El polvo bailaba en los rayos de sol que se filtraban por las ventanas sucias del viejo edificio de apartamentos en el centro histórico de Durango. Miguel Ríos, electricista de profesión durante 20 años, se secó el sudor de la frente mientras terminaba de revisar el cableado en el sótano.

Su compañero Javier, un joven de apenas 23 años que había comenzado a trabajar con él hace 6 meses, se encontraba inspeccionando una pared agrietada. “Miguel, ven a ver esto”, llamó Javier, su voz haciendo eco en el húmedo sótano. “Hay algo raro aquí detrás.” Miguel se acercó con desgano. Ya llevaban tres horas trabajando en aquel edificio construido en los años 40, intentando solucionar los constantes cortes de electricidad que afectaban a los residentes.
La administradora, una mujer severa de unos 60 años, les había explicado que el edificio no había sido renovado en décadas. ¿Qué encontraste?, preguntó Miguel acercándose a la pared donde Javier pasaba sus dedos por una grieta que parecía revelar algo más allá. Mira, hay un hueco aquí y creo que hay algo detrás. Se siente como una caja o algo así.
Con cuidado, ambos electricistas comenzaron a retirar los trozos de yeso deteriorado, revelando poco a poco lo que parecía ser una pequeña puerta metálica empotrada en la pared, algo similar a una caja de seguridad antigua. Esto no aparece en los planos del edificio”, murmuró Miguel revisando los documentos que la administradora les había proporcionado.
La caja estaba cerrada, pero el óxido había debilitado la cerradura. Con ayuda de un destornillador, lograron forzarla. El chirrido del metal oxidado resonó en el silencio del sótano mientras la puerta cedía lentamente. Lo primero que notaron fue el olor, algo químico y dulzón a la vez, como formol mezclado con algo indefinible.
Dentro había una caja de madera oscura, del tamaño aproximado de una caja de zapatos, pero más profunda. Con cautela, Javier la extrajo y la colocó en el suelo de cemento. ¿Deberíamos abrirla?, preguntó mirando a Miguel con incertidumbre. Miguel dudó un momento. Su instinto le decía que aquello no era asunto suyo, que deberían llamar a la administradora, pero la curiosidad pudo más.
Vamos a ver qué hay dentro. Probablemente sean documentos viejos o algo así. Cuando levantaron la tapa, el silencio entre ambos se volvió denso, casi palpable. Dentro de la caja había seis frascos de vidrio perfectamente alineados, cada uno lleno de un líquido transparente amarillento, y flotando en cada frasco, un ojo humano les devolvía la mirada.
Javier retrocedió instintivamente, casi tropezando con sus herramientas. Miguel. ¿Qué demonios es esto? Miguel, con 30 años de experiencia en todo tipo de obras y renovaciones, nunca había visto algo así. Los ojos parecían casi frescos, como si hubieran sido extraídos recientemente. Eran de diferentes colores, azules, marrones, verdes, todos mirando hacia el vacío desde su prisión líquida.
“Tenemos que llamar a la policía”, dijo finalmente cerrando la caja con manos temblorosas. Lo que ninguno de los dos notó mientras se apresuraban a salir del sótano fue la pequeña inscripción grabada en el interior de la tapa de la caja. La colección apenas comienza. Volveré por más. El detective Carlos Vega había visto muchas cosas extrañas en sus 15 años en la policía de Durango, pero seis ojos humanos conservados en frascos era algo nuevo incluso para él.
El sótano del edificio se había convertido en una escena del crimen en cuestión de horas. Cintas amarillas acordonaban la entrada y técnicos forenses tomaban fotografías y recogían muestras. “¿Cuánto tiempo llevan trabajando en este edificio?”, preguntó Vega a los dos electricistas que permanecían sentados en unas sillas plegables en el pasillo, visiblemente alterados. Tres días, respondió Miguel.
Nos contrataron para solucionar problemas en el sistema eléctrico. Javier, todavía pálido, añadió, “Nunca habíamos bajado al sótano hasta hoy. La administradora nos dio la llave esta mañana.” Vega tomó nota y dirigió su mirada hacia Lucía Méndez, la administradora del edificio, una mujer de aspecto severo que no paraba de frotarse las manos nerviosamente.
Señora Méndez, ¿quién tenía acceso al sótano? Solo yo y el antiguo conserge Ramón Gutiérrez. Pero él dejó de trabajar aquí hace 6 meses. Se mudó a Monterrey, según me dijo. El detective asintió lentamente. Necesitaré los datos de contacto de Gutiérrez y una lista de todos los inquilinos actuales y anteriores de los últimos 5 años. Mientras la administradora se alejaba para buscar la información solicitada, la forense doctora Elena Ruiz se acercó a Vega. Su expresión era de preocupación profesional. Detective.
Los ojos parecen haber sido extraídos con precisión quirúrgica. No es el trabajo de un aficionado. Y el líquido es una solución preservante de alta calidad, similar a la que usamos en los laboratorios médicos. Tiempo aproximado. Es difícil decirlo con precisión, pero por el estado de conservación diría que entre uno y 3 años, dependiendo de cada muestra. La doctora hizo una pausa. Hay algo más.
encontramos esto en el fondo de la caja. Le entregó una pequeña bolsa de evidencia que contenía una tarjeta amarillenta. En ella, escrito con caligrafía meticulosa, se leía: “Epejo del alma, ventana al abismo, que ven los ojos cuando ya no pueden parpadear.” Vega sintió un escalofrío recorrer su espalda.
En todos sus años como detective, había aprendido a reconocer la diferencia entre un crimen pasional o de oportunidad y algo más siniestro. Esto último tenía todas las señales de un perturbado con un propósito. “Quiero que comprueben si hay casos similares en la base de datos nacional”, ordenó a uno de sus compañeros.
Y necesito saber si hay personas desaparecidas en Durango en los últimos 5 años que coincidan con el perfil de estos donantes. De vuelta en el sótano, un técnico forense llamó su atención. Detective, encontramos esto detrás de donde estaba la caja. Era una fotografía en blanco y negro, parcialmente deteriorada por la humedad. mostraba el edificio de apartamentos recién construido con un grupo de hombres posando frente a él.
Pero lo inquietante era que alguien había tachado meticulosamente los ojos de todas las personas en la fotografía. En el reverso, una única frase escrita con la misma caligrafía de la tarjeta. Todos me vieron, pero yo los vi primero. El edificio Miramontes, construido en 1943, albergaba actualmente a 12 familias distribuidas en sus cinco plantas.
