Una joven de 22 años que nunca había estado con un hombre salvó a un apache millonario. Al día siguiente, sus guerreros rodearon su casa.

El sol del mediodía golpeaba sin piedad las tierras áridas de Chihuahua cuando Isabella Cruz vio al hombre herido tirado entre los cactus. debería haber corrido en dirección contraria. Cualquier persona sensata lo habría hecho. Pero Isabella no era como los demás. Era una huérfana de 22 años que conocía el dolor de la soledad mejor que nadie. El hombre estaba inmóvil con el rostro pegado al suelo. Incluso a la distancia, Isabella pudo ver los rasgos inconfundibles.

Piel morena, cabello negro, ropa de cuero que gritaba una sola palabra terrible: apache. Ayudar a un apche significaba traición, significaba la muerte a manos de los soldados mexicanos, significaba el fin de su vida, ya de por sí difícil. Isabella dejó caer la canasta de hierbas medicinales y corrió hacia él. La herida en el pecho era profunda.

Una hoja de cuchillo había entrado muy cerca del corazón. Todavía respiraba, pero apenas. Cada respiración era una lucha contra la muerte. Oiga, intentó llamarlo dándole unas palmaditas en el rostro. Por favor, escúcheme. ¿Me oye? Los ojos de él se abrieron por un segundo. “Ayúdame”, susurró antes de desmayarse por completo.

“Que Dios me perdone”, susurró Isabela pasando los brazos por debajo del cuerpo inconsciente. El hombre pesaba mucho más de lo que ella había imaginado, pero Isabella había cargado costales de frijoles toda su vida. Con mucho esfuerzo, logró arrastrarlo los 100 m que separaban el lugar del accidente de su pequeña casa abandonada.

Su propiedad era demasiado humilde para llamarse rancho. Solo una construcción de adobe con un pequeño sótano donde guardaba provisiones, perfecto para esconder a un fugitivo. Mientras bajaba las escaleras de madera llevando a la Pache, Isabella notó detalles que la dejaron intrigada. Su ropa era de cuero fino, bien cocida. En el cuello llevaba un collar de plata y turquesa que valía más que todas las pertenencias de ella juntas.

 En las muñecas, brazaletes de oro macizo. No era un guerrero común. Isabela encendió una vela y examinó la herida. La hoja había entrado por el lado izquierdo del pecho, pero por suerte no había perforado el pulmón. Podía salvarlo. Tenía que salvarlo. Con manos temblorosas pero firmes, Isabella limpió la herida con agua hervida y hierbas antisépticas que había recogido esa misma mañana.

 El hombre gimió cuando ella aplicó la tintura, pero permaneció inconsciente. Ella cosió la piel con hilo de algodón y vendó el pecho con telas limpias. Fue un trabajo delicado. Isabella había aprendido medicina tradicional con la vieja curandera María, quien la había criado después de que sus padres murieran de fiebre.

 María siempre decía, “Las manos que curan no ven color de piel, hija mía, solo ven el dolor.” Después de dos horas cuidando la herida, Isabela subió a buscar agua fresca. Fue entonces cuando escuchó los caballos. El ruido de los cascos sobre la tierra seca hizo que su corazón latera con fuerza. Corrió a la ventana y vio el polvo en el horizonte acercándose rápidamente.

Uniformes azules, soldados mexicanos. Isabella bajó corriendo al sótano. Se aseguró de que la patche estuviera bien escondido detrás de los sacos de frijoles, apagó la vela y subió de nuevo. Apenas tuvo tiempo de esconder los trapos ensangrentados cuando los golpes en la puerta retumbaron en la casa. Abra, ejército mexicano.

 Isabela respiró hondo, alizó su vestido y abrió la puerta con la expresión más inocente que pudo. Buenas tardes, señores. ¿En qué puedo ayudarles? El capitán era un hombre alto, de bigote gris y ojos duros como piedra. Detrás de él, cinco soldados montados observaban todo con desconfianza. Soy el Capitán Rodríguez.

 Estamos buscando a un apache herido que huyó después de atacar una caravana de comerciantes. Huellas de sangre llevan hasta esta dirección. Isabela fingió una expresión de sorpresa. Una pache aquí, capitán. Ya estaría muerta si una pache salvaje hubiera pasado por aquí. La señorita vive sola. Sí, señor. Desde que mis padres murieron, cuido de esta propiedad. Paso el día recogiendo hierbas para vender en el pueblo.

 El capitán bajó del caballo y miró alrededor. Sus ojos se fijaron en la canasta de hierbas caída cerca de los cactus. ¿Qué hierbas recoge tan lejos? Isabella sintió el sudor frío recorrerle la espalda, pero mantuvo la voz firme. Al hoguera, capitán, para quemaduras. Crece mejor lejos de aquí, donde el suelo tiene más humedad.

 El militar asintió. Aparentemente convencido, dio algunos pasos por la propiedad, revisando los alrededores de la casa. Isabeló para que no notara a algunas gotas de sangre que quizás habían quedado en el camino. Si ve cualquier movimiento sospechoso, cualquier apache por la zona, debe avisar de inmediato al puesto militar en el pueblo. Es cuestión de seguridad nacional.

 Por supuesto, capitán. Pueden contar conmigo. Buenas tardes, señorita Cruz. Isabella Cruz. Buenas tardes, señorita Cruz. Los soldados se marcharon levantando una nube de polvo. Isabel esperó hasta que ya no pudo ver ni escuchar a los caballos antes de regresar a la casa. Sus piernas temblaban tanto que tuvo que apoyarse en la pared. Bajo al sótano.

 El Apache ya estaba despierto y había escuchado toda la conversación que ella tuvo con los soldados. Los ojos más intensos que Isabella había visto en su vida, negros como la noche, pero brillando como estrellas. Por un momento, ninguno de los dos se movió. Él la miraba con una mezcla de sorpresa, gratitud y algo más que ella no lograba identificar.

 “Me salvaste”, dijo él en perfecto español con una voz ronca pero sorprendentemente educada. Isabella tragó saliva. Ya no había marcha atrás. Había salvado a un pache. Le había mentido al ejército mexicano. Su vida nunca volvería a ser la misma. Estabas perdiendo mucha sangre”, respondió ella intentando mantener la voz firme.

 No podía dejarte morir. Él intentó incorporarse, pero gimió de dolor y volvió a recostarse. “¿Cómo te llamas?” “Isabella.” “Isabela Cruz.” “Yo soy Mateo.” “Mateo, es un nombre mexicano.” Una débil sonrisa apareció en sus labios. “Soy un hombre lleno de sorpresas”. Isabella anotó de nuevo los adornos de oro, la ropa fina, los dientes blancos y perfectos. Aquel hombre había recibido educación.

 Hablaba español mejor que muchos mexicanos que ella conocía. ¿Quién eres en realidad? Antes de que Mateo pudiera responder, ambos escucharon un sonido que hizo que la sangre de Isabella se helara. Cascos de caballos, muchos caballos viniendo de distintas direcciones. Mateo cerró los ojos y suspiró. Ya llegaron. ¿Quiénes? Mi gente, me encontraron.

 El sonido se hacía cada vez más fuerte. Isabella pudo distinguirlo con claridad. No eran caballos cerrados como los del ejército mexicano. Eran caballos nativos, no domesticados, corriendo en patrones que ella no reconocía. ¿Cuántos son? 12, respondió Mateo con total seguridad. 12 de los mejores guerreros Apache.

 Isabella sintió que el mundo le daba vueltas. Había salvado un apache y ahora estaba a punto de ser rodeada por una docena de guerreros. Tal vez Mateo era demasiado importante para morir solo en el desierto. De repente el ruido se detuvo. Silencio absoluto. Mateo abrió los ojos y la miró directamente. Isabela, Cruz, me salvaste la vida.

 Ahora ellos querrán saber si eres nuestra aliada o nuestra prisionera. Sus ojos penetrantes no parpadeaban ni una sola vez. Isabela entendió que su decisión de ayudar a un hombre herido lo había cambiado todo. Ya no había vuelta atrás. Afuera voces susurraban en un idioma que ella no entendía. Estaba rodeada.

 Isabela se quedó inmóvil escuchando los susurros en lengua apache que venían de afuera. Mateo intentó apoyarse en el codo, pero el dolor de la herida le hizo soltar un gemido. No te muevas, susurró Isabella. Vas a abrir los puntos. Necesito hablar con ellos antes de que hagan algo apresurado, respondió Mateo, su voz ahora más clara.

 Mis guerreros son muy protectores. Isabella lo observó mejor a la luz de la vela. Ahora que él estaba despierto, podía ver detalles que antes no había notado. Sus manos eran sorprendentemente cuidadas para ser un guerrero. Sin callos gruesos, uñas bien cortadas, sus dientes blancos y perfectamente alineados y esos adornos de oro. Ningún apache común poseería tal riqueza.

 ¿Quién eres en realidad?, preguntó ella de nuevo. Mateo la miró por un largo momento, como si estuviera decidiendo cuánto podía confiar en ella. “Mi nombre completo es Mateo, Águila Dorada. Parece ser un apache muy diferente.” Mateo sonríó levemente. No me críes solamente entre los míos.

 Mi padre me envió a estudiar en las mejores escuelas de Estados Unidos cuando tenía 12 años. Universidad de Harvard, después Jaile. Aprendí sobre negocios, política y economía. ¿Por qué? Porque mi padre sabía que el mundo estaba cambiando. Los apaches necesitábamos a alguien que entendiera tanto nuestras tradiciones como las costumbres de los hombres blancos y de los mexicanos.

 ¿Y qué hacías solo en el desierto? El rostro de Mateo se endureció. Venía de una reunión de negocios en El Paso cuando fui atacado por bandidos mexicanos. Sabían que llevaba algo valioso. ¿Qué cosa? Mateo dudó un momento y luego señaló hacia un rincón del sótano donde Isabela había dejado su ropa ensangrentada. En mi chaqueta hay una bolsa de cuero. Isabela encontró la bolsa y casi la dejó caer por el peso.

 Cuando la abrió, tuvo que apoyarse en la pared. Monedas de oro, docenas de ellas, más dinero del que vería en toda su vida. “Dios mío, eres rico. Esto es solo una pequeña parte de mi herencia”, dijo Mateo con sencillez. Los bandidos lo sabían. Alguien les informó sobre mi viaje. Isabela cerró la bolsa de inmediato. Herencia de qué eso.

 Aún no te lo puedo decir, pero sí puedo decirte que mi pueblo tiene recursos que podrían cambiar el destino de toda esta región. Los susurros afuera se hicieron más intensos. Isabella podía escuchar movimientos alrededor de la casa, pasos cuidadosos, el crujido del cuero, el sonido apagado de armas preparándose. “Tengo hambre”, dijo Mateo cambiando de tema.

 ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Casi 6 horas. El sol ya se puso. Isabella subió a buscar comida, revisando por las ventanas si había algún movimiento visible. No vio nada, pero sabía que estaban allí. Podía sentir que unos ojos la seguían en cada paso que daba. Preparó una sopa sencilla con verduras y un trozo de carne seca, además de tortillas calientes. Al bajar, encontró a Mateo sentado con dificultad, revisando sus heridas.

