Un domingo cualquiera de abril de 2001 de cuatro personas salen Iztapalapa rumbo a Teotihuacán. Es la primera vez que visitarán las pirámides juntos. Roberto guardó dinero durante meses para este paseo familiar. Carmen empacó tortas de frijol en una bolsa de plástico y Sofía llevaba su álbum de estampas casi completo esperando encontrar las últimas postales que le faltaban.

Horas después se desvanecen dentro de un lugar que recibe miles de visitantes cada día. Un año más tarde, cuando las lluvias de en primavera inundan los corredores técnicos, algo aparece encadenado un lugar donde nadie debería estar. Era un domingo perfecto para salir de la rutina. En la colonia Santa Marta Catitla, Roberto Mendoza terminaba de revisar el SV blanco que su cuñado Miguel le había prestado la noche anterior.

El motor sonaba bien, los neumáticos estaban en buen estado y tenía suficiente gasolina para el viaje redondo a Teotihuacán. A los 38 años, Roberto trabajaba como en y ayudante una ferretería del centro de Itapalapa, cargando bultos de cemento, organizando herramientas desde las 6 de la mañana. Los domingos eran sagrados.

El único día que podía dedicar completamente a Carmen y a los niños. Carmen Vázquez, de 34 años, había madrugado para preparar el almuerzo. Tortas de frijol con chile chipotle, agua de jamaica en un termo y algunas galletas Marías que Sofía había pedido especialmente. Trabajaba como empleada doméstica en tres casas diferentes durante la semana, limpiando y cocinando para familias de clase media en la colonia del Valle.

Los patrones la trataban bien, pero el sueldo apenas alcanzaba para los gastos básicos del hogar. Esta excursión representaba un lujo calculado al centavo. Alejandro, de 12 años, se había despertado temprano sin que nadie lo llamara.

Cursaba el primer año de secundaria en la escuela Sor Juana Inés de la Cruz y era un estudiante aplicado especialmente en historia. Había estado leyendo sobre Teo Tihuacán en un libro de la biblioteca escolar durante semanas, Memorizing Datos sobre la calzada de los muertos y la pirámide del sol. Su entusiasmo era contagioso y había estado contando los días en un calendario casero que pegó en la pared de su cuarto. Sofía, la menor de 8 años, era el alma de la casa.

Estudiaba tercer grado en la primaria y y Miguel Hidalgo tenía una obsesión particular. coleccionar postales, estampas de pirámides mexicanas. Su álbum estaba casi completo, pero le faltaban exactamente tres estampas de Teotihuacán que esperaba conseguir en alguno de los puestos de souvenirs del lugar.

Carmen le había prometido que si se portaba bien durante todo el viaje, le comprarían al menos una postal nueva para su colección. La decisión de visitar Teotiuacán había surgido tres meses atrás, cuando Sofía llegó llorando de la escuela porque sus compañeras presumían haber visitado las pirámides durante las vacaciones de diciembre.

Un día vamos a ir nosotros también”, le había dicho Roberto, sin imaginar que esas palabras se convertirían en una promesa que lo mantendría despierto varias noches, calculando gastos y ahorrando peso por peso. Miguel, su cuñado, había sido clave al ofrecerle sube sin costo, solo pidiendo que lo regresara con el tanque lleno.

El plan era sencillo, salir temprano para evitar el tráfico de la autopista México Pachuca, llegar a Teotihuacán antes del mediodía, recorrer la zona arqueológica sin prisa, tomar fotografías con dos cámaras desechables que Roberto había comprado en el Oxo y regresar a casa antes del anochecer. Carmen había empacado una muda de ropa, uno para cada en una mochila pequeña, por si acaso se ensuciaban o sudaban demasiado.

También llevaba un botiquín básico con aspirinas y curitas porque conocía a sus hijos. Alejandro era aventurero y Sofía tendía a tropezarse cuando se emocionaba. Roberto guardó en la guantera del subí los documentos necesarios, su licencia de conducir, una identificación oficial y 400 pesos en billetes pequeños que había separado específicamente para este viaje.

Carmen llevaba en su bolso los boletos del metro para el regreso, aunque esperaban no necesitarlos, y una pequeña libreta donde había anotado los horarios de entrada a la zona arqueológica y el costo de los boletos de acceso. Alejandro cargaba una mochila con cuadernos para tomar notas y dibujar lo que viera, mientras Sofía no se separaba de su álbum de estampas y un pequeño monedero con sus ahorros para comprar postales.

A las 8:30 de la mañana, los cuatro subieron al SUV Blanco. Roberto ajustó los espejos. Carmen abrochó el cinturón de Sofía y Alejandro se encargó de sintonizar una estación de radio que transmitiera música tranquila para el camino. El motor arrancó sin problemas y Roberto condujo despacio por las calles de la colonia hasta llegar a la avenida principal que los conectaría con la autopista.

En el último semáforo antes de salir de Enizpalapa, Carmen revisó por tercera vez que llevara todo la bolsa, lunch, cámaras, dinero, identificaciones y una pequeña sombrilla en caso de que el sol fuera muy intenso. El viaje hacia Teotihuacán tomó poco más de una hora. Roberto manejaba con precaución, especialmente en las curvas de la autopista, mientras Carmen señalaba a los niños los cerros y pueblos que se veían desde la carretera.

Sofía iba pegada a la ventana, fascinada por el paisaje que cambiaba gradualmente de urbano rural. Alejandro, por su parte, repasaba mentalmente la información que había leído sobre los antiguos pobladores de la ciudad sagrada, preparándose para explicarles a sus padres lo que sabía sobre cada construcción. Llegaron al estacionamiento principal de la zona arqueológica a las 10:15 de la mañana.

El lugar ya tenía varios autos y autobuses turísticos. Pero no estaba completamente lleno. Roberto encontró un espacio en la tercera fila, cerca de unos árboles que darían sombra al vehículo durante las horas más calurosas del día. Antes de bajar, todos revisaron que llevaran lo necesario. Carmen, la bolsa con el lunch, Roberto las cámaras y el dinero, Alejandro su mochila y Sofía su álbum de estampas.

Cerraron el SUV con seguro y caminaron hacia la entrada principal, donde una fila moderada de visitantes esperaba para comprar sus boletos de acceso. La taquilla principal de Teotihuacán con la funcionaba la eficiencia de una maquinaria bien aceitada. Roberto se formó en la fila correspondiente visitantes nacionales observando los precios en el letrero. Adultos 35 pesos.

Niños menores de 13 años. Entrada gratuita con identificación. Carmen sacó las credenciales escolares de Alejandro y Sofía mientras esperaban su turno. El empleado, un hombre de mediana edad con camisa beige del Instituto Nacional de Antropología e Historia, les vendió dos boletos de adulto y les entregó un mapa básico de la zona arqueológica impreso en papel reciclado.

¿Primera vez que vienen?, preguntó el empleado con amabilidad rutinaria. Roberto asintió señalando a Sofía. quien sostenía su álbum de estampas contra el pecho. Recomiendo que empiecen por la calzada de los muertos y suban despacio a la pirámide del Sol. Si tienen tiempo, la pirámide de la Luna ofrece buena vista para fotografías.

Carmen guardó cuidadosamente los boletos en el compartimento principal de su bolso, junto con el mapa que estudiarían durante el recorrido. El primer impacto visual fue abrumador. La calzada de los muertos se extendía frente a ellos como una avenida infinita bordeada por estructuras piramidales que parecían emerger naturalmente del valle. Alejandro sacó inmediatamente su cuaderno y comenzó a dibujar el contorno de las pirámides principales, mientras Sofía corría unos metros adelante para tener una perspectiva completa del conjunto arquitectónico.

Roberto tomó la primera fotografía con una de las cámaras desechables, los cuatro juntos en la entrada principal con la pirámide del sol como fondo imponente. Carmen consultó su reloj. Las 11:15 tenían tiempo suficiente para recorrer el sitio sin prisa y regresar a casa antes del anochecer.

El plan era visitar primero los edificios más pequeños, acostumbrarse al calor y la altitud y después intentar subir a la pirámide del sol si las fuerzas se los permitían. Roberto había leído en un folleto que la subida requería cierta condición física, especialmente para niños y adultos, no acostumbrados al ejercicio intenso bajo el sol.

Un grupo de turistas extranjeros pasó de y cerca a ellos acompañado por un guía que explicaba en inglés la historia de la construcción. Alejandro se acercó discretamente para escuchar algunos datos que no conocía mientras Sofía se distraía observando un puesto de artesanías que vendía réplicas pequeñas de las pirámides postales con fotografías aéreas del sitio. Carmen la siguió preguntando precios y calidad de los productos, aunque todavía era temprano para hacer compras.

Caminaron por la calzada de los muertos y durante unos 20 minutos, deteniéndose frecuentemente para que Roberto tomara fotografías, Alejandro hiciera anotaciones en su cuaderno. Sofía había encontrado un puesto que vendía exactamente las tres estampas que le faltaban para completar su álbum, pero Carmen le pidió paciencia. Al final del paseo para que no se te pierdan.

