Se perdió en Machu Picchu en 2004 — Su pasaporte reveló un secreto años después…

El 12 de julio de 2004, un grupo de 20 excursionistas internacionales emprendió el ascenso final hacia Machu Picchu. Era temporada seca en el Cuzco, con cielos despejados y un sol que caía a plomo sobre las piedras incas. Entre los turistas se encontraba Clara Martínez, una joven española de 27 años que había viajado sola desde Barcelona para cumplir el sueño de recorrer el camino inca.

 Sus compañeros de ruta la recordaban sonriente, con una cámara compacta colgada al cuello y un cuaderno en la mochila donde anotaba frases y dibujos. Los guías reportaron que todo transcurrió con normalidad. El grupo subió por la última escalera conocida como la Puerta del Sol, desde donde se contempla la ciudadela. Allí tomaron fotos grupales, bebieron agua y celebraron la llegada.

 Clara, según varios testigos, se apartó unos metros para dibujar en su cuaderno la silueta de las montañas. Nadie prestó demasiada atención. Fue vista por última vez alrededor de las 11:40 de la mañana, sentada sobre una roca mirando hacia el Juain Pichu. Cuando el grupo descendió hacia el acceso principal, notaron que faltaba una persona.

 Los guías volvieron sobre sus pasos. Llamaron a Grito su nombre. No hubo respuesta. Algunos turistas aseguraron que Clara había mencionado su intención de explorar un sendero lateral, pero no especificó cuál. La búsqueda inicial se centró en las veredas oficiales sin resultados. La policía peruana fue alertada esa misma tarde.

 Se desplegaron agentes y rescatistas con perros rastreadores. Revisaron los caminos que conectan Machu Picchu con el valle del Urubamba, pero no hallaron señales. La mochila de Clara, con su botella de agua a medio tollenar y una libreta de tapas verdes, fue encontrada en un muro bajo. No había signos de lucha ni de accidente. El misterio creció con rapidez.

 Machu Picchu recibe miles de visitantes al día, pero los extravíos son poco comunes en la zona turística principal. El terreno circundante es abrupto, con precipicios y vegetación densa. Si alguien cae, suele dejar rastro o el cuerpo es recuperado río abajo. En este caso, nada apareció. La hipótesis de que Clara hubiera decidido marcharse por voluntad propia parecía absurda.

 Sus pertenencias, su cámara y hasta su dinero estaban en la mochila. Durante semanas se organizaron operativos, helicópteros sobrevolaron la zona, voluntarios locales revisaron cuevas y terrazas y hasta se consultó a chamanes de la región que hablaban de espíritus que se llevan a los viajeros. La familia Martínez viajó desde España y recorrió cada rincón con la esperanza de una pista. Nada.

 En los meses y siguientes, la desaparición de Clara se convirtió en un caso mediático internacional. Periódicos en Perú, España y Estados Unidos publicaron reportajes. Algunos insinuaban que podía haber caído en una red de tráfico de personas. Otros hablaban de sectas andinas o de desapariciones inexplicables en lugares sagrados.

 El hecho de que todo hubiera ocurrido en un sitio tan emblemático amplificaba el misterio. Lo más desconcertante era que ni siquiera su pasaporte apareció. Para salir del país, Clara necesitaba ese documento. Alguien debía tenerlo. La policía revisó hoteles en Cuzco, registros de transporte y fronteras, ninguna entrada ni salida a su nombre después del 11 de julio.

 Era como si se hubiera desvanecido entre las piedras milenarias. El tiempo pasó, el caso se enfrió. En 2005, los medios apenas recordaban a Clara. En 2006, su foto colgaba en el consulado español en Lima, junto a otros desaparecidos. La familia regresó a Barcelona con un vacío imposible de llenar.

 Solo quedaba la imagen de su hija sonriente en la puerta del sol y la última página escrita en su libreta. Un boceto incompleto de la montaña y una frase subrayada: “Aquí todo respira eternidad.” Nadie podíate imaginar que 15 años después el nombre de Clara volvería a las noticias. En 2019, en un mercado callejero de Estambul, Turquía, un anticuario vendía documentos viejos a turistas curiosos.

Entre cartas amarillentas y billetes sin valor, un mochilero francés encontró un pasaporte con tapas rojas descoloridas por el tiempo. En la primera página, la foto de una joven de cabello castaño, sonrisa amplia y ojos oscuros. Clara Martínez, nacionalidad española. Fecha de expedición 2002.