 “Las puntas están bien hechas”, comentó él. ¿Dónde aprendiste medicina? Con una curandera que me cuidó después de que mis padres murieron. Isabella le ofreció la sopa. Ella decía que las manos que curan no ven color de piel. Una mujer sabia. Mientras Mateo comía, Isabella no podía dejar de observarlo. Había algo magnético en ese hombre.

 No era solo su belleza física, aunque sin duda era el hombre más guapo que ella había visto. Era su forma de moverse, de hablar, la inteligencia en sus ojos. Una mezcla fascinante de fuerza salvaje y refinamiento educado. ¿Por qué me salvaste? Preguntó de pronto. Isabela bajó la mirada. No lo sé. Te vi sangrando y no pude simplemente irme.

Aún sabiendo que soy apache, aún sabiendo el riesgo. Sí. ¿Por qué? Isabella tardó en responder. Porque ya he perdido a muchas personas en mi vida. Mis padres, mi familia. No podía dejar que alguien más muriera si podía evitarlo. Mateo terminó de comer en silencio, pero no apartaba los ojos de ella.

 Isabela sentía una energía extraña entre ellos, algo que no podía explicar. Era como si una corriente invisible los uniera. Isabela, dijo él por fin, no solo salvaste mi vida, también salvaste algo muy importante para mi pueblo. Eso crea una deuda que jamás podré pagar. No quiero ningún pago. Lo sé. Y precisamente por eso eres especial. Las horas pasaron.

 Isabela cambió los vendajes de Mateo y trajo agua fresca. Con cada momento que pasaban juntos se sentía más atraída por él. Había una ternura inesperada en ese guerrero, una forma de mirarla que hacía que su corazón latiera más rápido. Alrededor de la medianoche, cuando Isabella pensaba que quizá los apaches se habían ido, los ruidos comenzaron de nuevo.

 Esta vez estaban más cerca, más audibles, pasos alrededor de la casa. Susurros en apache, el sonido de caballos moviéndose. “Se están posicionando”, dijo Mateo poniéndose alerta. “Para atacar, no para rodear. Saben que estoy aquí, pero quieren asegurarse de que tú no seas una amenaza antes de mostrarse.

” Isabela sentía el miedo crecer en su pecho. “¿Y si deciden que sí soy una amenaza?” Mateo la miró directamente a los ojos. “Entonces los convenceré de lo contrario.” Los ruidos continuaron durante toda la noche, pisadas alrededor de la casa. susurros, el sonido ocasional de armas revisándose. Isabella apenas pudo dormir y cuando lo hacía, cualquier ruido la despertaba.

 A las 5 de la mañana, cuando las primeras luces del amanecer empezaban a colarse por las rendijas, Mateo la despertó tocándola suavemente en el brazo. Isabella, su voz era seria, están llegando ahora. Mi pueblo ha decidido que ya esperaron suficiente. Isabella sintió que la sangre se le helaba en las venas.

 ¿Qué va a pasar conmigo? Mateo tomó su mano. Isabella sintió una oleada de calor subir por el brazo. Eso depende de cómo te comportes en los próximos minutos. Mi pueblo valora el coraje y la honestidad por encima de todo. Sé tú misma y todo saldrá bien. Y si no les caigo bien, entonces tendremos un problema. El silencio que siguió fue roto por un sonido que hizo que el corazón de Isabella se detuviera.

 Pasos en la escalera del sótano. Habían entrado en la casa. Isabella miró a Mateo con pánico, pero él solo le apretó la mano. “Confía en mí”, susurró. Una sombra apareció en la entrada del sótano, luego otra y otra más. Los guerreros apaches habían entrado. Isabella no podía respirar.

 Tres figuras se materializaron en la oscuridad del sótano como fantasmas saliendo de las sombras. El primer hombre bajó los escalones con la autoridad de un líder nato. Era el apache más imponente que Isabella había visto, más alto que Mateo, con hombros anchos y músculos marcados bajo su piel morena.

 Su cabello negro le caía hasta los hombros, adornado con plumas de águila y cuentas de turquesa. En el pecho, pinturas de guerra en tonos rojos y blancos. En los brazos, brazaletes de plata que tintineaban suavemente con cada movimiento. Pero lo más impresionante eran sus ojos. Grises como una tormenta que se acerca, duros como la piedra, pero con una inteligencia aguda que parecía ver a través de las personas.

 ¿Dónde está Águila Dorada?, preguntó en español con una voz grave y amenazante. Isabela intentó hablar, pero las palabras no salían. El guerrero gigante la observaba como un depredador evaluando a su presa. “Yo, él está, balbuceó ella. Lobo gris.” La voz de Mateo rompió la tensión. Aquí estoy. El alivio en el rostro del guerrero fue instantáneo y profundo.

 Lobo Gris se agachó junto a Mateo, examinando las heridas con ojos expertos. Y la dorada, te buscamos durante dos días. Temíamos que estoy vivo gracias a ella. Mateo señaló a Isabella. Esta mujer me encontró sangrando en el desierto y me salvó la vida. Lobo Gris se volvió hacia Isabela con una expresión completamente diferente. Ya no era amenazante, pero sí intensa, de una forma que ella no podía descifrar.

 Salvaste a nuestro príncipe, príncipe, Isabella miró a Mateo. No me dijiste que eras no solo un príncipe, interrumpió lobo gris con una voz llena de respeto. Águila Dorada es el heredero directo del gran jefe Águila Blanca. Él es el futuro líder de todos los clanes apaches del norte de México. Isabella sintió que las piernas le fallaban.

Había salvado a la persona más importante del pueblo Apache. Si él hubiera muerto. Los mapas, dijo lobo gris con urgencia. Águila dorada, ¿todavía tienes los mapas? Mateo intentó moverse, pero gimió de dolor. Fueron robados. Los bandidos que me atacaron sabían exactamente lo que buscaban.

 La expresión de lobo gris se oscureció como una nube de tormenta. Eso significa que significa que alguien dentro de nuestro círculo nos traicionó, completó Mateo. Alguien vendió información sobre mi misión. Isabella observaba la conversación sin entender del todo, pero dándose cuenta de que estaba involucrada en algo mucho más grande de lo que había imaginado. ¿Qué mapas son esos?, preguntó ella.

 Lobo Gris y Mateo intercambiaron miradas. Después de un largo momento, Mateo asintió levemente. Mapas de las minas de oro apache, reveló lobo gris. Nuestras minas secretas escondidas durante generaciones de los conquistadores españoles y del gobierno mexicano. Isabella abrió mucho los ojos. Minas de oro. Eso explicaba la riqueza de Mateo. Los adornos caros, las monedas de oro.

 Existen desde hace cientos de años”, continuó Mateo. “Mi pueblo las protege como nuestro mayor tesoro. El oro que extraemos en pequeñas cantidades mantiene a nuestras tribus y nos permite comprar armas, caballos, provisiones. ¿Y ahora esos mapas están en manos de bandidos?”, preguntó Isabella. “Peor que eso”, dijo lobo gris con tono sombrío.

“Quien haya organizado el ataque sabe exactamente el valor de lo que robó. No van a usar los mapas solo para robar unas monedas. van a vender la información al gobierno mexicano o a compañías mineras americanas. Isabela comprendió la magnitud de la situación.

 Si descubrían las minas, el pueblo Apache perdería su fuente de independencia y riqueza. “Por eso vinieron tantos guerreros a buscarte”, le dijo a Mateo. “1 de nuestros mejores hombres”, confirmó lobo gris. Águila Dorada no es solo nuestro príncipe, es el guardián de los secretos de nuestro pueblo. Mateo intentó levantarse de nuevo, pero Isabella lo detuvo. No puedes moverte todavía.

 Los puntos se te van a abrir. Necesito regresar a nuestra aldea insistió Mateo. Debo hablar con mi padre sobre la traición. No vas a ir a ningún lado en este estado dijo Isabella con firmeza. Has perdido mucha sangre y necesitas al menos tres días de reposo. Lobo Gris lo observó con renovado interés. ¿Sabes de medicina? Sé lo suficiente para salvarle la vida y de verdad lo hiciste”, dijo una nueva voz.

Isabella se giró y vio que otros dos guerreros habían bajado al sótano, uno de ellos más joven, con una sonrisa genuina en el rostro. “Soy viento ligero”, se presentó. “Y este es osso negro.” El tercer guerrero era aún más grande que lobo gris. con expresión seria y cicatrices de batalla en los brazos. “La mujer mexicana curó a nuestro príncipe”, dijo osso negro como si probara cómo sonaban esas palabras.

Eso es poco común, poco común, pero cierto. Dijo Mateo. Isabella arriesgó su propia vida para salvarme. Soldados mexicanos estuvieron aquí buscándome y ella mintió para protegerme. Los tres guerreros se miraron entre ellos, comunicándose en silencio. Como solo los guerreros con experiencia saben hacerlo.

Eso cambia las cosas, dijo finalmente Lobo Gris. ¿Cómo que cambia las cosas?, preguntó Isabella. Lobo Gris se acercó a ella. Isabella sintió el poder que emanaba de aquel hombre, como el calor de una fogata. Salvaste a nuestro príncipe. Protegiste los secretos de nuestro pueblo.

 Arriesgaste tu vida por alguien que debería ser tu enemigo. Solo hice lo que creío. Exactamente. Dijo lobo gris. Y ahora conoces nuestros secretos. ¿Sabes de las minas de nuestra riqueza, de quién es realmente águila dorada? Isabella sintió el peso de la mirada de los cuatro hombres sobre ella. Eso te convierte en nuestra aliada o en nuestra prisionera.

Continuó Lobo Gris con voz baja y peligrosa. El silencio que siguió fue tenso, como una cuerda a punto de romperse. Isabella sentía que su respuesta no solo determinaría su destino, sino quizá el rumbo de toda su vida.

 “No quiero ser prisionera de nadie”, dijo finalmente, levantando el mentón con una valentía que no sabía que tenía. Pero si salvar la vida de Mateo me convierte en su aliada, entonces acepto responsabilidad. Mateo sonrió y Isabella sintió un calor extraño en el pecho. Tiene coraje, comentó viento ligero. Y tiene honor, agregó oso negro. Luego Gris miró a Isabella por un largo momento. Águila dorada necesita tiempo para sanar.

 Nuestros enemigos creen que está muerto. Es mejor que sigan creyéndolo por ahora. ¿Qué significa eso? Preguntó Isabela. Significa que nos quedaremos aquí. dijo lobo gris. Tú, Isabella Cruz, nos darás refugio hasta que nuestro príncipe esté lo suficientemente fuerte para viajar. Todos los 12 guerreros. Todos nosotros. Isabella miró alrededor del pequeño sótano, luego hacia su humilde casa allá arriba.

 No tengo espacio para tanta gente. Nos las arreglaremos, respondió viento ligero. Una pache sabe sobrevivir en cualquier lugar. Y si los soldados mexicanos regresan, entonces se llevarán una sorpresa”, dijo osso negro con tono sombrío. Isabella miró a Mateo buscando orientación. Él la observaba con esos ojos penetrantes. “Isabella”, dijo con voz suave, “Sé que te estoy pidiendo mucho, pero necesito tu ayuda.

