Conserje humilde gritó, “No te subas.” Directora no sabía que su novio puso bomba en carro. “Señorita, cuidado con el cable.” El grito desesperado de Mateo resonó por todo el pasillo vacío del décimo piso cuando vio a la ejecutiva tropezar con el cable de su aspiradora. Sus reflejos actuaron antes

que su mente.
Dejó caer todo y corrió hacia ella, alcanzándola justo antes de que se estrellara contra el suelo de mármol. Por un momento que pareció eterno, Catalina Herrera quedó suspendida en los brazos fuertes de un desconocido. Sus ojos castaños se encontraron con los de él y algo eléctrico pasó entre

ambos. El corazón de ella latía tan fuerte que estaba segura de que él podía escucharlo.
¿Está bien? Preguntó Mateo con voz ronca, sin soltarla todavía. El aroma del perfume caro de ella se mezclaba con el olor a desinfectante de su uniforme azul. Catalina parpadeó regresando a la realidad. Ahí estaba ella, la directora de ingeniería automotriz más joven de la empresa, siendo rescatada

por el conserje. Sí, yo. Gracias.
Balbuceó recuperando la compostura mientras él la ayudaba a ponerse de pie. se alizó la falda gris y ajustó su saco azul marino, tratando de ignorar cómo las manos callosas de él habían despertado sensaciones que no había sentido en meses. “Mateo Sánchez”, dijo él quitándose la gorra de trabajo y

revelando cabello negro ligeramente despeinado. “Trabajo el turno nocturno.
Discúlpeme por el cable, señorita Catalina”. Catalina Herrera respondió estudiando su rostro. Tenía líneas de cansancio alrededor de los ojos, pero también una calidez genuina que contrastaba dramáticamente con las sonrisas calculadas de sus colegas ejecutivos. Un silencio incómodo se extendió entre

ellos.
Catalina sabía que debía irse, regresar a su oficina y continuar con los reportes que la mantenían aquí hasta las 11 de la noche. Pero algo en la manera en que él la miraba, sin la usual mezcla de admiración y ambición que veía en otros hombres, la mantuvo inmóvil. “¿Trabaja muy tarde siempre?”,

preguntó Mateo, enrollando el cable de la aspiradora con movimientos precisos.
“Los números no se revisan solos”, respondió Catalina con una sonrisa cansada. Fij usted qué hace un se detuvo dándose cuenta de que estaba a punto de decir algo condescendiente. Un conserje, completó Mateo sin ofenderse. Trabajo dos empleos para mantener a mi hija. El turno nocturno me permite

estar con ella durante el día.


La honestidad brutal de su respuesta la tomó por sorpresa. En su mundo corporativo, nadie admitía vulnerabilidades tan directamente. ¿Qué edad tiene?, preguntó sin pensarlo. Isabela tiene 8 años, es muy lista, quiere ser ingeniera como se cayó abruptamente sonrojándose como yo. Catalina sintió una

calidez extraña en el pecho. Eso es hermoso.
El teléfono de Mateo vibró interrumpiendo el momento. Contestó con voz suave. Hola, princesa. Sí, papá está trabajando. ¿Ya te lavaste los dientes? Perfecto, te amo. Mañana te veo. Catalina observó como su expresión se suavizaba completamente durante la llamada. La ternura en su voz era algo que

nunca había escuchado en los hombres de su círculo social. “Su hija la llama tarde”, comentó cuando él colgó.
“Le gusta escuchar mi voz antes de dormir.” Su mamá, Mateo pausó. Una sombra cruzando su rostro. Ella murió hace 3 años. Isabela a veces tiene pesadillas. El corazón de Catalina se apretó. Lo siento mucho. Gracias, por eso trabajo tanto. Quiero darle la mejor vida posible. En ese momento, el

elevador se abrió con un ding metálico.
Ricardo Domínguez emergió impecable en su traje de $000 con una sonrisa que se desvaneció instantáneamente al ver a Catalina conversando con el personal de limpieza. Catalina, mi amor, te estaba buscando”, dijo Ricardo acercándose con pasos decididos. Sus ojos azules recorrieron a Mateo con desdén

apenas disimulado.
“¿Todo bien aquí?” “Por supuesto”, respondió Catalina, sintiendo como la tensión llenaba el espacio. “Mateo me ayudó cuando tropecé.” “¡Qué servicial”, murmuró Ricardo, su tono cargado de condescendencia. “Mateo, ¿verdad? Asegúrate de que los cables no representen un peligro para nuestros

ejecutivos en el futuro.
Mateo asintió silenciosamente, pero Catalina notó como sus puños se cerraron ligeramente. La humillación en sus ojos la molestó más de lo que esperaba. “Tengo una sorpresa para ti”, continuó Ricardo tomando la mano de Catalina posesivamente. “Bajamos a cenar.” Mientras se alejaban hacia el

elevador, Catalina se volteó una vez más.
Mateo había regresado a su trabajo, pero cuando sus miradas se cruzaron brevemente, sintió esa misma electricidad de antes. En elevador, Ricardo presionó el botón del restaurante ejecutivo del primer piso. ¿Desde cuándo conversas con el personal de servicio?, preguntó con falsa casualidad. Fue solo

cortesía, Ricardo, nada más.
Pero mientras las puertas se cerraban, Catalina no pudo sacarse de la mente la imagen de Mateo hablando con su hija, o la manera en que sus ojos se habían iluminado cuando mencionó a la pequeña Isabela que quería ser ingeniera. El restaurante estaba casi vacío, solo algunas mesas ocupadas por

ejecutivos que trabajaban hasta tarde.
Ricardo había elegido la mesa junto a la ventana que daba vista al área de empleados. Catalina se preguntó si era coincidencia. He estado pensando mucho en nosotros últimamente”, comenzó Ricardo tomando su mano sobre la mesa. Su anillo de graduación de Harvard brillaba bajo las luces tenues.

Catalina asintió distraídamente, sus pensamientos todavía en el décimo piso.
Había algo auténtico en Mateo que contrastaba fuertemente con la perfección calculada de su mundo corporativo. “Catalina, ¿me estás escuchando? Perdón.” Sí. ¿Qué decías? Ricardo sonrió, pero había un destello de irritación en sus ojos. Decía que creo que es tiempo de dar el siguiente paso en

nuestra relación. Antes de que pudiera procesar completamente sus palabras, Ricardo se levantó de su silla y se arrodilló junto a la mesa. El restaurante entero se quedó en silencio.
Catalina Herrera, dijo en voz alta sacando una caja de terciopelo negro. ¿Te casarías conmigo? El anillo era impresionante, un diamante de al menos tres kilates rodeado de esmeraldas. Probablemente costaba más de lo que Mateo ganaba en dos años. Los aplausos comenzaron desde las otras mesas.

