Para millones de visitantes, el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido representa uno de los paisajes más espectaculares de España. Cascadas que caen desde alturas vertiginosas, valles tallados por glaciares milenarios y senderos que serpentean entre picos que rozan el cielo. Pero para la familia de Alejandro Ruiz, este paraíso natural se convirtió en el escenario de una pesadilla que duró 6 años.
Una pesadilla que comenzó con una fotografía enviada desde el móvil y que terminó cuando una mochila oculta durante años en lo más profundo del bosque reveló una verdad que nadie esperaba. Alejandro Ruiz tenía 31 años cuando desapareció sin dejar rastro en el verano de 2017. No era un turista cualquiera.
Alejandro había nacido y crecido en Barcelona, pero su corazón pertenecía a las montañas. Trabajaba como ingeniero informático en una empresa de desarrollo de software, pero cada fin de semana libre lo encontraba empacando su mochila y dirigiéndose hacia algún rincón inexplorado de los Pirineos. Sus compañeros de trabajo lo describían como meticuloso y planificador.
Jamás salía a la montaña sin estudiar las rutas, consultar el pronóstico del tiempo e informar a alguien sobre su itinerario exacto. Su hermana Elena recordaba que desde niño Alejandro tenía una obsesión particular con documentar sus aventuras. Llevaba siempre dos cámaras, una profesional para paisajes y su teléfono móvil para selfies y videos que compartía en Instagram con sus seguidores.
Tenía más de 5,000 personas que seguían sus aventuras montañeras bajo el usuario y a Alejandro en las cumbres. Era precisamente esta costumbre de documentar todo lo que hizo que su desaparición fuera aún más desconcertante. El viernes 14 de julio de 2017, Alejandro envió un mensaje a Elena informándole que se dirigía al Parque Nacional de Ordesa para pasar el fin de semana.
Su plan era recorrer la ruta clásica del circo de Soaso, una caminata de dificultad moderada que conocía bien, ya que la había realizado al menos cuatro veces en años anteriores. Le dijo que planeaba acampar una noche en la zona permitida cerca de la cola de caballo y regresar el domingo por la tarde. Era una rutina que había seguido docenas de veces sin problemas.
Esa tarde, Alejandro cargó su Volkswagen Golf Azul con todo el equipo necesario. Su mochila de montaña contenía una tienda de campaña ultra ligera, un saco de dormir clasificado para temperaturas de hasta 5 gr bajo cer, comida deshidratada para 3 días, un hornillo de gas, 3 L de agua y su equipo de primeros auxilios estándar.
También llevaba su cámara Canon EOS 5D Mark 4, varias baterías extra y un cargador portátil para su iPhone 7. Era verano, pero Alejandro nunca subestimaba la montaña. Empacó ropa de abrigo, un impermeable, y botas de treking con crampones ligeros. A las 6 de la tarde del viernes, Alejandro llegó al aparcamiento del centro de visitantes de Ordesa. Las cámaras de seguridad del parking registraron su vehículo entrando a las 18:34.
El guardia del parque, Miguel Serrano, que llevaba 15 años trabajando allí, recordaba haber visto a Alejandro comprando el permiso de acampada. Según Serrano, el joven parecía relajado y con ganas de comenzar su aventura. Incluso intercambiaron algunas palabras sobre las condiciones de los senderos que estaban en perfecto estado después de una semana sin lluvia.
La última comunicación oficial de Alejandro fue a las 19:45 horas del viernes. Envió una foto por WhatsApp a Elena, mostrando su tienda ya montada con el impresionante fondo de las paredes rocosas del circo. El mensaje decía, campo base establecido. Mañana temprano subo a la cola de caballo. El atardecer aquí es increíble. Elena respondió con emojis de corazones y montañas, sin saber que sería la última vez que tendría noticias de su hermano.
