Ninguna niñera resistía a los trillizos del millonario hasta que una madre soltera tocó a la puerta y todo cambió. Antes de comenzar, déjanos saber en los comentarios desde qué ciudad nos estás viendo. No, no queremos otra niñera, gritó Mateo, el mayor de los trillizos, mientras lanzaba su mochila

escolar contra la pared del elegante vestíbulo.
Diego Santander se pasó las manos por el cabello, sintiendo como las cienes le pulsaban con cada palabra de su hijo de 8 años. 12 niñeras en 8 meses”, pensó mientras observaba a Santiago esconderse detrás del sofá de cuero italiano y a Sebastián comenzar a llorar desconsoladamente. “¿Cómo llegamos

a esto, papá? ¿Prometiste que no habría más señoras raras en nuestra casa?”, protestó Santiago asomando apenas la cabeza.
Mentiste. El empresario de 35 años sintió que el nudo en su garganta se hacía más grande. Había construido un imperio inmobiliario desde cero. Había cerrado negocios millonarios con una sonrisa, pero estos tres pequeños lo tenían completamente derrotado. Niños, escúchenme, comenzó Diego, pero fue

interrumpido por el sonido del timbre. Ella está aquí. Su corazón se aceleró.
La candidata número 12, Sofía Morales, según su currículum, enfermera pediátrica de 32 años, madre soltera, necesitaba desesperadamente que esta funcionara, porque si no no quería ni pensar en la amenaza de su madre, Mercedes Santander, sobre enviar a los niños a un internado en Suiza.

No vamos a abrir”, declaró Mateo cruzándose de brazos con esa expresión desafiante que había heredado directamente de su difunta madre, Carmen. Diego cerró los ojos por un momento. Dos años. Habían pasado dos años desde que Carmen murió en ese maldito accidente automovilístico y él seguía sin saber

cómo manejar a sus hijos.
Durante los primeros meses, su suegra Esperanza y las niñeras habían logrado mantener cierto orden, pero hace 8 meses todo se descontroló cuando él había intentado salir con alguien. Los niños lo habían visto besando a una colega en la oficina y desde entonces era como si hubieran declarado la

guerra a cualquier mujer que se acercara a su familia. El timbre sonó de nuevo, esta vez con más insistencia.
Mateo, Santiago, Sebastián, dijo Diego con la voz más firme que pudo. Vamos a recibir a la señora Morales con respeto. ¿Entendido? ¿O qué? Lo retóateo. Nos vas a mandar con la abuela Mercedes. Al menos allá no nos mienten sobretra extrañas a la casa. Esas palabras se clavaron en el pecho de Diego

como dagas.


¿Cuándo se volvió tan difícil ser padre? Antes Carmen se encargaba de la disciplina mientras él trabajaba. Ahora se sentía como si estuviera navegando en un océano sin brújula. Se dirigió hacia la puerta principal de la mansión en las lomas, consciente de que tres pares de ojos lo seguían con una

mezcla de curiosidad y hostilidad. Por la ventana pudo ver a una mujer de cabello castaño oscuro, vestida con una blusa blanca sencilla y una falda azul marino.
Nada ostentoso, nada que gritara. Quiero impresionar al millonario. Eso ya era diferente. Al abrir la puerta, se encontró con unos ojos color miel que lo miraban directamente, sin la típica timidez o calculada coquetería que había visto en las otras candidatas. Buenos días, señor Santander.

Soy Sofía Morales”, dijo con una sonrisa genuina extendiendo la mano. “Lamento llegar 5 minutos tarde. El tráfico en reforma estaba imposible. Su acento tenía un leve dejo colombiano que le resultó reconfortante de alguna manera. “No se preocupe, pase, por favor”, respondió Diego estrechando su

mano. Notó que tenía callos en los dedos, manos que trabajaban, manos que sabían cuidar.
Sofía entró al vestíbulo e inmediatamente su atención se dirigió hacia los niños. Diego esperó la reacción usual. Sorpresa por el estado de caos, incomodidad por las miradas hostiles, o peor aún, esa sonrisa falsa y empalagosa que usaban para impresionarlo a él en lugar de conectar con sus hijos.

Pero Sofía simplemente se acuclilló hasta quedar a la altura de los niños, ignorando completamente el juguete roto que Sebastián había lanzado cerca de sus pies. “Hola”, dijo suavemente. “Me imagino que están cansados de conocer niñeras nuevas.” Mateo la miró con desconfianza. “¿Vas a decirnos que

todo va a estar bien y que seremos como una familia?” No, respondió Sofía sin dudarlo.
No te conozco lo suficiente para prometerte algo así, pero sí puedo decirte que no estoy aquí para reemplazar a nadie. Estoy aquí porque necesito un trabajo y tu papá necesita ayuda. Diego parpadeo, sorprendido. Honestidad directa, nada de promesas vacías. Santiago salió lentamente de detrás del

sofá.
¿Tienes hijos? Sí, una niña. Se llama Emma y tiene 6 años. Como ustedes, bueno, casi como ustedes. Sofía señaló a Sebastián. Tú debes ser un poquito mayor. Somos trillizos murmuró Sebastián secándose las lágrimas. Pero yo nací primero, 3 minutos antes que Santiago y cinco antes que Mateo.

Vaya, entonces eres el hermano mayor. Esa es una gran responsabilidad, dijo Sofía con seriedad, sin esa típica voz infantilizada que tanto odiaban los niños. Por primera vez en meses, Diego vio algo parecido al interés genuino en los ojos de sus hijos. Sofía se incorporó y lo miró. ¿Podríamos

hablar en privado, señor Santander? Él asintió y los condujo hacia su estudio, pero antes de cerrar la puerta, Mateo gritó, “Si piensas que vas a durar más que la señora Patricia, estás muy equivocada.” Sofía se detuvo y se volvió hacia él.
“¿Cuánto duró la señora Patricia?” Dos semanas”, respondió Santiago con orgullo. “Bueno,” dijo Sofía pensativamente, “nonces tendré que esforzarme para al menos llegar a tres.” Diego no pudo evitar sonreír ligeramente al ver la expresión de confusión en las caras de sus hijos. Esta mujer era

diferente. Una vez en el estudio, Sofía tomó asiento sin esperar a que la invitaran y fue directa al punto.
Señor Santander, antes de que me cuente sobre el trabajo, necesito que sepa algo. Estoy desesperada. Perdí mi empleo en el hospital infantil hace 3 meses cuando recortaron el presupuesto del área de pediatría y tengo una hija que mantener. Si me contrata, va a ser porque genuinamente puedo ayudar a

sus hijos. No porque tenga muchas opciones.
Diego se sentó frente a ella, impresionado una vez más por su franqueza. ¿Puedo preguntarle por qué se especializa en pediatría? Los ojos de Sofía se ensombrecieron ligeramente. Mi esposo murió cuando Emma tenía un año. Un accidente de tránsito. Después de eso, supongo que entender el dolor de los

niños se volvió algo personal para mí. Ella entiende la pérdida, pensó Diego.
Entiende lo que significa criar un hijo solo. Señora Morales, debo advertirle que mis hijos no han sido fáciles. La última niñera renunció después de que pusieran pegamento en su café. ¿Funcionó?, preguntó Sofía con una sonrisa traviesa. Diego la miró sorprendido. Perdón, el pegamento.

