Necesito una esposa ahora. ¿Vienes?”, le dijo el millonario a la sirvienta. Lo que ella hizo. Ella solo quería terminar de arreglar la mesa del comedor cuando escuchó esas palabras que cambiarían su vida para siempre. Beatriz Castro dejó de doblar la servilleta de lino y miró a Javier Morales, su jefe, desde hacía 3 años.
El hombre de 42 años estaba parado en la puerta del comedor de su mansión en Polanco, en la ciudad de México, con una expresión que ella nunca había visto antes. Parecía desesperado. ¿Qué dijo, señor?, preguntó Beatriz, todavía sosteniendo la servilleta. Necesito una esposa ahora. ¿Vienes?, repitió Javier pasándose la mano por el cabello oscuro, ya con canas en las cienes.
Sé cómo suena esto, Beatriz, pero no tengo a nadie más en quien confiar. Beatrice tenía 35 años y trabajaba como ama de llaves en la casa de Javier desde que se separó de su esposo. Era una mujer sencilla, con el cabello castaño, siempre recogido en un chongo, que criaba sola a su hija adolescente. Nunca imaginó que un día su jefe le haría una propuesta como esa.
“Señor Morales, creo que no entendí bien”, dijo ella colocando la servilleta sobre la mesa. Javier suspiró y caminó hacia la ventana que daba al jardín. Afuera, la lluvia típica de octubre en la capital mexicana comenzaba a caer sobre los árboles bien cuidados. “Mi papá está muriendo”, dijo sin voltear.
“Los doctores dicen que le quedan pocos días y hay una condición en la herencia.” “¿Qué tipo de condición?”, preguntó Beatriz sintiendo una curiosidad genuina por el hombre que, aunque era su jefe, siempre la había tratado con respeto. Necesito estar casado para heredar la empresa familiar. Si no lo estoy, todo se lo queda a mi hermano Felipe, que está en España explicó Javier, finalmente volteando para mirarla.
Es una regla antigua del testamento de mi abuelo. Mi papá nunca la cambió. Beatriz sintió que el corazón se le aceleraba. Conocía la historia de la familia Morales por los tres años que llevaba trabajando ahí. Sabía que Javier se había divorciado hacía cinco años de una mujer llamada Carmen, que lo dejó por un hombre más joven.
También sabía que no había vuelto a tener una relación seria con nadie. ¿Pero por qué yo? Preguntó todavía intentando entender la situación. Porque eres la única persona en la que confío completamente, respondió Javier acercándose a ella. Y porque tiene que ser alguien que mi papá apruebe. Siempre habla bien de ti cuando viene aquí.
Beatriz recordó al señor Eduardo Morales, un hombre de 78 años que visitaba a su hijo una vez al mes. Siempre la saludaba con cortesía y elogiaba sus empanadas. Esto es una locura, murmuró ella. Lo sé, admitió Javier. Pero sería solo en papel, un matrimonio de negocios. seguirías teniendo tu vida, tu independencia y yo te pagaría lo suficiente para que nunca más tengas que preocuparte por dinero.
Beatriz pensó en su hija Sofía, de 16 años, que soñaba con estudiar medicina. Pensó en las deudas que se acumulaban y en los sueños que había guardado en un cajón desde hacía mucho tiempo. Necesito pensarlo dijo ella. Tengo hasta el viernes respondió Javier mirando su reloj. Son solo tres días. Esa noche, Beatriz llegó a su pequeño departamento en la colonia Roma Norte con el corazón todavía acelerado.
Sofía estaba en la mesa de la cocina estudiando matemáticas. “¿Cómo estuvo el trabajo, mamá?”, preguntó la chica levantando la mirada del cuaderno. “Normal”, mintió Beatriz sirviéndose un vaso de agua, pero nada estaba normal y sabía que tendría que tomar la decisión más difícil de su vida. A la mañana siguiente, Beatriz despertó antes de que sonara el despertador.