 Mi gente necesita tu ayuda.” Había algo en su voz en la forma en que pronunció su nombre que hizo que Isabella sintiera que no tenía opción. No porque la estuvieran obligando, sino porque de alguna forma sentía que era su destino. “Está bien”, dijo ella, “Pero mientras estén aquí tienen que seguir mis reglas.” Lobo gris aquíó una ceja.

 ¿Qué reglas? Nada de fogatas durante el día. Nada de moverse sin necesidad cuando el sol esté alto. Y si llegan soldados, todos desaparecen hasta que yo les diga que es seguro. Los guerreros se miraron entre sí nuevamente. Esta mujer piensa como estratega, dijo osso negro con aprobación. Aceptamos tus condiciones dijo lobo gris.

 Pero recuerda, Isabella Cruz, ahora ya eres parte de esta historia. No he vuelta atrás. Isabella miró a Mateo, que sonreía a pesar del dolor. Lo sé, dijo ella, y no quiero dar marcha atrás. Lobo Gris asintió lentamente. Entonces, bienvenida a la familia Pach, hermana. Que los espíritus te protejan en lo que está por venir.

 El amanecer trajo más que luz a la propiedad de Isabella. Trajo peligro. A las 7 de la mañana, cuando subía del sótano con un cuenco de agua sucia de las curaciones, el sonido familiar de casco sobre la tierra seca hizo que su corazón se acelerara. Por la ventana vio el polvo en el horizonte. Soldados mexicanos. Otra vez. Lobo gris. susurró mientras bajaba las escaleras rápidamente.

 “Los soldados están regresando.” El guerrero Apache estaba revisando la herida de Mateo. Sus ojos se endurecieron de inmediato. ¿Cuántos? Parece el mismo grupo de ayer, el Capitán Rodríguez. ¿Dónde están los demás? Isabella miró alrededor. Durante la noche, los 12 guerreros se habían dispersado por la propiedad, algunos en el pequeño establo, otros en cuevas naturales que ella ni siquiera sabía que existían cerca de su casa. Viento ligero y osso negro están en el establo.

 Los otros. Yo me encargo dijo lobo gris lanzando un sirvido bajo y preciso. Inmediatamente Isabella escuchó movimientos por toda la propiedad. Los apaches se movían como fantasmas, desapareciendo en escondites que ella nunca imaginó que existieran en su propia tierra. ¿Y ustedes?, preguntó ella. Nosotros nos quedamos aquí”, dijo Mateo intentando incorporarse.

 “Si encuentran el sótano, no lo van a encontrar”, dijo Isabella con firmeza. “Pero necesito que guarden silencio absoluto.” Los golpes en la puerta resonaron por toda la casa. Isabella respiró hondo, verificó que no hubiera rastros de sangre ni de vendas a la vista y subió. Cuando abrió la puerta, no solo encontró al Capitán Rodríguez, sino a ocho soldados esta vez, todos armados, todos con expresiones desconfiadas. “Buenos días, capitán”, dijo Isabelia forzando una sonrisa. “Señorita Cruz, Rodríguez la miraba

fijamente. Recibimos información de que anoche se observó actividad sospechosa en esta zona.” Actividad sospechosa. Et movimiento de caballos. Huellas extrañas. Algunos de mis hombres creen que los Apache aún están en la zona. Isabela sintió un sudor frío recorriéndole la espalda, pero mantuvo el rostro sereno.

 Capitán, ¿puedo saber qué tipo de información? Un comerciante que pasó anoche por el camino principal dijo que vio humo saliendo de su propiedad. Isabela forzó una risa. Humo. Claro, estaba cocinando para mis cabras nuevas. El capitán frunció el ceño. Cabras. Sí. dijo Isabela con un entusiasmo un poco exagerado. Logré comprar seis cabras jóvenes al señor Morales en el pueblo.

 Están en el establo. Tuve que preparar una sopa especial para fortalecer a las que llegaron débiles del viaje. Rodríguez miró en dirección al establo. ¿Puedo verlas? El corazón de Isabela casi se detuvo. Viento ligero y osso negro estaban escondidos justo allí.

 “Claro”, dijo ella, rezando para que los guerreros hubieran escuchado la conversación. Pero cuidado, todavía están un poco asustadas. Caminaron hasta el establo. Isabella abrió la puerta y para su sorpresa y alivio encontró seis cabras que balaban suavemente. Viento ligero y osso negro habían desaparecido como humo. ¿Dónde consiguió esas cabras?, preguntó uno de los soldados.

del señor Morales. Como dije, gasté todos mis ahorros, pero ahora tendré leche y queso para vender en el pueblo. Rodríguez examinó las cabras, luego miró alrededor del establo. Isabella conto el aliento cuando él se acercó a una pila de eno donde estaba segura de que alguien se había escondido.

 “Esta huella aquí”, dijo él señalando el suelo. “Es demasiado grande para ser tuya.” Isabella miró la marca en la tierra e improvisó rápidamente. Ah, es del hijo del señor Morales. Me ayudó a descargar las cabras ayer. Es un joven enorme, casi del tamaño de un gigante. El capitán pareció aceptar la explicación, pero siguió inspeccionando. Isabela sabía que cada segundo aumentaba el riesgo de que los descubrieran.

 Capitán, dijo de repente, ¿puedo ofrecerle un café? Debe de ser cansado hacer tanta búsqueda. No, gracias. Aún tenemos mucho terreno por recorrer hoy. Rodríguez echó una última mirada alrededor e hizo una señal a sus hombres. Si nota cualquier movimiento sospechoso, avísenos de inmediato. Por supuesto, capitán.

 Después de que los soldados se fueron, Isabella esperó 15 minutos antes de dar la señal de que era seguro. Poco a poco, los apaches salieron de sus escondites como espíritus que se materializaban. Viento ligero apareció primero con una gran sonrisa. ¿De dónde sacaste las cabras? Preguntó. Estaban pastando al otro lado de la colina. Oso Negro y yo las trajimos mientras tú distraías a los soldados.

 Isabela miró a Oso Negro impresionada. ¿Cómo supieron qué hacer? Escuchamos la conversación, respondió el enorme guerrero. Piensas rápido cuando estás bajo presión. Lobo gris salió de detrás de unas rocas que Isabela habría jurado que no podían esconder ni a un niño, mucho menos a un hombre de su tamaño. Bien hecho! Dijo él mirando a Isabella con un nuevo respeto. Tienes instinto de guerrera.

 Solo instinto de sobrevivencia, respondió ella, pero sintió orgullo por sus palabras. Durante el día, Isabella fue de un escondite a otro llevando agua y comida a los guerreros. descubrió que tres de ellos tenían heridas menores de escaramuzas anteriores e insistió en atenderlos.

 No hace falta, dijo Halcón Veloz, un joven guerrero con un corte profundo en el brazo. Claro que sí, insistió Isabella. Una infección puede matar tanto como una lanza. Ella limpió y vendó las heridas con el mismo cuidado que había mostrado con Mateo. Los guerreros lo observaban trabajar con creciente admiración.

 Por la noche, cuando por fin todos se reunieron en el sótano, Lobo Gris se dirigió a Isabella de forma solemne. Isabella Cruz, dijo, hoy demostraste ser más que una aliada. Mostraste valor, inteligencia y compasión. Tal vez los dioses te enviaron a nuestro pueblo justo cuando más te necesitábamos. Mateo, que había observado todo desde el sótano, sentía que algo nuevo le crecía en el pecho.

 Admiración, gratitud, pero también algo más profundo que no sabía cómo nombrar. La forma en que Isabella había tomado el control de la situación, protegiendo no solo a él, sino a todos los guerreros, despertó en él un emoción que nunca antes había sentido. “Hoy nos salvaste a todos”, le dijo cuando quedaron a solas por un momento. “Solo hice lo que era necesario.

” “No”, dijo Mateo tomando su mano. “Hiciste mucho más que eso.” Isabella asintió una corriente eléctrica recorrerle el brazo al contacto, pero fue interrumpida por viento ligero que apareció en la escalera con expresión preocupada. Lobo gris, dijo, “Tenemos un problema. ¿Qué pasa?” Alcón Nocturno vio a un hombre vigilando la propiedad por la tarde. Cuando los soldados se fueron, él también se fue.

 En la misma dirección, el silencio que siguió estuvo cargado de implicaciones. “Un espía”, dijo lobo gris con seriedad. Alguien que vio demasiado añadió oso negro. Isabela sintió que la sangre se le helaba. Eso significa que significa que van a volver, dijo Mateo con voz tensa a pesar de su debilidad.

 Y esta vez vendrán preparados para encontrar a Paches. Lobo Gris se puso de pie con el rostro duro como una roca. Entonces, será mejor que nosotros también estemos preparados. La alianza peligrosa que Isabella había formado con los apaches estaba a punto de ser puesta a prueba de una manera que ninguno de ellos imaginaba.

 Y en algún lugar, en la oscuridad del desierto, el espía cabalgaba furiosamente hacia el puesto militar, llevando información que lo cambiaría todo. La tensión en la propiedad era palpable. Lobo gris había colocado vigías en puntos estratégicos y todos sabían que el regreso de los soldados era solo cuestión de tiempo.

 Fue entonces cuando Mateo tomó una decisión que lo cambiaría todo. Isabela dijo llamándola cerca en el sótano. Necesito contarte toda la verdad. Mereces saber en lo que te has metido. Isabelia se arrodilló junto a él notando la seriedad en sus ojos. Pensé que ya lo sabía todo. No todo. Mateo respiró hondo. Lo que el lobo gris dijo sobre las minas de oro solo era parte de la historia.

 ¿Cómo es eso? Mateo miró alrededor, asegurándose de que solo lobo gris estuviera lo bastante cerca para escuchar. Isabela, mi pueblo no tiene solo unas cuantas minas de oro. Somos los guardianes del mayor tesoro escondido de México. Docenas de minas repartidas por la Sierra Madre, acumulando riquezas durante más de 300 años. Isabella abrió mucho los ojos.

 300 años. Cuando llegaron los conquistadores españoles, mis antepasados escondieron las minas más ricas en las montañas más inaccesibles. Generación tras generación hemos extraído el oro en secreto, siempre en pequeñas cantidades, para no llamar la atención. ¿Cuánto? ¿Cuánto oro estamos hablando? Mateo y lobo gris se miraron entre ellos.

 El suficiente para comprar la mitad de México, respondió lobo gris con tono sombrío. Tal vez más. Isabella sintió que le faltaba el aire. No solo había salvado a un príncipe apache, sino también al guardián de una fortuna que desafiaba la imaginación. Los mapas que yo llevaba, continuó Mateo, no mostraban solo una o dos minas, mostraban la ubicación de todas ellas.

 Cada cueva, cada depósito, cada ruta secreta que mi pueblo ha usado durante siglos. ¿Por qué llevabas algo tan peligroso? Porque iba camino al paso para negociar con comerciantes americanos. Queríamos convertir parte del oro en tierras, ganado, armas modernas. Mi sueño es establecer un territorio donde mi pueblo pueda vivir en paz sin depender solo de la caza y la recolección.

