Mi helicóptero presidencial surcaba el cielo despejado sobre el océano Pacífico. Yo, Alejandro Méndez, presidente recién electo, viajaba hacia una cumbre internacional de emergencia. Un asunto diplomático urgente que requería mi presencia inmediata. Señor presidente, llegaremos en aproximadamente 2 horas”, informó el capitán Torres por el intercomunicador.

 

 

 Asentí en silencio mirando por la ventanilla mientras revisaba los documentos preparados por mi equipo. La tripulación impecable, profesionales. No se escuchaba nada más que el zumbido constante de las hélices. Pero entonces un destello verdoso apareció en el radar. El capitán Torres frunció el ceño. Estaba confundido. Señor presidente, hay algo extraño en los instrumentos.

 Antes de que pudiera decir una palabra, una turbulencia brutal sacudió el helicóptero. Los instrumentos enloquecieron. Lecturas imposibles parpadeaban en las pantallas. Torres luchaba con los controles y la tripulación corría para asegurar el interior. “Mayday, Mayday!”, gritaba Torres por la radio. “Hemos perdido el control, coordenadas. No terminó la frase.

 Una explosión ensordecedora sacudió la aeronave y luego la sensación de caída libre. El suelo literalmente se abrió bajo mis pies. Desperté en la playa, la arena pegada a mi cara, mi traje presidencial destrozado, empapado, un sabor metálico en mi boca, sangre. Me incorporé lento intentando entender qué me dolía más. Costillas fracturadas, una herida profunda en el muslo y probablemente una conmoción cerebral.

 Del helicóptero solo quedaban fragmentos esparcidos por la playa y restos flotando en el agua cristalina. Miré a mi alrededor, no parecía haber otros sobrevivientes. Conseguí equiparme con las ropas de uno de mis hombres. El sol caía implacable sobre la arena ardiente. La sed me quemaba la garganta como fuego. Con esfuerzo me arrastré hasta la sombra de unas palmeras justo en el límite de la playa.

 La herida en mi muslo seguía sangrando y no podía esperar más. Arranqué lo poco que quedaba de mi camisa y lo até como un vendaje improvisado. Pasé horas entrando y saliendo de la conciencia, el shock, la pérdida de sangre, la deshidratación. Todo me estaba matando lento y yo lo sabía. En uno de esos momentos de lucidez vi algo. Un pequeño arroyo. Descendía desde la jungla hacia el mar. Usé todo lo que me quedaba de fuerza y me arrastré hasta él.

 El agua fresca fue mi salvación. Bebí desesperadamente hasta sentir que mi cuerpo volvía a la vida. Me lavé la herida lo mejor que pude. Luego me adentré en los restos esparcidos del helicóptero, buscando algo que pudiera servirme y encontré un botiquín de emergencia. Estaba medio destrozado, pero aún quedaban algunos analgésicos y vendas estériles.

Suficiente para seguir vivo un día más. Esa noche la pasé bajo una techumbre improvisada hecha de hojas de palmera. Temblaba no solo por el frío, sino por los primeros síntomas de fiebre. Los sonidos de la jungla me envolvían en una sinfonía desconocida.

 Yo solo podía escuchar el eco de mi respiración y el miedo latiendo dentro de mí. Desperté con el cuerpo entumecido, pero la mente un poco más clara. Sabía que tenía que moverme. Tenía que hacer algo. Pasé el día explorando la playa. buscando, esperando, algún signo de supervivencia o algún resto útil del helicóptero, pero mis esperanzas se desvanecieron rápido.

Encontré varios cuerpos, entre ellos el del capitán Torres. Todos habían muerto en el impacto, con un nudo en la garganta y soportando el dolor como pude. Cabé tumbas profundas en la arena. Les di una despedida sencilla, pero sincera y les prometí que sobreviviría, que regresaría y que no olvidaría su sacrificio.

 La realidad me golpeó con toda su crudeza. Yo era el único superviviente. La culpa me cayó encima como una losa. ¿Por qué yo? ¿Por qué seguía vivo cuando hombres más valientes que yo habían muerto? Lloré por primera vez desde el accidente. Lloré por mis hombres, por mí, por la vida que había quedado atrás. Después me concentré en lo esencial.

