Él le arrancó el vestido con la urgencia de un hombre que ha esperado una vida entera por saciar su sed. Su cuerpo enorme la dominó en la oscuridad, cada uno de sus movimientos un recordatorio brutal de que ella ya no se pertenecía a sí misma.

El dolor inicial dio paso a un placer tan salvaje y profundo que la hizo gritar, un sonido que se perdió en la inmensidad del desierto.
Así nos ayudas a seguir contando historias y a ayudar a mi familia. Ahora comencemos. La madera de la cabaña olía a pino, a humo viejo y a algo más, algo puramente masculino que pertenecía al hombre que ahora la poseía. Cael se movía sobre ella con una fuerza que no dejaba lugar a dudas sobre su propósito.

Su aliento cálido le rozaba el cuello y sus palabras roncas y directas resonaban en su mente una y otra vez. Te compré para hacerte el amor todos los días y lo haré hasta que me des muchos hijos. Lea cerró los ojos sintiendo una lágrima solitaria deslizarse por su 100 y perderse en su cabello. No era una esposa, era una yegua de cría, una posesión adquirida para asegurar un linaje.

Su padre, un hombre ahogado en deudas y whisky, la había vendido sin pensarlo dos veces, cambiando a su única hija por un puñado de billetes que apenas le servirían para pagar sus deudas de juego. El viaje hasta este rincón olvidado de Arizona había sido un borrón de polvo y resignación, pero ahora, bajo el peso de este hombre, la realidad era ineludible. Cada embestida era una reclamación, un sello de propiedad sobre su cuerpo.

Sentía el áspero tejido de las pieles de oso bajo su espalda, los músculos duros como la roca de Cael contra su piel suave, la forma en que sus grandes manos la sujetaban por las caderas, guiándola, controlándola. Él era un hombre del desierto, forjado por el sol implacable y la soledad, y su necesidad era tan árida y vasta como la tierra que lo rodeaba.

 Él no hablaba de amor, no susurraba promesas dulces, hablaba de hijos, de legado. Pero entonces algo cambió dentro de En medio del ritmo implacable, una extraña calidez comenzó a extenderse desde lo más profundo de su ser. un calor que no tenía nada que ver con la vergüenza o el miedo, sino con una respuesta involuntaria de su cuerpo. El dolor se había disipado, reemplazado por una sensación punzante y abrumadora que la recorría en oleadas.

Su cuerpo, traicionero y vivo, comenzó a moverse con él, no contra él. Sus caderas se alzaron para encontrar las suyas. Un gemido escapó de sus labios, pero esta vez no fue de angustia. Fue un sonido gutural, una mezcla de sorpresa y un placer tan intenso que la asustó. Cael lo notó.

 Su ritmo se volvió más lento, más profundo, como si estuviera saboreando su rendición. Se inclinó y su boca encontró la de ella. No fue un beso tierno, fue un beso de dominio, un beso que le robó el aliento y la reclamó de una manera aún más íntima que el acto en sí. Él le mordió suavemente el labio inferior y ella jadeó dentro de su boca. Sus manos, que antes estaban apretadas en puños a los lados, se abrieron y, sin saber por qué, se aferraron a su espalda ancha y musculosa, sintiendo el sudor que perlaba su piel.

 El mundo se redujo a esa cama, a ese hombre, al sonido de sus cuerpos moviéndose juntos y a la sensación que la estaba llevando al borde de la locura. Cuando el final llegó, fue como una explosión de estrellas detrás de sus párpados. Un grito ahogado salió de su garganta mientras su cuerpo se convulsionaba en oleadas de un placer que nunca había imaginado posible.

 Cael se tensó sobre ella, un gruñido profundo vibrando en su pecho y la llenó con la promesa de la vida que había venido a buscar. Luego se derrumbó a su lado, su respiración pesada en el silencio de la cabaña. Liayacía allí temblando, con el cuerpo dolorido, pero extrañamente satisfecho, y el corazón latiendo a un ritmo frenético.

El hombre que la había comprado, el salvaje que la había tomado con una brutalidad primitiva, también le había mostrado un placer que le hacía arder la piel y el alma. Y en ese momento, en la oscuridad de esa cabaña remota, una idea aterradora y excitante se abrió paso en su mente.

 Tal vez, solo tal vez, ser la madre de sus hijos no sería la prisión que había temido. La primera luz del amanecer se filtró por las grietas de los postigos de madera, pintando franjas doradas sobre el suelo polvoriento. L se despertó lentamente, su cuerpo protestando con un dolor sordo en cada músculo. Estaba sola en la cama. El lado de Cael estaba vacío, aunque el calor de su cuerpo aún impregnaba las sábanas.

Se incorporó con cuidado, envolviéndose en una de las ásperas mantas de lana. La cabaña era más grande de lo que parecía desde fuera. consistía en una sola habitación espaciosa con la cama en un rincón, una chimenea de piedra en el centro y una cocina rústica en el otro extremo. Todo era funcional, masculino y estaba construido para durar, como el hombre que vivía allí.

 Sobre una silla de madera encontró un simple vestido de algodón azul y ropa interior limpia. No era elegante, pero estaba limpio y era mucho mejor que el vestido andrajoso con el que había llegado. Mientras se vestía, la puerta se abrió. Cael entró trayendo consigo el aire fresco y frío de la mañana del desierto. Llevaba puestos unos pantalones de trabajo gastados y una camisa de franela arremangada hasta los codos, revelando unos antebrazos gruesos y cubiertos de un bello oscuro.

 No la miró directamente al principio. Se dirigió a la estufa, avivó las brasas y puso una cafetera de hierro sobre el fuego. El silencio era denso, cargado con el recuerdo de la noche anterior. Le no sabía qué decir, qué hacer. Debía agradecerle por la ropa. Debía preguntarle qué esperaba de ella ahora que había cumplido con la primera parte de su contrato.

 Finalmente, fue él quien rompió el silencio, su voz grave y sin adornos. Hay café y pronto habrá desayuno. Come. Necesitas estar fuerte. Su tono era una orden, no una sugerencia. Se sentó a la mesa de madera tosca, observándola mientras ella se acercaba con timidez y se servía una taza de café negro y humeante. El aroma era fuerte y reconfortante.

 Él la miró fijamente, sus ojos grises como el acero evaluándola a la luz del día. Era la primera vez que realmente podía verlo bien. Su rostro estaba curtido por el sol con pequeñas arrugas en las esquinas de los ojos. Su mandíbula era cuadrada y su cabello de un color castaño oscuro, estaba despeinado. No era un hombre convencionalmente guapo, pero había una fuerza innegable en él, una presencia que llenaba la habitación.

 “¿Te llamas Lia, verdad?”, preguntó. Ella sintió sorprendida de que se hubiera molestado en recordar su nombre. “Sí, Lia Valdés.” Ya no eres baldés”, dijo él con una finalidad que le heló la sangre. “Eres una torne ahora. Mi esposa, acostúmbrate a ello.” Sacó algo de una bolsa de cuero que había traído y lo puso en la mesa, tocino, huevos y un trozo de pan.

 Empezó a cocinar sin decir una palabra más, moviéndose con una eficiencia práctica. Li observaba fascinada y asustada a partes iguales. Este hombre era una contradicción. Un bruto en la cama, un proveedor silencioso por la mañana. Cuando el desayuno estuvo listo, le sirvió un plato rebosante. Comieron en silencio. Lea descubrió que tenía un hambre voraz.

 Cada bocado se sentía como una recarga de energía necesaria. Cael comía con el mismo propósito con el que hacía todo lo demás. Después de terminar se levantó. Hoy te quedarás aquí. Hay una mujer Inolla que viene a limpiar y a ocuparse de la casa. Te explicará las cosas. Yo tengo trabajo que hacer en el rancho.

 Se detuvo en la puerta y se giró para mirarla. Y por un momento ya vio algo más que posesión en sus ojos. Una sombra de incertidumbre. ¿Estás bien?”, preguntó la pregunta sonando torpe en sus labios. Ella se sorprendió tanto que solo pudo asentir. Él pareció aceptar su respuesta, asintiendo a su vez antes de salir y cerrar la puerta trás de sí.