Todos los ojos estaban sobre ella. Ricardo esperaba con una sonrisa confiada que no llegaba completamente a sus ojos. Ricardo, yo, di que sí, mi amor. Somos perfectos juntos. La pareja ejecutiva ideal. Catalina miró el anillo, luego a Ricardo y finalmente hacia la ventana donde podía ver las luces

del décimo piso.
En algún lugar ahí arriba, un hombre trabajaba toda la noche para darle una mejor vida a su hija. Su corazón latía desbocado por razones completamente equivocadas. Sí, susurró finalmente, porque no sabía qué más decir con todos mirando. El restaurante estalló en aplausos mientras Ricardo deslizaba

el anillo en su dedo. Pero mientras él la besaba triunfalmente, los ojos de Catalina se dirigieron hacia el reflejo en la ventana.
Mateo estaba parado en el área de empleados con una bolsa de basura en la mano observando la escena desde abajo. Sus miradas se encontraron a través del cristal y Catalina vio algo que la hizo temblar. una tristeza profunda que coincidía exactamente con lo que ella sentía en ese momento. El anillo

se sentía como una cadena en su dedo.
¿Por qué sigues viniendo aquí tan tarde? La pregunta de Mateo flotó en el aire del décimo piso como un susurro peligroso. Habían pasado tres semanas desde el compromiso y cada noche Catalina encontraba excusas para quedarse hasta que solo quedaran ellos dos en el edificio.

“Los números no mienten”, respondió ella, pero ambos sabían que esa no era la verdad completa. Sus dedos jugaban nerviosamente con el anillo de compromiso mientras revisaba reportes que ya había terminado horas antes. Mateo dejó la aspiradora y se acercó lentamente. En la penumbra del pasillo,

iluminados solo por las luces de emergencia, parecían dos conspiratores compartiendo secretos prohibidos. “Yo tampoco duermo bien”, admitió él.
Isabela me pregunta por qué suspiro tanto últimamente. El corazón de Catalina se saltó un latido. Le has hablado de de la señorita del décimo piso que me tiene perdiendo la razón. No, claro que no. Su sonrisa era triste. Pero los niños perciben más de lo que creemos. Catalina cerró la laptop de

golpe. Esto es una locura, Mateo.
Estoy comprometida. Lo sé. Veo ese anillo todos los días y me recuerda por qué nunca debería haber dejado que pasara esto. Se pasó las manos por el cabello. Pero aquí estoy, esperando cada noche a que aparezcas. La confesión la golpeó como un puñetazo al estómago. Catalina se levantó bruscamente

caminando hacia la ventana que daba a la ciudad.
Las luces de Guadalajara brillaban como estrellas caídas. “Mi esposa se llamaba Elena”, dijo Mateo. De repente murió de cáncer. Durante los últimos meses, cuando el dolor era insoportable, me hacía prometerle que encontraría el amor otra vez. Catalina se volvió los ojos brillantes. Mateo, le dije

que era imposible, que nadie podría reemplazarla, pero ella me dijo, “El corazón no entiende de clase social, mi amor, solo entiende de conexión real.” Su voz se quebró ligeramente.
Nunca pensé que tendría razón. Las palabras colgaron entre ellos como una cuerda tensa a punto de romperse. Catalina sintió lágrimas amenazando con escapar. “¿Sabes por qué realmente me quedo tan tarde?”, susurró. “Porque cuando llego a casa, Ricardo habla solo de la boda, de los invitados

importantes, de cómo nuestro matrimonio será estratégicamente perfecto para nuestras carreras. Suena.” Mateo buscó las palabras correctas.
Vacío, calculado. Catalina se rió amargamente. Porque lo es. Con él me siento como un activo empresarial, no como una mujer. Mateo se acercó un paso. Y conmigo, contigo me siento viva. La admisión salió como un susurro desgarrado. Contigo siento que importo por quién soy, no por lo que represento.

La distancia entre ellos se reducía peligrosamente.
Catalina podía oler su aftershave barato, mezclado con el aroma a cloro del trabajo y extrañamente le resultaba más atractivo que el perfume caro de Ricardo. “Catalina, yo no puedo ofrecerte lo que él puede”, dijo Mateo, su voz ronca de emoción. No tengo dinero, no tengo conexiones importantes,

solo tengo un corazón que late como loco cada vez que te ve.
No me importa lo que no tienes susurró ella, acercándose otro paso. Me importa lo que sí tienes. ¿Y qué es eso? Honestidad, bondad, un amor por tu hija que me hace derretir por dentro. Su voz tembló. Y una manera de mirarme que me hace sentir hermosa, sin maquillaje ni trajes caros. Mateo alzó la

mano lentamente, rozando su mejilla con los dedos callosos.
Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida y no tiene nada que ver con tu ropa. El momento se volvió eléctrico. Catalina cerró los ojos inclinándose hacia su toque. Todo su mundo corporativo y todas las reglas sociales se desvanecieron. “Esto está mal”, murmuró, pero no se alejó. “Lo sé”,

respondió él, acercando su frente a la de ella. Pero se siente más correcto que cualquier cosa en mi vida.
Sus labios se encontraron en un beso que era desesperación pura. Semas de tensión reprimida explotaron en ese momento. Las manos de Catalina se enredaron en su cabello mientras las de él la rodeaban por la cintura. Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban agitadamente. “Dios mío”, susurró

Catalina tocándose los labios.
¿Qué hemos hecho? Antes de que Mateo pudiera responder, el sonido del elevador los hizo saltar. Se separaron rápidamente justo cuando las puertas se abrían. Catalina. La voz de Ricardo resonó por el pasillo. Vine a buscarte. Es muy tarde para que estés aquí sola. Mateo inmediatamente regresó a su

aspiradora, fingiendo estar concentrado en su trabajo.
Catalina se alizó la ropa y caminó hacia Ricardo con el corazón desbocado. Ricardo, ¿qué haces aquí? Tu secretaria me dijo que seguías trabajando. Me preocupé. Sus ojos se posaron brevemente en Mateo antes de regresar a ella. ¿Todo bien? Por supuesto. Solo terminando algunos reportes, Ricardo la

estudió cuidadosamente. Te ves alterada, segura que todo está bien, solo cansada.
Mientras recogía sus cosas, Catalina pudo sentir la tensión crackling entre los dos hombres. Ricardo observaba a Mateo con algo que no podía identificar completamente. Sospecha. Desdén. En elevador, Ricardo fue inusualmente callado. Finalmente habló. Ese conserje siempre está aquí cuando trabajas

tarde. Supongo. Es su horario.
Respondió Catalina luchando por mantener la voz calmada. Mm. Ricardo la tomó de la mano notando como ella se tensaba ligeramente. Cariño, he estado pensando. Tal vez deberías reducir las horas extra. Con la boda acercándose tenemos mucho que planear. Mi trabajo es importante, Ricardo. Por supuesto

que lo es, pero nuestra relación también.
Su tono era suave, pero había algo debajo. Control, posesividad. Además, trabajar tan tarde puede ser peligroso. La palabra peligroso la hizo estremecerse, aunque no sabía exactamente por qué. Esa noche, Catalina yacía despierta junto a Ricardo en su departamento de lujo.