 Isabela comprendió la magnitud de la situación. Si esos mapas caían en manos equivocadas, el gobierno mexicano se quedaría con todo, dijo ella. o los americanos”, añadió lobo gris. “Quien haya organizado el ataque contra Águila Dorada sabía exactamente lo que buscaba. Pero dijeron que los bandidos robaron los mapas. Sí, hijo Mateo.

 Y ahora saben que tienen en sus manos información que vale millones. No van a entregar eso a cualquiera. Lo van a subastar al mejor postor.” Isabella sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. No solo había salvado una vida, había salvado el futuro de todo un pueblo. Mateo, El sonido de caballos le interrumpió. Muchos caballos piniendo rápido. Lobo gris subió las escaleras como un gato, miró por la ventana y bajó con expresión grave.

 20 soldados armados hasta los dientes vienen directo hacia aquí. El espía contó todo, murmuró Mateo. Tenemos que salir de aquí, dijo Isabella. Ahora águila dorada no puede cabalgar todavía dijo lobo gris. Y no podemos cargarlo sin reducir nuestra velocidad. Entonces luchamos, dijo una voz detrás de ellos. Oso negro había bajado al sótano, seguido por viento ligero, y otros guerreros, todos armados, todos con expresión decidida.

Son muchos, dijo Isabella. Somos apaches respondió viento ligero simplemente. No necesitamos tener el mismo número. Los golpes en la puerta comenzaron, pero esta vez no eran amables. Abran. En nombre de la ley mexicana. Isabella miró a Mateo. ¿Puedes caminar? Puedo intentarlo.

 Lobo gris ayudó a Mateo a levantarse. El príncipe Apache estaba pálido, pero podía mantenerse de pie. “Salida trasera”, susuró Isabella. “Hay un sendero que lleva a las colinas. Han rodeado la casa”, dijo Alcón Nocturno apareciendo en la entrada del sótano. Soldados en todas las direcciones. La puerta principal estalló en pedazos.

Gritos en español resonaron por la casa. “Busquen todas partes. Están aquí ahora. gritó lobo gris. Lo que siguió fue el caos. Los apaches subieron del sótano como una tormenta, enfrentándose a los soldados mexicanos en combate cuerpo a cuerpo.

 El ruido era ensordecedor, gritos, disparos, el sonido de metal contra metado. Isabela sostuvo el brazo de Mateo, ayudándolo a subir las escaleras. Cuando llegaron al piso principal, la batalla ya estaba en pleno desarrollo. Viento ligero luchaba contra dos soldados al mismo tiempo. Sus movimientos eran fluidos como una danza mortal.

 Oso negro había derribado a tres hombres y avanzaba sobre un cuarto. “Por aquí!”, gritó Isabella guiando a Mateo hacia la salida trasera. Fue entonces cuando vio al Capitán Rodríguez entrando por la puerta principal, pistola en mano, buscando a quién disparar. Sus ojos se encontraron con los de Isabella a través del humo y la confusión. “La mujer”, gritó él. “Arresten a la mujer.

” Dos soldados se voltearon hacia ellos. Isabella empujó a Mateo detrás de una mesa volcada y tomó un cuchillo de cocina. “Isabella, no!”, gritó Mateo. “Huye, no te voy a dejar!” El primer soldado se lanzó sobre ella. Isabella esquivó su bayoneta y le clavó el cuchillo en el hombro. El hombre gritó y retrocedió.

 El segundo soldado apuntó su fusil directamente a Mateo. Isabella no lo pensó, solo actuó. Se lanzó frente a Mateo justo en el momento en que el disparo resonó en la casa. La bala le dio en el brazo izquierdo, lanzándola contra la pared. El dolor era insoportable, pero vio que Mateo estaba ileso. Isabella. Mateo trató de ir hacia ella, pero lobo gris lo sujetó. Tenemos que irnos ahora. No sin ella.

 Está herida, nos retrasará. La rescataremos después. A través de la neblina del dolor, Isabella vio a los apaches sacando a Mateo de la casa. Lobo Gris la miró una última vez. Sus ojos le hicieron una promesa silenciosa. Volveremos por ti. Los soldados se acercaron a Isabella. Trató de levantarse, pero la pérdida de sangre la mareaba. Atrépenla, ordenó el Capitán Rodríguez, y cúrenle la herida.

 No puede morir antes de decirnos todo lo que sabe. Mientras le ataban las manos, Isabella miró por la ventana rota. A lo lejos alcanzaba a ver a los Apache cabalgando por las colinas, Mateo a salvo entre ellos. Le había salvado la vida otra vez y ahora ella pagaría el precio. “Señorita Cruz”, dijo Rodríguez agachándose junto a ella.

 “Usted ha cometido traición contra México, pero si coopera, tal vez podamos llegar a un acuerdo.” Isabella cerró los ojos sintiendo el dolor pulsar en su brazo. No sé de qué me habla. Sé que lo sabe y voy a averiguarlo. Todo sobre los apach. sobre el oro, sobre todo. Cuando Isabela volvió a abrir los ojos, vio que Rodríguez sostenía algo que hizo que el corazón se le detuviera, una de las monedas de oro de Mateo que se había caído durante la pelea. “Esto es solo el comienzo”, dijo girando Loneda entre los dedos.

 “¿Me va a decir dónde están las minas o morirá intentando proteger a sus nuevos amigos?” Isabela apretó los dientes, no importaba lo que le hicieran. Algunos secretos valían más que la vida. La celda de la prisión de Chihuahua era un hoyo cabado en la roca con solo una pequeña ventana con barrotes por donde entraba un hilo de luz.

 Isabella llevaba tres días allí con el brazo aún herido y sin atención médica adecuada. No estaba sola. Otras cinco mujeres compartían el espacio estrecho, pero todas guardaron silencio cuando Isabella entró. “Tú eres la que ayudó a los Apache”, dijo una mujer mayor de cabello gris y mirada cansada. Soy Esperanza.

 Dicen que eres una traidora. Ayudé a un hombre herido, respondió Isabella sosteniéndose el brazo contra el pecho. Un hombre herido que vale una fortuna dijo otra prisionera, una joven de unos 20 años. Todo el pueblo habla de eso. Isabella frunció el ceño. ¿Hablan de qué? De la Pache Rico que ofreció 1000 monedas de oro por tu libertad. Dijo Esperanza.

 Los guardias no hablan de otra cosa. El corazón de Isabella se llenó de calor. Mateo estaba intentando salvarla. El capitán Rodríguez rechazó la oferta. Continuó la joven. Dice que tú vales más que el oro, que sabes secretos que pueden hacer rico a México. No sé nada, murmuró Isabella. No tienes que mentirnos dijo Esperanza con suavidad. Aquí dentro todas somos hermanas.

 En ese momento dos guardias entraron, seguidos del Capitán Rodríguez. Isabella Cruz. dijo él. Es hora de tu interrogatorio. Isabella fue arrastrada a una sala pequeña con solo una mesa y dos sillas. Rodríguez se sentó al otro lado colocando la moneda de oro apache sobre la mesa entre ellos. Intentémoslo otra vez, dijo. ¿De dónde viene este oro? No lo sé. Mentira. Rodríguez golpeó la mesa con el puño.

Pasaste días con esos apache. Ellos confiaron en ti. Háblame de las minas. ¿Qué minas vas a hablar? Dijo él. De una manera o de otra. El interrogatorio duró 3 horas. Rodríguez alternaba amenazas y promesas. Isabella resistió todo. “Tienes hasta mañana al amanecer”, dijo finalmente Rodríguez. “Es tu última oportunidad para salvar tu vida”.

 De vuelta en la celda, Isabella se dejó caer sobre el suelo de piedra. “¿Por qué no le dices lo que quieres saber?”, preguntó la mujer mayor. “Tu vida vale más que los secretos de los apache.” “Hay secretos que valen más que la vida,”, respondió Isabela. “¿Estás enamorada de él?”, dijo la joven del Pache rico.

 Isabella no respondió, pero sintió el calor subirle al rostro. Esa tarde, un hombre con sotana apareció frente a la celda. Era delgado, de mediana edad, con ojos bondadosos y cabello entreco. “Soy el padre Miguel”, se presentó. “Vengo a darle la extrema unción si así lo desea.” “Padre”, dijo Isabella, “no soy una mujer muy religiosa, no importa.

 Dios ama a todos sus hijos.” El padre Miguel pidió quedarse solas con Isabella. Cuando los guardias salieron, él se acercó y le susurró. Mateo, águila dorada me envió. Los ojos de Isabella se abrieron de sorpresa. ¿Conoce a Mateo? Lo conozco y estoy aquí para ayudarte a escapar. ¿Cómo? Paciencia.

 Primero necesito contarte algo sobre ti que puede cambiarlo todo. El padre Miguel miró alrededor asegurándose de que nadie los escuchaba. Isabel, ¿alguna vez te has preguntado por qué entiendes tamban bien a los apaches? ¿Por qué sientes esa conexión con ellos? No sé de qué me habla. Tu madre, dijo el padre con suavidad.

 ¿La recuerdas? Murió cuando yo era muy pequeña. De fiebre. Tu madre no murió de fiebre, hija mía. Fue asesinada por soldados mexicanos cuando tenías 5 años. Isabella sintió que el mundo le daba vueltas. ¿Qué? Tu madre era apache, hija de un jefe respetado. Se enamoró de un comerciante mexicano, tu padre, y huyeron juntos. Pidieron en paz algunos años, pero los encontraron.

 Isabelia no podía asimilar la información. Eso, eso no puede ser verdad. Es verdad. Yo era el sacerdote del pueblo donde vivían. Vi todo con mis propios ojos. Mataron a tus padres y te entregaron a la curandera María para que te criara con la orden de no contarte nunca la verdad. ¿Por qué me lo dice ahora? Porque tienes derecho a saber quién eres realmente y porque eso puede salvarte.

 Las lágrimas bajaban por el rostro de Isabella. Toda su vida había sido una mentira. Soy mitad Pache, sí. Y eso significa, según las leyes tribales, eres hija del pueblo Apache. Mateo no solo está tratando de salvar a una aliada, está tratando de salvar a una hermana. El padre Miguel se puso de pie. Esta noche, cuando escuches el canto del búo tres veces seguidas, prepárate. Mateo vendrá por ti.

 ¿Cómo? Confía en él y confía en quién eres en realidad. El padre salió dejando a esa bella sola con revelaciones que lo cambiaban todo. Miró sus manos imaginando la sangre corriendo por sus venas. Las horas pasaron lentamente. Isabella apenas pudo probar la sopa aguada que les dieron en la cena. Esperanza notó su inquietud.

 ¿Qué te dijo el padre? Cosas sobre mi pasado, buenas o malas, aún no lo sé. A medianoche, cuando todas las demás prisioneras dormían, Isabella escuchó el primer canto de búo, luego el segundo. Su corazón se aceleró. El tercer canto vino acompañado de un ruido extraño, como si alguien cavara del otro lado de la pared. De pronto, una sección del muro de piedra se movió.