 Lia se quedó sola en la inmensa cabaña, con el sonido del crepitar del fuego como única compañía. esposa. La había llamado su esposa. La palabra se sentía extraña, un disfraz para la cruda realidad de su situación. Pero la pregunta es, ¿estás bien? Se quedó flotando en el aire. Era una grieta diminuta en la armadura del hombre salvaje que la había comprado.

 Un pequeño indició de que quizás debajo de toda esa dureza había algo más. Y esa pequeña grieta le dio al una pisca de esperanza, una razón para no derrumbarse. Decidió que si iba a sobrevivir en este lugar, no podía ser solo una víctima pasiva. Tenía que entender a este hombre y el mundo que había construido. Tenía que encontrar su propio lugar en él.

 Más tarde esa mañana, tal como Cael había dicho, llegó Inola. Era una mujer apache de mediana edad, con el rostro surcado de arrugas que contaban historias y unos ojos negros y sabios que parecían ver directamente a través de no sonreía mucho, pero sus movimientos eran tranquilos y eficientes mientras ordenaba la cocina y barría el suelo.

 Al principio, ya se mantuvo a distancia, sin saber cómo actuar, pero Inola rompió el hielo con una simple pregunta mientras doblaba una manta. El señor Torne te ha hecho daño. Lia se sonojó sin saber a qué se refería exactamente. No, no, como cree, logró decir, y no la sintió como si eso fuera todo lo que necesitaba saber. Es un hombre duro.

 La tierra lo hizo así, pero no es malo. Su corazón está enterrado bajo muchas capas de piedra. Ha estado solo demasiado tiempo. Inola le mostró la cabaña, el pequeño huerto que había detrás, el pozo de donde sacaban el agua. Le enseñó a usar la estufa de leña y le habló de las rutinas del rancho.

 Hablaba en frases cortas y directas, pero en su voz ya encontró una fuente inesperada de consuelo. ¿Por qué me compró? Se atrevió a preguntarle mientras ayudaba a Inola a pelar patatas para la cena. Y Nola la miró con sus ojos penetrantes. Este rancho es su vida. Lo construyó de la nada. Sus padres murieron cuando él era solo un muchacho tratando de domar esta tierra. No tiene a nadie más.

 Necesita un heredero, un hijo que continúe su legado. Lo ha deseado durante años. Vio a tu padre en el pueblo desesperado y te vio a ti. Eres joven, sana. Para él fue una solución. Una solución como comprar una yegua murmuró Lia sintiendo una punzada de amargura. Al principio quizás concedió Inola, pero un hombre no le pregunta a una yegua si está bien por la mañana.

Las palabras de Inola resonaron en día. Durante los días siguientes, una rutina comenzó a establecerse. Cael se iba antes del amanecer y no regresaba hasta el anochecer, cubierto de polvo y agotamiento. Comían juntos la cena que le preparaba con la ayuda de Inola. Sus conversaciones eran escasas, a menudo limitadas a asuntos del rancho o preguntas directas de Cael sobre su día.

¿Comiste lo suficiente? ¿Descansaste? Eran preguntas prácticas, pero L empezaba a entender que esa era su forma de mostrar preocupación y cada noche, sin falta la llevaba a la cama. Su amor era siempre intenso, posesivo, pero algo había cambiado desde esa primera noche. Ya no había dolor.

 Él parecía haberse dado cuenta de la respuesta de su cuerpo y ahora se tomaba su tiempo para despertarla. Sus manos ásperas aprendieron a ser gentiles. Sus besos se volvieron más profundos, exploradores. Empezó a susurrarle cosas al oído mientras hacían el amor, palabras que la hacían arder. Dime que te gusta, Lia, le ordenaba con voz Shonka. Dime que quieres esto tanto como yo.

Ilia, perdida en el torbellino de sensaciones, se encontraba obedeciendo, susurrando las palabras que él quería oír, palabras que para su horror y excitación se estaban volviendo verdad. Sí, lo quiero, Cael, por favor. Él la hacía sentir deseada de una manera puramente física y abrumadora. Se sentía como el centro de su universo en esos momentos.

 La única cosa que importaba. Su cuerpo enorme la envolvía, protegiéndola del mundo exterior, mientras la llenaba de un placer que la dejaba sin aliento y satisfecha. Una tarde, vencida por el aburrimiento y la curiosidad, ya decidió aventurarse más allá de la cabaña. El rancho, al que Inola llamaba el corazón del desierto, era inmenso.

 Se extendía hasta donde alcanzaba la vista, una extensión de tierra ocre salpicada de cactus aguaro y matorrales. Vio a los vaqueros trabajando con el ganado a lo lejos, hombres que parecían copias del propio Cael. Caminó hacia los corrales, donde un hombre mayor, con un bigote gris y una mirada amable estaba cepillando a un magnífico semental negro.

 “Buenas tardes, señora”, dijo el hombre quitándose el sombrero. “Soy Jedia, el capataz.” “¿Es ese su caballo?”, preguntó Lia, admirando al animal. “No, señora, es de Cael. Se llama Tormenta. Es tan salvaje y terco como su dueño. Nadie más puede montarlo. Justo en ese momento, Cael apareció caminando desde los establos. Al ver a Lia hablando con Jedia, su expresión se endureció.

 ¿Qué haces aquí, Lia? Te dije que te quedaras en la casa. Solo estaba tomando un poco de aire, respondió ella, sintiéndose como una niña regañada. La mirada de Cael se suavizó ligeramente al ver su expresión. Se acercó a ella, su gran figura, proyectando una sombra sobre ella. Ignoró a Jedía por completo. Esta tierra puede ser peligrosa.

No te alejes sola. Quiero aprender, dijo Lia, sorprendiéndose a sí misma por su audacia. Quiero conocer este lugar. Si voy a vivir aquí, si voy a ser tu esposa, necesito entenderlo. Cael la estudió en silencio durante un largo momento. Jedía se había excusado discretamente. Finalmente, Cael asintió. Mañana, al amanecer, te enseñaré a montar.

 Luego se giró y se alejó sin decir una palabra más. Lía se quedó allí con el corazón latiendo con una extraña mezcla de miedo y emoción. le había plantado cara y en lugar de enfadarse había aceptado. A la mañana siguiente, fiel a su palabra, la despertó antes del amanecer. En el corral no estaba el imponente tormenta, sino una yegua castaña de aspecto dócil. Se llama Brisa.

 Es tranquila, le explicó Cael. Le enseñó a poner la silla, a ajustar las riendas, su cuerpo pegado al de ella, sus manos guiando las suyas. El contacto era práctico, pero cada rose de sus dedos enviaba una descarga eléctrica a través de Lia. “Mírame, Lia”, dijo él, su voz grave junto a su oído.

 “Tienes que mostrarle al caballo quien manda, pero con respeto, no con miedo. Los caballos, como los hombres, responden a la fuerza tranquila.” La ayudó a subir y durante la siguiente hora la guió por el corral enseñándole los fundamentos. era sorprendentemente paciente, corrigiendo su postura, el agarre de sus manos. “Lo estás haciendo bien”, admitió. Y el escaso elogio le supo alía más dulce que cualquier cumplido que hubiera recibido en su vida.

 Después de varios días de práctica en el corral, Cael decidió que estaba lista. Una mañana montaron juntos el en tormenta y ella en brisa, y salieron a campo abierto. El sol de Arizona salía en el horizonte tiñiendo el cielo de naranja y púrpura. El paisaje era de una belleza austera y sobrecogedora. Cael empezó a hablar no de cosas personales, sino de la tierra.

 Le mostró los límites de su propiedad, le explicó los ciclos del agua, qué plantas eran venenosas y cuáles curativas. hablaba con una pasión profunda, con un amor por ese pedazo de desierto que había reclamado como suyo. Ya escuchaba fascinada.

 Estaba viendo al hombre detrás del comprador, al hombre que había luchado contra esta tierra y la había vencido, ganándose su respeto. “Todo esto,” dijo él haciendo un gesto amplio con el brazo, “lo construí para mi hijo para que nunca tenga que empezar de la nada como yo.” Su mirada se encontró con la de ella y la intensidad que había en sus ojos la dejó sin aliento. “Por eso eres tan importante, Lia.

