La dieron por muerta al caer al pozo, pero volvió y dejó a todos sin palabras. Valeria siempre había sido tranquila. Desde pequeña aprendió que lo mejor era no molestar, no opinar demasiado y pasar desapercibida. En su casa las decisiones las tomaban otros. Su madre vivía pendiente de Nadia, su hermana menor y su padre era un hombre serio que hablaba poco y exigía mucho.

Nadie le preguntaba cómo estaba o qué quería. Y con el tiempo ella dejó de hacerse esas preguntas también. En la escuela Valeria era la niña que se sentaba en la última fila, que entregaba sus tareas a tiempo y que casi no hablaba con nadie, no porque no quisiera, sino porque no sabía cómo. Siempre sintió que su voz no tenía mucho valor.
Mientras Nadia crecía rodeada de amigas, fiestas y elogios, Valeria se conformaba con mirar desde lejos. A los 20 años nada había cambiado demasiado. Seguía viviendo en casa, ayudando con lo que podía y viendo como su hermana acaparaba la atención. A veces pensaba que ya se había acostumbrado a que la ignoraran, pero en el fondo le dolía.
Un día empezó a notar que su hermana la trataba distinto, más seca, más fría, la miraba con una mezcla de desprecio y fastidio. Valeria no entendía qué había hecho mal, pero no preguntó. como siempre guardó silencio y ese silencio fue creciendo dentro de ella. Nadie había conseguido un trabajo importante en la ciudad y regresaba los fines de semana con aires de superioridad.
Valeria se quedaba en casa cuidando a su madre enferma y haciendo las tareas que nadie agradecía. Había días en que se sentía invisible, no porque la escondieran, sino porque nadie parecía darse cuenta de que estaba ahí. Una tarde sin que nadie supiera por qué, Valeria salió a caminar al bosque que quedaba detrás del pueblo.
Era un lugar tranquilo donde podía estar sola sin sentirse juzgada. Le gustaba ir allí a respirar profundo y descansar del ruido de los demás. No sabía que esa caminata cambiaría su vida. Tampoco imaginaba que alguien la estaba siguiendo, ni que ese silencio que había cargado por años estaba a punto de romperse de la forma más inesperada.
Valeria caminaba sin rumbo fijo. El bosque le daba una sensación de paz que no encontraba en ningún otro lugar. A veces pensaba que ese era el único espacio donde podía ser ella misma. Caminó por los senderos que ya conocía, escuchando los sonidos de las hojas secas al pisarlas. Se detuvo cerca del pozo viejo. Uno que siempre había estado ahí, cubierto por ramas y medio olvidado por todos.
No se dio cuenta de que alguien la seguía. estaba tan concentrada en estar sola que no pensó en la posibilidad de que alguien la hubiera alcanzado. Cuando escuchó pasos detrás de ella, se dio vuelta sin saber qué esperar. Era Nadia. Iba con el ceño fruncido y una expresión tensa. Había algo raro en su mirada, algo que no se parecía a nada que Valeria hubiera visto antes.
Se quedaron frente a frente. El ambiente se volvió incómodo. Había tensión entre ellas, aunque no se dijeron nada, solo se miraban. Valeria no sabía si debía quedarse o irse. Dio un paso atrás, pero Nadia avanzó. Fue entonces cuando pasó un empujón seco, sin gritos, sin advertencias. Valeria cayó hacia atrás sin tiempo para reaccionar.
El pozo no era tan profundo como para matarla, pero la caída fue dura. Golpeó su costado contra las paredes de piedra y sintió un fuerte dolor en la pierna. Cuando tocó el fondo, todo le dolía. Miró hacia arriba, pero no vio a nadie. Nadia no se asomó. No gritó, no hizo nada, solo se fue. Valeria tardó varios minutos en entender lo que había pasado.
Al principio pensó que tal vez había tropezado, pero no. Había sido un empujón y había sido su hermana. Sin duda, le costaba aceptar la idea, pero no podía negarla. Estaba sola en el fondo de un pozo, herida y sin saber si alguien notaría su ausencia. La luz del sol entraba por la abertura, pero no alcanzaba a iluminarlo todo.
Tenía frío, estaba asustada y no sabía cuánto tiempo resistiría. Nadie sabía que estaba ahí. Y lo peor era que si nadie preguntaba por ella, era posible que nadie la buscara. Las primeras horas fueron las más difíciles. Valeria intentaba mantenerse despierta, pero el dolor en la pierna era fuerte y le costaba moverla.
El golpe le había dejado un moretón que no podía ver, pero sentía cada vez que intentaba cambiar de posición. Se acurrucó contra una de las paredes del pozo tratando de encontrar algo de calor. El suelo estaba húmedo y helado. No tenía idea del tiempo que pasaba. A veces pensaba que apenas habían pasado minutos y otras que llevaba días allí.
La oscuridad y el silencio le hacían perder la noción. El hambre empezó a molestarla. Luego vino la sed. Cada tanto le caía una gota de agua desde las piedras y se las arreglaba para atrapar alguna con las manos. Era poco, pero ayudaba. Pensó en gritar, pero el lugar estaba lejos de todo. Dudaba que alguien la oyera. Aún así, lo intentó un par de veces, no con mucha fuerza.
En el fondo, tampoco tenía esperanzas de que alguien apareciera. Recordó que nadie solía buscarla cuando no estaba. Si desaparecía por un día entero, nadie notaba su ausencia y ahora estaba allí esperando que por primera vez alguien se preguntara por ella. Pasaron más horas, tal vez días. El cuerpo le pesaba, pero su mente seguía activa.