Había pasado toda la noche pensando en la propuesta de Javier, dando vueltas en la cama, imaginando todas las posibilidades. Llegó a la mansión en Polanco a las 7 de la mañana. Como siempre, Javier ya estaba en la cocina tomando café y leyendo el periódico Reforma. Cuando la vio entrar, dobló el periódico y la miró con expectativa.
“Buenos días”, dijo él. “Buenos días, señor Morales”, respondió Beatriz amarrándose el mandil a la cintura. “¿Dormiste bien?”, preguntó Javier, aunque por la expresión de ella sabía que la respuesta era no. Pensé mucho en su propuesta, dijo Beatriz empezando a preparar el desayuno. Tengo algunas condiciones.
Javier sintió un alivio inmediato. Si estaba hablando de condiciones, significaba que aceptaría. Dime, respondió. Primero, mi hija no puede saber que es un matrimonio de negocios. Para ella tiene que parecer real, dijo Beatriz rompiendo huevos en un tazón. Sofía ya sufrió mucho con la separación de su papá.
No quiero que piense que su mamá hace esto solo por dinero. Entiendo, asintió Javier. Segundo, tienes que conocer a mi hija y ella tiene que aceptarte. Si Sofía no se siente cómoda, no lo haré, continuó Beatriz batiendo los huevos. Ella es la persona más importante de mi vida. Es justo, dijo Javier admirando la protección que Beatriz mostraba por su hija.
Tercero, cuando todo esto termine, cuando ya no necesites estar casado para conservar la empresa, quiero que nuestra separación sea amistosa. Nada de pleitos ni complicaciones, dijo sazonando los huevos. Hecho, respondió Javier. Algo más. Beatriz dejó de batir los huevos y lo miró directamente a los ojos. Quiero que me trates como esposa de verdad cuando estemos frente a los demás, con respeto y cariño, aunque sea de mentira, dijo.
No quiero pasar vergüenzas. Javier sintió algo extraño en el pecho al escuchar esas palabras. Durante tres años había observado a Beatriz trabajar en su casa. Era una mujer fuerte. dedicada que siempre hacía todo con perfección. Nunca la había visto como mujer hasta ese momento. “No pasarás vergüenzas”, prometió. Y en cuanto al pago, lo suficiente para pagar la carrera de medicina de Sofía, respondió Beatriz simplemente.
Esa tarde Javier fue con Beatriz a su departamento para conocer a Sofía. La chica era una versión joven de su madre. Los mismos ojos castaños expresivos, la misma sonrisa tímida, la misma determinación en la mirada. “Mucho gusto, Sofía”, dijo Javier extendiendo la mano. “Tu mamá habla mucho de ti.” “Gracias”, respondió Sofía estrechando su mano.
“Mi mamá dijo que se van a casar.” Beatriz le había contado a su hija que se había enamorado de su jefe y que habían decidido casarse. Era una mentira necesaria, pero le revolvió el estómago. Es verdad, confirmó Javier mirando a Beatriz. Tu mamá es una mujer muy especial. Sofía sonrió y Beatriz sintió un alivio enorme.
Su hija había aprobado a Javier. Al final de la tarde, mientras caminaban por la avenida Álvaro Obregón, Javier rompió el silencio. “Gracias”, dijo. “¿Por qué?”, preguntó Beatriz. “Por darme esta oportunidad. Sé que no debe ser fácil para ti”, respondió Javier. Beatriz dejó de caminar y lo miró. “Todos tomamos decisiones difíciles en la vida”, dijo.
Esta es la mía. Pero en el fondo de su corazón empezaba a preguntarse si esto era realmente solo por dinero o si había algo más que ni ella misma entendía aún. La ceremonia fue un jueves lluvioso en el Registro Civil de Miguel Hidalgo. Beatriz llevaba un vestido azul marino sencillo que había comprado en la calle Regina, en el centro de la ciudad.
Javier usaba un traje gris oscuro que resaltaba sus ojos verdes. Sofía estaba al lado de su madre sosteniendo un pequeño ramo de rosas blancas que había insistido en comprar. Los únicos otros presentes eran dos testigos que Javier había pedido a unos conocidos que asistieran. Javier Morales, ¿aceptas a Beatriz Castro como tu esposa? Preguntó el oficial del registro.