Tú eres la que me darás ese futuro. La cruda honestidad de sus palabras debería haberla herido, pero extrañamente no lo hizo. Por primera vez entendió la profundidad de su necesidad, una necesidad que iba más allá del deseo físico. Era una necesidad de inmortalidad del legado.

 Se detuvieron junto a un pequeño oasis, un grupo de álamos que rodeaban un manantial. Mientras los caballos bebían, Cael desmontó y la ayudó a bajar. Sus manos se posaron en su cintura y por un momento no la soltó. “Eres más fuerte de lo que pensaba”, dijo casi para sí mismo. “Me gusta eso.” Se inclinó y la besó.

 Fue diferente a todos sus otros besos. No era posesivo ni exigente. Era lento, casi tierno. Un beso que preguntaba en lugar de tomar. Lia respondió con una urgencia que la sorprendió, sus brazos rodeándole el cuello, su cuerpo presionando contra el de él. El beso se profundizó, volviéndose más apasionado. Sus manos se deslizaron por la espalda de ella, atrayéndola aún más cerca.

 Él gruñó contra su boca. Lia, aquí no. Pero sus acciones contradecían sus palabras. la empujó suavemente contra el tronco de un álamo, sus caderas aprisionándolas de ella. “Cael”, susurró ella sin aliento. “No me importa dónde.” Una sonrisa salvaje, la primera que ya le veía, apareció en su rostro.

 Mujer imprudente”, susurró él antes de volver a besarla, sus manos trabajando hábilmente en los botones de su vestido. Allí, a la luz del sol naciente, en medio de la inmensidad del desierto, volvieron a ser uno. Fue diferente a las noches en la cabaña. Fue febril, urgente, casi desesperado. Él la tomó con una pasión que hablaba de algo más que la necesidad de un heredero. Era como si quisiera marcarla como suya frente al sol y al cielo, como si quisiera que la propia tierra fuera testigo de su unión.

 Después, mientras se hacían juntos sobre una manta que él sacó de su alforja, ya apoyó la cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su corazón, fuertes y firmes como él. Él le acariciaba el pelo, sus dedos ásperos sorprendentemente suaves, contra su cuero cabelludo. “Tengo que decirte algo”, dijo ella en voz baja.

 “¿Qué? Cuando mi padre me vendió, no me dijo tu nombre, solo me dijo que eras rico. Tenía tanto miedo. Pensé que serías un hombre viejo y cruel.” Cael se quedó en silencio por un momento. Luego su pecho vibró con una risa baja y ronca. No soy viejo”, dijo y cruel. La miró, su sonrisa desvaneciéndose, su expresión volviéndose seria. No te haré daño, guía. Nunca te protegeré con mi vida. Eres la madre de mis futuros hijos.

Eres mía. La palabra mía ya no sonaba como una sentencia de prisión, sonaba como una promesa. En ese momento, bajo el vasto cielo de Arizona, Lea sintió un cambio tectónico en su interior. Ya no era la chica asustada que había llegado a ese rancho. Estaba empezando a encontrar su fuerza, su voz, y lo más aterrador de todo, estaba empezando a sentir algo por el hombre salvaje que la había comprado.

 un sentimiento peligroso y embriagador que se parecía mucho al amor. Pero la vida en el desierto rara vez es sencilla. Su pequeña burbuja de paz estaba a punto de estallar. Unas semanas más tarde, Cael tuvo que ir al pueblo Prescott para comprar suministros. Era un viaje de dos días. Por primera vez desde su llegada, Le iba a pasar una noche completamente sola, ya que Inola vivía con su gente en las afueras del rancho y se iba al atardecer.

 Deja la puerta trancada y mantén el rifle cerca”, le instruyó Cael antes de irse. “Hay coyotes y a veces gente peor. Tendré cuidado”, prometió ella. le dio un beso rápido y duro, que la dejó con un hormigueo en los labios, y luego se fue montado en tormenta. Esa tarde, mientras ya recogía verduras del huerto, oyó el sonido de un caballo acercándose. No era el galope poderoso de tormenta. Era más lento, más deliberado.

Se enderezó con el corazón acelerado. Un hombre apareció en el borde de la propiedad. Montaba un caballo vallo y vestía como un dandi del este, un traje de ciudad, aunque cubierto de polvo, y un sombrero hongo. Era guapo de una manera pulcra y civilizada, todo lo contrario a Cael. Tenía una sonrisa fácil y unos ojos azules que parecían demasiado brillantes.

“Buenas tardes, señora”, dijo con una voz suave y melosa. “Me he perdido un poco. ¿Podría indicarme el camino a Prescott y tal vez ofrecerme un vaso de agua? Este sol es brutal.” Lia dudó. Las palabras de Cael sobre gente peor resonaron en su cabeza. Pero el hombre parecía inofensivo y la hospitalidad era una ley no escrita en estas tierras.

 “Claro”, dijo ella, manteniendo la distancia. “Prescot está hacia el norte. Siga el sol de la tarde a su espalda. Le traeré agua.” Fue a por agua al pozo, sintiendo la mirada del hombre clavada en su espalda. Cuando se la ofreció, él desmontó y se acercó mucho más de lo necesario para tomar el vaso. Muchas gracias. Es usted muy amable.

 Es raro encontrar una flor tan delicada en este desierto tan áspero dijo sus ojos azules recorriéndola de arriba a abajo de una manera que la hizo sentir incómoda. Soy Silas Black, por cierto, este es el rancho de torne, ¿verdad? Sabía que se había establecido por aquí. Un hombre rudo, dicen, no muy sociable.

 Mi marido está ocupado dijo Lia, la palabra marido saliendo de sus labios con una firmeza que la sorprendió a sí misma. Quería dejar claro su lugar. Silas Blackw sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos. Ah, sí, su marido. He oído la historia. El gran Cael Torne necesitaba un heredero y fue de compras. Dígame, ¿la trata bien? Un hombre como él con sus apetitos primitivos.

Debe ser difícil para una dama como usted. La insinuación era clara y repugnante. La sangre subió a las mejillas de Lia, una mezcla de vergüenza e ira. No sé de qué historias habla y mi matrimonio no es de su incumbencia, señor Black Quot. Ahora, si me disculpa, tengo trabajo que hacer. Ya sabe el camino a Prescott.

 Se dio la vuelta para volver a la casa, pero él la agarró del brazo. Su agarre no era brutal, pero sí firme. No tan rápido. Solo estaba siendo amigable. Veo que Torne le ha enseñado algo de sus malos modales, pero puedo enseñarle cosas mucho más placenteras, cosas que un bruto como él ni siquiera podría imaginar.

Lea intentó zafarse, el pánico empezando a apoderarse de ella. ¿Qué quiere? Lo que Torne tiene, dijo él, su voz bajando a un susurro conspirador. Esta tierra, este rancho. Durante años he intentado comprarle estas parcelas, pero se niega. Dice que son para su heredero. Tal vez si yo le doy uno primero, las cosas cambiarían, ¿no cree. Acercó su rostro al de ella.

 Su aliento olía a menta y a algo agrio. Le asintió náuseas. “Suélteme”, gritó luchando contra él. Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una mueca de irritación. “Vamos, no te hagas la difícil. Sé que te vendieron como ganado. ¿Cuál es la diferencia entre su cama y la mía? Yo al menos te trataré con un poco de finura.

” Justo cuando pensó que tendría que gritar con todas sus fuerzas, el sonido de un trueno llenó el aire. No era una tormenta, era el galope inconfundible de tormenta. Cael apareció en la cima de una pequeña loma, recortado contra el sol, poniente como una aparición vengadora. Al parecer había olvidado algo y había regresado. La escena que vio debió de encender una furia primordial en él.

 Sila soltó al como si quemara. Cael desmontó de un salto antes de que el caballo se detuviera por completo y se abalanzó sobre ellos. Sus ojos grises eran dos brazas ardientes en su rostro oscurecido por la ira. No dijo una palabra.

 Simplemente agarró a Silas Black por el cuello de su elegante camisa y lo levantó del suelo con una sola mano. Sila se atragantó, sus pies colgando en el aire. “Torne, espera, es un malentendido”, farfuyó su cara poniéndose roja. Estabas tocando a mi esposa”, rugió Cael, su voz tan baja y peligrosa como el gruñido de un león. Te daré una sola advertencia, Black Quot.