 La noticia dio la vuelta al mundo. ¿Cómo había llegado ese pasaporte desde los Andes peruanos hasta el otro lado del planeta? ¿Quién lo guardó todos esos años? ¿Y por qué reapareció en un mercado cualquiera como si fuera un objeto sin dueño? El misterio de Machuicchu, que había quedado enterrado bajo el polvo del tiempo, acababa de resucitar y con él todas las preguntas sin respuesta.

 El hayallazgo del pasaporte en Estambul desató una tormenta mediática. En cuestión de días, la embajada española en Turquía confirmó la autenticidad del documento. Era el mismo que Clara llevaba cuando desapareció en 2004. No había falsificación ni sustitución de fotos. Era el pasaporte original con huellas de desgaste y una mancha de humedad en la esquina inferior que coincidía con el clima húmedo de la selva peruana.

 

 

 

 

 

 La Interpol fue notificada y se abrió una investigación internacional, cómo había viajado ese documento desde Perú hasta Turquía. Los registros fronterizos indicaban que nunca fue usado después de la fecha de expedición. Nadie había sellado nuevas entradas ni salidas y sin embargo allí estaba expuesto en una mesa de mercadillo entre estampillas y monedas viejas.

 El anticuario, un hombre de barba canosa llamado Quemal, declaró que compraba lotes de papeles antiguos a comerciantes de segunda mano en el Gran Bazar. Según él, ese pasaporte formaba parte de una caja que contenía cartas en francés, fotografías polvorientas y pasaportes de distintas nacionalidades. No pudo precisar de dónde provenían, solo que un intermediario se los entregaba cada tres o cu meses.

 La pista parecía desvanecerse hasta que un detalle llamó la atención de la inspectora Marta Sebrián, la misma que años atrás había trabajado en el caso de Laura Sánchez y que ahora casi por azar fue consultada por la policía española. En la contraportada del pasaporte escrito a lápiz con trazo ligero había un número 19-7-04.

Ese era el día posterior a la desaparición de Clara. No se parecía a la letra de ella, según confirmaron peritos que compararon con su libreta. ¿Quién lo había escrito y por qué? En un documento oficial. La familia Martínez viajó a Turquía para ver con sus propios ojos el halallazgo. El padre, al sostener el pasaporte, sintió como si tocara un pedazo de su hija.

 La madre lloraba desconsolada. Era la primera vez en 15 años que un objeto personal de Clara reaparecía. Pero el Ayago también trajo preguntas dolorosas. Si el pasaporte estaba en otro continente, ¿sigaba que ella también lo estuvo? Los investigadores reconstruyeron las semanas posteriores a la desaparición en 2004.

 En Cuzco, algunos guías locales recordaron haber visto a una chica parecida caminando por el mercado de San Pedro días después. Otros aseguraban que había rumores de turistas extranjeros secuestrados para explotación laboral. Nada estaba confirmado, pero la aparición del pasaporte parecía dar crédito a esas teorías. Una pista inesperada surgió cuando un periodista turco interesado en el caso, rastreó al intermediario que vendía papeles antiguos al anticuario.

 Era un hombre llamado Arif, conocido por moverse entre puertos y bazares, recolectando objetos sin demasiadas preguntas. Ariff confesó que esa caja provenía de un contenedor que llegó desde Sudamérica al puerto de Mercín en 2018. No recordaba el nombre de la naviera, pero sí mencionó que había otras cajas con ropa usada y documentos extraviados.

 La hipótesis más inquietante empezó a tomar forma. Y si el pasaporte de Clara no fue un simple objeto perdido, sino parte de un tráfico mayor de pertenencias de personas desaparecidas. Mientras tanto, en Barcelona la prensa recuperaba la historia original. La última foto de Clara en Machu Picchu volvía a las portadas.

 Ella sonriendo con la ciudadela detrás. Los programas de televisión entrevistaban a expertos que ofrecían teorías. Algunos hablaban de trata de personas, otros de redes internacionales que mueven objetos robados como mercancía invisible. Un criminólogo fue más lejos. Si el pasaporte apareció en Estambul, alguien lo llevó allí deliberadamente.