Pero lo que nadie sabía en ese momento era que Alejandro no estaba solo en la montaña. A menos de 1 kómetro de su campamento, otro visitante había establecido el suyo de manera ilegal, fuera de la zona permitida. Este hombre, que más tarde se identificaría como Martín Vega, había llegado al parque con intenciones muy diferentes a las de hacer turismo.
El sábado 15 de julio amaneció despejado. Las condiciones meteorológicas eran perfectas para el senderismo, con temperaturas suaves y viento prácticamente nulo. Según los registros de su actividad en redes sociales, Alejandro subió varias fotos a Instagram entre las 7 de la mañana y las 9:30 de la mañana.

Las imágenes mostraban la progresión de su caminata hacia la famosa cascada de la cola de caballo. En la última foto, tomada aparentemente alrededor de las 9:30, se le veía sonriendo con los brazos extendidos frente a la cascada con la leyenda. Llegué. Ordesa nunca deja de sorprenderme. Esa fue la última señal de vida que dio Alejandro Ruiz.
Cuando el domingo por la noche Alejandro no había regresado a Barcelona ni contestaba llamadas, Elena comenzó a preocuparse. Su hermano era extremadamente puntual y responsable. Si había un retraso, siempre llamaba. El lunes por la mañana, después de una noche sin dormir, Elena decidió llamar a la Guardia Civil. A las 10 horas del lunes de julio se activó oficialmente el protocolo de búsqueda de persona desaparecida en el Parque Nacional de Ordesa.
La primera fase de la búsqueda comenzó inmediatamente. Un equipo de la Guardia Civil del Graim, grupo de rescate especial de intervención en montaña, se desplazó hasta el parking donde seguía aparcado el golf de Alejandro. El vehículo estaba cerrado y en su interior no había nada fuera de lo normal. Las llaves estaban en el lugar donde Alejandro siempre las escondía.
Bajo la rueda de repuesto, un hábito que Elena conocía bien. El equipo de rescate siguió la ruta que Alejandro había documentado en Instagram. No fue difícil encontrar el lugar donde había acampado la primera noche. Su tienda seguía allí, perfectamente montada y ordenada.
Dentro estaba su saco de dormir doblado, algunos alimentos sin abrir y su equipaje personal. Lo más extraño era que su carga portátil seguía conectado como si hubiera planeado regresar pronto. Su documentación y dinero estaban intactos en una bolsa impermeable, pero había algo que desconcertó inmediatamente a los rescatistas. La mochila de Alejandro no estaba por ningún lado.
Los expertos en rescate montañero siguen siempre la misma lógica. La mayoría de personas desaparecidas en montaña se encuentran siguiendo la ruta que planeaban tomar. El equipo dirigió la búsqueda hacia la zona de la cola de caballo, el último lugar donde Alejandro había sido visto en sus redes sociales, pero después de peinar toda la zona durante tres días no encontraron ni rastro del joven barcelonés.
La segunda fase de la búsqueda involucró recursos mucho más amplios. Se movilizaron dos helicópteros del 112 de Aragón, equipos caninos especializados en búsqueda de personas y más de 40 voluntarios del grupo de montaña local. Los perros de rastreo siguieron un rastro desde el campamento de Alejandro, pero lo perdieron a unos 500 m en una zona rocosa donde era imposible detectar huellas.
Durante esa segunda fase, los investigadores descubrieron algo inquietante. Varios senderistas que habían estado en la zona durante el fin de semana del 15 y 16 de julio reportaron haber visto a un hombre solitario comportándose de manera extraña cerca de los senderos principales. Las descripciones coincidían. Un hombre de mediana edad vestido con ropa de montaña oscura, que evitaba el contacto visual y se alejaba cuando otros excursionistas se acercaban.
Una pareja de franceses, los Dubo proporcionaron el testimonio más detallado. Habían visto a este hombre el sábado alrededor del mediodía, cerca del inicio del sendero hacia la cola de caballo. Según su relato, el individuo llevaba una mochila grande y parecía estar esperando algo o a alguien.