¿La niñera se pegó los labios o solo escupió el café? Por primera vez en meses, Diego soltó una carcajada genuina. Solo escupió el café, pero fue suficiente para que empacara sus cosas inmediatamente. Entonces sus hijos no son crueles, solo son creativos y están dolidos dijo Sofía. Eso puedo

manejarlo. En ese momento, un estruendo vino del vestíbulo, seguido de risas y gritos.
Diego suspiró y se levantó, pero Sofía lo detuvo con un gesto. “Permítame”, dijo dirigiéndose hacia la puerta. Después de todo, esta es mi entrevista de trabajo. Sofía salió del estudio y se encontró con un escenario que habría hecho huir a cualquier niñera normal.

Los cojines del sofá estaban esparcidos por el suelo, había juguetes por todas partes y los trilliizos habían construido lo que parecía ser una fortaleza usando las sillas del comedor. “Es nuestro castillo”, gritó Mateo desde dentro de la improvisada estructura. “Y tú no puedes entrar.” Diego

apareció detrás de Sofía claramente avergonzado. “Niños, esto es inaceptable.
Recojan todo ahora mismo, ¿no?, respondieron los tres al unísono. Sofía observó la escena con calma y luego hizo algo que sorprendió a todos. Se sentó en el suelo y comenzó a aplaudir lentamente. “Impresionante construcción”, dijo con admiración genuina. “¿Cuánto tiempo les tomó?” Los niños se

asomaron por los huecos de su fuerte, confundidos por la reacción.
No, no nos vas a regañar, preguntó Santiago cauteloso. ¿Por qué habría de regañarlos? Es evidente que saben trabajar en equipo y que tienen habilidades de ingeniería. Sofía se acercó un poco más. Pero tengo curiosidad, ¿esto es parte de su estrategia para espantar niñeras o realmente necesitaban un

refugio? Sebastián, el más sensible de los tres, bajó la guardia primero.
Es es nuestro lugar seguro. Cuando papá se pone triste por mamá, nosotros nos escondemos aquí. Diego sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Cuántas veces había llorado sin darse cuenta de que sus hijos lo estaban viendo. Sofía asintió comprensivamente. Todos necesitamos un

lugar seguro. ¿Saben qué? Cuando Emma tiene pesadillas, construimos fortalezas con las sábanas.
Dice que los monstruos no pueden entrar si hay suficientes almohadas. “Tu hija también tiene pesadillas?”, preguntó Mateo, su hostilidad disminuyendo ligeramente. A veces, especialmente cuando extraña a su papá. Los tres niños intercambiaron miradas. Era la primera vez que una adulta admitía que

los niños podían sentir cosas complicadas sin intentar arreglarlas inmediatamente.
“Tengo una propuesta”, continuó Sofía. “Me dejan quedarme esta tarde para conocerlos mejor y a cambio les enseño cómo hacer que su fortaleza sea aún mejor. Mi papá era arquitecto antes de que se enfermara y me enseñó algunos trucos.” Diego la miró sorprendido. No había mencionado a su padre enfermo

en la entrevista, pero ahí estaba otra persona en su vida que enfrentaba pérdidas.
¿En serio sabes hacer fortalezas?, preguntó Santiago asomándose más. ¿Conoces el secreto de los nudos que no se deshacen?, añadió Sofía con aire misterioso. Eso selló el trato. Los tres niños salieron de su escondite, todavía cautelosos, pero claramente intrigados. Tres horas después, el vestíbulo

se había transformado en una elaborada ciudad de mantas y cojines.
Sofía había logrado que los niños trabajaran juntos de una manera que Diego no había visto en meses. Más impresionante aún, había establecido reglas sin que se sintieran como castigos. “Okay, el último toque”, dijo Sofía, ayudando a Sebastián a atar una esquina. Pero antes de declarar oficialmente

abierta la ciudad Santander, necesitamos limpiar los alrededores. Un buen arquitecto siempre limpia su área de trabajo.
Para sorpresa de Diego, los niños comenzaron a recoger los juguetes sin protestar. “Psicología inversa, pensó. Convirtió la limpieza en parte del juego. Su teléfono sonó. Era Mercedes, su madre. Diego querido, ¿cómo va la entrevista con la nueva candidata? Por favor, dime que esta va a funcionar

porque ya hablé con el Instituto Internacional de la Usana y pueden recibir a los niños el próximo trimestre. Mamá, después hablamos.
La cortó Diego, viendo cómo Sofía le enseñaba a Mateo a hacer un nudo marinero. Todavía estamos en proceso. Espero que no sea otra de esas mujeres que solo quieren cazarte, hijo. Los niños necesitan disciplina. No una madrastra joven buscando fortuna. Diego colgó frustrado. Su madre había perdido

toda paciencia con sus nietos después del incidente del pegamento en su casa el mes pasado.
Señor Santander, lo llamó Sofía, podría ayudarnos con esta esquina. Necesitamos a alguien alto. Mientras Diego ayudaba a sostener una manta, Sofía le susurró, sus hijos no son malos, están aterrorizados. Cada vez que alguien nuevo entra a su vida, tienen miedo de que usted se vaya también. Por eso

atacan antes de que puedan ser abandonados.
Las palabras de Sofía lo golpearon como una revelación. ¿Era tenían miedo de que él los abandonara? ¿Cómo lo sabe?, preguntó en voz baja. Porque Emma hace lo mismo cuando siente que alguien se va a ir. Los niños que han perdido a uno de sus padres desarrollan un radar muy sensible para el abandono.

En ese momento, Sebastián se acercó corriendo. Sofía, puedes quedarte a cenar.
Papá hace unos espaguetti terribles, pero podemos pedir pizza. Diego sintió una mezcla de vergüenza y diversión. Oye, mis espaguetti no son tan malos. Sí lo son, papá, dijeron los tres niños al unísono haciendo reír a Sofía. Me encantaría quedarme, pero tengo que recoger a Emma de la escuela

respondió Sofía. Pero si su papá está de acuerdo, mañana Emma y yo podríamos venir a almorzar y les enseño a hacer arepas colombianas. Son mucho mejores que los espaguetti quemados. “Sí”, gritaron los niños.
Diego miró el reloj. Eran las 5 de la tarde. Sofía había pasado toda la tarde con sus hijos sin cobrar, sin quejas, y había logrado algo que él creía imposible. Los había visto felices. “Señora Morales, el trabajo es suyo si lo quiere.” Sofía sonrió, pero había algo de preocupación en sus ojos.