 Eso significa que alguien guardó los efectos de Clara durante más de una década. Y si guardó el pasaporte, ¿qué más guardó? La Interpol ordenó rastrear las cargas que salieron del puerto del Callao en Lima entre 2004 y 2010. Entre contenedores de ropa usada y donaciones había varios envíos declarados como efectos personales.

 Uno en particular, en 2005, fue registrado por una empresa fantasma que desapareció tras la transacción. El contenedor viajó a Amber y de allí su rastro se perdió. En Estambul, un perito descubrió algo aún más inquietante. Bajo la foto del pasaporte, en la página plástica había una sombra tenénue. Al iluminar con luz ultravioleta, se reveló una frase manuscrita, casi invisible.

Ella no viajó sola. La familia quedó devastada al oírlo. Era un mensaje de Clara o de alguien más. ¿Qué significaba exactamente? Las autoridades no pudieron determinar cuándo ni con qué tinta fue escrita, pero estaba allí. oculta como una marca secreta. El caso dejó de ser un simple misterio de desaparición y se convirtió en un rompecabezas internacional.

 Machu Picchu 2004, un pasaporte hallado en Turquía, 2019 y un mensaje que parecía indicar que Clara no fue la única víctima. La frase oculta en el pasaporte no viajó sola, cambió radicalmente el enfoque de la investigación. Hasta ese momento, el caso se había tratado como una desaparición aislada, una tragedia individual ocurrida en un lugar remoto.

Pero aquella nota sugería otra cosa, una red, una conexión, un plan del que Clara no era la única víctima. La Interpol cruzó datos de turistas desaparecidos en Sudamérica entre 2000 y 2006. El resultado estremeció a los investigadores. Al menos seis casos tenían elementos similares. Un joven canadiense en Bolivia, una pareja alemana en Ecuador, una estudiante japonesa en Chile.

 Todos desaparecieron en zonas turísticas, en circunstancias confusas y en ninguno de los casos se recuperaron pertenencias significativas, salvo rumores de documentos que aparecieron años después en mercados negros. La inspectora Sebrian desde Madrid viajó en la Lima para reabrir oficialmente la línea de investigación. Reunió a antiguos guías, revisó mapas del santuario histórico y pidió acceso a las malas bodegas donde se almacenaban objetos perdidos en Cuzco.

 Allí, en un rincón olvidado, encontraron una caja con etiquetas descoloridas, turistas, 2004. Dentro había gorros, bufandas, gafas de sol y una pulsera de cuentas verdes que la madre de Clara reconoció como un regalo familiar. El hallazgo confirmaba que parte de sus pertenencias sí fueron recogidas y guardadas. ¿Por qué entonces no figuraba en los registros oficiales? Lo más desconcertante surgió cuando revisaron los documentos incautados en Turquía.

Entre las cartas que acompañaban al pasaporte había un billete de avión sin usar. Lima, Madrid, agosto de 2004. Nombre del pasajero, Clara Martínez. El ticket nunca había sido registrado en el sistema de embarque. Era un boleto comprado en efectivo con código de agencia desaparecida. ¿Quién lo adquirió? ¿Ella misma o alguien que quería hacer creer que planeaba volver a casa? El eco mediático crecía.

 En Estambul, periodistas locales rastrearon a otros compradores en el mismo mercado de antigüedades. Uno de ellos confesó haber adquirido un pasaporte boliviano en condiciones similares. El documento correspondía a un turista desaparecido en 2003 en La Paz. La coincidencia era demasiado grande para ignorarla.

 En España, la familia de Clara recibió llamadas anónimas. Una voz distorsionada, con acento difícil de identificar repetía una sola frase: “Busquen en los puertos”. Llamaron tres veces, nunca más de 10 segundos, y colgaban. El número era imposible de rastrear. La inspectora Sebrian solicitó la colaboración de autoridades portuarias en Perú y Turquía.

 En los registros de Mercín apareció un manifiesto de carga de 2005, contenedor de efectos personales para donación. Lo inquietante era la lista adjunta, 27 cajas, 15 de ropa, ocho de libros y cuatro de documentos varios. Nadie supo precisar a dónde fueron a parar. Los rumores crecían. Algunos hablaban de redes de tráfico de identidad, documentos de turistas desaparecidos vendidos en el mercado negro para su plantación.