Cuando ellos pasaron saludando, él se dio la vuelta y se alejó rápidamente hacia el bosque fuera del sendero marcado. Elena Ruiz llegó a Ordesa el martes 18 de julio para unirse personalmente a la búsqueda. Para ella, la idea de que su hermano simplemente hubiera tenido un accidente no tenía sentido. Alejandro era demasiado experimentado y cauteloso.
Además, si hubiera sufrido una caída o lesión, ¿por qué no estaba su mochila con él? Y por qué había dejado todas sus pertenencias en la tienda como si planeara volver pronto. La búsqueda se extendió durante dos semanas completas. Los equipos recorrieron cada metro cuadrado de terreno en un radio de 5 km desde el último punto conocido de Alejandro. utilizaron drones con cámaras térmicas, sistemas de sonar para explorar las posas más profundas del río e incluso trajeron espele para revisar las cuevas de la zona.
Todo fue en vano. El teniente de la Guardia Civil, Rafael Moreno, quien dirigía la operación, tomó una decisión controversial en la segunda semana de búsqueda. Ordenó drenar parcialmente varias posas del río Arazas, convencido de que Alejandro había sufrido una caída al agua.
La operación fue compleja y costosa, pero no arrojó ningún resultado. Ni el cuerpo ni la mochila aparecieron. Conforme pasaban los días sin resultados, comenzaron a surgir teorías alternativas. La Guardia Civil inició una investigación paralela tratando el caso como una posible desaparición voluntaria.
Revisaron las cuentas bancarias de Alejandro, su historial laboral y sus relaciones personales. Entrevistaron a sus compañeros de trabajo, amigos y exparejas. El retrato que emergió era el de un joven estable. sin problemas económicos, deudas o conflictos personales que pudieran motivar una huida. Su jefe en la empresa de software, Carlos Mendoza, proporcionó información que descartaba la teoría de la desaparición voluntaria.
Alejandro tenía un proyecto importante programado para septiembre y había estado trabajando en él durante meses. Además, había comprado boletos para un viaje a Noruega en agosto, un viaje que había estado planeando durante todo el año para fotografiar los fiordos. La tercera semana de búsqueda marcó un punto de inflexión.
Los recursos oficiales comenzaron a reducirse. El teniente Moreno explicó a Elena que sin nuevas pistas o evidencias era imposible justificar mantener un operativo de tal magnitud indefinidamente. La búsqueda oficial se dio por terminada el 4 de agosto de 2017, aunque se mantendría el caso abierto y se seguirían investigando cualquier pista que surgiera. Elena no se resignó.
Organizó su propia búsqueda con voluntarios y contrató a un detective privado especializado en personas desaparecidas, José Luis Herrera. Herrera tenía 20 años de experiencia en casos similares y un enfoque diferente. En lugar de concentrarse en la zona donde Alejandro había sido visto por última vez, decidió investigar al misterioso hombre que varios testigos habían reportado en la zona.
El detective comenzó a recopilar testimonios de todos los visitantes del parque durante ese fin de semana. Gradualmente emergió un patrón. Al menos seis personas diferentes habían visto al mismo individuo en diferentes momentos y lugares del parque. Más importante, una de estas personas había conseguido fotografiarlo accidentalmente. María González, una maestra de Zaragoza que había visitado Orda, con su familia, había tomado una foto panorámica del valle el sábado por la tarde.
Cuando Herrera amplió digitalmente la imagen, en el fondo se podía distinguir claramente a un hombre con una mochila grande, observando a otros excursionistas desde una posición elevada. La calidad no era suficiente para identificar su rostro, pero confirmaba que alguien había estado vigilando la zona. Esta fotografía cambió el enfoque de la investigación.