 Apareció un agujero y por él emergió una figura familiar. Viento ligero susurró Isabella. Vamos, dijo el joven guerrero. Águila dorada te espera. ¿Cómo lograron? Luego te explico. Ahora ven. Isabella siguió viento ligero por el túnel improvisado. Al otro lado encontró a Mateo esperándola montado en un caballo con otros guerreros alrededor, pero todos iban vestidos como comerciantes mexicanos.

 Isabelisha, dijo Mateo bajando del caballo y corriendo hacia ella. ¿Estás bien? Ahora sí. Él la abrazó. Isabella sintió que estaba en casa. ¿Cómo entraron a ciudad? Nos disfrazamos de comerciantes que venían de Durango”, explicó lobo gris. Vendimos unas cabras en la plaza principal mientras viento ligero cababa el túnel.

 “¿Y si nos descubren?” “Ya nos descubrieron”, dijo osso negro señalando las luces que se encendían en la ciudad. Alguien dio la alarma. El sonido de campanas comenzó a escucharse en la noche. Gritos de soldados se acercaban. A cabalgar”, dijo Mateo, ayudando a Isabella a subir a su caballo.

 “Ahora!” Mientras galopaban en la oscuridad, dejando atrás la ciudad de Chihuahua, Isabella abrazó a Mateo por la cintura y pensó en las palabras del padre Miguel. Ella era apa parte de ella siempre lo había sabido, siempre había sentido esa conexión. Ahora todo tenía sentido. Y ahora, escapando en la noche con el hombre que amaba, por fin sabía quién era realmente.

 Detrás de ellos, el sonido lejano de la persecución se escuchaba por las montañas. Ladridos de perros, gritos de soldados, el galope de decenas de caballos militares. El capitán Rodríguez había movilizado a todo el ejército de la región para capturarlos. ¿A dónde vamos?, gritó Isabella por encima del viento. A la Sierra Madre, respondió Mateo.

 Conocemos cada sendero, cada cueva. Allí no pueden seguirnos. Cabalgaban sin parar durante toda la noche, deteniéndose solo para dejar que los caballos descansaran y revisar si aún lo seguían. Al amanecer llegaron a una meseta rocosa donde por fin pudieron respirar. Lobo Gris revisó Horizonte con un catalejo.

 “Por ahora los perdimos”, dijo, “Pero no por mucho tiempo.” “¿Cuántos vienen tras nosotros?”, preguntó Mateo. Al menos 50 soldados más algunos cazadores de recompensas. Y Isabella, ¿qué pasa? Hay una recompensa de 1000 pesos por tú. Isabella sintió que la sangre se le helaba. 1000 pesos era una fortuna para cualquier campesino mexicano. Eso significa que no podemos confiar en nadie, dijo viento ligero.

 Excepto en nosotros mismos añadió os negro. Mateo se acercó a Isabella que estaba sentada sobre una piedra observando el valle abajo. ¿Te arrepientes?, preguntó él suavemente. ¿De qué? ¿De haberme salvado, de haberte involucrado en todo esto. Isabella lo miró a los ojos. Aún herido, aún siendo un fugitivo, él era el hombre más bello y noble que ella había conocido.

 Nunca, dijo ella, aún sabiendo cómo iba a terminar todo esto, haría la misma lección. ¿Por qué? Isabella dudó, luego decidió ser completamente honesta porque nunca conocía a un hombre como tú, Mateo. Eres diferente a cualquier persona que haya conocido. Diferente como fuerte, pero amable, poderoso, pero humilde. Pudiste haber ordenado a tus guerreros que me mataran para proteger tus secretos, pero en lugar de eso me protegiste.

 Mateo se sentó a su lado en la piedra. Isabella, me salvaste la vida dos veces, pero hiciste más que eso. Tú Tú me hiciste sentir algo que nunca había sentido antes. ¿Qué plenitud? Como si una parte de mí que siempre había estado faltando finalmente hubiera encontrado su lugar.

 Se miraron en silencio durante un largo momento. Entonces, lentamente Mateo se inclinó y besó a Isabella. El beso fue suave al principio, casi dudoso, pero cuando Isabella respondió rodeando su cuello con los brazos, la pasión estalló entre ellos como un incendio en el desierto. Águila dorada. La voz del lobo gris los interrumpió. Tenemos que continuar. Los soldados se están acercando de nuevo.

 La huida continuó durante tres días a través de las montañas más peligrosas de la Sierra Madre. dormían en cuevas escondidas, comían raíces y casa que los guerreros lograban atrapar y siempre se movían al primer signo de persecución. En la tercera noche, cuando acamparon en un claro protegido por altas rocas, la tensión constante finalmente dio paso a algo más profundo. Isabella estaba lavándose el rostro en un arroyo cercano cuando Mateo se le acercó.

 “¿Cómo está tu brazo?”, preguntó él refiriéndose a la herida de Bala. Mejor viento ligero tiene manos de curandero. Isabella Mateo dudó. Sé que nuestra situación es terrible. Somos fugitivos. No tenemos un futuro seguro, pero necesito decirte algo. ¿Qué es? Te amo.

 Las palabras salieron simples, directas, cargadas de verdad absoluta. Isabela sintió que las lágrimas le llenaban los ojos. Yo también te amo, Mateo. Esa noche, bajo un manto de estrellas que parecía haber sido tejido especialmente para ellos. Isabella y Mateo se alejaron del campamento buscando privacidad.

 Cuando se rezaron de nuevo, la pasión que había crecido entre ellos durante los días de huida finalmente encontró su expresión. Pero cuando Mateo empezó a tocar a Isabella de manera más íntima, ella se apartó temblando. Mateo, yo su voz salió en un susurro temeroso. ¿Qué pasa? ¿Hice algo mal? Isabella bajó la mirada, sus mejillas ardiendo de vergüenza. Nunca, nunca he estado con un hombre antes. Mateo se detuvo por completo.

 Sus ojos se abrieron de sorpresa. Eres virgen susurró Isabella. Siempre he vivido sola, cuidando la propiedad. Nunca hubo tiempo. Hubo nadie que Mateo guardó silencio por un largo momento, procesando lo que acababa de escuchar. Isabella malinterpretó su silencio. ¿Estás decepcionado?, preguntó ella con lágrimas amenazando caer. Decepcionado.

Mateo tomó su rostro suavemente entre las manos. Isabela, no estoy decepcionado. Estoy honrado. Honrado. Que confíes en mí lo suficiente como para darme algo tan valioso. Que elijas compartir conmigo tu primera vez. ¿Estás seguro? No sé qué hacer. Yo no tienes que saber nada, dijo Mateo besando su frente. Yo voy a cuidar de ti. Seré gentil. Si en algún momento quieres parar, paramos.

 No vas a pensar que soy una tonta. Nunca, dijo él mirándola directamente a los ojos. Eres perfecta, Isabella. Exactamente como eres. Con infinita paciencia y ternura, Mateo guió a Isabella a través de su primera experiencia de amor. Cada caricia fue cuidadosa, cada beso lleno de adoración.

 Cuando finalmente se unieron bajo las estrellas, Isabella entendió por qué las mujeres hablaban de eso en susurros. No era solo algo físico, era una unión de almas. Después, recostados en los brazos uno del otro, Isabella dijo, “¿Qué va a pasar con nosotros?”, susurró ella. “No lo sé”, admitió él, “pero sé que lo enfrentaremos juntos pase lo que pase. Aunque nos persigan por el resto de nuestras vidas, si es necesario, sí.

” En el cuarto día, una terrible tormenta los obligó a refugiarse en una cueva profunda. Fue allí donde Mateo reveló a Isabela el último de sus secretos. Ven”, dijo él tomando una antorcha y caminando hacia el fondo de la cueva. “Quiero mostrarte algo.

” Isabella lo siguió por pasadizos estrechos hasta que llegaron a una cámara amplia. Cuando Mateo levantó la antorcha, Isabella se quedó sin aliento. La cueva estaba llena de oro. No solo algunas monedas o pepitas, sino montañas de oro trabajado, estatuas, adornos, lingotes, monedas de todas las épocas. Era un tesoro que desafiaba la imaginación.

 Dios mío, susró Isabella, ¿cuánto cuánto vale todo esto? Esta es solo una de las pequeñas reservas, dijo Mateo. Hay cuevas más grandes con más oro del que cualquier reino europeo jamás soñó tener. Isabella caminó entre los montones de riquezas tocando aquí y allá objetos que valdrían toda una vida de trabajo para una familia común.

Y ahora conoces nuestro mayor secreto”, dijo Mateo. “conro podríamos comprar nuestro propio país, formar nuestro propio ejército, construir nuestra propia civilización.” ¿Por qué nunca lo hicieron? Porque el oro trae guerra, trae codicia, trae destrucción.

 Mi pueblo aprendió que es mejor vivir simple y libre que rico y esclavizado. Isabella entendía la sabiduría Patche, pero también comprendía algo más. Mi vida simple se ha terminado para siempre, ¿verdad? Sí, dijo Mateo con tristeza. Conocer este secreto significa que nunca podrás volver a la vida que tenías. Y si quisiera olvidarlo todo, fingir que nada de esto pasó.

 ¿Podrías? Isabella miró el oro, luego a Mateo y después al oro otra vez. Finalmente sonríó. No, no podría. ¿Por qué? Porque ya no soy esa Isabela Cruz sola. Soy la mujer que ama a Mateo Águila Dorada y eso vale más que todo este oro. Mateo la tomó en sus brazos y la besó con pasión. Entonces construiremos una nueva vida juntos dijo. Una vida digna de este amor. Afuera, la tormenta rugía, pero dentro de la cueva dorada, en los brazos del otro, Isabella y Mateo estaban en paz, al menos por ahora. La huida había durado 7 días cuando finalmente fueron acorralados. Isabella y Mateo

descansaban en un claro junto a un arroyo cuando el lobo gris apareció corriendo con una expresión de pánico que ella jamás había visto en el rostro de aquel guerrero imperturbable. Águila dorada, estamos rodeados. ¿Cuántos?, preguntó Mateo, poniéndose de pie de inmediato. Más de 100 soldados los encontraron durante la noche y cerraron todas las rutas de escape.

Isabela sintió que la sangre se le helaba. Después de una semana huyendo por las montañas, finalmente los habían alcanzado. ¿Cómo?, preguntó ella. Pensábamos que los habíamos perdido hace dos días. Alguien nos traicionó”, dijo oso negro saliendo de entre los árboles junto con viento ligero. Alguien que conoce nuestras rutas secretas.

 El sonido de caballos acercándose retumbaba en el bosque. Decenas de ellos viniendo de todas direcciones. No había a dónde escapar. “Mateo”, dijo Isabella tomando su mano. “Pase lo que pase, lo sé.” Él le apretó los dedos. Yo también te amo. Los primeros soldados salieron de entre los árboles con los fusiles apuntando.

 Luego llegaron más y más hasta que el claro quedó completamente rodeado de uniformes azules y armas relucientes. Por último, montado en un magnífico caballo negro, apareció el Capitán Rodríguez, pero hoy había algo diferente en él. Una tensión, una emoción que Isabella no lograba entender. Isabella Cruz dijo desmontando lentamente. Mateo Águila Dorada, nos han dado mucho trabajo.