Acepto”, respondió Javier mirando directamente a Beatriz. Cuando llegó su turno, Beatriz sintió un nudo en la garganta. Por un momento, olvidó que esto era solo un negocio. “Beatriz Castro, ¿aceptas a Javier Morales como tu esposo?”, repitió el oficial. “Acepto”, susurró ella. Cuando Javier besó su frente al final de la ceremonia, Beatriz sintió una emoción que no esperaba.
Fue como si por unos segundos todo fuera real. Después de la ceremonia fueron a comer al restaurante Pujol en Polanco. Sofía estaba radiante platicando animadamente con Javier sobre sus planes para la universidad. Quiero ser pediatra”, contó comiendo el plato de mole que había pedido. “Es una profesión muy bonita,”, respondió Javier.
“Mi hermana es doctora, vive en España ahora.” “¿Tienes una hermana?”, preguntó Beatriz, dándose cuenta de que había mucho sobre Javier que no sabía. “Así es, confirmó él. Isabela, es dos años menor que yo, se fue de México después de graduarse y nunca regresó. ¿Por qué? Quiso saber Sofía. Javier se quedó callado un momento moviendo la comida en su plato.
Dijo que aquí no había espacio para que ella creciera, que la empresa familiar era solo para hombres, explicó. Tal vez tenía razón. Beatriz notó una tristeza en los ojos de Javier que nunca había visto antes. Esa noche, Beatriz regresó a casa como siempre. El matrimonio era solo en papel después de todo, pero cuando se acostó en la cama, no pudo dejar de pensar en cómo Javier la había mirado durante la ceremonia.
Al día siguiente, Javier recibió una llamada que lo cambió todo. “Papá”, contestó viendo el número del hospital en el teléfono. “Hijo, soy el Dr. Mendoza”, dijo la voz al otro lado. “Tu papá quiere verte. está preguntando si te casaste. Javier miró a Beatriz, que estaba ordenando los libros de la biblioteca.
Sí, me casé ayer, respondió. Entonces trae a tu esposa. Quiere conocerla oficialmente, dijo el doctor. Cuando colgó, Javier sintió el peso de la situación. Ahora tendría que presentar a Beatriz como su esposa verdadera ante un hombre que estaba muriendo. “Tenemos que ir al hospital”, le dijo a Beatriz. Mi papá quiere vernos.
Beatriz sintió un escalofrío. Era una cosa fingir ser esposa en papel, pero otra muy diferente era engañar a un hombre en sus últimos días de vida. Javier, no sé si pueda hacer esto, confesó. Por favor”, pidió él tomando su mano. “No puedo hacerlo solo.” Y en ese momento, Beatriz se dio cuenta de que estaba empezando a preocuparse por Javier de una manera que no había planeado.
“Dime, de qué ciudad y país estás viendo este video. Voy a leer todos los comentarios.” El Hospital Ángeles Pedregal estaba silencioso esa tarde de viernes. Beatriz caminó junto a Javier por los pasillos blancos, sintiendo las manos sudadas. Llevaba el mismo vestido azul marino del matrimonio porque Javier había dicho que a su papá le gustaría verla como novia de verdad.
Cuarto 312, murmuró Javier deteniéndose frente a una puerta entreabierta. Espera dijo Beatriz sujetándole el brazo. ¿Cómo debo comportarme? Sé tú misma, respondió Javier mirándola a los ojos. A mi papá siempre le has caído bien, solo necesitas ser mi esposa. Cuando entraron al cuarto, Eduardo Morales estaba acostado en la cama, conectado a algunos aparatos, pero sus ojos brillaron al verlos.
Javier, hijo dijo con voz débil, pero sonriendo. Y Beatriz, mi nueva hija. Beatriz sintió que el corazón se le apretaba. ¿Cómo podía engañar a ese hombre amable que siempre la había tratado con cariño? Hola, señor Eduardo dijo acercándose a la cama. Ahora me tienes que decir papá, dijo Eduardo extendiendo una mano temblorosa hacia ella. Ya eres de la familia.