Herrera contactó con un especialista en análisis forense digital de la Universidad de Barcelona. utilizando software avanzado de mejora de imagen, lograron extraer algunos detalles adicionales. El hombre llevaba una mochila de color verde oliva, botas de montaña profesionales y, lo más importante, parecía estar usando binoculares.
Con esta nueva evidencia, Herrera convenció a la Guardia Civil para reabrir formalmente la investigación criminal. En septiembre de 2017, el caso de Alejandro Ruiz fue reclasificado de desaparición en montaña a posible delito contra las personas. La investigación criminal reveló detalles perturbadores. Los registros del parque mostraban que en las semanas previas a la desaparición de Alejandro, varios visitantes habían reportado encuentros incómodos con un hombre que parecía estar siguiendo a excursionistas solitarios.
Todas las descripciones coincidían: varón de entre 40 y 50 años, complexión robusta, pelo canoso y comportamiento antisocial. Pero aquí es donde la investigación se estancó nuevamente. Sin más evidencias físicas o testigos que pudieran proporcionar una identificación positiva, los investigadores no tenían suficiente para proceder.
El caso permanecería en punto muerto durante los siguientes 6 años. Elena nunca perdió la esperanza. Cada pocos meses regresaba a Ordesa con grupos de voluntarios para realizar búsquedas adicionales. Distribuyó miles de folletos con la foto de Alejandro en toda la región. mantuvo activas las redes sociales de su hermano, publicando regularmente recordatorios y pidiendo cualquier información que pudiera ayudar a resolver el caso.
Durante estos años, Elena también se convirtió en una activista por la seguridad en parques nacionales. presionó para que se instalaran más cámaras de seguridad, se mejoraran los protocolos de emergencia y se implementaran sistemas de rastreo obligatorio para visitantes solitarios. Sus esfuerzos llevaron a cambios significativos en las políticas de seguridad de varios parques nacionales españoles, pero la verdad sobre lo que le había ocurrido a Alejandro permanecía enterrada en las profundidades del bosque pirenaico. El 23 de junio de 2023, 6 años después
de la desaparición de Alejandro, una tormenta particularmente intensa azotó la región de Ordesa. Los vientos alcanzaron velocidades de más de 100 km porh y las lluvias torrenciales provocaron desprendimientos y erosión en múltiples puntos del parque. Cuando amainó la tormenta, los guardas forestales iniciaron su inspección rutinaria para evaluar los daños y determinar qué senderos era seguro reabrir al público.
Fue durante esta inspección que el guardia forestal Antonio Villas hizo un descubrimiento que cambiaría todo. En una zona remota del bosque, a casi 3 km del sendero principal y en una dirección completamente opuesta a la ruta que Alejandro había estado siguiendo, Villas encontró una mochila de montaña parcialmente enterrada bajo los restos de un árbol caído.
La mochila era de color azul marino con detalles naranjas, una marca que Villas reconoció inmediatamente. era idéntica a la que aparecía en los carteles de búsqueda que aún se podían ver en el centro de visitantes 6 años después. Con el corazón acelerado, Villas fotografió el hallazgo sin tocar nada y llamó inmediatamente a la Guardia Civil.
En cuestión de horas, un equipo forense completo se había desplazado hasta la ubicación. La mochila estaba en un estado de conservación sorprendentemente bueno, protegida por el árbol caído y las condiciones secas del bosque. Cuando la abrieron encontraron documentación que confirmó inmediatamente su temor.
Era efectivamente la mochila de Alejandro Ruiz, pero el contenido de la mochila revelaría una historia mucho más siniestra de lo que nadie había imaginado. Dentro de la mochila, los investigadores encontraron la cámara Canon de Alejandro, varios objetivos, baterías y lo más importante, dos tarjetas de memoria SD. También había un cuaderno de notas con la letra de Alejandro, ropa de abrigo, comida sin abrir y su kit de primeros auxilios.
