Puedes fingir ser mi novia. Te pago $500. Las palabras salieron de la boca del hombre trajeado como si estuviera pidiendo un kil de manzanas. Lucía sintió que el mundo se detenía mientras sostenía un mango maduro en su mano callosa. Perdón. Su voz tembló no de miedo, sino de furia creciente.
Una noche solo necesito que finja ser mi novia en un evento. Eduardo sacó su cartera de cuero italiano. Puedo pagarte ahora mismo. El mango se estrelló contra su cara perfectamente afeitada antes de que Lucía procesara su propio movimiento. La pulpa naranja goteaba por su mejilla mientras los vendedores vecinos dejaban de vocear sus productos. Lárgate de mi puesto.
Las manos de Lucía buscaban más frutas. ¿Crees que estoy en venta? Eduardo retrocedió limpiándose la cara con un pañuelo que probablemente costaba más que sus ventas del día, pero no se fue. Sus ojos grises la miraban con algo que no era burla ni enojo. No es lo que piensas. Sé exactamente lo que es. Un tomate voló hacia él.
Vienes aquí con tu traje caro, pensando que el dinero compra todo. Mi madre va a vender las acciones de la empresa de mi padre si no llevo una novia seria mañana. Las palabras salieron atropelladas. Por favor, solo escúchame. Lucía bajó la papalla que tenía lista para lanzar. Algo en su voz la detuvo. No era arrogancia, era desesperación. 5 minutos se cruzó de brazos. Y aléjate de mi mercancía.
Eduardo se pasó la mano por el pelo, esparciendo más pulpa de mango. Los vendedores seguían mirando, algunos con celulares grabando. Doña Carmen del puesto de flores murmuraba sobre los ricos que venían a molestar. Mi madre controla el 51% de la empresa que heredé de mi padre. Mañana hay una gala benéfica y me dio un ultimátum.
O llevo una novia seria o vende sus acciones a mi primo. Y tu solución es comprar una. Mi arreglo habitual canceló. Eduardo evitó su mirada. He estado manejando por la ciudad. Toda la mañana vi el mercado y pensé, “¿Pensaste que una vendedora necesitada aceptaría cualquier cosa?” La amargura tiñó cada palabra. “Pensé que parecías fuerte.
” La respuesta la sorprendió. Alguien que no se dejaría intimidar por mi madre. Lucía observó las ojeras bajo sus ojos, la tensión en sus hombros. Rico o no, este hombre estaba al borde del colapso. Su hija Sofía tenía la misma expresión cuando intentaba ser valiente. No me acuesto con nadie por dinero.
No te estoy pidiendo eso. Eduardo levantó las manos. Solo necesito que vengas a la gala, sonrías y convenzcas a mi madre de que estamos juntos. Nada más. $500 por sonreír. Lucía calculó mentalmente. Era el pago atrasado del colegio de Sofía. Los zapatos nuevos que necesitaba, la renta vencida, puedo hacer 700.
No es sobre el dinero, pero sus ojos traicionaron el cálculo mental. Entonces, ¿qué necesitas? Eduardo dio un paso adelante. Debe haber algo. Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. Mi hija tiene un evento de padres e hijas la próxima semana. ¿Quieres que vaya? Su papá nos abandonó cuando ella tenía 2 años.
Lucía odiaba la vulnerabilidad en su voz. Nunca tiene a nadie para esos eventos. Hecho. ¿No la vas a lastimar? No era una pregunta. Si aceptas esto, vas a ese evento y la tratas como si fuera importante, no como un negocio. Te doy mi palabra. Lucía estudió su rostro manchado de mango.
Había sinceridad bajo el desespero o era muy buen actor. Su estómago gruñó recordándole que Sofía había desayunado solo la mitad de su porción para que alcanzara. Si haces llorar a mi hija, no habrá suficiente dinero en el mundo que te salve de mí. ¿Entendido? Eduardo extendió la mano. Tenemos un trato. Su mano estaba suave, sin callos. La de ella contaba historias de años cortando fruta, cargando cajas, sobreviviendo.
El apretón duró un segundo más de lo necesario. La gala es mañana a las 8. Eduardo sacó una tarjeta. Necesitarás un vestido. Tengo un vestido. Mentira, pero su orgullo tenía límites. Necesitamos practicar nuestra historia. Puedo ir a tu casa esta noche. Vivo con mi hija de 8 años.
Nada de insinuaciones, solo a ensayar. Eduardo se limpió más mango de la frente a las 7, a las 6. Sofía se duerme a las 8:30. Eduardo asintió y se alejó hacia un BMW negro que desentonaba entre las camionetas destartaladas del mercado. Lucía lo vio partir mientras doña Carmen se acercaba cojeando. Mi hija, ¿sabes quién era ese? Un cliente difícil. Ese era Eduardo Castel.
Salen las revistas de sociales. Su familia es dueña de media Guadalajara. El mango aplastado en el suelo pareció burlarse de ella. ¿En qué se había metido? Mamá, ¿por qué le tiraste fruta a ese señor? Sofía apareció cargando una caja pequeña, su uniforme escolar arrugado por ayudar después de clases. Se lo merecía mi amor. Era malo. Lucía miró la tarjeta en su mano.
Eduardo Castel, CEO de Castel Technologies. Un número de teléfono que parecía un boleto de lotería o una sentencia de muerte. No lo sé todavía. ¿Por qué hay un coche tan bonito afuera? Sofía pegó su nariz a la ventana, su aliento empañando el vidrio. Lucía se secó las manos sudorosas en el delantal por tercera vez. Había mentido sobre el vestido.
Había mentido sobre estar preparada. Y ahora Eduardo Castel estaba subiendo las escaleras oxidadas de su edificio. Es un amigo de mamá que viene a tomar café. ¿No tienes amigos con coches? La observación inocente de Sofía cortó profundo. El golpe en la puerta resonó como una sentencia. Lucía aló su único vestido decente, el mismo que usó para el funeral de su madre hace dos años.
Eduardo entró con una caja de pasteles de la Gran Francia y un maletín. Su traje casual probablemente costaba más que todo en su departamento, pero fueron sus ojos los que la desarmaron. Miraba cada detalle con curiosidad, no con desprecio. “Traje merienda.” Colocó la caja en la mesa tambaleante. Espero que les gusten los ecls. Eclirs.

Sofía bailó alrededor de la mesa. Solo los he visto en la tele. Sofía, saluda primero. Hola, señor. Soy Sofía Cervantes Paredes. Tengo 8 años y 3 meses. Extendió su manita formal. Eduardo se agachó a su nivel y estrechó su mano con seriedad. Eduardo Castel. Tengo 32 años y me gustan los eclers de chocolate. A mí también.
Sofía abrió la caja con reverencia. Mamá, ¿puedo solo uno antes de hacer tu tare? Mientras Sofía saboreaba cada mordisco, Eduardo sacó una tablet de su maletín. Necesitamos coordinar nuestras historias para el sábado. El sábado. Lucía frunció el ceño. Dijiste que la gala era mañana. Dije que mi madre amenazó con actuar mañana. La gala es en tres días. Una sombra cruzó su rostro.
Necesitamos ser convincentes. ¿Por qué yo? La pregunta escapó antes de poder detenerla. Hay miles de mujeres en Guadalajara. Eduardo giró la tablet hacia ella, una foto de ella en el mercado riendo con un cliente Sofía a su lado. La fecha mostraba tres semanas atrás. Mi asistente tomó esto durante un estudio de mercado, admitió.
He estado buscando alguien que mi madre no pudiera comprar o intimidar. El blad se heló en las venas de Lucía. ¿Me has estado vigilando? No. Sí. No es lo que parece. Eduardo se pasó la mano por el pelo. Vine al mercado por un proyecto de distribución de tecnología para pequeños comerciantes.
Te vi lidiar con un cliente grosero. No te doblegaste ni cuando te ofreció el triple por tus productos. Ese era don Roberto. Siempre quiere pagar con dólares falsos. Le tiraste su dinero a la cara. El dinero sucio no alimenta a mi hija. Exacto. Eduardo la miró directamente. Mi madre ha ahuyentado a cada mujer en mi vida con dinero o amenazas.
Necesitaba alguien que valorara algo más que el dinero. Mamá, no puedo hacer este problema. Sofía apareció con su cuaderno, los restos de chocolate en sus mejillas. Son fracciones. Eduardo miró a Lucía pidiendo permiso. Ella asintió. A ver, pequeña. Se sentó junto a Sofía. ¿Qué parte no entiendes? Todo. Los ojos de Sofía se aguaron.
Los otros niños ya saben porque sus papás les enseñan. El comentario flotó en el aire como una herida abierta. Eduardo no miró a Lucía. Y si te enseño un truco. Sacó unas servilletas. Imagina que esta servilleta es un pastel. Durante la siguiente hora, Lucía observó a Eduardo convertir fracciones en pedazos de pastel, pizza y eclers. Sofía absorbía cada palabra.
su rostro iluminándose con comprensión. Era natural con ella, paciente donde su padre nunca existió. Ya entendí. Sofía resolvió el último problema. ¿Eres maestro? Soy ingeniero. Trabajo con computadoras. ¿Puedes enseñarme de computadoras? Sofía. El señor Castel está ocupado. Puedo traer una laptop básica la próxima vez. Eduardo se detuvo. Sí, está bien. Próxima vez.
Lucía arqueó una ceja para el evento de padres e hijas. La miró significativamente. Un trato es un trato. Sofía saltó tan fuerte que la mesa tembló. ¿Vas a venir? En serio. Si tu mamá está de acuerdo. Mamá, di que sí. Por favor, por favor, por favor. Lucía vio esperanza en los ojos de su hija por primera vez en años.
Ya acordamos eso, mi amor. Voy a tener alguien en el evento. Sofía abrazó su cuaderno. Voy a hacer mi tarea en mi cuarto para que puedan hablar de cosas aburridas de adultos. Cuando la puerta se cerró, el silencio se volvió espeso. Eduardo abrió un documento en su tablet. Necesitamos una historia creíble.
¿Cómo nos conocimos? ¿Cuánto llevamos juntos? No soy buena mintiendo. Entonces usemos verdades parciales. Sus dedos volaban sobre la pantalla. Nos conocimos en el mercado. Llevas años ahí, ¿verdad? 5 años. Desde que mi esposo se fue, Eduardo levantó la vista. No tienes que contarme si vamos a mentirle a tu madre. Necesitas saber mi verdad.
Lucía se sirvió café frío. Me casé a los 19. Jorge prometió el mundo. Cuando nació Sofía, la realidad lo golpeó. Los pañales, las desvelos, las responsabilidades. Un día volví del hospital con Sofía enferma y encontré un nota. Cinco palabras. No puedo con esto. Perdón, no ayuda económicamente desapareció como si nunca hubiera existido. Lucía no lloró. Esas lágrimas se secaron hace años. Tu turno.