Para la tarde, el detective Vega había transformado el pequeño salón comunitario del primer piso en una sala de interrogatorios improvisada. La noticia del macabro hallazgo se había esparcido rápidamente entre los residentes, creando una mezcla de miedo y mórbida curiosidad. Entiendo su preocupación”, dijo Vega a los inquilinos reunidos, “pero necesitamos su cooperación para resolver esto.
Por favor, cualquier cosa inusual que hayan notado en los últimos años, por insignificante que parezca, podría ser importante.” Carmen Lozano, una profesora jubilada que ocupaba el apartamento 3B desde hacía más de 30 años, fue la primera en hablar. Hace aproximadamente dos años desapareció Tomás, el gato de la señora Fernández del 4a.
Todos pensamos que se había escapado, pero nunca lo encontraron. Y luego, un mes después, alguien dejó una pequeña caja frente a su puerta. Dentro había los ojos del animal. La anciana se estremeció al recordarlo. La señora Fernández se mudó poco después. Vega tomó nota meticulosamente. Alguien más notó algo extraño. Personas desconocidas en el edificio. Ruidos inusuales.
Roberto Díaz, un contador de mediana edad del apartamento 2C, levantó la mano. El año pasado, durante un par de semanas, escuché ruidos en el sótano por las noches como golpes rítmicos. Informé a Ramón el conserje, pero me dijo que eran las tuberías antiguas. Ramón Gutiérrez, el conserje que se fue hace 6 meses. Sí, ese mismo, un tipo extraño, siempre solo.
Vivía en el pequeño apartamento del conserje en la planta baja. La siguiente en hablar fue Mariana Torres, una estudiante de medicina que vivía en el 5A. Hace unos 8 meses alguien entró en mi apartamento. No robaron nada valioso, solo desaparecieron algunos de mis libros de anatomía y mis instrumentos de disección de prácticas.
Hice una denuncia, pero la policía pensó que era un robo menor. Vega miró a la joven con renovado interés. ¿Qué tipo de instrumentos exactamente? visturíes, pinzas, tijeras quirúrgicas, material básico para estudiantes de medicina. El detective continuó con las entrevistas durante horas.
Cada testimonio añadía pequeñas piezas al rompecabezas, pero ninguno proporcionaba la revelación que esperaba. Sin embargo, un patrón comenzaba a emerger. Los incidentes extraños habían comenzado aproximadamente tres años atrás, poco después de que Ramón Gutiérrez empezara a trabajar como conserge del edificio. Al final de la tarde, cuando el último residente había sido entrevistado, la doctotra Ruiz llamó a Vega.
Detective, tenemos los resultados preliminares. Los seis ojos pertenecen a diferentes individuos, tres hombres y tres mujeres, según el análisis de ADN. Y hay algo más. Encontramos minúsculas partículas metálicas incrustadas en el iris de dos de los ojos. Metálicas. ¿Qué tipo de metal? Plata.
Como si alguien hubiera insertado deliberadamente fragmentos de plata en el iris antes de extraer los ojos. Vega recordó la frase de la tarjeta espejo del alma, ventana al abismo, un perturbado con conocimientos médicos, obsesionado con los ojos humanos y que aparentemente tenía algún tipo de fijación con la plata y su reflejo.
Necesito todo lo que puedan encontrar sobre Ramón Gutiérrez y quiero revisar personalmente su apartamento ahora mismo. El apartamento de Ramón Gutiérrez era un espacio reducido en la planta baja del edificio, justo al lado del cuarto de Calderas. Olía a humedad y abandono, como si nadie hubiera entrado allí en meses.
La administradora Lucía Méndez observaba desde la puerta mientras Vega y dos oficiales comenzaban a inspeccionar el lugar. “¿Nunca entró aquí después de que se fuera?”, preguntó Vega. No tuve razón para hacerlo. Ramón se fue de un día para otro. dejó las llaves en mi buzón con una nota diciendo que había encontrado trabajo en Monterrey.
Como pagó el último mes completo, no me preocupé por el apartamento hasta que encontráramos un reemplazo. El mobiliario era escaso, una cama individual con un colchón desnudo, una mesa con dos sillas y un viejo armario. En la pequeña cocina, platos limpios y ordenados, como si Gutiérrez hubiera dejado todo perfectamente arreglado antes de marcharse.
“Este tipo era meticuloso”, comentó uno de los oficiales señalando la ausencia de polvo en las superficies a pesar del tiempo transcurrido. Vega se acercó al armario y lo abrió lentamente. Dentro encontró varias camisas y pantalones cuidadosamente doblados. Nada inusual, hasta que revisó el fondo del mueble. Allí, oculta tras la ropa, había una caja de zapatos.
Con guantes puestos, Vega la extrajo y la colocó sobre la mesa. Al abrirla, encontró decenas de fotografías. Eran retratos en primer plano de diferentes personas, todas tomadas sin que los sujetos fueran conscientes de estar siendo fotografiados.
Y en cada imagen, los ojos de las personas habían sido meticulosamente encerrados en círculos con bolígrafo rojo. “Dios mío”, murmuró Vega al reconocer a varios residentes del edificio entre las fotografías, pero lo que realmente le heló la sangre fue encontrar al fondo de la caja seis fotografías con cruces rojas dibujadas sobre ellas. Los rostros en estas imágenes correspondían presumiblemente a las víctimas cuyos ojos habían sido encontrados en el sótano. “Quiero que busquen en cada centímetro de este apartamento”, ordenó Vega.
“Si hay un doble fondo, un espacio oculto, lo que sea, quiero que lo encuentren.” La búsqueda exhaustiva reveló algo más. Bajo una tabla suelta del suelo, un pequeño cuaderno de cuero negro. Las páginas estaban llenas de una caligrafía diminuta y obsesiva, idéntica a la de la tarjeta encontrada con los ojos. Los ojos nunca mienten, leyó Vega en voz alta. Puedo ver la verdad en ellos.