Pero había algo más que no debería haber estado allí, un teléfono móvil que no pertenecía a Alejandro. El análisis forense inmediato de las tarjetas de memoria reveló más de 200 fotografías que Alejandro había tomado durante su última excursión. Las primeras imágenes mostraban su viaje desde Barcelona hasta Ordesa, el montaje de su campamento y su caminata matutina hacia la cola de caballo.
Pero las últimas fotos contaban una historia completamente diferente. En una serie de imágenes tomadas el sábado por la tarde se podía ver que Alejandro había abandonado el sendero principal y se había adentrado en el bosque. Las fotos mostraban que no estaba solo. En varias imágenes aparecían parcialmente visible otra persona, un hombre mayor con ropa de camuflaje que parecía estar guiando a Alejandro hacia lo profundo del bosque. Pero las fotografías más perturbadoras fueron las últimas.
En ellas se podía ver claramente que las manos de Alejandro estaban atadas con cuerda y que estaba siendo forzado a caminar en una dirección específica. La última foto de la secuencia mostraba el rostro aterrorizado de Alejandro, mirando directamente a la cámara con la clara intención de documentar lo que le estaba ocurriendo.
El análisis del teléfono móvil encontrado en la mochila proporcionó la pieza final del rompecabezas. El dispositivo pertenecía a Martín Vega, un hombre de 47 años con un historial criminal que incluía agresión sexual y acoso. Los registros de su actividad móvil mostraban que había estado en la zona de Ordesa durante exactamente las mismas fechas que Alejandro. Más inquietante aún, el historial de búsquedas en internet de Vega mostraba que había estado investigando específicamente a Alejandro durante semanas antes de 1900 a la desaparición.
Había visitado su perfil de Instagram repetidamente, había estudiado sus rutas habituales de senderismo e incluso había buscado información sobre sus horarios de trabajo. La investigación reveló que Vega había estado acechando a varios excursionistas solitarios durante meses, utilizando las redes sociales para estudiar sus movimientos y planificar encuentros casuales en montaña.
Alejandro había sido simplemente su víctima más reciente, pero no la primera. Con esta evidencia abrumadora, la Guardia Civil emitió inmediatamente una orden de arresto para Martín Vega. Sin embargo, cuando llegaron a su domicilio en Huesca, descubrieron que había desaparecido.
Sus vecinos reportaron que no lo habían visto desde hacía varios días y su vehículo no estaba en su plaza de parking habitual. La búsqueda de Vega se extendió a nivel nacional. Su fotografía fue distribuida a todos los cuerpos de seguridad y se emitió una alerta internacional a través de Interpol. Pero Vega parecía haberse desvanecido tan completamente como lo había hecho Alejandro 6 años antes.
Fue Elena quien proporcionó la pista que llevaría a la captura de Vega. recordó que durante los años de búsqueda de su hermano había notado a un hombre mayor que aparecía frecuentemente en las vigilias que organizaba en Ordesa. Este hombre nunca se identificaba, pero siempre parecía estar observando a las familias de las víctimas con una intensidad perturbadora.
Cuando Elena vio la foto de Vega en las noticias, lo reconoció inmediatamente. Era el mismo hombre que había estado presente en múltiples eventos de búsqueda durante los últimos 6 años. La realización de que el asesino de su hermano había estado observándola mientras ella sufría buscándolo fue devastadora.
Esta información llevó a los investigadores a revisar las grabaciones de seguridad de todos los eventos relacionados con la búsqueda de Alejandro. En varias de ellas, Vega aparecía claramente visible entre la multitud. en una grabación particularmente escalofriante. Se le podía ver sonriendo mientras Elena daba una entrevista televisiva pidiendo ayuda para encontrar a su hermano.
La captura final de Vega ocurrió de manera casi anticlimática. Una semana después de que se emitiera la orden de arresto, fue detenido en una gasolinera cerca de Pamplona. había estado viviendo en su vehículo, moviéndose constantemente para evitar la detección. Cuando los guardias civiles lo arrestaron, no ofreció resistencia.