Señor Santander, hay algo más que debe saber antes de que tome una decisión final. Emma, viene conmigo o no vengo.
No tengo con quién dejarla después de la escuela y no puedo pagar una niñera para cuidar a mi hija mientras yo cuido a los suyos. Diego sintió a sus hijos tensarse a su lado. Aquí viene la verdadera prueba, pensó. Emma. ¿Sabe jugar fútbol?, preguntó Mateo de repente.

“Un poco”, respondió Sofía sorprendida por la pregunta. “¿Le gustan los videojuegos?”, añadió Santiago. “Más o menos.” “¿Sabe hacer pulseras?”, fue la pregunta final de Sebastián. Esa es su especialidad. Los tres niños se miraron entre ellos, tuvieron una de esas conversaciones silenciosas que solo

los hermanos entienden. Y finalmente, Mateo habló.
Está bien, Emma puede venir, pero si llora mucho o rompe nuestras cosas, se tiene que ir. Sofía miró a Diego con una sonrisa que iluminó toda la habitación. Eso significa que empiezo mañana. Eso significa que empieza mañana, confirmó Diego, sintiendo por primera vez en meses que tal vez, solo tal

vez, las cosas podrían mejorar.
Cuando Sofía se fue, los niños se quedaron hablando emocionados sobre las arepas. y sobre conocer a Emma. Diego los observó desde la puerta de su estudio con una sensación extraña en el pecho. Esperanza se dio cuenta. Eso es lo que siento. Esperanza. No recordaba cuándo había sido la última vez.

Dos semanas después, Diego se encontró saliendo de la oficina a las 4 de la tarde por segunda vez esa semana. Esto es ridículo, se dijo mientras manejaba por Polanco hacia su casa. Soy el CO de constructora Santander. No puedo estar corriendo a casa como un adolescente. Pero la verdad era que no

podía evitarlo. En dos semanas, Sofía había transformado su hogar de un campo de batalla en algo que se parecía peligrosamente a una familia.
Al entrar a la casa, el sonido de risas lo recibió desde el jardín trasero. Por la ventana del comedor pudo ver a sus tres hijos y a Emma en el columpio que había mandado instalar hacía años, pero que nadie había usado desde la muerte de Carmen. Sofía estaba sentada en el pasto con su laptop sobre

las piernas trabajando en algo mientras vigilaba a los niños.
“Papá!”, gritó Sebastián al verlo. “Mira lo que me enseñó Emma.” Su hijo menor se colgó del columpio boca abajo con una sonrisa enorme. Dos semanas atrás, Sebastián apenas hablaba sin llorar. “Ten cuidado, mi amor”, le gritó Sofía sin levantar la vista de la computadora. Si te caes y te rompes

algo, tu papá va a pensar que soy la peor niñera del mundo.
Ya eres la peor, gritó Mateo, pero se estaba riendo. Haces que comamos verduras. Emma, una niña de 6 años con coletas desparejas y una sonrisa picara, estaba enseñándole a Santiago cómo trenzar pulseras de colores. Mi mamá dice que las pulseras de la amistad solo funcionan si las haces pensando en

algo bonito sobre la persona”, explicaba Emma con la seriedad de una profesora.
“¿En qué estás pensando?” “En que ya no me da miedo dormir solo”, respondió Santiago concentrado en los hilos. Diego sintió un nudo en la garganta. Santiago había estado durmiendo en su cama cada noche durante los últimos 8 meses. Sofía finalmente levantó la vista y le sonrió. Llevaba el cabello

recogido en una cola de caballo despeinada. Tenía tierra en los jeans y se veía perfecta.
No se corrigió mentalmente. No vayas por ahí, Diego. Es tu empleada. Una empleada que está salvando tu cordura, pero empleada al fin. Llegas temprano”, comentó Sofía cerrando la laptop. ¿Todo bien en la oficina? Sí, solo quería ver cómo iban las cosas. Era mentira.

Había cancelado una junta con inversionistas japoneses porque no podía dejar de pensar en la conversación que había tenido esa mañana con Sofía sobre el progreso de los niños. Mateo está dejando de ser el protector y empezando a ser solo un niño otra vez, le había dicho mientras preparaba el

desayuno. Santiago está encontrando maneras de expresar sus sentimientos sin explotar.
Y Sebastián, Sebastián está empezando a confiar en que las personas no van a desaparecer. “Señor Diego”, gritó Emma corriendo hacia él. “Mire lo que me enseñó Sebas.” La niña le mostró orgullosa un dibujo de la familia. Cinco figuras de palitos tomadas de la mano frente a una casa grande. Él, los

trillizos y en el centro una figura con cabello largo que decía Sofía debajo.
¿Y dónde estás tú, Emma?, preguntó Diego genuinamente curioso. Aquí, señaló Emma a una figura más pequeña pegada a la de Sofía. Es que yo voy con mi mami a todas partes. El corazón de Diego se derritió un poco. Esta niña había estado viniendo a su casa todos los días durante dos semanas y se había

integrado tan naturalmente que ya no podía imaginar el lugar sin ella.
“Mami, llamó Emma, ¿podemos quedarnos a cenar otra vez? Los señores dijeron que podían enseñarme a jugar Xbox. Sofía miró a Diego con esa expresión que había aprendido a reconocer. estaba evaluando si él realmente quería que se quedaran o solo estaba siendo educado. “Ema, ya nos hemos quedado dos

veces esta semana”, dijo Sofía. “El señor Diego necesita tiempo con sus hijos.
” “Pero si ustedes también son nuestra familia ahora,”, protestó Sebastián, “¿Verdad, papá?” Diego se quedó paralizado. “Familia.” La palabra resonó en su cabeza de una manera que lo asustó y lo emocionó al mismo tiempo. Yo, claro que pueden quedarse, logró decir. Durante la cena, Diego observó la

dinámica en la mesa. Sofía había establecido rutinas sin que se sintieran forzadas. Todos tenían que contar algo bueno de su día.
Todos ayudaban a poner y quitar la mesa y nadie podía usar el teléfono durante la comida. “¿Sabes qué, Sofía?”, dijo Mateo mientras masticaba una zanahoria. Una zanahoria. Creo que ya rompiste el récord de la señora Patricia. ¿Cuánto tiempo llevo? Preguntó Sofía fingiendo concentración.