 Capitán Rodríguez, respondió Mateo, colocándose protectivamente frente a Isabella. Venimos en paz. No queremos derramamiento de sangre. Ya es demasiado tarde para eso, respondió Rodríguez, pero sus ojos estaban fijos en Isabella de una manera extraña. Están acusados de traición, robo y asesinato de soldados mexicanos. asesinato. Isabella dio un paso al frente. Nosotros no matamos a nadie. Tres de mis hombres murieron en el ataque a su propiedad.

Ellos atacaron primero, protestó Isabella. Solo nos defendíamos. Rodríguez seguía observando a Isabella con esa expresión que ella no podía descifrar. Luego, para sorpresa de todos, hizo una señal para que sus soldados bajaran las armas. “Déjenos solos”, ordenó. “Pero capitán”, protestó un sargento. “Solos. repitió Rodríguez con autoridad.

 Los soldados se apartaron formando un círculo más amplio, pero aún manteniéndolos rodeados. Rodríguez se acercó a Isabella y ella pudo ver lágrimas formándose en sus ojos. Isabela dijo con voz temblorosa. “Mírame, mírame bien.” “Te estoy mirando”, respondió ella confundida. “¿No me reconoces? Ni siquiera después de todos estos años.” Isabella frunció el ceño observando el rostro del capitán. Había algo familiar en esos ojos en la forma de su mentón.

No puede ser”, susurró ella. “Sí puede ser. Soy yo, Isabella. Soy Alejandro, tu hermano.” El mundo se detuvo alrededor de Isabella. Sintió que las piernas le fallaban y tuvo que apoyarse en Mateo para no caer. Alejandro, su voz salió como un suspiro. “Pero, pero tú estabas muerto hace 15 años.

 Tú solo tenías 10 años cuando no morí”, dijo Alejandro quitándose el sombrero militar y mostrando un cabello oscuro que Isabella reconoció de inmediato. “Fui secuestrado por soldados. Una familia militar me adoptó, me crió, me educó, pero nunca dejé de buscarte.” Isabella no podía procesar la información.

 Su hermano mayor, al que creyó muerto cuando eran niños, estaba allí frente a ella. Capitán del ejército mexicano, su perseguidor. ¿Cómo? ¿Cómo me encontraste? Te he estado buscando por años. Cuando supe que una mujer llamada Isabela Cruz estaba relacionada con los apaches, investigué y cuando vi tu rostro en la prisión, supe que eras tú. ¿Me viste en la prisión? Te observé por los espejos. Pensé que estaba soñando.

Mi hermanita, que creció y se convirtió en una mujer valiente y hermosa. Las lágrimas corrían por el rostro de Isabela, 15 años sol edad, creyendo que no tenía familia, y ahora descubría que su hermano no solo estaba vivo, sino que se había convertido en su enemigo. “Alejandro”, dijo ella con la voz entrecortada. “yo pensé que habías muerto todos estos años.

 Lo sé y lo siento mucho, pero ahora nos encontramos y puedo protegerte. Mateo, que había observado el reencuentro en silencio, por fin habló. Protegerla. Estabas a punto de ejecutarla. Alejandro se giró hacia Mateo con el rostro endurecido.

 Y tú eres el Apache que corrompió a mi hermana, el que la convirtió en una fugitiva. Nadie me corrompió, dijo Isabella con firmeza. Tomé mis propias decisiones. Decisiones que casi te matan. Exclamó Alejandro. Isabela, no tienes idea del peligro en el que estás. Hay cazadores de recompensas, soldados estadounidenses, bandidos, todos quieren tu cabeza. Conozco los riesgos. No, no los conoces.

 Alejandro respiró hondo tratando de calmarse. Pero ahora que te encontré, puedo ofrecerte una solución. ¿Qué solución? Preguntó Mateo con desconfianza. Alejandro miró directamente a Isabella. Convéncelo a tu amigo de entregar las ubicaciones de las minas de oro al gobierno mexicano. A cambio, los dos recibirán perdón completo y una nueva identidad. Podrán vivir en paz en cualquier lugar de México. Nunca, dijo Mateo de inmediato.

Entonces los dos morirán, dijo Alejandro con frialdad, porque esas son sus únicas opciones. Isabella miró a su hermano y luego al hombre que amaba, sintiendo como su corazón se rompía. Alejandro, no puedes pedirme que elija entre tú y él. No te estoy pidiendo que elijas entre nosotros, dijo Alejandro.

 Te estoy pidiendo que elijas entre la vida y la muerte. Si él entrega los mapas, vivirán. Si no lo hace, morirán. Así de simple. Es una trampa, dijo Mateo. Aunque entregue los mapas, el ejército mexicano nos matará para silenciar a los testigos. Tienes mi palabra de oficial, dijo Alejandro.

 La palabra de un hombre que persiguió a su hermana como si fuera un animal durante una semana. Respondió Mateo. No sabía que era mi hermana. ¿Y eso te hace mejor? Isabella se sentía partida en dos. Por un lado, su hermano, al que creyó perdido para siempre. Por otro, el hombre que amaba y que representaba no solo su felicidad, sino el futuro de todo un pueblo.

 ¿Cuánto tiempo tenemos para decidir?, preguntó ella. Hasta el atardecer, dijo Alejandro. Después de eso, órdenes son órdenes, aunque seas mi hermana. Alejandro se alejó dejando a Isabella y Mateo solos en el centro del círculo de soldados. No confío en él, dijo Mateo en voz baja.

 Es mi hermano susurró Isabella con lágrimas en el rostro. Y yo soy el hombre que amas. Pero más que eso, soy el guardián de los secretos de mi pueblo. No puedo traicionarlos ni siquiera por ti. Isabella miró a Alejandro que conversaba con sus soldados. Luego a Mateo, que lo observaba con ojos llenos de amor y determinación, cómo podía elegir entre las dos personas más importantes de su vida y cómo viviría con cualquier decisión que tomara. Las horas pasaban como una tortura.

 Isabela caminaba de un lado a otro en la pequeña área que los soldados habían designado como su prisión temporal, mientras Mateo permanecía sentado en una piedra vigilando cada movimiento de los guardias. Isabela,” dijo él suavemente. “Deja de torturarte. No puedes controlar esta situación.” “Sí puedo.” Ella se volvió hacia él con los ojos rojos de tanto llorar.

 “¿Puedo elegir? ¿Puedo salvarte? ¿O puedo salvar a mi hermano? ¿O puedo? ¿O puedes perder a los dos?”, completó Mateo con tristeza. Isabela se sentó a su lado apoyando la cabeza entre las manos. 15 años, Mateo, 15 años creyendo que estaba sola en el mundo. Y ahora descubro que tengo un hermano vivo que me buscó todos estos años y que está dispuesto a matarnos si no entregamos los secretos de mi pueblo. Él solo está cumpliendo órdenes. Es diferente. Lo es.

Antes de que Isabella pudiera responder, Alejandro se acercó a ellos. Su expresión estaba aún más tensa que antes. Isabella, necesito hablar contigo a solas. Mateo se levantó de inmediato. Cualquier cosa que tengas que decirle a ella, puedes decírmela a mí también. No, dijo Alejandro firmemente.

 Esto es asunto de familia. Isabela miró entre los dos hombres. Luego hizo una señal a Mateo para que se alejara un poco. Él obedeció a Ragañadientes, pero quedó lo suficientemente cerca como para intervenir si era necesario. ¿Qué pasa?, preguntó Isabella. La situación es peor de lo que imaginan, dijo Alejandro en voz baja.

 Recibí información por telégrafo hace una hora. No son solo soldados mexicanos los que los están buscando. ¿Cómo? Los americanos se enteraron del oro Apache. Hay tres regimientos del ejército estadounidense dirigiéndose a esta región en este momento. Isabela sintió que la sangre se le elaba.

 Quieren iniciar una guerra, quieren el oro y están dispuestos a exterminar a todos los apaches para conseguirlo. ¿Por qué me estás contando esto? Porque si tu Apache entrega los mapas a México ahora, por lo menos mi gobierno puede proteger algunas de las minas. Si los americanos llegan primero, no quedará nada, completó Isabela, entendiendo la gravedad. Exacto.

 Tu novio puede estar intentando proteger a su gente, pero en realidad los está condenando a la extinción. Isabela miró a Mateo, que observaba la conversación con creciente preocupación. ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que lleguen los americanos? Dos días, tal vez tres. Isabella respiró hondo. Una idea comenzaba a formarse en su mente.

 Alejandro, ¿y si hubiera una tercera opción? ¿Qué opción? Y si usamos el oro apache para comprar tierras al gobierno mexicano, territorio oficial reconocido por la ley donde apaches y mexicanos puedan vivir juntos en paz. Alejandro frunció el seño. ¿Cómo dices? Piénsalo dijo Isabella hablando con más entusiasmo. En vez de robar el oro o permitir que los americanos lo hagan, ¿por qué no hacer un acuerdo? Los apaches usan parte de su riqueza para comprar legítimamente un gran territorio. A cambio, México gana un aliado rico y fuerte en la frontera con Estados Unidos. Isabela, eso es

revolucionario, inteligente, una forma de que todos ganen. Alejandro negó con la cabeza. Imposible. El gobierno nunca aceptaría. ¿Por qué noirían una fortuna en oro? Ganarían un territorio productivo y crearían una barrera contra la expansión americana. Y los apaches nunca aceptarían compartir sus tierras con mexicanos. Isabella miró a Mateo y lo llamó de vuelta.

 Mateo, necesito preguntarte algo. Hipotéticamente, si fuera posible crear un territorio donde apaches y mexicanos vivieran como iguales, compartiendo recursos y conocimientos, tu pueblo lo consideraría. Mateo la miró con desconfianza. ¿Por qué? Isabel explicó rápidamente su idea. Mateo escuchó en silencio. Su expresión fue cambiando poco a poco.

 Es una idea interesante, admitió finalmente, pero algunos de mis guerreros nunca lo aceptarían. Hay apaches que prefieren morir antes que vivir al lado de mexicanos. Y hay mexicanos que prefieren morir antes que vivir al lado de apaches añadió Alejandro. Mis superiores me considerarían un traidor por sugerir algo así. Entonces todos van a morir por orgullo, explotó Isabella.

 Los americanos van a masacrar a todos y ustedes van a permitirlo porque no pueden imaginar un mundo donde personas diferentes vivan en paz. Antes de que cualquiera pudiera responder, un sonido terrible resonó por el bosque. Gritos de guerra, apache, pero venían de la dirección equivocada. ¿Qué? Empezó a decir Alejandro.

 Una lluvia de flechas cayó sobre el campamento mexicano. Los soldados gritaron. Los caballos relincharon. El caos estalló de inmediato. “Apache!”, gritó un sargento. “Estamos bajo ataque.” Pero Mateo observaba las flechas con expresión preocupada. “Esas no son flechas de mi grupo”, dijo.