La niña aceptó, aunque siguió revisando periódicamente que el puesto siguiera en el mismo lugar. La temperatura aumentaba gradualmente. La Carmen sacó sombrilla y la compartió con Sofía mientras Roberto y Alejandro caminaban bajo el sol directo sin aparente molestia. Varios vendedores ambulantes ofrecían agua embotellada, sombreros de palma y protector solar, pero la familia había decidido de antemano que solo comprarían lo estrictamente necesario para no exceder el presupuesto.

El termo con agua de Jamaica que Carmen a había preparado era suficiente para mantenerlos hidratados durante las primeras horas. Las 11:30 llegaron al pie de la pirámide del sol. La estructura se alzaba majestuosa con escalones irregulares que parecían intimidantes desde la base. Roberto calculó mentalmente el esfuerzo requerido para la subida.

238 escalones, según había leído, divididos en cinco cuerpos escalonados con descansos intermedios. Alejandro ya había empezado a subir los la primeros escalones, ansioso por alcanzar cima, pero Roberto lo detuvo. Primero descansamos y comemos algo.

Se sentaron en una zona de sombra cerca de la base de la pirámide, donde Carmen extendió una manta pequeña que había traído en la mochila. Repartió las tortas de frijol, sirvió agua de jamaica en vasos de plástico reutilizables y ofreció las galletas Marías como postre. Era un almuerzo sencillo, pero después de satisfactorio la caminata matutina. Sofía aprovechó el descanso para revisar nuevamente su álbum de estampas, mostrándole a Roberto las imágenes que había recolectado durante meses.

Si quieres seguir esta historia completa, no olvides suscribirte al canal y activar las notificaciones para no perderte ningún detalle de lo que encontraron un año después. Después del almuerzo, Roberto tomó una decisión logística importante. El había quedado estacionado en la del tercera fila estacionamiento principal y con el calor del mediodía, el interior estaría muy caliente.

Voy por más agua y para abrir las ventanas del carro, le dijo a Carmen. Ustedes pueden ir al baño y después nos vemos en el kiosco de información que está cerca de la entrada. Carmen asintió. Era un plan sensato que les permitiría reagruparse cómodamente antes de decidir si intentarían subir a la pirámide. Roberto se alejó caminando hacia el Carmen estacionamiento mientras tomó a los niños de la mano y se dirigió hacia los baños públicos ubicados cerca del área de servicios. Era aproximadamente las 12:15 del día.

El sol brillaba intensamente sobre Teotihuacán y cientos de visitantes recorrían la zona arqueológica en aparente normalidad. Nadie podía imaginar que ese momento rutinario se convertiría en el último registro verificable de la familia completa.

Los baños públicos estaban ubicados en un edificio de concreto pintado de beige, con separaciones claras para hombres y mujeres. Carmen acompañó a Sofía al área de mujeres, mientras Alejandro entró solo al área de hombres. El lugar estaba limpio y tenía un flujo constante de usuarios, pero no era particularmente concurrido a esa hora.

Carmen esperó pacientemente a que Sofía terminara, lavó las manos de ambas en los lavabos y salieron juntas para esperar a Alejandro. El kiosco de información estaba a unos de 100 metros los baños en una ubicación central que permitía ver tanto la entrada principal como las rutas hacia las pirámides principales.

Carmen, Alejandro y Sofía llegaron al punto de encuentro acordado a las 12:25 aproximadamente. El kiosco tenía folletos informativos, mapas detallados y un empleado que respondía preguntas de los visitantes. era el lugar perfecto para esperar a Roberto y decidir el siguiente paso del itinerario.

El kiosco de información se convirtió en un punto de referencia crucial en los siguientes minutos. Carmen se sentó en una banca de concreto que estaba a la sombra del techo del kiosco mientras Alejandro y Sofía exploraban los folletos disponibles en los exhibidores. El empleado del kiosco, un joven de unos 25 años con camisa institucional, notó el interés de los niños y les ofreció algunos mapas adicionales con rutas recomendadas para familias con niños pequeños.

Sofía había encontrado exactamente lo que buscaba, un folleto con fotografías a color de las pirámides principales que incluía información histórica básica. Le pidió a Carmen permiso para quedárselo y su madre accedió pensando que sería un buen complemento para el álbum de estampas.

Alejandro, por su parte, se concentraba en un mapa más detallado que mostraba la distribución completa del sitio arqueológico, incluyendo áreas que no estaban abiertas al público general. Pasaron 10 minutos desde la hora y no no acordada, Roberto aparecía. Carmen se preocupó inicialmente. Sabía que su esposo era meticuloso con los detalles y probablemente había aprovechado para revisar completamente el sub o había encontrado alguna cola en el área de servicios del estacionamiento.

El sol del mediodía hacía que cualquier caminata tomara más tiempo del previsto, especialmente para alguien que cargaba la responsabilidad de mantener el vehículo en buenas condiciones. A las 12:40, Carmen decidió él a caminar hacia estacionamiento para encontrarse con Roberto medio camino. Le dijo a los niños que la acompañaran, pero Alejandro pidió quedarse unos minutos más para terminar de copiar información del mapa detallado en su cuaderno. “No se muevan de aquí”, les dijo Carmen.

“Si papá llega mientras no estoy, díganle que fui a buscarlo y que regreso en 5 minutos”. Esta decisión aparentemente inocente marcó el último momento en que la familia estuvo junta en un lugar específico y verificable. Carmen caminó hacia el estacionamiento siguiendo la ruta principal que habían tomado en la mañana mientras Alejandro y Sofía permanecieron en el área del kiosco de información.

El empleado del Kosco recordaría después que los niños estuvieron allí hasta aproximadamente las 12:50, momento en que se alejaron en dirección hacia las áreas menos concurridas del sitio. Carmen llegó al estacionamiento y encontró el blanco exactamente donde lo habían dejado, con las ventanas abiertas y signos de que alguien había estado allí recientemente. El vehículo estaba desbloqueado.

La bolsa con el lunch restante seguía en el asiento trasero y una de las cámaras desechables descansaba en el tablero. Sin embargo, Roberto no estaba en los alrededores inmediatos. Carmen revisó los baños del estacionamiento, el área de venta de boletos. Incluso preguntó a algunos visitantes si habían visto a un hombre con camisa a cuadros y pantalón de mezclilla.

Regresó al kosco de información a las 1:05 de la tarde esperando encontrar a Roberto con los niños. El área estaba ocupada por otros visitantes y el empleado le confirmó que había visto a sus hijos aproximadamente 15 minutos antes, pero que se habían alejado hacia el interior del sitio arqueológico.

Carmen asumió que Roberto había llegado su durante que los tres habían decidido continuar el recorrido sin esperarla, probablemente dirigiéndose hacia alguna de las pirámides principales. Durante los siguientes 30 minutos, Carmen recorrió sistemáticamente las rutas principales de Teotihuacán, la calzada de los muertos, la base de la pirámide del sol, el área de la pirámide de la luna y los principales puntos de interés turístico.

Preguntó a guardias, vendedores y otros y ambulantes. Visitantes habían visto a un hombre con dos niños describiendo detalladamente la ropa que llevaban y las características físicas de cada uno. Un vendedor de elotes recordaba haber atendido a una mujer con una niña aproximadamente a las 12:50, cerca del área de la pirámide de la Luna. La descripción coincidía con Carmen y Sofía.

La mujer llevaba blusa azul claro y la niña tenía el cabello recogido en coletas. Sin embargo, el vendedor no recordaba a u haber visto Roberto a Alejandro en ese momento. Esta sería una de las últimas observaciones confirmadas de cualquier miembro de la familia. A las 2 de la tarde, Carmen regresó al sub. El vehículo seguía en la misma posición con las ventanas abiertas, pero ahora Carmen notó detalles que no había observado antes.

La bolsa del lunch estaba ligeramente desordenada, como si alguien hubiera buscado algo específicamente. Una de las cámaras desechables había del y desaparecido tablero. Aunque quedaba la segunda cámara en la guantera. También faltaba la pequeña sombrilla que habían usado durante la mañana. Carmen decidió esperar en el SEUV, asumiendo que Roberto, los niños regresarían eventualmente al punto de encuentro original.

Pero a medida que pasaban los minutos, una sensación de inquietud comenzó a crecer en su estómago. No era normal que Roberto se alejara tanto tiempo sin avisar y menos aún que llevara a los niños a explorar áreas del sitio sin haberlo discutido previamente con ella. Alejandro era responsable, pero Sofía tendía a cansarse fácilmente y Roberto lo sabía.