Él dormía profundamente, pero ella no podía dejar de tocar sus labios recordando el beso con Mateo. Su teléfono vibró con un mensaje de texto de un número desconocido. No pude dormir tampoco. Sé que esto nos complicará la vida, pero no me arrepiento. M. Catalina miró a Ricardo durmiendo, luego

escribió rápidamente, “Yo tampoco me arrepiento, pero no sé qué vamos a hacer.” La respuesta llegó inmediatamente. “No lo sé.
Solo sé que lo que siento por ti es real. Y hace mucho que no sentía algo real.” Catalina apretó el teléfono contra su pecho, el corazón galopando. Al día siguiente tenía una reunión importante sobre irregularidades en las cuentas de la compañía, algo sobre contratos con proveedores que no

cuadraban, pero en ese momento lo único en lo que podía pensar era en encontrar una excusa para quedarse tarde otra vez.
Ricardo se movió en sueños, murmurando algo sobre eliminar problemas y mantener control. Catalina frunció el ceño, pero cuando intentó escuchar más claramente, él había regresado al silencio. Borró los mensajes de Mateo y cerró los ojos, pero el sueño no llegó.

En algún lugar de la ciudad, Mateo también estaba despierto, mirando la foto de Elena en su mesa de noche y susurrando, “Creo que tenías razón sobre el amor, mi cielo, pero no sé si soy lo suficientemente valiente para seguirlo.” El teléfono de Catalina vibró una vez más. Mañana en la noche, piso

10. Necesitamos hablar de algo importante. No es sobre nosotros, es sobre tu prometido. Ricardo está robando millones de la empresa.
Las palabras de Mateo cayeron como bombas en el silencio del décimo piso. Catalina dejó caer los documentos que tenía en las manos, el papel dispersándose por el suelo como hojas muertas. ¿Qué dijiste? Su voz era apenas un susurro ahogado. Mateo cerró la puerta de la oficina y activó el pestillo.

Sus manos temblaban mientras sacaba una carpeta amarilla de su carrito de limpieza. Anoche, mientras limpiaba la oficina del director financiero, encontré esto. Extendió los documentos con cuidado. Contratos falsos con proveedores que no existen. Transferencias a cuentas fantasma. Ricardo está

desviando dinero de los presupuestos de ingeniería. Catalina se acercó a la mesa, sus piernas apenas sosteniéndola.
Los números bailaban frente a sus ojos, cantidades que sumaban más de 50 millones de pesos. “Esto no puede ser real”, murmuró, pero sus propios ojos de ingeniera detectaban inmediatamente las irregularidades. Los códigos de autorización, estos son de Ricardo. “Por eso necesitaba decírtelo. Sé que

pensarás que estoy loco, que un simple conserje no puede entender estos documentos.
Pero tú no eres un simple conserje”, lo interrumpió Catalina, su mente trabajando a toda velocidad. “Estudiaste ingeniería antes de Se detuvo recordando que él nunca le había contado esa parte de su historia. Mateo la miró sorprendido.
¿Cómo sabes eso? La manera en que arreglaste mi impresora, la forma en que miras los planos que dejo en mi escritorio. Nadie sin conocimiento técnico hubiera podido interpretar estos documentos.” Catalina tocó los papeles con dedos temblorosos. ¿Por qué no terminaste la carrera? Elena se enfermó

durante mi último semestre. Dejé todo para cuidarla y trabajar. Su voz se endureció.
No me arrepiento, pero a veces me pregunto qué hubiera pasado si hubieras sido un ingeniero brillante”, dijo Catalina suavemente. “Y ahora acabas de descubrir algo que podría destruir a toda la empresa.” Se miraron en silencio, el peso de la situación asentándose entre ellos. Catalina se dio cuenta

de que esto cambiaba todo, no solo su percepción de Ricardo, sino también la distancia imaginaria entre ella y Mateo.
“¿Por qué me lo dices?”, preguntó finalmente, “¿Podrías haber llevado esto directamente a la dirección general? Porque Mateo se acercó lentamente, porque no confío en nadie más. Y porque si algo le pasa a la empresa, tú perderás tu trabajo.” No podía dejar que eso pasara sin advertirte. El corazón

de Catalina se aceleró. Mateo, esto es peligroso.
Si Ricardo se entera de que sabemos, lo sé, pero no podía quedarme callado viendo cómo te va a arruinar la vida. Sus ojos brillaron con intensidad. Ese hombre no te merece, Catalina, en ningún sentido. La tensión entre ellos era palpable. Catalina se encontró caminando hacia él, atraída por la

honestidad brutal en su voz. “¿Y tú sí me mereces?”, preguntó deteniéndose a centímetros de distancia.
No respondió él sin dudar, pero te amaría de verdad, no como un activo empresarial. Esta vez cuando se besaron fue diferente. No había desesperación, sino una decisión consciente. Catalina se derritió contra él, sintiendo como todas las defensas que había construido se desmoronaban. Las manos de

Mateo se enredaron en su cabello mientras ella desabrochaba los primeros botones de su camisa de trabajo. Por un momento, el mundo exterior, Ricardo, el fraude y las diferencias sociales, dejó de existir.
“Te amo”, susurró Mateo contra sus labios. “Sé que es una locura, pero te amo.” “Yo también”, respondió ella, las palabras saliendo sin filtro. Dios me ayude, pero yo también te amo.” Se separaron cuando oyeron pasos en el pasillo. Catalina se alizó rápidamente la ropa mientras Mateo regresaba a su

carrito de limpieza, ambos actuando como si estuvieran en lados opuestos de la oficina. Los pasos pasaron de largo, pero el momento había sido roto.
La realidad regresó como una bofetada fría. “¿Qué vamos a hacer?”, preguntó Catalina recogiendo los documentos del fraude. Tú necesitas investigar esto oficialmente. Yo voy a seguir buscando más evidencia. Es demasiado peligroso. Si Ricardo sospecha, ya es demasiado tarde para eso, dijo Mateo

sombríamente.
Anoche me vio saliendo del área ejecutiva más tarde de lo normal hizo preguntas. Un escalofrío recorrió la espalda de Catalina. ¿Qué tipo de preguntas? Sobre mis horarios. sobre cuánto tiempo paso en cada piso. Lo disfrazó como eficiencia operativa, pero había algo más. Catalina guardó los

documentos en su maletín con manos temblorosas.
Voy a comenzar mi propia investigación mañana. Revisaré todos los contratos de proveedores del último año. Ten cuidado le suplicó Mateo. Si Ricardo es capaz de robar millones, ¿qué más será capaz de hacer? Esa pregunta la persiguió durante todo el camino a casa. En el elevador hacia su

