Al inicio de esta película vemos a un hombre flotando en mar abierto. Se trata de Alison, un infante marina de los Estados Unidos que ha logrado sobrevivir tras el ataque de un submarino por parte de soldados japoneses en el océano Pacífico. Después de 7 días a la deriva, alimentándose solo con agua de lluvia, finalmente llega a una isla desconocida en el Pacífico Sur.

 Al adentrarse en una aldea aparentemente abandonada, Alison se sorprende al no encontrar señales de vida, pero al acercarse a una vieja iglesia, quedó impactado al ver a una mujer vestida de blanco barriendo al interior del templo. No esperaba encontrar a alguien ahí y mucho menos a una mujer hermosa viviendo en un lugar tan remoto.

 Al principio la mujer se muestra temerosa, pero al notar que se trata de un soldado estadounidense lo saluda con alivio. Ella se presenta como la hermana Aniela, una monja que había logrado escapar de una redada del ejército imperial japonés, durante la cual varios misioneros fueron capturados y ejecutados mientras se dirigían hacia las islas Fiji.

 Desde entonces, Aniela ha vivido sola en esta isla, la cual antiguamente estuvo habitada por tribus locales, pero fue abandonada luego de que las fuerzas japonesas destruyeran su asentamiento. Su único compañero era el padre Philip, su párroco, quien lamentablemente fue hallado muerto cuatro días después de quedar atrapados en ese lugar.

 Desde ese momento, Aniela ha vivido rezando por un milagro con la esperanza de ser rescatada por las tropas aliadas. Sin embargo, la situación en el Pacífico en ese momento favorecía casi por completo al ejército japonés. Conmovido por su historia, Alison le promete ayudarle a escapar. la intención de construir una balsa utilizando la bolla inflable que le salvó la vida.

 Por suerte, la isla contaba con recursos naturales suficientes para sobrevivir y también podían aprovechar cultivos que los antiguos pobladores habían dejado aluir. Aniela se muestra como una mujer alegre, ingenua y de una profunda fe religiosa. Alison, por su parte, no era especialmente devoto, lo que daba lugar a charlas interesantes entre ambos.

 En una ocasión, él le preguntó por qué había elegido una vida religiosa siendo tan billa, probablemente admirada por muchos hombres. Ella simplemente respondió, “Amo profundamente a Dios.” Tiempo después, Aniela divisó una tortuga nadando cerca de la orilla. Alison aprovechó la oportunidad para enseñarle a cazar, una habilidad que consideraba esencial para sobrevivir.

Con herramientas improvisadas, ambos se lanzaron a atraparla. Aunque lograron enredar al animal, este los arrastró mar adentro. Alison tuvo que sumergirse para capturarlo por completo. Al final regresaron con éxito a tierra firme y la carne de tortuga, fibrosa y ligeramente aceitosa, le sirvió como una nutritiva comida ese día.

 Pero la tranquilidad no duró mucho. Mientras trabajaba en la construcción de la balsa inflable, escuchaban el sonido de un avión sobrevolando la isla. Para su horror era una aeronave japonesa. Temiendo ser descubiertos, Alison instó a Aniela a esconderse. Encontrar un refugio una cueva y sus sospechas se confirmaron. Los aviones enemigos probablemente habían detectado alguna señal de presencia humana.

 Al día siguiente, Alison se despertó sobresaltado por las explosiones provocadas por los bombardeos japoneses. Al salir a inspeccionar, encontró todo destruido, desde la vegetación hasta la precaria balsa que había armado. Esto agravó aún más la situación, ya que en la cueva no contaban con provisiones. Alison se vio obligado a actuara rápidamente para encontrar alimentos que le permitirían sobrevivir.

 Poco después, tropas japonesas comenzaron a llegar a la costa. Aparentemente con la intención de establecer ahí una base militar. Esta nueva amenaza hizo aún más peligrosa la situación. Un solo error podría revelar todo su escondite. Alison pidió a Aniela que permaneciera en la cueva mientras él salía a buscar comida.

 Afortunadamente, aunque los soldados patrullaron la zona en búsqueda de peligros, no descubrieron la cueva donde ambos estaban ocultando. A la mañana siguiente, decidido a seguir adelante junto a Daniela, Alison se dirigió las rocas con la esperanza de pescar algo. Tras varios intentos, logró atrapar a algunos peces para llevar a la cueva.

