Delante de él, María sostenía un montón de fotos en la mano.

Con una sonrisa fría, se las entregó una por una.

En cada foto aparecía Adrián, su esposo, en momentos íntimos con Roxana, su amante, durante el „viaje de negocios“ al mar.

—Sorpresa, querido —dijo María con una voz tranquila pero afilada como un cuchillo.

— ¿No crees que el detective que contraté está haciendo un excelente trabajo?

Adrián sintió que el suelo se le hundía bajo los pies.

La muñeca embarazada que escondía detrás de su espalda ahora parecía ridícula e infantil comparada con el golpe que acababa de recibir.—Puedes regalarle esa muñeca tonta a tu nueva familia —continuó María, mientras notaba el paquete que él intentaba ocultar.

—Creo que te queda claro que nuestro divorcio se iniciará mañana.

Mi abogado se pondrá en contacto contigo.

—María, escucha, puedo explicarlo… —comenzó Adrián, pero las palabras se le atascaban en la garganta cuando vio lo que su esposa sacó a continuación detrás de la puerta.

Era una maleta. Su maleta.

—Te he empacado lo más necesario —dijo con fría eficiencia.— Lo demás podrás recogerlo la próxima semana cuando no esté.

—¡No puedes simplemente echarme de mi propia casa! —protestó Adrián, mientras su choque inicial se transformaba en ira.

María soltó una risa corta, seca y sin humor.

—¿Tu propia casa? Qué gracioso que lo menciones.

Sabes, mientras estabas ocupado con Roxana, tuve unas conversaciones muy reveladoras con mi abogado.

Resulta que este apartamento, al haberlo heredado de mis padres, es únicamente mío.

Al igual que la empresa que usaste como fachada para tus pequeñas aventuras.

Un destello de pánico subió al pecho de Adrián. La empresa.

La empresa que María había heredado y que él había gestionado todos esos años, convencido firmemente de que le pertenecía a él.

—No puedes hacer eso —susurró, cuando de repente tomó conciencia de toda la gravedad de su situación.

—Sí puedo. Y además…

María sacó el último “regalo”: un sobre azul que le entregó.

Adrián lo abrió con dedos temblorosos. Dentro había un informe médico.

—¿Alguna vez te preguntaste por qué durante todos estos años no pudimos tener hijos? —preguntó María, clavando su mirada profundamente en él.

—El doctor Popescu se sorprendió mucho cuando le mostré tus resultados de hace cinco años, que habías ocultado tan cuidadosamente.

Resulta que la infertilidad no era mi problema, Adrián. Siempre fue el tuyo.
Adrián sintió cómo su mundo entero se desmoronaba a su alrededor.Recordó el día en que recibió esos resultados y los ocultó a María —cómo la hizo creer durante años que ella era la infértil y usó eso como un arma contra ella.

—¿Y sabes qué es lo más irónico? Tu querida Roxana está embarazada.

Pero no de ti, claro. Mi detective descubrió que todavía ve a su ex marido.

Pero seguro que estará encantada de enterarse de tu estado médico.

María miró la muñeca embarazada, que se había deslizado medio fuera del paquete, y sonrió tristemente.

—¿Una muñeca embarazada? Incluso ahora no puedes evitar ser cruel.

Esa es la diferencia entre nosotros, Adrián. Yo te doy la verdad. Tú me das otra mentira de plástico.

Sin esperar respuesta, María empujó la maleta hacia él y comenzó a cerrar la puerta.

—Tu vivienda con la agencia ha sido desocupada. Tienes una semana para buscar algo permanente —dijo como última palabra.

La puerta se cerró con un ruido definitivo, dejando a Adrián en el pasillo, con una maleta, un sobre con resultados médicos y una muñeca embarazada que aparentemente lo miraba acusadoramente.

Miró a la muñeca y, en un ataque de rabia y desesperación, la tiró al primer bote de basura que encontró camino a la salida.

Mientras salía a la luz brillante del día, Adrián comprendió que su plan para herir a María se había convertido en su propia ruina.

Había perdido a su esposa, su hogar, su empresa y —lo más importante— la ilusión de controlar su vida.

En el apartamento ahora vacío, María se sentó en el sofá, llena de una extraña mezcla de dolor y liberación. Miró las fotos esparcidas sobre la mesa y se preguntó si había sido demasiado dura.

Luego recordó todos esos años de manipulación, las acusaciones sutiles y no tan sutiles, la forma en que Adrián la hizo creer que ella era defectuosa e incompleta.

No, no había sido demasiado dura. Simplemente había sido justa.

Y por primera vez en años sintió que podía volver a respirar.

Su teléfono sonó interrumpiendo sus pensamientos. Era Cristina, su mejor amiga, que la había apoyado durante todo el proceso.

—¿Lo hiciste? —preguntó Cristina, claramente nerviosa.

—Sí —respondió María, sorprendida por la calma en su propia voz.— Se acabó.

—¿Y cómo te sientes?

María reflexionó un momento antes de contestar.

—Como si hubiera renacido —finalmente dijo.

— Como si después de tantos años despertara de una pesadilla y pudiera finalmente empezar a vivir.

Y mientras el sol se ponía lentamente y largas sombras atravesaban el apartamento, María comprendió que por primera vez en años esperaba con ilusión el día siguiente.

Un día que solo era suyo —sin sombras, sin mentiras, sin Adrián.

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