 Si alguna vez vuelvo a verte en mis tierras, o si alguna vez vuelvo a verte siquiera mirar en la dirección de mi esposa, te enterraré en este desierto y ni los buitres encontrarán tus huesos. Entendido. Lanzó asilas al suelo como un saco de patatas. El hombre se quedó sin aire, tosiendo y farfullando. ¿Estás loco? Tornea dio un paso hacia él y Sila se arrastró hacia atrás aterrorizado, se puso en pie torpemente y corrió hacia su caballo.

Montó con desesperación y salió al galope sin mirar atrás. El silencio que quedó fue ensordecedor. Cael se quedó de espaldas a Lia, sus hombros subiendo y bajando mientras controlaba su respiración. Lea estaba temblando tanto por el encuentro con Silas como por la furia aterradora que acababa de presenciar en Cael. Lentamente él se giró hacia ella.

Su rostro todavía era una máscara de ira, pero cuando sus ojos se encontraron con los de ella, vio algo más, un miedo crudo. “Miedo de lo que podría haber pasado. ¿Te hizo daño?”, preguntó su voz ronca. Ella negó con la cabeza, incapaz de hablar. Él acortó la distancia entre ellos en dos largas ancadas y la tomó en sus brazos, apretándola contra su pecho con una fuerza que casi la dejó sin aire.

 No fue un abrazo tierno, fue un abrazo posesivo, desesperado, como si quisiera fusionarla con él, meterla bajo su piel donde nadie más pudiera tocarla. Apoyó su barbilla en la cabeza de ella. Te juro, ya susurró contra su cabello, “que mientras yo viva, nadie volverá a ponerte una mano encima.

 Se quedaron así por un largo tiempo en medio del patio, mientras el sol se hundía en el horizonte, pintando el cielo de un rojo sangre. Y en el abrazo protector y casi doloroso de Cael, ya se dio cuenta de dos cosas. Primero que Cael Torne era un hombre mucho más peligroso de lo que había imaginado y segundo que por primera vez en su vida se sentía completamente y absolutamente a salvo.

 Esa noche el amor que hicieron no fue como los demás. Estaba impregnado de la adrenalina del enfrentamiento, de la furia protectora de Cael y del alivio de Lia. la llevó a la cama y la despojó de su ropa, no con urgencia, sino con una reverencia casi dolorosa.

 Trazó con sus dedos el lugar donde Silas la había agarrado, como si quisiera borrar el contacto. La besó con una profundidad que la dejó temblando, un beso que hablaba de posesión, de alivio y de un miedo que no se atrevía a nombrar. Mia, susurró una y otra vez contra su piel mientras su cuerpo la reclamaba. Solo mía. Iya se aferró a él respondiendo a su desesperación con la suya propia, encontrando consuelo y un placer feroz en su posesividad. Era más que sexo, más que la simple creación de un heredero.

 Era una reafirmación. Era Cael grabando su propiedad en su alma y ya permitiéndole hacerlo, anhelándolo. Más tarde, mientras yacían en la oscuridad, Cael rompió el silencio. ¿Quién es él? ¿Cómo sabe de ti? Lia le contó sobre el encuentro, la sonrisa falsa de Silas, sus palabras venenosas sobre como ella había sido comprada.

 Pudo sentir como el cuerpo de Cael se tensaba junto al de ella, sus músculos convirtiéndose en acero. “Él y yo tenemos una larga historia”, dijo Cael, su voz un murmullo helado. “Su familia siempre ha codiciado esta agua, esta tierra. Pensaban que un huérfano solitario como yo sería fácil de aplastar.” Se equivocaron. Hizo una pausa.

 Me enferma que te hablara así, que usara las circunstancias de nuestro comienzo para intentar meterse en tu cabeza. Lo que dijo te molestó. Lia lo pensó por un momento. La verdad era que sí la había humillado, pero la reacción de Cael lo había eclipsado todo. Lo que él dijo no importa, respondió ella con sinceridad. Lo que tú hiciste, sí. Él la atrajo más cerca. A partir de ahora no irás a ninguna parte sin mí o sin Jedá. No correré más riesgos.

No soy una prisionera, Cael. No, respondió él, su voz avisándose. Eres mi esposa y es mi trabajo mantenerte a salvo. A la mañana siguiente, ya se despertó sintiendo una extraña náusea. Lo atribuyó a los nervios de la noche anterior, pero la sensación persistió durante los días siguientes. Se sentía mareada por las mañanas y ciertos olores, como el del café hirviendo, le revolvían el estómago.

Yola la observaba con sus ojos sabios, una pequeña sonrisa jugando en sus labios. Una tarde, mientras Cael y los hombres estaban lejos reuniendo ganado descarriado, Yola le ofreció a Lia un té de hierbas de sabor extraño. ¿Qué es esto?, preguntó Lia. Para asentar el estómago, respondió y Nola simplemente.

La nueva vida a veces agita las aguas antes de entrar. Liala miró fijamente, la comprensión amaneciendo lentamente. Su mano fue instintivamente a su vientre. Había estado tan absorta en Cael, en el rancho, en Silas Black, que no había contado los días. Su periodo se había [ __ ] Inola, ¿tú crees que el desierto sabe cuando una semilla ha echado raíces? Dijo la anciana con una certeza tranquila.

Tu cuerpo está empezando a construir una casa para el hijo de Torne. Un torbellino de emociones la inundó. miedo, alegría, pánico. Estaba lista para esto. Ser madre siempre había sido un sueño lejano, algo que pasaría en una vida diferente con un hombre al que amara, en una casa llena de risas, no en una cabaña remota con un hombre que la había comprado.

 Pero al pensar en Cael, en su furia protectora, en la ternura que a veces se vislumbraba en sus ojos, en como la tocaba como si fuera la cosa más preciosa del mundo, la idea no era tan aterradora. La idea de llevar a su hijo, el heredero que él tanto anhelaba, le llenó el corazón de una calidez inesperada.

 Era su propósito. Sí, el propósito por el que había sido llevada allí. Pero ahora se sentía diferente. No era un deber, era una conexión, una forma de unirla a Cael, a esa tierra para siempre. Decidió no decirle nada a Cael todavía. Quería estar segura. Quería saborear el secreto un poco más. Era algo que era solo suyo.

 Esa noche, cuando Cael regresó, agotado y cubierto de polvo, ya lo saludó en la puerta con un beso y una cena caliente. Él la miró sorprendido por su abierta muestra de afecto. “Todo bien”, preguntó. “Todo está perfecto, respondió ella, y por primera vez lo dijo con total sinceridad.” Él la miró a los ojos como si buscara algo.

 Luego sus ojos bajaron por un instante a su vientre antes de volver a encontrar los suyos. Una extraña expresión, una mezcla de esperanza y miedo cruzó su rostro tan rápido que Lia casi pensó que lo había imaginado. Él no dijo nada, pero cuando la tomó en sus brazos esa noche, su amor fue diferente una vez más. fue increíblemente gentil, casi reverente, como si estuviera tocando algo sagrado y frágil.

 Lía se dio cuenta de que él también sospechaba algo, que el hombre que observaba a su ganado y a su tierra con una mirada experta también la estaba observando a ella, notando los cambios sutiles. La semilla de su legado, la razón por la que la había traído allí, podría estar ya creciendo dentro de ella.

 Y mientras se dormía en sus brazos, Y supo que su vida nunca volvería a ser la misma. El contrato había sido cumplido, pero lo que estaba floreciendo entre ellos era algo que no se podía comprar ni vender. Era algo salvaje, indómito y real, como la tierra que los rodeaba. La certeza del embarazo se instaló en el alma de Lian no como una tormenta, sino como una marea lenta y poderosa que lo cambiaba todo desde dentro.

Los días que siguieron a la revelación silenciosa de Inola fueron un extraño limbo de secretos y sensaciones nuevas. Cada mañana la náusea era un recordatorio físico de la vida que crecía en ella, pero también una especie de ancla que la unía a esa tierra de una forma que ni siquiera el cuerpo de Cael había logrado.