 Sin embargo, justo cuando se preparaba para regresar, notó a lo lejos el brillo de una linterna. Eran soldados japoneses patrullando la costa. Rápidamente, Alison se ocultó entre las olas para no ser descubierto. Cuando el bote de reconocimiento se alejó, corrió de vuelta a la cueva con su captura. Una vez ahí, se encontró con que Aniela se rehusaba a comer el pescado crudo.

Alison intentó convencerla de que debía alimentarse, incluso si no era la comida ideal, ya que su salud estaba en juego. Con desgano, ella trató de probarlo, pero el olor le resultó insoportable. Terminó por acostarse sin probar el bocado mientras Alison hambriento se lo comía solo. Habiéndola tan débil, comenzó a preocuparse profundamente por su estado.

 Fue entonces cuando Alison tomó una decisión arriesgada, robar alimento del campamento japonés. No tenía muchas alternativas. Si quería que Aniela sobreviviera, debía conseguir algo que ella pudiera comer. Esta noche se infiltró en el campamento enemigo. Logró borlar un punto de vigilancia muy bien custodiado. Aunque no fue nada sencillo, los soldados seguían despiertos dentro del cuartel.

 Alison esperó pacientemente el momento en el que todos estaban durmiendo. Entonces entró en silencio y recogió algo de comida. Además tomó un pequeño peine como obsequio para Aniela. A la mañana siguiente, Aniela se sorprendió al encontrar sobre una piedra un pequeño ramo hecho con flores y hojas.

 Oculto detrás de una roca, Alison la observaba ansioso por ver su reacción al regalo. Aunque se trataba solo de un peine, el gesto la conmovió profundamente. Sin embargo, le explicó a Alison que no podía usarlo, ya que al ingresar como novicia al convento, todas las hermanas estaban obligadas a cortarse el cabello muy corto. Al saber que su obsequio no le serviría, Alison le dijo que simplemente lo arrojara, pero Aniela lo valoraba por el gesto más que por la utilidad.

 Alison ya no podía ocultar lo que sentía. Estaba enamorado de aquella dulce monja. En un momento de sinceridad, le preguntó si alguna vez había pensado en dejar su vocación y vivir como una mujer común capaz de casarse. Aniela, con su habitual inocencia le respondió que sus votos no eran un juego. Amaba a Dios, no a los hombres como Alison imaginaba.

 Esa respuesta lo entristeció, aunque en el fondo aún albergaba la esperanza de que algún día ella pudiera corresponder a los sentimientos. Mientras compartía una charla amena, un estruendo lo sobresaltó. Una explosión había sacudido el bosque cercano. Alison salió corriendo para investigar y pronto se dio cuenta de que una gran batalla se había desatado en el Pacífico entre la flota estadounidense y las fuerzas imperiales japonesas.

 El estrépito de las bombas y los destellos eran visibles a kilómetros. Cuando todo se calmó, Alison se acercó al antiguo cuartel japonés y descubrió que los soldados se habían retirado, aunque no parecía una retirada definitiva, ya que muchas de las provisiones aún seguían ahí. no desaprovechó la oportunidad, el momento perfecto para abastecerse.

 Junto a Aniela inspeccionaron la casa con entusiasmo. Comenzaron a cantar y bailar, celebrando ese pequeño respiro en medio de todo el caos. Decidieron instalarse temporalmente en la casa que había servido como base militar. Mientras caía la tarde, se centraron a disfrutar del paisaje. Alison comenzó a cantar su canción favorita mientras Aniela cosía en silencio.

 En ese ambiente tranquilo, Alison sintió que era el momento ideal para abrir su corazón. Con voz suave, le preguntó qué haría si lograban ser rescatados y volvían a Estados Unidos. Anila con naturalidad respondió que lo primero que haría sería regresar a su convento y tomar sus votos finales para así consagrar su vida al servicio de Dios.

Aquella respuesta dejó a Alison desilusionado. Sin embargo, antes de que ella pudiera seguir hablando, él se armó de valor y le propuso matrimonio. Le confesó que deseaba construir una vida junto a ella, formar una familia y tener algunos hijos. Aniela quedó conmovida por la honestidad y ternura de la propuesta.

Sentía una enorme gratitud hacia ese soldado que tanto había hecho por ella, pero fiel a sus convicciones, no quería dar falsas esperanzas. No podía corresponderle, al menos no de la manera que él soñaba. Finalmente, Aniela con profunda tristeza rechazó la propuesta de Alison. Le explicó que ya había entregado todo su amor a Dios.