Dos semanas y tres días, respondió Santiago, que había estado llevando la cuenta. Excelente. Mi siguiente meta son tres semanas. ¿Creen que pueda lograrlo? Solo si dejas de hacer que comamos brócoli. Negoció Mateo. Mmm. ¿Qué tal si hacemos un trato? Yo cocino el brócoli de una manera nueva cada

semana y ustedes al menos lo prueban. Si después de probarlo siguen odiándolo, buscamos otra verdura.
Los niños intercambiaron miradas y asintieron. Diego se maravilló de cómo Sofía convertía todo en una negociación donde todos ganaban. Después de la cena, mientras los niños jugaban en la sala, Diego ayudó a Sofía a lavar los platos. “Gracias”, dijo él de repente. ¿Por qué? por todo, por hacer que

mis hijos vuelvan a ser niños normales, por traer a Ema, que los está ayudando a recordar cómo es tener una hermana, por hacer que esta casa vuelva a sentirse como un hogar. Sofía dejó de lavar el plato que tenía en las manos y lo miró. Señor
Santander, Diego, después de dos semanas de verme en pijama todas las mañanas, creo que puedes llamarme Diego. Ella sonríó. Diego, yo también debo agradecerte. Emma no había tenido una familia grande desde que murió su papá. Ver como los niños la incluyen, cómo la protegen. Me recuerda que no

estamos solas en el mundo.
Se quedaron en silencio por un momento, lavando platos lado a lado. Diego era muy consciente de lo cerca que estaba Sofía, del aroma suave de su perfume mezclado con el olor a cocina casera. “Mami!”, gritó Emma desde la sala. Sebas dice que mañana me va a enseñar su colección de carros y yo le voy

a enseñar mis legos”, añadió Santiago. “y yo le voy a mostrar mi cuarto secreto”, terminó Mateo.
Sofía y Diego se miraron, ambos sabiendo que no existía tal cuarto secreto. “Creo que tu hijo acaba de inventar un cuarto secreto para impresionar a Emma”, susurró Sofía. Definitivamente”, respondió Diego riéndose. “Mateo siempre ha sido el más dramático. Se parece a ti en eso. Yo soy dramático.

Ayer cancelaste una junta porque Sebastián tenía dolor de estómago que resultó ser que había comido demasiados dulces. Diego se sonrojó. ¿Cómo sabes que cancelé una junta? Porque tu asistente llamó para reprogramar y mencionó que era urgente familiar. Además, te vi espiándolo cada 5co minutos desde

la ventana de tu estudio. Dios, tan obvio era. En ese momento su teléfono sonó.
Mercedes. Diego, necesito hablar contigo urgentemente. Puedes venir a casa esta noche. Mamá, estoy cenando con los niños. Es sobre los niños y sobre esa niñera que contrataste. He estado escuchando cosas. Diego sintió un escalofrío. Su madre tenía una red de contactos sociales que rival y saría con

la CIA.
¿Qué tipo de cosas? Ven a casa, Diego. Hay cosas que necesitas saber sobre Sofía Morales. La línea se cortó. Diego miró a Sofía que había estado fingiendo no escuchar, pero era obvio que había captado cada palabra. Problemas? Preguntó ella tranquilamente. No lo sé, respondió Diego honestamente.

Pero tengo la sensación de que están a punto de empezar.
La mansión de Mercedes Santander en Polanco siempre había intimidado a Diego, incluso de adulto. No era solo el tamaño o la decoración impecable, era la sensación de que cada objeto tenía un lugar específico y cualquier desorden sería juzgado severamente. “Llegas tarde”, dijo Mercedes sin levantar

la vista de su copa de vino tinto mientras Diego entraba al salón principal.
Tuve que esperar a que Sofía acostara a los niños”, respondió Diego, sentándose en el sofá de cuero blanco, que siempre le había parecido más un elemento decorativo que un mueble. Mercedes finalmente lo miró con esa expresión que había perfeccionado durante sus 60 años. Una mezcla de decepción

maternal y superioridad social. Ah, sí, Sofía, hablemos de ella.
Diego sintió cómo se le tensaba la mandíbula. Mamá, si me citaste aquí para criticar a la única niñera que ha logrado que tus nietos vuelvan a comportarse como niños normales. Niños normales. Mercedes soltó una risa seca. Diego querido, tus hijos han estado jugando con la hija de la sirvienta

durante dos semanas.
Eso no es normal. Es una confusión de clases sociales que va a traer problemas. Sofía no es una sirvienta, es una enfermera pediatra profesional y Emma no es la hija de la sirvienta. Es una niña de 6 años que ha sido como una hermana para mis hijos. Mercedes se levantó y caminó hacia el bar, donde

se sirvió otra copa de vino con movimientos deliberadamente lentos.
Investigué a tu preciosa Sofía Morales dijo finalmente. El estómago de Diego se hundió. Por supuesto que lo hiciste. Y colombiana llegó a México hace 3 años con una visa de trabajo temporal. Su esposo murió en Bogotá, no aquí como ella probablemente te contó. se mudó sola con su hija, sin familia,

sin conexiones reales.
“No veo el problema en nada de eso”, dijo Diego, aunque una pequeña parte de él se preguntaba por qué Sofía no había mencionado que se había mudado después de la muerte de su esposo, Mercedes se sentó de nuevo, esta vez más cerca de él. El problema, hijo, es que una mujer joven atractiva en

situación económica desesperada consigue trabajo cuidando a los hijos de uno de los empresarios más ricos de México.
¿No ves el patrón? ¿Qué patrón?, preguntó Diego, aunque empezaba a sentir una molesta semilla de duda. La clásica casa fortunas. Se hace indispensable con los niños, se gana tu confianza y antes de que te des cuenta estás pensando en ella como algo más que una empleada. Las palabras de su madre lo

golpearon porque no estaba completamente equivocada.
Diego sí había estado pensando en Sofía de maneras que iban más allá de lo profesional. Mamá, ¿estás siendo paranoica? En serio. Mercedes sacó su teléfono y le mostró una foto. ¿Reconoces a esta mujer? En la pantalla había una foto de Sofía, pero más joven, vestida elegantemente del brazo de un

hombre en lo que parecía ser un evento social de alto nivel.
¿Dónde conseguiste esto? Redes sociales, querido. Esta foto es de hace 4 años cuando estaba casada. ¿Te parece que vivía en la pobreza? Esa mujer conoce el dinero, Diego. Sabe cómo moverse en círculos sociales altos. Diego estudió la foto. Efectivamente, Sofía se veía diferente, más arreglada.

Llevaba joyas que definitivamente no podía costear con un salario de enfermera y el evento claramente era de alta sociedad.
“Esto no prueba nada”, dijo, “pero su voz sonó menos convencida.” No. Entonces, explícame por qué una enfermera pediatra desesperada rechazó ofertas de trabajo en tres hospitales privados el mes pasado para quedarse cuidando a tus hijos. El corazón de Diego se detuvo. ¿Cómo sabes eso? Porque