 Otros sugerían algo más siniestro, que ciertas pertenencias se movían como mercancía de colección, objetos de personas que nunca regresaron, vendidos como curiosidades macabras. En paralelo, un equipo de forenses analizó nuevamente el pasaporte de Clara. Bajo la luz infrarroja detectaron microfibras de algodón impregnadas en las páginas, similares a las usadas en bolsas de tela de transporte portuario.

 Eso confirmaba que el documento había estado almacenado en sacos, probablemente junto a otros efectos personales. El misterio se profundizó con un testimonio inesperado. Un extajador de la aduana en Lima, ya jubilado, contactó con los investigadores. Dijo que en 2004 vio entrar un lote de mochilas y maletas incautadas en Machu Picchu, pero que no todas fueron registradas.

 Algunas desaparecieron de la bodega antes de ser inventariadas, aseguró. Cuando le mostraron la foto del pasaporte de Clara, asintió. No me sorprende. Había manos sucias en todo eso. La familia Martínez, atrapada entre esperanza y horror, viajó una vez más a Perú. Subieron al mismo sendero del camino Inca, llegaron a la puerta del sol y dejaron flores.

 Allí el hermano de Clara recordó la última postal que ella había enviado días antes de desaparecer. En la parte trasera había escrito: “Si me pierdo en estas montañas, que al menos quede mi rastro en las piedras.” Era como si ella hubiera anticipado algo. La prensa internacional bautizó el caso como El pasaporte errante.

 Documentales y programas de misterio comenzaron a especular. ¿Fue clara víctima de un secuestro? ¿Cayó en una red de tráfico internacional o alguien usó su identidad para fines desconocidos? El detalle más perturbador llegó en 2020. En un foro de internet dedicado a viajeros, un usuario anónimo subió una foto borrosa tomada en 2007 en un puerto del Mediterráneo.

Mostraba a una mujer de espaldas con cabello castaño recogido y una chaqueta verde. La leyenda decía, “Creo que es la chica española que desapareció en Machu Picchu.” La imagen fue analizada. No había certeza de que fuera clara, pero la complexión, la altura y el peinado coincidían.

 

 

 

 

 

 Si era ella, eso significaba que había vivido al menos tres años después de su desaparición oficial. El hallazgo reavivó la esperanza, pero también el miedo. Porque si Clara había estado viva en 2007, ¿dónde estaba ahora? ¿Quién la había retenido? ¿Y por qué su pasaporte terminó en un mercado de Estambul más de una década después? El hallazgo de la fotografía en aquel foro de internet encendió más preguntas que respuestas.

 La posibilidad de que Clara hubiera estado viva años después de su desaparición agitó a la opinión pública y a los investigadores. La familia, atrapada entre la esperanza y la angustia, pidió ahí a las autoridades que verificaran la autenticidad de la imagen. Expertos en biometría facial analizaron la silueta, los ángulos del cuello, la posición de los hombros.

 La conclusión fue frustrante. La foto no era lo suficientemente clara para confirmarlo, pero tampoco para descartarlo. En medio de la confusión, la inspectora Marta Sebrián recibió un sobre anónimo en su despacho de Madrid. No tenía remitente, dentro una sola hoja amarillenta con una frase en español mal escrito. La maleta no era de ella.

 El mensaje iba acompañado de una fotocopia de un boleto de tren emitido en Perú en 2004 con destino al puerto de Callao. El pasajero, nombre ilegible, tinta corrida. ¿Qué significaba? ¿Alguien estaba jugando con la investigación o de verdad había otra capa de engaño? Las autoridades peruanas reabrieron las bodegas de aduanas en el Callao.

 Tras semanas de búsqueda encontraron registros de un envío nunca reclamado en 2004. Tres baúles de madera con destino a Marsella. Nadie supo explicar por qué no salieron del país. Dentro había ropa, mochilas y cuadernos de distintos turistas, algunos con fechas cercanas a la desaparición de Clara.

 Entre ellos un cuaderno con dibujos de montañas y frases en español e inglés. La tinta estaba corrida, pero una frase aún era legible. No me dejan ir. Los expertos dudaron si era la letra de Clara. Los trazos eran similares, pero no idénticos. una imitación, un mensaje real. La familia al ver el cuaderno rompió en llanto.