 Necesitaba un refugio mejor, algo de comida y empezar a recuperar mi condición física. La herida en mi pierna seguía preocupándome, pero los antibióticos del botiquín parecían estar manteniendo la infección a raya. Coojeando, recorrí la línea de la playa. El dolor era constante, pero tenía que moverme. Encontré más restos del helicóptero, incluida una parte intacta de la cabina.

 podría servirme como base para construir un refugio. También recogí algunas frutas caídas que parecían seguras, cocos y unos frutos rojizos, cuyo nombre desconocía, pero que olían dulces. De pronto, un coco cayó de una palmera. Aterrizó a centímetros de mi cabeza. El susto inicial se transformó en risa. Una risa amarga, histérica, pero por alguna razón liberadora.

 Era la primera vez que reía desde el accidente. Tomé el coco y lo examiné. Nunca había tenido que abrir uno sin las comodidades de la civilización. Intenté golpearlo contra una roca, pero solo logré lastimar mis manos. Al final, después de varios intentos frustrados, lo conseguí. Usé un trozo afilado de metal y logré abrirlo. El agua de coco nunca me había sabido tan deliciosa.

 Aquella noche, con el estómago un poco más lleno y un refugio ligeramente mejor, me permití pensar pensar en lo absurdo de todo. Yo, Alejandro Méndez, presidente de una nación. Reducido a esto, a un náufrago solitario en una isla desierta, la ironía era casi poética. Había dedicado mi vida a la política, a navegar las aguas turbias del poder y ahora me enfrentaba al desafío más primitivo de todos. Sobrevivir. La fiebre volvió esa noche, pero con menos fuerza.

 Al amanecer decidí adentrarme un poco en la jungla. Seguí el curso del arroyo. Necesitaba entender mi entorno. Si quería seguir con vida, la vegetación era densa, exuberante, casi abrumadora. Plantas que jamás había visto, flores de colores imposibles y una sinfonía constante de sonidos animales.

 Encontré más árboles frutales y marqué mentalmente su ubicación. De regreso en la playa me dediqué a mejorar mi refugio. Usé la sección de la cabina como base y añadí paredes con ramas flexibles entrelazadas. También reforcé el techo con hojas grandes.

 No era bonito, pero al menos me ofrecería algo de protección contra la lluvia y el viento. Mientras trabajaba, la frustración me embargó de pronto. Un ataque de ira me hizo golpear la arena y gritar al cielo vacío. ¿Cuántas posibilidades había de que me encontraran? Estaba condenado a morir lentamente en esta isla. Luego la calma volvió. No tenía sentido desperdiciar energía. En la desesperación era el presidente. [ __ ] sea.

 Había enfrentado crisis internacionales, negociaciones imposibles y conspiraciones políticas. Esto era solo un obstáculo más. Mi condición física mejora lentamente. La herida en la pierna está cicatrizando, aunque aún duele cuando apoyo demasiado peso. He establecido una rutina diaria: despertar al amanecer, recolectar frutas, buscar agua fresca, mejorar el refugio y explorar un poco más la isla cada día. Hoy intenté pescar.

 Fabriqué una lanza rudimentaria con una rama recta y un trozo de metal afilado del helicóptero. Mis primeros intentos fueron cómicamente malos. El agua clara del arroyo me permitía ver los peces, pero mi coordinación era pésima. Después de horas de frustración, finalmente logré ensartar un pez de tamaño mediano, pero mío.

 Lo cociné sobre un pequeño fuego que había aprendido a encender gracias a técnicas que recordaba de un documental sobre supervivencia. El sabor, aunque insípido, sin condimentos, fue la mejor comida que había probado. En días, una tormenta tropical ha azotado la isla durante dos días. Mi refugio resistió sorprendentemente bien, aunque hubo goteras y el suelo se convirtió en barro durante la tormenta tuve tiempo para pensar. He comenzado a marcar los días en la pared del refugio. No quiero perder la noción del tiempo.

 También he empezado a explorar más sistemáticamente. Estoy trazando un mapa mental de la isla. La montaña central sigue siendo un misterio que me intriga. En mis exploraciones he descubierto algo perturbador. Ruinas, estructuras que no parecen obra humana, al menos no de ninguna civilización conocida.

 Formas orgánicas mezcladas con elementos arquitectónicos, todo cubierto por la vegetación. ¿Quién o qué construyó esto y hace cuánto tiempo? Mi rutina está establecida ahora. Me he vuelto bastante eficiente pescando con lanza, al punto de que casi nunca regreso sin al menos dos pescados. He descubierto hierbas que puedo usar para condimentar y he mejorado notablemente mi habilidad para mantener el fuego encendido.