departamento, Catalina repasaba mentalmente todo lo que sabía sobre Ricardo, tr años de relación y de repente se daba cuenta de cuánto no sabía realmente sobre el hombre con quien estaba comprometida.
Al abrir la puerta, encontró a Ricardo esperándola con una copa de vino y una sonrisa que ya no le parecía encantadora, sino calculada. Llegaste tarde otra vez”, comentó besándola en la mejilla. “¿Más números que revisar?” “Algo así”, murmuró Catalina evitando su mirada. “He estado pensando en

nuestra conversación de ayer sobre reducir las horas extra.” Ricardo la siguió hacia la cocina.
“Hablé con Rodríguez en recursos humanos. Dice que puedes delegar más responsabilidades.” “No quiero delegar responsabilidades. Me gusta mi trabajo.” “Por supuesto que sí. Pero como mi esposa tendrás otras prioridades. Su tono era suave, pero había algo inflexible debajo. Catalina se volvió hacia él

viendo por primera vez la posesividad en sus ojos.
Como tu esposa, no como tu compañera. Ricardo se rió, pero no llegó a sus ojos. Semantics, cariño, ¿sabes lo que quiero decir? Esa noche, Catalina fingió estar dormida mientras Ricardo trabajaba en su laptop. A través de los párpados entreabiertos pudo ver que estaba revisando documentos

financieros, pero desde su ángulo no podía distinguir los detalles. Su teléfono vibró silenciosamente bajo la almohada. ¿Estás bien? He estado preocupado.
M, escribió rápidamente. Sí, pero tienes razón. Algo no está bien aquí. Ten mucho cuidado, confía en tu instinto y nosotros, ¿qué vamos a hacer? La respuesta tardó varios minutos en llegar. No lo sé. Solo sé que no puedo perderte ahora que te encontré. Catalina apretó el teléfono contra su pecho,

el corazón doliéndole de amor y terror al mismo tiempo.
Al día siguiente, llegó temprano a la oficina y comenzó su investigación. Durante 3 horas revisó meticulosamente los contratos de proveedores. Los números que Mateo había encontrado eran solo la punta del iceberg. A las 10 de la mañana, su secretaria anunció, “Señorita Herrera, el licenciado

Domínguez quiere verla en su oficina.
” Catalina guardó rápidamente todos los documentos y caminó hacia la oficina de Ricardo con el corazón palpitando. Lo encontró revisando un expediente, pero cuando ella entró lo cerró casualmente. Buenos días, mi amor. Se levantó para besarla, pero ella se apartó ligeramente. Buenos días. ¿Querías

verme? Ricardo la estudió cuidadosamente. Sí. Hay algunas irregularidades en las cuentas que necesito discutir contigo.
El estómago de Catalina se apretó. ¿Qué tipo de irregularidades? Nada serio, probablemente errores del contabilidad, pero como eres tan meticulosa con los números, pensé que podrías ayudarme a revisarlo. Abrió el expediente nuevamente y Catalina vio exactamente los mismos documentos que Mateo le

había mostrado la noche anterior.
Por supuesto, logró decir con voz calmada, “¿Cuándo quieres que comience?” “Hoy si es posible. Mientras más pronto resolvamos esto, mejor.” Mientras salía de su oficina, Catalina se dio cuenta de una verdad aterradora. Ricardo no estaba pidiendo su ayuda para investigar el fraude. La estaba usando

para encubrirlo. Mira lo que encontré en los archivos antiguos.
Ricardo extendió una carpeta sobre su escritorio con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Catalina se sentó frente a él, el estómago revuelto, mientras reconocía inmediatamente los documentos que había visto con Mateo. “Parece que hubo algunos errores contables el año pasado”, continuó Ricardo

observando cada reacción de ella. “Transferencias a proveedores que aparentemente no existen.
” Catalina mantuvo la expresión neutral, pero su corazón latía como tambor de guerra. ¿Quién autorizó estas transferencias? Esa es la parte extraña. Ricardo se reclinó en su silla de cuero. Los códigos de autorización pertenecen a Carlos Mendoza, el director financiero anterior, pero él renunció

hace 6 meses por razones personales. Mentira. Catalina recordaba claramente que Mendoza había sido despedido abruptamente, sin explicación oficial, y los códigos en los documentos que había visto con Mateo eran recientes, no del año pasado.
“Interesante”, murmuró fingiendo estudiar los papeles. “¿Quieres que revise todos los contratos de Mendoza?” “Exactamente. Necesitamos asegurarnos de que no haya más irregularidades.” Ricardo se levantó y caminó hacia ella. Por eso te amo tanto, Catalina, siempre tan minuciosa, tan confiable. Sus

manos se posaron en sus hombros y por primera vez en tres años su toque la hizo estremecerse de repulsión.
Trabajemos juntos en esto”, susurró cerca de su oído. “Somos un equipo perfecto.” Catalina asintió, pero mientras salía de la oficina con los documentos falsificados, una verdad terrible se cristalizó en su mente. Ricardo la estaba manipulando para que validara su versión falsa de los hechos.

Durante el resto del día fingió trabajar en la investigación mientras realmente comparaba las fechas y códigos reales que había memorizado. Cada documento que Ricardo le había dado estaba alterado.
Fechas cambiadas, códigos modificados, firmas falsificadas. A las 6 de la tarde, cuando la mayoría de empleados se había ido, recibió un mensaje. Necesito verte urgentemente. Piso 12. Oficina vacía al final del pasillo. M. Catalina subió las escaleras evitando el elevador.

Encontró a Mateo esperándola en una oficina abandonada con una expresión que la aterrorizó. “¿Qué pasa?”, preguntó cerrando la puerta tras ella. Anoche escuché una conversación. Sus manos temblaban mientras sacaba su teléfono. Ricardo estaba en el estacionamiento hablando por teléfono. “Grabé parte

de lo que dijo.” Presionó Play. La voz de Ricardo era clara a través del altavoz. El problema se resolverá pronto.
La ingeniería está revisando los documentos que preparamos. No, ella no sospecha nada. Confía completamente en mí. Si todo sale bien, para fin de mes, ella habrá validado oficialmente que Mendoza fue el responsable. Una pausa luego y si nos sale bien, entonces tendremos que considerar opciones más

permanentes. Catalina se dejó caer en una silla, el mundo girando a su alrededor.
Dios mío, me está usando para incriminar a un hombre inocente. Es peor que eso, dijo Mateo sombríamente. Siguió hablando después de que se cortó la grabación. Mencionó algo sobre eliminar testigos problemáticos si la situación se complicaba. testigos como tú, como nosotros dos. El silencio que

siguió era ensordecedor.
Catalina se dio cuenta de que no solo había descubierto que su prometido era un criminal, había descubierto que su vida podría estar en peligro. “Tenemos que ir a la policía”, susurró. “¿Con qué pruebas? una grabación de audio que tomé ilegalmente y documentos que robé durante mis turnos de