La corrupción, la maldad. Los ojos de los inocentes reflejan pureza, pero son escasos en este edificio de pecadores. He comenzado mi colección con los más impuros, pero no será suficiente. Necesito preservarlos, estudiarlos, entender por qué algunos reflejan la luz de manera diferente. El diario continuaba con divagaciones cada vez más perturbadoras, mezclando referencias religiosas con teorías pseudocientíficas.
sobre cómo los ojos humanos podían servir como conductores de energía espiritual. “Este hombre está completamente trastornado”, comentó la doctora Ruiz, que acababa de unirse a ellos. Vega asintió, pero algo no encajaba. “Si Gutiérrez es nuestro hombre, ¿por qué dejó todas estas evidencias atrás? Es demasiado descuidado para alguien que ha sido tan meticuloso en todo lo demás.
” Mientras reflexionaba sobre esto, su teléfono sonó. Era uno de sus compañeros de la comisaría. Detective, tenemos los resultados de la búsqueda en la base de datos nacional. No hay casos idénticos, pero encontramos algo similar en Ciudad de México hace 4 años.
Una serie de asesinatos donde el perpetrador extraía diferentes partes del cuerpo de sus víctimas. El principal sospechoso era un estudiante de medicina llamado Daniel Gutiérrez, pero nunca pudieron arrestarlo porque desapareció. Gutiérrez, ¿alguna relación con nuestro conserje? Estamos verificando, pero hay más. Daniel Gutiérrez tenía un hermano gemelo llamado Ramón, que también desapareció al mismo tiempo. Vega sintió que las piezas comenzaban a encajar.
Necesito toda la información sobre ambos hermanos y quiero que envíen la foto de Ramón a todos los hospitales y clínicas privadas de Durango. Si este hombre tiene conocimientos médicos, podría estar trabajando en algún lugar relacionado. Mientras salía del apartamento, Vega no podía quitarse de la cabeza la inquietante sensación de que Ramón Gutiérrez o Daniel o quien fuera realmente no había terminado con su macabra colección.
La mañana siguiente amaneció gris y lluviosa en Durango, como si el clima reflejara la sombría investigación que ocupaba al detective Vega. En la sala de reuniones de la comisaría, las paredes estaban cubiertas de fotografías, informes y una línea de tiempo que intentaba reconstruir los movimientos de los hermanos Gutiérrez.
Daniel y Ramón Gutiérrez, explicó Vega a su equipo, señalando las fotografías de dos hombres idénticos, gemelos idénticos nacidos en Veracruz hace 35 años. Su padre era oftalmólogo y su madre enfermera. Ambos murieron en un accidente automovilístico cuando los gemelos tenían 16 años. La oficial Laura Soto, especialista en perfiles criminales, tomó la palabra.
Después del accidente, los hermanos fueron separados. Daniel fue enviado con una tía en Ciudad de México, mientras que Ramón quedó bajo la custodia de unos primos en Monterrey. Daniel estudió medicina especializándose en oftalmología como su padre, pero nunca terminó la carrera. Ramón, por su parte, trabajó en diversos empleos, principalmente como conserje o mantenimiento.
“¿Qué sabemos sobre los asesinatos en Ciudad de México?”, preguntó Vega. Cuatro víctimas confirmadas entre 2021 y 2022, respondió otro detective. El asesino extraía diferentes partes del cuerpo, ojos, manos, un corazón e incluso el cerebro de una de las víctimas. Los medios lo apodaron el coleccionista.
Las autoridades sospecharon de Daniel cuando encontraron material quirúrgico y productos químicos de preservación en su apartamento, pero desapareció antes de que pudieran arrestarlo. Y aproximadamente un mes después, Ramón Gutiérrez aparece solicitando trabajo como conserge en el edificio Miramontes”, añadió Vega señalando la cronología en la pared. La pregunta es, ¿estamos lidiando con Daniel haciéndose pasar por su hermano o ambos están involucrados? En ese momento entró un oficial con un informe urgente.
Detective, tenemos una coincidencia. El Hospital San Rafael contrató hace 5 meses a un técnico de laboratorio llamado Daniel Morales. La fotografía de su identificación coincide con Ramón Gutiérrez. Vega se puso de pie inmediatamente. Preparen un equipo. Vamos a hacer una visita discreta al Hospital San Rafael.
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, la estudiante de medicina Mariana Torres, residente del edificio Miramontes, entraba en los laboratorios del Hospital San Rafael para su turno de prácticas. Estaba agotada después de pasar la noche en vela, perturbada por el descubrimiento en el sótano de su edificio y las interminables preguntas de la policía.
Buenos días, Mariana. La saludó Daniel, el técnico de laboratorio, con una sonrisa amable. “Te ves cansada hoy. Ha sido una noche difícil”, respondió ella, dejando su mochila en un casillero. La policía estuvo en mi edificio hasta tarde. Encontraron algo horrible en el sótano. Daniel pareció genuinamente interesado.
“¡Qué tipo de cosa horrible! No puedo dar detalles, pero tiene que ver con el antiguo conserje. Al parecer era algún tipo de psicópata. Por un instante algo cambió en la mirada de Daniel, un destello casi imperceptible que Mariana no captó, concentrada como estaba en preparar sus materiales para las prácticas. “Qué interesante”, murmuró él acercándose lentamente.
“¿Sabes? Siempre me han fascinado tus ojos, Mariana. Tienen un color muy particular, como ámbar con destellos verdes, casi perfectos. Mariana levantó la vista repentinamente incómoda por la intensidad con la que Daniel la miraba. Por primera vez notó algo inquietante en sus ojos, algo frío y calculador que le provocó un escalofrío.
“Tengo que irme”, dijo, recogiendo apresuradamente sus cosas. Olvidé que debo reunirme con mi supervisor antes de comenzar. Por supuesto, respondió Daniel con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Te veré más tarde. Mientras Mariana salía apresuradamente del laboratorio, Daniel sacó su teléfono y marcó un número. Hermano dijo cuando contestaron al otro lado, tenemos que adelantar nuestros planes. La policía está cerca.
El hospital San Rafael era un edificio moderno de cinco plantas en el sector este de Durango. El detective Vega y dos oficiales entraron discretamente vestidos de civil y se dirigieron a la oficina del director médico, Dr. Alejandro Montero, quien había sido informado previamente de su visita. Daniel Morales comenzó a trabajar aquí hace 5 meses”, explicó el doctor Montero revisando el expediente.
Sus referencias eran excelentes, documentación impecable. Trabaja principalmente en el laboratorio de análisis clínicos en el sótano. “¿Ha notado algo inusual en su comportamiento?”, preguntó Vega. “Para nada. Es extremadamente profesional, meticuloso en su trabajo. Los otros técnicos lo describen como reservado pero amable.