Patricia Ruiz, directora del Hospital San Ángel, es amiga mía, me contó que le ofrecieron a Sofía un puesto con un salario 40% mayor al que tú le pagas.
Y lo rechazó sin dar explicaciones claras por qué Sofía rechazaría empleos mejor pagados. La duda que había estado tratando de ignorar empezó a crecer. Mamá, incluso si eso fuera cierto, Diego, mírate. Llegas a casa temprano todos los días. cancelaste la junta con los japoneses y anoche tu

asistente me llamó preguntando si sabía por qué habías rechazado la invitación al evento de la Cámara de Comercio.
¿Te das cuenta de cómo está afectando tu trabajo? Era cierto. En las últimas dos semanas Diego había estado priorizando estar en casa sobre sus responsabilidades empresariales. Los niños me necesitan. Los niños necesitan estabilidad. No a su padre enamorándose de la niñera como en una novela

barata. La palabra enamorándose resonó en la cabeza de Diego como una alarma.
Eso es lo que está pasando. Mercedes se acercó y puso una mano en su hombro. Hijo, entiendo que estés solo. Han sido dos años muy difíciles desde que perdiste a Carmen, pero tus hijos necesitan que tomes decisiones racionales, no emocionales. ¿Qué estás sugiriendo? Despídela antes de que esto se

complique más. Yo ya hablé con una agencia británica muy prestigiosa.
Pueden enviarnos a alguien mayor con referencias impecables que se enfoque únicamente en los niños. Diego se levantó abruptamente. No voy a despedir a Sofía. Por primera vez en meses mis hijos están felices. Tus hijos están confundidos corrigió Mercedes. Están empezando a ver a esa mujer como una

figura materna y cuando ella inevitablemente se vaya o muestre sus verdaderas intenciones, van a sufrir otro abandono.
Esas palabras se clavaron profundo. La idea de que sus hijos sufrieran otra pérdida lo aterrorizaba. “Necesito irme”, dijo Diego dirigiéndose hacia la puerta. Diego, espera. Mercedes lo siguió. Hay algo más. Valeria Aguirre regresa de París la próxima semana. Diego se detuvo en seco. Valeria había

sido su novia durante 6 meses el año pasado.
Una mujer de su misma clase social, educada, apropiada según todos los estándares de su madre. La relación había terminado cuando ella se fue a estudiar un posgrado en Europa, pero habían quedado en buenos términos. Y viene con intenciones serias, Diego. Su padre habló con el mío. Están interesados

en unir las familias, tanto personal como empresarialmente.
Por supuesto, un matrimonio que beneficiaría a ambos imperios familiares. Mamá, no estoy listo para piénsalo. Lo interrumpió Mercedes. Valeria conoce a los niños. Ellos la quieren y sería una madre apropiada para ellos. alguien de nuestro mundo que entiende las responsabilidades que conlleva

nuestra posición social. Diego salió de la casa de su madre con la cabeza llena de dudas. Durante el trayecto de regreso a casa.
No podía dejar de pensar en las palabras de Mercedes, en la foto de Sofía, en los trabajos rechazados. ¿Realmente conoces a Sofía? Se preguntó. O solo ves lo que quieres ver. Cuando llegó a casa, encontró a Sofía en la cocina leyendo en su tablet mientras tomaba una taza de té. Se había cambiado a

una sudadera cómoda y tenía el cabello suelto. Se veía tan normal, tan genuina.
“¿Cómo estuvo la cena con tu madre?”, preguntó sin levantar la vista. “Bien, mintió Diego. Los niños se durmieron sin problemas.” Sebastián pidió que le leyera el mismo cuento tres veces, pero sí, todos están dormidos. Em también está en el cuarto de huéspedes. Diego se sirvió un vaso de agua y se

quedó de pie observándola. ¿Debería preguntarle sobre los trabajos? Sobre su vida en Colombia.
Como si hubiera leído sus pensamientos, Sofía finalmente levantó la vista. Diego, ¿está todo bien? ¿Te ves preocupado? Es era su oportunidad. podía preguntarle directamente, aclarar las dudas que su madre había sembrado. Sofía, ¿puedo preguntarte algo personal? Claro.

¿Por qué decidiste quedarte en México después de que murió tu esposo? ¿No habría sido más fácil regresar a Colombia con tu familia? Por un momento, algo cambió en la expresión de Sofía. Una sombra cruzó su rostro antes de que recuperara la compostura. Mi familia y yo no terminamos en buenos

términos después de la muerte de Andrés. Digamos que tenían opiniones muy fuertes sobre las decisiones que había tomado en mi vida.
¿Qué tipo de decisiones? Sofía cerró su tablet y se levantó claramente incómoda con la dirección de la conversación. Diego, ¿a dónde va esto? ¿Hay algo específico que necesites saber? La forma directa en que le preguntó lo desarmó. Si estaba ocultando algo, definitivamente no actuaba como culpable.

No, mi madre solo me hizo algunas preguntas y me di cuenta de que sé muy poco sobre tu vida antes de llegar aquí. Sofía asintió lentamente.
Tienes razón. No he sido muy abierta sobre mi pasado. Supongo que cuando empiezas de nuevo en un lugar diferente, es fácil enfocarse solo en el presente. Se quedaron en silencio por un momento, la tensión llenando el espacio entre ellos. Mira, dijo Sofía finalmente, “si tienes dudas sobre mí y sobre

mi trabajo aquí, prefiero que me lo digas directamente.
Tus hijos no merecen estar en medio de drama entre adultos.” Diego la miró a los ojos buscando algún signo de falsedad, de manipulación. Todo lo que vio fue cansancio y algo que parecía tristeza. No tengo dudas sobre tu trabajo, Sofía. Eres increíble con los niños, pero sí tienes dudas sobre mí. No

era una pregunta.
Yo necesito tiempo para procesar algunas cosas, admitió Diego. Sofía asintió y se dirigió hacia las escaleras para recoger a Emma. Diego”, dijo cuando llegó a la puerta, “cuando tengas tiempo de procesar y si decides que quieres que me vaya, por favor dímelo antes de que los niños se encariñen

más.” Especialmente Emma. Ya perdió a un padre. No necesita perder otra familia que ama.
Después de que se fueron, Diego se quedó solo en su cocina, más confundido que nunca. ¿Estaba su madre en lo correcto o estaba saboteando la mejor cosa que les había pasado a sus hijos en años? no tenía idea de cómo averiguarlo sin arriesgarse a perder lo que sea que habían construido. La semana

siguiente fue un infierno de tensión silenciosa.
Diego se sorprendió analizando cada gesto de Sofía, cada conversación, buscando señales de manipulación que tal vez nunca habían estado ahí. Sofía, por su parte, parecía haber creado una distancia profesional que no había existido antes. Ya no se quedaba a cenar, no hacía bromas durante el desayuno

y mantenía las conversaciones estrictamente centradas en los niños.
Los trilliizos lo notaron inmediatamente. ¿Por qué Sofía ya no se ríe con papá?, le preguntó Sebastián a Mateo durante el desayuno del viernes, creyendo que Diego no podía escuchar desde la cocina. Tal vez papá dijo algo malo”, respondió Santiago, siempre el más perceptivo.

“Los adultos se comportan raro cuando pelean, pero no queremos que se vaya como las otras niñeras”, susurró Sebastián. Y Diego pudo escuchar el pánico en su voz. Genial”, pensó Diego. “Ahora mis hijos están preocupados porque no puedo manejar mis propias inseguridades.” Esa tarde, mientras revisaba

contratos en su estudio, el sonido de la puerta principal lo distrajo.
No esperaba a nadie y Sofía nunca se iba antes de las 6. Voces desconocidas llegaban desde el vestíbulo. Diego se asomó y se quedó paralizado. Valeria Aguirre estaba de pie en su sala, más hermosa que nunca, abrazando a sus tres hijos como si nunca se hubiera ido.