trabajo. Mateo se pasó las manos por el cabello. Además, Ricardo tiene conexiones en todas partes. ¿A quién crees que le van a creer? Catalina sabía que tenía razón.
Ricardo era respetado, poderoso, con amigos en altos cargos gubernamentales. Mateo era un conserje nocturno con antecedentes de haber abandonado sus estudios. Entonces, ¿qué hacemos? Necesitamos más evidencia, algo irrefutable. Mateo se acercó a ella. Pero, Catalina, esto significa que tendrás que

seguir fingiendo que no sabes nada.
Tendrás que actuar normal con él. La idea de regresar a casa y besar al hombre que posiblemente estaba planeando matarla la hizo vomitar casi físicamente. No sé si puedo hacerlo. Mateo tomó sus manos entre las suyas. Sí puedes. Eres la mujer más fuerte que conozco. No me siento fuerte, me siento

terrificada. Yo también, admitió acercando su frente a la de ella.
Pero no voy a dejar que te pase nada, ¿entiendes? Prefiero morir antes que permitir que te lastimen. Se besaron con desesperación, como si fuera la última vez. En sus labios, Catalina pudo saborear el miedo, pero también algo más profundo, un amor que estaba dispuesto a enfrentar cualquier peligro.

“Te amo”, murmuró contra su boca. “Sin importar lo que pase, quiero que sepas que estos días contigo han sido los más reales de mi vida. No hables como si fuéramos a morir”, dijo Mateo fieramente.
“Vamos a salir de esto juntos.” Pero cuando Catalina regresó a casa esa noche, actuando como si nada hubiera pasado, se dio cuenta de cuán observador era realmente Ricardo. Sus ojos la siguieron todo el tiempo, analizando cada gesto, cada palabra. “¿Cómo va la investigación?”, preguntó durante la

cena cortando su filete con precisión quirúrgica.
Bien, hay definitivamente algunas irregularidades en los contratos de Mendoza. ¿Algo más? Catalina levantó la vista. como que no sé, has notado algo inusual en la oficina últimamente su corazón se aceleró. Inusual como el personal de limpieza, por ejemplo, ese conserje Mateo, ¿sigue apareciendo

cuando trabajas tard? No he prestado atención, mintió Catalina.
Ricardo asintió lentamente. Es curioso. Según seguridad, ha estado accediendo a áreas ejecutivas más frecuentemente de lo normal. Una alarma se disparó en la mente de Catalina. Seguridad lo está monitoreando, solo rutina. Pero es interesante, ¿no crees? Un conserje que de repente muestra tanto

interés en los pisos ejecutivos.
Esa noche, Catalina envió un mensaje desesperado a Mateo. Ricardo sabe algo. Ten mucho cuidado. La respuesta llegó inmediatamente. Ya es demasiado tarde. Me cambiaron de turno. Ahora trabajo de día cuando tú no estás. Catalina se quedó mirando el mensaje, el horror asentándose en su estómago. No

era una coincidencia, era una jugada calculada para separarlos.
Pero lo que más la aterrorizó fue el siguiente mensaje. Y hay algo más. Contraté una niñera nueva para Isabela. Dice que es un regalo de su tío Ricardo para ayudar a empleados trabajadores. Ricardo no solo los estaba separando, estaba poniendo a la hija de Mateo bajo su control. Catalina miró hacia

la habitación donde Ricardo fingía dormir y se dio cuenta de una verdad que le heló la sangre.
habían subestimado completamente la profundidad de su manipulación. El juego ya no era solo sobre dinero o fraude, era sobre supervivencia. Y Ricardo tenía todas las cartas. Catalina, no te subas al carro. El grito desesperado de Mateo resonó por todo el estacionamiento corporativo mientras corría

hacia ella con los pulmones ardiendo.
Había estado esperando en las sombras durante horas y cuando vio a Catalina acercándose al sedán negro, supo que tenía segundos para salvarle la vida. Catalina se detuvo en seco con la mano en la manija de la puerta trasera. El chóer uniformado la miraba expectante desde el asiento delantero, pero

algo en sus ojos la hizo dudar. Aléjate del carro”, gritó Mateo otra vez, llegando hasta ella completamente sin aliento. “Hay hombres armados adentro. El corazón de Catalina se detuvo.
A través de los cristales polarizados pudo distinguir las siluetas de dos personas más en el asiento trasero. El chóer que Ricardo había enviado para llevarla a la reunión secreta urgente no estaba solo. “¿Qué diablos?”, murmuró dando un paso atrás justo cuando el chóer salía del vehículo con la

mano moviéndose hacia su chaqueta. “¡Corre!”, rugió Mateo tomándola del brazo.
La explosión que siguió sacudió todo el edificio. El sedán se convirtió en una bola de fuego que iluminó el estacionamiento subterráneo como un sol artificial. La onda expansiva los tiró al suelo mientras fragmentos de metal y cristal llovían a su alrededor. Catalina yacía en el concreto frío, los

oídos zumbando, viendo cómo las llamas consumían lo que habría sido su tumba.
Mateo estaba encima de ella, protegiéndola con su cuerpo de los detritos que caían. “¿Estás herida?”, preguntó él urgentemente, revisando su rostro con manos temblorosas. No, no creo. Su voz sonaba lejana a través del pitido en sus oídos. ¿Cómo sabías, Isabela? Sus ojos se llenaron de lágrimas. La

niñera que Ricardo contrató.
Esta mañana mi hija me contó algo terrible. Sirenas comenzaron a sonar en la distancia. Mateo la ayudó a levantarse, sus movimientos urgentes. Tenemos que irnos ahora. ¿Por qué? Podemos decirle a la policía, porque Ricardo los controla. Mateo la tomó de las manos, sus ojos salvajes de

desesperación. Isabela escuchó a la niñera hablando por teléfono.
Dijo que el problema de la ingeniería se resolvería hoy y que después se ocuparían del conserje problemático y su mocosa. El horror invadió a Catalina como agua helada. Están amenazando a tu hija. Por eso no puedo ir a la policía. Si me arrestan, Isabela queda completamente indefensa. Sus manos

temblaron.
Ricardo no solo quería matarte, Catalina, quería eliminar a cualquiera que pudiera vincular el fraude con él. Las sirenas se acercaban. Catalina miró hacia la entrada del estacionamiento, sabiendo que en minutos el lugar estaría lleno de policías, bomberos y posiblemente más hombres de Ricardo. “Mi

apartamento”, dijo de repente. Ricardo tiene llaves, pero tengo una caja fuerte con copias de todos los documentos reales
que encontré. documentos reales. Los que me dio eran falsificados, pero saqué copias de los originales antes de que pudiera alterarlos completamente. Catalina se limpió sangre de una cortada en la mejilla. Tengo pruebas de que él autorizó todas las transferencias, no Mendoza. corrieron hacia las

escaleras de emergencia, evitando los elevadores principales.
En el décimo piso, Catalina recuperó rápidamente los documentos de su caja fuerte personal mientras Mateo vigilaba el pasillo. “¿Y ahora qué?”, preguntó él cuando regresaron a las escaleras. “Necesitamos llegar a Isabela antes que ellos.” Catalina ya estaba marcando números en su teléfono. Conozco