 Mientras señalaba el anillo en su dedo anular, le contó que ese símbolo representaba su compromiso de fidelidad con él. Si completaba su formación religiosa, ese anillo sería reemplazado por uno de oro, símbolo de su voto perpetuo de virginidad. Alison no pudo ocultar su dolor al escuchar aquellas palabras. Desimulando su tristeza, le dijo que necesitaba salir a observar la costa.

Mientras tanto, Aniela se quedó sola con los ojos llenos de lágrimas. Aunque admiraba profundamente a Alison, debía reprimer sus sentimientos para preservar su fe intacta. La tarde dio paso a la noche y ambos descansaron en la antigua casa que los soldados japoneses habían abandonado.

 Mientras buscaban algo para cocinar, encontraba una botella de licor escondida dentro de un saco. Aniela, desconocedora del aroma, se lo ofreció Alison. Él le explicó que era Sake, una bebida alcohólica japonesa del sabor similar al vino. Sin pesarlo mucho, la invitó a beber con él, pero Aniela se negó de inmediato al saber que contenía alcohol.

Alison, molesto por la mezcla de frustración y sentimientos reprimidos, bebió solo. Aniela intentó detenerlo, pero pronto él ya estaba muy ebrio. Bajo los efectos del alcohol, comenzó a hablar de forma irrespetuosa, insinuando que deberían estar más unidos. Asustada por su estado, Aniela corrió hacia el bosque, devastada al ver el hombre que tanto había admirado en esa condición.

Al darse cuenta de su error, Alison intentó alcanzarla. llovía intensamente y en medio de la tormenta Aniela se desmayó. Él corrió a socorrerla y la llevó de regreso a la cueva que habían usado como refugio. Temblaba de frío, preocupado por su salud y Alison se quitó la camisa para calentar su cuerpo. A la mañana siguiente, el ejército japonés regresó a la costa.

 Mientras tanto, en la cueva, Aniela había enfermado. Sufría de hipotermia y tenía fiebre. Desesperado, Alison se arriesgó a infiltrarse nuevamente en el campamento japonés en búsqueda de mantas o ropa para abrigarla, pero esta vez fue descubierto por un soldado. En un acto reflejo, Alison lo estranguló y lo apuñaló en el pecho.

 Luego ocultó el cuerpo entre unas rocas, tomó comida y algunas mantas y regresó con urgencia a la cueva. Cuando Aniel la despertó, se sobresaltó al verse des bajo una manta. Alison trató de explicarle lo que había pasado y le pidió perdón, asumiendo la culpa por haberla expuesto a esta situación.

 Pero una nueva amenaza surgió pronto. Los soldados japoneses descubrieron el cuerpo de su camarada asesinado y alarmados notificaron a su comandante, quien ordenó buscar los intrusos y arrasar con la isla. En la cueva, Aniela solo podía rezar rogando que no los encontraran. Afortunadamente parecía que Dios seguía protegiéndolos. Los soldados no hallaron su escondite y el peligro inmediato pasó.

 Al mediodía, Alison escuchó un estruendo lejano. Decenas de aviones sobrevolaban la isla lanzando bombas. Corrió afuera y al ver el cielo cubierto de aviones estadounidenses, comenzó a bailar de alegría. Finalmente, los japoneses habían sido derrotados en el Pacífico. La guerra estaba llegando a su fin. Con la tensión menguando, los sentimientos reprimidos resurgieron.

 Aniela deseaba en el fondo seguir cerca de Alison, aquel hombre que había sido tan bueno con ella. Por su parte, Alison aún albergaba la esperanza de que ella renunciara a sus votos. Sentía que ese podía ser su último intento. Con el corazón en la mano volvió a declararle su amor y le pidió una vez más que se casara con él.

Aniela, entre lágrimas lo rechazó con firmeza. Había prometido no romper su voto y aunque sentía afecto por Alison, no podía corresponderle de la forma en la que él deseaba. Al comprenderlo, Alison aceptó su decisión y se marchó para seguir luchando contra las tropas japonesas. Decidido a ayudar a las fuerzas aliadas, intentó desactivar un cañón japonés oculto en la isla.

En el proceso, una explosión lo hirió en el hombro, pero logró inutilizar todas las armas pesadas impidiendo que fueran utilizadas contra los estadounidenses. Finalmente, las tropas aliadas desembarcaron en la isla y lograron rescatar tanto a Alison y Aniela. Poco después fueron trasladados a la isla Fiji. Desde ahí, Aniela regresó a su país natal, retomó su vocación y volvió la vida en el monasterio.

Mientras tanto, Alison se reincorporó a su unidad militar y continuó combatiendo hasta el final de la guerra que culminó con el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.