A las 2:30, Carmen tomó una decisión que cambiaría el curso de los eventos. Se dirigió al puesto de seguridad principal de la zona arqueológica, ubicado cerca de la entrada para reportar que había perdido contacto con su familia. El guardia de turno, un hombre de unos 45 años con uniforme oficial del INA, escuchó su explicación con atención.

profesional y le pidió que proporcionara una descripción detallada de las personas desaparecidas. Roberto Mendoza, 38 años, aproximadamente 1, 75 m de estatura, complexión robusta, cabello negro corto, camisa a cuadros azul y blanco, pantalón de mezclilla, zapatos deportivos negros. Alejandro Mendoza, 12 años, delgado, gris cabello negro, playera con logo de deportes, pantalón corto azul marino, tenis blancos, Sofía Mendoza, 8 años, cabello castaño en coletas, playera morada, pantalón de mezclilla claro, sandalias rosadas, cargaba un álbum de estampas. El guardia anotó la información en un formato oficial y activó el protocolo de

búsqueda interno. A las 3 de la tarde, los altavoces de la zona arqueológica transmitieron el primer mensaje. Atención visitantes. Se solicita a Roberto Mendoza, Alejandro y Mendoza, Sofía Mendoza, que se presenten en el puesto de seguridad principal. Sus familiares los están esperando.

El mensaje se repitió cada 15 minutos durante las siguientes 2 horas, pero no obtuvo respuesta. El protocolo de búsqueda de la zona arqueológica de Teotihuacán se activó oficialmente a las 3:15 de la tarde. El jefe de seguridad, un exmilitar de 52 años llamado Joaquín Herrera, coordinó la primera fase de rastreo que consistía en una verificación sistemática de todas las áreas públicas accesibles.

Cuatro guardias se distribuyeron estratégicamente, uno en la pirámide del Sol, otro en la pirámide de la Luna, un tercero en la ciudadela y el cuarto recorriendo la calzada de los muertos de extremo a extremo. Carmen permaneció en el puesto de cada vez seguridad, proporcionando información adicional que los guardias se comunicaban por radio. Durante la primera hora de búsqueda surgieron tres reportes que generaron expectativas momentáneas.

Un visitante recordaba haber visto a un hombre con dos niños cerca de la pirámide de Ketzalcott alrededor de las 2 de la tarde. Pero la descripción física no coincidía completamente con Roberto y los niños. Un vendedor de artesanías mencionó una con conversación.

Una niña de aproximadamente 8 años que preguntaba por postales, pero no podía confirmar si iba acompañada. El tercer reporte fue más específico. Una familia de Guadalajara que visitaba Teotihuacán por primera vez aseguró haber compartido una banca con una mujer y dos niños cerca del palacio de Ketzalpalotle, aproximadamente a las 2:20. La descripción de la mujer no coincidía sí exactamente con Carmen, pero los niños parecían corresponder con Alejandro y Sofía.

Sin embargo, cuando los guardias revisaron esa área, no encontraron rastro alguno de presencia reciente. A las 4:30 de la tarde, el jefe Herrera expandió la búsqueda para incluir áreas semirrestringidas, caminos de servicio, zonas de mantenimiento que no estaban completamente cerradas al público y sectores del sitio que ocasionalmente eran utilizados por visitantes aventureros que se salían de las rutas oficiales.

Esta decisión requirió contactar al administrador general del sitio, quien autorizó el acceso a áreas normalmente vedadas para turistas. Los guardias encontraron evidencias de en menores presencia humana, varios lugares, huellas de zapatos en senderos de tierra, algunas colillas de cigarros recientes y restos de comida que podrían haber sido dejados por cualquier visitante durante los días anteriores.

Sin embargo, ninguno de estos indicios podía relacionarse específicamente con la familia Mendoza. La extensión del sitio arqueológico y la cantidad de visitantes diarios hacían prácticamente imposible rastrear movimientos individuales sin testigos directos. Carmen llamó a Miguel, su cuñado, desde el teléfono público del puesto de seguridad.

Le explicó la situación con la mayor calma posible, pero su voz comenzaba a mostrar signos de tensión. Miguel se ofreció a viajar inmediatamente a Teotihuacán para ayudar en la búsqueda, pero Carmen le pidió que esperara hasta las 6 de la tarde. “Tal vez aparecen en cualquier momento”, Ale dijo, aunque internamente comenzaba a considerar posibilidades más preocupantes.

A las 5 de la tarde, el administrador del sitio tomó la decisión de contactar a la policía municipal de San Juan deothuacán. La desaparición de tres personas durante más de 4 horas en un área controlada justificaba la intervención de autoridades externas, especialmente considerando que dos de los desaparecidos eran menores de edad.

El agente Raúl Morales de la policía al municipal llegó sitio las 5:40 acompañado por un oficial auxiliar. El agente Morales entrevistó a Carmen durante 20 minutos recopilando información detallada sobre la rutina familiar, posibles conflictos personales, situación económica y cualquier circunstancia que pudiera explicar una desaparición voluntaria.

Carmen respondió todas las preguntas con y transparencia. No había problemas matrimoniales graves. Roberto no tenía deudas significativas. Los niños estaban contentos con la escuela. La familia no había recibido amenazas o extorsiones recientes. La investigación inicial descartó rápidamente la posibilidad de que Roberto hubiera decidido abandonar a su familia de manera premeditada.

El subi seguía en el estacionamiento con y todas sus pertenencias. Roberto había gastado dinero ahorrado durante meses para este viaje. Su historial laboral y personal no mostraba indicios de inestabilidad emocional o tendencias a la fuga. Además, llevarse a los niños en una hipotética huida habría sido logísticamente complicado y emocionalmente inconsistente con su personalidad.

La segunda hipótesis considerada fue un accidente en alguna zona peligrosa del sitio arqueológico. Sin embargo, Teoihuacán había medidas de implementado seguridad estrictas después de incidentes menores en años anteriores. Las áreas verdaderamente riesgosas estaban cercadas, señalizadas y monitoreadas regularmente.

Además, un accidente que involucrara a tres personas simultáneamente habría dejado evidencias visibles que los guardias habrían detectado durante la búsqueda. A las 6:30 de la tarde, Miguel Aa llegó Teotihuacán, acompañado por dos vecinos de la colonia Santa Marta a Catitla. Carmen había permanecido en el sitio durante más de 4 horas, rechazando las sugerencias de regresar casa para descansar.

No me voy sin ellos”, repetía cada vez que alguien le sugería buscar apoyo familiar. Miguel se hizo cargo de coordinar con las autoridades mientras Carmen se concentraba en revisar cada detalle del día buscando pistas que pudiera haber pasado por alto.

El último anuncio por altavoces se transmitió a las 7 de la tarde, cuando la zona arqueológica se preparaba para cerrar al público. Última llamada para Roberto Mendoza, Alejandro Mendoza y Sofía Mendoza. favor de presentarse en el puesto de seguridad principal. El eco del mensaje se dispersó entre las y pirámides, mientras los últimos visitantes del día caminaban hacia la salida.

Por primera vez desde el mediodía, Teotihuacán quedaría sin la presencia de la familia que había llegado esa mañana con la ilusión de conocer las pirámides por primera vez. La búsqueda oficial se suspendió temporalmente al anochecer, pero se programó para reiniciarse al amanecer del día siguiente con personal adicional equipos más especializados. Carmen, Miguel y los vecinos regresaron a Iztapalapa en el sub blanco que Roberto había cuidado meticulosamente esa mañana.

El asiento del conductor quedó ajustado exactamente como él lo había dejado y la bolsa con el launch restante permanecía intacta en el asiento trasero como un recordatorio silencioso de un día que había comenzado con alegría familiar y terminaba con incertidumbre absoluta. La noche del domingo 22 de abril de 2001 a transcurrió sin sueño en la casa de la colonia Santa Marta a Catitla.

Carmen se sentó en la sala sosteniendo el álbum de estampas de Sofía que había quedado en su bolso mientras Miguel contactaba familiares y amigos para organizar brigadas de búsqueda. Los vecinos de la cuadra se presentaron espontáneamente durante las primeras horas de la noche, ofreciendo apoyo logístico y emocional.

Doña Esperanza, la vecina de la casa sea contigua, quedó acompañando Carmen hasta el amanecer. El lunes por la mañana, la búsqueda se reanudó con recursos ampliados. La policía municipal de San Juan, Otihuacán, coordinó esfuerzos con elementos de la policía del Estado de México y el administrador de la zona arqueológica autorizó el acceso completo a todas las áreas del sitio, incluyendo sectores de mantenimiento y bodegas que normalmente permanecían cerradas al público.

10 elementos policiales, seis guardias y del INH, 15 voluntarios civiles participaron en el operativo. La estrategia de búsqueda se dividió en tres fases. La primera consistió en una revisión exhaustiva de todas las estructuras piramidales, utilizando cuerdas y equipo básico de escalada para explorar grietas, cavidades y espacios que podrían haber sido inaccesibles durante la búsqueda inicial.

La segunda fase se concentró en los y que terrenos valdíos, zonas vegetales, rodeaban el perímetro oficial del sitio arqueológico. La tercera fase incluyó entrevistas sistemáticas con todos los empleados que habían trabajado el domingo anterior. Los resultados de la primera fase fueron completamente negativos.

Las pirámides principales no presentaban espacios donde tres personas pudieran haberse refugiado o caído accidentalmente. Los sistemas de drenaje y las cavidades de construcción habían sido revisados previamente durante trabajos de mantenimiento y no mostraban signos de perturbación reciente. Los expertos en construcción prehispánica confirmaron que las estructuras no tenían cámaras ocultas o pasajes secretos que pudieran explicar una desaparición.