a alguien en la procuraduría que no está en la nómina de Ricardo.
Pero cuando Mateo intentó llamar a su casa, nadie contestó. La escuela dijo con pánico creciente. Tal vez la niñera la recogió temprano. Corrieron hacia el auto de Catalina, pero cuando llegaron al estacionamiento principal encontraron que las llantas habían sido reventadas. Nos están acorralando,

murmuró Mateo.
En ese momento, el teléfono de Catalina sonó. La pantalla mostraba Ricardo. Contesta le dijo Mateo. Actúa normal. Hola, amor, dijo Catalina luchando por mantener la voz calmada. Catalina, gracias a Dios estás bien. La voz de Ricardo sonaba genuinamente preocupada. Me enteré de la explosión en el

edificio. ¿Dónde estás? En en mi oficina. La explosión me asustó mucho. Por supuesto. Escucha, cariño.
Necesito que vengas a casa inmediatamente. Hay algo importante que debemos discutir sobre la investigación ahora. Pero la policía quiere tomarme declaración. Eso puede esperar. Esto no puede. Su tono cambió sutilmente. Es sobre nuestro futuro juntos, Catalina. Sobre las decisiones que necesitamos

tomar como pareja. Catalina entendió la amenaza implícita.
Está bien, voy para allá. Perfecto. Y Catalina, ven sola. Es una conversación privada. Cuando colgó, Mateo la miró con terror. Va a matarte en cuanto llegues. Lo sé. Catalina respiró profundamente. Pero si no voy, matará a Isabela. No, tiene que haber otra manera. Catalina tomó su rostro entre sus

manos.
Mateo, escúchame. Voy a ir, pero no para morir. Voy a enfrentarlo con las pruebas y grabar toda la conversación. Es suicidio. No, si tengo backup. Sus ojos brillaron con determinación. ¿Recuerdas que mencioné a mi contacto en la procuraduría? Se llama Fiscal Hernández. Voy a enviarle todo por email

ahora mismo con instrucciones de que si no tengo noticias mías en dos horas, proceda con las órdenes de arresto.
Mientras escribía frenéticamente en su teléfono, Mateo caminaba de un lado a otro como un animal enjaulado. No puedo dejarte ir sola. Tienes que hacerlo. Isabela te necesita. Catalina terminó de enviar el email y se acercó a él. Pero hay algo más que puedes hacer. ¿Qué? Mi edificio tiene cámaras de

seguridad en todos los pasillos. Si algo me pasa, habrá evidencia visual.
Le entregó una tarjeta. Este es el número del administrador. Si no sales de mí en exactamente dos horas, llámalo. Se besaron con la desesperación de dos personas que sabían que podría ser la última vez. Te amo”, susurró Mateo contra sus labios, “Sin importar lo que pase. Yo también te amo y vamos a

salir de esto.” Catalina se apartó caminando hacia un taxi que se acercaba.
Cuida a Isabela. Prométeme que la mantendrás segura. Te lo prometo, pero tú prométeme que vas a regresar. Catalina subió al taxi, el corazón latiendo como un martillo. Te prometo que voy a intentarlo. Mientras el taxi se alejaba, Mateo se quedó parado en el estacionamiento, viendo desaparecer a la

mujer que amaba hacia lo que muy bien podría ser su muerte. En su bolsillo, su teléfono vibró con un mensaje de un número desconocido. Tu hija está segura.
Por ahora, todo depende de qué tan cooperativa sea tu amiguita ingeniera. Mateo cerró los puños, una furia primitiva llenando su pecho. Ricardo había cometido un error fatal. Había amenazado a Isabela y no había nada en el mundo más peligroso que un padre desesperado. El taxi desapareció en el

tráfico, llevando a Catalina hacia su destino.
En dos horas todo habría terminado de una manera u otra. Sabía que descubrirías la verdad o temprano. Ricardo estaba parado en la sala de su apartamento de lujo, con una copa de whisky en la mano y una sonrisa que helaba la sangre. Detrás de él, dos hombres en trajes oscuros flanqueaban las

ventanas como estatuas amenazantes. Catalina entró lentamente, su teléfono grabando discretamente en el bolsillo de su chaqueta.
El apartamento que había sido su hogar durante dos años, ahora se sentía como una trampa mortal. ¿Dónde está Isabela? Preguntó directamente, sin preámbulos, directa al grano. Siempre me gustó eso de ti. Ricardo se acercó, sus ojos brillando con una frialdad que nunca había visto antes. La niña está

segura por ahora. Déjala ir, Ricardo. Ella no tiene nada que ver con esto.
Ah, pero sí tiene que ver. se detuvo frente a ella, tan cerca que podía oler su aftershave caro mezclado con el aroma del whisky. Es mi garantía de que tú y tu amante conserge van a comportarse. Catalina mantuvo la expresión neutral, aunque el corazón le galopaba. No sé de qué hablas. Ricardo se

rió, un sonido sin humor.
Por favor, Catalina, los he estado vigilando durante semanas. Realmente pensaste que podías engañarme. Uno de los hombres se acercó y le susurró algo al oído. Ricardo asintió. Parece que tu noviecito está causando problemas en este momento. Está tratando de llegar aquí. Sus ojos se endurecieron.

Qué romántico y qué estúpido.
¿Qué quieres, Ricardo? Quiero que firmes estos documentos. sacó una carpeta del escritorio. Son confesiones donde admites que tú y Mateo conspiraron para robar dinero de la empresa, que cuando descubriste que yo estaba investigando, decidieron eliminarme. Catalina abrió la carpeta leyendo

rápidamente.
Era una narrativa perfectamente construida que los convertía a ella y Mateo en los villanos y a Ricardo en la víctima heroica. Nadie va a creer esto, ¿no? Ricardo sonrió. Un conserje ambicioso seduce a una ejecutiva solitaria. Juntos roban millones y tratan de asesinar al prometido que los

descubrió. Suena bastante creíble. Las fechas no cuadran. Las transferencias comenzaron antes de que Mateo y yo, antes de que tuvieran su aventurita. Sí, lo sé.
Ricardo caminó hacia la ventana. Pero, ¿quién va a investigar tan profundamente cuando tengan confesiones firmadas y dos cuerpos para cerrar el caso? El estómago de Catalina se hundió. Vas a matarnos de todas formas. Un asesinato suicidio muy trágico. El conserje desesperado mata a su amante y

luego se suicida, incapaz de vivir con la culpa.
En ese momento se escucharon pasos corriendo en el pasillo afuera. Ricardo sonríó. Perfecto timing. La puerta se abrió de golpe. Mateo irrumpió jadeando con los ojos salvajes de pánico. Detrás de él venían dos guardias de seguridad. Catalina, gritó, pero los guardias lo sujetaron antes de que

pudiera llegar a ella.
Mateo Sánchez, dijo Ricardo con falsa cordialidad, justo a tiempo para la reunión familiar. ¿Dónde está mi hija, maldito? Rugió Mateo, luchando contra los hombres que lo sostenían. Isabela está bien. Está con unos amigos míos. Les di instrucciones muy específicas sobre qué hacer si no reciben

noticias mías en las próximas dos horas.
Catalina sintió que las rodillas se le doblaban. Eres un monstruo. Soy un hombre de negocios protegiendo sus intereses. Ricardo se dirigió hacia su escritorio. Ahora ambos van a firmar estos documentos y luego vamos a resolver este asunto de manera definitiva.