Recordaba cosas pequeñas, una comida que le gustaba, una caminata en la infancia, el sonido de la risa de su madre antes de enfermarse. Esos recuerdos la mantenían un poco más firme. Eran lo único que tenía en ese momento. Una tarde creyó escuchar un sonido distinto. Al principio pensó que era su imaginación, pero luego volvió a oírlo. Pasos se acercaban con lentitud.
sintió miedo, pero también algo parecido a Esperanza. Se quedó quieta, atenta. Entonces, una voz rompió el silencio. Era ronca y cansada. Preguntó si había alguien allí. Valeria no respondió enseguida. Su garganta estaba seca, pero finalmente logró emitir un pequeño ruido, lo justo para que la oyeran. Escuchó movimiento arriba.
Luego, una cuerda descendió atada a un cubo viejo. No entendía bien lo que estaba pasando, pero alguien la había encontrado y eso ya lo cambiaba todo. Valeria tardó en salir del pozo. El hombre que la había encontrado, un señor mayor llamado Félix, se esforzó por ayudarla con lo poco que tenía. Bajó una cuerda más firme, le habló con calma desde arriba y esperó a que ella reuniera la fuerza necesaria.
Subió poco a poco usando sus brazos, aunque el dolor de la pierna le dificultaba todo. Cuando logró llegar arriba, respiró profundo. El aire le pareció distinto, más limpio, más frío, pero también más real. Félix le ofreció agua y algo de pan seco. Valeria lo aceptó sin hablar. Estaba sucia, con la ropa rota, los cabellos pegados a la cara y los ojos apagados.
Aún así, él no le hizo preguntas, solo la acompañó en silencio hasta un pequeño refugio que tenía en el bosque. Allí pudo descansar esa noche. Al día siguiente, Valeria decidió volver al pueblo. Caminó despacio, arrastrando el pie herido y con el cuerpo cansado. La gente la miraba al pasar, pero nadie la reconocía de inmediato. Parecía otra persona.
Algunos la observaban con desconfianza, otros con curiosidad. Solo unos pocos se acercaron a preguntar si necesitaba ayuda y ella apenas asentía con la cabeza. Cuando llegó a su casa, abrió la puerta sin hacer ruido. Su madre dormía en el sofá. Nadia no estaba. Recorrió el lugar con la mirada, sin encontrar señales de que alguien la hubiera buscado. Su habitación seguía igual.
Nadie la había tocado, nadie la había echado de menos. Horas después, nadie llegó. Al verla se quedó quieta. No dijo nada, solo la miró como si estuviera viendo a una extraña. Valeria no dijo ni una palabra, solo la sostuvo con los ojos. Esa mirada fue suficiente. Fue la primera vez que nadie bajó la vista.
Desde ese momento todo cambió. Valeria no volvió a ser la misma. Ya no caminaba encorbada. Ya no se apartaba cuando alguien se acercaba. Empezó a ocupar un espacio que siempre le había pertenecido, aunque nunca se lo hubieran permitido. La gente empezó a notarla. No por lástima, sino por algo que no sabían cómo explicar.
Era como si una parte de ella hubiera despertado y ahora era imposible ignorarla. Valeria no habló del pozo de inmediato. Durante los primeros días, solo descansó, se curó las heridas con lo que tenía en casa y evitó a su hermana. No porque tuviera miedo, sino porque no sabía cómo empezar esa conversación. Sabía que lo que había pasado no iba a olvidarse con el tiempo, pero también entendía que hablarlo tendría consecuencias.
fue al médico, aunque tardó un poco en hacerlo. Tenía moretones en el cuerpo y la pierna le seguía doliendo, pero lo más difícil era explicar lo que le había pasado. El doctor la examinó, le hizo algunas preguntas y ella respondió lo justo. No quiso entrar en detalles, agradeció la ayuda y se fue. Una semana después, alguien del pueblo le preguntó por qué estaba tan golpeada.
Valeria se quedó en silencio unos segundos, pero esta vez no lo ocultó. dijo que su hermana la había empujado. La gente no supo cómo reaccionar. Algunos se sorprendieron, otros no dijeron nada. Era algo que nadie esperaba o que quizás preferían no creer. Nadia negó todo. Lloró frente a su madre. Juró que Valeria estaba inventando, pero algo había cambiado.
Esta vez las palabras de Valeria sí fueron escuchadas. La gente ya no la veía como antes. Ahora la miraban con atención, con respeto, no por lo que había sufrido, sino por la forma en que lo estaba enfrentando. Pasaron los días y Valeria empezó a hacer cosas nuevas. Se unió a un grupo de mujeres que organizaban talleres comunitarios.
Ayudaba en la escuela del pueblo. Hablaba con otras jóvenes que también habían vivido cosas duras. No lo hacía para que la felicitaran, sino porque entendía lo que era sentirse sola. Muchos comenzaron a verla como un ejemplo, no por haber caído, sino por la forma en que se levantó. Algunos dijeron que se había vuelto más fuerte, otros que era más segura.
Pero quienes la conocían bien sabían que siempre había sido así, solo que nadie lo había notado antes. El pozo quedó ahí en medio del bosque como si nada hubiera pasado. Pero todos sabían que algo había cambiado, porque después de salir de ahí, Valeria ya no era la misma y eso, sin necesidad de gritarlo, fue lo que dejó a todos atónitos.
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