La segunda fase produjo algunos hallazgos menores, pero no conclusivos. En un terreno valdío ubicado a 800 m aproximadamente del estacionamiento principal, los equipos encontraron restos de una fogata reciente, algunas latas de cerveza vacías y fragmentos de ropa que no correspondían con las descripciones de la vestimenta de la familia Mendoza.

Estos objetos parecían estar relacionados con visitantes que habían acampado ilegalmente en el área durante el fin de semana. Una práctica ocasional que las autoridades toleraban siempre que no causara daños al patrimonio arqueológico. Las entrevistas con los empleados revelaron información contradictoria. Tres trabajadores del área de recordaban a mantenimiento haber visto una familia con las características descritas cerca de la pirámide del Sol durante la mañana del domingo. Pero las horas que mencionaban no coincidían entre sí.

Uno decía las 11, otro las 12 y el tercero aseguraba que había sido después de las 2 de la tarde. La presión de colaborar con la investigación generaba testimonios bien intencionados, pero imprecisos, que complicaban más que ayudaban. El martes 24 de abril, la investigación se expandió para incluir las carreteras de acceso a Teotihuacán y los poblados circundantes.

La teoría de que la familia hubiera abandonado voluntariamente el sitio arqueológico cobraba fuerza ante la ausencia total de evidencias dentro del perímetro controlado. Los agentes visitaron las terminales de de autobuses San Juan, Teotihuacán, San Martín de las Pirámides y Otumba, preguntando si alguien recordaba haber vendido boletos a personas con las características de Roberto, Alejandro y Sofía.

Una empleada de la terminal de San Martín de las Pirámides, creyó reconocer la descripción de Sofía. una niña de aproximadamente 8 años con coletas que había comprado dulces en la tienda de la terminal el domingo por la tarde. Sin embargo, cuando le mostraron que había fotografías familiares, Carmen proporcionado, la empleada expresó dudas sobre la identificación.

Se parecía, pero no estoy segura, declaró a la gente Morales. Pasan muchos niños por aquí los fines de semana. El miércoles, Carmen tomó la decisión de regresar personalmente a Teohuacán para repasar cada paso del recorrido familiar. Acompañada por Miguel y por el agente El y Morales, caminó nuevamente desde estacionamiento hasta el kiosco de información, cronometrando cada segmento del trayecto, deteniéndose en los mismos lugares donde habían descansado el domingo anterior. La revisitación de la escena no produjo nueva información,

pero permitió a Carmen identificar pequeñas inconsistencias en su memoria inicial. Durante esta segunda visita, Carmen recordó un detalle que había omitido en sus declaraciones anteriores. Mientras esperaba en el kiosco de Había Información notado un hombre de edad mediana que parecía observar constantemente a los visitantes desde una distancia prudente.

No estaba vestido como turista típico, no cargaba cámara o mochila y no parecía interesado en las estructuras arqueológicas. Carmen lo había catalogado mentalmente como un empleado en descanso, pero ahora consideraba la posibilidad de que su presencia fuera relevante. La descripción del hombre observador una y generó nueva línea de investigación.

Carmen lo recordaba como una persona de aproximadamente 45 años, complexión delgada, cabello canoso, vestido con pantalón oscuro, camisa clara. no había interactuado directamente con él, pero su comportamiento le había parecido fuera de lugar en un contexto turístico. El agente Morales organizó entrevistas con empleados del sitio para determinar si alguno de ellos correspondía con esa descripción física.

Las entrevistas revelaron que ningún de él y empleado oficial INA coincidía exactamente con las características descritas por Carmen. Sin embargo, el jefe de seguridad, Joaquín Herrera, mencionó que ocasionalmente había personas no autorizadas que ingresaban al sitio con fines diferentes al turismo. Investigadores independientes, fotógrafos aficionados, en casos raros, individuos con intenciones menos claras que aprovechaban el flujo constante de visitantes para pasar desapercibidos.

El jueves 26 de abril, exactamente una de semana después la desaparición, la investigación oficial enfrentó su primer obstáculo burocrático significativo. La jurisdicción del caso se disputaba entre tres instancias. la policía municipal de San Juan, Teotihuacán, la policía del Estado de México y la Procuraduría General de la República.

Debido a que el sitio arqueológico era patrimonio federal, cada institución tenía protocolos para de diferentes casos desaparición y la coordinación entre ellas requería tiempo y procedimientos administrativos complejos. Carmen utilizó esa semana para organizar una campaña de difusión independiente. Con ayuda de vecinos de Itapalapa, diseñó carteles con fotografías de Roberto, Alejandro y Sofía, incluyendo la descripción física detallada de cada uno y los datos de contacto para reportar información relevante.

Los carteles se distribuyeron en escuelas, mercados, estaciones del metro y centros comunitarios de las delegaciones Itapalapa. Benustiano Carranza y Gustavo A. Madero. La respuesta ciudadana fue abrumadora, pero poco efectiva. Durante los primeros días, Carmen recibió más de 50 llamadas telefónicas con supuestos avistamientos de la familia.

Algunos reportes ubicaban a Roberto trabajando en una construcción en Ecatepec. Otros aseguraban haber visto a los niños en una escuela de Nesa. La mayoría de estas llamadas provenían de personas bien intencionadas que confundían a los Mendoza con otras familias, pero cada reporte requería verificación y tiempo que Carmen no podía permitirse desperdiciar.

El más prometedor de estos reportes llegó el viernes 27 de abril. Una empleada de una tienda oso en la autopista México Pachuca aseguró que un hombre con dos niños había comprado agua y galletas el domingo 22 alrededor de las 4 de la tarde. La descripción física coincidía con y los parcialmente Roberto Niños y el horario era compatible con una posible salida de Teotihuacán después del mediodía.

Carmen y Miguel viajaron inmediatamente al lugar para revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad. Las grabaciones de la tienda Oxo mostraban efectivamente a un hombre con dos menores comprando los productos mencionados, pero la calidad de la imagen era insuficiente para confirmar la identidad de las personas.

El hombre se veía desde atrás durante la y mayor parte de la transacción. Los niños permanecían parcialmente ocultos detrás de los exhibidores de productos. La empleada mantuvo su convicción de que se trataba de la familia desaparecida, pero Carmen experimentó la frustración de no poder confirmarlo categóricamente.

Mayo de 2001 llegó con la desalentadora realidad de que el caso había entrado en una fase de estancamiento. Las búsquedas intensivas habían terminado oficialmente después de dos semanas sin resultados concretos y la investigación se limitaba ahora a seguir pistas esporádicas. que una tras otra resultaban ser falsas alarmas.

Carmen había regresado a su trabajo como empleada doméstica, necesitando los ingresos para mantener la casa. Pero cada día transcurría como una rutina automática mientras su mente permanecía fija en la ausencia de su familia. Los carteles pegados por toda la ciudad a comenzaron deteriorarse por la lluvia y el tiempo. Algunos fueron retirados por autoridades municipales como parte de la limpieza urbana rutinaria.

Otros se despegaron naturalmente y algunos más fueron cubiertos por anuncios comerciales. Carmen los reponía cada fin de semana comprando material nuevo con sus propios recursos, manteniendo viva la esperanza de que alguien reconociera las fotografías. y proporcionara información útil.

La casa de Santa Marta Catitla se había convertido en un espacio extraño y silencioso. Carmen mantenía las habitaciones de Roberto, Alejandro y Sofía exactamente como las habían dejado esa mañana de domingo. La ropa sucia seguía en el cesto del baño. Los cuadernos escolares de Alejandro permanecían abiertos en la última tarea que había estado haciendo y la cama de Sofía conservaba sus muñecas favoritas acomodadas en el mismo orden que ella prefería. Antes de dormir, Miguel visitaba a Carmen dos veces por el semana, manejando sub blanco, que

técnicamente seguía siendo suyo, pero que ninguno de los dos se atrevía a utilizar normalmente. El vehículo se había convertido en una reliquia dolorosa del último día familiar y Carmen había pedido que lo mantuvieran estacionado frente a la casa en caso de que Roberto regresara y necesitara reconocer algo familiar en el entorno.

Los vecinos entendían la situación y hacer evitaban comentarios sobre la presencia permanente del sube. Las autoridades mantuvieron el caso oficialmente abierto, pero la frecuencia de las investigaciones activas disminuyó considerablemente. El agente Morales visitaba a Carmen mensualmente para reportar que no había desarrollos significativos y para confirmar que seguían monitoreando hospitales, centros de asistencia social y morgues de toda la región central del país.

Era un procedimiento rutinario y pero que necesario, no ofrecía esperanzas concretas de resolución a corto plazo. Durante el verano de 2001, Carmen estableció una rutina semanal que le permitía mantener cierta estabilidad emocional. Los martes revisaba con Miguel cualquier nueva información relacionada con el caso.