 El refugio es casi cómodo ahora. He añadido una especie de cama elevada hecha con ramas flexibles entrelazadas y un área para almacenar comida. También fabriqué recipientes usando cáscaras de coco para recolectar el agua de lluvia. Mi cuerpo se ha adaptado sorprendentemente bien. He perdido peso, pero he ganado músculo.

 Mi piel, antes pálida por tantas horas en oficinas, ahora está bronceada por el sol tropical. Incluso mis manos antes suaves de político, ahora están encallecidas por el trabajo constante. Pero lo que más me sorprende es mi mente. La desesperación del principio se ha transformado en una aceptación serena, casi orgullosa. Hay algo profundamente satisfactorio en sobrevivir por mis propios medios, en resolver problemas prácticos sin asesores ni burócratas. Claro que sigo deseando ser rescatado. Cada día subo a un punto elevado y observo el horizonte

esperando ver un barco o un avión, pero ya no siento esa urgencia desesperada. La isla se ha convertido en mi realidad y he aprendido a habitarla. Han pasado tres semanas desde el accidente. Y esta noche, mientras dormía en mi refugio, un ruido me despertó.

 Al principio pensé que sería algún animal, pero el sonido era demasiado rítmico, demasiado intencional. Salí con cautela, una antorcha improvisada en una mano y un cuchillo fabricado con metal del helicóptero en la otra. La luna iluminaba la playa con un resplandor plateado. Y entonces la vi, una figura recortada entre las lianas colgantes, inmóvil, observándome desde la niebla.

 Era alta, de proporciones firmes, esbeltas, con una postura que denotaba fuerza y alerta. Su piel, de un tono terroso, se confundía con los colores del bosque, como si hubiera nacido de la misma corteza de los árboles. La melena, formada por gruesas rastas de un naranja quemado, caía sobre sus hombros como raíces secas expuestas al sol.

 Su rostro tenía rasgos felinos y una expresión severa, salvaje. Los ojos, grandes, ámbar, brillaban con una intensidad hipnótica, fijos en un punto invisible. Cada músculo de su cuerpo parecía tensado por una vida entera. Acostumbrada al peligro. Me quedé paralizado. En tres semanas de exploración, jamás había visto señal alguna de que esta isla estuviera habitada por algo remotamente parecido a esto. La criatura no huyó.

 Me observaba con curiosidad. Di un paso hacia adelante y ella, porque algo en su presencia me decía con certeza que era femenina. Inclinó ligeramente la cabeza. ¿Quién eres? pregunté sin realmente esperar una respuesta. Y para mi absoluto asombro, la criatura habló.

 Su voz era melodiosa, como el susurro de las hojas mecidas por el viento, pero las palabras eran perfectamente comprensibles. Soy Aria. Respondió la última de los Silvari en esta isla. Me quedé sin palabras durante varios segundos. ¿Puedes hablar mi idioma? Hemos observado a los humanos durante generaciones, explicó con naturalidad. Aprendemos rápido.

 Me acerqué un poco más, cauteloso, pero intrigado. La luz de mi antorcha iluminaba mejor sus rasgos. Ahora su piel, vista de cerca tenía una textura parecida a la corteza de un árbol joven, pero era suave, flexible. Los tentáculos que coronaban su cabeza se movían con lo que parecía ser curiosidad. “¿Has estado observándome desde que llegué?”, pregunté. “Sí”, admitió sin rodeos.

“Quería asegurarme de que no eras como él.” “¿Como quién?” “El brujo, respondió. Y un estremecimiento pareció recorrer su cuerpo. El hombre que destruyó a mi pueblo se acercó con movimientos fluidos. me sostuvo antes de que cayera. “Estás enfermo”, dijo con una mezcla de preocupación en su voz.

 “Tu herida se ha infectado.” “Soy Alejandro”, logré decir. “Presidente de mi país, nuestro helicóptero”, se estrelló. “Lo sé”, respondió mientras me ayudaba a regresar a mi refugio. “Fui yo quien desvió tu nave voladora.” Quise preguntar más, pero la fiebre me venció.

 Lo último que recuerdo, esa área, colocando unas hojas de extraño color sobre mi herida, desperté sintiendo una frescura extraordinaria. La fiebre había desaparecido. La infección en mi pierna estaba notablemente mejor. Las hojas que Aria había aplicado seguían allí. Ahora secas. Ella estaba sentada junto a mi refugio, perfectamente inmóvil, casi fusionada con el entorno.