Llevaba un vestido azul marino que probablemente costaba más que el salario mensual de Sofía, y su cabello rubio caía en ondas perfectas sobre sus hombros. Diego”, exclamó Valeria al verlo corriendo hacia él con una sonrisa radiante. “¿Qué sorpresa! ¿No te dijo tu madre que venía hoy? Por supuesto

que no me dijo. Mercedes claramente había orquestado esto. Valeria, ¿qué inesperado?” logró decir Diego mientras ella lo abrazaba, dejando un rastro de perfume caro.
“¡Miren lo que les traje de París”, dijo Valeria dirigiéndose hacia una serie de bolsas de regalo que había dejado en el sofá. Los niños, aunque sorprendidos, no pudieron resistir la curiosidad por los regalos. En pocos minutos, el vestíbulo estaba lleno de papel de regalo arrugado y exclamaciones

de emoción.
“Es una torre Ifel de verdad!”, gritó Santiago sosteniendo una réplica miniatura. “Y esto es chocolate francés”, añadió Mateo, ya desenvolviendo una barra. Solo Sebastián parecía menos entusiasmado, manteniendo cierta distancia mientras sus hermanos exploraban los regalos. ¿Dónde está Sofía?,

preguntó de repente. Ella siempre está aquí cuando llegamos de la escuela. Valeria miró a Diego con confusión.
Sofía es nuestra niñera, explicó Diego incómodo. Y la mamá de Emma, añadió Santiago. Emma es nuestra hermana ahora. La expresión de Valeria cambió ligeramente, aunque mantuvo su sonrisa perfecta. Qué maravilloso. Me encantaría conocerlas. Como si hubiera sido invocada, Sofía apareció en la puerta

de entrada con Emma de la mano.
Se había quedado después de la escuela ayudando a la maestra con un proyecto, algo que hacía regularmente desde que había empezado a trabajar para Diego. El contraste entre las dos mujeres era imposible de ignorar. Valeria, impecable y elegante, representaba todo lo que la alta sociedad mexicana

consideraba perfecto.
Sofía, con su blusa sencilla y sus jeans, llevando la mochila de Emma en una mano y papeles escolares en la otra, representaba la realidad cotidiana de criar niños. “Buenas tardes”, dijo Sofía educadamente, claramente evaluando la situación. Es, sin ninguna inhibición social, corrió directamente

hacia los trillizos.
Chicos, ¿quién es la señora bonita? Preguntó con la honestidad brutal de los niños de 6 años. Es Valeria, explicó Mateo. Era qué eras tú, Valeria. Era muy buena amiga de su papá, respondió Valeria con tacto. Y ahora he regresado para visitarlos. Emma estudió a Valeria con curiosidad infantil. Luego

miró a Sofía.
Mami, ¿puedo jugar con mis hermanos? Emma, corrigió Sofía suavemente. Son tus amigos, no tus hermanos. Pero ellos me dicen, “Hermana”, protestó Emma. Y Sebas dice que las familias no siempre son de sangre. Diego vio como Valeria procesaba esta información, su sonrisa volviéndose ligeramente

forzada. “¡Sofía!”, gritó Sebastián corriendo hacia ella. “Mira lo que nos trajo Valeria. Chocolate francés.
¡Qué genial!”, respondió Sofía con entusiasmo genuino. Tendrán que guardarlo para después de la cena, pero qué regalo tan especial. ¿Quieres probarlo?, le ofreció Sebastián partiendo un pedazo. Gracias, mi amor, pero ese chocolate es para ustedes. Diego observó la interacción notando como Sebastián

naturalmente quería compartir con Sofía cómo ella automáticamente establecía límites apropiados sin sonar regañona.
Bueno, dijo Valeria claramente tratando de recuperar la atención. ¿Qué tal si los llevo a todos a cenar? Conozco un lugar increíble en Polanco que acaba de abrir. Sí! Gritaron Mateo y Santiago. Sebastián miró a Sofía. Tú y Emma vienen también. Un silencio incómodo llenó la habitación. Valeria

claramente no había planeado incluir a la niñera y su hija en su invitación.
Oh, yo, comenzó Valeria. Nosotras tenemos planes, interrumpió Sofía diplomáticamente. Emá tiene tarea y yo prometí llamar a mi papá esta noche. ¿Tu abuelo está enfermo? Preguntó Santiago con preocupación genuine. Un poquito, sí, respondió Ema, pero mami dice que va a mejorar si toma sus medicinas.

Diego sintió una punzada de culpa.
En medio de todas sus dudas sobre Sofía, había olvidado que ella también tenía responsabilidades familiares, preocupaciones propias. Tal vez deberíamos quedarnos en casa esta noche”, sugirió Diego. Ha sido una semana larga para todos. No, protestó Mateo. “Quiero ir al restaurante con Valeria.”

“Podemos ir mañana”, dijo Sebastián, sorprendiendo a todos.
“Hoy quiero que Sofía me ayude con mi proyecto de ciencias.” Valeria miró a Sebastián con una expresión que Diego no pudo descifrar completamente. “Por supuesto, cielo. Mañana será perfecto, ¿verdad, Diego?” Diego asintió, aunque algo en su estómago se sentía mal. Después de que Valeria se fuera,

no sin antes prometer regresar al día siguiente y de que Sofía acostara a los niños, Diego se encontró solo en su estudio tratando de trabajar, pero incapaz de concentrarse. Su teléfono sonó.
Mercedes. ¿Cómo estuvo la visita sorpresa? Preguntó su madre sin preámbulos. ¿Sabías que venía hoy? Por supuesto que sabía. ¿Qué te pareció verla con los niños? Diego tuvo que admitir que Valeria había sido natural con ellos, cariñosa, sin ser empalagosa. Pero notaste la diferencia, ¿verdad?,

continuó Mercedes.
Entre una mujer de clase que sabe cómo comportarse en sociedad y una empleada que permite que su hija llame hermanos a tus hijos. Emma es solo una niña, mamá. Exactamente. Una niña que está siendo confundida sobre su lugar en el mundo. ¿Es eso justo para ella? Diego no respondió porque no tenía una

respuesta clara. Paleria quiere verte mañana para hablar a solas. Creo que deberías escuchar lo que tiene que decir.
Después de colgar, Diego subió las escaleras para revisar a sus hijos antes de dormir. Encontró a Sebastián despierto mirando al techo. No puedes dormir, campeón. Papá, Valeria se va a quedar. La pregunta lo tomó desprevenido. ¿Por qué preguntas eso? Porque cuando llegó actuó como si fuera nuestra

mamá. Pero nosotros ya tenemos a Sofía.
Sebastián, Sofía es nuestra niñera, ¿no es Diego? Se detuvo dándose cuenta de que no sabía cómo terminar esa frase. Pero yo la quiero como si fuera mi mamá, dijo Sebastián con la honestidad devastadora de un niño de 8 años. y ella me quiere como si fuera su hijo. Eso no cuenta. Diego se sentó en la