Los viernes viajaba a Teotihuacán para caminar por el sitio arqueológico, a veces acompañada por doña Esperanza o por alguna vecina solidaria. Los domingos visitaba iglesias diferentes, no necesariamente por convicción religiosa, sino porque le proporcionaba espacios de silencio y reflexión. En agosto, Carmen recibió una llamada que temporalmente reavivó sus esperanzas.

Una trabajadora social de Toluca reportó que una familia con características similares a los Mendoza había sido atendida en un albergue para personas en situación de vulnerabilidad. El reporte mencionaba un hombre con dos al niños que había llegado al vergue sin documentos de identificación, aparentemente desorientados y sin capacidad de proporcionar información coherente sobre su origen.

Carmen viajó a Toluca, acompañada por Miguel y por una prima lejana que había mantenido contacto constante durante los meses de búsqueda. El albergue era una institución modesta, a pero bien organizada, dirigida por religiosas que atendían principalmente personas con problemas de adicción, violencia doméstica o desarraigo social. La trabajadora social las recibió con amabilidad, pero desde el primer momento Carmen intuyó que no se trataría de su familia.

Las personas albergadas efectivamente aún incluían hombre de mediana edad con dos menores, pero cuando Carmen los vio, confirmó inmediatamente que no eran Roberto, Alejandro y Sofía. El parecido físico era superficial y las edades no correspondían exactamente. Sin embargo, Carmen conversó con ellos durante algunos minutos, sintiéndose conectada con su situación de vulnerabilidad e incertidumbre.

Antes de marcharse, dejó una donación económica pequeña para el albergue. Septiembre llegó con el inicio del nuevo ciclo escolar. Carmen pasaba frecuentemente frente a las escuelas de Alejandro y Sofía, observando a los niños que entraban y salían de clases, buscando inconscientemente rostros familiares entre grupos de estudiantes que no conocía.

Los maestros de ambos niños la visitaron durante las primeras semanas del periodo escolar, expresando su solidaridad y preguntando si existía alguna posibilidad de que los niños se reincorporaran a clases durante el año. Las preguntas sobre la continuidad escolar obligaron a Carmen a enfrentar aspectos prácticos que había evitado considerar durante los primeros meses. Debía cancelar formalmente las inscripciones de Alejandro y Sofía.

Era necesario declarar legalmente la desaparición de Roberto para resolver asuntos administrativos y económicos. ¿Cuánto tiempo debía esperar antes de tomar decisiones definitivas sobre el futuro de la familia? El agente Morales le explicó los legales a procedimientos disponibles para casos de desaparición prolongada.

Después de cierto tiempo sin evidencias de vida, era posible iniciar trámites de ausencia legal que permitirían Carmen resolver asuntos financieros. laborales y familiares. Sin embargo, estos procedimientos implicaban aceptar formalmente que la familia podría no regresar, una realidad que Carmen no estaba emocionalmente preparada para enfrentar. Octubre transcurrió con normalidad Carmen aparente.

Mantuvo su rutina laboral, sus visitas periódicas a Teotihuacán y su esperanza silenciosa de que algún día recibiría una llamada telefónica con buenas noticias. Los carteles seguían deteriorándose y siendo repuestos. Las autoridades continuaban su monitoreo rutinario y la casa de Santa Marta Catitla permanecía como un museo involuntario de la vida familiar interrumpida el 22 de abril.

El primer aniversario de la desaparición se acercaba inevitablemente. Carmen había evitado pensar en esa fecha específica, concentrándose en el día a día y manteniendo la esperanza de que la reunión familiar ocurriría antes de completarse un año completo de ausencia.

Sin embargo, a medida que abril de 2002 se aproximaba, la realidad simbólica de los 12 meses transcurridos se volvía emocionalmente abrumadora. El invierno de 2002 llegó a la región de I Central México con lluvias más intensas de lo habitual. Los sistemas meteorológicos del Pacífico se combinaron con frentes fríos del norte para generar precipitaciones que afectaron carreteras, sistemas de drenaje urbano, la infraestructura de sitios al aire libre como Teotihuacán.

Las autoridades del INA implementaron las protocolos especiales para proteger estructuras arqueológicas de la erosión. y para mantener las rutas de acceso en condiciones seguras para los visitantes. Durante enero y febrero, las lluvias fueron esporádicas pero intensas. Los fines de semana registraban menor a lo afluencia turística debido a las condiciones climáticas adversas que permitía a los equipos de mantenimiento realizar trabajos de conservación que normalmente requerían cerrar áreas específicas del sitio. El administrador general había programado una revisión exhaustiva de todos los sistemas de

drenaje, especialmente en sectores donde las precipitaciones tendían a acumularse y generar problemas estructurales. En marzo, la intensidad de las lluvias los aumentó considerablemente. Fines de semana de la segunda y tercera semana del mes registraron precipitaciones que obligaron a cerrar temporalmente algunas secciones de Teotihuacán por razones de seguridad.

El agua se acumulaba en depresiones naturales del terreno. Los senderos se volvían resbaladizos y algunos sistemas de drenaje mostraban signos de saturación que requerían atención inmediata. El equipo de mantenimiento estaba por ocho compuesto trabajadores especializados en conservación arqueológica, dirigidos por el ingeniero Carlos Vega, un profesional con 15 años de experiencia en el sitio.

Su responsabilidad incluía la limpieza de canales de drenaje, la reparación de daños menores en estructuras y la verificación de que todas las áreas de acceso público mantuvieran condiciones seguras durante y después de las lluvias intensas.

Durante la tercera semana de marzo, el que equipo detectó varios sistemas de drenaje en el sector norte del sitio, habían desarrollado obstrucciones que impedían el flujo normal del agua. Las obstrucciones parecían ser acumulaciones de sedimentos, hojas y residuos orgánicos que las lluvias habían arrastrado desde las zonas más elevadas. Sin embargo, algunos drenajes mostraban patrones de obstrucción que no correspondían con causas naturales típicas.

El jueves 21 de marzo, los trabajadores se concentraron en un área de mantenimiento ubicada aproximadamente a 300 m del circuito turístico principal. Se trataba de un corredor técnico estrecho que albergaba tuberías de agua, instalaciones eléctricas básicas y un sistema de drenaje que recolectaba el agua de lluvia de varios sectores circundantes. El acceso a esta área estaba restringido mediante un portón metálico con candado y señalización oficial de acceso restringido.

Cuando el equipo de Carlos Vega abrió el y portón de acceso, inmediatamente notaron que el agua de lluvia no había drenado normalmente durante las precipitaciones de los días anteriores. El corredor mostraba charcos estancados, signos de que el sistema de drenaje principal había funcionado deficientemente. La investigación inicial sugería que la rejilla central del drenaje estaba obstruida por algún tipo de material que impedía el flujo normal del agua hacia las tuberías subterráneas.

Al acercarse a la rejilla central, los un trabajadores observaron conjunto de objetos que claramente no pertenecían al entorno natural del sistema de drenaje. Cuatro contenedores cilíndricos metálicos, aparentemente toneles de tamaño mediano, estaban colocados estratégicamente sobre y alrededor de la rejilla. Los toneles estaban envueltos en material plástico negro que los cubría completamente y todo el conjunto estaba asegurado mediante cadenas metálicas que los conectaban entre sí y los fijaban a elementos estructurales del corredor. La disposición de los

objetos no era casual ni accidental. Alguien había colocado deliberadamente los toneles para obstruir el sistema de drenaje, utilizando cadenas para asegurar que las lluvias y el tiempo no desplazaran los contenedores de su posición original. Las paredes del corredor mostraban manchas rojizas que se extendían desde la altura de los toneles hacia el suelo, formando patrones de escurrimiento que sugerían la presencia de algún tipo de líquido que había estado contenido en los recipientes.

Carlos Vega suspendió inmediatamente los trabajos de mantenimiento y contactó al jefe de seguridad, Joaquín Herrera. La presencia de objetos no autorizados en un área restringida constituía una violación de seguridad que requería investigación oficial antes de proceder con cualquier manipulación de los materiales encontrados.

Herrera se presentó en el lugar acompañado por dos guardias adicionales para evaluar la situación y determinar el protocolo a seguir. La inspección visual inicial confirmó que los toneles y las cadenas no formaban parte de ningún sistema oficial de Teotihuacán. El material plástico que envolvía los porcenedores mostraba deterioro causado la exposición prolongada a la intemperie, pero mantenía suficiente integridad como para impedir la observación directa del contenido de los toneles. Las cadenas presentaban signos de oxidación que sugerían que habían estado

en el lugar durante varios meses, posiblemente durante todo el invierno. Herrera tomó fotografías del hallazgo y al desde diferentes ángulos contactó a administrador general del sitio para reportar la situación. La decisión de cómo proceder con los objetos encontrados requería coordinación con autoridades externas, especialmente considerando que el acceso no autorizado a áreas restringidas constituía un delito federal.

Mientras tanto, el corredor fue cerrado y nuevamente se colocó cinta de precaución adicional para preservar la escena hasta que llegaran investigadores especializados. El viernes 22 de marzo de 2002, exactamente 11 meses después de la desaparición de la familia Mendoza, el corredor técnico de Teoihuacán se convirtió en una escena de investigación oficial.