 “¿Cómo lo sabes?”, preguntó Alejandro desenfundando su pistola. “Por las plumas, esas son flechas del clan de Halcón Negro.” Isabella recordó el nombre. Lobo gris había mencionado al con negro como un apache radical que se oponía al liderazgo de Mateo. ¿Vinieron a rescatarnos? Preguntó ella. No dijo Mateo sombríamente. Vinieron a rescatarme a mí y a matarte a ti.

 ¿Qué? Alcón negro cree que tú me has corrompido. Que una mexicana no es de fiar. Quiere llevarme de regreso y ejecutarte como traidora. Más gritos resonaron en el campamento. Isabela podía ver a los guerreros apaches saliendo de entre los árboles, atacando a los soldados mexicanos con furia salvaje. ¿Cuántos son? Preguntó Alejandro.

 Por lo menos 20, respondió Mateo. Todos fanáticos leales alcón negro. Y tus hombres, lobo gris, ¿dónde están? Fueron capturados por separado. Están prisioneros en otro lugar. Alejandro hizo señales a susados para que se colocaran en posición defensiva. “Isabella, quédate detrás de mí”, ordenó. “No”, dijo Mateo jalando a Isabella hacia él. “Ella se queda conmigo. Yo protejo a mi hermana y yo protejo a la mujer que amo.

” “Basta”, gritó Isabella. “Dejen de discutir y sáquenos de aquí.” Fue entonces cuando vieron a Halcón Negro salir de entre los árboles. Era una pacha enorme, aún más grande que oso negro, con pinturas de guerra rojas en el rostro y los ojos llenos de odio.

 Sus ojos se clavaron en Isabela como un depredador observa su presa. Águila dorada, gritó en español, has deshonrado a nuestro pueblo y esta mexicana pagará con su vida. La batalla estaba a punto de comenzar e Isabella estaba justo en el centro de ella. Halcón negro avanzó como una tormenta de furia con su lanza apuntando directamente a Isabella.

 Mateo se lanzó frente a ella bloqueando el ataque con un cuchillo que arrancó de un soldado caído. Águila dorada, rugió Alcón negro. Escogiste a una mexicana por encima de tu propio pueblo. Escogí el amor sobre el odio, respondió Mateo, esquivando otro golpe. A su alrededor, la batalla se desarrollaba en tres frentes distintos. Los apachos radicales de Halcón Negro atacaban tanto a los soldados mexicanos como a cualquiera que protegiera esa bella.

 Los hombres de Alejandro trataban de defenderse en dos direcciones y en medio de todo Isabella y Mateo luchaban por sus vidas. “Isabella!”, gritó Alejandro disparando contra una pache que se acercaba por la espalda de ella. “Ven acá, no!”, gritó Mateo. “Ella se queda conmigo. Dejen de tratarme como un trofeo.” Vociferó Isabela.

 Tomando una lanza de un guerrero caído. Fue entonces cuando vio a Halcón Negro acercarse a Alejandro por la espalda mientras su hermano estaba distraído disparando a otros atacantes. Sin pensarlo dos veces, Isabella corrió, saltó sobre una pila de equipos usando la lanza como pértiga y cayó entre Alcón Negro y Alejandro justo en el momento en que el guerrero Apache levantaba su hacha. “Alejandro, agáchate!”, gritó ella.

 La hoja de halcón negro pasó a centímetros de la cabeza de Alejandro cuando él se lanzó al suelo. Isabella aprovechó el desequilibrio del atacante y le clavó la punta de la lanza en el hombro. Halcón negro rugió de dolor y furia. mexicana, vas a morir. Se volvió hacia ella, pero Mateo ya estaba encima. Los dos hombres se enfrentaron en un combate brutal mientras Isabella ayudaba a Alejandro a levantarse.

 “Gracias”, dijo su hermano jadeando. “Somos familia. respondió ella con sencillez. En ese momento, Isabella tuvo una idea desesperada. Conocía esa región desde niña. Había senderos secretos pasadizos entre las rocas que ni los apaches conocían. Alejandro, gritó, “¿Tus hombres pueden retroceder hacia el paso del este? ¿Qué pasó? Confía en mí. Por ahí hay una ruta de escape.

” Alejandro gritó órdenes a sus soldados. Mientras tanto, Isabella corrió hacia donde Mateo luchaba contra Halcón Negro. “¡Mateo!”, gritó ella. ¿Dónde están Lobo Gris y los demás? Capturados por los soldados. Están prisioneros a 2 km de aquí. Isabella miró a su alrededor. La batalla estaba equilibrada, pero todos estaban perdiendo hombres. Necesitaban refuerzos.

 Cada 5 minutos le gritó a Mateo. Solo 5 minutos. Antes de que él pudiera preguntarle qué planeaba, Isabella corrió hacia el bosque. Usó senderos que conocía desde niña, atajos que había descubierto jugando cuando era pequeña. Llegó al campamento donde los soldados mexicanos tenían prisioneros a los apaches. Solo había cuatro guardias.

El resto había sido enviado a la batalla principal. Isabella tomó unas piedras y las lanzó en dirección opuesta haciendo ruido. Cuando tres de los guardias fueron a investigar, ella se acercó al cuarto por la espalda y lo dejó inconsciente con una rama pesada.

 “Lobo gris”, susurró cortando las cuerdas que ataban al guerrero. “Isabella, ¿cómo?” “No hay tiempo para explicaciones. Mateo los necesita ahora.” En pocos minutos, Isabella había liberado a lobo gris, osso negro, Viento Ligero y a otros ocho guerreros apaches leales a Mateo. ¿Dónde está Águila Dorada?, preguntó lobo gris peleando contra Alcón Negro. Tenemos que volver.

 El grupo corrió por los senderos secretos que Isabella les indicó. Cuando llegaron al combate, la situación había empeorado. Mateo estaba herido. Alejandro había perdido a la mitad de sus hombres y Halcón Negro parecía estar ganando. Ahora! Gritó lobo gris. Los apaches leales a Mateo atacaron a Halcón Negro y a sus seguidores por la espalda.

 La llegada repentina de refuerzos cambió completamente el rumbo de la batalla. “Alejandro”, gritó Isabella. Esta es nuestra oportunidad, tus hombres y los de Mateo juntos. Luchar al lado de Apaches, dudó Alejandro, luchar por la vida contra un enemigo común. Isabella vio como Mateo era acorralado por dos guerreros de halcón negro.

 Sin dudar tomó un arco caído y disparó una flecha, hiriendo a uno de ellos en una pierna. “Mateo, Alejandro, peleen juntos!”, gritó ella. Algo en la desesperación de su voz hizo que los dos hombres se miraran. Luego, como si hubieran llegado a un acuerdo sin palabras, Alejandro corrió para ayudar a Mateo.

 “Por mi hermana”, gritó Alejandro disparando contra el segundo atacante de Mateo. “Por Isabella”, respondió Mateo, bloqueando un golpe que iba dirigido a Alejandro. Desde ese momento, soldados mexicanos y apaches leales a Mateo lucharon lado a lado. La diferencia fue devastadora. Los radicales de Halcón Negro, atrapados entre dos grupos organizados, comenzaron a caer rápidamente.

 Cuando Halcón Negro vio que la batalla estaba perdida, hizo un último intento desesperado por matar a Isabella. Corrió hacia ella con el hacha en alto, pero encontró una barrera inesperada. Mateo y Alejandro juntos bloqueando su camino. No vas a tocarla, dijo Mateo. Nunca, añadió Alejandro. Alcón negro cayó bajo los golpes combinados de los dos hombres que por fin habían encontrado algo en común, proteger a Isabella.

 Cuando terminó la batalla, el silencio que siguió fue ensordecedor. Apaches leales y soldados mexicanos estaban lado a lado jadeando, pero vivos. Halcón negro, herido, pero aún con vida, fue llevado ante Isabella, Mateo y Alejandro. ¿Por qué?, preguntó Mateo. ¿Por qué atacaste tu propio pueblo? Alcón negro escupió, luego rio con amargura. Mi propio pueblo.

 Ustedes no entienden nada, ¿verdad? ¿De qué hablas? Preguntó Alejandro. Los americanos dijo Alcón Negro con esfuerzo. Ellos nos pagaron. Pagaron para atacar a mexicanos. Pagaron a mexicanos para atacar a Paches. Querían que nos destruyéramos entre nosotros. Isabella sintió un escalofrío en el estómago.

 ¿Qué? Oro americano continuó Al con negro. Mucho oro. para asegurarse de que apaches y mexicanos se mataran entre sí antes de que ellos llegaran para que no quedara nadie que defendiera las minas. Mateo y Alejandro se miraron comprendiendo la magnitud de la manipulación. “Fuimos usados”, dijo Alejandro lentamente.

 “Todos nosotros”, asintió Mateo. Alcón negro soltó su última risa amarga antes de cerrar los ojos para siempre. Isabelia miró alrededor del claro devastado, luego a los hombres heridos pero unidos a su alrededor. “¿Ahora entienden?” dijo suavemente. Separados somos débiles, juntos somos invencibles. La batalla había terminado, pero la verdadera lucha, construir un futuro donde apaches y mexicanos pudieran vivir en paz apenas comenzaba. El silencio después de la batalla fue interrumpido por la voz firme de Mateo. “Alejandro”, dijo

dirigiéndose al capitán mexicano. “Necesito hablar contigo sobre un acuerdo que puede cambiarlo todo.” Alejandro, aún procesando la revelación sobre la manipulación estadounidense, miró a Mateo con nuevo interés. “¿Qué tipo de acuerdo?” Mateo miró a Isabella, que asintió con aliento, luego a Lobo Gris y a los otros guerreros apaches que habían sobrevivido a la batalla. Voy a hacer algo que ningún líder Apache ha hecho antes, dijo.

 Revelaré la ubicación de una de nuestras minas de oro. Lobo gris dio un paso al frente impactado. Águila dorada, no puedes. Puedo y lo haré, interrumpió Mateo. Una mina lobo gris, solo una, como prueba de buena voluntad. ¿A cambio de qué? Preguntó Alejandro. Tierras, respondió Mateo. Territorio oficial reconocido, bromexicano, donde mi pueblo pueda vivir legalmente, no como fugitivos, sino como ciudadanos. Isabella se acercó con los ojos brillando de esperanza.

 Y el oro extraído de esa mina se dividiría en partes iguales, añadió ella. Mitad para el gobierno mexicano, mitad para el pueblo apache, para construir una ciudad donde ambos puedan prosperar juntos. Alejandro frunció el ceño. Una ciudad mixta, nueva esperanza, dijo Isabella, el nombre saliendo de sus labios como una oración.

 Una nueva esperanza para todos nosotros. ¿Hablas en serio? Preguntó Alejandro a Mateo. Muy en serio. Isabella me mostró que hay una tercera opción más allá de la guerra y la sumisión. La cooperación. Lobo gris aún parecía dudoso. Y si los mexicanos rompen el acuerdo. ¿Y si usan nuestra confianza contra nosotros? Entonces lucharemos, dijo Mateo simplemente, pero al menos intentaremos la paz primero.