Pero mientras abría el cajón del escritorio, no vio a Catalina hacer una señal discreta con la mano hacia la ventana. Espera, dijo ella súbitamente. Antes de firmar nada, quiero entender algo. Ricardo se detuvo curioso. Los 50 millones que robaste, ¿para qué los necesitabas? Ya eres rico. No lo

suficientemente rico. Sus ojos brillaron con avaricia.
¿Sabes cuánto cuesta comprar influencia real en este país? ¿Cuánto cuesta asegurar contratos gubernamentales que valen cientos de millones? Entonces planificaste todo desde el principio. Mi ascenso, nuestro compromiso. Por supuesto, necesitaba a alguien en ingeniería que validara los contratos

falsos sin hacer preguntas. Y qué mejor que mi futura esposa, tan enamorada y confiada. La confesión estaba siendo grabada perfectamente.
Catalina solo necesitaba mantenerlo hablando un poco más. Y Mendoza, ¿qué le hiciste realmente? tuvo un accidente automovilístico muy lamentable después de que se negó a cooperar. Ricardo sonrió fríamente. Los frenos pueden fallar tan fácilmente. En ese momento, las luces del apartamento se

apagaron.
En la oscuridad que siguió, se escucharon gritos, forcejeos y el sonido de cuerpos golpeando el suelo. Cuando las luces de emergencia se encendieron 30 segundos después, Ricardo estaba en el suelo con las manos esposadas detrás de la espalda. Sus guardias también estaban esposados, rodeados por

agentes de la Procuraduría. “¿Qué diablos?”, murmuró Ricardo confundido.
“Fiscal Hernández, Procuraduría Estatal”, anunció una mujer de mediana edad que acababa de entrar. Ricardo Domínguez está arrestado por fraude, lavado de dinero y conspiración para cometer asesinato. Catalina corrió hacia Mateo, quien tenía un labio partido, pero sonreía. “¿Cómo?”, empezó a

preguntar. Tu mensaje llegó a tiempo, dijo el fiscal Hernández y resulta que no eras la única investigando al señor Domínguez. Hemos estado construyendo un caso durante meses.
E Isabela preguntó Mateo desesperadamente. Tenemos equipos rescatándola en este momento. Estará contigo dentro de una hora. Ricardo los miraba desde el suelo con odio puro. Esto no ha terminado. Tengo abogados. Tengo conexiones. Tenías conexiones. Lo corrigió el fiscal. Resulta que cuando arrestas

a la mitad de una red de corrupción, las lealtades cambian rápidamente.
Mientras se llevaban a Ricardo, él gritó, “Catalina, todo lo que tengo te lo debías a mí, sin mí no eres nada.” Mateo se acercó a ella tomándola en sus brazos. “No le hagas caso, eres todo sin él.” Catalina se derritió contra su pecho, finalmente permitiéndose llorar. Pensé que te iba a perder.

Nunca. Te prometo que nunca.
El fiscal Hernández se acercó a ellos. Necesitaremos sus testimonios oficiales, pero eso puede esperar hasta mañana. Han pasado por suficiente por un día. Una hora después, en la estación de policía, Isabela corrió hacia los brazos de su padre con lágrimas en los ojos. Papá, tenía tanto miedo.

Mateo la abrazó como si nunca fuera a soltarla.
Ya pasó, princesa. Ya pasó todo. Isabela miró a Catalina tímidamente. ¿Eres tú la señorita de la que papá habla en sueños? Catalina se sonrojó mientras Mateo se veía mortificado. Hablo en sueños, dices, Catalina, muchas veces. Isabela sonrió. Vas a ser mi nueva mamá. Catalina miró a Mateo viendo

amor, esperanza y vulnerabilidad en sus ojos.
“Si tu papá quiere”, dijo suavemente, “me encantaría ser parte de tu familia.” Mateo la besó suavemente con Isabela aplaudiendo entre ellos. “¿Eso significa que ya no tendremos que escondernos?”, preguntó la niña. “No, mi amor”, respondió Catalina tomando su pequeña mano. “Ya no tenemos que

escondernos de nada.
” Afuera de la estación de policía, los flashes de las cámaras los esperaban. La historia del conserje que expuso la corrupción corporativa y se enamoró de la ejecutiva que lo ayudó a salvar a su hija iba a ser noticia nacional. Pero en ese momento, mientras caminaban juntos hacia un futuro

incierto, pero lleno de amor verdadero, Catalina se dio cuenta de que había encontrado algo que nunca supo que necesitaba.
una familia que la amaba por quien era realmente, no por lo que podía ofrecerles. El amor había vencido al dinero, la honestidad había derrotado a la corrupción y tres corazones rotos habían encontrado la manera de sanarse juntos. El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas del pequeño

apartamento, iluminando a una familia que había encontrado la felicidad en la simplicidad.
Catalina despertó con el aroma de café y hotcakes flotando desde la cocina, acompañado por las risas de Isabela. “Mami Cata, papá está quemando el desayuno otra vez”, gritó la niña de 10 años desde la cocina. Catalina sonrió, estirándose en la cama que compartía con Mateo desde hace un año y medio.

El anillo de matrimonio sencillo en su dedo brillaba suavemente, una banda de plata que había costado menos que una cena en su vida anterior, pero que significaba infinitamente más que el diamante ostentoso que Ricardo le había dado.
“Ya voy”, respondió levantándose y poniéndose la bata. En la mesa de noche, una foto los mostraba a los tres el día de su boda civil, sin vestido elegante ni recepción cara, solo ellos tres en el juzgado, con sonrisas genuinas que irradiaban felicidad real. En la cocina encontró a Mateo luchando

con la sartén mientras Isabela lo dirigía con la autoridad de una chef experimentada.
Papá, tienes que voltear el hotcake antes de que se queme por completo”, le explicaba pacientemente. “Buenos días, familia”, dijo Catalina besando a Mateo en la mejilla y revolviendo el cabello de Isabela. “Buenos días, amor. Café.” Mateo le sirvió una taza humeante. Sus manos ya no tenían callos

de conserge. Ahora llevaba las marcas de un ingeniero que trabajaba con prototipos y diseños.
Perfecto. Catalina se sentó en la mesa pequeña pero acogedora. Las paredes estaban decoradas con dibujos de Isabela y fotos familiares, no con arte caro y frío como en su antigua vida. “Mami, ¿sy vas a venir a mi presentación de ciencias?”, preguntó Isabela sentándose junto a ella. No me la perdería

por nada del mundo, princesa.
Catalina había adoptado oficialmente a Isabela seis meses después de casarse con Mateo. El proceso legal había sido sencillo. La niña había insistido en que quería que su nombre fuera Isabela Herrera Sánchez para honrar a ambos padres. Mateo se sentó con ellos finalmente habiendo logrado hotcakes

que no estaban completamente quemados. ¿Cómo va el proyecto del motor híbrido en la consultoría? Increíble.
El equipo está emocionado con el diseño que propusiste para la transmisión. Catalina tomó su mano sobre la mesa. Creo que este contrato nos va a permitir expandir la empresa. Herrera Sánchez, ingeniería sostenible, había comenzado en la mesa de su cocina con una laptop y muchos sueños.