 Observaba a su marido con ojos nuevos. veía la forma en que su mirada se desviaba hacia su vientre cuando pensaba que ella no se daba cuenta la manera en que ponía una mano protectora en la parte baja de su espalda cuando caminaban juntos. Él lo sabía, o al menos lo intuía con ese instinto animal que gobernaba su mundo, pero esperaba que ella lo dijera.

 La espera se convirtió en un juego silencioso, un baile de anticipación que cargaba el aire de la cabaña con una electricidad palpable. Finalmente, una noche, mientras la luna del desierto colgaba como una moneda de plata en el cielo de terciopelo negro, supo que era el momento.

 Estaban sentados frente a la chimenea, el fuego proyectando sombras danzantes en las paredes de madera. Cael estaba limpiando una brida de cuero, sus grandes manos moviéndose con una destreza sorprendente. Lea tenía el corazón en la garganta. Cael dijo en voz baja y levantó la vista al instante, sus ojos grises fijos en ella. Tengo algo que decirte.

 Él dejó el cuero a un lado y toda su atención se centró en ella. El mundo pareció detenerse conteniendo el aliento. “Vas a tener lo que tanto has deseado”, susurró ella, su mano temblorosa posándose sobre su abdomen. “Estoy esperando un hijo.” “Tu hijo.” Por un instante, el rostro de Cael fue una máscara impenetrable y Alía se le heló el corazón de miedo.

 Y si había leído mal todas las señales. Pero entonces la máscara se resquebrajó. Vio una emoción cruda y abrumadora en sus ojos, una mezcla de asombro, alegría y un terror casi infantil. Se levantó de su silla y se arrodilló frente a ella una montaña de hombre postrándose ante ella. Sus manos, ásperas por el trabajo, pero increíblemente suaves, cubrieron la de ella sobre su vientre.

acercó su rostro y ya pudo sentir su aliento cálido a través de la tela de su vestido. Un hijo, repitió él, la palabra sonando como una oración. Es verdad, ya me estás diciendo la verdad. Sí, dijo ella con lágrimas llenando sus ojos. Es verdad. Él cerró los ojos y apoyó la frente en su regazo, su cuerpo entero temblando con una emoción contenida.

Li le acarició el pelo, sintiendo la tensión que emanaba de él. Después de un largo momento, él levantó la cabeza y la miró. La alegría en su rostro era tan radiante que la dejó sin aliento. La levantó en brazos como si no pesara nada, girando con ella frente al fuego, mientras una risa profunda y estruendosa, una risa que Lian nunca le había oído, llenaba la cabaña. Un hijo gritó a las vigas del techo. Hijeda, vamos a tener un heredero.

 La bajó con cuidado, su rostro serio de nuevo, pero sus ojos seguían ardiendo de felicidad. ¿Estás bien? ¿Te sientes bien? ¿Necesitas algo? Y Nola dice que las mujeres necesitan tes especiales y más descanso. A partir de ese momento, Cael se transformó. Si antes había sido protector, ahora era casi sofocante.

 La trataba como si estuviera hecha de cristal de la más fina calidad. le prohibió hacer cualquier trabajo en la casa, insistiendo en que Inola se encargara de todo. No la dejaba caminar sola, ni siquiera hasta el huerto. La observaba comer, asegurándose de que limpiara su plato. Al principio ya encontró su preocupación entrañable.

 Se sentía cuidada, atesorada, pero pronto la jaula dorada empezó a sentirse como una jaula. Cael, solo estoy embarazada, no estoy enferma”, le dijo una tarde cuando él la reprendió por intentar levantar una cesta de ropa. “No me importa. No correré ningún riesgo”, respondió él, su mandíbula apretada. “Tú y ese niño sois lo más importante en este mundo. Mi mundo.” Sus noches también cambiaron.

Su pasión, antes un fuego salvaje, ahora estaba atemperada por una ternura casi dolorosa. La desnudaba lentamente, adorando cada curva de su cuerpo cambiante con sus manos y su boca. Le susurraba obsenidades al oído, pero ahora estaban mezcladas con palabras de adoración. “Eres tan hermosa, ya fértil, llena de mi vida, le decía mientras se movía dentro de ella con una lentitud exquisita. Voy a llenarte de hijos.

 Llenaré esta casa con nuestros bebés. ¿Quieres eso? Dime que lo quieres. Sí, jadeaba ella, perdida en las sensaciones. Quiero todo de ti, Cael. Él la complacía una y otra vez, su control de hierro enfocado únicamente en el placer de ella, llevándola al clímax con una habilidad que la dejaba exhausta y satisfecha.

 Pero a medida que su vientre crecía, también lo hacía la sombra de Silas Black. Cael no lo había visto desde el enfrentamiento, pero su presencia se sentía como un veneno en el aire. Los vaqueros traían noticias del pueblo. Black Quotendo rumores, historias sucias sobre Cael y su novia comprada. Decía que Cael era un bruto que mantenía al prisionera, que la maltrataba.

 La gente del pueblo que ya veía a Cael como un solitario osco y peligroso, empezaba a creerle. A Cael no le importaba lo que pensaran de él, pero la idea de que mancharan el nombre de Lia lo enfurecía. Son gusanos. Ignóralos le decía a ella, pero Lea veía la ira contenida en sus puños apretados. Lia, por su parte, se negaba a ser una muñeca de porcelana.

 empezó a desafiar sutilmente las reglas de Cael. Salía a caminar cuando él no estaba, hablando con Jedá y los otros hombres, aprendiendo los nombres de los caballos y los tejemanejes del rancho. Un día, Jedía le enseñó a disparar un rifle lejos de la casa. El peso del arma se sentía sólido y real en sus manos.

 “Toda mujer en esta tierra debería saber defenderse”, le dijo el viejo capataz. El señor Torne es un buen hombre. Pero no puede estar en todas partes a la vez. Cuando Cael la descubrió practicando, su furia fue terrible. ¿Qué diablos crees que estás haciendo? Rugió, arrebatándole el rifle de las manos. Podrías haberte hecho daño, o al bebé. Estoy aprendiendo a protegerme a mí misma y a tu hijo, Cael, le respondió ella, enfrentándose a él por primera vez. No puedes tenerme encerrada aquí. Esta es mi casa también.

 Soy tu esposa, la señora de este rancho. No, tu posesión. La palabra posesión lo golpeó como una bofetada. Retrocedió como si lo hubiera quemado. Vio el dolor en sus ojos, la vieja inseguridad. Se dio la vuelta y se alejó sin decir una palabra, dejándola temblando de ira y adrenalina.

 Esa noche la tensión entre ellos era tan espesa que se podía cortar con un cuchillo. Comieron en silencio. Cuando se fueron a la cama, él se acostó de espaldas a ella, un muro de distancia entre ellos. Lea sintió un dolor agudo en el pecho. Quizás había ido demasiado lejos, pero cuando las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas en silencio, sintió que él se movía. se giró y la rodeó con sus brazos, atrayéndola contra su pecho.

 “Tienes razón”, susurró contra su pelo, su voz ronca de emoción. “No eres una posesión, eres mi esposa, mi todo. Es solo que la idea de que algo te pase me vuelve loco. Perdí a mis padres en esta tierra. No puedo perderte a ti también.” Fue la primera vez que mencionó a sus padres. Ya se giró en sus brazos para mirarlo.

Cuéntamelo, Cael. Cuéntame de ellos. Y él lo hizo. Le contó cómo habían llegado a ese valle con nada más que un sueño, como habían luchado contra la sequía, los bandidos y la enfermedad. le contó cómo su madre había muerto de fiebre cuando él tenía 10 años y como su padre, con el corazón roto, había muerto un año después, aplastado por un caballo desbocado.

 Lo habían dejado solo, un niño asustado y furioso que tuvo que aprender a ser un hombre de la noche a la mañana. habló durante horas y ya escuchó su corazón rompiéndose por el niño solitario que había sido y llenándose de un amor aún más profundo por el hombre en que se había convertido. Esa noche de confesiones los unió más que nunca.

 Cael empezó a soltar las riendas confiando más en ella, tratándola como la compañera que ella anhelaba ser. La incluía en las decisiones del rancho, escuchaba sus opiniones. Su relación floreció convirtiéndose en una verdadera asociación cimentada no solo en la pasión, sino en el respeto y la confianza mutuos.