Durante el interrogatorio, Vega inicialmente negó cualquier participación en la desaparición de Alejandro, pero cuando los investigadores le mostraron las fotografías encontradas en la mochila, se derrumbó completamente. Su confesión reveló los detalles completos de lo que había ocurrido durante esos últimos días de julio de 2017.
Según el testimonio de Vega, había estado planeando el encuentro con Alejandro durante semanas. Había estudiado sus patrones de comportamiento en redes sociales y había predicho correctamente que visitaría Orda, ese fin de semana. Vega había llegado al parque un día antes y había establecido un campamento ilegal desde donde podía observar los movimientos de Alejandro.
El sábado por la mañana, Vega había seguido a Alejandro hasta la cola de caballo, manteniéndose siempre fuera de vista. Cuando Alejandro comenzó su descenso de regreso al campamento, Vega lo interceptó, pretendiendo ser un excursionista perdido que necesitaba ayuda para encontrar el sendero. Alejandro, siempre dispuesto a ayudar a otros montañeros, accedió a acompañar a Vega.
Pero en lugar de dirigirse hacia los senderos principales, Vega lo condujo hacia una zona remota del bosque donde había preparado previamente un campamento oculto. Fue allí donde atacó a Alejandro, lo atóvo cautivo durante varias horas. La confesión de Vega reveló que había torturado psicológicamente a Alejandro, forzándolo a entregar las contraseñas de sus redes sociales para que pudiera estudiar a otras víctimas potenciales.
También lo había obligado a tomar las fotografías que documentaban su propio secuestro, aparentemente para su propia gratificación sádica. Finalmente, Vega admitió haber asesinado a Alejandro esa misma noche del sábado. Había enterrado el cuerpo en una ubicación que se negó a revelar, pero había conservado la mochila como trofeo. Durante los 6 años siguientes, había estado visitando regularmente el lugar donde había escondido la mochila, reviviendo los eventos de ese fin de semana.
El juicio de Martín Vega comenzó en enero de 2024. La evidencia en su contra era abrumadora, las fotografías, su confesión, el teléfono móvil y el testimonio de múltiples testigos que lo habían visto en la zona. Fue declarado culpable de asesinato en primer grado con circunstancias agravantes y condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Durante la lectura de la sentencia, Elena Ruiz estaba presente en la sala. Después de 6 años de incertidumbre, finalmente tenía respuestas. Aunque nunca recuperaría a su hermano, al menos sabía la verdad sobre lo que había ocurrido en Ordesa aquel fin de semana de julio. Vega nunca reveló la ubicación del cuerpo de Alejandro, llevándose ese secreto a la prisión.
Las búsquedas continúan esporádicamente, pero el terreno montañoso de Ordesa es vasto y traicionero. Elena ha encontrado paz en saber que su hermano no sufrió un accidente, sino que fue víctima de un depredador calculador que finalmente enfrentó la justicia. El caso de Alejandro Ruiz cambió para siempre los protocolos de seguridad en los parques nacionales españoles.
Ahora se requiere registro obligatorio para excursionistas solitarios. Hay más patrullas regulares en áreas remotas y se han instalado sistemas de emergencia en los puntos más visitados. Elena continúa trabajando como activista para la seguridad en Cuntu, montaña, convirtiendo la tragedia de su hermano en una fuerza para proteger a otros.
La mochila que reveló la verdad después de 6 años ahora forma parte de las evidencias archivadas del caso. Pero para Elena representa algo más, la prueba de que su hermano nunca dejó de luchar, incluso en sus últimos momentos, para asegurarse de que la verdad saliera a la luz algún día.
Esta historia nos recuerda que incluso en los lugares más hermosos de nuestro mundo pueden acechar peligros inimaginables y que a veces la verdad permanece oculta durante años esperando el momento adecuado para revelarse y traer justicia a aquellos que ya no pueden hablar por sí mismos. M.
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