El agente Raúl Morales, quien había el fue llevado caso original notificado sobre el hallazgo y se presentó en el sitio acompañado por un investigador de la Procuraduría del Estado de México y un especialista en evidencias forenses de la región central. La primera fase de la investigación consistió en documentar exhaustivamente la escena antes de manipular cualquier objeto.

El fotógrafo forense tomó más de 50 imágenes desde diferentes ángulos, registrando la posición exacta de los cuatro toneles, la disposición de las cadenas, el estado de la rejilla de drenaje y las manchas rojizas en las paredes del corredor. Cada elemento fue catalogado y georreferenciado para crear un registro preciso de la escena.

Los toneles medían aproximadamente 80 cm de altura y 60 cm de diámetro. Estaban fabricados en metal galvanizado o un material común en contenedores industriales para líquidos productos químicos. El plástico negro que los envolvía era de calibre grueso, similar al utilizado en construcción para proteger materiales de la humedad.

Las cadenas eran de eslabón mediano, del tipo utilizado normalmente para asegurar vehículos o maquinaria y presentaban candados industriales en algunos puntos de conexión. La configuración del conjunto sugería un y conocimiento específico del lugar del funcionamiento del sistema de drenaje.

Los toneles estaban colocados estratégicamente para maximizar la obstrucción del flujo de agua y las cadenas los conectaban tanto entre sí como con elementos estructurales del corredor que no eran visibles desde el exterior. quien había instalado este arreglo tenía acceso autorizado al área o conocía el sitio con suficiente detalle como para trabajar sin ser detectado.

El investigador forense, un especialista y con experiencia en casos de desaparición, notó inmediatamente la coincidencia temporal entre el hallazgo, el aniversario de la desaparición de la familia Mendoza. Sin embargo, evitó establecer conexiones prematuras, concentrándose en la documentación objetiva de las evidencias físicas. Las manchas rojizas en las paredes requerían análisis de laboratorio para determinar su composición, origen y antigüedad aproximada.

La segunda fase consistió en la remoción y cuidadosa de las cadenas el material plástico que envolvía los toneles. Esta operación requería extrema precaución para preservar cualquier evidencia forense que pudiera estar adherida a los materiales.

Cada cadena fue cortada en segmentos específicos, etiquetada según su posición original y embalada por separado para análisis posterior en laboratorio. Cuando se retiró el material plástico del primer tonel, los investigadores confirmaron que contenía restos orgánicos en estado de descomposición avanzada.

El contenido había estado expuesto a humedad y variaciones de temperatura durante meses, lo que complicaba significativamente la identificación específica de los materiales. Sin embargo, la cantidad y disposición de los restos sugería que se trataba de material biológico de origen animal o humano. Los cuatro toneles contenían material en o similar, restos orgánicos diferentes estados de descomposición mezclados con sustancias químicas.

que aparentemente habían sido utilizadas para acelerar, controlar el proceso de degradación. El olor era intenso y característico, obligando a los investigadores a utilizar equipo de protección respiratoria durante la inspección. Cada tonel fue sellado nuevamente para su traslado a laboratorios especializados en análisis forense. La rejilla de drenaje, una vez liberada de la obstrucción causada por los toneles, mostró signos de corrosión acelerada que no correspondía con el deterioro normal causado por el agua de lluvia.

Las manchas rojizas que se extendían desde los toneles hacia el drenaje contenían elementos metálicos que habían reaccionado químicamente con el material de la rejilla, sugiriendo que líquidos corrosivos habían estado en contacto prolongado con el sistema de drenaje. El corredor técnico fue cerrado mientras y completamente se completaba la remoción de evidencias.

Se instaló cinta de precaución en un perímetro amplio. Se asignaron guardias permanentes para preservar la integridad de la escena durante las siguientes 72 horas. El administrador de Teotihuacán coordinó con las autoridades federales para determinar si era necesario cerrar temporalmente sectores adyacentes del sitio arqueológico.

Carlos Vega y su equipo de mantenimiento y fueron entrevistados extensamente sobre las condiciones en que habían encontrado los objetos. Sus testimonios confirmaron que ninguno de ellos había observado actividad sospechosa en el área durante los meses anteriores, pero reconocieron que el acceso restringido la ubicación apartada del corredor hacían posible que alguien hubiera trabajado en el lugar sin ser detectado, especialmente durante horarios nocturnos o días de baja afluencia turística.

La investigación se expandió para incluir la revisión de registros de personal, proveedores y contratistas que habían tenido acceso autorizado a áreas restringidas de Teotihuacán durante el periodo comprendido entre abril de 2001 y marzo de 2002. Esta revisión incluía empleados permanentes, trabajadores temporales, empresas de mantenimiento especializadas y cualquier persona que hubiera recibido autorización oficial para ingresar a sectores no abiertos al público.

Los resultados preliminares de esta que al revisión revelaron aproximadamente 40 personas habían tenido acceso autorizado área durante el periodo investigado. La lista incluía empleados del INA, técnicos especializados en conservación arqueológica, electricistas, plomeros y personal de empresas privadas contratadas para servicios específicos.

Cada una de estas personas requería entrevista individual para determinar si habían observado algo relevante durante sus actividades laborales. Los laboratorios forenses del Estado de El México recibieron las muestras lunes 25 de marzo de 2002. El análisis de los restos orgánicos encontrados en los toneles requería técnicas especializadas debido al estado avanzado de descomposición y la presencia de sustancias químicas que habían alterado las características originales del material biológico.

Los expertos estimaron que los resultados preliminares estarían disponibles en un plazo de dos a tres semanas. Mientras tanto, la investigación se en el concentró. rastrear origen de los toneles y las cadenas utilizadas en el montaje. Los contenedores metálicos tenían marcas de fabricación que permitían identificar al productor original, el año de manufactura y los posibles distribuidores en la región central del país.

Las cadenas, aunque más genéricas, presentaban características específicas de eslabonado y material que podían rastrearse hasta proveedores especializados en ferretería industrial. El agente Morales coordinó visitas a D en distribuidores, contenedores metálicos, el Distrito Federal, el Estado de México y zonas aledañas. Los toneles encontrados correspondían a un modelo estándar utilizado principalmente para almacenamiento de productos químicos industriales, aceites y sustancias líquidas en general.

Varios distribuidores confirmaron haber la vendido contenedores similares durante 2001, pero identificación de compradores específicos requería revisar registros de ventas que no todas las empresas mantenían organizadamente. La investigación del origen de las cadenas produjo resultados más específicos. El tipo de eslabonado y el material correspondían a productos importados de Estados Unidos distribuidos en México por solo tres empresas especializadas.

Una de estas empresas ubicada en Mantenía Naucalpan, registros detallados de ventas a clientes institucionales e industriales, incluyendo algunas transacciones con contratistas que habían trabajado en proyectos gubernamentales. El 10 de abril, los primeros resultados de laboratorio confirmaron que los restos orgánicos encontrados en los toneles eran de origen humano. Los análisis de ADN estaban en proceso de, pero las características físicas, los restos, incluyendo fragmentos óseos y tejidos, correspondían con tres individuos diferentes, un adulto masculino, un menor masculino y un menor

femenino. Las edades aproximadas coincidían con las de Roberto, Alejandro y Sofía Mendoza. Carmen fue notificada sobre los resultados preliminares en una reunión privada con el agente Morales y un representante de la Procuraduría. La confirmación de que los restos eran y y humanos correspondían con las características de su familia representaba el fin de 11 meses de incertidumbre, pero también el inicio de un proceso legal complejo que requeriría análisis adicionales para establecer identidades definitivas, determinar las

circunstancias de la muerte. Los análisis químicos revelaron la presencia de Cal Viva y otros agentes corrosivos que habían sido utilizados deliberadamente para acelerar la descomposición de los restos. Esta evidencia sugería que quién había los colocado toneles en el corredor técnico tenía conocimientos específicos sobre métodos de ocultación de evidencias y acceso a materiales especializados.

La investigación se reorientó hacia la identificación de individuos con estas características técnicas. La revisión de empleados y contratistas con acceso autorizado al área produjo un sospechoso principal. Manuel Cordero, de 44 años, había como de trabajado supervisor mantenimiento en Teotihuacán entre enero de 2001 y enero de 2002.

Su contrato había terminado oficialmente por reestructuración administrativa, pero algunos empleados mencionaron que había tenido conflictos menores con la administración y acceso irregular a áreas restringidas durante sus últimos meses de trabajo. Cordero había sido empleado de una empresa contratista especializada en mantenimiento de sitios arqueológicos.

Su experiencia incluía trabajo con DD y sistemas drenaje, conocimiento, la distribución física de Teo Tihuacán, acceso a llaves de áreas restringidas durante el periodo en que ocurrió la desaparición de la familia Mendoza.

Además, había comprado cadenas similares a las encontradas en el corredor técnico a través de uno de los distribuidores identificados durante la investigación. Sin embargo, cuando las autoridades APARA intentaron localizar Manuel Cordero interrogatorio, descubrieron que había abandonado su domicilio registrado en Ecatepec durante febrero de 2002, pocas semanas antes del hallazgo de los toneles.