Beatriz tomó su mano sintiendo que las lágrimas se le acumulaban en los ojos. “Siéntate aquí a mi lado”, pidió Eduardo dando un golpecito en el borde de la cama. Quiero saber todo sobre este matrimonio. Javier no me contó nada bien por teléfono. Beatriz miró a Javier, que le hizo una seña discreta para que siguiera.
Fue una decisión rápida, dijo sentándose en la silla junto a la cama. Nos dimos cuenta de que nos amábamos y no quisimos esperar más. Qué bueno. Sonrió Eduardo. ¿Sabes, Beatriz? Siempre quise que ustedes dos se juntaran. ¿Cómo así? preguntó ella sorprendida. Los últimos tres años cada vez que venía a visitar a Javier, él hablaba de ti, contó Eduardo, de tu dedicación, de tu hija, de lo bien que cocinas.
Y yo pensaba, este muchacho está enamorado y ni siquiera lo sabe. Javier sintió que el rostro se le calentaba. Era cierto que siempre hablaba de Beatriz con su papá, pero no se había dado cuenta de que lo hacía tanto. Papá, estás exagerando, dijo Javier. No estoy exagerando insistió Eduardo apretando la mano de Beatriz. Hija, vas a ser muy feliz con mi Javier.
Puede parecer serio, pero tiene un corazón enorme. Beatriz miró a Javier y por primera vez desde que aceptó la propuesta, vio al hombre detrás del empresario. Vio a alguien que amaba a su papá, que se preocupaba por sus empleados, que había tratado a su hija con cariño genuino. “Lo sé, papá”, respondió y se dio cuenta de que no estaba mintiendo del todo.
Ahora díganme, continuó Eduardo, ¿cuándo van a tener hijos? Sofía necesita hermanitos. Beatriz casi se atraganta y Javier rápidamente cambió de tema. “Papá, necesitas descansar”, dijo. “Volvemos mañana.” Cuando salieron del hospital, caminaron en silencio hasta el coche. La lluvia había parado y el sol de la tarde iluminaba las calles de la ciudad.
Gracias, dijo Javier antes de encender el coche. Tu papá es un hombre maravilloso, respondió Beatriz. No fue difícil ser cariñosa con él. Beatriz, necesito decirte algo dijo Javier volteando hacia ella. Lo que dijo mi papá es cierto. Realmente hablo mucho de ti con él. ¿Por qué? Preguntó ella sintiendo que el corazón se le aceleraba.
¿Por qué? Porque eres importante para mí. Más de lo que imaginé, admitió Javier. Estos tres años han sido los mejores de mi vida desde el divorcio y fue por ti. Beatriz sintió algo que no había sentido en mucho tiempo. Estaba empezando a enamorarse del hombre con el que se había casado por conveniencia. “Javier, esto lo complica todo”, susurró.
Lo sé, respondió él, pero ya no puedo fingir que esto es solo un negocio. Y en ese momento, en el estacionamiento del hospital, Beatriz se dio cuenta de que su vida había cambiado para siempre. Eduardo Morales falleció un martes de madrugada, tres semanas después del matrimonio. Beatriz estaba en casa cuando Javier llamó a las 5 de la mañana con la voz quebrada.
Se fue mientras dormía. dijo. Fue tranquilo. ¿Dónde estás?, preguntó Beatriz levantándose de la cama. En el hospital, respondió Javier. No quiero estar solo. Beatriz no lo pensó dos veces. Llamó a la vecina para que se quedara con Sofía y fue al hospital. encontró a Javier sentado en la sala de espera mirando al vacío. “Javier”, dijo sentándose a su lado.
Él la miró y sin decir nada apoyó la cabeza en su hombro. Beatriz sintió que su cuerpo temblaba y se dio cuenta de que estaba llorando en silencio. “Dijo que estaba orgulloso de mí”, murmuró Javier. dijo que estaba feliz de verme encontrar el amor verdadero. Beatriz sintió un dolor en el pecho.