¿Por qué tu madre te controla tanto? Mi padre murió cuando yo tenía 22. Infarto masivo en su oficina. Eduardo cerró los ojos. Su testamento dejó 51% de las acciones a mi madre para asegurar que la familia mantuviera el control. Pero ella lo usa como correa. ¿Por qué no te alejas? He construido una empresa aparte, tecnología limpia, innovación real.
Sus ojos se iluminaron. Pero necesito el respaldo de la empresa familiar para el lanzamiento internacional. Y tu madre lo sabe, cree que es un hobby. La amargura tiñó su voz. Como cree que toda mujer en mi vida es temporal. Por eso el arreglo con la escort. Eduardo se sonrojó. Paloma es actriz.
No, nos ayudamos mutuamente para eventos sociales sin complicaciones. ¿Qué pasó? se enamoró de un director en Barcelona. Me alegro por ella, pero me dejó sin escudo para la gala. Lucía estudió su rostro. Había soledad bajo el éxito, vacío bajo el dinero. Tu madre notará que soy vendedora, eres emprendedora, manejas tu propio negocio. Eso es verdad. Mi negocio es un puesto de frutas que has mantenido 5 años sola, criando a una niña sobreviviendo. La admiración en su voz la sorprendió.
Eso requiere más fuerza que heredar una empresa. Un golpe en la puerta los interrumpió. Sofía asomó la cabeza, su pijama de unicornios desgastada, pero limpia. Mamá, ¿el señor Eduardo puede leer mi cuento antes de dormir? Sofía, no molestes. Me encantaría. Eduardo se levantó. Si está bien. Lucía lo siguió al cuarto diminuto donde Sofía compartía su cama.
Eduardo no comentó sobre el espacio, solo se sentó en el borde mientras Sofía le entregaba su libro favorito. Es sobre una princesa que vende manzanas mágicas. Sofía se acurrucó bajo las cobijas. Como mamá, pero con magia. Eduardo leyó con diferentes voces para cada personaje. Sofía reía. sus ojos luchando contra el sueño.
Cuando terminó, ella lo miró somnolenta. Vas a volver. Vendré para tu evento. Te lo prometo. ¿Me enseñarás computadoras? Si tu mamá dice que sí. Sofía bostezó. Me caes bien. No como el novio de la mamá de Carmen que grita mucho. Eduardo arropó las cobijas alrededor de ella, un gesto tan natural que Lucía tuvo que apartar la mirada. En la sala Eduardo recogió su maletín.
Mandaré un coche el sábado a las 7. Puedo tomar el autobús. Mi madre investigará todo. Un taxi levantaría sospechas. Sacó un sobre para el vestido. Dijiste que no era sobre el dinero. No lo es, pero la gala tiene código de vestimenta. Sus ojos rogaban, por favor. Lucía tomó el sobre. Adentro había. Esto es demasiado. Lo que sobre es para Sofía. libros útiles, lo que necesite.
Se dirigió a la puerta. No es caridad, es inversión en mi coartada. Eduardo, lo detuvo. Si lastimas a mi hija con promesas vacías, no lo haré. La sinceridad en sus ojos casi la rompió. Hace años que no me sentía útil para alguien. Cuando se fue, Lucía encontró a Sofía despierta. Mamá, ¿el tu novio? No, mi amor, solo es un amigo.
Ojalá fuera tu novio. Sofía se dio vuelta. Me leyó el cuento completo. Papi nunca hizo eso. Lucía contó el dinero en la oscuridad. Era más de lo que ganaba en dos meses. Pero fue la imagen de Eduardo leyendo el cuento, lo que la mantuvo despierta, qué había aceptado y por qué su corazón latía como si fuera algo más que un negocio. Respira.
Eduardo tomó su mano cuando el ballet parking abrió la puerta del Mercedes. Pareces a punto de vomitar. Es que podría hacerlo. Lucía aló el vestido azul medianoche que había encontrado en una tienda de segunda mano de lujo. Tu mundo huele a dinero. Y el tuyo a mangos frescos. Prefiero el tuyo. La respuesta la descolocó tanto que casi tropieza con sus tacones prestados.
Eduardo la sostuvo por la cintura, su calor atravesando la tela. Regla número uno. Su aliento rozó su oído. Mi madre huele el miedo. No le des esa satisfacción. El salón del hotel presidente brillaba con arañas de cristal y hipocresía. Lucía reconoció algunas caras de las revistas que ojeaba en el consultorio médico. Todos giraron cuando entraron. Eduardo, querido.
Una mujer en Chanel negro se acercó como un tiburón elegante. Pensé que vendría solo como siempre. Madre, te presento a Lucía Cervantes. Eduardo entrelazó sus dedos. Mi novia Carmen Castel tenía el tipo de cirugía plástica que costaba más que un coche. Sus ojos diseccionaron a Lucía en segundos. Cervantes, saboreó el apellido. No conozco esa familia.
No somos de las familias que aparecen en sus círculos. Lucía mantuvo la mirada firme. Evidentemente Carmen sonrió con veneno. ¿A qué te dedicas, querida? Soy emprendedora. Manejo mi propio negocio de distribución de productos orgánicos. Eduardo apretó su mano. Un punto para la verdad creativa. Que pintoresco. Carmen tomó champañe de una bandeja.
¿Y dónde estudiaste? En la Universidad de la Vida, señora Castel. Un silencio cortante cayó sobre el grupo que las rodeaba. Carmen entrecerró los ojos. Eduardo siempre ha tenido gustos exóticos y yo siempre he preferido la autenticidad al barniz. Lucía sintió a Eduardo tensarse.
Disculpe, ¿dónde está el tocador? Huyó antes de decir algo peor. En el baño de mármol se mojó las muñecas temblorosas. ¿Qué hacía ahí pretendiendo pertenecer? Eres la del mercado. Una voz la sobresaltó. Una mujer pelirroja perfecta salía de un cubículo. Todo en ella gritaba dinero viejo, desde sus diamantes hasta su postura. Paloma no era pregunta. Así que Eduardo te encontró.
Paloma retocó su lápiz labial. Pensé que inventaría una novia, no que traerías a alguien real. Se supone que estás en Barcelona. El amor no funcionó. Encogió un hombro elegante. Carmen me llamó. Piensa que Eduardo recuperará la cordura si me ve. ¿Y tú qué piensas? Paloma la estudió por el espejo. Pienso que eres la primera mujer que lo mira sin calcular su valor neto. Esto es solo un arreglo.
Cariño, he sido su arreglo por tr años. Paloma guardó su lápiz labial. Nunca me miró como te mira a ti. No me mira de ninguna forma. Se puso mango en el pelo por ti. Eduardo Castell, quien no tiene un cabello fuera de lugar desde los 12 años, llegó a su oficina con fruta en la cara. Paloma sonrió. Eso no es un arreglo.
Eso es un desastre esperando suceder. Me estás advirtiendo? Te estoy envidiando. Paloma se dirigió a la puerta. Carmen lo va a intentar todo para separarte. No la subestimes. Sola. Nuevamente Lucía se miró al espejo. El vestido era hermoso, pero ella seguía siendo una vendedora de frutas jugando a princesa. ¿Estás bien? Eduardo apareció en la puerta. Llevas 15 minutos aquí.
Tu ex está aquí. Lo sé. Mi madre no es sutil. Entró y cerró la puerta. ¿Qué te dijo? ¿Que me tienes miedo? Eduardo rió seco y sin humor. Tengo terror. ¿Por qué? Porque mi hija de 8 años me pidió que no te dejara ir. Las palabras salieron precipitadas porque pasé tres días pensando en cómo enseñarle programación.
Porque mi arreglo perfecto sin complicaciones se volvió complicado cuando te vi defender tu puesto contra don Roberto. Eduardo, mi madre está a punto de hacer un brindis, la interrumpió. Va a anunciar algo sobre mi futuro. Necesito que estés ahí. ¿Por qué siento que me estás llevando al matadero? porque probablemente lo estoy haciendo.” Tomó su rostro entre sus manos. “Pero no puedo enfrentarla solo.
” No, esta vez Lucía vio miedo real en sus ojos, el mismo que ella sentía cada mes cuando no alcanzaba la renta. “Vamos”, tomó su mano. “Pero si tu madre me insulta una vez más, le tiro champa encima. Por favor, hazlo. Sería el mejor momento de mi vida.” Volvieron al salón justo cuando Carmen tomaba el micrófono. Las luces se atenuaron. dramáticamente.
Queridos amigos, gracias por apoyar la Fundación Castel para niños desamparados. Carmen irradiaba falsa benevolencia. Esta noche es especial porque mi hijo Eduardo finalmente ha decidido sentar cabeza. Murmullos recorrieron el salón. Eduardo apretó la mandíbula.
Como saben, he esperado años para que Eduardo encontrara una compañera apropiada para el legado Castel. Los ojos de Carmen encontraron a Lucía, alguien de buena familia, con educación, con clase. Madre, la advertencia de Eduardo fue ignorada. Por eso me alegra anunciar que Paloma Mendizábal ha vuelto de Europa. Carmen señaló a Paloma, quien parecía querer desaparecer. Y estoy segura de que pronto tendremos noticias felices.
Basta. Eduardo subió al escenario. Madre, con todo respeto, no eres tú quien decide mi vida. Eduardo, no hagas una escena. Yo hacer una escena. Tomó el micrófono. Señoras y señores, mi madre está equivocada. Sí, tengo una novia, pero no es paloma. Extendió la mano hacia Lucía.
Cada ojo en el salón la siguió mientras subía al escenario con piernas temblorosas. Esta es Lucía Cervantes. Eduardo la acercó a su lado. La mujer más fuerte que conozco. Cría sola a su hija, maneja su propio negocio y no le tiene miedo a nada ni a nadie. Eduardo Carmen Siceo, estás cometiendo un error. El único error fue dejar que controlaras mi vida tanto tiempo.
Se volvió hacia Lucía. Esto no estaba en el guion. ¿Qué guion? Carmen entrecerró los ojos. Eduardo tomó el rostro de Lucía. Te iba a besar castamente para las cámaras, pero al con eso. Su boca encontró la de ella con una urgencia que no tenía nada de actuación.
Lucía sintió el shock recorrerla, seguido de algo más peligroso. Sus manos encontraron el cabello de él por voluntad propia, el beso profundizándose mientras 300 personas contenían el aliento. Fue Eduardo quien rompió el contacto, sus ojos oscurecidos. Eso no fue fingido. Lo sé. Lucía tocó sus labios hinchados. Esto es inadmisible. Carmen arrancó el micrófono.