Sus vecinos reportaron que había partido súbitamente, sin proporcionar información sobre su destino o motivos para la mudanza. Su empleador tampoco tenía información actualizada sobre su paradero. La búsqueda de cordero se extendió a nivel nacional, incluyendo la emisión de una orden de localización que fue distribuida a todas las procuradurías estatales.

Su descripción física, historial laboral y vínculos con Teotihuacán fueron circulados entre las fuerzas policiales de todo el país. Sin embargo, después de varias semanas de búsqueda intensiva, no se obtuvieron resultados concretos sobre su ubicación. Los análisis de ADN concluyeron el 2 de mayo 2002, confirmando definitivamente que los restos encontrados en los toneles correspondían a Roberto Mendoza, Alejandro Mendoza y Sofía Mendoza.

La identificación positiva permitió cerrar oficialmente el caso de desaparición y abrir una investigación por homicidio múltiple. Carmen recibió la confirmación en D y un presencia familiares cercanos psicólogo, especializado en acompañamiento de víctimas, quien la había estado apoyando durante las semanas previas.

El cuarto tonel, cuyo contenido había de generado expectativas encontrar evidencias adicionales, contenía principalmente objetos personales que habían pertenecido a la familia, fragmentos de ropa, una cámara desechable parcialmente destruida por los químicos y algunos efectos menores que Carmen pudo identificar como pertenecientes a Roberto y los niños.

La ausencia de un cuarto conjunto de restos humanos descartó teorías sobre víctimas adicionales no reportadas. La investigación forense determinó que la muerte había ocurrido por asfixia, probablemente durante las horas posteriores a la desaparición en Teotihuacán el 22 de abril de 2001. Las evidencias sugerían que la familia había sido trasladada a una ubicación diferente donde ocurrieron los homicidios y posteriormente los cuerpos fueron procesados químicamente antes de ser colocados en los toneles. El traslado hasta el corredor técnico y

había requerido varios viajes considerable planificación logística. Las líneas investigación se concentraron en reconstruir los movimientos de Manuel Cordero durante abril de 2001 y los meses siguientes. Testimonios de sus excompañeros de que a trabajo revelaron había mostrado comportamiento errático durante las semanas posteriores la desaparición de la familia Mendoza, incluyendo ausencias laborales no justificadas y comentarios extraños sobre seguridad en el sitio arqueológico. Un excompañero de cordero

recordó una conversación específica que había tenido lugar en mayo de 2001, aproximadamente un mes después de la desaparición. Cordero había mencionado que algunas no familias deberían andar por lugares donde no les corresponde, en un contexto que parecía referirse al caso de los Mendoza.

En ese momento el comentario había sido interpretado como una reflexión general sobre seguridad turística, pero retrospectivamente adquiría connotaciones más siniestras. La investigación también reveló que había cordero tenido antecedentes penales menores relacionados con robo y alteración del orden público durante la década de 1990.

Aunque estos delitos no sugerían tendencias violentas graves, establecían un patrón de comportamiento antisocial que podría haber escalado bajo circunstancias específicas. Su perfil psicológico, reconstruido a departir testimonios laborales familiares, mostraba rasgos de personalidad controladora y resentimiento hacia la autoridad. El móvil del crimen permaneció un clear. No había evidencias de robo, abuso sexual o extorsión.

La teoría más plausible era que Cordero había interactuado con la familia Mendoza en circunstancias que no habían sido reportadas por testigos, posiblemente cuando estaban separados durante su búsqueda mutua en Teotihuacán. Un encuentro casual podría haber escalado debido a factores de personalidad y oportunidad que solo Cordero conocía completamente.

La investigación continuó durante el verano de 2002, pero sin localizar al principal sospechoso. Las autoridades mantuvieron vigilancia discreta en lugares donde Cordero podría intentar reaparecer. la casa de familiares en Hidalgo, empleos anteriores en la industria de construcción y sitios donde había vivido durante años anteriores.

Sin embargo, parecía haber desaparecido de completamente del radar las instituciones oficiales. Carmen enfrentó el proceso de identificación definitiva y los procedimientos legales subsecuentes con apoyo familiar y profesional. Los funerales se realizaron en agosto de 2002 después de que las autoridades liberaran los restos para sepultura.

La ceremonia fue privada, limitada a y de familiares cercanos, algunos vecinos Santa Marta Acatitla, que habían acompañado a Carmen durante los meses de búsqueda. La investigación del caso Mendoza enfrentó obstáculos significativos relacionados con la jurisdicción y los recursos disponibles durante 2002.

El sitio de Teo Tihuacán, al ser patrimonio federal, requería coordinación entre múltiples instancias gubernamentales que no siempre operaban con la misma urgencia o metodología. Además, la búsqueda de Manuel Cordero se y complicaba por la falta de sistemas de información integrados entre estados, la limitada tecnología de rastreo disponible en esa época.

Los registros de cordero revelaron una historia laboral intermitente en la industria de mantenimiento y construcción durante los 10 años anteriores a su trabajo en Teotihuacán. Había sido empleado en proyectos menores, gubernamentales, edificios comerciales y algunas obras de infraestructura en la región central del país.

Sus empleadores anteriores lo describían como un trabajador competente pero conflictivo, especialmente en situaciones que involucraran supervisión directa o cambios en rutinas establecidas. El perfil psicológico elaborado porque el especialistas forenses sugería Cordero podría haber desarrollado una fijación específica con control territorial y la autoridad sobre espacios que consideraba bajo su responsabilidad.

Su conocimiento detallado de Teotihuacán, combinado con su acceso autorizado a áreas restringidas, le había proporcionado un sentido de poder que podría haberse visto amenazado por la presencia de visitantes en momentos o lugares que él consideraba inapropiados. Las cámaras de seguridad de Teotihuacán en 2001 eran limitadas y se concentraban principalmente en las entradas principales y algunas estructuras piramidales importantes.

El área donde ocurrió la desaparición inicial de la familia Mendoza no estaba cubierta por videovigilancia y los corredores técnicos carecían completamente de sistemas de monitoreo. Esta ausencia de grabaciones dificultaba significativamente la reconstrucción precisa de los eventos del 22 de abril. Durante septiembre de 2002 la recibió de investigación información, una fuente inesperada.

Un empleado de una gasolinera en la carretera Pachuca Tulancingo recordó haber atendido a un hombre que conducía una camioneta con olor extraño durante la noche del 22 al 23 de abril de 2001. El cliente había comprado gasolina, agua y material de limpieza, pagando en efectivo y mostrando nerviosismo inusual durante la transacción. La descripción del cliente coincidía con y parcialmente las características físicas de Manuel Cordero.

El horario era compatible con un posible traslado nocturno desde Teotihuacán hacia alguna ubicación donde habría procesado los cuerpos antes de regresarlos al corredor técnico. Sin embargo, el empleado de la gasolinera no había conservado registros específicos de la transacción y su memoria sobre detalles precisos se había deteriorado durante los 17 meses transcurridos.

Las autoridades organizaron una hipotética reconstrucción de los movimientos de cordero durante las 48 horas posteriores a la desaparición de la familia Mendoza. La teoría más plausible era que había interceptado a Roberto, Alejandro y Sofía en algún punto del sitio arqueológico donde ellos se encontraban temporalmente separados de Carmen.

Utilizando su autoridad como empleado y su conocimiento del lugar, habría persuadido a la familia de acompañarlo bajo algún pretexto relacionado con seguridad o reunificación familiar. El traslado inicial habría ocurrido en un vehículo oficial o autorizado que no generara sospechas entre otros empleados o visitantes de Teotihuacán.

Cordero tenía acceso a camionetas de mantenimiento que circulaban rutinariamente por el sitio durante horarios laborales. Una vez fuera del perímetro arqueológico, habría llevado a la familia a una ubicación secundaria donde ocurrieron los homicidios y el procesamiento químico de los cuerpos. El regreso al corredor técnico habría requerido varios viajes nocturnos durante las semanas o meses siguientes.

Cordero conocía los horarios de vigilancia, tenía llaves de acceso a áreas restringidas y podía justificar su presencia en el sitio como actividades de mantenimiento rutinario. La instalación de los toneles encadenados habría sido el paso final de un plan elaborado para ocultar evidencias en un lugar donde la detección sería improbable durante periodos prolongados.

Sin embargo, esta reconstrucción hipotética no podía ser verificada completamente sin la captura y confesión de cordero. Las evidencias físicas confirmaban que él había estado involucrado en la colocación de los toneles, pero no proporcionaban detalles sobre las circunstancias específicas de los homicidios o la secuencia exacta de eventos durante abril de 2001.

La búsqueda nacional de cordero continuó durante 2003 y 2004, pero sin resultados positivos. Su perfil fue incluido en bases de datos y de fugitivos, distribuido entre organizaciones policiales internacionales, monitoreado a través de sistemas de identificación en empleos formales.

