Era el día del funeral de mi esposo. Habíamos vivido juntos por más de veinte años, y casi todo ese tiempo Astoria —una yegua que él había rescatado— estuvo siempre a su lado.
Desde ese día fueron inseparables, como dos viejos amigos que se entienden sin necesidad de palabras.
El cortejo fúnebre avanzaba despacio hacia el panteón. Yo caminaba detrás del ataúd, apretando el pañuelo con tanta fuerza que los dedos se me pusieron blancos. Apenas distinguía los rostros, solo el asfalto húmedo y los pasos lentos delante de mí.
De pronto, detrás se escuchó el galope de cascos. El sonido crecía cada segundo hasta romper el silencio del duelo. La gente empezó a voltear.
Era Astoria. Sus ojos brillaban, su aliento salía en nubes de vapor. Corrió directo hacia nosotros, ignorando los gritos.
Antes de que alguien pudiera detenerla, se encabritó y golpeó con fuerza la tapa del ataúd con las patas delanteras. Una, dos, tres veces… la madera se resquebrajó.
Todos pensaron que el animal había enloquecido de tristeza. Pero la verdad era muy distinta. Cuando intentaron apartarla y calmarla, lo que vieron dentro los dejó helados… 😱😱
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Cuando las tablas de la tapa se partieron, se escuchó un gemido débil desde adentro del ataúd. Al principio pensé que era mi imaginación —los nervios, el cansancio, el dolor. Pero el hombre a mi lado se puso pálido y murmuró:
— Él… está respirando.
Todos se quedaron inmóviles. Uno corrió, levantó la tapa por completo y, al inclinarse sobre el cuerpo, confirmó:
— ¡Tiene pulso! ¡Rápido, llamen a una ambulancia!
La multitud comenzó a agitarse, corriendo de un lado a otro. Astoria relinchaba y golpeaba el suelo como apurándonos. En minutos el ataúd fue sustituido por una camilla, y el cuerpo —ahora vivo— de mi esposo fue llevado a la ambulancia.
Más tarde los doctores explicaron: había caído en un estado parecido a un coma profundo, y todos los signos parecían indicar muerte. Solo el caballo, al parecer, percibió que todavía seguía con vida.
Hoy él se está recuperando poco a poco, y cada vez que salimos al patio, Astoria se acerca y apoya suavemente su cabeza en su hombro. Y yo ya no tengo dudas: los animales sienten y ven cosas que nosotros no podemos comprender.
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