 Alejandro caminó de un lado a otro pensando. Finalmente se detuvo frente a Mateo. ¿De cuánto oro estamos hablando? Mateo sonrió. El suficiente para financiar la construcción de toda una ciudad y aún dejar riqueza para ambos pueblos durante generaciones. Tienes que entender, dijo Alejandro, que no puedo tomar esta decisión yo solo.

 Necesito hablar con mis superiores. Lo entiendo, dijo Mateo, pero necesito una respuesta pronto. Los americanos estarán aquí en dos días. Isabela dijo Alejandro volviéndose hacia su hermana. ¿Aceptarías ser la mediadora oficial de esta negociación? Yo. Isabella se sorprendió. Eres la única persona en la que ambos lados confían completamente.

 Apaches y mexicanos. Salvaste a guerreros apaches y soldados mexicanos. Eres nuestro puente. Isabella miró a Mateo, que sonrió y asintió. Acepto, dijo ella, pero con una condición. ¿Cuál? Que los dos me prometan que le darán una oportunidad real a que esto funcione. No solo un intento superficial, sino una verdadera oportunidad.

 Mateo y Alejandro se miraron, luego extendieron las manos y las estrecharon solemnemente. “Lo prometemos”, dijeron al unísono. Durante los tres días siguientes, Isabella trabajó sin descanso como mediadora. Alejandro envió telegramas urgentes a la capital mientras Mateo se reunió con los líderes Apaches para explicarles su visión. La respuesta del gobierno mexicano fue sorprendente. Aceptación entusiasta.

 La posibilidad de una alianza con apaches ricos, especialmente con los americanos amenazando la frontera, era demasiado atractiva para rechazarla. Cuando llegó la noticia, Isabella estaba sentada con Mateo en una colina observando el valle donde planeaban construir nueva esperanza. Aceptaron, dijo ella sin poder creerlo del todo. Todos ellos, el gobierno mexicano oficialmente, y tu padre Águila Blanca envió palabra de que apoya tu decisión. Mateo la trajo a sus brazos.

Eso significa que lo lograremos. Nuestra ciudad, nuestro sueño, nuestro futuro susurró Isabella. Fue entonces cuando Mateo se arrodilló en la hierba tomando las manos de Isabella entre las suyas. Isabella Cruz, dijo él con la voz temblando de emoción. Me salvaste la vida dos veces, pero más que eso, salvaste mi alma. Me enseñaste que el amor es más fuerte que el odio, que la unión es más poderosa que la división.

Mateo, ¿quieres casarte conmigo? ¿Quieres ser mi esposa, mi compañera, mi igual en todas las cosas? Las lágrimas corrían por el rostro de Isabella. Sí, susurró ella. Sí, quiero. Cuando se desaron sellando su compromiso, fueron observados por apaches y mexicanos que se habían reunido en el valle abajo.

 Un aplauso espontáneo resonó por las montañas. Lobo gris se acercó a ellos sonriendo. El chamán Apache y el padre mexicano ya están planeando la ceremonia, dijo. Será el primer matrimonio oficial entre nuestros pueblos. Y el último, preguntó Isabella. No dijo una nueva voz. Se volvieron y vieron a Alejandro acercándose, acompañado por una joven Apache que Isabella no conocía.

 Este es Alejandro Cruz, dijo la joven a lobo gris en Apache. Luego pasó al español. El hombre que me salvó la vida durante la batalla. Alejandro se sonrojó ligeramente. Isabela, ella esana. Bueno, es especial. Isabella sonrió viendo el brillo en los ojos de su hermano.

 Parece que Nueva Esperanza ya está está cumpliendo su promesa dijo ella. Mientras el sol se ocultaba sobre la Sierra Madre, Isabella contempló el futuro. Una ciudad donde apaches y mexicanos vivirían como iguales. Matrimonios entre los pueblos, niños creciendo, hablando dos idiomas, aprendiendo dos culturas, una nueva esperanza. De verdad, la vida simple de Isabella Cruz había terminado para siempre, pero la vida extraordinaria de Isabella Águila Dorada apenas estaba comenzando.

El día de la boda amaneció con un cielo azul perfecto sobre la Sierra Madre. Isabella despertó en la casa de Adobe que habían construido temporalmente, escuchando los sonidos de preparación que venían de todas partes del campamento.

 Ayana, que se había convertido en su mejor amiga y futura cuñada, entró en la habitación cargando un vestido que dejó sin aliento a Isabela. “Dios mío”, susurró Isabela. Es hermoso. El vestido era una obra maestra que mezclaba las dos culturas, seda blanca mexicana bordada con hilos de oro y decorada con cuentas de turquesa apache.

 La falda fluía como el agua y el corsé estaba adornado con símbolos sagrados de ambos pueblos. Las mujeres apaches y las esposas de los soldados mexicanos trabajaron juntas durante una semana para terminarlo”, dijo Aana ayudando a Isabella a ponérselo. Cada puntada lleva sus bendiciones. Cuando Isabella se miró en el espejo, apenas reconoció a la mujer reflejada. Ya no era la huérfana pobre que había salvado a un apache herido.

 Era una novia radiante a punto de convertirse en el puente entre dos mundos. La ceremonia se llevó a cabo en un claro especial que habían preparado en el centro del futuro sitio de Nueva Esperanza. De un lado, guerreros apaches con sus vestimentas ceremoniales más elaboradas.

 Del otro, soldados mexicanos en uniformes de gala y en el centro, familias mixtas que ya habían comenzado a formarse. El padre Miguel y el chamán Apache, un anciano llamado Águila Savia, habían trabajado juntos para crear una ceremonia que honrara ambas tradiciones. Hoy, dijo el padre Miguel, unimos no solo dos corazones, sino dos culturas, dos pueblos, dos futuros.

 Hoy, añadió águila Savienia en Apache, luego traduciendo al español, los espíritus sonríen ante una unión que traerá paz a las próximas generaciones. Cuando llegó el momento de que Isabella caminara hacia el altar, Alejandro apareció a su lado. Estaba elegante con su uniforme de capitán, pero sus ojos estaban húmedos de emoción. Lista, hermanita.

 Más que lista. Juntos caminaron por la pasarela improvisada. Isabella podía ver a Mateo esperándola en el altar, vestido con una combinación impresionante de ropa tradicional apache y elementos formales mexicanos. Estaba deslumbrante, pero fue su sonrisa lo que hizo que el corazón de ella latiera más rápido.

 Cuando Alejandro puso la mano de Isabella en la de Mateo, dijo lo suficientemente fuerte para que todos escucharan. Entrego a mi hermana, no solo a ti, Mateo Águila Dorada, sino a todo el pueblo Apache, y pido que acepten a nuestra familia mexicana como parte de la suya. Lobo Gris dio un paso al frente representando al pueblo Apache.

 Aceptamos a Isabella Cruz no solo como esposa de nuestro príncipe, sino como hija de nuestro pueblo y pedimos que acepten a nuestra familia Apache como parte de la suya. Los votos fueron dichos en dos idiomas, sellados con tradiciones de ambas culturas. Cuando finalmente se besaron como marido y mujer, el grito de celebración resonó por las montañas. La fiesta duró 3 días.

Apaches y mexicanos bailaron juntos, compartieron comida, intercambiaron historias. Isabella vio a niños mexicanos jugando con niños apaches, a viejos guerreros enseñando a jóvenes soldados a rastrear y a mujeres de ambos pueblos compartiendo recetas y técnicas de medicina. La luna de miel de Isabella y Mateo fue única.

 la pasaron supervisando el inicio de la construcción de Nueva Esperanza. “Nuestra luna de miel es construir nuestros sueños”, promeó Mateo mientras observaban cómo colocaban los primeros cimientos. “Lo prefiero así”, respondió Isabella. Estamos literalmente construyendo nuestro futuro juntos. La ciudad creció a una velocidad impresionante.

 El oro de la primera mina descubierta por Mateo financió no solo la construcción, sino que atrajo a comerciantes, artesanos y familias de todo México e incluso del suroeste de Estados Unidos. En 6 meses, Nueva Esperanza tenía una escuela bilingüe donde los niños apaches aprendían español y los niños mexicanos aprendían apache. El hospital estaba dirigido conjuntamente por curanderos apaches y médicos mexicanos, creando tratamientos revolucionarios que combinaban la medicina tradicional con técnicas modernas.

 El mercado central era una maravilla de diversidad. Los comerciantes vendían desde artesanías, apaches hasta productos manufacturados mexicanos. Y la moneda corriente era una mezcla de pesos mexicanos y oro apache. Isabela, ahora conocida cariñosamente como el puente, dirigía todos los proyectos sociales de la ciudad.

 Estableció orfanatos para niños de ambos pueblos, programas para viudas de guerra y centros de aprendizaje donde apaches y mexicanos compartían sus conocimientos y habilidades. Mateo se encargaba de los aspectos económicos, demostrando ser un negociador nato.

 Estableció rutas comerciales que llegaban hasta Estados Unidos, siempre manteniendo a Nueva Esperanza como un territorio neutral donde todos eran bienvenidos. Una mañana de primavera, Isabela se despertó sintiéndose extraña, mareada, pero feliz. Ayana, que ahora vivía en la ciudad con Alejandro, lo notó de inmediato. Isabela le dijo con una sonrisa llena de picardía. ¿Cuándo fue tu última? Tú sabes. Isabela hizo cuentas mentalmente y abrió los ojos sorprendida. Oh, Dios mío.

El mérdico Apache confirmó lo que ella sospechaba. Esa noche, mientras observaban a Nueva Esperanza brillando con cientos de luces desde su colina favorita, Isabella le dio la noticia a Mateo. “Vamos a tener un bebé”, susurró ella. Mateo la levantó en el aire riendo de pura alegría. “Nuestro hijo”, dijo besándola profundamente.

“crecerá en un mundo donde apaches y mexicanos son una sola familia, donde no habrá nosotros contra ellos, solo nosotros”, agregó Isabella. se quedaron allí abrazados contemplando su ciudad próspera. Las luces de las casas formaban un mosaico dorado en el valle y el sonido de risas y música llegaba hasta ellos con la brisa nocturna.

“Mira”, dijo Mateo señalando hacia el camino principal. Isabella siguió su mirada y vio varias caravanas acercándose a la ciudad. Incluso a esa hora tan tarde, ya se había vuelto algo común. Personas viajaban cientos de kilómetros solo para ver Nueva Esperanza, la famosa ciudad donde todos son hermanos. “Más familias buscando un nuevo comienzo”, dijo Isabela con satisfacción. “Más personas buscando esperanza”, corrigió Mateo.

Mientras observaban como las caravanas se acercaban a las luces acogedoras de la ciudad, Isabella colocó su mano sobre su vientre a un plano donde ya crecía su hijo. Ese bebé sería el primero de una nueva generación. Niños que crecerían viendo Paches y mexicanos no como enemigos, sino como familia.

Niños que hablarían dos idiomas desde la cuna, que conocerían dos culturas como propias, que construirían puentes en lugar de muros. Nueva Esperanza se había convertido en algo más que una ciudad. Era un símbolo, una prueba viva de que personas diferentes no solo podían coexistir, sino prosperar juntas.