Aparentemente había logrado desaparecer tan completamente como sus víctimas, posiblemente adoptando una identidad diferente o trasladándose a una región donde sus antecedentes no fueran conocidos. Para 2005, el caso Mendoza había entrado en una fase de monitoreo pasivo. Las autoridades mantenían activa la orden de aprensión contra Manuel Cordero y continuaban verificando reportes esporádicos sobre posibles avistamientos. Pero la investigación activa había concluido sin su captura.

El expediente permanecía oficialmente abierto en los archivos de la Procuraduría del Estado de México, clasificado como homicidio múltiple. con sospechoso identificado, pero no localizado. Carmen había reconstruido gradualmente una nueva rutina de vida, manteniendo su trabajo como empleada doméstica y mudándose a una casa más pequeña en la misma colonia Santa Marta Catitla.

La casa original, donde había vivido con Roberto y los niños contenía demasiados recuerdos para ser habitable cómodamente. Miguel la ayudó con la mudanza y se hizo cargo de vender el SUV blanco, cuyos pagos finales había asumido sin solicitar reembolso. Las visitas a Teotihuacán cesaron después del funeral en agosto de 2002.

Carmen no podía regresar al lugar donde su familia había desaparecido y donde posteriormente fueron encontrados sus restos. El sitio arqueológico continuó operando normalmente, recibiendo miles de visitantes cada año, pero para Carmen se había convertido en un espacio imposible de revisitar sin experimentar dolor renovado.

Los procedimientos legales relacionados la condeclaración de muerte y la herencia familiar se completaron durante 2003. Carmen enfrentó la burocracia compleja de cancelar documentos, transferir propiedades y cerrar cuentas bancarias que habían pertenecido a Roberto.

Estos trámites administrativos, aunque necesarios, representaban una confirmación legal definitiva de que su familia no regresaría, una realidad que había aceptado emocionalmente, pero que el sistema oficial ahora formalizaba. El sistema de justicia mexicano mantuvo de protocolos seguimiento para casos como el de los Mendoza, pero la efectividad de estos protocolos dependía largamente de circunstancias fortuitas.

Que cordero cometiera nuevos delitos que permitieran su identificación, que intentara obtener documentos oficiales usando su identidad real o que alguien que lo conociera decidiera proporcionar información a las autoridades. Durante 2006, Carmen recibió una llamada.

y de la Gente Morales informándole sobre un posible avistamiento de cordero en Veracruz. Un hombre con características físicas similares había sido detenido por alteración del orden público en el puerto de Veracruz. Durante el procesamiento rutinario, un oficial había notado semejanzas con el perfil de fugitivos. Sin embargo, la verificación de identidad confirmó que se trataba de una persona diferente con parecido superficial.

Casos similares de identificación errónea ocurrieron esporádicamente durante los años siguientes. El perfil de cordero era suficientemente genérico como para generar confusiones con otros hombres de edad similar en diferentes regiones del país.

Cada reporte requería verificación, pero ninguno resultó en la localización del sospechoso principal del caso Mendoza. En 2008, 6 años después del hallazgo de los restos, Carmen participó en una entrevista con periodistas que preparaban un reportaje sobre casos de desaparición en sitios turísticos. Su testimonio proporcionó detalles sobre la experiencia familiar y los procedimientos de investigación, pero evitó especulaciones sobre el paradero de cordero o sobre aspectos del caso que no habían sido confirmados oficialmente.

El reportaje generó atención mediática y a renovada varios lectores contactaron las autoridades con supuestos datos sobre cordero. Sin embargo, la mayoría de esta información resultó ser especulación o confusión con otras personas. El paso del tiempo había dificultado la memoria de testigos potenciales y había permitido que Cordero, si seguía vivo, estableciera una vida completamente diferente bajo circunstancias que lo protegían de detección.

Para 2010, casi una década después de la desaparición original, el caso Mendoza se había convertido en un ejemplo de las limitaciones del sistema de justicia penal mexicano para resolver crímenes complejos que involucraban sospechosos con capacidad de desaparecer efectivamente. Las reformas al sistema judicial implementadas durante esos años mejoraron algunos procedimientos, pero no afectaron casos ya fríos como el de la familia de Itapalapa.

Carmen mantuvo contacto ocasional con el a agente Morales, quien había sido promovido dentro de la corporación, pero conservaba interés personal en la resolución del caso. Sus conversaciones se limitaban a actualizaciones rutinarias sobre la ausencia de desarrollos significativos y confirmaciones de que el expediente permanecía activo en el sistema oficial.

En 2024, más de dos décadas después de la desaparición de la familia Mendoza, el caso permanece oficialmente abierto, aunque sin investigación activa. Manuel Cordero, si sigue vivo, tendría 66 años y podría estar viviendo bajo una identidad completamente diferente en cualquier lugar de México o el extranjero.

su fotografía y descripción física en D y continúan bases datos policiales. Pero las posibilidades de reconocimiento disminuyen con el paso de los años los cambios naturales del envejecimiento. Carmen, ahora de 57 años ha construido una vida diferente, manteniendo la memoria de Roberto, Alejandro y Sofía, sin permitir que el dolor la paralice completamente.

Trabaja en una casa de la colonia Condesa, donde la familia que la emplea conoce su historia y la trata con respeto y comprensión. ha establecido vínculos con otras madres y que han perdido familiares en circunstancias violentas, encontrando en estas relaciones una forma de canalizar su experiencia hacia apoyo mutuo. El corredor técnico de Teothuacán fue remodelado completamente en 2003, eliminando el sistema de drenaje original, modificando el acceso para mejorar la seguridad.

El sitio arqueológico implementó protocolos más estrictos para el control de personal y la supervisión de áreas restringidas. Sin embargo, estas medidas no pueden lo emborrar que ocurrió ese lugar durante 2001 y 2002. Los registros oficiales del caso contienen más de 800 páginas de testimonios, análisis forenses, fotografías y seguimientos investigativos.

Este expediente representa uno de los de casos homicidio múltiple más documentados de la región durante esa época, pero también ilustra las limitaciones del sistema para garantizar justicia cuando los perpetradores logran evadir la captura durante periodos prolongados.

Las reformas al sistema de justicia penal mexicano, implementadas durante las últimas dos décadas han mejorado los protocolos de investigación, la coordinación entre instituciones y la tecnología disponible para rastrear sospechosos. Sin embargo, casos como el de los Mendoza demuestran que la efectividad del sistema sigue dependiendo de factores como la cooperación ciudadana, la casualidad y la voluntad de los criminales de permanecer dentro del alcance de las instituciones oficiales.

Otihuacán continúa recibiendo millones y de visitantes cada año, familias que llegan con la misma ilusión que tuvieron Roberto, Carmen, Alejandro, Sofía aquel domingo de abril de 2001. La mayoría de estos visitantes desconoce completamente la historia de la familia de Iztapalapa y el sitio arqueológico no mantiene ningún recordatorio visible de los eventos que ocurrieron en sus instalaciones hace más de 20 años.

El SUV blanco que Miguel prestó para él en viaje familiar fue vendido 2003 a una familia de Nesawal Coyotle, que lo utilizó durante varios años sin conocer su historia. Las cámaras desechables que Roberto había comprado para documentar el paseo familiar nunca fueron reveladas completamente.

Una se perdió durante los eventos del 22 de abril y la otra fue destruida por los químicos utilizados en los toneles. El álbum de estampas de Sofía permanece en posesión de Carmen, guardado en una caja junto con fotografías familiares, boletos escolares y otros recuerdos de la vida que compartieron antes de aquel domingo. Las tres estampas de Teoihuacán que Sofía quería comprar para completar su colección nunca fueron adquiridas y el álbum permanece incompleto como un símbolo involuntario de una vida familiar interrumpida abruptamente.

La investigación demostró que crímenes a y aparentemente inexplicables, menudo tienen explicaciones mundanas relacionadas con personalidades perturbadas, oportunidades circunstanciales, la capacidad de individuos con conocimiento específico para explotar vulnerabilidades en sistemas de seguridad.

El caso Mendoza no requirió conspiraciones complejas ni motivaciones extraordinarias, simplemente un hombre con acceso, conocimiento y una personalidad capaz de violencia extrema. 23 años después, las preguntas El sobre paradero de Manuel Cordero siguen sin respuesta. Las autoridades estiman que existe una probabilidad significativa de que haya muerto por causas naturales, accidente o incluso violencia sin que su identidad fuera verificada oficialmente.

También es posible que siga vivo bajo una identidad falsa, trabajando en empleos informales y evitando cualquier contacto con instituciones que requieran documentación oficial. Para Carmen, estas especulaciones son que menos relevantes la certeza de saber qué ocurrió con su familia y dónde descansan sus restos.

La resolución parcial del caso le proporcionó el cierre emocional necesario para continuar su vida. Aunque la ausencia de justicia legal complete, sigue siendo una herida abierta que probablemente no sanará completamente. Si quieres conocer más casos como este, suscríbete al canal y cuéntame en los comentarios qué opinas sobre esta historia. Tu apoyo nos ayuda a seguir investigando casos que merecen ser recordados.