cama de su hijo sintiendo el peso de la conversación. ¿Qué sientes cuando estás con Sofía? Seguro.
Respondió Sebastián inmediatamente. Como cuando mamá Carmen estaba viva, como si alguien me fuera a cuidar sin importar qué. ¿Y qué sientes con Valeria? Sebastián consideró la pregunta seriamente, como si tuviera que portarme perfecto para que me quiera. Esas palabras se quedaron con Diego mucho

después de que Sebastián se durmiera.
¿Qué era mejor para sus hijos? ¿La estabilidad social que Valeria podía ofrecer o la seguridad emocional que habían encontrado con Sofía? Y más importante, ¿por qué sentía que no podía tener ambas? Al día siguiente, mientras se preparaba para su conversación con Valeria, Diego no tenía idea de que

estaba a punto de tomar una decisión que cambiaría todo.
La conversación con Valeria tuvo lugar en el restaurante del hotel Four Seasons, un territorio neutral que ella había elegido estratégicamente. Diego llegó 10 minutos tarde después de haber pasado esos minutos extra en su auto tratando de ordenar sus pensamientos. Valeria ya estaba sentada en una

mesa junto a la ventana, luciendo impecable en un traje sastre color crema.
Cuando lo vio acercarse, su sonrisa fue cálida, pero calculada. “Llegas justo a tiempo”, dijo levantándose para besarlo en la mejilla. “Pedí tu café como te gusta, americano sin azúcar.” Se sentaron y durante los primeros minutos intercambiaron cortesías sobre París, su posgrado en administración

de empresas internacionales y las oportunidades de negocio que había explorado en Europa.
Diego dijo finalmente Valeria inclinándose ligeramente hacia adelante. No vine desde París solo para visitarte. Tengo una propuesta que creo que te va a interesar. Te escucho. Mi padre y el tuyo han estado hablando sobre una fusión entre nuestras empresas. Constructora Santander y Grupo Aguirre

Unidos serían imparables en el mercado latinoamericano. Diego asintió.
Había escuchado rumores sobre esas conversaciones. ¿Y qué tiene que ver eso contigo? Valeria sonríó. Todo, querido. Una alianza empresarial siempre es más sólida cuando está respaldada por una alianza personal. Nuestras familias se conocen desde generaciones. Tú y yo tenemos historia. Y se detuvo.

Tomó un sorbo de su café. y lo miró directamente a los ojos. Y tus hijos me necesitan.
¿Cómo que me necesitan? Diego ayer fue muy revelador. Esos niños están confundidos sobre las figuras de autoridad en su vida. Esa mujer Sofía ha creado una dinámica poco saludable donde ellos la ven como una madre sustituta. Diego sintió que se le tensaba la mandíbula. Sofía ha sido increíble con

mis hijos.
No digo que no sea buena en su trabajo, continuó Valeria con cuidado. Pero piénsalo, ¿es justo para los niños encariñarse tanto con alguien que eventualmente se va a ir? Y es apropiado que esa niña, Emma, esté llamando hermanos a tus hijos cuando claramente pertenece a un nivel socioeconómico

diferente.
Las palabras eran casi idénticas a las que había usado su madre. Y Diego se preguntó si habían coordinado la conversación. Los niños se llevan bien, Valeria. No veo el problema. El problema es que estás criando a tus hijos en una burbuja irreal. En el mundo real, las diferencias de clase importan.

Tus hijos van a heredar un imperio empresarial. Van a moverse en círculos sociales específicos.
Van a casarse con personas de su mismo nivel. Les estás haciendo un favor al permitir que se encariñen con personas que no van a ser parte de su futuro a largo plazo. Diego se removió incómodo en su silla, diciendo. Parte de él sabía que Valeria tenía razón sobre las realidades sociales, pero otra

parte se rebelaba contra esa lógica fría.
¿Qué estás proponiendo exactamente? Valeria extendió su mano sobre la mesa y cubrió la de él. Cásate conmigo, Diego. No tiene que ser por amor apasionado, puede ser por conveniencia mutua. Por los niños, por los negocios. Yo puedo darles a tus hijos la estabilidad maternal que necesitan dentro del

contexto social apropiado y tú puedes darme la familia que siempre quise. Diego miró sus manos unidas y sintió nada.
No había chispas, no había calor, solo la sensación de una transacción siendo negociada. Valeria, piénsalo. Lo interrumpió ella. Soy joven, educada, los niños ya me conocen y me quieren. Podríamos tener más hijos si quieres. Y profesionalmente nuestras familias juntas serían una potencia. ¿Y qué

pasa con Sofía? Le das una excelente recomendación, la ayudas a encontrar trabajo en una familia apropiada para su nivel y todos seguimos adelante. Es lo mejor para todos, incluida ella.
Diego se quedó en silencio procesando la propuesta. En papel tenía sentido. Era lógica, práctica, socialmente apropiada. Entonces, ¿por qué se sentía como si estuviera traicionando algo importante? Necesito tiempo para pensarlo”, dijo finalmente. “Por supuesto”, respondió Valeria apretando su mano.

“Pero no demasiado tiempo.
Mi padre quiere una respuesta antes de que termine el mes.” Cuando Diego regresó a casa esa tarde, encontró el caos habitual de la hora de la merienda, pero algo era diferente. Emma estaba sentada en las escaleras llorando silenciosamente mientras los trillizos la consolaban. “¿Qué pasa aquí?”,

preguntó Diego inmediatamente alerta. Sofía salió de la cocina claramente alterada.
“Ema tuvo un día difícil en la escuela”, explicó. Algunos niños se burlaron de ella porque porque su ropa no es de marca como la de sus compañeros. Diego sintió una punzada en el estómago. La escuela a la que iban sus hijos era efectivamente muy exclusiva, llena de familias adineradas. ¿Qué dijeron

exactamente? que era pobre, que no pertenecía ahí, que solo estaba en esa escuela porque su mamá trabajaba para una familia rica, respondió Sebastián, claramente enojado.
Yo les dije que Ema es mi hermana y que son unos tontos. Sebas se metió en problemas por defenderme. Soyoso, Emma. Mami, tal vez deberíamos cambiarme de escuela. Diego miró a Sofía que parecía destrozada. Emma, amor, ven acá”, dijo Diego sentándose en las escaleras y abriendo sus brazos. Emma

corrió hacia él y se acurrucó en su regazo.
“Esos niños estaban equivocados al lastimarte”, le dijo suavemente. “Pero quiero que sepas que tú perteneces aquí con nosotros sin importar lo que diga nadie más.” “¿En serio?”, preguntó Emma levantando su cabecita para mirarlo. En serio. Sofía los observaba desde la puerta de la cocina con

lágrimas en los ojos.
Esa noche, después de acostar a los niños, Diego encontró a Sofía en el jardín, sentada en el columpio donde habitualmente vigilaba a los niños. “¿Estás bien?”, le preguntó sentándose en el columpio junto al suyo. He estado pensando en lo que pasó hoy dijo Sofía sin mirarlo. Tal vez los otros

padres tienen razón. Tal vez Emma no debería estar en esa escuela. Sofía, no, escúchame. Lo interrumpió.
Esos niños solo están repitiendo lo que escuchan en casa. Sus padres piensan que Emma no pertenece ahí, que yo no pertenezco aquí. Y tal vez, tal vez tienen razón. Diego sintió pánico ante la idea de que Sofía estuviera considerando irse. Sofía, mis hijos te necesitan. Emma los necesita a ellos.

