su número. Contesta.

No, encuéntrala ya. Natalia salió de la cafetería con la mochila colgada y la carpeta llena de papeles. Sentía que alguien la seguía. El cielo se había oscurecido, las calles casi vacías. Aceleró el paso, los pasos detrás también se aceleraron. Cruzó la calle, pero un auto negro se le atravesó. La puerta se abrió.

 “Hija del asesino!”, gritó un hombre encapuchado bajando del coche. Natalia retrocedió buscando escapar. Otro tipo apareció por detrás. Los Lujan mandan saludos”, dijo acercándose. Natalia giró en seco, sujetando su bolso como un escudo. El primero la atacó. Ella esquivó, pero el segundo la sujetó por la espalda.

 “Auxilio!”, gritó, luchando por soltarse. Entonces, un coche frenó de golpe. Andrés bajó como un rayo con dos guardias detrás. “Suéltenla ahora”, rugió. Los hombres dudaron. Natalia aprovechó y golpeó al que la tenía. Se liberó. Corrió hacia Andrés. Andrés. Los atacantes, al verse superados, corrieron al auto y escaparon.

 Natalia se quedó en los brazos de Andrés temblando. ¿Estás bien?, le preguntó revisándola. Sí, solo asustada. Él le sostuvo el rostro con cuidado. Esto es solo el comienzo. Están desesperados. Y la reunión con el consejo. Nos dieron dos semanas, pero necesito pruebas. Mañana voy a Lisboa. El detective que arrestó a tu papá está allá. Natalia lo miró con esperanza.

Voy contigo. ¿Estás segura? Es peligroso. Más que quedarme aquí. Andrés sonrió apenas. La lluvia empezó a caer. Él la miró sin importarle que la ropa se empapara. Algo cambió en ese momento. Una barrera invisible se rompió. Se acercó lentamente y la besó. Fue un beso como una pregunta. Natalia respondió.

Era un sí. Cuando se separaron, los dos estaban sin aliento. Tenemos que irnos. susurró Andrés. No es seguro aquí. Del otro lado de la calle, escondido en las sombras, alguien tomaba fotos. Pasaron tres días sin noticias. Tres días desde que Andrés había volado a Lisboa en busca del inspector Gutiérrez.

 Tres días en los que Natalia vivió entre la esperanza y la angustia. El departamento seguro donde Andrés los había alojado parecía una jaula dorada, cómodo, amplio, lleno de comodidades, pero sin libertad. Las cortinas permanecían cerradas. Los guardias vigilaban la entrada. La televisión solo traía más chismes y escándalos. ¿Aún sabes nada de él?, preguntó Teresa sentada cerca de la ventana.

 Nada, contestó Natalia. Julián dice que mantienen el silencio por seguridad. El inspector no es fácil de encontrar. Mateo irrumpió en la sala con su tablet. Mira esto. En la pantalla, imágenes en vivo desde Navarro Corp. reporteros rodeaban el edificio. El encabezado decía, “Andrés Navarro lleva 72 horas desaparecido tras viaje a Europa.” El reportero hablaba con tono serio.

Fuentes internas confirman que el CEO no ha dado señales desde que abordó su jet privado rumbo a Lisboa. La junta de accionistas convocó una reunión extraordinaria para esta tarde. En la pantalla apareció Ramiro Luján saliendo de un restaurante lujoso rodeado de micrófonos.

 “Es lamentable”, decía con fingida tristeza, “eromo una empresa tan sólida como Novaro Corp se tambalea por una mala decisión. Siempre advertí sobre los peligros de involucrarse con la familia Rivas.” Natalia apretó los dientes. “Mentiroso. Él sabe exactamente lo que pasó. Seguro es el responsable. Sonó el teléfono, número desconocido. Dudó, pero respondió, “Hola, Natalia, soy yo.

” La voz de Andrés sonaba lejana con interferencias. No hables, solo escucha. Ella contuvo el aliento. Encontré a Gutiérrez. Confesó todo. Lo compraron para incriminar a tu papá. Voy de regreso con pruebas. Pero la llamada se cortó. Andrés, Andrés intentó devolver la llamada. No entraba. ¿Qué pasó?, preguntó Teresa preocupada. Era él. Está vivo. Encontró la verdad.

está regresando. Mateo brincó de emoción, pero Natalia no podía sonreír del todo. La voz de Andrés no sonaba bien. Estaba tenso, asustado. Esa noche no pudo dormir. Cada minuto revisaba el celular. A las 4:37 de la mañana apareció una notificación. Jet privado de Navarro aterriza en aeropuerto ejecutivo. Se quedó dormida por fin, agotada.

