Aliona caminaba por el largo pasillo del hotel hacia el apartamento presidencial con la sensación de que se dirigía a un juicio.

Su corazón latía tan fuerte que casi le impedía oír. Un solo pensamiento no dejaba de rondarle la cabeza: “¿Por qué otra vez yo?

¿Se habrá quejado y ahora me está poniendo a prueba? ¿O… es otra cosa?”

Abrió la puerta con las manos temblorosas – y se quedó paralizada. El apartamento estaba vacío, pero sobre la mesa de cristal había una nota cuidadosamente doblada. La letra era firme y segura:

“No te apresures a limpiar. Te espero. L. H.”

Sus rodillas casi flaquearon. Su primer impulso fue correr hacia el gerente, confesar todo lo sucedido la noche anterior y pedir perdón.

Pero algo la detuvo. Un escalofrío interior le decía que permaneciera allí. Y decidió esperar.Los minutos pasaban dolorosamente lentos. Ordenaba los cojines, quitaba el polvo, pero sus movimientos eran mecánicos. En su interior se enfrentaban el miedo y una curiosidad difícil de explicar.

De repente, se escucharon pasos. La puerta se abrió.

Leon Hariton entró. Estaba vestido de manera impecable, igual que la noche anterior, pero su mirada ya no mostraba cansancio.

Solo interés. Aliona sintió cómo su mirada la atravesaba y un escalofrío recorrió su espalda.

— Has venido, — dijo con calma. — Muy bien.

Aliona bajó la mirada, esperando una reprimenda. Pero lo que siguió la sorprendió.

— ¿Siempre trabajas tanto que te quedas dormida en el acto?

Se quedó paralizada. No sabía si bromeaba o la estaba poniendo a prueba.

— Lo siento… no era mi intención. Era tarde y yo… — su voz se quebró. — No pretendía romper las reglas.

Leon se sirvió agua en un vaso y se sentó en un sillón, indicándole que tomara asiento frente a él.

— Tranquila. Si hubiera querido despedirte, eso ya habría ocurrido ayer.

Sus palabras le dieron alivio, pero la tensión en el ambiente no desapareció.

Aliona levantó la mirada y encontró sus ojos. No había ira ni desprecio en ellos. Solo curiosidad.
— Dime, ¿por qué elegiste este trabajo? — preguntó de repente. — Ser camarera en un hotel de lujo es un trabajo duro. Pero tú… pareces de otro mundo.Aliona se quedó inmóvil. La pregunta se clavó profundamente en su corazón.

— Tengo que trabajar, — respondió suavemente. — Tengo una hermana menor que todavía va a la escuela. Mi madre está enferma. No tenía dinero para la universidad. Esta es la única manera de salir adelante.

Leon permaneció en silencio un largo momento, pensativo. Luego dijo:

— Una respuesta sincera. Me gusta. En mi mundo, la mayoría solo sabe mentir.

Aliona se sonrojó intensamente.

— Yo… no sé mentir, — confesó con voz baja.

Apareció en sus labios una sonrisa apenas perceptible.

— Y eso es una cualidad rara.

La tensión entre ellos se volvió casi palpable. Cada segundo que su mirada se posaba sobre ella aceleraba su corazón. Pero no podía irse.

— Escucha, Aliona, — dijo tras una breve pausa. — Tengo una propuesta para ti. No tengas miedo, no es lo que crees.

Se detuvo un momento, observando su reacción.

— Necesito a alguien en quien pueda confiar.

No una secretaria, ni un asistente ambicioso. Alguien auténtico. Tú podrías trabajar directamente para mí.

Aliona quedó sin palabras.

— ¿Yo? Pero… solo soy una camarera.

— Ayer mostraste más autenticidad de la que mis socios han mostrado en diez años. Y eso es exactamente lo que necesito.

Sintió cómo el suelo se tambaleaba bajo sus pies. Apenas un día antes temblaba de miedo por perder su trabajo. Y ahora un millonario le ofrecía un puesto junto a él.

— Piénsalo, — dijo Leon levantándose. — Pero debes saber que no me gusta esperar demasiado.

Cuando Aliona salió del apartamento, estaba convencida de que la vida que conocía había terminado.

Delante de ella se abría un nuevo camino, con un solo paso capaz de cambiarlo todo.

Y por primera vez en mucho tiempo, la esperanza reemplazaba al miedo.