Tiene acceso a material quirúrgico, productos químicos de preservación. El director frunció el ceño. Por supuesto, como todos los técnicos de laboratorio, pero tenemos un estricto control de inventario, especialmente con productos restringidos. Necesitaríamos revisar esos registros”, dijo Vega. “y me gustaría hablar con él directamente. Está de turno ahora mismo. Puedo llamarlo a mi oficina si lo prefiere.
” “No, respondió Vega rápidamente. Preferiría visitarlo en su área de trabajo, observarlo en su entorno natural antes de alertarlo. Mientras se dirigían al sótano del hospital, Vega recibió una llamada de la comisaría. Detective, hemos estado investigando las finanzas de Ramón Gutiérrez. Descubrimos que alquiló un pequeño almacén a las afueras de la ciudad hace 7 meses.
El contrato sigue vigente. Envíen un equipo allí inmediatamente, pero que no entren hasta que yo llegue, ordenó Vega. Y necesito la dirección exacta. En el laboratorio del hospital, Daniel Morales no estaba en su puesto habitual. Una técnica les informó que había salido apresuradamente unos minutos antes, mencionando una emergencia familiar.
Dijo, ¿a dónde iba?, preguntó Vega, sintiendo que la oportunidad se les escapaba. No específicamente, pero mencionó algo sobre su hermano”, respondió la mujer. Vega y sus oficiales revisaron rápidamente el casillero y el área de trabajo de Daniel, encontrando todo meticulosamente ordenado. Sin embargo, en el fondo de un cajón oculto bajo papeles rutinarios hallaron un pequeño cuaderno similar al encontrado en el apartamento del conserge.
Al abrirlo, Vega encontró dibujos detallados de ojos humanos con anotaciones técnicas sobre procedimientos de extracción y preservación. Y en la última página utilizada una dirección que coincidía exactamente con la del almacén alquilado por Ramón Gutiérrez.
Tenemos que llegar a ese almacén ahora mismo dijo Vega con urgencia. Y necesito que alguien verifique si Mariana Torres, la estudiante de medicina del edificio Miramontes, está bien. Trabaja en este hospital y mencionó que conocía a Daniel. Mientras tanto, en su apartamento del edificio Miramontes, Mariana Torres cerraba la puerta con llave, aún perturbada por su encuentro con Daniel en el laboratorio.
Algo en su mirada la había alarmado profundamente, despertando un instinto primario de peligro. Marcó el número de la policía decidida a compartir sus sospechas, pero antes de que pudiera hablar escuchó un ruido proveniente de su habitación. Alguien estaba en su apartamento con el teléfono aún en la mano, se dirigió lentamente hacia la cocina y tomó un cuchillo. El sonido de pasos acercándose la paralizó momentáneamente.
“Mariana”, dijo una voz familiar, “quonsiderado de tu parte salir así del laboratorio. Teníamos una conversación tan interesante sobre tus hermosos ojos.” Daniel Morales emergió del pasillo, pero había algo diferente en él, algo en su postura y en la forma en que sonreía, que no coincidía con el técnico de laboratorio que ella conocía.
Tú no eres Daniel”, murmuró ella comprendiendo de repente. “Eres Ramón el conserje, muy perspicaz”, respondió él, acercándose lentamente. “Aunque técnicamente ambos somos Daniel y ambos somos Ramón, los gemelos idénticos tenemos esa ventaja, ¿sabes? Podemos intercambiar nuestras vidas cuando es necesario.” Mariana sostuvo el cuchillo con firmeza. La policía viene en camino.
Lo dudo, respondió él con calma, porque en este momento mi hermano está llevándolos en una dirección completamente opuesta. Su sonrisa se amplió, revelando una inquietante satisfacción. Será mejor que vengas conmigo ahora. Tenemos una colección que completar y tus ojos serán la joya de la corona. El almacén se encontraba en una zona industrial abandonada a las afueras de Durango.
Era un edificio pequeño y discreto, rodeado de otras estructuras similares, la mayoría vacías o utilizadas esporádicamente. El equipo SWAT de la policía había establecido un perímetro esperando la orden del detective Vega para entrar. Según los registros, Ramón Gutiérrez alquiló este lugar hace 7 meses, pagando un año por adelantado en efectivo, informó la oficial Soto. El propietario dice que apenas lo ha visto.
Siempre venía de noche y nunca por más de una hora. Vega observó el edificio con atención. Las ventanas estaban cubiertas desde dentro, impidiendo ver el interior. No había señales de movimiento ni luces encendidas. “¿Alguna noticia sobre Mariana Torres?”, preguntó. “No contesta su teléfono y su apartamento está vacío. Hemos emitido una alerta.” Vega tomó una decisión. Entramos ahora.
Procedan con precaución extrema. El equipo SWAT forzó la entrada principal. El interior del almacén estaba sumido en la penumbra, iluminado únicamente por la luz que se filtraba por la puerta abierta. El aire olía a productos químicos y algo más, un olor orgánico difícil de definir.
Los oficiales avanzaron metódicamente, asegurando cada rincón. El espacio principal estaba mayormente vacío, con algunas cajas apiladas contra una pared, pero al fondo encontraron una puerta metálica cerrada con un candado digital. “Necesitamos abrir esto”, ordenó Vega. Mientras el equipo trabajaba en la cerradura, el teléfono de Vega vibró con un mensaje.
Era un video enviado desde un número desconocido. Al reproducirlo, la imagen mostró a Mariana Torres atada a una silla visiblemente asustada, pero ilesa. Junto a ella, un hombre idéntico a Ramón Gutiérrez sostenía un visturí cerca de su rostro. “Detective Vega”, dijo el hombre con voz calmada. Si está viendo esto, ya habrá encontrado nuestro pequeño taller.
Impresionante trabajo detectivesco, pero me temo que ha llegado tarde para la función principal. Mi hermano y yo tenemos otros planes ahora. La cámara se alejó revelando más del entorno. No estaban en el almacén, sino en lo que parecía ser un sótano diferente con paredes de piedra antigua. Le propongo un juego, detective. tiene hasta la medianoche para encontrarnos.