Esto esta mujer no es apropiada para ti. ¿Por qué? Lucía tomó el micrófono antes de que Eduardo pudiera detenerla. Porque trabajo con mis manos. ¿Porque no nací en cuna de oro? Porque eres una casafortunas obvia. Señora Castel no conoce nada sobre fortunas. Lucía enfrentó su mirada. Fortuna es cuando tu hija te abraza después de una pesadilla. Fortuna es tener salud para trabajar cada día.
Fortuna es encontrar a alguien que vea más allá de las apariencias. Palabras bonitas de alguien que vive en en un departamento de dos cuartos en la Guadalupana. Lucía no bajó la voz. Donde mi hija hace la tarea en la misma mesa donde comemos, donde el agua caliente funciona tres días a la semana, donde soy más rica que usted, porque tengo amor verdadero no comprado. El silencio era ensordecedor.
Carmen palideciendo bajo su maquillaje perfecto. Eduardo. La voz de Carmen tembló. Si eliges a esta mujer, venderé mis acciones el lunes. Véndelas. Eduardo abrazó a Lucía. Prefiero perderlo todo que perderte a ti. El salón estalló. Flashes de cámaras, murmullos escandalizados, el sonido de tacones corriendo hacia el chisme del año. Tenemos que salir de aquí. Eduardo la guió entre la multitud.
Espera. Paloma los alcanzó en la puerta. Carmen está blufando. Las acciones están en fide yic comiso hasta que Eduardo se case. No puede vender sin aprobación del consejo. ¿Qué? Eduardo se congeló. Tu padre no era tonto. Paloma sonrió. Revisa las cláusulas. Mientras tanto, miró a Lucía. Cuídalo. Es un desastre, pero es un buen hombre.
En el coche, el silencio vibraba con tensión no resuelta. Eduardo conducía sin rumbo por Guadalajara Nocturna. Ese beso, Lucía comenzó. Fue real. La miró en un semáforo. Todo sobre ti es real. Tenemos un trato. Esto es fingido. Eduardo estacionó frente a un parque oscuro. Dime que no sentiste nada y te llevo a casa ahora mismo. Lucía quiso mentir.
Era más seguro, más limpio, menos complicado, pero sus labios aún ardían, su cuerpo aún vibraba. Sofía se va a ilusionar. Yo ya me ilusioné. Eduardo tomó su mano. La pregunta es si tú Su celular sonó. El nombre de Sofía brillaba en la pantalla. Lucía contestó con pánico. Mi amor, ¿qué pasa, mamá? La voz de Sofía estaba ronca. No puedo respirar bien. El mundo de Lucía se detuvo.
El asma de Sofía en la emoción de la noche olvidó dejar el inhalador extra con la vecina. Vamos para allá. Eduardo ya estaba manejando. Dile que respire despacio. Sofía, mi amor. Eduardo y yo vamos para allá. Eduardo. La esperanza en su voz rota partió a Lucía. Él viene. Sí, bebé. Ya llegamos. Eduardo rompió todos los límites de velocidad. El mundo de Lucía, reduciéndose a la respiración dificultosa de su hija por el teléfono.
¿Qué importaba un beso cuando su universo entero luchaba por respirar? 3 2 1 y suelta el aire despacio. Eduardo sostenía a Sofía mientras el vapor del nebulizador llenaba el pequeño baño. Lucía los observaba desde la puerta. Su vestido de gala arrugado, su corazón aún acelerado. Habían llegado en 7 minutos.
Eduardo había cargado a Sofía por las escaleras mientras ella buscaba frenética el nebulizador. Mejor. Eduardo limpió el sudor de la frente de Sofía. Sí. Su voz seguía débil. ¿Por qué estás vestido elegante? Tu mamá y yo fuimos a una fiesta. Una fiesta de novios. Los ojos de Sofía brillaron pese al cansancio. Sofía. Lucía intervino. Algo así. Eduardo ajustó la mascarilla, pero era aburrida.
Prefiero estar aquí contigo. En serio. Sofía tosió ligeramente. Carmen dice que los adultos mienten para que los niños se sientan mejor. Carmen tiene razón a veces. Eduardo la miró serio. Pero yo no te miento. La fiesta tenía langosta y todo, pero tu mamá y yo preferimos estar aquí. Mamá odia la langosta. Lo sé. Eduardo sonrió a Lucía. Por eso es perfecta.
Sofía se quedó dormida en brazos de Eduardo después del segundo tratamiento. Él la cargó a la cama como si hubiera hecho esto mil veces. “Quédate quieta, pequeña guerrera.” La arropó con cuidado. “Mañana estarás mejor.” En la sala, Lucía finalmente se permitió temblar. Las lágrimas que había contenido cayeron silenciosas.
Pensé que no pudo terminar. Está bien. Los ataques de Asma dan miedo, pero ella es fuerte. Eduardo la envolvió en sus brazos como su mamá. No me siento fuerte. Hundió la cara en su pecho. Me siento fracturada. Todos estamos fracturados. Sus manos acariciaron su pelo. Por eso necesitamos a otros. se separó para mirarlo.
Su corbata torcida, su camisa arrugada, sus ojos cansados pero presentes. “Gracias. No agradezcas”, limpió sus lágrimas. “Es lo que hace la gente que que le importa.” “Te importamos, me aterrorizan. La honestidad dolía. Llevaba 10 años sin sentir nada real. Entonces apareces tú tirándome fruta, defendiendo tu puesto, amando a tu hija con ferocidad.
” Eduardo, mi madre me va a destrozar por esto. Se sentó pesadamente. Pero cuando Sofía me preguntó si vendría cuando confió en que estaría aquí, no tienes que elegir nada esta noche. Ya elegí. La miró con certeza aterradora. Elegí en el momento que acepté ir a su evento escolar, tal vez antes cuando vi tu foto en ese estudio de mercado. Eso suena escalofriante. Eduardo rió bajo y roto.
Lo sé, pero déjame explicarte. Se sirvió el café frío que quedaba de la tarde. Las horas entre el ensayo y la gala parecían otra vida. Mi padre murió en su escritorio trabajando en un domingo solo. Eduardo miraba el líquido negro. Mi madre lo encontró el lunes. Llevaba muerto dos días. Dios mío. Desde entonces ella controla todo.
Dice que es para protegerme para que no termine como él. Solo obsesionado con el trabajo, muerto sin nadie que lo notara. Pero te está empujando exactamente a eso. Lo sé. Eduardo apretó la taza, por eso los arreglos con paloma. Era más fácil fingir que intentar algo real. ¿Qué cambió? vi esa foto tuya. Estabas negociando con un proveedor. Sofía haciendo tarea en una caja de frutas, el sol iluminándolas.
Sacó su teléfono mostrándole la imagen. Parecían completas, sin necesitar a nadie más. Pero sí necesitamos. Lucía se detuvo. ¿Qué necesitan? Estabilidad, seguridad, un inhalador de repuesto que no cueste la renta. La amargura se filtró. Cosas que el dinero compra, solo eso. Lucía estudió sus manos. Sofía necesita una figura paterna. Aunque lo niegue, la veo en los eventos escolares.
Mirando a otros papás preguntándose qué hizo mal para que el suyo la abandonara. Ella no hizo nada mal. Tú y yo lo sabemos. Pero díselo a una niña de 8 años que guarda dibujos para un papá que nunca volverá. Jorge nunca contactó. Una vez cuando Sofía cumplió cinco, mandó una postal de Cancún.
Espero que estén bien, nada más, cabrón. Ya no importa. Lucía se levantó. Construí una vida sin él. Sofía y yo estamos bien solas. En serio. Eduardo la siguió a la ventana. Por eso aceptaste mi trato. Acepté porque necesito el dinero. Solo por eso. Lucía vio su reflejo en el vidrio. El vestido elegante no podía ocultar la verdad.
Acepté porque por un momento, solo un momento, quería saber qué se sentía. Se volvió hacia él. Ser alguien que un hombre eligiera, aunque fuera mentira. No es mentira. Eduardo acortó la distancia. Te elegí entre todas las opciones. Te sigo eligiendo por tres días más. Luego el trato termina.
¿Y si no quiero que termine? El celular de Eduardo sonó antes de que Lucía pudiera responder. Carmen rechazó la llamada. Sonó inmediatamente otra vez. Contesta. Lucía se alejó. Las madres controladoras no se rinden. Que espere. Eduardo tomó el teléfono y contestó. Señora Castel, su hijo está ocupado. Silencio del otro lado. Luego voz de hielo. Ponlo al teléfono.
Ahora está atendiendo una emergencia médica. Lucía mantuvo el tono neutral. Mi hija tuvo un ataque de asma. Tu hija. Carmen saboreó las palabras como veneno. Por supuesto. Ya está involucrado con la niña. Qué conveniente. Señora Castel. Su hijo es un adulto, toma sus propias decisiones. Mi hijo es un tonto romántico como su padre. Y mira cómo terminó él. Sí, Eduardo me contó.
Murió solo porque prefirió el trabajo al amor. Lucía endureció su voz. ¿No es eso lo que usted quiere para Eduardo? Una vida vacía llena de dinero. No sabes nada sobre mi familia. Sé que está perdiendo a su hijo por controlarlo. Sé que él la ama, pero también la teme. Sé que usted está tan rota por la pérdida de su esposo que prefiere destruir a Eduardo antes que perderlo. Carmen colgó.
Eduardo la miraba con asombro. Nadie le había hablado así. Alguien tenía que hacerlo. Su teléfono vibró. Un mensaje de Carmen. Esta conversación no ha terminado. Va a ser mi vida imposible. Lucía se dejó caer en el sofá. Nuestra vida. Eduardo se sentó junto a ella. Si quieres que sea nuestra, el trato era por la gala. Al el trato.
Tomó sus manos. Sofía necesita estabilidad. Tú necesitas apoyo. Yo necesito algo real. ¿Me estás proponiendo un nuevo arreglo? Te estoy proponiendo intentarlo. De verdad. Sus pulgares acariciaban sus muñecas. Sin contratos, sin dinero de por medio, solo nosotros. Mamá. La voz somnolienta de Sofía los interrumpió. Eduardo, sigue aquí.
Aquí estoy, pequeña. Se acercó a ella. ¿Te vas a quedar? Eduardo miró a Lucía, una pregunta en sus ojos que iba más allá de esta noche. “Me quedo”, acomodó las cobijas de Sofía. “Duérmete. Mañana te enseño a programar. ¿Lo prometes? Lo prometo. Cuando Sofía volvió a dormir, Eduardo encontró a Lucía llorando silenciosamente en la cocina.