 Al verme despertar, se movió ligeramente. “Has dormido dos días”, dijo. Temí que las medicinas no funcionaran en tu especie. ¿Por qué derribaste nuestro helicóptero?, pregunté directamente. Aria guardó silencio por un momento. Fue necesario, respondió al fin. El brujo tiene vigilantes en el cielo.

 Si hubieras continuado, te habrían llevado ante él. El brujo. ¿De quién hablas? Un humano que llegó a nuestra isla hace muchas estaciones. Trajo consigo magia oscura, corrompió a muchos de los míos, los convirtió en sus sirvientes. Su voz adquirió un tono sombrío. Ahora solo quedo yo. Pasamos el resto del día conversando.

 Aria me explicó que su especie, los silvari, había habitado la isla durante milenios. vivían en armonía con la naturaleza, capaces de comunicarse con las plantas y los animales. Su civilización era pacífica, basada en el conocimiento y la preservación hasta que llegó el brujo. ¿Por qué me salvaste? Pregunté mientras compartíamos algunas frutas que ella había recolectado. Vi algo diferente en ti, respondió.

 Algo que podría ayudar a derrotar al brujo. Soy un político, no un guerrero. Objeté. Aria sonrió por primera vez. Un gesto que transformó su rostro alienígena en algo sorprendentemente cálido. A veces, Alejandro, lo que necesitamos no es un guerrero, sino un líder. Han pasado 10 días desde mi primera conversación con Aria. Mi recuperación ha sido extraordinaria gracias a sus remedios naturales.

 Cada día me adentraba más en la jungla con ella, aprendiendo sobre la isla, sobre su especie, sobre las plantas medicinales y los frutos comestibles. También me ha mostrado ruinas antiguas, vestigios de la civilización Silvari, que una vez pobló la isla, templos construidos en armonía con la naturaleza, estructuras que parecían crecer desde el suelo mismo.

 Esta noche la luna llena ilumina la playa con una luz plateada, casi sobrenatural. Hemos encendido una gran hoguera y sentados frente a ella comenzamos a hablar. de nuestras vidas pasadas. Nací cuando mi pueblo ya estaba en declive. Comenzó área, su voz mezclándose con el crepitar del fuego. El brujo había llegado 50 estaciones antes. Al principio se presentó como un náufrago, igual que tú.

 Mi gente lo acogió, lo sanó, le enseñó nuestras costumbres. Sus tentáculos vegetales se agitaron suavemente, reflejando su agitación interna, pero él codiciaba nuestro poder, nuestra conexión con la isla. Comenzó a estudiar en secreto nuestros textos sagrados, a experimentar con nuestras plantas medicinales y encontró una manera de corromper la energía vital que fluye por la isla.

 me contó cómo el brujo comenzó a transformar a los Silvari en criaturas retorcidas que servían a su voluntad. Como atacó la aldea principal durante la noche, convirtiendo a los ancianos en sus primeros esbirros. ¿Cómo? Uno a uno los enclaves Silvar fueron cayendo. Mi familia dirigía el último refugio continuó.

 Mi padre era el guardián de nuestro tesoro más sagrado, la semilla madre, fuente de nuestra conexión con la isla, el brujo, la codiciaba por encima de todo. Su voz se quebró ligeramente. El ataque fue rápido. Mis padres me escondieron, me ordenaron huir. Desde entonces he vivido en las sombras, aprendiendo a sobrevivir, observando al brujo, expandir su poder.

 Ha convertido el templo central en lo profundo de la montaña, en su fortaleza. Allí guarda todos nuestros tesoros, incluida la semilla madre. Me miró fijamente. Sus ojos reflejaban las llamas. Y allí es donde debemos ir si queremos derrotarlo. En reciprocidad por su confianza le conté mi propia historia. cómo había crecido en un barrio humilde, hijo de maestros, como la injusticia social me había empujado hacia la política, las dificultades, las traiciones, los compromisos necesarios para llegar a la presidencia y los planes que tenía para mi país, planes ahora interrumpidos por este accidente. “Nuestros mundos son muy diferentes”, comentó Aria cuando

terminé. Pero ambos conocemos la pérdida y la responsabilidad. ¿Por qué crees que puedo ayudarte contra el brujo? Porque eres un líder nato, Alejandro, y porque tienes algo que el brujo no entiende. ¿Qué cosa? Compasión. El poder verdadero, no viene de dominar a otros, sino de inspirarlos.