 Las flores dibujadas en una esquina eran idénticas hacia las que ella solía garabatear en sus notas personales. Mientras tanto, en Turquía, la pista del pasaporte llevó a un puerto distinto. Ismir, un trabajador jubilado de la naviera, aseguró haber visto en 2010 un lote de cajas con documentos sudamericanos descargadas de un contenedor.

 “Papeles de gente que nunca regresó”, dijo con voz baja. No eran basura. Alguien los movía con cuidado, como si fueran mercancía de valor. La teoría más perturbadora tomó forma, que existía una red clandestina dedicada a recolectar y traficar pertenencias de desaparecidos. No solo robaban identidades, convertían los objetos en piezas de un mercado oscuro donde cada pasaporte, cada libreta, cada maleta se transformaba en un recuerdo macabro para coleccionistas.

 La familia Martínez nunca pudo aceptar esa posibilidad. Para ellos, cada objeto era una esperanza, una pista de que Clara aún podía estar en algún lugar. Pero el tiempo pasaba y la verdad parecía siempre a un paso de distancia. En 2021, una nueva sorpresa emergió. En un almacén incautado en Hamburgo, la policía encontró cajas con documentos de distintos países, entre ellos un sobre con tres fotos impresas en papel fotográfico barato.

 En dos se veía un puerto. En la tercera, una mujer joven de perfil con el cabello recogido y la misma pulsera de cuentas verdes que se había hallado en Cuzco. La imagen estaba borrosa, tomada desde lejos, pero los expertos coincidieron. El 80% de probabilidad de que fuera clara. La fecha del papel fotográfico verificada por análisis químico correspondía a 2006.

 La noticia no llegó a resolverse públicamente. El gobierno español optó por mantener los hallazgos en reserva, temiendo abrir la puerta como teorías conspirativas. Pero para la familia Martínez, esa foto fue una confirmación. Clara había estado viva al menos dos años después de su desaparición. El enigma se volvió insoportable. ¿Quién la retuvo? ¿Por qué nunca volvió a contactar? ¿Qué pasó con ella después de 2006? Los investigadores siguieron tirando del hilo, pero cada hallazgo habría un abismo más oscuro.

 En Marsella, un exestibador confesó haber visto a una mujer muy parecida y a la chica española descender de un barco en 2005, escoltada por dos hombres. En Amberes, registros aduaneros mostraban cajas con la misma numeración que los baúles en Callao. Y en Estambul, el intermediario Arif desapareció sin dejar rastro después de declarar sobre los documentos.

 El caso se volvió un rompecabezas imposible. Cada pieza encajaba en una dirección distinta: Perú, Turquia, Francia, Alemania. Como si alguien hubiera diseñado un laberinto para enterrar la verdad bajo capas de pistas contradictorias. A finales de 2022, la inspectora Sebrian, agotada escribió un informe personal.

 He seguido la sombra de Clara durante 18 años. Encontramos su pasaporte en Estambul, su pulsera en Cuzco, su posible rostro en Hamburgo. Todo apunta a que no desapareció sola, pero cuanto más nos acercamos, más invisible se vuelve la verdad. Quizá alguien se ha encargado de que nunca la encontremos. Ese informe nunca se hizo público. La familia lo leyó en privado.

La madre al terminar dijo una frase que quedó grabada. Si Clara está viva, alguien la esconde. Y si no lo está, alguien decidió que nunca sepamos la verdad. Hoy el misterio sigue abierto. Cada año en el aniversario de la desaparición, la familia viaja a Machu Picchu. Suben al mismo punto donde fue vista por última vez y dejan flores amarillas, las favoritas de Clara.

 Allí, entre las piedras incas, el viento parece arrastrar un susurro. Ella no viajó sola. El pasaporte, el cuaderno, las fotos borrosas y los testimonios dispersos son las únicas huellas de un rompecabezas que se niega a cerrarse. El caso ya no es solo la historia de una turista desaparecida en 2004. Es un símbolo de todos aquellos que se desvanecen y cuyos objetos resurgenes imposibles, como si los muertos o los vivos ocultos quisieran dejar constancia de su paso por el mundo.

 Porque al final lo único cierto es esto. Clara Martínez subió a un tren hacia Machu Picchu en julio de 2004. Nunca llegó de regreso y 17 años más tarde su pasaporte apareció en un mercado de Estambul. Todo lo demás son sombras, eccos nunca se revele.