Por cada hora que pase, extraeré una parte del cuerpo de nuestra joven amiga, comenzando, por supuesto, con sus extraordinarios ojos color á. El video terminó abruptamente. Vega maldijo en voz baja y lo reenvió inmediatamente al equipo técnico para que intentaran rastrear su origen. Finalmente, el equipo logró abrir la puerta del fondo del almacén. Lo que encontraron al otro lado les seló la sangre.
Era un laboratorio completamente equipado. Mesas de acero inoxidable, equipos quirúrgicos, microscopios, refrigeradores médicos. Las paredes estaban cubiertas de fotografías de ojos humanos, algunas simples fotos, otras diagramas anatómicos detallados. En una estantería, docenas de frascos similares a los encontrados en el sótano del edificio Miramontes, cada uno conteniendo lo que parecían ser órganos humanos preservados.
No solo ojos, sino también fragmentos de cerebro, dedos y otros tejidos irreconocibles. “Dios mío”, murmuró uno de los oficiales, “Este lugar es una cámara de los horrores.” La doctora Ruiz, que se había unido al operativo, examinaba con horror profesional el contenido de los frascos. Estos especímenes han sido extraídos y preservados con técnica quirúrgica avanzada.
Continuó la doctora Ruiz examinando los frascos con atención clínica a pesar de su evidente perturbación. Quien haya hecho esto tiene conocimientos médicos considerables, particularmente en técnicas de preservación de tejidos. Vega se acercó a un escritorio situado en la esquina del laboratorio.
Sobre él había un cuaderno abierto con una escritura pulcra y ordenada, muy diferente de las notas frenéticas. encontradas en el apartamento del conserge. Experimento 23. La inserción de partículas de plata en el iris ha producido resultados prometedores”, leyó Vega en voz alta. El tejido mantiene su luminosidad durante más tiempo y la refracción de la luz crea patrones fascinantes.
Sin embargo, el proceso debe refinarse para evitar daños al resto de la estructura ocular. Junto al cuaderno había una tableta electrónica. Al encenderla descubrieron decenas de videos catalogados por fechas, cada uno mostrando procedimientos quirúrgicos realizados sobre partes del cuerpo humano.
Vegan no pudo mirar más de unos segundos antes de apartar la vista asqueado. “Estos hombres no solo son asesinos”, dijo la doctora Ruiz. Son científicos locos llevando a cabo algún tipo de experimentación sistemática. ¿Con qué propósito?, preguntó Vega más para sí mismo que esperando una respuesta. La respuesta llegó en forma de un gran diagrama colgado en la pared del fondo, parcialmente oculto tras unas cortinas.
Era un detallado esquema del cuerpo humano, pero reimaginado como una especie de circuito. Líneas trazadas con precisión conectaban diferentes órganos con anotaciones sobre puntos de energía y conductores biológicos. Los ojos ocupaban un lugar central en el diagrama, señalados como receptores primarios y portales. Esto va más allá de la simple colección. murmuró la oficial Soto estudiando el diagrama.
Parece algún tipo de teoría pseudocientífica sobre el cuerpo humano como conductor de energía. Y los gemelos Gutiérrez han estado experimentando con partes del cuerpo para probar su teoría, concluyó Vega con un escalofrío. Pero ahora tenemos que concentrarnos en encontrar a Mariana Torres antes de medianoche. Un técnico forense llamó su atención desde un rincón del laboratorio.
Había encontrado una caja fuerte empotrada en la pared, parcialmente oculta tras unos estantes. Necesitamos abrirla ahora mismo, ordenó Vega. Mientras trabajaban en la caja fuerte, el teléfono de Vega sonó. Era el equipo técnico de la comisaría. Detective, hemos analizado el video. La ubicación parece ser un sótano con características arquitectónicas del siglo XIX.
Por el sonido de fondo detectamos lo que parece ser un tren pasando cerca. Si combinamos eso con la piedra antigua de las paredes, podría tratarse de una de las bodegas abandonadas cerca de la antigua estación de trenes de carga en el barrio de San Francisco. Envíen todas las unidades disponibles a esa zona”, ordenó Vega.
“Quiero un registro completo de cada edificio abandonado en un radio de cinco manzanas alrededor de la estación. Finalmente lograron abrir la caja fuerte. Dentro encontraron varios cuadernos más, documentos médicos robados y algo que llamó inmediatamente la atención de Vega. Un mapa detallado de la antigua zona ferroviaria con un edificio específico marcado en rojo.
Junto al mapa, una fotografía reciente de lo que parecía ser una bodega de piedra rehabilitada como laboratorio con equipos médicos similares a los que tenían ante sus ojos. Lo encontramos, dijo Vega. Vamos, no tenemos tiempo que perder. El antiguo distrito ferroviario de Durango había sido en su día el corazón industrial de la ciudad.
Ahora la mayoría de los edificios estaban abandonados esperando proyectos de renovación urbana que nunca llegaban. La bodega marcada en el mapa se encontraba en un callejón estrecho, alejada de las pocas zonas rehabilitadas. Eran las 8:43 pm cuando el equipo de Vega llegó al lugar.
El edificio era una estructura de piedra de dos plantas con ventanas tapiadas y una puerta metálica oxidada. Según el video recibido, tenían poco más de 3 horas antes de la medianoche el plazo que los gemelos Gutiérrez habían establecido. “Necesitamos entrar sin alertarlos”, indicó Vega al equipo SWAT. Si sospechan que estamos aquí, Mariana Torres podría pagar el precio.
Los técnicos habían detectado actividad eléctrica en el edificio, lo que confirmaba la presencia de alguien en su interior. Usando cámaras térmicas, identificaron tres figuras humanas en lo que parecía ser el sótano. Tres personas, murmuró Vega, Mariana y los dos gemelos. El plan de entrada se estableció rápidamente.
Un equipo accedería por una clarabolla en el techo, mientras otro forzaría sigilosamente una entrada lateral que habían identificado. Vega lideraría el segundo grupo. A las 9:15 pm la operación comenzó. Con precisión militar, ambos equipos se pusieron en posición. La comunicación se realizaba mediante señales silenciosas, conscientes de que cualquier ruido podría alertar a los secuestradores.
El equipo del techo informó haber accedido al segundo piso sin incidentes. El edificio parecía estar dividido en varias habitaciones pequeñas, probablemente antiguos despachos administrativos, ahora vacíos. Una escalera de caracol oxidada conducía hacia el primer piso y presumiblemente al sótano. Mientras tanto, Vega y su equipo habían conseguido abrir la entrada lateral.
