El borracho que engañó al dos veces. En un rincón polvoriento del pueblo vivía Julián, un hombre que parecía tener un pacto, pero no con el  sino con la flojera. No trabajaba, no ayudaba en nada. Y si había algo que lo mantenía en pie, era la cerveza de la cantina de don Eusebio. No es que fuera un bebedor insaciable, no.

Julián tomaba lo justo para pasar el día, pero lo hacía siempre en la mañana, en la tarde, en la noche. Y si no estaba en la cantina, estaba en su casa, echado en una silla vieja, soñando con botellas frías y mujeres bonitas. Una tarde, después de buscar monedas en todos los rincones y no encontrar ni para una cerveza tibia, recordó un rumor que había escuchado entre los borrachos del pueblo.

Dicen que si llamas al y le ofreces tu alma, él te da lo que quieras. La idea le pareció tan buena como peligrosa, pero la sed podía más que el miedo. Así que tambaleando, se fue al descampado detrás del cementerio, donde decían que los espíritus escuchaban mejor. Ahí, bajo un cielo rojo de atardecer, se animó. si es que existes, ven.

Te doy mi alma, pero dame plata, dame mujeres, dame cerveza hasta que me muera. El aire se puso pesado entre el viento y el silencio. Una sombra se levantó del suelo, ojos encendidos, traje negro, botas puntiagudas. El en persona le sonríó. Trato hecho, Julián, 5 años de todo lo que pidas y luego tú te vienes conmigo. El borracho, sin medir consecuencias, estrechó la mano helada del demonio.

Y así fue. Durante 5 años, Julián vivió como rey de cantina, cerveza de la mejor, mujeres que le sonreían, comida abundante. No trabajó un solo día, pero el tiempo no perdona. La noche que cumplía el último día del pacto, Julián estaba sobrio por primera vez en años, no por voluntad, sino por miedo. Sentado en su silla, pensaba, “Tiene que haber una manera. Yo no me voy así no más.

” Cuando el reloj marcó la medianoche, el  apareció en su puerta. “Julián, es hora.” Julián pensó rápido y dijo, “Antes de irnos, ¿qué tal si tomamos unas cervezas solo para despedirnos como caballeros? El arqueó una ceja, pero la curiosidad lo venció. Julián abrió botellas en la mesa de su sala, sirvió con espuma fría y acercó el primer vaso.

El dio un sorbo y otro y otro. Esto, esto está bueno. Admitió. ¿Qué es la mejor cerveza del pueblo y es toda tuya? Si quieres otra. Julián apenas rozaba la suya. El en cambio, vaciaba vaso tras vaso. Al rato tenía los ojos vidriosos, la lengua suelta y la risa fácil. Cuando se levantó, chocó con la silla. “Volveré por ti”, murmuró tambaleando en cuanto se me pase.

Y se fue tambaleando hacia su guarida por la calle oscura, perdiéndose entre sombras. Al día siguiente amaneció con una resaca infernal y pasó varios días sin trabajar. llevando almas. Esa misma noche, mientras corría el pestillo, Julián sonrió y murmuró para sí, si con unas copas lo dejé fuera de juego, ahora voy a pensar en algo para que ni siquiera pueda entrar a mi casa.

Y con el tiempo que ganó, esparció sal gruesa alrededor de su casa, formando un círculo cerrado. Cuando el demonio se recuperó y volvió furioso, se detuvo en seco ante la línea blanca. Maldito Gruño, ¿sabes que no puedo cruzar esto? Pues entonces, respondió Julián desde la puerta con su botella en mano, tendrás que esperar y yo, mientras tanto, seguiré aquí dentro bien fresco.

Y así Julián pasó semanas sin salir, sentado en la puerta, bebiendo tranquilo, mientras el lo miraba desde fuera. impotente. Pasaron los días y aunque el estaba furioso, también reconocía que aquel borracho era más astuto de lo que parecía. Pero la paciencia del infierno es larga y el  tuvo una idea.

Este borracho tiene un punto débil, las mujeres bonitas. Esa noche, Julián estaba sentado en la puerta de su casa bebiendo a sorbos y mirando la calle vacía cuando apareció ella, una mujer alta, de vestido rojo, piel morena y ojos que parecían llamarlo por su nombre. Caminaba lento, mirando de reojo, y cada paso suyo dejaba un aroma dulce en el aire.

“Buenas noches”, susurró ella con una voz que sonaba a música. Julián sonríó, dejó la botella a un lado y se levantó, siguiéndola como un perro detrás de un hueso. La mujer lo guiaba por callejones oscuros, por senderos que no recordaba haber visto, hasta que llegaron al descampado detrás del cementerio, el mismo lugar donde todo había empezado.

Ahí la mujer se detuvo, le acarició el rostro y sus uñas se alargaron como garras. En un parpadeo, la figura femenina se retorció y de sus labios pintados brotó la voz profunda del Te dije que en 5 años vendrías conmigo y aquí estás, Julián. No hubo que arrastrarte, viniste solito. Julián, con los ojos abiertos de terror intentó retroceder, pero el suelo se abrió bajo sus pies como si fuera agua negra.

Y mientras caía, la risa del  retumbó en toda la noche. Nadie engaña al y menos un borracho. Desde entonces cuentan en el pueblo que a veces en esa casa se siente un olor a cerveza mezclado con azufre y dicen que en las madrugadas se oye una voz borracha cantando desde el cementerio, esperando que alguien le sirva una última cerveza. M.