Y después que, Diego, los criamos juntos hasta que sean adolescentes y el mundo real los obligue a separarse. ¿Es justo para cualquiera de ellos? Las palabras de Sofía eran casi idénticas a las de Valeria, pero saliendo de ella sonaban llenas de dolor en lugar de cálculo. No sé que es justo,

admitió Diego. Solo sé que cuando te veo con mis hijos, cuando veo a Emma con ellos, se siente como como familia.
Sofía finalmente lo miró y en sus ojos había una tristeza profunda. Diego, hay algo que necesitas saber, algo que debería haberte dicho hace tiempo. El corazón de Diego se aceleró. Aquí viene, pensó. La verdad que mi madre sospechaba. Mi esposo Andrés no era solo un hombre normal. Su familia tenía

dinero, mucho dinero.
Cuando nos casamos, yo vivía en una burbuja de privilegios que nunca había conocido. Diego permaneció en silencio, dejándola continuar. Cuando él murió, descubrí que había dejado deudas enormes. Su familia me culpó. Dijeron que yo lo había influenciado a hacer malas inversiones.

Me quitaron todo, me echaron de la casa y básicamente me exiliaron. Por eso vine a México, no solo porque quería empezar de nuevo, sino porque no tenía otro lugar a donde ir. Sofía se secó una lágrima. Rechacé esos trabajos de hospital porque porque tenía miedo, miedo de que si me iba de aquí, Emma

perdiera la única familia estable que ha conocido desde que murió su papá.
Pero también tenía miedo de encariñarme tanto que cuando ustedes ya no me necesitaran, volviera a quedarme sin nada. Diego se levantó de su columpio y se arrodilló frente al de Sofía. Sofía, mírame. Ella levantó la vista con los ojos brillantes por las lágrimas. Tú no eres una empleada que vamos a

desechar cuando ya no te necesitemos.
Eres Se detuvo dándose cuenta de que estaba a punto de decir algo que cambiaría todo. Eres parte de esta familia, Diego. No, déjame terminar. He estado confundido estas últimas semanas, dejando que otras personas metan dudas en mi cabeza sobre tus intenciones.

Pero esta tarde, viendo cómo Emma lloraba y cómo mis hijos la defendían, me di cuenta de algo. Se tomó las manos de Sofía entre las suyas. No quiero un matrimonio de conveniencia. No quiero criar a mis hijos en una burbuja social donde el dinero es más importante que el amor. Quiero esto. Señaló

hacia la casa, hacia las voces de los niños que todavía se escuchaban desde sus cuartos.
Quiero esta familia caótica, complicada, perfectamente imperfecta que hemos construido juntos. Sofía lo miraba con sorpresa. ¿Qué estás diciendo? Diego tomó una respiración profunda. Estoy diciendo que me enamoré de ti, Sofía Morales. Me enamoré de cómo haces que mis hijos se rían, de cómo

conviertes cada día en una aventura, de cómo haces que esta casa se sienta como un hogar.
Me enamoré de Emma y de cómo ha traído alegría que no sabía que estaba faltando. Las lágrimas corrían libremente por las mejillas de Sofía. Ahora, Diego, yo también, pero es complicado. Tu mundo, mi situación, al con mi mundo, dijo Diego con una convicción que lo sorprendió. Si mi mundo no tiene

lugar para ti y para Emma, entonces necesito un mundo diferente.
En ese momento se inclinó y la besó. Fue un besove, lleno de promesas y de todas las palabras que habían estado evitando decir. Cuando se separaron, Sofía lo miró con una sonrisa a través de las lágrimas. ¿Estás seguro de esto? Porque una vez que cruces esta línea, tu familia, tu madre, todos van a

Ya tomé mi decisión, Sofía.
La pregunta es, ¿quieres construir una vida conmigo? ¿Conmigo y con nuestros cuatro hijos? La palabra nuestros resonó entre ellos como una promesa. Sí, susurró Sofía. Sí, quiero. Desde la ventana del segundo piso, cuatro pequeñas caras los observaban con sonrisas enormes. Lo sabía susurró Mateo

triunfalmente.
Sebas, ya puedes dejar de preocuparte, añadió Santiago. Esto significa que Emma va a ser oficialmente nuestra hermana, preguntó Sebastián. Espero que sí, respondió Emma. aplaudiendo silenciosamente. Abajo, Diego y Sofía finalmente habían encontrado el coraje para elegir el amor por encima de las

expectativas sociales. Pero ambos sabían que la verdadera batalla estaba a punto de comenzar.
Dos años después, el jardín de la nueva casa en Coyoacán estaba lleno de risas y gritos de alegría. Era más pequeña que la mansión de las lomas, pero infinitamente más cálida. Diego había vendido la empresa familiar a sus socios y había empezado su propia firma de construcción sostenible. No eran

tan ricos como antes, pero eran infinitamente más felices.
Sofía corría detrás de las gemelas de 2 años, Ana y Carmen, mientras los ahora niños de 10 años jugaban fútbol con Emma, que había florecido en su nueva escuela pública, donde su inteligencia brillaba más que su ropa. Mercedes había tardado 6 meses en hablarles después de la boda, pero el

nacimiento de las gemelas había derretido su corazón helado.
Ahora visitaba los domingos y había aprendido a hacer arepas casi tan buenas como las de Sofía. Diego observaba a su familia desde la terraza con una cerveza en la mano y una sonrisa que no se había borrado de su cara en dos años. ¿En qué piensas? Preguntó Sofía acercándose con Ana en brazos.

¿En qué tomé la decisión correcta? respondió Diego, besando a su esposa y luego a su hija. En que el amor siempre gana, aunque tome tiempo. Sebastián corrió hacia ellos sudoroso, pero feliz. Papá, Emma me enseñó un truco nuevo. Mira. Mientras su familia se reunía a su alrededor, Diego supo que

había encontrado algo que ningún imperio empresarial podría darle.
Un hogar construido con amor, risas y la certeza de que las mejores decisiones no siempre son las más fáciles. ¿Qué les pareció la historia de Diego y Sofía? Déjenos sus comentarios aquí abajo. En una escala del 0 al 10, ¿cómo calificarían esta historia? Suscríbanse al canal y activen la campanita

para que no se pierdan ninguna de nuestras historias. M.