¿Qué pasa? Le prometiste, se limpió la cara. No puedes prometerle cosas a una niña que ha perdido tanto. No planeo romper esa promesa. Todos planean quedarse al principio. Eduardo la acorraló contra el fregadero. No soy Jorge. No soy tu padre que murió cuando eras niña. No soy ninguno de los hombres que te abandonaron. No te conozco lo suficiente para creer eso.
Entonces, conóceme, apoyó su frente contra la de ella. Dame una oportunidad real, sin tratos, sin mentiras. Tu madre, mi madre puede irse al demonio. Tu herencia no vale nada sin alguien con quien compartirla. Sofía se va a ilusionar. Ya se ilusionó igual que yo. Sus labios rozaron los de ella. La pregunta es, ¿te atreves a ilusionarte tú? Lucía cerró los ojos.
El peso de tres días de mentiras y verdades a medias aplastándola, pero también la ligereza de posibilidad de tal vez de qué pasaría si una oportunidad abrió los ojos. Real, sin dinero, sin actuación, ¿empezando cuándo? Empezando ahora. Eduardo la besó contra el fregadero, no como en la gala con público y escándalo, sino suave, profundo, real, como una promesa, como un comienzo, como eligiéndola de verdad.
Afuera, un mensaje de Carmen llegó a ambos teléfonos. Reunión familiar mañana, 10 a. Vengan los dos. La guerra apenas comenzaba. ¿Y si se arrepiente? Sofía ajuste. Por décima vez frente al espejo rajado. ¿Y si no viene? Va a venir. Lucía trenzó el cabello de su hija sintiendo su propio estómago revuelto. Eduardo no rompe promesas.
Tú no sabes eso. La sabiduría brutal de los 8 años. Solo lo conoces desde el lunes. 5co días. Parecía imposible que solo hubieran pasado cinco días desde que le tiró mango en el mercado. Cinco días desde que su vida ordenadamente caótica se volvió esto. Miren quién llegó temprano. La voz de Eduardo desde la puerta la sobresaltó. Sofía corrió a abrirle deteniéndose en seco.
Eduardo vestía jeans y una camisa simple, pero llevaba una mochila enorme y una laptop bajo el brazo. ¿Trajiste las computadoras? Los ojos de Sofía se aguaron. Traje cinco laptops reconstruidas para tu clase. Eduardo entró como si perteneciera ahí. Si tu maestra lo permite. Señorita Márquez, va a flipar. Sofía brincaba. Nadie nunca trae nada cool al evento. Sofía.
Vocabulario. Lucía la regañó automáticamente. Perdón. Va a estar muy emocionada. Sofía abrazó a Eduardo por la cintura. Gracias, gracias, gracias. Eduardo se congeló un momento, luego la abrazó de vuelta. Sus ojos encontraron los de Lucía sobre la cabeza de Sofía. La reunión con tu madre. Lucía comenzó cancelada.
Su sonrisa no alcanzó sus ojos. Hay prioridades. Eduardo. Mamá, vámonos o llegaremos tarde. Sofía jalaba ambos hacia la puerta. Quiero presumir, digo, presentar a Eduardo. El colegio Juárez había visto mejores días. Pintura descascarada, bancas remendadas, pero banderas de papel picado intentando alegrar el patio. Lucía sintió la mirada de Eduardo absorbiendo cada detalle.
Es una buena escuela. Se defendió automáticamente. Tiene a Sofía. Eso la hace excelente. Eduardo cargó las laptops. ¿Dónde está el salón, señor Eduardo? La maestra Márquez, apenas mayor que Lucía, los recibió sorprendida. Sofía me dijo que vendría, pero pero no lo creyó. Sofía completó. Nadie creyó que vendría alguien conmigo. El dolor casual de esas palabras cortó a los tres adultos.
Bueno, pues aquí estoy. Eduardo revolvió el cabello de Sofía, donde instalamos el laboratorio de computación. Durante la siguiente hora, Lucía observó a Eduardo transformar el salón, conectó las laptops, proyectó código simple en la pared descascarada y convirtió a 20 niñas de 8 años en programadoras principiantes. El código es como una receta. Eduardo dibujaba en el pizarrón viejo.
Le dicen a la computadora qué hacer paso a paso. Podemos hacer videojuegos. Carmen Delgado, la némesis de Sofía, lo retó. Podemos hacer el inicio de uno. Eduardo abrió un programa. Sofía, ¿quieres ser mi asistente? Sofía brilló más que el sol.
Durante 30 minutos, padre e hija ficticios crearon un juego simple donde un gato perseguía mangos. Los otros niños reían, participaban, miraban a Sofía con nuevo respeto. “Tu papá es genial.” Carmen. Le susurró a Sofía. “No es mí.” Sofía se detuvo mirando a Eduardo explicando loops. Sí, lo es. Lucía salió al pasillo necesitando aire. Las lágrimas amenazaban con caer. Señora Cervantes, la maestra Márquez la siguió.
Disculpe la pregunta, pero él es el padre de Sofía. No, la verdad sabía amarga. Es un amigo. Un amigo que trae $5,000 en equipos para niños que no conoce. Es complicado. El amor siempre lo es. La maestra sonrió. Pero mire a su hija. Nunca la había visto tan feliz. Lucía volvió a mirar. Eduardo ahora enseñaba a las niñas a hacer que el gato bailara.
Sofía a su lado, traduciendo términos técnicos a español de 8 años. Parecían un equipo practicado. Hora de las competencias. El director anunció por el megáfono oxidado. La carrera de tres piernas fue primera. Eduardo se arrodilló frente a Sofía. ¿Cuál es el truco? Conspiró con ella. Papá, digo, tú eres muy alto. Sofía se ruborizó. Vamos a perder. Apostamos.
Eduardo se quitó los zapatos. Súbete a mis pies. Yo corro. Tú te agarras. Eso es trampa. Es estrategia. La subió a sus pies, amarrando sus piernas juntas. Confía en mí. Ganaron por 3 met. Sofía reía tan fuerte que casi vomita. Eduardo la cargó en hombros durante la vuelta de Victoria. Somos los mejores. Sofía alzó el listón azul. Mamá, ganamos.
Los vi, mi amor. Lucía aceptó el abrazo sudoroso de ambos. El almuerzo fue en el patio, tortas de jamón, agua de jamaica y padres incómodos intentando conversar. Eduardo se sentó en la banca desvencijada como si fuera su lugar natural. Señor Castel. El papá de Carmen se acercó nervioso. Soy Roberto Delgado. Trabajo en construcción.
Mucho gusto, Roberto. Eduardo estrechó su mano callosa sin dudar. Gran trabajo el que hacen. Usted es el de las noticias. Lo de anoche con su mamá. Las noticias exageran. Eduardo mantuvo el tono ligero. ¿Cómo va el trabajo? Pronto tres padres más se unieron hablando de fútbol, de trabajo, de hijas.
Eduardo navegaba la conversación sin arrogancia, genuinamente interesado. No parece millonario. Doña Rosa, abuela de alguna niña, se sentó junto a Lucía. Los ricos no comen tortas de jamón. No es como otros ricos. Lucía lo observó reír por un chiste malo. Se nota que quiere a la niña. Se conocen desde el lunes. Mi hija, mi difunto esposo, me propuso matrimonio a los tres días de conocernos. Doña Rosa palmeó su rodilla. Duramos 40 años.
El tiempo no determina el amor. La competencia de baile padre hija fue lo último. Una tradición cursy donde cada pareja bailaba un minuto mientras otros aplaudían. Eduardo miró a Lucía con pánico. No sé bailar esto. Es solo abrazarla y mecerse. Lucía ajustó su postura. Ella está tan feliz que podrías pisarla y no importaría. La música comenzó.
Mi niña bonita de chino y Nacho. Eduardo levantó a Sofía, dejándola pararse en sus pies como en la carrera. ¿Sabes? Sofía apoyó su cabeza en su estómago. Quisiera que fueras mi papá real. Sofía. Eduardo tragó duro. Ya sé que no puedes. Lo miró hacia arriba. Pero, ¿puedo fingir? Solo hoy. No tienes que fingir.
Eduardo la abrazó más fuerte. Hoy soy todo tuyo. Mañana también. Mañana también y el domingo hasta que te aburras de mí. Nunca me voy a aburrir. Sofía cerró los ojos. Ojalá mamá se casara contigo. Eduardo buscó los ojos de Lucía entre la multitud. Ella estaba llorando abiertamente, sin importarle quién viera.
Cuando la música terminó, Sofía corrió hacia ella. Mamá Eduardo dice que puede venir mañana también. Mi amor, Eduardo tiene trabajo. Es sábado. Eduardo se acercó sudoroso y despeinado. Pensé que podríamos ir al parque los tres. Por favor, mamá. Sofía juntó sus manos. Porfa, porfa, porfa. Sofía, ve a despedirte de tus amigas.

Lucía necesitaba espacio. Cuando quedaron solos, Eduardo tocó su mejilla. Demasiado, ¿verdad? No puedes hacerle esto. Lucía apartó su mano. No puedes darle todo esto y luego y luego qué? Irte, aburrirte, encontrar a alguien de tu clase. Lucía, vi cómo la mirabas. Como si fuera tuya.
Las palabras dolían, pero no lo es. Y yo no soy tu novia real. Esto es un Eduardo la besó en medio del patio con padres mirando con chismes volando. La besó como si fuera la única forma de callarla. de hacerla entender. Basta. Lucía lo empujó. No puedes besar tu camino fuera de esto. No estoy tratando de salir, estoy tratando de entrar. Tomó sus manos. Déjame entrar. Tu madre tiene razón.
Soy una casa fortunas. No, eres una madre protegiendo a su hija y te admiro por eso. Eduardo. Señor Castel. Un hombre de traje barato se acercó. Soy Joaquín Herrera del periódico local. ¿Podría comentar sobre el escándalo de anoche? No. Eduardo se interpuso entre él y Lucía. Estamos en un evento escolar, pero su madre dijo que la señorita Cervantes es una oportunista que Mi madre no habla por mí.
La voz de Eduardo cortó como hielo. Ahora váyase antes de que llame a seguridad. Esto es una escuela pública. No hay seguridad. Hay padres. Roberto Delgado apareció con tres hombres más. Y no nos gustan los chismosos. El reportero retrocedió. Esto saldrá en las noticias de todos modos. Que salga. Eduardo abrazó a Lucía.
No me importa. Pero a Lucía sí le importaba porque cuando el reportero se fue, vio a Sofía observando todo, su carita confundida, asustada. ¿Por qué ese señor dijo cosas feas de mamá? Eduardo se arrodilló frente a ella. Porque hay gente que no entiende el amor cuando lo ve. Tú amas a mi mamá. El silencio se extendió. Lucía contuvo la respiración.