 Pero Silas Black no era un hombre que aceptara la derrota. Viendo que sus rumores no los estaban separando, decidió cambiar de táctica. Un día, mientras ya estaba en el porche meciéndose en una silla, vio a Silas cabalgando hacia la casa. Llevaba una bandera blanca atada a un palo. El pánico se apoderó de ella, pero se obligó a mantenerse en calma. Jedediar y otros dos vaqueros salieron a su encuentro con los rifles en alto.

Cael estaba en la parte más alejada del rancho. No volvería hasta la noche. Y vengo en son de paz, gritó Silas, manteniendo las manos a la vista. Solo quiero hablar con la señora Torne, ofrecerle mis disculpas por mi comportamiento anterior. Jederedia miró a Lia, quien asintió con cautela. No quería mostrar miedo.

 Silas desmontó y se acercó, deteniéndose a una distancia respetuosa. Su sonrisa era tan encantadora y falsa como siempre. Señora Torne, Lia, he sido un tonto. La ira y los celos me cegaron. Lo que hice fue imperdonable. Solo quiero asegurarle que no volveré a molestarla a usted ni a su marido. Li lo miró con escepticismo. Agradezco sus disculpas, señor Blackwot.

Ahora, por favor, abandone nuestra tierra. Por supuesto, dijo él, solo una cosa más, como ofrenda de paz. Un amigo mío en Prescotes médico, ha traído algunos de los últimos avances de la ciudad. me dijo que hay un nuevo tónico para mujeres embarazadas para asegurar que el bebé nazca fuerte y sano. No pude evitar pensar en usted. Por favor, acéptelo.

Le tendió una pequeña botella de cristal oscuro. No, gracias. Estoy perfectamente sana. Por favor, insisto, no es para usted, es por el niño. Un gesto de buena voluntad. No contiene nada más que vitaminas y hierro”, dijo con su sonrisa más persuasiva. Lia vaciló. Rechazarlo podría parecer una provocación. Aceptarlo podría ser peligroso.

 Pero frente a Jedia y los demás, ¿qué podría hacer él? Déjelo en el escalón, señr Blackwot. Y ahora, váyase. Silas inclinó la cabeza, dejó la botella en el escalón de madera y se retiró. Lia observó cómo se alejaba hasta que desapareció. Le dijo a Jedia que se deshiciera de la botella, pero por la noche no pudo evitar contarle a Cael lo sucedido.

El rostro de Cael se ensombreció. Nunca aceptes nada de ese hombre. Es una serpiente. Unas semanas más tarde, la tragedia golpeó. Lía se despertó una noche con un dolor agudo en el vientre, un dolor terrible que la hizo gritar. Cael se despertó al instante. Cuando encendió la lámpara, vio la sangre en las sábanas. El mundo de Cael se vino abajo.

 Montó a tormenta como un demonio y cabalgó hasta Prescott para buscar al médico, dejando a Lial cuidado de una aterrorizada inola. El médico llegó horas después, un hombre cansado y de ojos tristes. Hizo lo que pudo, pero era demasiado tarde. Lea había perdido al bebé. El dolor de Lia fue un abismo silencioso de pena, pero el dolor de Cael fue una tormenta de furia y culpa.

 Se culpaba a sí mismo por no haber estado allí, por no haberla protegido lo suficiente. Y toda su furia se centró en un solo objetivo, Silas Blackw. Fue él, le dijo a Jededia con los ojos llenos de una luz asesina. De alguna manera fue él. El tónico, los rumores ha estado jugando con nosotros. Y ahora ha matado a mi hijo. No tienes pruebas, Cael, le advirtió el viejo capataz.

 Crearé mis propias pruebas, replicó Cael. Se sumió en una oscuridad que al heló el alma. Apenas le hablaba, apenas la tocaba. Pasaba sus días en el rancho, trabajando hasta el agotamiento y sus noches bebiendo whisky frente a la chimenea. La ternura había desaparecido, reemplazada por un silencio glacial.

 L intentó acercarse a él, compartir su dolor, pero él la apartaba. Déjame en paz, Lia. No lo entiendes. Claro que lo entiendo. Era mi bebé también, gritó ella entre lágrimas. Tú lo perdiste una vez. Yo lo sentí morir dentro de mí, pero él era sordo a su dolor, consumido por el suyo propio. Una noche lo encontró preparando sus armas. Voy a ir a la ciudad, dijo su voz vacía de toda emoción. Voy a matar a Blackwat.

El pánico se apoderó de no Cael, eso es lo que él quiere. Te arrestarán o te matará. No me dejes. No puedo perderte a ti también. lo agarró aferrándose a él, pero él se la quitó de encima con una fuerza que la hizo tambalearse. Su rostro era el del extraño que la había comprado, frío y despiadado. Él me quitó a mi heredero, “Mi legado.

Voy a hacerle pagar.” En ese momento ya vio la verdad con una claridad devastadora. No se trataba de ella. Ni siquiera se trataba del bebé que habían amado y perdido. Se trataba de su obsesión, del legado del nombre Torne. La misma obsesión que lo había llevado a comprarla. El amor que habían construido, la confianza, todo se había desvanecido, consumido por su sedza.

Si te vas por esa puerta, Cael”, dijo ella, su voz temblando pero firme, “si eliges la venganza antes que a mí, la mujer que te queda, entonces no te molestes en volver, porque no estaré aquí.” Él se detuvo, su mano en el pomo de la puerta. Se giró para mirarla y por un segundo ella vio una lucha en sus ojos, un destello del hombre que había llegado a amar. “Pero la oscuridad ganó.

Un hombre protege su legado”, dijo con frialdad. “Es lo único que importa y salió por la puerta, cerrándola atrás de sí, el sonido resonando como un disparo en el corazón roto de Lia. Lia se quedó inmóvil en medio de la cabaña, el eco de las palabras de Cael rebotando en el doloroso silencio. Lo único que importa, cada sílaba era un clavo en el ataú de lo que habían construido.

Se había ido. Había elegido su orgullo, su venganza, su concepto abstracto del legado sobre ella, la mujer de carne y hueso que estaba sangrando de dolor frente a él. La mujer que lo amaba. Esa noche ya no lloró. El dolor era demasiado profundo para las lágrimas. Se sentó en la silla junto a la chimenea fría y vio como la noche daba paso a un amanecer gris y desolado.

 La decisión se formó en su interior, no con ira, sino con una resignación helada. No podía quedarse. No podía esperar a ver si él regresaba de su misión de venganza para luego seguir viviendo con el fantasma de que ella nunca sería tan importante como su legado. No podía criar a sus futuros hijos, si es que algún día lo sabía, bajo la sombra de esa obsesión.

 Y no la llegó al amanecer y encontró a Lia con la mirada perdida. La anciana no necesitó preguntar, simplemente la abrazó y en ese abrazo cálido y terrenal, la armadura de finalmente se rompió y soyloosó hasta que no le quedaron fuerzas. “Él volverá”, susurró yola y se dará cuenta de lo que ha hecho. “No importa”, respondió Lia con la voz rota.

 “Yo no puedo estar aquí cuando lo haga.” Con la ayuda de Inola y un gedía de rostro sombrío, ya empacó una pequeña bolsa con sus pocas pertenencias. El viejo capataz, con los ojos llenos de una tristeza paternal, la llevó en un carro hasta Prescott. No le hizo preguntas, pero antes de dejarla en la puerta de la única posada del pueblo, le apretó la mano. Es un buen hombre.

 Ya, pero es un tonto. El dolor lo ha cegado. Dale tiempo. El tiempo no cura las palabras que se han dicho, Jedia, respondió ella. Cuídate. En Prescott, Lea se encontró sola y casi sin dinero. Alquiló una pequeña habitación y empezó a buscar trabajo. La ciudad la miraba con recelo.

 Era la novia comprada de Torne, la mujer del rancho solitario. Los rumores de Silas Blackod habían hecho su trabajo, pero L tenía una determinación forjada en el desierto. encontró trabajo de costurera para la esposa del tendero, una mujer amable que veía la tristeza en los ojos de Lía y no hacía preguntas. Los días se convirtieron en semanas.