A las 8 los golpes en la puerta la despertaron. Natalia Mateo lloraba. Prende la tele. Teresa ya estaba en la sala con las manos cubriendo la boca. En la pantalla, una ambulancia frente a Navarro Corp subían a un hombre en una camilla. El titular decía, “Andrés Navarro es atacado dentro de su oficina. Estado grave.” “No, susurró Natalia. No puede ser.” El reportero explicaba.

fue hallado inconsciente con golpes múltiples. La policía investiga si el ataque está relacionado con las recientes controversias de la empresa. Fuentes del hospital indican que está grave pero estable. Natalia ya estaba vistiéndose. Voy al hospital. Es peligroso. Dijo Teresa. Podrían ir por ti también.

No me importa. Él arriesgó todo por mí. El celular sonó. Era Julián. No vayas al hospital, le dijo de inmediato. Está lleno de reporteros. No es seguro. ¿Cómo está vivo. Costillas rotas con moción, una herida profunda en el brazo, pero está estable. ¿Quién fue? Ramiro lo descubrió. Mandó a alguien. Andrés dejó algo para ti antes de que lo atacaran.

Ven a la bodega de la empresa. Tráete identificación. Te espero en media hora. La bodega de Navarro Corp estaba en una zona industrial alejada. El edificio era gris sin letreros. Julián la esperaba en la entrada lateral. Rápido dijo mirando hacia todos lados. La llevó a una oficina al fondo.

 Sobre una mesa había una carpeta negra y una USB. Andrés dijo que esto era para ti. Si algo le pasaba. Natalia abrió la carpeta. Era una confesión firmada del inspector Gutiérrez. Detallaba como Ramiro le había pagado 2 millones para plantar pruebas, manipular las muestras y acelerar el juicio. “Dios mío”, susurró. “Esto lo limpia a mi papá.

” “Hay más”, dijo Julián conectando la USB. aparecieron grabaciones de la conversación entre Andrés y Gutiérrez. En ellas, el inspector contaba como Ramiro había planificado todo para destruir a Ernesto, porque temía que su nuevo restaurante le quitara clientes. ¿Y por qué atacar a Andrés ahora? Ramiro se enteró de que traía la evidencia. intentó detenerlo.

Esta vez contrató profesionales si el guardia de seguridad no llegaba a tiempo. No terminó la frase. No hacía falta. Tenemos que ir a la policía. Ya lo hicimos. Y a la prensa. Andrés pensó en todo. Esto saldrá a la luz pase lo que pase. El celular de Natalia vibró. Noticias.

 El video de la confesión se había filtrado. Los portales se inundaban con titulares. Ramiro Luján, acusado de conspiración y manipulación judicial. Ernesto Rivas era inocente. Justicia por fin para el chef de Monterrey. Tengo que ver a Andrés, dijo Natalia. El chóer te llevará por la entrada trasera del hospital.

 En el coche, Natalia apretaba la carpeta contra el pecho. Años de dolor y vergüenza se estaban cayendo como una cortina. Su padre no era un criminal, había sido víctima. La llevaban por un pasillo silencioso hasta una ala privada. Dos guardias custodiaban la puerta. Adentro, Andrés estaba en una cama conectado a monitores.

Tenía el rostro amoratado, un brazo vendado y parecía más frágil que nunca. Natalia se acercó despacio. Le tomó la mano. Lo lograste, susurró. Limpiaste su nombre. Andrés abrió los ojos lentamente. Sonrió con esfuerzo. Natalia, no hables. Descansa. El concurso nacional, murmuró. Te inscribí. Ramiro es el principal patrocinador. Tienes que ir.

Que todos vean quién eres. Cerró los ojos otra vez. Exhausto. En ese momento, el celular de Natalia vibró. Mensaje desconocido. Felicitaciones, señorita Rivas. Pero esto no ha terminado. Nos vemos en la final. Quiero ver si cocina tamban bien como su padre antes de destruirla como a él. Ramiro.

Natalia miró a Andrés, le acarició el rostro con ternura. Voy a ir, susurró. Y voy a ganar por ti, por mi papá, por todos. Al salir del hospital, los flashes de las cámaras la cegaron. Algunos periodistas la habían encontrado. Señorita Rivas, ¿alguna declaración? ¿Qué opina de las pruebas contra Ramiro Lujá? Irá al concurso nacional. Natalia se detuvo.

Se giró hacia las cámaras. Mi padre, Ernesto Rivas, fue víctima de una conspiración. Hoy su nombre quedó limpio. Su voz se hizo más firme y sí, voy a competir en la final. Pueden decirle a Ramiro que estaré ahí lista para demostrar que el legado de mi padre sigue vivo. Subió al coche sin decir más. Afuera, el escándalo explotaba, pero ella ya no tenía miedo. La batalla final acababa de comenzar.