Eduardo miró a Sofía, luego a Lucía. Sí, simple, directo, aterrador. La amo. Y nos amas a las dos. Sofía lo estudió con seriedad de 8 años. Las amo a las dos. Entonces, no importa lo que digan. Sofía tomó sus manos, una de cada uno. Porque somos familia.
Lucía quiso protestar, explicar, proteger, pero mirando a su hija entre ellos, sintiéndose completa por primera vez en 6 años, no pudo. Tal vez, solo tal vez, algunas mentiras se volvían verdad si las creías lo suficiente. Vámonos a casa. Eduardo cargó las laptops. Tenemos pizza que ordenar y películas que ver. ¿Te quedas, Sofía? Brincó. Sí, tu mamá me deja. Ambos la miraron, esperanzados, vulnerables, reales.
Solo por hoy, Lucía se dió, pero mientras caminaban hacia el coche de Eduardo, su teléfono vibró. Carmen, disfruta tu último día de felicidad. El lunes destruyo todo. Lucía borró el mensaje. El lunes era en dos días. Hoy, solo por hoy, fingiría que los cuentos de hadas existían, aunque fuera mentira.
Mamá, ¿por qué Eduardo no ha venido? Sofía empujaba sus frijoles en el plato sin comer. Tiene trabajo, mi amor. Tercera vez que Lucía repetía la mentira en dos días. Pero es lunes. Dijo que vendría el lunes. Los ojos de Sofía se aguaron. ¿Hice algo malo? No, bebé, solo está ocupado. La verdad era que Eduardo había mandado 15 mensajes desde el sábado. Lucía no había respondido ninguno.
No desde que doña Carmen del puesto de Flores le mostró esa foto. Mi hija, qué pequeño es el mundo. Doña Carmen había llegado esa mañana al mercado, celular en mano. Mira lo que mi nieta encontró en Instagram. Era una foto de la gala. Eduardo entrando con Lucía, pero en el fondo cerca de la entrada, su asistente, el mismo hombre que había venido hace tres semanas preguntando sobre los vendedores para un estudio de desarrollo comunitario.
Ese es el que andaba preguntando por ti. Doña Carmen amplió la imagen. Preguntó cuánto ganabas, si tenías deudas, si eras soltera. Dijo que era para un programa del gobierno. El mundo de Lucía se había derrumbado en ese momento. Eduardo no la encontró por casualidad. La había investigado, estudiado, elegido como se elige un producto.
Toda la historia del escort cancelado, probablemente mentira. Mamá. Sofía la sacó de sus pensamientos. Eduardo ya no nos quiere. Antes de que pudiera responder, un golpe en la puerta las interrumpió. Lucía abrió esperando a Eduardo, pero era una mujer pelirroja en un traje impecable. Paloma. El nombre sabía a Ceniza. Hola, Lucía. ¿Podemos hablar? Estoy cenando con mi hija.
Es importante sobre Eduardo. Lucía miró a Sofía, quien observaba con curiosidad. Sofía, ve a tu cuarto a hacer tarea. Pero ahora, cuando estuvieron solas, Paloma se sentó sin invitación. Su perfume caro llenó el pequeño espacio. Carmen me mandó a buscarte. No me interesa nada que esa mujer tenga que decir. Deberías. Paloma sacó un sobre.
Porque tiene razón sobre algunas cosas. No necesito dinero. No es dinero. Paloma vacíó el sobre. Documentos, fotos, reportes. Es la investigación que Eduardo ordenó sobre ti. Lucía tomó los papeles con manos temblorosas. Su historial crediticio, sus deudas, las calificaciones de Sofía, registros médicos del asma de su hija, hasta copias de la demanda de divorcio que Jorge nunca contestó.
Esto es, no tenía palabras, invasivo, calculador, típico de un CEO. Paloma cruzó las piernas. Eduardo es mi amigo, pero también es un hombre de negocios. Ve una necesidad. Encuentra una solución. Yo fui su solución. Una solución perfecta. madre soltera necesitada, que no podría rechazar el dinero, lo suficientemente orgullosa para no pedir más, con una hija que lo ataría emocionalmente.
Cada palabra era una puñalada. Lucía recordó como Eduardo se había acercado a Sofía, cómo la había conquistado primero. ¿Por qué me dices esto? Porque Carmen me prometió que si te alejas me ayudará a recuperar a Eduardo. Paloma se levantó. Y porque extrañamente te tengo cariño, mereces saber la verdad. Eduardo sabe que estás aquí. Eduardo está en mi departamento ahora mismo.
Paloma sonrió con veneno. Carmen organizó una cena. Solo nosotros tres, como en los viejos tiempos. La puerta se cerró dejando a Lucía con los documentos de su vida expuesta. Cada página una violación de su privacidad. En una esquina, la fecha del reporte. Tres semanas antes de que Eduardo apareciera en el mercado, su celular sonó.
Eduardo, Lucía, por favor, contesta. No sé qué hizo mi madre, pero sé lo de la investigación. Su voz sonó muerta hasta para ella. Silencio. Luego, déjame explicar. Explicar qué? Que me investigaste como si fuera una empresa que querías comprar. No fue así. Tengo los papeles aquí, Eduardo. Hasta investigaste el asma de mi hija. La voz se le quebró.
Usaste su enfermedad para acercarte. Lucía, escúchame. No, escúchame tú. La furia reemplazó el dolor. Puedo aceptar que me hayas investigado a mí. Soy adulta. Puedo defenderme. Pero usaste a mi hija. Te acercaste a ella sabiendo exactamente qué decir, cómo actuar. Mis sentimientos son reales. ¿Cuáles sentimientos? los que desarrollaste después de estudiar mi perfil psicológico.
Encontró otra página aquí dice, “Sujeto muestra tendencia a confiar en figuras de autoridad masculinas debido a abandono paterno temprano. Mi madre ordenó ese reporte adicional. Yo solo pedí información financiera básica. Y eso lo hace mejor.” Lucía Río Amarga. Tu madre hizo un estudio psicológico y tú solo querías saber si era lo suficientemente pobre para aceptar.
Por favor. Déjame ir a explicar dónde estás. Una pausa. En Casa de Paloma. Por supuesto. Lucía sintió la última pieza de su corazón romperse. No te acerques a nosotras. No vuelvas al mercado. Y si te veo cerca del colegio de Sofía, llamo a la policía. Lucía, por favor. Ay, Eduardo. Tomó los $00 que aún guardaba.
Mañana te devuelvo tu dinero. No quiero nada tuyo. Colgó las lágrimas finalmente cayendo. Mamá. Sofía apareció en la puerta su carita preocupada. ¿Por qué gritas? Ven acá, mi amor. Lucía la abrazó fuerte. Necesito decirte algo sobre Eduardo. No va a volver. No, bebé, no va a volver.
Sofía no lloró, solo asintió con esa resignación terrible de los niños acostumbrados a las pérdidas. Como papá. Sí, como papá. ¿Hice algo malo? No, mi vida, tú eres perfecta. Lucía besó su cabeza. Eduardo es quien perdió. Esa noche, mientras Sofía dormía, Lucía fue al mercado cerrado. Tenía una copia de las llaves del candado principal.
Entró a su puesto, tomó los $00 del escondite bajo las naranjas y los metió en un sobre con una nota. No estoy en venta, nunca lo estuve. Lo dejaría en Castel Technologies mañana temprano. Lucía, una voz la sobresaltó. Era Miguel, el vendedor de verduras del puesto contiguo. Llevaba una bolsa de basura tirando los productos podridos del día. Miguel, me asustaste.
Perdona, vi luz y pensé que eran ladrones. Se acercó. ¿Estás bien? ¿Te ves fatal? Lo sé. Iba a decir triste. Miguel se sentó en una caja. Es por el millonario. ¿Cómo sabes? Lucía, todos en el mercado sabemos. Vino el lunes pasado, te tiró tu propio mango y desde entonces has estado flotando.
Miguel sonrió gentil hasta que hoy llegaste como alma en pena. Me investigó antes de acercarse. Me investigó como si fuera ganado que quería comprar. ¿Y cómo que lucía? El tipo maneja una empresa millonaria. Probablemente investiga hasta el café que compra. Miguel se encogió de hombros. La pregunta no es si te investigó, es por qué después de investigarte decidió acercarse, porque era perfecta para manipular o porque vio algo que le gustó. Miguel se levantó.
Mira, no defiendo a los ricos, pero vi cómo te miraba el sábado cuando vino por los mangos. Ese hombre está enamorado. El amor no empieza con una investigación. No, Miguel Río. Mi esposa me investigó por tres meses antes de hablarme. Preguntó a mis amigos, a mi jefa, hasta siguió mi Facebook. Es diferente porque él pagó por la información. Es completamente diferente.
Si tú lo dices, Miguel caminó hacia la salida. Solo te digo 5 años que trabajas aquí. Primera vez que te veo feliz. Vale la pena pensarlo. Solo en la oscuridad, Lucía contó el dinero. $00 que habían iniciado todo. Los metió en el sobre, sellándolo con cinta adhesiva, como si pudiera sellar también sus sentimientos. Su celular mostró 20 mensajes de Eduardo.
No leyó ninguno, pero el último no era mensaje, era una foto. Eduardo y Sofía el viernes en el evento escolar, ambos riendo mientras perdían en la competencia de costales. El mensaje decía, “Esto no fue actuación, nada con ella lo fue.” Lucía borró la foto, luego entró a la papelería y la restauró. La borró de nuevo, la restauró. Maldito seas, Eduardo Castel.
susurró al mercado vacío. “Maldito seas por hacerme creerte.” A la mañana siguiente, Lucía llegó a las torres de Castel Technologies a las 7 a. El guardia de seguridad la miró con sospecha. “Vengo a dejar esto para Eduardo Castel. Tiene cita.” Solo entrégueselo. Empujó el sobre hacia él. Dígale que Lucía Cervantes no está en venta. Se fue antes de que el guardia pudiera responder.
No vio a Eduardo observando desde el ventanal del lobby habiendo dormido en su oficina. No lo vio tomar el sobre con manos temblorosas. no lo vio contar el dinero mientras su asistente le informaba que Paloma había mentido. Él nunca estuvo en su departamento anoche. Todo había sido una manipulación de su madre y había funcionado perfectamente.
En el mercado, Lucía vendió mangos con una sonrisa plástica. Los clientes preguntaban por el novio guapo. Ella respondía que no había ningún novio, nunca lo hubo. Sofía en el colegio dibujaba familias de tres personas y las tachaba. Su maestra llamaría después preocupada, pero por ahora madre e hija seguían adelante, porque eso es lo que hacían las Cervantes, sobrevivir, aunque el corazón se rompiera en el proceso.