Eduardo había muerto creyendo que su hijo había encontrado la felicidad. “Él te quería mucho”, dijo acariciando el cabello de Javier. “Y tú fuiste un buen hijo.” El funeral fue en la iglesia de San José, en la colonia del Valle. Beatriz estuvo al lado de Javier durante toda la ceremonia, tomándole la mano, recibiendo los pésames como una esposa de verdad.
Después del entierro, fueron a la casa de Javier. Sofía había insistido en ayudar a servir comida a las personas que vinieron a dar sus condolencias. “Tu hija es especial”, dijo Mercedes, la vecina de Eduardo, a Beatriz. Y ustedes son una pareja hermosa. Eduardo siempre decía lo feliz que estaba con este matrimonio.
Beatriz sonrió con tristeza. Cada elogio, cada palabra cariñosa sobre su matrimonio la hacía sentirse peor por estar mintiendo. Cuando todos se fueron, Javier, Beatriz y Sofía se quedaron solos en la sala. “Voy por mi mochila y nos vamos a casa”, dijo Sofía subiendo a buscar sus cosas. Javier y Beatriz se quedaron solos en el sillón.
El silencio se rompió cuando él habló. El abogado viene mañana para leer el testamento. Dijo, después de eso ya no tendremos que seguir con esta farsa. Está bien, respondió Beatriz, pero sintió una punzada en el corazón. Beatriz, dijo Javier volteando hacia ella. Estos últimos días cuidándome, siendo mi esposa, aunque fuera de mentira. significaron mucho para mí.
Para mí también, admitió ella. No quiero que nuestra amistad se pierda cuando esto termine, dijo Javier. Claro que no, respondió Beatriz, pero sabía que sería imposible porque ya no era solo amistad lo que sentía por él. Sofía bajó con su mochila y los tres salieron juntos. En el camino a casa, la chica que había estado callada todo el día, finalmente habló.
Javier, ¿vas a estar bien?”, preguntó mirándolo por el retrovisor. “Estaré bien, Sofía. Gracias por preocuparte”, respondió él sonriéndole por el retrovisor. “Es que ahora eres de la familia”, dijo Sofía simplemente. “Y la familia se cuida.” Beatriz sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Su hija se había encariñado con Javier de verdad.
¿Cómo le explicaría que todo había sido mentira? Esa noche, acostada en su cama, Beatriz tomó una decisión. No importaba qué pasara al día siguiente con el testamento. Necesitaba contarle la verdad a Sofía. Su hija merecía saber qué clase de madre era. Pero lo que Beatriz no sabía era que Javier, acostado en su cama vacía en la mansión de Polanco, había tomado una decisión muy diferente.
La lectura del testamento fue en la oficina de abogados Martínez y Asociados en la zona rosa. Beatriz llegó con una blusa blanca y una falda negra, sencilla pero elegante. Javier la esperaba en la recepción con un traje azul marino. “Buenos días”, dijo ella sentándose a su lado. “Buenos días”, respondió Javier notando que ella parecía tensa.
El abogado, el doctor Martínez, un hombre de unos 50 años con lentes de armazón grueso, entró a la sala con una carpeta. Buenos días, señor y señora Morales”, dijo sentándose detrás del escritorio. “Lamento mucho la pérdida del señor Eduardo.” “Gracias”, respondió Javier. “Bien, vamos al grano,” dijo el drctor Martínez abriendo la carpeta.
El testamento es claro. Como el señor Javier estaba casado al momento de la muerte de su padre, hereda el 60% de las acciones de la empresa Morales e Hijos, más la casa de Polanco y las propiedades en Cuernavaca. Javier suspiró aliviado. Había funcionado. El otro 40% es para su hermana Isabela en España continuó el abogado.