 Nos quedamos en silencio contemplando las estrellas reflejadas en el océano y por primera vez desde el accidente sentí un propósito claro, formarse en mi mente. “Enséñame”, dije finalmente. “antséñame a luchar contra él. Un mes de entrenamiento intenso con Aria. Al principio fue frustrante. Mi cuerpo acostumbrado a las comodidades presidenciales, protestaba ante cada exigencia física, pero día tras día mi resistencia aumentó.

 Aria me enseñó a moverme por la jungla sin hacer ruido, a camuflarme entre la vegetación, a encontrar agua y comida en los lugares más inhóspitos. me instruyó en las artes combate de los Silvari, una disciplina basada en la fluidez y en la utilización del entorno. No luchamos contra la naturaleza, me explicaba. Luchamos con ella como aliada. Fabricamos armas, lanzas, arcos, cuchillos usando materiales de la isla.

También preparamos ungüentos y pósimas medicinales para cuando llegara el momento del enfrentamiento. Esta noche, sentados junto al fuego en nuestro campamento, Aria declaró que estaba listo. “Mañana iremos al templo.” Anunció. “La luna estará nueva. La oscuridad nos favorecerá.” “¿Cómo es el templo por dentro?”, pregunté. Una serie de cámaras conectadas por túneles.

 Los dos guardianes principales vigilan la entrada. Antiguos chamanes de mi pueblo, ahora corrompidos. Dentro el templo está plagado de esbirros y en el corazón, en la cámara sagrada estará el brujo. Y la semilla madre con él seguramente la usa para canalizar y corromper la energía de la isla.

 Pasamos la noche repasando el plan, preparando nuestras armas, descansando para la batalla que nos esperaba. Antes de dormir, Aria me entregó un collar con una pequeña piedra verde. Perteneció a mi padre, dijo, “te protegerá.” Lo acepté con solemnidad, sintiendo el peso de su confianza, de la misión que compartíamos. “Mañana recuperaremos tu hogar”, prometí. Aria asintió. Sus tentáculos se movían suavemente. O moriremos intentándolo.

Partimos al amanecer, atravesando la jungla rumbo a la montaña central. El camino se volvía más extraño. Conforme avanzábamos. La vegetación mostraba signos de corrupción, plantas retorcidas, árboles enfermos, animales con comportamientos anómalos. La influencia del brujo explicó Aria en voz baja.

 Está drenando la vida de la isla para alimentar su poder. A mediodía alcanzamos las faldas de la montaña. Desde allí Aria me guió por senderos ocultos que solo los Silvari conocían. El ascenso fue arduo, pero nuestro mes de entrenamiento dio sus frutos. Mis músculos respondían con una fuerza y resistencia que nunca antes había tenido.

 Al atardecer llegamos a una cornisa. Desde ahí teníamos una vista perfecta de la entrada al templo, una gran puerta tallada en la roca, planqueada por dos figuras inmóviles. Los guardianes susurró Aria. Fueron los mentores de mi padre. Ahora solo son cáscaras vacías controladas por el brujo. Esperamos. a que cayera la noche.

 La oscuridad era casi absoluta. Bajo la luna nueva con sigilo. Descendimos hasta una posición cercana a la entrada. “Recuerda el plan”, murmuró Aria. “Yo distraeré a los guardianes. Tú entrarás rápidamente.” Asentí apretando la lanza que había fabricado. Mi corazón latía acelerado, pero mi mente estaba clara.

 Aria se movió primero, se deslizó como una sombra hasta una posición lateral, luego con precisión disparó dos flechas que rozaron a los guardianes antes de perderse en la oscuridad. La reacción fue inmediata. Las dos figuras se animaron. Se movían con movimientos espasmódicos hacia la dirección de las flechas. Eran horripilantes, silvar y corrompidos.

 Sus pieles antes cambiantes, ahora tenían un color enfermizo, uniforme, sus tentáculos vegetales, rígidos, como ramas muertas. Aproveché la distracción. Corrí hacia la entrada, deslizándome por un lateral para no ser visto. Aria mantenía a los guardianes ocupados. Se movía entre las sombras, disparando flechas desde diferentes posiciones. Dentro del templo, la oscuridad era casi total.