Tres semanas, 21 días, 504 horas desde que Lucía le devolvió el dinero. Eduardo miró los mangos en su escritorio, comprados cada mañana en un puesto diferente, porque no podía volver al mercado. Ninguno sabía igual, ninguno olía a sol y risa y lucía. La junta directiva está esperando. Su asistente Raúl entró con café. Raúl, sobre el estudio de mercado.
Señor, ya me disculpé 20 veces. Raúl bajó la cabeza. Su madre dijo que era para el proyecto de desarrollo comunitario. Lo sé. Eduardo se frotó los ojos. No es tu culpa. Si sirve de algo, la señora Cervantes parecía una buena persona cuando la entrevisté. es la mejor persona. Eduardo se levantó, por eso me odia.
La sala de juntas bullía con tensión. Carmen presidía como una reina de hielo, Paloma a su derecha como un accesorio decorativo. Los 12 miembros del consejo murmuraban nerviosos. Gracias por venir. Carmen. No sonró. Tenemos asuntos importantes que discutir sobre el futuro de Castel Technologies. Eduardo tomó su lugar habitual notando las miradas de lástima de algunos consejeros.
Todos sabían lo que venía. Como saben, Carmen continuó, el testamento de mi esposo estipula ciertas condiciones para la transferencia completa de acciones. Madre, esto no es necesario. Silencio, Eduardo. Ni siquiera lo miró. Tengo 51%. Eduardo tiene 49.
Según el testamento, puedo mantener mi mayoría hasta que Eduardo se case con una candidata apropiada. Eso es arcaico. El licenciado Moreno intervino. Estamos en 2025. Es legal. Carmen sonríó. Innecesario. Eduardo ha demostrado un juicio terrible últimamente asociándose con vendedoras ambulantes. Lucía no es ambulante. Eduardo apretó los puños. Tiene un puesto establecido. Escuchan. Carmen se dirigió al consejo.
Defiende a una mujer que vende frutas en la calle. Este es el líder que queremos. El rendimiento de Eduardo ha sido impecable. La doctora Santos revisó sus papeles. Ganancias arriba 30% este año. No estamos discutiendo números. Carmen golpeó la mesa. Estamos discutiendo el futuro de esta familia, de esta empresa. ¿Cuál es tu propuesta, Carmen? El ingeniero López sonaba cansado. Simple.
Eduardo se casa con Paloma en los próximos se meses o vendo mis acciones a nuestros competidores. Gasps llenaron la sala. Vender a la competencia destruiría la empresa. Eso es chantaje. Eduardo se levantó. Es motivación. Carmen sonríó. Paloma es perfecta, educada, de buena familia, entiende nuestro mundo. Paloma. Eduardo la miró. Diles la verdad.
Paloma evitó su mirada. Acepto casarme con Eduardo, aunque no me amas. El amor es secundario a la estabilidad. Paloma recitó como robot. Tu madre tiene razón. Eduardo vio el juego completo. Carmen había comprado a Paloma también. Deudas de su familia, inversiones fallidas. Algo la tenía atrapada. No. Eduardo caminó hacia la puerta.
Si sales, pierdes todo. La voz de Carmen cortó como látigo. Tu herencia, tu posición, tu futuro. Eduardo se detuvo. Pensó en su startup independiente, pequeña pero prometedora. Pensó en los años construyendo esta empresa. Pensó en su padre muriendo solo en esta misma oficina. Luego pensó en Sofía llamándolo durante el ataque de asma.
En Lucía tirándole mango por tratarla como mercancía. en tres personas comiendo pizza un viernes completas. Eduardo Carmen suavizó su tono. Sé razonable. Esa mujer te investigó tanto como tú a ella. Vio una oportunidad y la tomó. No. Eduardo se volvió. Yo vi una oportunidad y la tomé. La oportunidad de ser feliz. Feliz. Carmen río.
Vendiendo frutas, viviendo en dos cuartos, criando a la hija de otro. Sí. Eduardo la enfrentó más feliz que tú con tus millones y tu soledad, Carmen palideció. No te atrevas. Papá murió solo porque tú lo empujaste al trabajo. Lo alejaste de todo lo que no fuera esta empresa. Eduardo señaló alrededor. ¿Y para qué? Para morir en su escritorio sin nadie que lo llorara realmente. Yo lo lloré.
Lo lloraste porque lo perdiste, pero nunca lo tuviste realmente. Eduardo tomó su portafolio. No voy a repetir su historia. Si eliges a esa esa vendedora, no tendrás nada. Tendré mi startup. Tendré mi dignidad. Eduardo abrió la puerta. Y si ella me perdona, tendré una familia real. Eduardo. Carmen gritó. No puedes dejarme. Soy tu madre.
Eduardo se detuvo. Y yo soy tu hijo, pero no tu prisionero. Salió dejando caos detrás, los consejeros gritando, Carmen llorando de rabia, Paloma mirando con algo parecido a admiración. En elevador, Eduardo llamó a Raúl. Prepara los papeles de renuncia y transfiere todos los archivos de mi startup a mi laptop personal. Señor, ¿estás seguro? Nunca he estado más seguro.
Mientras tanto, en el mercado Lucía pesaba tomates para la señora García, fingiendo no notar las miradas de lástima. Mi hija, te ves terrible. Doña Carmen, la del puesto de flores, no la madre de Eduardo, tocó su brazo. Estoy bien. No, no lo estás. Ese hombre te rompió el corazón. Los corazones rotos sanan. Lucía forzó una sonrisa.
¿Algo más, señora García? Mi nieta está en la clase de Sofía. La señora García dudó. Dice que la niña ya no juega, solo dibuja familias y las tacha. El corazón de Lucía se hundió más. Hablaré con ella. Cuando las clientas se fueron, Miguel se acercó. ¿Supiste lo del escándalo? No quiero saber nada de los Castel. Deberías. Miguel mostró su celular. Eduardo renunció a todo. Está en las noticias.
Lucía tomó el teléfono con manos temblorosas. El titular gritaba, “Heredero Castel renuncia a Fortuna por amor. No es por mí”, devolvió el teléfono. Será otro berrinche de niño rico. Lucía Miguel la miró serio. El tipo renunció a millones. Eso no es berrinche. ¿Y qué quieres que haga? ¿Que corra a sus brazos? La amargura desbordaba. Me investigó. Miguel.
Estudió cada aspecto de mi vida. Y luego, ¿qué hizo? ¿Te lastimó? abusó de esa información. Miguel cruzó los brazos o la usó para acercarse torpemente, pero con intención real. No puedo confiar en él. No puedes o no quieres. Miguel señaló hacia donde Sofía dibujaba en una caja. Porque tu hija está pagando por tu orgullo. Lucía miró a Sofía.
Dibujaba tres figuras tomadas de la mano, luego las cubría con marcador negro. Mi amor, ¿qué dibujas? Nada. Sofía guardó los plumones. Familias que no existen. Sofía. Está bien, mamá. Ya entendí. La niña se levantó. Los papás no se quedan, ni los reales ni los prestados. Lucía sintió cada palabra como un cuchillo, pero antes de poder responder, una conmoción en la entrada del mercado llamó su atención. No, que no podía venir aquí.
Doña Carmen señaló hacia la entrada. Eduardo caminaba entre los puestos cargando una caja. No vestía traje, sino jeans y camiseta. Se veía cansado, ojeras profundas, barba de días. Lucía llegó a su puesto. Sé que dijiste que no viniera. Vete. Dame 5 minutos. No, Eduardo. Sofía corrió hacia él antes de que Lucía pudiera detenerla. Viniste. Hola, pequeña.
Eduardo se agachó, manteniéndose a distancia. Vine a traerte algo. No queremos nada. Lucía jaló a Sofía hacia ella. Es de Sofía. Eduardo sacó una laptop de la caja. Prometí enseñarle programación. Las promesas rotas no se arreglan con regalos. No está rota. Eduardo miró a Sofía. Me tomó tres semanas preparar el curso completo. Está todo aquí.
Videos, ejercicios, juegos, todo lo que necesita para aprender. ¿Por qué tres semanas? Sofía lo miró con esos ojos que veían demasiado. Porque tu mamá me pidió que me alejara y tenía razón. Eduardo no mintió. Hice cosas mal. ¿Qué cosas? Sofía. Basta. Lucía intervino. Investigué sus vidas antes de conocerlas. Eduardo mantuvo los ojos en Sofía. Fue invasivo y mal.
¿Por qué lo hiciste? Porque tenía miedo. ¿De qué? De que fueran demasiado perfectas. Eduardo tragó. Y lo son. Sofía lo estudió con seriedad de 8 años. Mamá dice que nadie es perfecto. Tu mamá es sabia. También está triste. Sofía miró a Lucía. Llora en las noches. Sofía. Lucía se ruborizó.
¿Y tú lloras? Sofía volvió a Eduardo cada noche. Entonces son tontos. Sofía cruzó sus bracitos. Si los dos lloran, deberían llorar juntos. No es tan simple, pequeña. Los adultos complican todo. Sofía tomó la laptop. ¿Puedo quedarme la mamá? Lucía quería decir no. Quería proteger a su hija de más dolor, pero vio esperanza en los ojos de Sofía por primera vez en tres semanas. Sí, sí.
Sofía abrazó la laptop, luego miró a Eduardo. ¿Me enseñarás a usarla? No puedo. Tu mamá, entonces seré programadora sola. Sofía volvió a su caja. ¿Cómo hago todo sola? El golpe fue certero. Eduardo se levantó para irse. Espera. Lucía lo siguió fuera del puesto. Renunciaste a todo sí.
¿Por qué? Porque mi madre me dio a elegir entre su dinero y la posibilidad de ser feliz. Eduardo la miró directamente. Elegí la posibilidad. Eso es estúpido. Probablemente. Eduardo sonrió triste. Pero es mi estupidez. ¿Y ahora qué? ¿Esperas que te perdone porque renunciaste a millones? No. Eduardo sacó un sobre de su bolsillo. Espero que algún día puedas confiar en mí de nuevo. Mientras tanto, esto es tuyo.
No quiero tu dinero. No es dinero. Le dio el sobre. Es un contrato de distribución. Mi startup necesita un proveedor de alimentos para los empleados. Pensé en tu puesto, Eduardo. Es negocio real. precios de mercado sin favoritismos. Se alejó. Mi abogado te contactará para los detalles. Espera, Lucía lo llamó. ¿Por qué? Eduardo se volvió.