Se encontraron en lo que parecía haber sido el área de carga con viejos rieles oxidados aún visibles en el suelo de hormigón agrietado. El olor a humedad y abandono era intenso, mezclado con algo químico que recordaba al laboratorio del almacén.
Avanzando en formación táctica, el equipo se dirigió hacia una puerta metálica al fondo de la sala. Al otro lado, una escalera descendía hacia la oscuridad. Vega podía escuchar ahora voces amortiguadas provenientes del sótano. A las 9:37 pm, ambos equipos estaban en posición, listos para el asalto final. Vega dio la señal y descendieron por las escaleras en perfecta sincronización.
Lo que encontraron en el sótano era una versión ampliada y más siniestra del laboratorio del almacén. El espacio estaba iluminado por intensas luces quirúrgicas que creaban sombras duras y contradictorias. En el centro, atada a una silla metálica, estaba Mariana Torres.
Parecía estar sedada, pero consciente, sus ojos vidriosos moviéndose lentamente, reconociendo la presencia de los policías, y junto a ella, como si hubiera sido duplicado por un espejo defectuoso, estaban los gemelos Gutiérrez. Eran absolutamente idénticos, vestidos con batas quirúrgicas blancas, manchadas con lo que parecía ser sangre seca. Uno sostenía un visturí, el otro una jeringuilla.
“Policía, suelten sus armas y apártense de la chica”, gritó Vega apuntando su arma hacia ellos. Los gemelos intercambiaron una mirada como si mantuvieran una conversación silenciosa. Luego, con una sincronía perturbadora, sonrieron. “Detective Vega”, habló uno de ellos. Ha llegado antes de lo previsto. Impresionante.
Suelta el visturí y aléjate de ella ahora! Ordenó Vega acercándose cautelosamente. Por supuesto, respondió el gemelo, dejando el instrumento sobre una bandeja cercana. Pero debe entender que simplemente estamos llevando a cabo un trabajo importante, científico, revolucionario. Mientras hablaba, el otro gemelo parecía buscar algo en el bolsillo de su bata. Vega notó el movimiento.
“Manos donde pueda verlas”, gritó dirigiendo su arma hacia el segundo gemelo. “Solo quería mostrarle esto”, dijo este sacando lentamente lo que parecía ser una pequeña esfera metálica. Es nuestro mayor logro hasta ahora. La esfera brillaba con un resplandor plateado antinatural.
En su centro, incrustado como una joya macabra, había un ojo humano perfectamente preservado. “La plata actúa como conductor”, explicó con un entusiasmo febril. El tejido ocular como receptor. Juntos crean un portal que permite ver más allá de las limitaciones humanas. “Están completamente locos”, murmuró Vega haciendo una señal a su equipo para que avanzara y asegurara a Mariana. Locos”, respondió el primer gemelo con indignación.
Nuestro padre era considerado loco también, pero estaba a punto de un descubrimiento revolucionario cuando murió. Nosotros simplemente continuamos su trabajo. Su padre era un respetado oftalmólogo, replicó Vega recordando la información del expediente. Eso era su fachada, dijo el segundo gemelo.
En privado, investigaba cómo los ojos humanos podían convertirse en conductos de energía psíquica. Descubrió que ciertos ojos especiales, como los de esta joven, tienen propiedades únicas. Mientras los gemelos hablaban, el equipo SWAT había logrado llegar hasta Mariana y comenzaba a liberarla de sus ataduras. Los Gutiérrez parecían sorprendentemente resignados, como si hubieran aceptado que su captura era inevitable.
Detective, llamó uno de los oficiales. Encontramos algo que debería ver. En la parte trasera del sótano, oculto tras unas cortinas, había un altar improvisado. Sobre él fotografías del padre de los gemelos, mezcladas con diagramas anatómicos de ojos humanos y textos que parecían mezclar terminología médica con referencias esotéricas. Es peor de lo que pensábamos, dijo Vega.
Esto va más allá de la experimentación científica. Hay un componente ritual en todo esto. De repente, un estallido de cristal rompió la tensa calma. Uno de los gemelos había aplastado la esfera metálica contra el suelo. El ojo en su interior se había reventado, liberando un líquido plateado que comenzó a expandirse como si tuviera vida propia.
“Todos fuera ahora!”, gritó Vega sintiendo un instintivo peligro. El líquido plateado comenzó a emitir un humo denso con un olor químico penetrante. Los oficiales, cargando a Mariana a un semiconsciente, se apresuraron hacia las escaleras. Vega intentó asegurar a los gemelos, pero estos se resistieron por primera vez, luchando con una fuerza sorprendente.
“No entiende!”, gritó uno de ellos mientras forcejeaba. “El portal se ha abierto. Ahora todos verán la verdad a través de nuestros ojos. El humo se hacía cada vez más denso, dificultando la visión y la respiración. Vega logró esposar a uno de los gemelos, pero el otro aprovechó la confusión para escapar hacia un pasillo lateral que no habían notado antes.
“Llévenselo arriba”, ordenó Vega a dos oficiales señalando al gemelo esposado. “Yo iré tras el otro.” A pesar de las protestas de su equipo, Vega se adentró en el pasillo siguiendo los pasos apresurados que resonaban más adelante. El humo era menos denso aquí, permitiéndole ver lo suficiente para avanzar.
El pasillo conducía a una pequeña habitación circular, evidentemente parte de la estructura original del edificio. Allí, el gemelo fugitivo estaba de pie junto a lo que parecía ser un antiguo pozo, ahora sellado con una tapa metálica. “Se acabó”, dijo Vega apuntándole con su arma. “No hay salida.” El hombre sonríó.
una sonrisa idéntica a la de su hermano, pero con un matiz diferente, más resignado quizás. Siempre hay una salida, detective, siempre hay otro camino para ver. con un movimiento rápido, sacó otro objeto de su bolsillo. Esta vez era un frasco pequeño, similar a los que contenían los ojos en el sótano del edificio Miramontes. Dentro había un líquido plateado brillante.
“Nuestro padre nos enseñó que los ojos son ventanas”, dijo desenroscando la tapa del frasco. “Pero también pueden ser puertas.” Antes de que Vega pudiera detenerlo, vertió el contenido del frasco en sus propios ojos. El efecto fue inmediato y horripilante. El hombre gritó no de dolor, sino de éxtasis, mientras el líquido plateado parecía ser absorbido por sus globos oculares, que comenzaron a brillar con una luz metálica antinatural.