Lia vivía una vida tranquila y anónima, reparando ropas durante el día y volviendo a su habitación solitaria por la noche. Cada sonido de botas pesadas en el pasillo hacía que su corazón se acelerara, una mezcla de esperanza y terror. Pero Cael no vino.

 Las noticias del enfrentamiento llegaron a través de chismes. Cael había encontrado a Black Cod en el salón y la pelea había sido brutal. No hubo disparos. Cael aparentemente había decidido usar solo sus manos. Había dejado a Blackot golpeado hasta casi la muerte. El serif, un hombre que temía y respetaba a Cael, lo había arrestado, pero lo liberó al día siguiente.

No había testigos dispuestos a hablar contra Torne y Black Quot, temeroso de que Cael terminara el trabajo, se negó a presentar cargos. Se había ido de la ciudad tan pronto como pudo caminar. Cael había tenido su venganza y no había vuelto a por ella. La herida en el corazón de Elías se hizo más profunda. Él había ganado.

 Había vengado a su heredero perdido y en su victoria la había olvidado. Mientras tanto, en el rancho El Corazón del Desierto, Cael vivía en su propio infierno. Tras ser liberado, cabalgó de vuelta a casa, la furia de la venganza satisfecha dejando un vacío helado en su interior. Esperaba encontrar a Lia enfadada, dolida, pero la esperaba. encontró la cabaña vacía.

 El silencio era un grito. Su ropa había desaparecido. La nota que Inola le había insistido a Lia que dejara estaba sobre la mesa. Decía simplemente buscaba un hogar, no una incubadora para un legado. Adiós, Cael. Las palabras lo destrozaron. La verdad de su egoísmo, de su ceguera, lo golpeó con la fuerza de un huracán.

Se desplomó en la silla, la nota temblando en su mano y por primera vez desde que era un niño, Cael Torne lloró. Lloró por el hijo que había perdido, por la mujer que había alejado y por el estúpido y orgulloso tonto en que se había convertido. Los días siguientes fueron una tortura.

 El rancho, su reino, su legado, se sentía vacío y sin sentido. Cada rincón de la cabaña le recordaba a ella el olor a pan que le gustaba hornear, la manta que había tejido, el silencio donde debería estar su risa. Inola yedial lo observaban desde la distancia, sus rostros una mezcla de lástima y reproche. “¿Vas a ir a buscarla?”, le preguntó finalmente Jededia.

 No me querrá de vuelta”, dijo Cael, su voz un susurro ronco. “¿Y te vas a rendir? El hombre que domó esta tierra se va a rendir con su propia esposa. Pensé que estabas hecho de algo más fuerte, jefe.” Las palabras del capataz lo espolearon. ¿Qué había hecho? Le había prometido protegerla y en su lugar la había herido de la peor manera posible. Decidió buscarla.

 Cabalgó a Prescott. El corazón lleno de una esperanza desesperada. Pero en la pequeña ciudad encontrar a una mujer que no quería ser encontrada era difícil. La gente se encogía de hombros, lo miraba con desconfianza. era el salvaje del desierto. Nadie iba a ayudarlo.

 Un día, mientras estaba sentado en el porche de la tienda general, sintiendo el peso de la derrota, vio una figura familiar que le revolvió el estómago. Silas Blackcod había vuelto. Su rostro estaba hinchado y amoratado, un ojo todavía morado. Caminaba con una cojera visible, pero había una sonrisa triunfante en su rostro. Se acercó a Cael.

 He oído que tienes problemas domésticos, Torne”, dijo con zorna. “Parece que tu pequeña yegua se ha escapado del corral”. Cael se levantó lentamente, sus manos convirtiéndose en puños. “Aléjate de mí, Blackwat.” “Oh, yo no lo haría si fuera tú, dijo Silas, su voz bajando a un susurro. Porque resulta que yo sé dónde está. Ha estado viviendo en la posada, sola, vulnerable.

He estado conversando con ella. Una mujer encantadora. Se merece algo mejor que un bruto como tú, un hombre que la pueda tratar como una dama. Le he ofrecido mi protección, un lugar donde quedarse. No tienes ni idea de lo persuasivo que puedo ser. La sangre de Cael se convirtió en hielo.

 La idea de Sil acerca de susurrándole sus venenos, aprovechándose de su dolor, una rabia fría y calculadora se apoderó de él. No era la furia ciega de antes, era algo mucho más peligroso. Agarró a Silas por la solapa, su rostro a centímetros del de él. Si le has hecho daño, si la has tocado, sóo. Aún no. Se burló Silas, pero está sola. Torne. Y el invierno se acerca.

Necesitará un protector. Y esta vez el protector seré yo. En ese momento, la esposa del tendero, la señora Gabel, salió de la tienda. Al ver la escena, gritó, “Señor Torne, déjelo. Él no ha hecho nada y está bien.” Ella lo rechazó. Cael soltó a Silas, su atención ahora clavada en la mujer.

 “¿Usted sabe dónde está?” “Ella trabajaba para mí”, dijo la señora Gabel mirando a Silas con disgusto. “Él ha estado acosándola.” Viniendo a la tienda, siguiéndola. Ella renunció a su trabajo y se fue hace dos días por su culpa. No quería causar problemas. “¿Se fue?” “¿A dónde?”, preguntó Cael desesperado. No lo sé.

 Dijo que se iba de Prescott, que buscaría un lugar donde nadie la conociera. El mundo de Cael se tambaleó. Se había ido. Realmente se había ido y por culpa de Blackwat se giró hacia Silas con una mirada que hizo que el hombre retrocediera de miedo. “Tú”, dijo Cael con una calma aterradora. “Has interferido en mi vida por última vez. Esa noche, un incendio accidental estalló en la oficina de tierras de Blackwat.

 Nadie resultó herido, pero todos sus registros, sus escrituras y sus contratos se convirtieron en cenizas. Black quedó arruinado. Sabía quién había sido, pero no tenía pruebas. A la mañana siguiente se fue de Prescott para siempre, derrotado no por los puños de Cael, sino por su astucia silenciosa y despiadada. Cael, sin embargo, no sintió ninguna victoria. Lia se había ido.

 Pasó semanas buscándola siguiendo pistas falsas y rumores. Recorrió pueblos polvorientos y ranchos aislados, mostrando una pequeña fotografía de ella que había encontrado en su baúl, pero era como si la tierra se la hubiera tragado. Regresó a su rancho, un hombre roto. Se sumió en el trabajo, intentando ahogar su dolor en el sudor y el agotamiento.

 El invierno llegó cubriendo el desierto con una fina capa de escarcha. La cabaña se sentía más fría y vacía que nunca. Una tarde, mientras miraba por la ventana la tierra estéril, Yola se le acercó. “El corazón de un hombre no es como la tierra”, dijo ella en voz baja. “No puedes dejarlo en barbecho y esperar que las cosas crezcan solas. Tienes que plantar algo.

 Tienes que demostrar que has cambiado.” “¿Cómo?”, preguntó él, su voz hueca. Si ella me viera ahora, solo vería al mismo hombre que la alejó. Entonces, conviértete en el hombre que ella querría que fueses, respondió Inola. Las palabras de la anciana se arraigaron en él. Dejó de beber. Empezó a hablar con sus hombres, a interesarse por sus familias.

 Hizo las pases con el serif en la ciudad, donando dinero para construir una nueva escuela. empezó a cambiar, no para recuperarla, sino porque se dio cuenta de que la oscuridad que lo había gobernado durante tanto tiempo casi le había costado todo lo que valía la pena. Meses se convirtieron en un año. La primavera regresó al desierto trayendo consigo una explosión de flores silvestres.

Cael había encontrado una paz resignada, pero el agujero en su corazón seguía ahí. Un día, Jedia regresó de un viaje para comprar ganado en un territorio vecino. Tenía una extraña mirada en sus ojos. “Jefe, tengo que mostrarte algo.” Llevó a Cael a una pequeña ciudad fronteriza a un par de días de viaje.

 La ciudad era bulliciosa y llena de vida. Y en el centro había una pequeña escuela. A través de la ventana Cael la vio. Lia. Se veía diferente, más delgada quizás, pero había una fuerza en su postura que no estaba antes. Su pelo estaba recogido y sonreía mientras ayudaba a un niño pequeño a escribir en una pizarra. Estaba rodeada de niños y parecía estar en su elemento.