Porque aunque no pueda estar con ustedes, puedo asegurarme de que estén bien. Es lo único que me queda para dar. Se fue dejando a Lucía con el sobre. Adentro, un contrato legítimo que aseguraría ingresos estables por 2 años, suficiente para el Colegio de Sofía. Medicinas. tal vez hasta mudarse a un lugar mejor. Mamá, Sofía apareció.
¿Por qué dejaste que se fuera? Es complicado. No. Sofía la miró con decepción. Es simple. Él te quiere, tú lo quieres. Yo los quiero a ambos. Solo tú lo complicas. A veces la verdad más dura venía en palabras de 8 años. Esa noche, mientras Sofía dormía abrazando su laptop nueva, Lucía releyó el contrato.
En la última página, una nota escrita a mano, no es caridad, es esperanza de que algún día me dejes demostrar que mis sentimientos fueron reales desde el momento que me tiraste ese mango. Con amor, real, no comprado, no investigado, solo real. Eduardo. Por primera vez en tres semanas Lucía lloró, pero no de tristeza. de posibilidad.
El mercado abría a las 5 de la madrugada, pero Lucía llegaba a las 4 para preparar todo. Era su rutina desde hace 5 años. Café instantáneo, acomodar fruta, fingir que el vacío en su pecho era normal. Llevaba una semana desde que Eduardo dejó el contrato. Una semana revisando cada palabra, buscando trampas. No había ninguna, solo un negocio limpio que la salvaría financieramente.
Buenos días. La voz la sobresaltó. Eduardo estaba ahí, jeans gastados, camiseta simple, cargando cajas de mangos, como si fuera un trabajador más, no el heredero que había sido. El mercado está cerrado. Lo sé. Dejó las cajas. Vine a ayudar. No necesito tu ayuda. Lo sé también.
empezó a sacar mangos, revisando cada uno como ella le había enseñado sin darse cuenta. Pero aquí estoy, Eduardo, tres semanas sin verte y me di cuenta de algo. Acomodaba la fruta con cuidado. Extraño esto. El olor a fruta fresca, el ruido de los vendedores llegando, tu cara de concentración cuando calculas el cambio. No puedes estar aquí.
¿Por qué la miró? Ya no soy millonario, no soy heredero, soy solo un desempleado con una startup que tal vez funcione. Eres el hombre que me investigó. Sí, no lo negó y me arrepiento cada día. Eres el hombre que manipuló a mi hija. No, eso sí lo negó. Todo con Sofía fue real. Cada momento, Lucía quiso discutir, pero las ojeras de Eduardo, sus manos torpes con los mangos, su presencia tan disminuida, la desarmaron.
¿Por qué estás aquí realmente? Eduardo sacó su cartera, de ella papeles doblados, los dibujos de Sofía, todos los que había hecho en tres semanas. Familias tachadas, “Los maestros me los dan”, confesó. Soborno al conserje con programas de computación para sus hijos. Eso es acoso. Es preocupación. Desdobló uno. Mira, este era diferente. Tres figuras tomadas de la mano, pero sin tachar.
En la esquina palabras en la letra irregular de Sofía, la familia que quiero. Lo hizo ayer. Eduardo guardó los dibujos. Después de que empezó el curso de programación, me mandó un video mostrándome su primer código. No debiste darle tu número. No se lo di. Ella lo programó para que apareciera después de la tercera lección. Sonríó. Es brillante como su madre. Eduardo. Sé que no confías en mí. Volvió a acomodar mangos.
Sé que la pero Lucía, renuncié a todo. No por gesto romántico. Lo hice porque prefiero una posibilidad contigo que una certeza sin ti. Las palabras bonitas no arreglan lo que hiciste. No, sacó su teléfono. Pero tal vez esto sí. le mostró un email. Era de su madre, Carmen, fechado hace dos días. Eduardo, sé que no me perdonarás esto fácilmente, pero necesito decirte la verdad.
Ordené esa investigación sin tu conocimiento completo. Le dije a Raúl que necesitabas información completa. Agregué el perfil psicológico, los detalles invasivos. Tú solo pediste verificar que no tuviera antecedentes criminales, como haces con todos los proveedores. Manipulé todo porque tenía miedo de perderte, pero al alejarte de la única mujer que te ha hecho feliz, te perdí de todas formas.
Paloma me contó la verdad. Nunca estuviste en su departamento esa noche. Ella mintió por el dinero que le ofrecí para salvar el negocio de su padre. No te pido perdón. Solo te pido que no dejes que mi amargura destruya tu oportunidad de ser feliz. Tu madre, que pese a todo te ama. Lucía leyó tres veces. Es real.
Tan real como que estoy aquí a las 4 de la madrugada aprendiendo a elegir mangos. Tu madre admitiendo errores. El apocalipsis debe estar cerca. Eduardo intentó bromear. Lucía, no te pido que me ames. Solo te pido una oportunidad de demostrarte quién soy realmente y quién eres. Un hombre que se enamoró de una vendedora valiente, que adora a su hija, que prefiere mangos aplastados en la cara a cenas con langosta.
se acercó, que lleva tres semanas sin dormir porque su cama huele a vacío. Eduardo, que programó 50 lecciones de computación con videos personalizados para Sofía, que aprendió a hacer quesadillas porque es su comida favorita, que su voz se quebró, que está perdidamente enamorado y no sabe cómo arreglarlo. Lucía sintió sus defensas caer. Yo tampoco sé dormir. Sofía me encuentra en el sofá cada mañana, admitió. Dice que busco algo en sueños. ¿Qué buscas a ti.
La confesión salió como suspiro. Los busco a ambos. La familia que fuimos por cinco días. Eduardo se acercó más. Podemos ser eso otra vez. Tengo miedo. Yo también. Tomó su rostro. Pero más miedo tengo de vivir sin ustedes. Si te dejo entrar otra vez y nos abandonas.
No soy Jorge, no soy tu padre, no soy ninguno de los que te dejaron. Sus pulgares limpiaron lágrimas que ella no sabía que caían. Soy el idiota que renunció a millones por la posibilidad de despertarse con olor a mangos cada mañana. Odias el olor a mangos. Mentira, sonrió. Es mi olor favorito desde que me lo aventaste. Lucía quiso resistir, quiso protegerse, pero entonces vio la foto en el celular de Eduardo desbloqueado en su mano.
Era ella y Sofía dormidas en el sofá el viernes de películas. Las había fotografiado con tanto amor que dolía verlo. También guardé fotos. Sacó su celular del evento escolar. Le mostró la carpeta. 50 fotos de Eduardo y Sofía riendo, corriendo, bailando, cada una capturada con el corazón de una madre viendo a su hija completa. Éramos hermosos juntos. Eduardo miró las fotos.
Sí, podemos serlo otra vez. ¿Cómo sé que es real esta vez? Eduardo se arrodilló entre las cajas de fruta. Porque esta vez no hay dinero de por medio, no hay tratos. Solo yo, rogándote que me dejes amarlas. Levántate, pareces telenovela. Me vale. No se movió. Lucía Cervantes, ¿me das otra oportunidad? Los vendedores empezaban a llegar.
Doña Carmen, la de las flores, gritó, dile que sí, muchacha terca. Miguel, desde su puesto. Tres semanas de mal humor aguantamos, don Roberto, el de los dólares falsos. Hasta yo sé que ese hombre te ama. Ven. Eduardo seguía arrodillado. Hasta don Roberto lo sabe. Lucía miró alrededor. Su familia del mercado, los que la vieron sobrevivir sola 5 años, todos sonriendo, esperanzados.
Una condición, las que quieras. Sofía decide. Lucía lo ayudó a levantarse. Si ella te perdona, yo te perdono. Hecho. No será fácil. Está herida. Soy paciente. Eduardo entrelazó sus dedos. Esperé tres semanas. Puedo esperar lo necesario. Y tu empresa, tu familia. Mi startup está bien, pequeña, pero con potencial. Apretó su mano. Y mi familia son ustedes, si me aceptan.
Mamá, ¿por qué gritan? Sofía apareció en pijama, despeinada. La vecina que la cuidaba venía detrás disculpándose. Se despertó y no hubo quien la parara. La vecina se encogió de hombros. Sofía vio a Eduardo y se congeló. ¿Qué haces aquí? Vine a ayudar a tu mamá con los mangos. ¿Por qué? Porque es lo que hace la familia. Sofía lo estudió.
No somos familia. No. Eduardo se agachó a su nivel. Pero me gustaría que fuéramos. Me abandonaste. Tu mamá me pidió que me alejara. Tenía razones. ¿Qué razones? Hice cosas mal. La lastimé. Sofía miró a Lucía. Lo perdonaste. Tú decides, mi amor. Lo perdonamos. Sofía caminó hacia Eduardo. Lo miró seria.
¿Prometes no irte otra vez? Lo prometo. ¿Prometes enseñarme programación? Ya empecé. ¿No prometes hacer feliz a mi mamá? Con toda mi alma. ¿Prometes ser mi papá? La pregunta flotó en el aire. El de verdad no el prestado. Eduardo miró a Lucía pidiendo permiso. Ella asintió con lágrimas cayendo. Prometo ser tu papá, el de verdad, para siempre.
Sofía lo estudió un momento más, luego se lanzó a sus brazos. Te extrañé tanto. Yo también, pequeña, cada día. Los vendedores aplaudieron. Doña Carmen lloró abiertamente. Miguel gritó algo sobre descuentos en verduras para la boda. Eduardo se levantó con Sofía en brazos, extendió la mano a Lucía. ¿Vienes a dónde? A casa, a desayunar, a hacer familia. Lucía tomó su mano.
Primero terminamos de acomodar la fruta. Por supuesto, Eduardo Río, prioridades. Trabajaron juntos los tres. Sofía clasificando limas, Eduardo cargando cajas, Lucía dirigiendo. Los otros vendedores ayudaron, convirtiendo la apertura del puesto en celebración. A las 7, con todo listo, caminaron hacia el departamento.
Sofía entre ellos, una mano en cada uno, saltando cada tres pasos. ¿Saben? Sofía miró hacia arriba. Carmen de mi salón va a estar tan celosa. Tengo el papá más cool. No soy tu papá todavía. Legalmente eso se arregla. Sofía lo dijo casual. Te casas con mamá y ya. Sofía. Lucía se ruborizó. ¿Qué? Es lógico. Sofía siguió saltando. Se aman. Yo los amo. Somos familia.
Solo falta el papel. Eduardo miró a Lucía sobre la cabeza de Sofía. La niña tiene razón. Eduardo Castel, si esa es tu propuesta de matrimonio, no. Río, cuando te proponga matrimonio será épico. Mariachis, fuegos artificiales, el mercado completo de testigo. Suena horrible. Entonces será privado. Solo nosotros tres.