Ahora, dos años después, tenían una oficina pequeña pero próspera y cinco empleados. Se especializaban en tecnología automotriz ecológica y su reputación de honestidad total había atraído clientes que estaban cansados de la corrupción corporativa. “¿Y papá va a seguir siendo mi socio de tareas de

matemáticas?”, preguntó Isabela con una sonrisa traviesa.
Por supuesto, respondió Mateo, aunque creo que pronto vas a saber más que yo. Ya sé más que tú, dijo Isabela con toda la confianza de una niña de 10 años, pero me gusta que me ayudes de todas formas. Después del desayuno, mientras Isabela se preparaba para la escuela, Catalina y Mateo se abrazaron

en la cocina pequeña, pero llena de amor.
¿Alguna vez extrañas tu vida anterior?, preguntó Mateo, como hacía a veces cuando la inseguridad lo visitaba. Extrañar el apartamento frío, los colegas falsos y un prometido que quería matarme. Catalina se rió. Para nada. Pero tenías dinero, estatus, tenía cosas. Ahora tengo una vida. lo besó

suavemente.
Tengo una familia que me ama de verdad, trabajo que tiene significado y un esposo que me ve como una persona, no como un trofeo. El timbre del teléfono interrumpió el momento. Catalina contestó y su expresión se volvió seria. Era el fiscal Hernández, dijo cuando colgó. Ricardo fue sentenciado ayer,

20 años sin posibilidad de libertad condicional. Mateo asintió silenciosamente.
El juicio había sido extenso y muy publicitado. Ricardo había intentado todo, sobornos, amenazas, incluso fingir locura temporal. Pero la evidencia era abrumadora. Más de una docena de funcionarios corruptos habían caído con él. “¿Cómo te sientes?”, preguntó Mateo, aliviada y triste, supongo, por

el hombre que pensé que conocía, que probablemente nunca existió realmente.
Hey, Isabela apareció en la puerta completamente vestida para la escuela. ¿Por qué están tan serios? Solo hablábamos de trabajo, princesa, dijo Catalina sonriendo inmediatamente. No había razón para que una niña de 10 años cargara con el peso de su pasado. Bueno, dejen de ser aburridos. Es viernes y

tengo que presentar mi proyecto sobre energía solar.
Mientras caminaban juntos hacia la escuela, algo que Catalina nunca había imaginado hacer en su vida anterior, pero que ahora era su parte favorita del día. Isabela tomó las manos de ambos padres. ¿Saben qué? Dijo de repente. Ayer le dije a mi maestra que tenía la familia más genial del mundo. Así.

¿Y qué dijo ella? preguntó Mateo. Dijo que se notaba porque siempre estoy sonriendo. Isabela los miró a ambos. Antes, cuando solo éramos papá y yo, sonreía mucho, pero ahora sonríó diferente. Diferente cómo? Preguntó Catalina curiosa. Antes sonreía porque era feliz a ratos. Ahora sonrío porque soy

feliz todo el tiempo.
Catalina sintió lágrimas amenazando con escapar. En la puerta de la escuela, Isabela los abrazó a ambos. Los amo, papás. Nos vemos en la presentación. Mientras la veían correr hacia el edificio, Mateo pasó su brazo alrededor de Catalina. “¿Sabes qué día es hoy?”, preguntó. “Viernes.” “No, tonta,

hace exactamente dos años que me gritaste que no me subiera al elevador contigo porque no era apropiado.” Catalina se rió.
Tenía razón. No era apropiado. Era peligroso. Peligroso. Sí, peligroso para mi corazón. Sabía que si pasaba más tiempo contigo, me enamoraría perdidamente. ¿Y te arrepientes? Catalina lo miró. Este hombre que había arriesgado todo para salvarla, que trabajaba incansablemente para construir algo

hermoso con ella, que amaba a su hija adoptiva como si hubiera estado ahí desde el primer día.
Mi única queja”, dijo solemnemente, “es que no me enamoré de ti más rápido.” Se besaron ahí mismo en la acera dos personas que habían encontrado que el amor verdadero no tenía nada que ver con el dinero o el estatus social y todo que ver con elegirse mutuamente cada día. Esa tarde, en la

presentación de ciencias de Isabela, se sentaron en sillas de plástico pequeñas mientras su hija explicaba cómo los paneles solares podían alimentar autos eléctricos.
Catalina miró alrededor del aula llena de familias de todas las clases sociales, doctores sentados junto a mecánicos, maestras junto a empresarios, todos unidos por el amor a sus hijos. Este es mi proyecto favorito”, anunció Isabela al final, porque muestra que cuando diferentes cosas trabajan

juntas, pueden crear algo más poderoso que cualquiera de ellas sola.
Catalina apretó la mano de Mateo, sabiendo que su hija no solo estaba hablando de energía solar. Más tarde esa noche, después de que Isabela se durmiera, Catalina y Mateo se sentaron en su pequeño balcón, mirando las estrellas sobre Guadalajara. ¿En qué piensas? preguntó Mateo. En cómo la vida te

da exactamente lo que necesitas, no lo que crees que quieres.
Catalina se acurrucó contra él. Yo pensaba que quería éxito, dinero, respeto. Resulta que lo que realmente necesitaba era esto. Esto, una familia que me ama sin condiciones, trabajo que tiene propósito, un esposo que me ve como su compañera, no como su propiedad. Sonríó. y una hija que me enseña

algo nuevo todos los días. Te amo, Catalina Herrera Sánchez.
Y yo te amo, Mateo Herrera Sánchez. Se quedaron así bajo las estrellas, sabiendo que habían encontrado algo que ningún dinero podía comprar. Una felicidad auténtica construida sobre amor real, respeto mutuo y la valentía de elegirse uno al otro cada día. El conserje y la ejecutiva habían demostrado

que el amor verdadero no conoce barreras sociales y vivieron no para siempre felices porque la vida real tiene altibajos, sino felices de verdad, construyendo juntos una vida que tenía significado.
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