 Era la maestra de la escuela. El aliento se atascó en la garganta de Cael. Estaba viva. Estaba bien, estaba feliz. Sin él, el dolor y la alegría lo golpearon al mismo tiempo. Esperó hasta que terminaron las clases. Los niños salieron corriendo y riendo.

 Lea salió al porche limpiándose las manos cubiertas de Tisa en su delantal y entonces lo vio de pie al otro lado de la calle. Se quedó helada. Sus ojos se encontraron a través de la distancia y en ellos Cael vio una tormenta de emociones, sorpresa, dolor, miedo y algo más, algo que se atrevió a esperar que fuera amor. No se apresuró a cruzar. Se quedó allí dejándola decidir.

 Le mostró con su quietud que ya no era el hombre que imponía su voluntad. Este era su territorio, su nueva vida. Él era el intruso. Lentamente ella bajó los escalones del porche y caminó hacia él, deteniéndose a unos metros de distancia. “Cael”, dijo, su voz apenas un susurro. “¿Qué haces aquí?” “Vine a buscarte”, respondió él, su voz ronca.

“No para llevarte de vuelta. No a menos que quieras volver. Vine a decirte que lo siento. Fui un tonto ciego y egoísta. Lo que dije esa noche, no hay excusa. Estaba roto por el dolor y te rompí a ti para sentirme mejor. Te fallé, ya te fallé de todas las formas en que un hombre puede fallarle a una mujer.

 Las lágrimas corrían por las mejillas de me dejaste, Cael. Elegiste la venganza. Fue la elección más estúpida de mi vida, dijo él, dando un paso tentativo hacia ella. Me he pasado cada día desde entonces lamentándolo. La venganza no me trajo nada más que cenizas. El legado no significa nada sin ti. La tierra no significa nada sin ti. Te amo, ya. No como la madre de mis hijos o la señora de mi rancho.

 Te amo a ti por la mujer que eres, por tu fuerza, tu bondad, tu fuego. Y si me dices que me vaya y no vuelva nunca más, lo haré. Porque tu felicidad es lo único que me importa ahora, incluso si esa felicidad no es conmigo. Él se detuvo frente a ella, su corazón al descubierto, le tendió la mano, no para tomarla, sino como una ofrenda. Pero rezo a Dios para que no sea así.

 Rezo para que me des una segunda oportunidad para ser el hombre que te mereces. Lia miró su mano extendida, la misma mano que una vez la había reclamado con brutalidad y luego la había cuidado con ternura. Dio su rostro, las nuevas líneas de dolor y arrepentimiento grabadas en él. Dio la verdad en sus ojos. Su corazón, que había estado congelado durante tanto tiempo, comenzó a derretirse.

Lentamente levantó su propia mano y la puso en la de él. “Me costó mucho construir esta vida, Cael”, susurró ella. “No puedo abandonarla.” El corazón de Cael se hundió. “Lo entiendo.” “No”, dijo ella apretando su mano. No tienes que abandonarla tú. Dijiste que Prescott necesitaba una escuela nueva. Tal vez, tal vez esta ciudad necesite un rancho nuevo cerca.

Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Cael. La primera sonrisa genuina en más de un año. Me estás pidiendo que me mude por ti, señora Torne, te estoy diciendo que si quieres un hogar conmigo, tienes que construirlo a mi lado.

 No para mí, dijo ella, y una sonrisa juguetona apareció en sus labios por primera vez en mucho tiempo. ¿Crees que estás a la altura del desafío, vaquero? Él se ríó, un sonido lleno de alivio y alegría. La atrajó hacia él y la besó. No fue un beso de pasión desesperada o de dominio, sino un beso de promesa, un beso que hablaba de perdón, de nuevos comienzos y de un amor que había sobrevivido al fuego más duro y había salido más fuerte.

 El regreso a el corazón del desierto no fue un retorno al pasado, sino el comienzo de un futuro diferente. Cael, fiel a su palabra, no le pidió a Lia que renunciara a su nueva independencia. En cambio, trajo su nueva vida al rancho. Contrató a una constructora de Prescott, siguiendo los planos que lea dibujó en el suelo de tierra con un palo, construyeron una escuela de verdad en una parcela de su tierra, cerca de la casa principal.

 No era solo para los hijos de los vaqueros, sino para los niños de las familias de colonos de los alrededores, que antes no tenían acceso a la educación. Lía se convirtió en la maestra, una figura respetada y querida en la comunidad que antes la había rechazado. Cael la observaba desde lejos, su corazón hinchándose de orgullo al verla en su elemento, mandando con una autoridad tranquila que él nunca había sabido que poseía.

 Su relación se transformó en una verdadera asociación. Discutían sobre todo, desde la rotación de los cultivos hasta el plan de estudios de la escuela. Sus noches seguían llenas de una pasión intensa, pero ahora era una pasión enriquecida por la confianza y una profunda comprensión mutua. Cael había aprendido a escuchar y ya había aprendido a confiar de nuevo.

 Un año después de su reconciliación, Lia volvió a quedar embarazada. Esta vez la experiencia fue completamente diferente. El miedo de Cael se había convertido en un cuidado tierno y atento, pero nunca sofocante. La animaba, celebraba su fuerza y escuchaba sus temores. Cuando llegó el momento del parto, estuvo a su lado, sosteniendo su mano, susurrándole palabras de amor y aliento.

Tras un parto largo y difícil, nació su primer hijo. Era una niña sana y fuerte, con el pelo oscuro de Cael y los ojos decididos de Lia. Cael la tomó en sus brazos, su enorme cuerpo temblando. Miró el pequeño rostro de su hija y luego a su esposa exhausta, pero radiante, y las lágrimas corrieron por su rostro. “Es perfecta”, susurró.

“Nuestro legado Lia, un legado de amor.” La llamó Clara por la claridad que le había traído a su vida. El nacimiento de Clara completó la transformación de Cael. Toda la obsesión por un heredero varón se desvaneció, reemplazada por un amor puro y abrumador por su hija. La mimaba descaradamente, construyéndole un caballo de madera y dejándola tirar de su bigote mientras él se reía.

 Los años que siguieron fueron felices. La familia Torne creció. Después de Clara llegaron dos niños más, gemelos, Caleb y Daniel, muchachos robustos y ruidos que llenaron la cabaña, ahora ampiada, de alegría y caos. Cael les enseñó a cabalgar y a respetar la tierra, mientras que les enseñaba a leer y a ser amables.

 Se convirtieron en el corazón de una comunidad próspera que había crecido alrededor de su rancho. Eran el señor y la señora Torne, no por propiedad, sino por respeto. Un día, una diligencia se detuvo en el camino cerca de la escuela. Un hombre bajó vestido con ropas gastadas y con el aspecto de alguien a quien la vida había tratado con dureza. vio a Cael jugando con sus hijos en el patio, alía riendo en el porche de la escuela.

Se quedó observando durante un largo rato la escena de felicidad doméstica, una familia unida, una vida llena de propósito. Era Silas Blackwat. Su rostro estaba demacrado, su antigua arrogancia reemplazada por una amargura cansada. Lo había perdido todo. Cael levantó la vista y sus miradas se cruzaron.

No había ira en los ojos de Cael, solo una fría indiferencia y quizás una pisca de lástima. Black Quot no hizo ningún movimiento, simplemente sacudió la cabeza como si se rindiera a una verdad que finalmente entendía y volvió a subir a la diligencia, desapareciendo en una nube de polvo. Silas lo perdió todo por una obsesión, por un orgullo ciego, creyendo que podía robar la tierra y la mujer que otro hombre había ganado con sudor y finalmente con el corazón.

Pero cuando vio a Cael y Lia, su familia unida y fuerte, el arrepentimiento por su propia vida vacía le enseñó la lección más dura de su vida. La historia de Caelilia es un recordatorio poderoso de que el verdadero legado no está en la tierra ni en los apellidos, sino en el amor incondicional que se construye a través de las tormentas.

A veces las segundas oportunidades no son para recuperar lo que perdimos, sino para convertirnos a través del dolor y el arrepentimiento en la persona que siempre debimos ser.