 Solo algunas antorchas de llama verdosa iluminaban los pasadizos. Avancé siguiendo las indicaciones que área me había dado. Me mantuve en las sombras evitando las áreas iluminadas. El interior era tan majestuoso como triste. La arquitectura Silvari, una vez integrada armoniosamente con la roca natural, ahora estaba desfigurada. Símbolos extraños habían sido tallados sobre los antiguos grabados y una sustancia viscosa goteaba de las paredes en algunos puntos.

 Pronto me encontré con el primer esbirro, una criatura que vagaba por un pasillo lateral. Me oculté tras una columna. Contuve la respiración mientras pasaba. Cuando se alejó lo suficiente, continué mi avance. El segundo encuentro. No fue tan afortunado. Dos esbirros aparecieron repentinamente desde una cámara lateral. No tuve tiempo de ocultarme. Recordando el entrenamiento con Aria, me moví fluidamente, esquivando el primer ataque y contraatacando con la lanza.

 La punta tratada con un veneno paralizante que Aria había preparado. Apenas rozó a uno de ellos, pero fue suficiente. El esbirro se desplomó inmediatamente. El segundo fue más difícil, era más grande, más rápido. Luchamos en silencio, un baile mortal de ataques y contraataques. Finalmente logré engañarlo haciéndole creer que tropezaba.

 Y cuando bajó la guardia, le asesté un golpe certero. Con el camino despejado, continué hacia el corazón del templo. Según las indicaciones de área, la cámara sagrada estaría al final del pasillo principal, tras una gran puerta decorada con el símbolo del sol. La encontré exactamente como la había descrito, pero antes de poder acercarme escuché voces.

 Me oculté rápidamente tras un saliente. “El ritual debe completarse esta noche”, decía una voz rasposa, una voz que solo podía pertenecer al brujo. “La semilla madre finalmente me revelará todos sus secretos.” Esperé controlando mi respiración, tal como Aria me había enseñado. Pronto, la puerta de la cámara se abrió y salió una figura alta, demacrada.

Vestida con ropajes ornamentados, el brujo se alejó por un pasillo lateral. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, me acerqué a la puerta. Estaba entreabierta con cautela. Me deslicé al interior. La cámara sagrada era espectacular. una gran sala circular con una cúpula abierta al cielo nocturno.

 En el centro, sobre un pedestal, brillaba un objeto esférico del tamaño de un melón pequeño, la semilla madre. Emitía un resplandor pulsante entre verde y dorado. A su alrededor, dispuestos en círculo, había montones de objetos, joyas, estatuillas, pergaminos, claramente el tesoro saqueado de los Silvari. Me acerqué lentamente a la semilla.

 Según el plan, debía tomarla y llevarla a la salida, donde Aria me estaría esperando. Pero al extender mi mano hacia ella, una voz resonó a mis espaldas. Un visitante inesperado. Me giré bruscamente. El brujo estaba en la entrada. De cerca era aún más impresionante y aterrador, alto, extremadamente delgado. Su piel tenía un tono verdoso enfermizo.

 Sus ojos, inyectados en sangre, brillaban con malicia. En su mano sostenía un bastón coronado por lo que parecía un fragmento de la misma sustancia que la semilla madre, pero de color oscuro. Corrupto. Alejandro Méndez, dijo pronunciando mi nombre con un deleite siniestro. El presidente náufrago he de admitir que no esperaba que sobrevivieras tanto tiempo.

 ¿Cómo sabes quién soy? Tu helicóptero fue muy útil, respondió con una sonrisa torcida. Aunque no para los propósitos que tú hubieras deseado. Suéltalo. Exigí. La isla y sus habitantes no tienen nada que ver con tus ambiciones. El brujo ríó. Un sonido desagradable. Todo lo de esta isla tiene que ver conmigo ahora.

 Y esto es solo el comienzo. Con el poder de la semilla madre expandiré mi influencia mucho más allá. Dio un paso hacia mí, su bastón brillando con energía maligna. Pero primero me ocuparé de ti y de la última silvar y rebelde. Oh, sí. Sé que Aria te ha estado ayudando. Mis guardianes la tienen rodeada en este momento.

 Mi mente trabajaba frenéticamente. Necesitaba tiempo, una distracción. ¿Qué pretendes lograr realmente?, pregunté. ¿Poder, hay algo más allá de eso? El brujo entrecerró los ojos, intrigado por mi aparente curiosidad. Comprensión, respondió. Los Silvari tenían el secreto de la comunión perfecta con la naturaleza y se negaron a compartirlo plenamente.