Y hay una cláusula interesante. ¿Qué cláusula? preguntó Javier. Si el matrimonio termina en los próximos dos años, las acciones pasan automáticamente a Isabela, explicó el doctor Martínez. Su papá realmente quería asegurarse de que encontraste el amor verdadero. Beatriz sintió un escalofrío. Dos años.
Tendrían que seguir casados por 2 años. Hay una cosa más, dijo el abogado sacando un sobre de la carpeta. Su papá dejó una carta para la señora Beatriz. Con manos temblorosas, Beatriz abrió el sobre y leyó la carta en silencio. Querida Beatriz, si estás leyendo esta carta es porque mi plan funcionó. Sí, querida hija, todo fue un plan mío.
Sabía que se amaban, pero eran demasiado tercos para admitirlo. La condición del matrimonio fue mi manera de empujarlos el uno al otro. Javier necesita a alguien como tú en su vida. Y tú mereces ser amada por alguien que ve lo especial que eres. Cuídense y sean felices. El amor verdadero es demasiado raro para desperdiciarlo. Con cariño, tu papá, Eduardo.
Beatriz terminó de leer y le pasó la carta a Javier. Cuando él terminó, la miró en silencio. Él lo sabía murmuró Javier. Todo el tiempo confirmó Beatriz. Salieron de la oficina. y caminaron por la calle Génova sin decir nada. La tarde estaba calurosa y las calles llenas de gente regresando del trabajo.
“Dos años”, dijo Javier finalmente. “Es mucho tiempo para fingir”, respondió Beatriz. ¿Quién dijo que sería fingir? Preguntó Javier deteniéndose. Beatriz lo miró confundida. “Beatriz, en estas últimas semanas me di cuenta de algo”, dijo Javier tomando sus manos. No quiero seguir fingiendo. Cuando cuidaste de mí en el hospital, cuando estuviste a mi lado en el funeral, cuando Sofía me llamó familia, me di cuenta de que ya somos una familia de verdad.
Javier comenzó Beatriz, pero él la interrumpió. Te amo dijo simplemente. No empezó como amor, pero se convirtió en eso y creo que tú sientes lo mismo. Beatriz sintió lágrimas en los ojos. Siento lo mismo, admitió. Pero Sofía, Sofía ya me acepta como papá y quiero serlo para ella, dijo Javier. Quiero ser tu esposo de verdad esta vez.
¿Estás seguro? Preguntó Beatriz. Nunca he estado tan seguro de algo en mi vida, respondió Javier, besando sus manos. Esa noche los tres cenaron en la casa de Javier. Sofía había preparado quesadillas. su especialidad y estaba emocionada porque había pasado otra prueba de matemáticas. “Mamá, ¿ya podemos vivir aquí?”, preguntó Sofía sin rodeos.
“Digo, ya están casados de verdad.” Beatriz y Javier se miraron y sonrieron. “¿Tú qué opinas?”, preguntó Javier a Beatriz. “Creo que es hora de empezar nuestra vida de verdad”, respondió ella. Sofía gritó de alegría y saltó a abrazarlos a los dos. Se meses después, Javier y Beatriz renovaron sus votos en una ceremonia pequeña en la iglesia de San José, la misma donde se habían despedido de Eduardo.
Esta vez no era por negocios ni conveniencia, era por amor verdadero. Sofía fue la madrina con un vestido rosa que había elegido especialmente para la ocasión. Cuando el padre preguntó si se aceptaban el uno al otro, las respuestas vinieron del corazón. Acepto, dijo Javier mirando a los ojos de Beatriz.
Acepto, respondió ella, sonriendo a través de las lágrimas de felicidad. Y cuando se besaron, fue como si sellaran no solo un matrimonio, sino un verdadero comienzo para los tres. A veces, lo que parece ser solo conveniencia puede convertirse en lo más real de nuestras vidas. Y a veces para encontrar el amor verdadero solo necesitamos tener el valor de decir acepto.
No solo para un matrimonio, sino para la posibilidad de volver a ser felices. Si te gustó esta historia, comenta abajo, compártela con tus amigos y suscríbete para escuchar las próximas. M.
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