“¿Puedo verlo todo ahora?”, exclamó su voz distorsionada por la emoción o quizás por algo más siniestro. El trabajo de nuestro padre está completo. Vega avanzó para detenerlo, pero el hombre retrocedió tropezando con la tapa del pozo. El metal oxidado se dio bajo su peso y con un grito final que pareció cortar el aire como un cuchillo, el gemelo Gutiérrez cayó en la oscuridad del pozo, su cuerpo golpeando las paredes de piedra antes de sumergirse en las aguas subterráneas que yacían en su fondo.
El Hospital General de Durango bullía de actividad esa noche. Mariana Torres había sido ingresada para observación, aunque físicamente estaba ilesa, salvo por algunas contusiones menores y los efectos residuales de los sedantes que los gemelos le habían administrado. Psicológicamente, sin embargo, el trauma sería más difícil de superar.
En otra ala del hospital, bajo custodia policial se encontraba el gemelo Gutiérrez capturado. Los médicos habían confirmado su identidad como Daniel Gutiérrez, el estudiante de medicina que había desaparecido de Ciudad de México 4 años atrás. El detective Vega observaba a través del cristal de la habitación mientras un psiquiatra realizaba una evaluación preliminar.
Daniel parecía extrañamente sereno, respondiendo a las preguntas con una claridad inquietante. Es como si hubiera desconectado completamente de la realidad de sus crímenes, comentó la doctora Ruis, que se había unido a Vega, habla de sus experimentos como si fueran procedimientos médicos rutinarios, sin ninguna comprensión del horror que ha causado.
¿Qué sabemos sobre su hermano?, preguntó Vega. alguna señal de su cuerpo en el pozo. Los buzos han estado buscando, pero ese sistema de pozos conecta con antiguos túneles subterráneos que recorren parte del distrito ferroviario. Podría estar en cualquier parte o podría haber sobrevivido a la caída. Vega asintió gravemente.
La posibilidad de que Ramón Gutiérrez hubiera escapado lo atormentaba. Había algo en la mirada del hombre en esos últimos momentos, algo que iba más allá de la locura, algo casi sobrenatural. ¿Y qué era ese líquido plateado?, preguntó Vega. ¿Han identificado su composición? Los análisis preliminares sugieren una aleación de plata líquida mezclada con diversos productos químicos, incluyendo un compuesto experimental que afecta al tejido ocular.
Es altamente tóxico y probablemente letal en contacto directo con los ojos. En ese momento, la oficial Soto se acercó con un informe en sus manos. Detective, hemos revisado el diario personal del padre de los gemelos que encontramos en el laboratorio de la bodega. Es perturbador. Al parecer, el Dr. Gutiérrez no murió en un accidente automovilístico, como indicaban los registros oficiales.
Según las entradas finales del diario, estaba realizando experimentos en sí mismo, inyectando pequeñas cantidades de esa misma sustancia plateada en sus propios ojos. ¿Qué pasó con él?, preguntó Vega. La última entrada es confusa, casi ilegible. habla de ver más allá del velo, de portales entre mundos y otras divagaciones similares.
Lo más probable es que se suicidara o muriera como resultado de sus experimentos y los gemelos encubrieron su muerte, reportándola como un accidente. Vega reflexionó sobre esta nueva información, así que estamos ante una locura heredada. El padre inició estos experimentos y los hijos continuaron su legado con una diferencia crucial, añadió la doctora Ruiz.
El padre experimentaba consigo mismo. Los hijos decidieron usar a otras personas como sujetos de prueba. En ese momento, el psiquiatra salió de la habitación de Daniel Gutiérrez con una expresión preocupada en su rostro. Detective Vega, creo que debería escuchar esto. El paciente insiste en hablar con usted. Dice que tiene información importante sobre su hermano.
Vega entró en la habitación donde Daniel Gutiérrez lo recibió con una sonrisa serena. Detective, gracias por venir. Debe entender que lo que vio esta noche es solo el comienzo. ¿El comienzo de qué exactamente? preguntó Vega, manteniéndose a una distancia prudente. La transformación. Nuestro padre descubrió que los ojos humanos pueden modificarse para percibir más allá de la realidad convencional.
La plata actúa como conductor y el tejido ocular como receptor. Juntos crean un portal perceptivo y por eso secuestraban personas y les extraían los ojos. Para probar esta teoría delirante, Daniel negó con la cabeza como un maestro paciente corrigiendo a un alumno confundido. No todos los ojos sirven, detective.
Hay características específicas que buscamos. Patrones únicos en el iris, proporciones precisas del globo ocular, composición química particular del humor vitreo. Es una ciencia exacta. Es asesinato respondió Vega sec. Es evolución, contradijo Daniel. Y mi hermano ha completado la transformación que nuestro padre solo pudo teorizar.
Lo que vio en el pozo no fue un suicidio, detective, fue una metamorfosis. Un escalofrío recorrió la espalda de Vega al recordar los ojos brillantes de Ramón en esos últimos momentos. ese resplandor plateado antinatural, ¿qué quiere decir? Mi hermano y yo somos gemelos idénticos, pero siempre tuvimos una diferencia fundamental. Él podía ver cosas que yo no.
Desde niños, Ramón percibía lo que él llamaba las sombras entre las sombras. Nuestro padre lo reconoció como una sensibilidad especial y centró sus experimentos en potenciar esa habilidad. Daniel hizo una pausa, su mirada perdida en recuerdos. El líquido que vio, esa aleación de plata, es la culminación de décadas de investigación.
Permite a los ojos humanos apropiadamente modificados ver y acceder a dimensiones perceptivas normalmente invisibles para nosotros. ¿Y qué se supone que significa eso en términos prácticos? preguntó Vega intentando mantener al hombre hablando mientras procesaba esta información. Significa, detective, que mi hermano no está muerto, está transformado y ahora puede moverse entre realidades perceptivas diferentes.
Daniel sonríó, una sonrisa inquietantemente sincera. Lo verá de nuevo, probablemente cuando menos lo espere, y cuando lo haga será irreconocible para usted, pero él lo reconocerá perfectamente. Vega salió de la habitación con una sensación de inquietud que no podía explicar racionalmente.