 Yo lo perfeccionaré, lo expandiré. Imagina un mundo donde toda la naturaleza responda a una sola voluntad. Mi voluntad. Mientras hablaba, noté un movimiento en la cúpula abierta sobre nosotros. Una sombra que se deslizaba silenciosamente. “Areia suena más a esclavitud que a comunión”, repliqué manteniendo su atención en mí. El brujo agitó su mano con desdén. Semántica.

 El control siempre ha sido la verdadera forma del poder. “Te equivocas”, dije dando un paso lateral para posicionarme mejor. El verdadero poder viene de la inspiración, no del miedo. El brujo rió nuevamente. Palabras de político vacías y no terminó la frase. Con un movimiento veloz, Aria descendió desde la cúpula, aterrizando entre el brujo y yo.

 En sus manos llevaba dos espadas curvas fabricadas con un material que parecía madera, pero brillaba como metal. Hola, usurpador”, dijo con una voz más fría de lo que jamás le había escuchado. El brujo retrocedió sorprendido, pero no amedrentado. “La última, Silvar libre. Por fin nos encontramos cara a cara.

” “Por última vez”, respondió Aria lanzándose al ataque. La batalla que siguió fue brutal. El brujo blandía su bastón con destreza sobrehumana, proyectando rayos de energía verdosa que aria esquivaba con agilidad pasmosa. Sus espadas brillaban al cortar el aire, buscando alcanzar al brujo sin éxito.

 Aproveché un momento en que el brujo estaba concentrado en área para acercarme al pedestal. La semilla madre vibraba bajo mis dedos cuando la tomé. Era sorprendentemente ligera y cálida, como si tuviera vida propia. En ese momento, el brujo logró acest golpe a Aria, arrojándola contra una pared. Se volvió hacia mí, sus ojos desorbitados por la ira al verme con la semilla.

“Suéltala, ignorante”, rugió avanzando hacia mí. “¿No tienes idea del poder que sostienes?”, retrocedí sosteniendo la semilla contra mi pecho. El collar que Aria me había dado, el de su padre, comenzó a brillar en contacto con ella. El brujo se detuvo, una expresión de sorpresa y temor cruzando su rostro.

 El amuleto del guardián, no es posible. Aria se incorporó observando la escena con asombro. El collar reconoce tu espíritu, Alejandro. Te ha elegido como guardián. No entendía completamente lo que estaba sucediendo, pero podía sentir el poder fluyendo entre la semilla y el collar, atravesándome. Una calidez se extendió por mi cuerpo.

 El brujo, recuperado de su sorpresa inicial, levantó su bastón. No importa. Ningún humano puede canalizar el poder de la semilla. Lanzó un rayo de energía hacia mí. Por puro instinto levanté la semilla para protegerme. Lo que sucedió después fue extraordinario. La energía maligna del brujo fue absorbida por la semilla que brilló con intensidad cegadora.

 Luego, un pulso de luz dorada emanó de ella, expandiéndose en ondas. El brujo retrocedió, su bastón desintegrándose en sus manos. No, no gritó mientras la luz lo envolvía. Su transformación fue impresionante. La corrupción que lo había sustentado durante décadas se disipaba. Su piel verdosa se ajó, sus músculos se atrofiaron, en cuestión de segundos se desplomó, convertido en lo que realmente era.

 Un anciano consumido, débil y mortal. A nuestro alrededor, el templo mismo pareció suspirar. La sustancia viscosa en las paredes se secó y desmoronó. Los símbolos corruptos tallados sobre los antiguos relieves se desvanecieron. Aria se acercó lentamente, sus ojos fijos en la semilla en mis manos. “Lo has logrado”, dijo con asombro. “Has purificado la semilla.

 ¿Qué acaba de pasar?” “La semilla responde a la intención”, dijo Aria. El brujo la utilizaba con avaricia y dominación. Tú la sostienes con respeto y con pasión”, señaló el collar. Y el amuleto del guardián te reconoció como digno. Miré al brujo. Ahora un anciano patético gemía débilmente en el suelo.

 ¿Qué hacemos con él? Aria lo observó sin odio, solo con una profunda tristeza. Ya no representa una amenaza dijo sin la corrupción que lo sustentaba. Es solo un hombre viejo y enfermo. Tomé una decisión. Lo llevaremos con nosotros. Recibirá justicia, pero también compasión. Aria asintió. Aprobando mi decisión.