Mejor subieron las escaleras oxidadas, el mismo camino que Eduardo había subido esa primera vez, pero ahora diferente. Ahora era camino a casa. Tengo hambre. Sofía anunció. Yo cocino. Eduardo ofreció. ¿Sabes cocinar? Lucía arqueó una ceja. Aprendí en tres semanas. YouTube es maravilloso. ¿Qué aprendiste? Quesadillas. Sopa de fideo, mangos en 50 formas diferentes.
Odias los mangos, eso es lo que tú crees. Entró a la cocina como si fuera suya, Sofía. Tortillas o pan. Tortillas. Mientras Eduardo cocinaba torpemente con Sofía como asistente, Lucía los observó desde la puerta. Su cocina pequeña nunca se había sentido tan llena, no de gente, sino de promesas cumplidas.
Su celular vibró. Carmen Castel, cuida bien de mi hijo y bienvenida a la familia, aunque no te lo merezcas. PD. Sofía, puede llamarme abuela cuando estés lista. Lucía río. El Apocalipsis definitivamente estaba cerca. Qué gracioso. Eduardo la abrazó por detrás. Tu madre me dio la bienvenida. En serio, a su manera torcida. Sí.
Eduardo la giró en sus brazos. Entonces, ¿somos oficiales, somos algo, algo como qué? Como una familia. Sofía los interrumpió. Una rara, complicada, pero nuestra. Esa noche, después de que Sofía se durmiera, tardó horas de pura emoción, Eduardo y Lucía se sentaron en el sofá pequeño. No va a ser fácil, Lucía, advirtió. Nada que vale la pena lo es.
Tu mundo y el mío son el mismo ahora. La besó suave. Mi mundo eres tú. Eso es Cursy. Te encanta un poco. Se besaron en el sofá como adolescentes, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, como si las tres semanas de separación necesitaran ser borradas con caricias. Cuando finalmente se separaron sin aliento, Eduardo la miró con intensidad que quemaba.
Te amo, Lucía Cervantes. Con investigación, sin investigación, con mangos o sin ellos. Yo también te amo, Eduardo Castell, millonario o pobre, con madre loca incluida. Se amaron esa noche con la desesperación de los que se encontraron después de perderse, con la certeza de los que eligieron contra todo pronóstico, con la pasión de lo real, no comprado, no fingido.
Al amanecer, Eduardo despertó con Sofía entre ellos, habiendo migrado en la noche. “Ahora sí eres mi papá”, preguntó Somnolienta. “Ahora sí soy tu papá.” Bien, se acurrucó más. “No te vayas jamás.” Y por primera vez en mucho tiempo, los tres creyeron en el jamás. Un año después, el mercado seguía oliendo a mangos y esperanza, pero ahora también olía a café de verdad, porque Eduardo había instalado una máquina profesional en el puesto expandido de Lucía. Papá, mira.
Sofía corría entre los puestos con su tablet. Gané el primer lugar. Eduardo la atrapó en el aire girándola. Sabía que lo lograrías. ¿Qué dijo el jurado sobre tu app? Que era innovadora para una niña de 9 años. Sofía brillaba de orgullo. La app que conecta vendedores del mercado con clientes fue revolucionaria.
Eso es porque eres brillante. Lucía llegó cargando cajas de fruta fresca. ¿Cómo tu papá? Todavía se sentía extraño y perfecto decirlo. Papá. Eduardo había iniciado los trámites de adopción hace 6 meses. Jorge nunca contestó las notificaciones legales. Su abandono final se convirtió en la libertad de Sofía.
¿Cómo va Smart Market? Lucía preguntó sobre la startup de Eduardo. Cerramos el trato con los supermercados locales. Eduardo ayudó con las cajas. Tu sistema de inventarios fue clave. El puesto de Lucía ahora ocupaba tres espacios, no por caridad o dinero de Eduardo, sino por su propio esfuerzo.
El contrato de distribución inicial se había convertido en una red de clientes corporativos que valoraban la calidad y frescura. Eduardo asesoraba, pero Lucía tomaba todas las decisiones. Buenos días, familia. Miguel saludó desde su puesto expandido también. Listos para el gran día. No empieces. Lucía se ruborizó. Qué gran día. Una voz fría cortó el ambiente.
Carmen Castel estaba ahí, impecable como siempre, pero con algo diferente, humildad en sus ojos. Señora Castel. Lucía mantuvo la voz neutral. Carmen, por favor. La mujer mayor tragó su orgullo. Vengo a Es decir, abuela Carmen viene a mi presentación de la escuela. Sofía anunció. La invité. Sofía, ¿qué? Eduardo miró a su hija con sorpresa. Es tu mamá.
Sofía se encogió de hombros con esa simplicidad devastadora de los niños. Las familias se perdonan. Carmen parpadeó rápidamente conteniendo lágrimas. La niña me escribió con código. Hackeó mi correo empresarial para enviarme la invitación. Sofía. Lucía la regañó. Fue educada. Sofía se defendió y funcionó. Es ilegal.
Eduardo trató de mantenerse serio, pero su orgullo era evidente. Es ingenioso. Carmen corrigió. Como su padre, un silencio incómodo cayó. Había pasado un año, pero las heridas seguían sensibles. Paloma se casó. Carmen soltó de repente. Con tu primo Roberto. Lo sé. Eduardo no mostró emoción. Están miserables. Ella por el dinero, él por el estatus.
Carmen miró a Lucía. Yo los empujé a eso, Carmen. Lucía comenzó. No. La matriarca levantó la mano. Déjame terminar. Pasé un año sola en esa casa enorme, sin mi hijo, sin nieta. Su voz se quebró. Entendí lo que le hice a mi esposo, lo alejé de todo y luego lo lloré por morirse solo. Mamá. Eduardo se acercó. Tenías razón. Carmen lo miró. Elegiste amor sobre dinero y mírate.
Tu empresa crece. Tienes una familia. Eres feliz. Miró alrededor del mercado. Más feliz aquí entre frutas que nunca en nuestras galas. Siempre puedes visitarnos. Sofía tomó su mano. Si prometes ser buena. Carmen rió. Aguado, pero real. Lo prometo. Bien. Sofía la jaló. Ven a ver mi código. Abuela Carmen.
¿Sabías que las computadoras hablan en números? Mientras Sofía arrastraba a Carmen hacia su oficina, una mesa junto al puesto, Lucía se acercó a Eduardo. ¿Estás bien? Sí. La abrazó. Es raro, pero bien. Tu hija es peligrosamente sabia. Nuestra hija. Eduardo corrigió. En dos horas será oficial. No me recuerdes. Estoy nerviosa. La mujer que me enfrentó con mangos está nerviosa por una boda civil.
No es la boda. Lucía se mordió el labio. Es que todo es demasiado perfecto. Me da miedo. Eduardo la giró hacia él. Oye, lo perfecto no existe, pero lo nuestro con sus imperfecciones es real. Incluso con tu madre aquí, especialmente con ella aquí. Besó su frente. Es familia complicada, difícil, pero familia.
Oigan, tortolitos. Doña Carmen de las Flores gritó. El juez llegó. El mercado entero se había preparado. Guirnaldas de papel picado colgaban entre los puestos. Cada vendedor había contribuido algo, flores, comida, música. Era una boda del mercado para el mercado. Lista, Eduardo ofreció su brazo.
¿Contigo? Lucía sonrió. Siempre. La ceremonia fue simple. El juez, amigo de Miguel, ofició entre los puestos de fruta. Sofía como testigo principal, sosteniendo los anillos en una caja de mangos decorada. Carmen llorando discretamente en primera fila. Los vendedores vitoreando cada así acepto. Por el poder que me confiere el estado de Jalisco, los declaro marido y mujer. El juez sonríó.
Puede besar a la novia. Eduardo la besó entre aplausos y silvidos. Un beso que sabía a mangos, a lucha, a elección diaria de amarse. Ahora sí somos familia oficial. Sofía brincó entre ellos. Siempre fuimos familia. Eduardo la cargó. Ahora solo tenemos el papel. La fiesta duró hasta la noche.
Baile entre los puestos, tacos de todos los vendedores, mariachis pagados por Carmen como regalo sorpresa. Eduardo bailó con Lucía mientras Sofía programaba música en su tablet. ¿Sabes qué es lo mejor de todo esto? Lucía apoyó su cabeza en su pecho. ¿Qué? ¿Que no es un cuento de hadas? No. Eduardo la giró. No, es mejor. Lo miró. Es real.
con investigaciones invasivas, madres controladoras, ataques de asma y mangos en la cara. No olvides el sexo increíble. Eduardo le pegó jugando. Sofía puede oír. Está programando con mi madre. Nada la distrae cuando programa. Miraron hacia donde Carmen ayudaba a Sofía con un código, ambas concentradas.
La imagen era surreal y perfecta. Te amo, señora Castel. Eduardo la acercó. Prefiero Cervantes de Castel. Lucía sonrió. Oh, vendedora de mangos, como gustes. Te amo, vendedora de mangos, que me conquistó a frutazos. Se besaron de nuevo mientras el mercado celebraba. Su mundo, su gente, su familia elegida.
Don Roberto se acercó con un sobre. Regalo de bodas. Don Roberto, no acepto sus dólares falsos. Lucía Río. Estos son reales. Guiñó. Verificados por el mismo Eduardo. Todos rieron. hasta Carmen, quien empezaba a entender que la riqueza real no se contaba en millones, sino en momentos como este.
Más tarde, ya en su departamento, Eduardo se había mudado oficialmente hace tres meses, miraron dormir a Sofía. Somos una familia. Lucía todavía sonaba asombrada. La mejor familia rara del mundo, con suegra incluida. Ahora sobreviviremos. Eduardo la abrazó. Sobrevivimos a todo lo demás. ¿Te arrepientes de algo? Sí.
Eduardo fue honesto de no haberte tirado mangos de vuelta el primer día. Lucía Río. Idiota, tu idiota. Mi idiota, confirmó. Se durmieron así, entrelazados, completos, no perfectos, pero reales. No un cuento de hadas, pero sí una historia de amor, de los que eligen cada día, de los que construyen entre mangos y código, de los que encuentran familia donde menos esperan. A la mañana siguiente, Eduardo llegó al mercado a las 4, como cada día.
Ayudó a Lucía con los mangos mientras Sofía dormía un poco más antes de la escuela. Feliz, Lucía preguntó mientras acomodaban frutas. Tanto que asusta. A mí también, pero el miedo está bien. Eduardo la besó. Significa que tenemos algo que perder y todo que ganar. El sol salió sobre el mercado, iluminando su puesto, su mundo, su elección diaria de amarse entre frutas y verduras, códigos y sueños, mangos y promesas cumplidas.
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