Las palabras de Daniel eran claramente las divagaciones de una mente perturbada, y sin embargo, había algo en la convicción con la que hablaba, que resultaba profundamente perturbador. “¿Qué dijo?”, preguntó la doctora Ruiz cuando Vega regresó al pasillo. “Locuras”, respondió Vega, aunque sin la convicción que habría esperado en su propia voz.
cree que su hermano se ha transformado gracias a ese compuesto de plata que ahora puede ver otras realidades o alguna tontería similar. Delirios de grandeza combinados con una psicosis compartida, comentó el psiquiatra. No es infrecuente en gemelos idénticos con trastornos mentales. Crean su propio universo de creencias, reforzándose mutuamente.
Vega asintió, queriendo creer en la explicación racional. Sin embargo, no podía quitarse de la mente la imagen de Ramón Gutiérrez en sus últimos momentos, sus ojos brillando con esa luz plateada mientras caía al abismo del pozo. Tres meses después del caso Gutiérrez, la vida en Durango había vuelto mayormente a la normalidad.
Daniel Gutiérrez había sido declarado mentalmente incapacitado para afrontar un juicio y recluido en una institución psiquiátrica de máxima seguridad. El cuerpo de su hermano Ramón nunca fue encontrado, a pesar de las exhaustivas búsquedas en el sistema de túneles subterráneos del antiguo distrito ferroviario. Las víctimas identificadas habían recibido un entierro digno y el edificio Miramontes había sido renovado completamente, eliminando cualquier rastro del macabro descubrimiento en su sótano. Mariana Torres se había trasladado a otra ciudad
para continuar sus estudios, intentando dejar atrás el trauma vivido. El detective Carlos Vega había sido condecorado por la resolución del caso, aunque él mismo sentía que el asunto no estaba completamente cerrado. Desde aquella noche, en la bodega abandonada, se había obsesionado con los escritos del doctor Gutiérrez y las teorías de sus hijos.
había convertido una habitación de su apartamento en un improvisado centro de investigación, reuniendo información sobre casos similares en todo el país, estudiando antiguos tratados de oftalmología e incluso textos esotéricos sobre la percepción y los portales dimensionales. Sus compañeros comenzaban a preocuparse por él.
La oficial Soto le había sugerido discretamente que considerara tomarse un descanso, tal vez incluso buscar ayuda profesional, pero Vega no podía dejarlo. No cuando sentía que había algo más grande, algo que se le escapaba. Una tarde lluviosa de domingo, mientras revisaba por enésima vez los diarios del Dr. Gutiérrez, notó algo que había pasado por alto anteriormente.
En una de las últimas entradas, el médico hacía referencia a un antiguo texto titulado El tratado de los ojos eternos, supuestamente escrito en el siglo X por un alquimista español en Durango. Según la entrada, el manuscrito original se conservaba en la biblioteca histórica municipal. Al día siguiente, Vega visitó la biblioteca.
El manuscrito existía, aunque estaba catalogado como un texto pseudocientífico sin valor histórico significativo. La bibliotecaria, una mujer mayor que parecía desconfiar instintivamente de Vega, le permitió ver el documento tras mucha insistencia. El texto estaba escrito en un español antiguo, difícil de descifrar, pero lo que Vega pudo entender le heló la sangre.
El alquimista describía experimentos con plata líquida y ojos humanos, intentando crear lo que llamaba ojos eternos, órganos capaces de ver más allá del velo de la realidad y permitir al observador manipular la percepción de otros. Lo más inquietante era un pasaje hacia el final del manuscrito.
Aquellos que han completado la transformación pueden caminar entre nosotros sin ser detectados, pues sus ojos, aunque alterados en su esencia, aparecen normales a la vista común. Solo cuando desean revelar su naturaleza, el brillo plateado se manifiesta, señal de que el velo entre mundos se ha adelgazado. Estos seres transformados retienen la memoria de su vida anterior, pero adquieren la habilidad de percibir y manipular la realidad a un nivel fundamental.
Pueden adoptar cualquier apariencia, habitar cualquier cuerpo que elijan, pues su esencia ya no está atada a la carne, sino a la percepción misma. Vega cerró el manuscrito con manos temblorosas. Era una coincidencia demasiado específica. El doctor Gutiérrez había basado sus experimentos en este texto antiguo y sus hijos habían continuado su trabajo llevándolo a un nuevo nivel de horror.
Esa noche Vega regresó a su apartamento bajo una lluvia torrencial. Se sentía agotado, tanto física como mentalmente. Tal vez sus compañeros tenían razón. Tal vez necesitaba descansar, dejar que el caso Gutiérrez se convirtiera en un recuerdo, por perturbador que fuera.
Mientras se preparaba para dormir, notó algo extraño en el espejo del baño. Por un instante, su reflejo pareció distorsionarse, como si algo o alguien más estuviera allí observándolo. Parpadeó y la imagen volvió a la normalidad. ¿Estás cansado?”, se dijo a sí mismo. “tu mente te está jugando malas pasadas.” Se acostó esperando que el sueño le trajera algo de paz, pero justo antes de quedarse dormido, tuvo la inquietante sensación de que no estaba solo en su habitación.
Abrió los ojos en la oscuridad y por un segundo creyó ver un débil resplandor plateado en la esquina más alejada. Encendió rápidamente la lámpara de la mesilla de noche. No había nadie allí, por supuesto, solo sombras y los objetos familiares de su dormitorio. Vega se levantó y revisó todo el apartamento, asegurándose de que todas las puertas y ventanas estuvieran bien cerradas.
No encontró nada fuera de lo normal, pero la sensación de ser observado persist. De vuelta en la cama, intentó convencerse de que todo estaba en su imaginación. El caso Gutiérrez lo había afectado más de lo que quería admitir. Eso era todo. Con el tiempo, estos episodios paranoides pasarían. Mientras se sumergía finalmente en un sueño intranquilo, un pensamiento persistente resonaba en su mente.
Y si Daniel Gutiérrez tenía razón. Y si su hermano realmente se había transformado en algo más, algo que podía moverse entre realidades perceptivas, algo que podía observarlo desde las sombras. En algún lugar de Durango, quizás en ese preciso momento, un hombre con ojos aparentemente normales observaba su propio reflejo en un espejo.
Solo por un instante, sus iris brillaron con un resplandor plateado antinatural y sus labios se curvaron en una sonrisa satisfecha. La colección de ojos apenas estaba comenzando.
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