 Juntos recogimos los tesoros Silvari más importantes, incluyendo antiguos textos y artefactos sagrados. Yo llevaba la semilla con reverencia. El camino de regreso a través del templo fue surreal. Los esbirros que encontramos ya no eran criaturas agresivas, sino silvar y confundidos, lentamente liberados de la corrupción con la derrota del brujo.

 Aria les hablaba en su idioma nativo, les ofrecía orientación y esperanza. Al salir del templo, el amanecer despuntaba sobre la isla. Una nueva era comenzaba. Han pasado dos semanas desde nuestra victoria sobre el brujo. La isla se está recuperando rápidamente. La vegetación corrompida ha sido reemplazada por nueva vida. Los antiguos esbirros, ahora libres, están reconstruyendo la sociedad Silvari bajo la guía de Aria.

 El brujo, cuyo verdadero nombre resultó ser Enrique Vargas, un botánico desaparecido hace 50 años. Permanece bajo vigilancia. Es un anciano frágil ahora que alterna entre momentos de lucidez y arrebatos de megalomanía impotente. Hemos establecido un nuevo asentamiento en las ruinas de la aldea principal Silvari.

 Con la semilla madre restaurada a su lugar sagrado. La conexión de los Silvari con la isla se fortalece cada día. Aria me ha enseñado mucho sobre la historia de su pueblo, sobre la forma en que vivían en armonía con la naturaleza. sin dominarla. He aprendido lecciones que si alguna vez logro regresar a mi país transformarán por completo mi visión de gobierno.

 Esta tarde, mientras Aria y yo observábamos el atardecer desde un acantilado, vimos algo en el horizonte, un barco, un gran carguero que navegaba a varias millas de la costa. Es tu oportunidad, dijo Aria. Su voz mezclada con emociones contradictorias. De volver a tu mundo. Contemplé el barco en silencio.

 Luego miré a Aria, a la isla que había llegado a considerar un hogar. “Tengo responsabilidades”, dije. Finalmente, “Mi país me necesita.” Aria asintió comprendiendo. “Lo sé.” Regresamos al asentamiento y preparamos todo. Recogí una de las bengalas de emergencia que habíamos recuperado del helicóptero. Aria me acompañó hasta la playa donde nos despedimos.

 “Tu pueblo siempre tendrá un aliado en mí”, le prometí. “Volveré si me lo permites.” “La isla siempre te recibirá, guardián”, respondió, tomando mis manos entre las suyas. Encendí la bengala. iluminó el cielo nocturno con un resplandor rojo intenso. El barco cambió su rumbo, se acercaba.

 Pronto, un bote más pequeño se desprendió del carguero dirigiéndose hacia la playa. Podía ver a los hombres remando con fuerza. Aria se había retirado entre la vegetación. Los rescatistas no se percataron de su presencia. Cuando el bote tocó la orilla, dos hombres saltaron. y corrieron hacia mí asombrados. “Es un náufrago”, gritó uno en español.

 “Rápido, ayúdame a subirlo al bote.” Me ayudaron a subir haciendo preguntas que apenas escuchaba. Mi mirada seguía fija en la línea de árboles donde Aria había desaparecido. El viaje hasta el carguero fue breve. Subí por la escalera, débil por la emoción. La tripulación me recibió con mantas y agua fresca. El capitán, un hombre robusto con barba canosa, me miró con asombro cuando le dije quién era.

Ahora estoy en un camarote mirando por la ventana hacia la isla que se aleja. El capitán me ha facilitado papel y lápiz para documentar mi experiencia mientras navegamos hacia el puerto más cercano. No les he contado sobre área ni sobre los Silvari. Algunos secretos deben ser protegidos. Mañana comenzaré a preparar mi regreso a la civilización, a retomar mis responsabilidades como presidente.

 Pero una parte de mí se ha quedado en esa isla con Aria y con su pueblo. Y algún día, cuando mi deber esté cumplido, tal vez regrese mientras contemplo. La isla que se desvanece en el horizonte. Siento el peso del collar de área contra mi pecho. El amuleto del guardián, un recordatorio constante de una promesa que intento cumplir.

 En mi camarote comienzo a escribir una carta plasmando la experiencia transformadora que he vivido, no para que otros la lean, sino para no olvidar jamás lo que aprendí en la isla de Aria.